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LAS VOCACIONES

ENCONTRARLAS, EXAMINARLAS, PROBARLAS

EMVIN BUSUTTIL, S.I.

Traducción del italiano: por el P. RUFO MENDIZABAL. S.I.

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INTRODUCCION A LA TRADUCCION ESPAÑOLA

Con la bendición de Dios ha sido recibido este trabajito con


mucha comprensión por parte del público italiano, especial-
mente por el clero al cual estaba destinado de modo particular.

He recibido muchos testimonios de reconocimiento y apro-


bación. Un Rector de Seminario me decía que, después de la
lectura del libro, se dolía de no haberlo leído antes porque, por
falta de método, había dejado escapar probablemente veinte
vocaciones, salidas entre los jóvenes de su Asociación. Una
Madre maestra de novicias me dijo que más de cinco novicias,
débiles en su vocación, se afirmaron y salvaron gracias a la lec-
tura de este libro. Un Padre jesuita me decía que bastantes almas
dirigidas espiritualmente por él, han encontrado en su lectura el
empujón más seguro para decidir su vocación. Un Monseñor
reunía semanalmente a una docena de almas atraídas por la
vida religiosa, para explicarles poco a poco lo que se decía en mi
librito, considerando este método como el mejor para darse
plena y sólida cuenta de la propia vocación.

No cito otros hechos para no alargarme demasiado. Todo es-


to nos da a conocer que Dios ha sido generoso en su bendición
y que se quiere servir de este libro para ayudar eficazmente no
sólo a los jóvenes que tienen vocación sino también a sus Direc-
tores espirituales.

Así pues, con gran gozo veo mi trabajito traducido en lengua


española. De hecho, tal traducción le abrirá las puertas de esa
noble nación donde las vocaciones florecen de una manera
admirable y donde otras almas podrán acudir a mis insignifi-
cantes experiencias personales en él descritas, y en alguna ma-
nera ser ayudadas en el descubrimiento y fomento de las voca-
ciones.

Aunque no tenía en la mente, cuando escribí estas páginas,


de un modo particular y específico, el ambiente español, estoy
seguro de que se adaptarán completamente a la juventud de esa

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nación, no sólo porque los jóvenes son todos iguales en nobleza
y generosidad, y por una cierta afinidad entre la mayoría de los
países latinos, sino principalmente porque el que infunde la
gracia de la vocación es el mismo Dios; uno es el Espíritu vivifi-
cador que ilumina y mueve las almas de los predilectos de Cris-
to, elegidos para ser los continuadores e íntimos colaboradores
de la obra de la Redención.

De todo corazón doy las gracias a los que han trabajado en


esta edición española de mi libro, especialmente a mi caro Tra-
ductor que ha sostenido con constancia y sacrificio el peso ma-
yor de todo el trabajo y se ha entregado con desinterés verdade-
ramente ejemplar.

Quiera el Corazón de Jesús, por cuya gloria únicamente se


ha emprendido esta obra, bendecirnos a todos e infundir en
aquellos que querrán leernos, un poco de su puro amor y el
sincero deseo de ayudar a las vocaciones religiosas y sacerdota-
les.

Roma, fiesta de Santa Margarita María de Alacoque,


17 octubre 1952.

Emvin Busuttil, S.I.

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APUNTES DE EXPERIENCIA PERSONAL

Este libro es un conglomerado de experiencias personales.


Por consiguiente es inútil buscar un orden matemático o una
división clara o citas eruditas. Por ello también tendré que ha-
blar muchas veces de mí mismo y de cosas relacionadas con-
migo.

Expondré al lector, llana y sencillamente, ideas, cosas y jui-


cios sin pretensión de hacer un texto ni de enseñar ningún mé-
todo, sino con el sincero deseo de que estos apuntes puedan
aprovechar para el incremento de las vocaciones y para hacer
felices a tantos y tan queridos jóvenes que son llamados por
Dios a cosas grandes.

Por lo general hablo de jóvenes, pero todo el conjunto vale


también para las jóvenes.

No nombraré a aquellos de quienes a lo largo del libro voy


hablando o citando sus cartas, porque son contemporáneos y
viven todavía.

Agradezco en todo lo que vale a los jóvenes que fiándose de


mí me han tratado como un verdadero amigo, revelándome sus
más íntimos sentimientos y escogiéndome por guía en el ca-
mino hacia Dios. A ellos debo mi experiencia y se lo agradezco
en nombre mío y en el de mis lectores por haberme dado plena
libertad para publicar estos retratos de vida que constituyen los
gozos y las angustias más íntimas de su juventud.

El título que he escogido quizá dé la impresión de que la ma-


teria va a ser tratada amplia y científicamente. No; no tiene el
libro la pretensión de tratar todas las cuestiones y de agotar una
materia tan vasta y compleja como son las vocaciones. Repito:
mi intención es la de exponer llana y sencillamente algunas
experiencias personales con la esperanza de que ayuden a
aquellos educadores o jóvenes que quieran leerme.

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He tratado principalmente a jóvenes de Bachillerato y a
otros, pertenecientes a varias asociaciones religiosas. Así pues,
quede claro que los hechos que narraré casi siempre oscilarán
entre esta clase de personas; sin embargo, las cosas que digo
pueden servir también para los mayores.

Mi intención es la de hablar de la vocación in genere, y así


como la vocación puede ser: 1) sacerdotal, 2) sacerdotal y reli-
giosa a la vez, 3) religiosa para Hermano coadjutor, 4) religiosa
femenina (para Hermana o Madre), y 5 ) también para algunos
de los modernos institutos religiosos laicos últimamente apro-
bados por la Iglesia; sin embargo, me detendré bien sobre una
clase de vocaciones bien sobre otra. Muchas veces no hago
distinciones porque hablo de lo que es común a cualquiera vo-
cación o sea a la llamada. No obstante, el lector podrá entender
sin dificultad cuándo se habla de vocación sacerdotal, cuánde
de vocación religiosa y sacerdotal y cuándo se alude a vocacio-
nes femeninas, etc.

No he querido dividir y subdividir demasiado la materia para


dar al libro aquella frescura y variedad que, al par que gusto, dé
una idea completa del problema.

Ruego a mis queridos lectores tengan a bien avisarme de


cualquier error o exageración que encontraren, y ayudarme, si
así les parece, a desarrollar mejor alguna página o cualquier
punto en especial, a informarme sobre sus impresiones; en una
palabra, a darme nuevos materiales para una posible reedición.

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INTRODUCCION:

¿A QUIENES VAN DIRIGIDAS ESTAS PAGINAS?

- A todos

- Sin embargo, principalmente y más en particular, a los sa-


cerdotes , religiosos, religiosas y promotores de vocaciones, para
que con sagacidad, sinceridad y seriedad sepan distinguir las
almas que son llamadas por Dios a su Casa y Santuario.

- Pero este librito también será útil a los jóvenes que se en-
cuentran en el momento de decidir lo que será su vida terrena.
Podrán descubrir “su vida”. Si son de los llamados y escogidos
por Jesús para ser los Amigos íntimos de su Corazón en la vida
religiosa, no les será difícil a través de estas páginas asegurarse
de su vocación divina.

- Los padres también encontrarán materia en la lectura de


este libro. Puede suceder que Dios llame a la vida religiosa a
alguno de sus hijos. Sí así fuere tendrán noticia de lo que es la
vocación, sabrán comprender a sus hijos y estarán en condicio-
nes de examinar y hacerse cargo de si son o no realmente “lla-
mados”. Además, si desean que el Señor honre a su familia con
una vocación, en este librito aprenderán a preparar el terreno al
divino Sembrador, a fin de que el germen de la vocación que
Dios quisiere poner en el corazón de su hijo, encuentre el calor y
el ambiente propicio que lo haga primero germinar y más tarde
fructificar.

En estas páginas el lector se dará cuenta de que no solamen-


te me dirijo a los sacerdotes, sino que a menudo lo hago a los
mismos jóvenes; y eso porque no quiero que este libro vaya
dirigido exclusivamente a los sacerdotes; y así, dirigiéndome
directamente al alma del joven, doy a mi idea mucha más clari-

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dad y espontaneidad y pongo en boca del sacerdote las mismas
frases que él pudiera usar en parecidas circunstancias.

TENGAMOS IDEAS CLARAS

Bien pronto nos daremos cuenta de que todos pueden y con


facilidad ser apóstoles de las vocaciones porque, las más de las
veces, el gran trabajo de “suscitar” vocaciones consiste en dar a
conocer al joven que él tiene señales de vocación. Erróneamen-
te solemos decir que es necesario suscitar vocaciones cuando
más bien debiera decirse que lo que importa es descubrir las
vocaciones y revelarlas a los jóvenes, los cuales muchísimas
veces la llevan en el corazón sin darse ellos cuenta.

Por lo tanto, nuestro trabajo no es el de “fabricar”, por decirlo


así, las vocaciones o el de atrapar a los jóvenes o el de saberlos
atraer, conducir o dominar. ¡Nada de eso!

Para trabajar en este campo lo primero que se necesita es


sinceridad. De ninguna manera queremos al que no es llamado,
porque tal vez obtendríamos un apóstata o un infeliz. El que no
es llamado por Dios no será nunca un buen sacerdote ni podrá
ayudar eficazmente a la Iglesia en su divina misión, sino que
servirá de estorbo a los demás sacerdotes o a sus compañeros
religiosos, y de escándalo a las almas.

¡Ojalá no conociéramos las consecuencias de falsas vocacio-


nes que no vienen de Dios!

Por tanto, es ridículo darnos el tono de personas que saben lo


que se hacen, de propagandistas influyentes o de padres de vo-
caciones. El único Padre y Creador de vocaciones es el Señor de
la mies, Dios, que un día pudo decir a sus apóstoles: “No me
elegisteis vosotros a Mi, sino que Yo soy el que os he elegido a
vosotros”. Nosotros podremos ser simplemente los ayudantes

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del joven para que él, iluminado por Dios y sostenido por El y un
poco por nosotros, pueda advertir y caer en la cuenta de que es
un llamarla

Pongamos en juego nuestra pobre inteligencia y juzguemos


cada caso según lo que dicte la prudencia, pero recordemos que
estas dos luces son lucecillas en la presente materia; y sobre
todo apoyémonos en la oración y en la humildad pensando que
los caminos de Dios son muy distintos de los nuestros y que la
luz de Dios confunde nuestra prudencia que, en su compara-
ción, es necedad.

