Los cuatro

Méxicos
Veinte millones de mexicanos sostienen legalmente la eco-
nomía del país; otros tantos viven en Estados Unidos y repre-
sentan un híbrido con una cultura propia; 85 millones ganan
un par de dólares al día o viven del comercio informal; y, un
millón y medio forma parte de la delincuencia organizada.
Son los cuatro Méxicos que coexisten para bien y para mal. El
autor revisa la dinámica de cada uno para documentar la nece-
sidad de reorientar la agenda nacional y la toma de decisiones.
texto: enrique berruga filloy • ilustración: sergio bordón

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M éxico atraviesa por una
etapa de pesada incerti-
dumbre. El rosario de incógnitas
y dificultades comienza a genera-
lizar la noción fatalista de que en
el año 10 de cada siglo sobreven-
drá una transformación sangrien-
ta, como lo fueron la guerra de
Independencia y la Revolución.
Pero, ante el escenario nacional
que observamos a diario ¿cómo
desmentir esta probabilidad?
Vivimos en ciudades con una
frágil viabilidad, contrastes sociales
explosivos y una calidad de vida
cada día más precaria. Contamos
con una clase política crecientemen-
te cuestionada, escandalosamente
corrompida, carente de visión y de
propuesta para el país. Sin ideas
y sin prestigio es imposible que po-
sea capacidad de liderazgo. ¿Quién
quisiera seguirlos? ¿Quién se siente
inspirado por nuestros dirigentes
como para adherirse a sus causas
y a su ejemplo?
Tenemos un aparato econó-
mico que, a pesar de la diversi-
dad y riqueza natural del país, ha
sido apenas capaz de registrar un
crecimiento ponderado del 1 por
ciento en las últimas tres déca-
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das. La poca riqueza que se gene-
ra está peor repartida, situando a
México como el segundo país con
diferencias sociales más marcadas
en América. La educación hace
muchos años que se convirtió en
un botín político al más alto ni-
vel y, más recientemente en un
coto de dominación burocrática.
Y quizá lo más serio y que se en-
cuentra en la raíz de buena parte
de estos problemas: México sigue
siendo un país donde no impera
el Estado de derecho. Las leyes
son deficientes y barrocas, mien-
tras que su aplicación es práctica-
mente nula y sumergida en un
mar de corrupción. Así las cosas,
lo sabemos todos, la impunidad
es la norma y no la excepción.
Así se aproxima inexorablemente
el año 2010.
Este panorama, desde luego
incompleto, ha derivado en que
la sociedad, buscando alternativas,
se haya dado a la tarea de cons-
truir cuatro Méxicos paralelos.
El primer México
está conformado por esos 20 mi-
llones de paisanos que viven en
Estados Unidos. Constituyen en
sí mismos un país con una cul-
tura crecientemente diferenciada
y alejada de la nuestra. Forman
un híbrido que no acaba de in-
sertarse en la sociedad norte-
americana, ni ésta última termi-
na por acogerles como parte de
la diversidad que tanta riqueza
y beneficios les ha dado.
Muchos mexicanos conside-
ran una especie de bendición
que se vayan del otro lado pues
–según esto– reducen la presión
para que se les eduque, se les
presten servicios de salud o con-
sigan un empleo. Con la novedad
de que esos mexicanos, a pesar
de que unos seis millones son
actualmente considerados ilegales
en Estados Unidos, son capaces
de generar un producto similar a
dos terceras partes de lo que 105
millones de mexicanos produci-
mos aquí, al Sur del Río Bravo.
Y eso que ellos no tienen el pe-
tróleo que tenemos de este lado,
ni el idioma, ni la ley están de
su lado. Pero gracias a su impor-
tante productividad pueden en-
viar anualmente más de 20 mil
millones de dólares en remesas
–esto es, más del doble de lo
que ingresa al país en forma de
inversión extranjera.
Pero al igual que la rique-
za petrolera, las remesas también
se encuentran en etapa terminal.
Los paisanos identifican cada día
menos razones y menos perso-
nas a quién enviarles sus ahorros.
La mayoría se las ha ingeniado
para llevarse a sus familiares
más inmediatos con ellos a Es-
tados Unidos. Los que no han
podido hacerlo, han formado una
familia de aquel lado, olvidando
paulatinamente a la que fuera su
primera esposa, quizá su primer
amor: “Ya cambié a la morena
por la güera” –dicen por allá.
