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religioso y judaísmo”
Por un programa judío ilustrado
Seminario Ilustración
Año: 2018
El siglo XVIII, en pleno auge ilustrado, encuentra dos debates centrales: la tensión
existente entre el poder político y el poder eclesiástico, por un lado; la relación de la razón
con la religión, por el otro.
Eial Moldavsky - Seminario Ilustración - Jerusalem o acerca del poder religioso y judaísmo.
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Amos Oz (julio, 2018). La cuenta no está cerrada. Universidad de Tel Aviv. Tel Aviv.
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Eial Moldavsky - Seminario Ilustración - Jerusalem o acerca del poder religioso y judaísmo.
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En la primera parte del libro, Moses Mendelssohn trata de incorporar su propia visión
en torno al debate que está sucediendo durante la época en relación al poder político y el
poder religioso. Si bien no ocupa el trabajo aquí presente, hago una breve reposición.
Comienza esta primera parte debatiendo los argumentos centrales de Thomas Hobbes y John
Locke. Si bien coincide con el primero en que el temor es una herramienta débil para hacer
durar un contrato, no cree que en estado de naturaleza los hombres no tengan ninguna
obligación. Este detalle será relevante de cara al tratamiento futuro que haga el autor con
relación a la legislación revelada, y a ciertos puntos de la religión que sí resultan accesibles a
todos más allá de un poder establecido. Con Locke, por otra parte, Mendelssohn rescatará de
sus cartas sobre la tolerancia el hecho de que el Estado no tiene incumbencia en las
creencias de cada uno de sus ciudadanos, sino en cómo se comportan civilmente.
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El intento de esta primera parte es establecer algunos límites y alcances del Estado y
de la Iglesia, así como de las personas. Mendelssohn no cree que estén absolutamente
disociados el mundo eterno y el mundo temporal, más bien al contrario: no hay forma de
cumplir con los deberes eternos sin entrar en sociedad. Establecerá una distinción entre
acción y creencia: una hace referencia a lo que exige el deber y la otra a la fuente de donde
este procede. Aquí toma un rol fundamental, como en el caso de Rousseau, la educación. La
religión es una herramienta para educar a aquellos hombre que viven en sociedad, de forma
que puedan armonizar sus creencias y las conviertan en acciones que los hagan buenos
ciudadanos. Hay una relación entre el bienestar en el mundo temporal y el eterno. Ni el
mundo eterno es el único mundo relevante, por lo que no importa mi vida en sociedad. Ni la
religión se subsume absolutamente al poder político. Debe haber, en el accionar del buen
ciudadano, una relación con las fuentes verdaderas: no son principios contrapuestos. Lo que
establecerá Mendelssohn es que una parte de estos principios será regulada por el Estado y la
otra por la religión. Aquellas acciones y creencias que residan en la relación de los hombres
entre sí le corresponderá al primero, mientras que las que tengan como objeto la relación del
hombre con su creador, corresponderá a la religión. Pero, lo que trata de exponer
Mendelssohn -en clara sintonía con Rousseau, como a lo largo de diversos pasajes del libro-
es que la religión es una herramienta fundamental para persuadir al ciudadano, la Iglesia2
debe “acudir en ayuda del Estado (...) y convertirse en un pilar de la felicidad civil.”3 El autor
está convencido de que el poder persuasivo de la religión es superior a cualquier ley positiva
a la hora de crear costumbre.
Otro punto sustancial en esta división que establece Moses es que las leyes coercitivas
corresponden únicamente al Estado. Esto lo retomará más adelante pero, básicamente, la
religión no se vincula con las personas desde la coerción, desde la negativa, sino desde el
hacer y los deberes. El efecto es doble: no solo busca dejar en claro cómo la religión se
relaciona con sus creyentes, sino que le quita todo poder de castigo a las instituciones; eso
queda únicamente en manos del Estado. Como lo expresa claramente algo más adelante: “El
Estado ordena y reprime, la religión instruye y persuade; el Estado hace leyes, la religión
mandamientos. El Estado tiene poder físico y se sirve de él si es necesario; el poder de la
religión es amor y hacer el bien.”4 Esta división es clave, no solo para tomar la postura del
2
Con Iglesia el autor se refiere a cualquier institución religiosa
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Mendelssohn, Moses. (1991). Jerusalem o acerca de poder religioso y judaísmo (Edición Bilingüe).