Sé de un joven que quería hacerse religioso pero sus supe-


riores no querían admitirle porque les parecía que tenía poca
firmeza de carácter. En cambio fue admitido un compañero
suyo que mostraba más entusiasmo, habilidad y firmeza. Mu-
chos Padres muy serios y graves decían de él: “Si éste no tiene
vocación no la tiene nadie”.

Y no obstante, al cabo de tres meses, el joven volvió a su casa.


Tristezas; melancolías terribles, el estar lejos de su madre... no lo
pudo soportar. Rogó, se aconsejó, se esforzó... todo fue inútil .

Volvió de nuevo al colegio. Me asusté por el otro, no fuese


que perdiera también él la vocación. Sonrió a mis temores y me
dijo: “Ciertamente, si el Señor no me ayuda, me pasará lo mis-
mo, pero rogaré. Por lo demás no me ha afectado nada la defec-
ción de mi amigo”.

Al final del año volvió a insistir y esta vez fue admitido pero
no quería mandársele solo al Noviciado. Se temía que le sobre-
viniese cualquier crisis. Aún no les parecía bastante fuerte y
decidido. Por lo tanto, los superiores introdujeron esta vez una
novedad en las costumbres y admitieron al Noviciado a otro
joven de 4.º de Bachiller de 15 años, brioso, vivo, tenaz.

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“Así—se decían—dará ánimos al otro y le asegurará la perse-
verancia”.

A los tres meses de Noviciado éste último enfermó y tuvo


que abandonar la religión. Y aquel del que todos temían ha per-
severado; han pasado ya diez años y no da señal alguna de vaci-
lación.

¡TODO ESTO PARA DEMOSTRARNOS QUE NUESTRA


“PRUDENCIA” PUEDE EQUIVOCARSE!

Cuando uno no es llamado, es completamente inútil insistir.


No basta decir: “Aquél sería un óptimo párroco; qué carácter
para misionero; tiene cara de santito; es inteligente, reposado,
bien formado: ¡sería un sacerdote...!; ¡una vocación estupenda !”.

Dirigía a un joven: carácter maravilloso, voluntad firme, serio


pero al mismo tiempo alegre. Los que le conocían pensaban,
mejor dicho, estaban persuadidos de que al final se haría religio-
so. Era sincero y con toda sinceridad y lealtad hizo sus Ejercicios
Espirituales para conocer si realmente Dios le llamaba. Oró, se
aconsejó con bastantes Padres, todos estimados por su santidad
y don de consejo: ¡nada! No sintió absolutamente nada, o mejor,
no acertaba a convencerse de que fuese llamado a la vida reli-
giosa. “ Si Dios me llama —decía—, yo le sigo en seguida y sería
feliz; más aún, todos los días ruego mucho para hacer bien la
elección de estado pero no puedo convencerme de que tengo
vocación”.

Le respondí sonriendo: "Está tranquilo; has hecho lo que de-


bías hacer; continúa rogando para que Dios te ilumine. Y si Él te
quiere, ya te lo dará a conocer de un modo claro”

Conozco a un señor buenísimo, casado, verdadero militante


de la Iglesia. Siendo joven tuvo sus inquietudes acerca del pro-
blema de la vocación. Cierto director espiritual suyo estaba con-
vencido de que tenía vocación, pero no obstante el joven con

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toda sinceridad no acababa de convencerse. Oró y comprendió
que no se le llamaba por aquel camino. Se casó y Dios le bendijo
y le continúa bendiciendo.

¡ES INÚTIL! LA VOCACIÓN ES OBRA DE DIOS, y como en


todas las demás obras de la gracia cuando ya parece que se ha
hecho todo y la cosa va bien, hemos de confesar que "somos
siervos inútiles". Y decimos esto por no quedar por mentirosos.

Por esta razón es vano el querer atribuirse el mérito de cual-


quier vocación, es injusto exagerar, forzar o empujar con razo-
namientos puramente humanos. Es ridículo insistir en que un
joven ha de hacerse religioso aunque no tenga ganas por el sólo
hecho de que de otra forma haría quedarme mal.

Seamos sinceros y desinteresados; no trabajamos por noso-


tros sino por Dios, por la felicidad del joven y por la salvación de
las almas. Si no hay vocación no la podremos inventar, y si hay
vocación no podemos prescindir de ella, ni aun cuando se trate
de un joven que quizá le tengamos poca simpatía o no parece
que sea el tipo que responde a la idea que nos hemos formado
en nuestra cabecita, que muchas veces es muy pequeña.

IDEAS FIRMES QUE DEBEN TENER


LOS QUE TRABAJAN POR LAS VOCACIONES

1. Su propia vocación es una cosa bellísima

Un sacerdote, un religioso que no ama su vocación, que no


tiene aprecio a su estado y casi como que va tascando el freno,
nunca podrá trabajar por las vocaciones. Más aún, obstaculizará
semejante trabajo.

Un día me dijo un religioso que él nunca había animado a un


joven a seguir su modo de vida, y lo decía gloriándose de ello.
Yo, que todavía era jovencito, me dije para mis adentros: “¡Y se

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gloría! Se ve que no ama su vocación”, y como consecuencia me
guardé mucho de hablarle de mi ideal que acariciaba hacía ya
tiempo.

Otra vez, sin ser visto, oí el coloquio de dos seminaristas:


«Tú, querido X, puedes trabajar por las vocaciones porque eres
un entusiasta de la tuya, la amas y la vives intensamente, pero
para mí es un tormento, una infelicidad. ¿Cómo puedo decir a
los demás que me sigan?”

Después supe que el seminarista que habló de aquella mane-


ra era víctima de una crisis espiritual y que estaba atravesando
un período de tentaciones grandísimas. Después, por su oración
y, especialmente por la de su madre, venció. Hoy es un fervoro-
so sacerdote y misionero.

Si no se ama la propia vocación, si la vivimos con tibieza y


casi como soportándola por algún temor o esperanza humana,
¿cómo se puede hacer sentir o hacer ver a los demás lo bello que
es el servir a Dios?.. Ni siquiera seríamos sinceros si lo hiciése-
mos así.

Dios se sirve de instrumentos aptos: el que es ciego no puede


guiar, el frío no puede calentar, el triste no puede sembrar ale-
gría.

2. Son muchos los que tienen vocación

No es preciso ir a buscarlos muy lejos o a otros sitios. Los te-


nemos entre nosotros. No nos damos cuenta porque la voca-
ción es un tesoro escondido que se ha de descubrir y por regla
general en un ambiente favorable sale a la superficie y se da a
conocer.

Jesús, ciertamente, no puede dejar a su Iglesia sin sacerdo-


tes, y a la par que Ella se desarrolla, ellos han de aumentar. Y con
todo, sucede lo contrario. Los católicos crecen y los sacerdotes

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disminuyen. Faltan vocaciones. ¿Es que tal vez Dios no llama?
¡Sería absurdo! Dios que quiere el fin (la salvación del mundo) ha
de dar también los medios (las vocaciones).

Pues entonces querrá decir que muchas vocaciones quedan


estériles, ahogadas, no seguidas, y sin embargo, hay, debe de
haber, vocaciones. San Juan Bosco decía que más del 30 por
ciento de nuestros jóvenes católicos tienen vocación.

Una vez quise comprobar si San Juan Bosco exageraba. Era


Profesor en una clase de Bachiller. Enseñaba, entre otras mate-
rias, italiano y tenía dieciocho alumnos. Les dí como composi-
ción el tema “Mi porvenir”. Pues bien, de dieciocho, doce me
hablaron de vocación sacerdotal, religiosa o misionera.

Existe otra cosa cierta, y es que si el Señor ha de llamar jóve-


nes a su escuela y a su sacerdocio, ciertamente no irá a buscar-
los entre los paganos o herejes sino entre los católicos. No hay
que maravillarse, pues, si alguna vez los seminarios o los novi-
ciados parecen demasiado llenos. “¿Qué haremos con tantos
sacerdotes?”, se oye decir. Estos tales no creen sino que los sa-
cerdotes únicamente van a ser necesarios en su tierra. ¿Y para
todo el resto del mundo que todavía es esclavo del demonio y
que es el gran “ciego del camino”?

Son muchos y aún diría muchísimos los jóvenes católicos


que son llamados a la vida religiosa pero (y estamos frente a
otra convicción necesaria) pocos conocen que la tienen y
poquísimos los que la siguen. Sobre esta convicción se basa
principalmente el trabajo que se ha de hacer en este terreno.

La vocación, como las demás inspiraciones de Dios, puede


pasar inadvertida sin dejar un profundo surco, puede no ser
entendida porque el corazón del joven está distraído, puede ser
ahogada por tentaciones o pecados, puede ser desechada por
egoísmo o por creer que es demasiado difícil.

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De hecho, los jóvenes buenos, todos aman al sacerdote y
muchos comprenden que su existencia es necesaria para las
almas y para la Iglesia. Saben que Jesús llama a los jóvenes para
seguirle y comprenden que estos tales son afortunados, pero
frecuentemente no pasan de estas ideas teóricas al juicio prácti-
co que concluye: “¿Y por qué no me hago yo sacerdote?” y de
esa manera llegar por lo menos a la SOSPECHA de que en ellos
puede darse la vocación. Y cuando esa pregunta les está hecha
por otros, la mayoría de las veces se azoran y después dicen:
“¡No lo he pensado nunca!” o “Para el sacerdocio Dios llama a los
santos”, o también: “No tengo vocación”. Y si se les insiste pre-
guntando: “¿Pero tú sabes lo que es vocación?”, muchas veces
no se obtiene respuesta alguna.

Me encontraba en un colegio y vi a un joven. Un ángel de


muchacho, tanto que me pregunté sinceramente si le podía
comparar a San Luis Gonzaga. Estudiaba el 5.º de Bachiller y
tenía quince años. Le pregunté qué quería ser. La respuesta fue
que nunca lo había pensado.

“Bien—terminé—, piénsalo. Puede darse que Jesús te llame a


su servicio”.

Pasados seis meses volví a la carga. Aún no lo había pensado.


Y mientras tanto continuaba comulgando cada día, hacía su
meditación, su lectura espiritual y también su poco de apostola-
do.

“Pero, hijo, piénsalo; ¡es la cosa más importante!”