Y finalmente están los padres y los
abuelos en Zacatecas o en Jalisco.
Ellos son los últimos destinatarios
de esas remesas, en proporciones
cada día más escuálidas. Basta
mirar el campo en Michoacán o
en Puebla, carente de brazos jóve-
nes y, eso sí, poblado de ancianos
y niños sin padre.
Dejamos que este primer Méxi-
co se distanciara de México. No su-
pimos darle un sentido productivo
a las remesas, que quedaron redu-
México es un país
donde no impera
el Estado de de-
recho. Las leyes
son deficientes,
su aplicación
es prácticamente
nula y sumergida
en un mar de co-
rrupción... la im-
punidad es norma
y no excepción
cidas a un medio de subsistencia
para las familias pobres del país.
No se intentó que fuesen un me-
canismo de inversión para detonar
negocios y fuentes de empleo, y
ahora ya se nos hizo tarde.
El segundo México
es el más vasto de todos. Se
compone de unos 85 millones
de mexicanos que tienen como
característica común pertenecer
de una o de otra manera a la
economía informal. Dentro de
este México se encuentran los 40
millones que perciben menos de
770 pesos al mes, unos 25 pesos
diarios (el parámetro mundial de
la pobreza son dos dólares o me-
nos al día).
Figuran también los otros 45
millones que tienen ocupaciones
de subsistencia y que vemos en
cientos de esquinas, estaciona-
mientos y semáforos en decenas
de ciudades a lo largo y ancho
del país. También forman par-
te de este contingente quienes
trafican con algo, mercancía de
contrabando, discos pirata o falsi-
ficaciones de todo tipo. La calle
es su oficina, no pagan impuestos
y sus actividades dañan de uno
u otro modo al comercio y a la
industria establecidas.
Este segundo México es el
reto más complejo que enfrenta
el país, tanto por sus enormes di-
mensiones, como por la dificultad
de integrarlos a la economía pro-
ductiva del país, dados sus preca-
rios niveles de preparación y por
el hecho de que no resulta fácil
convencerles de que abandonen el
paraíso fiscal en el que viven para
sumarles a un esquema donde
paguen impuestos, cumplan hora-
rios y tengan una rutina.
Desde hace tiempo apren-
dieron, también, a vender cara
su lealtad política, intercambian-
do sus votos electorales por la
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seguridad de que la autoridad no
aplique las normas vigentes para
desalojarles de las calles donde
venden sus mercancías. Ellos co-
nocen ahora mejor el significado
del clientelismo político que los
mismos partidos. En caso de que
se les olvidara.
El tercer México
es el más reducido en número,
pero quizá el más corrosivo y per-
nicioso para la tranquilidad de la
República. Las fuentes más autoriza-
das estiman que se trata de medio
millón de sujetos y, sumando sus
ramificaciones delictivas, probable-
mente alcancen a otro millón de
individuos. Este es el México del
crimen organizado, de las bandas
delictivas, desde las dedicadas al
narcotráfico, el lavado de dinero,
el secuestro y la extorsión, hasta
el comercio de auto-partes, el asalto
callejero y el fraude.
Estas agrupaciones se nutren
del segundo México, ahí está su
ejército de reserva. Para muchos
de ellos resulta más sencillo y
lucrativo integrarse a las filas del
crimen que a la economía formal
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Los números
grandes de vo-
tantes están en el
segundo México,
sin importar cuán
iletrado sea. De
ahí que la clase
política, los par-
tidos cortejen a
quienes menos
contribuyen a la
grandeza del país
del país. Como es del dominio
público que la impunidad y la
incapacidad de las fuerzas del or-
den son tan patentes, saben que
el rango de posibilidades de ser
arrestado es igualmente mínimo.
Frente a esta realidad (sólo tres
de cada cien crímenes terminan
en condenas efectivas) las bandas
organizadas han proliferado, se
han hecho más poderosas y han
extendido su presencia a toda la
geografía nacional. A pesar del
despliegue inédito de recursos
militares y policiacos que hemos
atestiguado en la presente admi-
nistración, el tercer México conti-
nuará creciendo, nutriéndose de
la precariedad del Estado de de-
recho y de la carencia de oportu-
nidades en la economía formal.
