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En relación a lo primero, debe tenerse en cuenta que la buena enseñanza implica recuperar el
aspecto ético en la práctica docente. El docente, por sobre todo, tiene un compromiso en tanto su rol
es de suma influencia en la vida de sus alumnos, por lo cual ni la ética ni los valores pueden ser ajenos
a su tarea, debiendo comprender la trascendencia de sus acciones en los otros. La escuela influye en
aspectos tan variados como la inserción laboral, la socialización e incluso la autorrealización; y todos
estos aspectos tienen un carácter comunicativo: implican la relación con el otro, sea persona o mundo.
Este compromiso moral incluido en la enseñanza también es reafirmado por Contreras, quien la
entiende no como una decisión individual sino como el producto de factores sociales, físicos y
administrativos. Es por esto que no puede reducirse a simples recetas o procedimientos
estandarizados, sino que requiere de la comprensión de cuestiones políticas, administrativas,
culturales y económicas que le dan lugar de una u otra manera. La enseñanza, entonces, se encuentra
condicionada por la interacción de un conjunto de factores contextuales pero, a su vez, ella misma
condicionará la interacción del alumno con ese mundo exterior, al transmitirle determinados
significados que le permitirán interactuar con lo extraescolar, se enseña, en definitiva, a comunicarse
con el mundo exterior. Junto con esto, debe considerarse que la enseñanza es dada en la diversidad,
es decir, en una multiplicidad de situaciones y características que presentan los alumnos, lo que debe
implicar un aprendizaje significativo que contemple su situación y permita la reapropiación y
comprensión del conocimiento. La buena enseñanza implica ofrecer sentidos no cristalizados: las
representaciones unívocas con apariencia de verdad pierden fuerza en la diversidad educativa. Es por
esto que la didáctica debe incluir también la reflexión comprendiendo las implicancias de las prácticas,
su inserción institucional, así como sus causas y factores intervinientes por estar ubicada en un marco
social determinado.
En cuanto a la enseñanza comprensiva debe destacarse que, según Litwin, el docente debe
alejarse del aprendizaje memorístico o estandarizado, para así establecer tratamientos metodológicos
superadores que apunten a la comprensión de la disciplina en cuestión encontrando la forma de
enseñanza adecuada para cada contenido. Se trata, justamente, de un proceso comunicacional donde
el contrato de lectura es la relación entre docentes y alumnos, y donde el mensaje será tanto más
efectivo y provechoso en la medida en que contemple las características del receptor.
Consecuentemente, el docente debe entrelazar en su práctica tanto el compromiso ético hacia su
tarea, en tanto transmisor de sentido, como una realización de la misma que, lejos de “recetas”, apunte
a una práctica adecuada al contenido, al alumnado y al contexto. Enseñar es comunicar, y la buena
enseñanza es buena comunicación: el docente reconoce qué transmitir y a quien, y despliega en
consecuencia distintas herramientas para lograr que este intercambio comunicacional sea efectivo.
Ahora bien, no todos los docentes reconocen y potencian este carácter comunicativo del
proceso de enseñanza. Según Fenstermacher, el docente “ejecutivo” tiende al plan y la ejecución, al
manejo de recursos y personas y a las aptitudes técnicas. Por otro lado, quien tenga un enfoque
terapeuta considerará al alumno en su individualidad y verá a la enseñanza como una actividad de
guía, ayuda y asistencia, mientras que el enfoque liberador enfatizará el objetivo de la enseñanza
considerando al contenido como una liberación, una mirada crítica sobre los límites cotidianos
preestablecidos. A su vez, no podemos omitir la importancia, ya mencionada, de un aprendizaje
significativo que tienda a la reapropiación del conocimiento en tanto construcción de sentido.
En relación a este conocimiento y desde una definición estricta, el currículum puede ser
considerado como un conjunto de conocimientos que se organizan en materias a ser promovidas por el
alumno. De esta manera, se torna un programa con contenidos y actividades planificadas y orientadas.
Sin embargo, tal como lo afirman Sanjurjo y Vera, esta concepción limita el concepto de currículum a
un mero documento, a una cuestión técnica que no permite ver las condiciones (sociales, culturales y
políticas) que lo originan ni las prácticas que ocasiona, que revisten carácter comunicativo en tanto
implican la relación e interacción con el otro y en tanto permiten dotar de sentido al mundo exterior.
Siguiendo a Caruso y Dussel, podemos añadir que esa concepción estricta “administrativa” se
relaciona con el considerarlo como la solución pedagógica por excelencia, como una receta de pasos a
seguir. Lejos de esto último, el currículum debe ser entendido como una puesta en marcha, como un
desarrollo y no como un documento prescriptivo de contenidos. El currículum es flexible: además del
programa de la materia en cuestión, el currículum nos habla de una síntesis de contenidos
considerados, a nivel político y pedagógico, transmisibles, No obstante, este recorte de contenidos
(que incluye la selección de determinado enfoque sobre ese contenido) luego será transformado en la
práctica docente. El documento curricular es sólo una guía: no es cerrado, por su falta de detalle
permite el surgimiento y la modificación en la puesta en marcha en el aula. En esto consisten los
aspectos procesuales-prácticos: el docente y los alumnos llevan adelante este currículum de una
manera propia, particular. Si lo formal constituye el currículum explícito o declarado, lo práctico tiende a
un proceso que va más allá de lo anterior. En el aula, se superpone el currículum vivido, el oculto y el
nulo, respectivamente: lo explícito junto a lo oculto en la práctica cotidiana, lo que se aprende de hecho
con la experiencia escolar cotidiana y, finalmente, lo que se omite, lo no enseñado en la escuela. Terigi
también retoma esta clasificación y refuerza la idea de la selección que implica todo currículum, es
decir, el obligado recorte que conlleva a la exclusión de ciertos saberes, perspectivas, etc. que no
tienen legitimación social necesaria para su inclusión. Al momento de diseñar el currículum, debe
considerarse que el mismo, lejos de ser algo cerrado, es un orientador, una base a tener en cuenta al
momento de la práctica concreta, que implica a su vez presencias y omisiones tanto desde su diseño
como desde el proceso de enseñanza.
Bibliografía:
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