Finalmente se decidió a hacer los Ejercicios Espirituales.


Piensa y, como esperábamos, se da cuenta que tenía vocación.
Antes de partir para el Noviciado me dijo: “Si usted no me hu-
biese dicho nada no hubiera pensado nunca”.

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HE AQUÍ, PUES, NUESTRO TRABAJO:

1) Preparar el ambiente, para que en él se pueda desarrollar


la vocación si Dios se digna darla.

2) Saber individualizar a los jóvenes que probablemente son


llamados, y darles a conocer su vocación de tal manera, sin em-
bargo, que los dejemos libres, que sean ellos y no nosotros los
que decidan.

3) Examinar y probar su vocación y asistirles hasta que ha-


yan llegado a alcanzar su ideal

Esto es lo que iremos diciendo en este pequeño trabajo. Es-


tán en un error los que piensan que ha de ser el joven el primero
que ha de hablar de la vocación. Alguna vez, y quizá muchas
veces, he de ser yo sacerdote, yo religioso, yo amigo, el que
rompa el hielo y estimule al joven a darse cuenta del tesoro la-
tente que lleva en su corazón.

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LA INTENCION
QUE HEMOS DE TENER EN ESTE TRABAJO DIVINO

Quiero decir que no hemos de trabajar por las vocaciones


para hacernos ver, para ser beneméritos de nuestra Orden o
para aumentar el número de nuestros sucesores, los cuales de-
berán después continuar nuestro trabajo; muchísimo menos
nos ha de animar a este trabajo la idea de querer situar en la vída
a nuestros penitentes o a nuestros familiares y procurarles por
medio de la vocación un medio para poder estudiar o hacer
carrera en el mundo.

Nuestro único ideal al emprender este apostolado ha de ser


Jesús y el alma del joven.

He de desear únicamente ayudar al Señor a encontrar otro


corredentor que continúe su trabajo (no el mío). Y porque co-
nozco el gozo del Corazón de Jesús al poder tener un nuevo
amigo íntimo, al ser servido por un alma sincera, al recibir el
holocausto completo de un corazón generoso y puro, me daré al
trabajo y arremeteré con cualquier contratiempo para acercar a
Jesús esas almas y ayudarlas a consagrarse a El. Y, finalmente,
será el amor a las almas el que me empuje a trabajar por las vo-
caciones. Será el amor espiritual y sincero por el joven llamado
el que me conduzca a ayudarle para que alcance aquella felici-
dad que yo ya poseo, la seguridad de salvar su alma y la embria-
guez de poder amar a Jesús, vivir en su Casa y tocarle en el San-
to Sacrificio.

No seremos nosotros los que tracemos al joven el camino


que ha de seguir, ya que no se trata de hacer salesianos, jesuita s
o dominicos. No trabajaremos en favor de esta o de aquella Or-
den. Queremos trabajar por Dios al cual pertenecen todas las
Órdenes religiosas, por el alma del joven que podrá encontrar su
santificación y la voluntad de Dios en cualquier Orden o Con-
gregación religiosa.

Así pues, ¡al trabajo!

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PRIMERA PARTE:

EN BUSCA DE LAS VOCACIONES

LO PRIMERO: ORACIÓN

¡Oración! Es inútil insistir. Estamos todos persuadidos y no


hay necesidad de repetir mucho la misma cosa. Sería como
querer convencer a alguien de que para vivir es necesario respi-
rar.

Se trata de una cosa eminentemente sobrenatural que tiene


algo de misterioso y que no se puede ver o juzgar con los cálcu-
los humanos por más que éstos estén basados sobre el dogma o
la moral cristiana. Cada uno de nosotros debería ofrecer cada
dia alguna oración para tener la luz y la posibilidad de ayudar a
alguien en su vocación.

A menudo se dice: "Entre mis jóvenes no hay esperanza". ¡No


es verdad! ¡Ora!

Otros dicen: "Acerca de esta materia no entiendo nada; temo


equivocarme." Ora y no temerás... y además empezarás a enten-
der.

Y a la oración es necesario añadir el ayuno, es decir, la peni-


tencia, la mortificación, querida y aceptada.

Como bien se ve, estamos muy lejos del ejercicio de una


ocupación o de una carrera. El que quiera obstinarse en ver en
nosotros personas hábiles en hacer caer a los jóvenes en la red
de nuestros engaños, gente que quiere hacer proselitismo, no
comprenderá este nuestro lenguaje que mira a la preparación
sobrenatural. Estamos en un plano totalmente diferente.

MODOS CÓMO SE MANIFIESTA LA VOCACIÓN

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Para empezar desde algo lejos veamos un poco de cuán di-
versos modos puede nacer una vocación, o mejor, cómo empie-
za a manifestarse en el individuo.

Es preciso que nosotros conozcamos estas formas, porque


bien puede darse que cualquier joven, confiado a nosotros, esté
en alguno de esos caminos.

No se trata por ahora del método de examinar las vocaciones


sino de ver los modos cómo pueden empezar a manifestarse.
Estamos aún muy lejos de poder juzgar si una vocación es ver-
dadera o no.

1) Manera casi natural.

O sea, sin ningún influjo extrínseco, una vocación que esta-


mos tentados de llamar congénita, en la que no aparece un ver-
dadero momento de decisión, pero el joven... siempre la ha sen-
tido así, él mismo no recuerda haber tenido una idea diversa de
aquella de hacerse religioso.

Tenemos un ejemplo en Santiago Tutain, nacido en Mans el


año 1922. Juan, el hermanito mayor, un día le declaro:

—Yo seré doctor.

—Pues yo —respondió Santiago— seré sacerdote, porque es


lo mejor del mundo.

—Cierto, —respondió el otro— pero se necesitan también


buenos médicos, ellos pueden hacer mucho bien hablando de
Dios a los enfermos.

Nos sorprenderá saber que este diálogo lo sostuvieron dos


niños, el uno de seis y el otro (el curita) de cuatro años. Aquí
tenemos un niño que a los cuatro años habla de su deseo de ser
sacerdote. Y se trata de una cosa pensada y escogida porque
para él es "lo mejor del mundo".

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Dos años más tarde ante sus persistentes deseos, su mamá le
pregunta:

—¿Pero sabes, por lo menos, por qué quieres ser sacerdote?

—¡Oh! por muchas razones; antes que nada para hacer amar
a Jesús, para mandar muchas almas al cielo... y para tener a
Jesús en mis manos durante la Misa.

Este pensamiento le venía frecuentemente a la mente aun en


medio de los juegos.

Un día, mientras jugaba con Juan, encuentra en la papelera


unas matrices de cheques. Juan se queda con la matriz más
gruesa y da la pequeña a su hermano. Y Santiago explica a su
madre:

—Juan ha de ser doctor y ganará mucho dinero, por eso debe


quedarse con el paquetito más grueso de cheques; en cambio yo
me contento con el más pequeño, porque como he de ser sa-
cerdote solamente tendré necesidad de un poco de dinero para
mis obras y para mis pobres.

Y cuando juega con su autito se imagina que lleva a sus futu-


ros alumnos en peregrinación y corre gritando:

—¡Llevo a mis alumnos en peregrinación!

En el Colegio es el primero en clase de Religión, y pregunta:

—¿Si continúo así, cree usted que podré ser sacerdote?

Más tarde, llegado a su casa, cuenta:

—Esta mañana, de los alumnos externos sólo hemos comul-


gado Juan y yo. Pero es natural que yo comulgase, pues soy
Cruzado de la Eucaristía y futuro sacerdote.

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Y cuando en el colegio entra a formar parte del coro confía a
su madre:

—¡Si supieses cuánto me gusta vestir mi sotanita (de mona-


guillo) mientras espero la otra (la de sacerdote)... ¡Pero aquélla
será larga, larga!

Otra vez su madre le oye hablar en voz alta, solo en su apo-


sento.

—¿Qué haces ahí? —pregunta—. ¿Estás quizá repitiendo la


lección?

Y Santiago, que está acostumbrado a responder siempre con


franqueza, le explica:

—No, sino que cuando estoy solo me ensayo a echar sermo-


nes.

—Échame uno —dice sonriendo su madre.

—Todavía no, aún no sé bastante.

Con estos pensamientos y sentimientos Santiago continuó


hasta los dieciséis años, edad en que le sorprendió la muerte,
1
que fue la de un santo .

¡Cuántas veces entre los niños de nuestras asociaciones o de


nuestros colegios encontramos los mismos sentimientos!

2) De modo casi insignificante.

La estima por un religioso llega a hacerle decir: Quiero ser


como él... La madre empuja y el hijo, primero sufre, después
comprende y desea y quiere, y es capaz de combatir contra
quien sea para obtener lo que ya se ha transformado en su ideal.

1
De Ma Jeunesse au Christ., Julio l947, nº 103, p. 2.

22
Otras veces es el hábito de una determinada Orden religiosa que
gusta y atrae; otras son cosas de nada que suscitan en el corazón
una especie de atracción que termina con una verdadera voca-
ción.

Dos jóvenes polacos encontraron buenísimo un plato de


arroz con leche que el Padre les dio para premiarles el haberle
ayudado una Misa cantada. Preguntan si también los otros Pa-
dres de la Orden comían por la mañana aquel arroz. A la res-
puesta afirmativa se ponen de acuerdo, y terminados los estu-
dios medios entraron en la Orden. Cuando después hicieron los
Ejercicios Espirituales y examinaron si habían tenido recta in-
tención en su vocación, se fueron llorando al P. Maestro confe-
sando que su intención no había sido del todo muy espiritual. El
Padre quedó maravillado, después preguntó con calma:

—¿Pero teníais también el deseo de salvar las almas y de ser


santos?

—Sí—fue la tímida respuesta.

—Bien, hijitos, el arroz con leche fue el anzuelo con el cual


Dios os pescó; ahora pensad en el verdadero fin de vuestra vo-
cación.

Hoy aquellos dos Padres hacen un gran bien con su ferviente


apostolado.

Sé de uno que entró como Hermano lego en una Orden por-


que creía que los cubiertos eran todos de plata y él pues... los
quería robar. Una vez dentro tomó parte en las pláticas, sermo-
nes, lectura espiritual y todo lo de la vida de comunidad. Le pa-
reció encontrarse en un paraíso, se arrepintió de su proyecto, se
confesó y sigue en la religión y es feliz.