Barcelona: Anthropos. p 33
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Ib. p. 35
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autor con relación al debate que está teniendo la época, sino también para el tratamiento que
hará más adelante a la hora de establecer cómo vincularse con los mandamientos y las
verdades reveladas. No quisiera detenerme mucho más en las particularidades que describe
Mendelssohn en relación al hombre en sociedad, pero sí antes destacar una última cuestión:
de todos los derechos que los hombres pueden ceder en un contrato, el autor considera que la
religión es inalienable. Ningún contrato puede limitar ese derecho o convertir a ninguna
institución en juez de los asuntos de religión.
Este último punto es central en mi hipótesis de trabajo. Yo creo que, más allá de la
reposición que ahora haré de la segunda parte del libro, Mendelssohn tiene un problema que
lo acompaña durante toda su exposición: él da una solución judía a un problema católico.
¿Qué quiere decir esto? Más allá de las cuestiones religiosas y de los repetidos intentos del
autor por establecer paralelismos entre catolicismo y judaísmo, la disputa de poder solo se
puede dar con la Iglesia -ahora refiriéndome exclusivamente a la institución católica -. Por
varios motivos: en primer lugar, el judaísmo no disputa poder, ni a nivel religioso, ni a nivel
político, para la época en Europa. Es una comunidad que se encuentra excluida y marginada
de muchos de los sectores más gravitantes. Y, por otro lado, el judaísmo, tras la destrucción
del último templo, perdió la figura de cohen gadol5 y su acceso a la religión se volvió, en
cierto punto, horizontal. No hay en el judaísmo una figura que establezca cuáles son las
verdades últimas y, desde allí, dispute poder. Mendelssohn da una solución del lugar que
ocupa la religión en cada uno de los miembros de la sociedad, pero esta solo puede funcionar
en la medida en que no hay una autoridad que defina cuál es la interpretación última; esa
realidad, no es la de la Iglesia. Yo creo que, en este punto, el autor no puede resolver el
problema intrínseco de la disputa de poder. Pero antes de adelantarme completamente al
desarrollo de este límite, quisiera reponer algunos puntos fundamentales de la segunda parte
de Jerusalem para comprender cómo ve la religión Moses Mendelssohn y cómo el judaísmo
puede armonizar con su vida civil, conservando ambos aspectos.
La segunda parte del libro está dedicada a examinar algunos puntos fundamentales del
judaísmo, su relación con el cristianismo y la forma en que estas creencias pueden integrarse
perfectamente con los deberes de un buen ciudadano; aquí comienza el intento de
Mendelssohn por plantear una religión capaz de, por un lado, integrarse perfectamente con
los valores ilustrados y la sociedad a la que pertenece y, por otro, conservar su propia
identidad judía sin caer en la total asimilación.
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El cohen gadol es la figura paralela al Papa en el catolicismo
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Ib p. 151
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Ib p. 153
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Ib p. 155
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reforzadas mediante milagros.”9 Es decir, ni siquiera los milagros pueden tener más carga, en
sí mismos, que las verdades; solo están para confirmar lo conocido. Los profetas que enseñen
de manera contraria a las verdades, incluso que lo hagan mediante milagros, no se los debe
obedecer.
Todas estas verdades, legislación y deberes, están orientados al hacer del hombre.
Como dije previamente, Mendelssohn será muy detallado en que ninguna prohibición estará
apuntada a la creencia de cada uno, sino al hacer de cada uno. Estos conocimientos religiosos
y morales están unidos, en todo momento, a las acciones diarias de los hombres; no a la
especulación meramente. Esta debía ser la intención del legislador, la de unir las enseñanzas
con la vida.
Por eso, luego de todo este tratamiento de las verdades eternas, históricas, el valor de
la autoridad, los sentidos, las generalidades y la relación entre las enseñanzas y la vida,
cuando Moses establece qué debería ser el judaísmo o en qué debería consistir, su propuesta
resulta consistente. Esta es una religión que será accesible a todos, que no tendrá una única
autoridad decidiendo qué es y qué no es lo correcto, que no habrá milagros que valgan más
que las verdades y que, en última instancia, todo estará dedicado a tener una vida más feliz y
a ser mejores ciudadanos. En primer lugar, comienza sus conceptos del judaísmo diciendo
que las doctrinas “no son impuestas a la fe de la nación bajo amenaza de penas temporales o
eternas, sino recomendadas al conocimiento racional, de forma adecuada a la naturaleza y
evidencia de la verdad eterna. No podían ser dadas a conocer mediante una revelación
inmediata, mediante una palabra y una escritura, que sólo ahora y aquí son comprensibles.
El ser supremo las ha revelado a todas las criaturas racionales mediante cosas y conceptos.”10
Solamente en este primer punto ya aparecen muchas de las principales cosas señaladas hasta
aquí: no hay castigos, hay conocimiento. Este conocimiento está adecuado a la naturaleza, es
accesible para todos los hombres, no depende de un milagro que únicamente se esté dando en
este lugar en este preciso momento. Trasciende los lugares, los tiempos y no le corresponde a
un único pueblo elegido, sino a todos los hombres por igual.
