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Francia, desde hace unos diez días, vive al tiempo de los chalecos amarillos, y los comentarios

ya son numerosos. ¿Fuego de paja u ola de fondo? ¿Una nueva revuelta? ¿ Una Nueva
“Jacquerie"? ¿Cuál es su sensación?
!
Hace cinco años, casi día a día, el 23 de noviembre de 2013, me habían preguntado sobre el
movimiento de las Gorras Rojas. Yo les llamé la atención sobre el hecho de que “todos los
movimientos de protesta o de revuelta de cierta amplitud a los que asistimos hoy nacen al margen o
alejados de los partidos y de los sindicatos, los cuales evidentemente ya no son capaces de encarnar
o de transmitir las aspiraciones del pueblo”. Mi conclusión era la siguiente: “Una sola consigna:
¡Gorras Rojas por todas partes!”. Y bien, aquí estamos: los Chalecos Amarillos son las Gorras Rojas
por todas partes. Luego de años y años de humillación, de pauperización, de exclusión social y
cultural, todo esto es simplemente el pueblo de Francia que retoma la palabra; y que pasa a la
acción, con una cólera y una determinación (ya hay dos muertos y 800 heridos, ¡más que en el 68!)
que dicen mucho.
!
Incluso si las clases bajas y las clases medias bajas son el elemento motor —lo que le da al
movimiento una dimensión de clase extraordinaria— los chalecos amarillos provienen de diferentes
medios, y reúnen a jóvenes y viejos, a campesinos y jefes de empresa, a empleados, obreros y
directivos. Tanto mujeres como hombres (pienso en esos jubilados septuagenarios que no dudan, a
pesar del frío, de dormir en su auto para que las barreras puedan ser mantenidas día y noche).
Personas que no se preocupan por la derecha o la izquierda, y que en su mayor parte nunca han
intervenido en la política, pero que luchan sobre la base de aquello que les es común: el sentimiento
de ser tratados como ciudadanos de segunda clase por la casta mediática, de ser considerados como
maleables y explotables a merced por la oligarquía depredadora de los ricos y poderosos, de no ser
consultados jamás, sino siempre engañados; de ser los “chivos expiatorios" (François Bousquet) de
la Francia de abajo, esa "Francia periférica" que es sin duda la Francia más francesa hoy en día,
pero que está abandonada a su suerte; de ser víctimas del desempleo, de la disminución de ingresos,
de la precariedad, de las deslocalizaciones [traslados], de la inmigración; y que, luego de años de
paciencia y de sufrimiento, terminaron diciendo: “¡Ya es suficiente!” Ese es el movimiento de los
chalecos amarillos. ¡Honor a él, honor a ellos!
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¿Qué es lo que más le impresiona en este movimiento?
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Dos cosas. La primera, la más importante, es el carácter espontáneo de este movimiento, porque
esto es lo que más aterra a los poderes públicos, que no encuentran interlocutores; pero también los
partidos y los sindicatos, que descubren con estupor que cerca de un millón de hombres y de
mujeres pueden mobilizarse y desencadenar un movimiento de solidaridad como rara vez se ha
visto (70 al 80 % sostienen esta opinión) sin que se haya siquiera soñado en apelar a ellos. Los
Chalecos Amarillos son un ejemplo perfecto de auto-organización popular. No hay jefes pequeños o
grandes, ni césares ni tribunos, solo el pueblo. El populismo en su estado puro. No el populismo de
los partidos o movimientos que reivindican esta etiqueta, sino aquello que Vincent Coussedière
llamó el "populismo del pueblo". Tiracinchas, “sans-culottes", comuneros, no importa bajo que
etiqueta se los quiera poner. La gente de los chalecos amarillos confió a nadie tarea de hablar en su
lugar, y se ha impuesto como un tema histórico; y por ello también, debe ser aprobado y apoyado.
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El otro punto que me llamó la atención es el increíble discurso de odio dirigido contra los chalecos
amarillos por los portadores de la ideología dominante, la triste alianza de los pequeños marqueses
en el poder —preciosos ridículos— y de los mercados financieros. "Patanes", "idiotas", "ineptos"
son las palabras que se repiten más a menudo (¡por no decir nada de "camisas marrones"!). Lea el
correo de los lectores de Le Monde, escuche la izquierda moral - la izquierda kerosene- y la derecha
bien elevada. Hasta ahora, habían tenido las riendas, pero ya no. Se dejaron ir de la forma más
obscena para expresar su arrogancia y desprecio de clase, pero también su pánico de ser
prontamente destituidos por los “mendigos”. Desde la formidable manifestación en París, ya no
tienen el corazón para responder a quienes se quejan del precio de la gasolina que deberían
comprarse un automóvil eléctrico (versión moderna de “!Déjalos comer pastel! "). Cuando la gente
se extiende por las calles de la capital ¡hacen que se levante el puente levadizo! Si expresan sin
maquillaje su odio hacia esta Francia popular —la Francia de Johnny, la que "fuma cigarrillos y
maneja diesel”— hacia esa Francia que no está lo suficientemente mestizada, de alguna manera
muy francesa; hacia esa gente que Macron a su vez describió como iletrados, como vagos que
quieren, “causar problemas”, en resumen, como personas de poco, saben que sus días están
contados.
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!
Podemos ver cómo comenzó el movimiento, pero no muy bien cómo puede terminar,
suponiendo, además, que debe terminar. ¿Los elementos reunidos para esta revuelta pueden
traducirse de manera más política?
!
El problema no se plantea en estos términos. Estamos delante de una ola profunda que no está a
cerca de debilitarse, porque es el resultado objetivo de una situación histórica que, por sí misma,
está destinada a durar. La cuestión de los combustibles fue, evidentemente, la gota que rebalsó el
vaso, o más bien la gota de gasolina que hizo estallar la el bidón. El verdadero eslogan fue de
inmediato: "¡La renuncia de Macron!” En lo que sigue, el gobierno utilizará las maniobras
habituales: reprimir, difamar, desacreditar, dividir y esperar a que se deshaga. Puede que se deshaga,
pero las causas siempre estarán ahí. Con los Chalecos Amarillos, Francia se encuentra ya en estado
pre insurreccional. Si se radicalizan aun más, será tanto mejor. De lo contrario, la advertencia habrá
sido mayor. Tendrá valor de repetición. En Italia, el movimiento Cinco Estrellas, también nacido de
un "día de cólera", está hoy en el poder. En casa, la explosión definitiva se producirá en menos de
diez años.
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Entrevista realizada por Nicolás Gauthier

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