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Un día recibí una carta de un Padre jesuita que me hablaba
de un joven que pertenecía a la Congregación Mariana que yo
dirigía en Palermo, asegurándome que el tal joven le había ma-
nifestado su deseo de ser jesuita y le había pedido ayuda y di-
rección.

El joven se encontraba enfermo. Corrí a visitarle pero no pu-


de hablar claramente porque su madre estuvo delante todo el
tiempo. Me limité a decirle que me había escrito el P. Z... y que
me había dicho alguna cosilla que se refería a él. Después le
eché una mirada significativa y reí con toda el alma. El sonrió y
bajó los ojos enrojeciendo ligeramente. "Me ha entendido", dije
entre mí. Y durante toda la conversación nos cruzamos miradas
y sonrisas, se entiende, siempre significativas.

Después de una semana se repuso y volvió al colegio. Le lla-


mé: sentía fiebre por hablarle claro. Entró en mi aposento y se
sentó. Le miré con una mirada larga, escrutadora. Un joven óp-
timo, quince años, serio, comunión diaria, meditación, lectura
espiritual, bastante estudioso... en fin, algo de vocación seguro
que tenía.

—Bueno —dije rompiendo el fuego—. ¿Sabes quc cosa me


escribió el P. Z...?

—¿Qué? —sonrió frío-, pero yo estaba convencido que lo ha-


cía por disimular.

—Me dice que tú le hablaste de vocación y que quieres una


dirección adecuada.

—¿Yo?—dijo levantándose de un salto.

—¿Cómo? —dije yo—. ¿No es verdad? Mira la carta. No creas


que lo he hecho a propósito para hacerte caer en la trampa.

24
La leyó. ¡Maravilla de las maravillas!

—Padre, le aseguro que no me acuerdo absolutamente de


nada. Quién sabe qué habrá entendido. Pero ciertamente yo no
le he hablado nunca de vocación.

Reímos los dos. La cosa era cómica. Le conté todas las mira-
das "significativas" y todos los "quid pro quo".

Cuando nos íbamos a despedir me dijo:

—Y sin embargo es una cosa en la que debiera pensar. El año


que viene terminaré el Bachiller y aún no sé lo que haré.

—Aún hay tiempo—concluí—, ruega y piensa un poco de vez


en cuando, pero con calma.

—Mire, Padre —dijo—, yo ahora no tengo nada que hacer,


¿me podría dar una pequeña instrucción o dirección para ver si
tengo vocación o no?

Yo, que no deseaba otra cosa, me resigne a hacerle un colo-


quio que duró una hora y media. Después de aquél siguieron
otros, los cuales fueron coronados por una seria decisión de
abrazar el estado religioso.

¿Podía esta vocación nacer de una forma más baladí?

3) Ver a un muerto

Todos conocen la historia de la vocación de San Francisco


de Borja, tercer General de la Compañía de Jesús. Se había ya
entregado a una vida intensamente cristiana, pero el golpe de
gracia se lo dió la vista del cadáver de la emperatriz Isabel des-
hecho por la muerte. Había conocido a aquella joven soberana y
también él se había unido al coro que unánimemente alababa su
maravillosa belleza. Y ahora ¿qué? Le hirió un sentido tan pro-
fundo de la vanidad de las cosas de la tierra que de Duque de

25
Gandía se transformó en un ferviente religioso y después en un
Santo.

Dos amigos se citaron en una iglesia. Era domingo; oirían


Misa juntos y después saldrían de paseo. José fue al templo pero
su amigo no daba señales de vida. Terminó la Misa y... ¡nada! Se
acercó a una señora conocida:

—Perdone, ¿ha visto a Juan?

—¿Cómo? —respondió ésta—. ¿No sabes que murió ayer?

—¿Muerto?

—Sí, ayer, yendo con la bicicleta fue lanzado contra la pared


por un auto. Le llevaron a su casa y ya era cadáver.

José corre a ver a su amigo. En la casa silencio, sollozos, luto.


Permaneció largo rato delante del féretro. ¡Ayer lleno de vida y
de esperanzas! ¡Todo vanidad! ¡Cuánto más vale servir a Dios, y a
El solo! Dejó carrera y familia y hoy José es religioso y sacerdote.

Lelio, en cambio, un compañero mío de colegio, se decidió a


hacerse religioso después de haber visto muerta en Catania a
una compañera suya de universidad. Despidióse de su novia y
abrazó la vida religiosa.

La muerte con su predicación silenciosa es una óptima con-


sejera. Aun San Ignacio aconseja al joven que hace la elección
de estado el imaginarse que está en el lecho de muerte y que
piense cómo desearía en aquel momento haber vivido toda su
vida.

4) Una frase acertada

26
Muchas veces es una frase misteriosa, dicha quizá con un
fin no religioso, la que hace pensar y conduce al joven a la con-
vicción de que Dios le llama.

Me acuerdo, de cuando fui Prefecto en un colegio, que escri-


bí unas palabras de felicitación en el dorso de una estampa a un
joven que celebraba su santo. Era un muchacho que sentía de-
masiado su personalidad, que buscaba el hacerse ver y darse
importancia. Quería corregirle de este defecto y dirigirle ese
sentimiento a un ideal superior.

Entre otras cosas le escribí que Dios esperaba de él cosas


grandes. Fue la única frase que le hirió. Vino a mí y quiso que le
diese explicaciones. No sabía qué responderle, porque había
escrito aquella frase sin ningún fin preciso. Me limité a decirle
que rogase a Dios para que le iluminase. A los pocos días me
dijo que ya lo había entendido. Se hizo más devoto, más humil-
de, más bueno. Le pregunté

—¿Qué hay?

—Quizá el Señor quiere que sea misionero.

Otra vez di un día de retiro a jóvenes de Acción Católica. Ha-


blaba del Reino de Jesucristo y durante la meditación dije esta
frase:

«Aquí podría hacer algunas explicaciones para aquellos que


quisieran hacer la elección de estado, pero para vosotros no hay
caso. Quiero en cambio hacer estas otras aplicaciones..."—y
continué hablando de otras cosas.

Después del retiro me despedí de los jóvenes y mientras uno


de ellos me besaba la mano le dije bromeando:

—Eres un "mal sujeto".

—¿Por qué? —me preguntó serio.

27
No le respondía porque me rodearon otros que me querían
saludar y dar las gracias. Cuando todos se fueron me veo delante
al... «mal sujeto».

—¿Todavía estás aquí?—le dije maravillado.

—Sí, y no me marcharé mientras no me explique por qué me


ha llamado «mal sujeto".

—Pero si no es nada —dije sonriendo—, fue sólo una broma.

—No, usted quería decirme algo. Quizás... se paró y se puso


colorado.

—¿ Quizás ... ? —pregunté animándole.

—¿Quizás usted cree que yo no amo a Jesús porque no quie-


ro ser sacerdote? Es verdad que cuando era pequeño tuve esa
intención.

—¿Y ahora, no?

—Qué quiere, ahora ya no tengo vocación.

Le llevé a mi aposento y hablamos durante dos horas; cuan-


do nos despedimos estaba convencido que aún tenía vocación.

Cuando estuve en Sicilia, entre los chicos del colegio vi a


uno muy devoto, serio, amable, buen tipo, pero no me gustaba
que fuese a la iglesia con camiseta de mangas cortas y además
que llevase unos pantaloncitos demasiado cortos.

Un día le paré mientras salía de la iglesia donde había co-


mulgado. Iba con su hermanito... el cual siempre llevaba man-
gas largas.

28
—Este sí que es bueno —le dije señalando a su hermano—; va
a la iglesia vestido decentemente. Tú, en cambio, comulgas con
mangas cortas. No está eso tan bien.

Sonrió un poco disgustado y se fue sin responderme.

Durante dos días cambió de camiseta pero poco a poco vol-


vió a empezar. En cuanto a los pantalones demasiado cortos no
quise decirle nada por no turbar su ingenua inocencia. Por su
mirada me di cuenta de que debía de ser un ángel. No obstante,
se lo dije a su madre.

—Padre —me respondió—, ya se lo he dicho. No me quiere


escuchar. Dice que los pantalones que llegan hasta la rodilla no
son elegantes. Cuando le hago un traje nuevo me recomienda
siempre hacerle los pantalones bien cortos.

Quedé mal. Y sin embargo el chico era buenísimo, bueno de


veras.

Pasaron tres meses. El seguía siempre lo mismo con la moda,


pero asiduo a la comunión diaria, correctísimo en el hablar y,
con todo... frío espiritualmente. ¡Le hubiera zarandeado!

Un día le encuentro en la sacristía.

—Querido Salvador, dime, ¿estás contento? Te veo tan


bueno, comulgas cada día, sirves de ejemplo a los demás, en los
estudios vas discretamente... pero ¿no te parece que te falta al-
go? Me das la impresión de que no estás contento de ti mismo.

Me miró con sus ojos puros, se sonrió un poco y después


afirmó:

—Es verdad, no estoy contento, me falta algo. Pero ¿qué es?

29
Me venía tan bien el decirle que le faltaba aún una cosa, la
misma que le faltaba al joven del Evangelio que había pregunta-
do a Jesús: Quid adhuc mihi deest? Pero no quería. Quería que
llegase él solo bajo la moción de la gracia. Me limité a decirle: —
Sí, te falta algo, yo sé qué es, pero no te lo quiero decir. Ruega, te
lo dirá Jesús... y no tardará mucho.

Algunos meses más tarde se preparaba para hacer los Ejerci-


cios Espirituales. Un Prefecto le preguntó a quemarropa:

—Si Jesús te llamase, ¿serías capaz de responderle que sí?

Durante los Ejercicios lo pensó. Creyó atisbar la vocación. De


vuelta al colegio le llamó otro Padre y con unas y con otras la
conversación recayó sobre la vocación.

—Tú tienes señales de tener verdadera vocación —concluyó


el Padre-

A los tres días me lo veo entrar en mi aposento.

—Padre, quizás tengo vocación.

Me contó las conversaciones tenidas con los Padres. Le im-


presionaba que tantos desde fuera se diesen cuenta de que él
tenía vocación mientras que él no notaba nada. Haciendo ora-
ción se le ocurrió que aquel "algo" que le faltaba y del que ya le
había hablado yo debía de ser la vocación.