El segundo punto hace referencia las verdades históricas del judaísmo, a su
información sobre el mundo primitivo, los padres de la nación y su relación con Dios. Y dice:
“Estas informaciones históricas contenían el fundamento de la cohesión de la nación (...) no
pueden ser tomadas más que como fe. Solo las autoridades les da la evidencia indispensable;
además, estas informaciones fueron confirmadas a la nación mediante milagros y apoyadas
9
Ib p. 175
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Ib p. 245
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por una autoridad, que era suficiente para situar la fe por encima de toda duda y vacilación”.11
Aquí aparece, nuevamente, el valor de las verdades históricas, donde la fe es determinante
para creer en la fuente. Pero, la autoridad y sus milagros, solo pueden confirmar estas
verdades, no las pueden negar ni operar en su contra.
El tercer y último punto es sobre las leyes, mandamientos y las reglas de vida, con
cuyo cumplimiento “esta debía conseguir tanto la felicidad nacional, así como cada miembro
de la misma su felicidad personal.”12 Hay dos puntos fundamentales en estas leyes escritas:
aunque fueron reveladas, son incomprensibles; su valor no está únicamente en la ley sino en
su transmisión, en su “enseñanza oral y viva”. Y, por otro lado, estas reglas tienen como
finalidad última, nuevamente, la felicidad pública y privada. La ley ceremonial está para unir
acción y contemplación, es la relación entre la vida diaria y las doctrinas.
Estos tres puntos que resumen la mirada de Mendelssohn sobre el judaísmo dejan, en
último lugar, la idea de que no se puede dividir Estado y religión. El hombre no puede entrar
en conflicto con el Estado a partir de su relación con Dios, la felicidad de la nación y la
felicidad individual se complementan, se potencian. Lo político no podía enfrentarse a lo
metafísico, según esta forma de ver el judaísmo; aquello que fomenta la felicidad del Estado,
debe ser una exigencia para la nación. Así como el Estado tampoco debe reclamar algo
contrario a los deberes con Dios. Pero aquí también emerge uno de los puntos centrales en los
límites de la solución de Mendelssohn al debate entre poderes políticos y eclesiásticos: en el
judaísmo, el único legislador es Dios. Nadie puede arrogarse un derecho eclesiástico. Todo
sacrilegio que se produce es directamente contra Dios como legislador, no contra la
increencia o la falsa doctrina. Con la destrucción del templo, el judaísmo deja como único
legislador a Dios, no hay autoridad eclesiástica. Por eso, si bien el intento de resolver una
parte de las tensiones de poderes puede ser válido, no aplica de la misma forma para la
religión cristiana. Esta solución es, únicamente, para la integración del pueblo judío. La
comunidad judía nunca va a tener disputa de poder porque no tiene un legislador más que
Dios. Y Dios nunca puede hacer algo que sea contrario a la razón o que vaya en contra de los
intereses nacionales. El reino de Dios, en Mendelssohn, es un ideal no realizado, no es una
disputa de poder; en la medida en que la nación no opere contra las creencias personales,
todos deben ser buenos ciudadanos, nadie puede hacer algo contrario al bien de la nación por
un bien eterno, estos no se contradicen ni se confrontan nunca. Según el autor, el judaísmo
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Ib p. 247-249
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Ib p. 249
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debería operar como el platonismo: “con un amor terreno y otro celeste, con una política
terrena y otra celeste.”13
En el final del libro se hace manifiesta la idea de Moses Mendelssohn de buscar una
integración definitiva del judaísmo con el resto del país. No solo en ningún momento hay
siquiera mención a la búsqueda o la constitución de un Estado propio, sino que claramente
dice: “adaptaos a las costumbres y a la constitución del país, a que os hayais trasladado, pero
manteneos también con perseverancia en la religión de vuestros padres.”14 La ausencia del
templo es un punto neurálgico en esta construcción: la única legislación es la del poder
terrenal, la única autoridad es la política. El objetivo es que, como ciudadanos, se dé la
integración que no se puede dar a nivel religioso. Que se les permita actuar como miembros
de esa sociedad sin exigir el abandono de conciencia, de religión. La pretensión no es la
homologación de las verdades religiosas, sino aceptar un pluralismo religioso con una
integración civil. Se expresa en contra de los acuerdos de fe que considera que le exigen
subsumir sus propias creencias por debajo de otras, aceptando verdades y convirtiendo en ley
cualquier opinión religiosa. Ya al final del libro el autor dice claramente: “Al que no estorba
la felicidad pública, al que actúa con rectitud respecto a las leyes civiles, respecto a vosotros
y a sus conciudadanos, dejadle hablar como piensa, dejadle dirigirse a Dios según su manera
o la de sus padres, y buscar la salvación eterna donde crea encontrarla.”15
Dije al principio del trabajo que el autor se enfrentaba a tres discusiones propias de la
época: tensión entre poder religioso y poder político, la relación de las verdades religiosas
con la razón y el problema de la integración del pueblo judío con la comunidad. Si bien el
libro parece apuntar a un nuevo programa judío que, en línea con el pensamiento ilustrado de
la época pueda tener valores religiosos vinculados con la razón y accesibles mediante ella,
también es cierto que en diversos momentos el autor establece ciertas similitudes entre el
cristianismo y el judaísmo, no solo en sus verdades sino en su forma de operar. Como dice
apenas comenzada la segunda parte del libro: “el cristianismo está construido sobre el
judaísmo y, si este cae, aquel necesariamente también se derrumbará sobre el mismo
montón.”16 Pero los análisis no pueden hacerse en conjunto.