El cuarto México
está compuesto por unos 20 mi-
llones de personas. Este México
constituye la economía real, la que
paga impuestos, tiene los más altos
niveles educativos, tiene negocios
y cuenta con los empleos mejor
remunerados y más estables del
mercado. Estos mexicanos cuentan
con recursos, destrezas y conoci-
mientos que tienen valor para las
empresas y para la sociedad.
Este grupo de personas es el
que dirige y sostiene al país. Con
su trabajo subsidia y mantiene,
así sea de manera precaria, al
segundo y al tercer México. Paga
algunos de los servicios meno-
res que ofrece el segundo México
y es la presa predilecta del ter-
cero; todos los secuestrados, asal-
tados y extorsionados del país
forman parte del cuarto México.
Demográficamente hablando,
apenas representa una quinta par-
te de la población del país. Sin
embargo, el cuarto México es ca-
paz de generar poco más de mil
millones de dólares de producto
nacional. A pesar de todos los de-
fectos que en efecto tiene, este es
un grupo admirable de personas.
El trabajo de estos 20 millo-
nes de mexicanos logra que nues-
tro país sea la décimo segunda
o décimo tercera economía más
grande del mundo. Esta posición
se obtiene en el contexto de una
enorme competencia global y, a
pesar de que tiene que saldar
una factura social y de seguridad
más elevada que la mayoría de
sus competidores internacionales.
No es difícil soñar con los
logros que tendría este país si en
vez de tener 85 millones de su-
bempleados, marginados y ambu-
lantes tuviéramos, por decir, una
tercera parte menos. Si 20 mi-
llones de mexicanos productivos
generan mil millones de dólares,
sacando a otros veinte millones
de la marginación y la ignorancia
podría situar a México claramen-
te entre las diez economías más
poderosas del mundo. No hay
duda de que la pobreza es en sí
misma muy mal negocio y muy
mala para los negocios.
Pero hay que ser realista. Por
el momento es más probable que
elementos de este cuarto México
pasen a engrosar las filas del se-
gundo, ante la alarmante pérdida
de empleos que se ha registrado
en los últimos meses, que el es-
cenario ideal de lograr que los
marginados pasen a formar parte
de la economía formal. Así, el pri-
mer paso consiste en detener la
hemorragia del desempleo, antes
de pensar en que más mexicanos
lograrán insertarse efectivamente
en el sector moderno del país.
Desde una perspectiva políti-
ca, a este cuarto México le hace
falta darse cuenta de que es un
grupo minoritario y crecientemen-
te asediado por la delincuencia,
el ambulantaje y la marginación.
En una democracia, los números
grandes de votantes están en el
segundo México, sin importar
cuán iletrado sea. De ahí que la
clase política, los partidos, natu-
ralmente cortejen a quienes me-
nos contribuyen a la grandeza del
país. Así se ganan las elecciones,
que ni qué. Esto ha dado como
consecuencia que la agenda nacio-
nal la vengan dictando las nece-
sidades del segundo México, en
vez de propiciar la expansión del
cuarto que es donde se genera la
riqueza, los empleos y las opor-
tunidades que pueden levantar
a los grandes núcleos sociales del
rezago social. Aunque no se vea
plasmado en las campañas, un
buen empleo siempre será más
eficaz para combatir la pobreza
que un subsidio muy a menudo
politizado, animado por la obten-
ción de votos.
Los miembros del cuarto
México tiene que cobrar con-
ciencia de que por encima de
las diferencias y rivalidades que
puedan tener, de la competen-
cia en que se encuentren en los
negocios o de sus inclinaciones
ideológicas, es mucho más lo
que les une que lo que les sepa-
ra. El cuarto México es el único
pilar que sostiene al país. Es pre-
ciso ampliarlo, lograr que cada
día más elementos del segundo
México se integren a este gru-
po productivo, por razones éticas
y de justicia social como tantas
décadas se ha dicho, pero tam-
bién por un pragmatismo ele-
mental. Esta es la única vía para
despejar el fantasma fatalista de
que este año 10 que viene, el
2010, no será tan trágico y trau-
mático como sus antecesores de
los dos últimos siglos. •
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