Hoy es religioso y ríe a gusto cuando le recuerdo su manía


por los pantaloncitos cortos.

Cuando yo era un muchacho todavía, tuve un amigo buení-


simo, de una bondad sólida y seria sin sombra de dulzonería ni
feminismo. Era capaz de luchar por sus ideas. Tenía un carácter
que me gustaba. Nos hicimos íntimos y conociéndole cada día

30
más llegué a la conclusión de que probablemente Dios le quería
para El. Por aquellos días vino al colegio el R. P. Provincial a
visitar a los Padres. Fui a verle para hablarle de mí y de mi voca-
ción. Pero no pude resistir a la tentación de hablarle de mi ami-
go describiéndoselo como un carácter perfectamente apto para
ser jesuita. Excité la curiosidad del P. Provincial el cual me dijo
que le gustaría conocerle.

Se lo dije en un recreo desfigurando un poco la verdad histó-


rica.

—¿Sabes? Le he dicho al P. Provincial que tú le quieres hablar.

—¿Yo? ¿Quién te ha dicho eso? ¡No voy!

—¿Me harás quedar mal? ¡Le he hablado tan bien de ti! le he


dicho que eres muy serio, sólido, amigo mío... y ahora si no vas
no me creerá más cuando le hable otras veces de otras cosas.

Un poco la amistad, otro poco el amor propio y otro poco la


curiosidad... allá que se fue. Hablaron de cosas sin importancia
pero al fin la conversación recayó donde debía recaer. Mi amigo
resistió a todo "atentado" del P. Provincial. Volvio con aire de
triunfo, vencedor.

Fui corriendo al P. Provincial para conocer el éxito del "aten-


tado".

—¡Nada! —me dijo—. Tu amigo no quiere oír nada de voca-


ción! Pero su modo de obrar no es inteligente. ¡No quiere razo-
nar, no quiere pensar, y dice no por el gusto de decir que no,
porque de hecho no tendría ningún inconveniente y él mismo
me dijo que no tenía ninguna razón para decir que no. Por lo
tanto, lo suyo es tozudez. Ha tomado una posición muy poco
razonable.

Rogué mucho después de la entrevista con el P. Provincial;


aunque hacía ya meses que rogaba por él.

31
En el recreo siguiente fue él el primero que me habló.

—No habéis salido con la vuestra de pescarme.

—¡Ciertamente —le contesté—, obras de una manera irrazo-


nable! Exactamente eso es lo que me ha dicho el P. Provincial:
eres un muchacho poco inteligente, bromeas con la gracia de
Dios. Espero que no acabes mal. Lo siento por mí —concluí—
porque me has dejado en mal lugar.

Éramos vecinos en el dormitorio. Me di cuenta que por la


noche él no podía dormir. Al día siguiente le pregunté qué le
pasaba. No contestó.

A la noche siguiente procuré no dormirme para vigilarle. Al


cabo de una hora le miré. Tenía los ojos abiertos.

—¿Por qué no duermes?

—¡Déjame en paz!

Cómo rogué por él aquella noche y todo el día siguiente!

A las tres noches se decidió y antes de que partiese el P. Pro-


vincial fue a él para pedirle que le admitiese. Esperó aún seis
meses y después de duras luchas con su familia entró en reli-
gión. Hoy es Rector de uno de nuestros colegios.

5) El ejemplo de un conocido

Muchas veces la ocasión que delata la presencia de una vo-


cación es el ejemplo de un compañero.

Traigo aquí estos casos no porque ellos prueben si una voca-


ción es verdadera o no, sino porque nos hacen conocer cómo
Dios se puede manifestar. Todo esto sirve para ensanchar nues-
tro horizonte y puede sugerirnos modos prácticos de insinua-
ción en el corazón del joven.

32
Cuando dirigía una Congregación Mariana en Palermo, uno
de los congregantes antes de partir para el Noviciado quiso ha-
cer un discurso de despedida a sus compañeros. Habló con en-
tusiasmo y, diríamos aun mejor, todos lo hemos dicho, se su-
peró a sí mismo. A las dos semanas un Congregante de 3.º de
Bachiller vino a hablarme de su vocación.

—¿Cuándo has pensado en ello?

—Mientras hablaba X

A mí me pasó lo mismo. Antes de despedirme de mi familia


para ir al Noviciado quise hacer un discurso de despedida a los
jóvenes que formaban parte de una Asociación fundada por
nosotros mismos. Yo, en cambio, no era capaz de hablar sin leer
como lo hizo X, y asi lo leí. Ya sea por la emoción ya por un
vientecillo malicioso que me daba en la pupila, una lágrima
“furtiva” me cayó por el rostro. Al cabo de algunos días recibí
una carta de uno de los “socios” en la que me confesaba que
durante mi discurso había comprendido que el camino escogi-
do por mi era el mejor y que aquella lágrima había sido más
elocuente que todos mis argumentos.

Vino a verme, decidióse también él y al cabo de tres años me


siguió. Hoy es un óptimo misionero entre los Santal.

El ejemplo hace mucho especialmente en la elección de la


Orden, por eso hacen muy bien los superiores que permiten a
sus novicios la correspondencia con sus antiguos compañeros y
amigos.

La vocación a la Compañía de Jesús de San Bernardino


Realino la decidió la vista de dos novicios que iban modesta-
mente por las calles de Nápoles.

33
Leamos cómo habla el P. Germier en la Vida que escribió con
ocasión de la canonización del Santo (páginas 153-154):

“Un día paseaba con dos amigos suyos por cierta callejuela
napolitana, menos rumorosa que las demás, cuando se cruzó
con dos jóvenes religiosos, modestos en la vista, graves en su
porte, recogidos con sus amplios manteos, totalmente identifi-
cados con la santidad del hábito que vestían. Ocurrió a aquellos
dos hombres dedicados al servicio de Dios lo mismo que le pasó
un día al seráfico San Francisco, cuando yendo junto con su
querido compañero Fray León atravesaba las calles de Asís con
la humildad reflejada en su rostro y en su hábito. Con su devoto
recogimiento habían predicado pero, en vez de recoger insultos
de los golfillos como le pasó al Santo de Asis, merecieron la más
ponderada admiración de aquel hombre, entonces ya maduro
de edad, de juicio y de virtud.

“...Los siguió largo rato con la vista y fue tanta su admiración


que preguntó a sus compañeros de paseo si sabían a qué Insti-
tución religiosa pertenecían. Por fortuna sus amigos pudieron
satisfacer su deseo informándole que eran novicios de la Com-
pañia de Jesús.

“...Aquellos dos religiosos que conmovieron a San Bernar-


dino Realino realizaban el ideal del Santo Fundador de la Com-
pañía de Jesús. Y en nuestro Santo se encendió el deseo de vol-
verlos a ver”.

San Romualdo se batió en duelo. Para huir de la justicia se


refugió en un monasterio que gozaba del derecho de asilo. Alli
tuvo ocasión de ver a los monjes y de conocer su vida de entre-
ga y santidad. La vista de éstos le trocó, empezó a cambiar inte-
riormente y salido de alli fundó los monjes Camaldulenses.

6) Un fracaso

34
Otras veces es un fracaso el que hace ver la vanidad de las
cosas de la tierra y orienta el alma hacia la vocación.

Leemos del Beato Tomás Pound, el cual era bailarín, que un


día bailó delante de la reina Isabel de Inglaterra. Fue un cuarto
de hora de embriaguez para los espectadores. Los fragorosos
aplausos le enjugaron el sudor de la fatiga y sostuvieron sus
miembros cansados.

¡Y todo esto no era nada! ¡La Reina se levantó del trono, le


abrazó y le besó! Le parecía que tocaba el cielo con el dedo. ¿Qué
más podía desear en esta vida? La Reina pidió un bis. Y aunque
estaba cansado no pudo negarse.

Empezó con todo entusiasmo, pero en medio de las vertigi-


nosas vueltas y saltos tropieza con sus mismos pies y cae. La
Reina se levantó, pero no para ayudarle a levantarse con piedad
y comprensión, sino para ponerle torpemente el pie en la espal-
da y lanzarle un insulto atroz:

—¡Levántate, buey!

Pound se levantó, su corazón era un mar de amargura. ¿Por


qué ese insulto? ¿Qué valían las alabanzas, borradas por un in-
sulto humillante... e injusto? ¡Mundo infame! «Sic transit gloria
mundi", murmura.

Se hace católico, después religioso, sacerdote y mártir.

- Ramón de Peñafort se hizo religioso porque dio un conse-


jo equivocado a un joven. ¡Quiso reparar!

- Se sabe de San Alfonso Maria de Ligorio que dejó el mun-


do después de un solemne fracaso en la defensa de una causa.

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Y si contásemos las vocaciones manifestadas después de una
desilusión en el amor Algún escéptico sonreirá. Algunos “mo-
dernos” sonríen al oír hablar de vocación después de un fracaso
amoroso, muchas veces se piensa en estas almas con desprecio
y dureza como si fueran de los insolentes que quieren seguir a
Dios después que las criaturas los han echado lejos de si. No
queremos decir que todo lo que reluce es oro ni es necesario
aprobar en seguida estas decisiones tomadas en un momento
de depresión, pero lo que si queremos decir es que nadie susti-
tuya al Espíritu Santo, dando sentencias a priori, despreciando lo
que no conoce y lo que no ha examinado.

Dios no tiene límites en sus métodos y medios que usa en la


elección de las almas; en sus manos divinas todo se transforma
en gracia. ¿Qué importa si el escalón es de oro o de mosaico, de
mármol o de piedra, de madera o de barro? Si conduce arriba a
la perfección allí está el dedo de Dios cubierto por el guante de
su misericordia que supera todo nuestro soberbio entendimien-
to.

San Ignacio de Loyola necesitó un golpe que le deshizo la


pierna y estar echado en una cama durante meses enteros para
comprender y seguir la voluntad de Dios.

San Camilo de Lelis necesitó perder en el juego todos sus


haberes, hasta la camisa, y aun esto muchas veces para al fin ver
que Dios le llamaba.

¡Sepamos apreciar los momentos del dolor, de la desilusión,


del abandono, cuando el mundo aparece desnudo de su vani-
dad y cruel en sus necios juicios!