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Ib p. 259
14
Ib p. 263
15
Ib p. 279
16
Ib p. 145
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respuestas a la idea de que la religión únicamente enseña el bien y que todo castigo de
creencia es esclavitud.
La comunidad judía de fines del siglo XVIII se enfrenta a una creciente ola de
antisemitismo. Como dije al comienzo, la idea de un Estado judío, además de resultar
utópica, tiene muy poco apoyo comunitario. El judaísmo, hasta pasada la Segunda Guerra y
la posterior fundación del Estado de Israel, es un pueblo que se mantiene en la diáspora y
tiene vínculos diversos con sus países pero no es un pueblo sionista, no es un pueblo que
piensa en su independencia. En Europa, el fenómeno de los ghettos se hace presente desde
1500 y la comunidad oscila en un péndulo entre aislarse del país al que pertenece e integrarse
completamente. Moses Mendelssohn pertenece a esta segunda rama, propia del pensamiento
ilustrado alemán de la época. Con la diferencia de que su asimilación es meramente civil,
frente a otras tendencias comunitarias de olvidar sus raíces judías por completo. La ausencia
de un poder eclesiástico que reúna a la comunidad, abre dos alternativas: la posibilidad de
hacer un tratamiento religioso horizontal, donde cada individuo desde su propia
individualidad pueda acceder a la religión, sus verdades eternas e históricas; pero también le
exige un enorme compromiso, de educación y de “soportar la carga” como él menciona sobre
el final.
Sin embargo, hay dos puntos que juegan a favor de este nuevo programa judío: las
diferencias civiles y las diferencias religiosas. Mendelssohn no solo debate la integración
civil de la comunidad judía al país al que pertenece, sino que también busca desautorizar
diversas diferencias religiosas que se producían al interior de la comunidad. Si bien en
muchas oportunidades se trata de reflejar a la comunidad judía como un espacio aislado, que
internamente no responde a los criterios sociales, para la época de Mendelssohn las
diferencias internas a nivel comunitario existen y son profundas. La división se establece
entre seis grupos, donde el superior tiene derecho a propiedades y a que las hereden sus hijos,
mientras que los más bajos no podían tener propiedades ni contraer matrimonio (Montener
Pérez, 1991). El autor se enfrenta a las diferencias internas comunitarias tanto a nivel civil
como religioso y este libro es una respuesta a todos esos sectores, destacando la importancia
de la integración social y cultural y la desaparición de toda diferencia a partir de motivos
religiosos. En el Dios bondadoso que quiere la felicidad para todos los hombres, encuentra la
justificación para unir la razón y la fe en una misma fuente.
Para finalizar, Mendelssohn consigue un equilibrio entre la conservación individual
detrás de un programa que contempla lo general. Se habla de nación mientras se piensa en la
felicidad de cada uno de sus miembros. Se argumenta en favor de una integración civil que,
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en todo momento, pueda reconocer y respetar las particularidades internas. La razón no choca
con la fe sino que, por el contrario, se complementan, se confirman mutuamente: ni la razón
puede hacer algo contrario al mandato divino, ni Dios ofrecer una verdad contraria a la razón.
La razón humana y la razón divina nunca se contradicen. De la misma forma que los poderes,
el poder terrenal, el bienestar de la nación, siempre es algo que es valorado desde el punto de
vista religioso. No hay un buen creyente que sea mal ciudadano, no existe una contraposición
de tal carácter. El bien político y el bien metafísico son uno. Allí radica, seguramente, el éxito
más grande de la obra.
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