Pero —se dice— la vida religiosa no está hecha para los ilusos
ni para los desilusionados. Y respondo que la vida religiosa está
hecha para el que es llamado por Dios y que Dios llama a quien

36
quiere, cuando quiere y como quiere. Y que ciertamente no
seremos nosotros los que enseñemos al Señor qué camino ha de
escoger para llamar a un alma.

CONCLUSIÓN

De todo lo que se ha dicho aparece claro que la vocación


puede empezar a manifestarse de mil maneras diversas y que
cualquier argumento o suceso puede servir para manifestarnos
la voluntad de Dios.

Preguntar a un joven cómo “le vino” la vocación, podrá servir


para conocer mejor al muchacho y su carácter, pero general-
mente no nos podrá dar ninguna luz para juzgar si la vocación
es verdadera o no. El primer impulso es una ocasión que orienta
al joven hacia la vida religiosa no una razón decisiva que le con-
venza definitivamente.

Casi siempre en el primer capítulo de la historia de una vo-


cación encontramos una palabra dicha por un amigo o un edu-
cador, un folleto o un sermón, un ejemplo o una carta. ¡Cuántas
veces ha bastado para "suscitar" una vocación el revelar en se-
creto a un amigo la propia vocación!

—Mira, te lo digo en secreto, no lo digas a nadie. Te lo digo


porque quiero que ruegues por mí... ¡Quiero hacerme sacerdote!

Estupor, maravilla, felicitaciones, explicaciones... Y después


se piensa en serio. Y la pregunta es espontánea: —"¿Y yo, por
qué no?"

Conformémonos con la convicción de que se requiere nues-


tra cooperación. En todas las cosas espirituales Dios se sirve de
sus ministros o de algún alma buena. ¿Por qué cuando se trata
de vocación tantos sacerdotes se echan atrás casi con temor?

37
No quieren entrometerse: "Es asunto de Nuestro Señor", dicen.
¡Eso es una exageración! ¡Una posición completamente errónea!

¡Dios quiere nuestra cooperación y nuestra ayuda!

DESCRIBIENDO PSICOLÓGICAMENTE UNA VOCACIÓN

No sé si saldré con mi intento. Con todo probaré. Tal vez sea


como tantas definiciones que lo dicen todo y después se aprieta,
se aprieta y no dicen casi nada.

No daré una definición sino trazaré una descripción discuti-


ble pero quizá no inútil. Hablo de una vocación nacida tranqui-
lamente como una perla que se forma poco a poco, con tiempo,
sin ruidos ni empujones bruscos, y no de aquellas instantáneas
o violentas que caen como una cascada.

Vamos paso a paso.

1) El alma empieza a sentir un sentimiento indefinido de


una como felicidad desconocida. Ella misma no sabe lo que
siente, pero no obstante ve que no está hecha para pegarse a la
tierra, comprende que hay otras felicidades muy superiores a
aquellas mezquindades tras las cuales corren ávidamente tantas
almas.

Todo lo que le rodea le parece pequeño, insignificante, ni si-


quiera lo piensa, porque sabe que es capaz de gozos más inten-
sos y de felicidades más embriagadoras pero también más pu-
ras.

2) Al mismo tiempo le rodea otro sentimiento, y es el de no


querer ser una persona vulgar, "uno más" que pierde el tiempo,
sino que quiere sobresalir, quiere hacer sentir su personalidad,
distinguirse en algo, separarse del común de los hombres para
vivir una vida más noble y para hacer algo grande.

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Son pocos los jóvenes que pensando en su porvenir se resig-
nan a ser simples unidades de una masa insignificante que han
de sufrir las influencias de otros sin imponer las propias. La
mayoría se imagina que llegarán a ser jefes, centro de irradia-
ción, acogidos con aplausos, circundados de admiración, de
estima, bendecidos de muchos por ellos protegidos.

"Hacer bien; repartir felicidad"; es el ideal acariciado en los


momentos de soledad y de calma: vivir una vida que valga la
pena vivirla.

3) Mientras tanto esos pensamientos y sentimientos -que


podrán ser iguales a los de cualquier ambicioso o presuntuoso-
empiezan a unirse con el pensamiento del mártir, del misio-
nero, del santo.

Y he aquí a nuestro joven que se siente soldado de Cristo,


que quiere militar bajo la bandera del Gran Capitán; para él las
cosas grandes no son la caducidad de la tierra, a la cual ya des-
precia, sino las cosas eternas, las gestas de los Santos. Eso le
entusiasma y alguna vez se sorprende representándose como
un mártir que confiesa con valor su fe, o un héroe que defiende
a un inocente o que salva perdonando.

4) Pero no para en la imaginación. En este momento com-


prende que ha de hacer oración, que debe rogar más que los
otros, que ha de entregarse a una vida cristiana no común. Aun
el sacrificio y la mortificación se le convierten en una necesi-
dad, o mejor, en un placer. Piensa con gusto en las cosas del
cielo, tiene hambre de la palabra de Dios, quiere ser familiar con
los sacerdotes, asistir a las funciones religiosas y a todas las otras
cosas de la Iglesia.

5) Al mismo tiempo se va posesionando de él un acentuado


sentido de desprecio de todo lo que le habla de mundo. Las
riquezas y los honores son para él cosas vacías y sin sentido. No
encuentran sitio en su corazón. Y en cambio crece el estado de

39
"búsqueda". El joven desea encontrar "algo" que él mismo no
sabe lo que es, su alma busca (como el joven del Evangelio) y
está sumergida en un estado de continua ansiedad.

Hablad a este joven del ideal religioso y sacerdotal y el no-


venta y nueve por ciento dirá en su corazón: "¡Exactamente es
eso lo que yo buscaba! ¡Eso es lo que me conviene!"

Encontré en tal estado a un joven de trece años. A la segunda


entrevista le aprieto fuerte la mano. El ve en este apretón de
manos a un amigo que le quiere bien y con sinceridad y la pri-
mera cosa que me dice en aquel momento es: "¡Le quiero decir
un secreto!" Seguro de mí mismo le respondí: "Ya conozco tu
secreto. Más aún, en tus ojos leo cierta cosa que tienes dentro y
que tú mismo no conoces todavía".

Todo acabó ahí. Pero al cabo de dos semanas le escribí una


carta para suscitarle de nuevo aquella tempestad espiritual, por
si acaso se le había calmado. Copio algún fragmento de sus
respuestas traduciéndolas del inglés:

"Con su primera carta ha roto usted el hielo, y me dice ade-


más que tenga el grifo siempre abierto para que el agua conti-
núe corriendo. La verdad es que no ha parado todavía.

"El 'secreto' y aquel 'algo' que le quería decir se refería a la


elección de mi estado. Por eso le pedí de modo especial sus
oraciones. Estoy en la edad crítica y debo elegir, y ruego mucho
para que elija lo que más le guste al Sagrado Corazón de Jesús."

Y en la carta siguiente:

"No estoy ofendido con usted porque quería conocer mi se-


creto a todo trance; al contrario, estoy contento por el paso dado
por usted y me fío de usted como un verdadero amigo y aún
como si fuera mi padre.

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"Me maravilla cómo usted supo conocer mi secreto y me
gustaría saber qué es aquella 'cierta cosa' que usted leyó en mis
ojos.

"Estoy atravesando un punto crítico (mi elección de estado);


soy guiado primero por el Sagrado Corazón de Jesús, después
por las oraciones mías y de mis amigos, por los consejos de mi
director espiritual y por los consejos de usted, reverendo Padre,
al que aprecio muchísimo.

"En un tema que hice hace tres años expuse mis deseos de
ser sacerdote y puse también las razones que me empujaban a
hacer esa elección, las cuales eran precisamente las mismas que
usted me escribía en su última carta. El tema era: "¿Qué carrera
quieres abrazar? ¿Por qué?"

"Desde aquel año empecé a tener ese deseo y oigo conti-


nuamente las palabras: Ven, sígueme. ¡Sacerdote... Misionero! Si
todo eso es verdad, si Jesús ha llamado, entonces he de abrir a
pesar de los obstáculos que ciertamente encontraré."

Veamos otra carta de otro joven que también se encontraba


en esta situación psicológica y que en un retiro, por una palabra
dicha sin intención, encontró lo que tanto tiempo hacía que
buscaba.

"Queridísimo Padre, las bellísimas palabras pronunciadas por


usted en el día de retiro viven aún en mí. La vocación de ser
misionero y el amor hacia el Niño Jesús crecen cada día más en
mí. Ruego muchísimo para que el Señor me haga la gracia de
ser misionero. Tengo grande confianza en el Sagrado Corazón
de Jesús porque El ha dicho: "Pedid y recibiréis, buscad y halla-
réis, llamad y se os abrirá".

"Cada mañana, como suelo, voy a comulgar. Padre, siento


mucho la separación de usted (sic) y de sus compañeros, o me-

41
jor, Hermanos, los otros Padres del colegio. Deseo muchísimo
oír y llenarme de sus santas palabras.

"Padre, estoy seguro que Dios escuchará mi oración y que


me hará la gracia de ser misionero para poder ser más puro,
amar más al Sagrado Corazón de Jesús y predicar su santo
nombre en tierras paganas.

"Siendo Misionero tendré la mente en Dios y podré amarle


mucho más. Mi alma se hará una sola con Jesús. Padre, mán-
deme por escrito sus santas palabras, mándeme también, si le es
posible, libros sobre misioneros, etc. Sólo quiero llenarme de
amor de Dios. Roguemos juntos y estoy cierto de que el Señor
nos oirá.

"Estoy contento y soy feliz."

La mayoría de las veces estas vocaciones nacidas de esta


manera van acompañadas de períodos llenos de afecto y de
entusiasmo, llenos de eso que nosotros solemos llamar consola-
ción espiritual. Estos jóvenes sienten la vocación y ven que la
tienen sin necesidad de muchos razonamientos. Sin embargo,
no podemos afirmar que el joven movido por estos sentimien-
tos está cierto de tener vocación. Todavía estamos a los princi-
pios y tal vez remotos. Aún falta mucho por andar.

Antes de dar un juicio exacto y concreto es preciso que se


manifiesten en el joven algunas señales más objetivas y sólidas
que revelen un alma capaz de ser llamada a esa misión tan no-
ble.

SEÑALES DE VERDADERA VOCACIÓN

1) Miedo del mundo y de sus peligros.

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No se trata de cobardía, o sea, miedo de ser maltratados o de
no poder hacer una vida burguesa y tranquila. Se trata más bien
de un verdadero conocimiento de la malicia espiritual y moral
del mundo y de la dificultad seria de permanecer fieles a la Ley
de Dios.

Y si somos sinceros:

- ¡qué difícil es permanecer puros en el mundo con tantos


incentivos, ejemplos y tentaciones provenientes de toda clase
de personas, compañías, lecturas y circunstancias de vida!

- ¡qué difícil es llevar una vida conyugal que no traspase los


límites prescritos por Dios, que no intente contrarrestar o elimi-
nar los fines del Creador!

- ¡qué difícil es ser buenos padres que sepan y quieran edu-


car bien a sus hijos!

- ¡qué difícil es vivir honestamente sin cometer injusticias,


sin hacer trampas, sin recurrir a la detracción, a la calumnia, al
engaño cruel!

- ¡a cuántos excesos pueden llevar las amistades, las reco-


mendaciones, las posiciones que es preciso sostener para no ser
destrozado por los buenos "fuera de la Ley"!

¿Cómo ser buenos en un mundo en el cual es tontería ser


leal, motivo de aversión ser cristiano, anormal el no ser bestial-
mente inmundo, fácil presa ser concienzudo?

Es verdad que en el mundo hay también santos, pero ¿a qué


costo? ¿Qué temple de cristianos han de tener? Sin contar que
muchas veces llegan sí, a un cierto grado de bondad, pero des-
pués de mil caídas y desórdenes y por un golpe brusco de la
gracia.

43
¿Y yo me sentiré tan fuerte? ¿Creo posible para mí atravesar
ese barrizal sin llenarme de barro?

Muchos jóvenes a la vista de este espectáculo tan nefando


del mundo no se conmueven. No piensan o no aspiran a ser
buenos. Otros, en cambio se sienten agitados y movidos; esto
quiere decir que llevan en el corazón el germen de un camino
elevado y santo, o sea, la vocación.

2) Atracción a la pureza.

Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a


Dios, y aún muchas veces... le tocarán en los divinos misterios. A
veces uno se encuentra con jóvenes que son una excepción,
pasan a través de un mundo de pecado y parece que no sienten
nada, viven en ciertas situaciones escabrosas y van como cie-
gos, están llenos de vida y de fuerza y completamente dueños
de sí mismos.

Se ve que para ellos existe una Providencia especial. Mientras


otros en ocasiones menos peligrosas caen, ellos... nada, y mu-
chas veces sin gran esfuerzo. Dios los conserva intactos; el An-
gel de la Pureza pone el escudo de sus alas delante de sus ojos y
no ven, oyen y no entienden, saben pero no caen en la cuenta.

¿Por qué razón Dios los mantiene intactos? Ciertamente por


alguna causa. Dios obra siempre por algún fin. Muy probable-
mente porque los quiere por el camino que no se puede andar
sin pureza. Y más aún si se trata de un joven que sabe, que ha
visto, que comprende y que quizás ha sentido en sí las pasiones
más violentas pero que ha encontrado en la gracia y un poco en
su carácter la fuerza y la energía para no caer. Entonces se ve
claro que ahí está el dedo de Dios y que estamos frente a un
joven llamado a la perfección.

Clarísimo además cuando existe lo que los ascetas llaman el


“instinto” de la pureza. Es algo que no se puede definir ni descri-

44
bir, pero que no obstante hace al alma tan delicada que esquiva
cualquier sombra de impureza, y aun quizá sin saber siquiera
qué significa pureza. Como sucede a los párpados que se cierran
instintivamente apenas se acerca al ojo cualquier inoportuno
mosquito. Es como un instinto hacia la virginidad, una como
aversión casi natural hacia el pecado impuro.

Como Santa Margarita María Alacoque, que a los tres años,


sin saber nada de lo que significaba, hace voto de virginidad.
Santa Rosa de Lima hace lo mismo a los cinco años. San Luis
Gonzaga a los ocho años, y en esta materia es tan delicado que
llega a prevenir a la misma tentación. ¡Un privilegio especial de
Dios!

Encontré a un joven de dieciséis años en un pueblo donde


los muchachos de doce años son ya casi mozos: bien desarro-
llado, fogoso, inteligente, en plena posesión de sus facultades y
completamente abierto a la primavera de la vida. Simpático,
deportista, exuberante y de una pureza que quiero llamarla
completa. No permitía a sí mismo sentir ni siquiera el álito de la
tentación. Sabía guardarse maravillosamente bien, era recatado
en medio de su vida llena de juventud, era admirable. Y sin em-
bargo, su ambiente no le era favorable, ni falto de dificultades
como cualquier otro ambiente, ya que en materia de pureza
basta estar revestido de cuerpo para ser molestado.

Otro joven vivía en otro ambiente completamente diverso.


Tenía un hermano públicamente deshonesto, su mismo padre
llevaba una vida que dejaba mucho que desear. El era de un
temperamento fogoso, sabía menear los puños que era un pri-
mor, y ¡ay de los mayores que se ponían debajo de ellos! Depor-
tista, desarrollado extraordinariamente, popularísimo entre sus
compañeros. Ciertamente no se trataba de un anormal... y, con
todo, era de una pureza extraordinaria. Nunca un deseo desor-
denado; contaba aquello que estaba obligado a ver, pero de una
manera sobria y cercenando las palabras. Se notaba que todo

45
aquello no le tocaba. Viendo que entre sus problemas espiritua-
les no asomaba nunca el de la pureza, procuré con cautela y con
la máxima prudencia hacer alguna mención, pero con media
palabra lo desviaba todo. Iba muy bien y lo daba a entender con
toda certeza.

Nunca como entre estos jóvenes entendí el significado de


aquella frase de San Pablo (Eph.5,3) a propósito del pecado im-
puro: Nec nominetur in nobis. Sólo el nombrarlo ya desentona-
ba.
recomendables y las conversaciones que tenían no eran serias,
ni mucho menos, pero tenía un como disgusto y una aversión
natural contra “el pecado feo”; le manifesté mi admiración y aun
se lo escribí. Veamos cómo me respondió hablándome de su
carácter.

"No puedo hacer menos que sentirme superior a todo lo que


puede ofender mi moral no sólo cristiana sino humana, ya que
el hombre ha de tener su moral; pues de otra manera no es
hombre, y eso es lo que voy repitiendo inútilmente a todos mis
compañeros y amigos, que se las dan de "gente corrida" y "supe-
rior".

Cuando se encuentra una gracia tan sublime en un alma, es-


tá demasiado claro que Dios no la quiere para que haga una vida
común y casi sin sentido. Ciertamente quiere que se distinga en
la vida de santidad y que haga grandes cosas por su gloria.

3) Desear tener vocación.

¡Cuántas veces ocurre al ver pasar algún religioso por la calle,


decir en lo intimo del corazón "¡Feliz él! ¡Si tuviese también yo
vocación; la gracia de ser como él!".

Este deseo seguramente no proviene del demonio ni tan si-


quiera de la propia naturaleza, porque todos sabemos que la vida
del religioso es una vida llena de sacrificios y de renuncias.

46
Por eso hay algo de sobrenatural en eso que gusta y atrae.

Cuando un joven empieza a tener ese secreto deseo, bien


puede sospechar que se halla bajo la acción de Dios. Aunque
este deseo no exista actualmente, si se ha tenido alguna vez en
la vida no debe despreciarse, sino que ha de ser examinado y ver
cuáles hayan sido las causas por que se abandonó. Quizás se
trate de una gracia de Dios que se ha perdido por causa de una
conducta indigna, quizás solamente se tiene dormida y enton-
ces puede ser que se despierte con la oración.

Es un deseo que se siente de cuando en cuando y que revive


en la oración o después de la Sagrada Comunión o en los días de
calma y de Ejercicios Espirituales. Cuando el alma se pone en
contacto con Dios, Dios le habla más claramente.

Y muchas veces este deseo indefinido llega a la certeza de la


convicción: "Sí, me haré religioso; lo demás no vale nada; es lo
que me conviene...".

Aquí Dios llama claramente.

Un jovencito de quince años se me presenta un día:

—Padre, necesito oraciones. ¡Ruegue por mí!

Tenía los ojos llenos de lágrimas.

—¡Bueno! ¿Pero qué es lo que quieres conseguir?

—Tengo un deseo grande de hacerme sacerdote, pero temo


que no llegaré. Temo que no tenga vocación. Pero la quiero
tener. No sé si eso es pecado, pero ¡yo quiero de veras esa gracia!

Sonreí. ¿Qué señal más clara quería este muchacho para es-
tar seguro de que Dios le llamaba?

47
El P. Doyle dice: ¿Te ha ocurrido alguna vez preguntarte a ti
mismo: ¿Cómo podré saber si tengo vocación o no? Bastaría
2
esto para tener una señal cierta de vocación .

¡Pero podría ser una veleidad! Cierto. Por eso precisamente


es necesario cultivar ese deseo, pedirlo y después esperar a que
el tiempo hable. Un deseo que dura tres meses no puede ser una
cosa pasajera. Y si en un joven de quince años dura un año, bien
podemos decir que se trata de una cosa muy seria.

4) Conciencia de la vanidad de las cosas de la tierra

Ya hemos hablado algo. Completemos el cuadro. Empieza


con sentimiento de temor y de decaimiento. Ven a sus compa-
ñeros que corren alocados tras las quimeras inconscientes. ¡Po-
bres!; son dignos de compasión, son pobres ilusos que no com-
prenden. Para nosotros, en cambio, ¡es tan evidente!

¡Todo acaba, todo es vano! ¿Vale la pena de emplear toda una


vida para conseguir estos bienes caducos que no valen, que no
son capaces de dar un minuto de serena alegría?

Y este sentimiento se introduce de un modo particular du-


rante las diversiones o poco después de ellas. ¡Qué necio es el
modo de pensar y de obrar de los hombres! ¡Todo artificial, todo
pasajero!

Arturo Bonardi en una novela reciente, "El Viejo Presbiterio",


describe la desilusión de la señorita Sand, mientras tomaba par-
te activa en una reunión del Conde de Castelrosso. "Sand se
refugió en su aposento. ¡No podía más! ¿Qué era aquel conjunto
de gente con blasones, galones, toda emperejilada? Un mundo
de ficción y de miserias. ¡Oh! El otro mundo de la luz que había
atisbado en el viejo presbiterio y que siempre comprendió mu-

2
F. WILLIAM DOYLE, S.I., Vocations, p. 3

48
cho mejor a través de las armonías de "María de Jesús" era mu-
3
cho más superior y deseable” .

Me hallé presente en una conversación entre dos mucha-


chos. El uno hablaba de sus proyectos de carrera, riquezas y
nombradía. El otro de vez en cuando intercalaba el discurso con
un: "¡Bah!, ¿y qué vale todo eso? ¿Para qué te sirve todo eso?
¿Qué harás con los aplausos y la estima de todo el mundo?".

Me impresionó y quise preguntarle a solas.

—¿Y tú qué serás?

—No sé; confío en que Dios me haga la gracia de ser sacer-


dote. ¡Yo no deseo tonterías como mi amigo! ¡Es un iluso! No
entiendo qué gusto encuentra en querer ser rico y poderoso...

Y después añadió:

—¡Aquello no es la grandeza!

Me acordé del epitafio que el senador Spínola compuso para


su sepulcro, y que después fue puesto en su tumba:

"Aquí yace Juan Pedro Spínola (senador), que, puesto por la


Providencia en próspera fortuna, juzgó máxima desgracia no
4
haber podido vivir en una Compañía tan santa como la de Je-
sús, y a la hora de la muerte deseó como un gran favor le ente-
rrasen entre los últimos hermanos de ella: para que aprenda el
que vive, a estimar en vida solamente lo que ha de querer en el
5
punto de la muerte, a la cual se llega muy presto" .

3
A. BONARDI, Il Vecchio Presbiterio, S. A, S., n. 32
4
Habla de la Compañía de Jesús; de los jesuitas.
5
GONZALEZ, El Coadjutor perfecto.

49
Todavía es reciente el caso de Eva Lavalliere. Aquella tarde la
hicieron salir al tablado varias veces para saludarla efusivamen-
te. Los aplausos del público delirante demostraban que veían en
ella a la diva, a la reina del escenario. Pero a poco de la represen-
tación se cambia rápidamente sus vestidos y por un camino
solitario se dirige al Sena. La vista extraviada, el paso incierto, la
frente rugosa, indicaban claramente que sufría una tempestad
en el corazón. ¡Exacto! Era la amargura desesperada que deja en
el corazón la mentirosa gloria humana que únicamente es capaz
de saciar a los que no tienen sentimientos nobles. Eva Lavalliere
pensaba arrojarse al río y terminar para siempre con aquella vida
que no sabía darle lo que necesitaba. Y al barquero que la detuvo
le gritó fuera de sí:

—¡Déjame en paz! ¡Soy la mujer más infeliz de este mundo!


¡Estoy desesperada!

Más tarde, cuando después del Noviciado pronunció sus vo-


tos religiosos en un monasterio, dijo a los periodistas que la
querían entrevistar para publicar los pormenores emocionantes
de aquel cambio tan extraordinario:

—¡Digan a todos que soy la mujer más feliz del mundo!

A veces este desprecio del mundo confina con el odio; sen-


timiento que Jesús mismo tuvo, pues maldijo al mundo y no
quiso rogar por él. Fijémonos en que no es un odio hacia los
hombres sino más bien hacia el modo de pensar, de obrar y de
considerar las cosas que tienen los que viven según las máximas
del mundo.

5) Atracción a la oración

Un deseo indecible de sentirse unido con Dios, de conversar


con Él, de orar. Querer estar solo, casi diría escondido; amar,

50
pensar y orar. El joven siente que quiere hacer oración, le asalta
el temor de que no ruega bastante, y en la oración encuentra
calma y gozo porque reza o porque ha rezado.

¿No habéis entrado nunca en alguna iglesia hacia el atarde-


cer? Entrad y no será raro que veáis a cualquier jovencito en
algún ángulo rezando.

Conocí a un muchacho de trece años que podía darme lec-


ciones en materia de oración. Exterior, recogido pero nada afec-
tado. Impresionaba hasta a sus compañeros. Su padre me decía:
“Yo no sé qué tiene este pequeño. Apenas le llamo por la maña-
na, en un instante pasa, y sin ningún esfuerzo, del sueño más
profundo a un estado de oración recogidísimo. Mi esposa y yo
estamos admirados”.

Le quise conocer y vino cuando yo estaba solo en mi apo-


sento:

—¿Comulgas cada día? —le pregunté.

—¡Claro que sí!

—¿Visitas a Jesús Sacramentado?

—¡Naturalmente!

—¿Te gusta hacer oración?

—Sí, pero no sé cómo arreglármelas para no distraerme.

En resumen, este joven no estaba contento si no hacía la


Comunión diaria, si no ayudaba a Misa, hacía una visita á Jesús
en cada iglesia que encontraba a su paso y decía dos o tres Ro-
sarios diarios. Y era el alumno más vivo y más "diablillo" de todo
el Colegio.

—¿qué quieres ser cuando seas mayor?

51
Me miró, sonrió, volviendo la cabeza a otro sitio.

—¡Como usted! —dijo.

La vida eucarística se intensifica de un modo casi natural. De


los jóvenes a los que he ayudado en su vocación puedo afirmar
que no había uno solo que no comulgase diariamente.

Sin embargo, no es necesario que comulgue cada día para


poder decir que un joven se siente atraído hacia la oración.
Cuando se ve que uno va pasando de la Comunión mensual a la
semanal o de la falta casi total de oración a la convicción o a la
necesidad de orar mucho, puede ser señal de que Dios se quiere
hacer oír.

Un día tuve un coloquio con un joven de catorce años y lo


que más llamó mi atención fue su preocupación, porque decía
que rezaba poco y que no sabía hacer oración. Aquello era su
problema. A los tres meses ya tenía vocación.

Otro me decía que recitaba seis Rosarios diarios.

—¿Y cómo puedes hacerlo? ¿Durante la clase?

—¡No! Por la calle, yendo a casa, durante las filas, esperando


al profesor, y al fin digo dos con toda calma en casa o en la igle-
sia.

Inútil es decir que el ideal de la vocación estaba ya alto y es-


plendente en el horizonte de su alma.

Con frecuencia todo esto va acompañado del gusto por la


oración y por las consolaciones espirituales. El muchacho que
siente estos gozos no irá a otro sitio a buscar su felicidad; sin
más comprenderá que la vida religiosa debe ser una vida de
paraíso y verdadera felicidad.

52
Tuve otro joven que no sabía separarse de Dios. Media hora
de meditación, otra media de lectura espiritual, todo el Oficio de
la Virgen (que suele durar más de media hora), Comunión y
Rosario. Y no obstante, llevaba adelante todas sus lecciones y
demás composiciones. Su madre, preocupada, me pidió que le
dijese que pusiese un poco de freno a aquella vida. Le prohibí
todo excepto la Comunión y un cuarto de hora de meditación.
¡Pobre! No podía darse paz, y eran tales sus insistencias, sus
promesas y lágrimas, que a la semana me vi obligado a darle
plena libertad.

Pero, como decía, no es preciso conocer estos ejemplos ex-


cepcionales para ver clara una vocación.

6) Deseo de sufrir

Nos parece injusto el saber que Jesús sufrió por nosotros


mientras gozamos de tantas pequeñas comodidades. El pensa-
miento de tantos pecados y de tanta ingratitud para con Dios de
parte de los hombres deja, es cierto, indiferentes a los más, pero
hiere a otros en lo más vivo y les hace sentir el deber de sufrir y
sacrificarse para asemejarse a Jesús y para reparar lo que hacen
tantos pecadores.

Muchas veces no piensan en los porqués. Su amor a Dios los


empuja a ello.

Puede darse que se trate de un penitente sincero; alguna vez,


en cambio, es como una necesidad del corazón que comprende
no poder amar a Dios sin sufrir. Entonces es cuando se ve a
estas almas entregarse al sacrificio, renunciar voluntariamente a
tantos devaneos y aun diversiones lícitas, procurarse instru-
mentos de penitencia para hacer sufrir al cuerpo y así encontrar
el gozo y la paz del alma y sentir la sensación de que empiezan
en serio a amar a Dios.

53
Crece por lo tanto la devoción al Sagrado Corazón, devoción
de amor y reparación, admiran a los religiosos porque llevan
una vida de sacrificio y practican la compunción del corazón
que conduce a la mortificación no sólo interna sino externa.

Conocí dos jovencitos que durante el recreo, después de ha-


ber rezado un poco, buscaban un sitio escondido y... andaban de
rodillas sobre las piedras... para sufrir. Un muchacho de trece
años ponía una tabla sobre un colchón disimulando y diciendo
que dormía más cómodo; otro, como San Luis, atormentaba su
sueño con piedrecillas metidas entre las sábanas. Vi a otros que
dormían sobre el desnudo suelo, ¡y cuántos otros me han pedi-
do, no en vano, instrumentos de penitencia!

Esta es una de las señales más sólidas y seguras de voca-


ción, y desde estas páginas quisiera decir a todos que hemos de
presentar la vida religiosa tal como ella es en realidad, o sea,
vida de renuncia y de sacrificio. Es inútil procurar mitigar
este lado incómodo de la vida religiosa. No sería sincero y,
por lo demás, esconderíamos lo que la vida religiosa tiene de
más atrayente.

Precisamente hace pocos días una joven, a quien yo dirijo


espiritualmente, se presentó a las Hermanas Franciscanas Mi-
sioneras de María para ser admitida en su Congregación. Por
primera providencia las Hermanas empezaron a desanimarla
diciéndole que su Regla era muy rígida y difícil, que pocas llega-
ban a resistir y que la mayoría tenía que volverse atrás. Al prin-
cipio quedó un poco angustiada, pero luego quiso ir al Novicia-
do de Grottaterta para ver y probar cómo era la realidad. La Ma-
dre Maestra de novicias la acogió con un: “¡Ni pensarlo! ¡Nuestra
Regla es muy dura; Usted no podrá resistir!”.

54
Alabé el modo de obrar de estas religiosas, que demostraban
ser muy serias en su reclutamiento. No obstante, sobre la joven
produjo el efecto contrario, pues me dijo:

—Si hay que sufrir, tanto mejor. Yo no quiero hacerme reli-


giosa para estar bien, sino para crucificarme con Jesús.

Y es que el que tiene verdadera vocación no teme al sacri-


ficio; en cambio, si un joven pide abrazar la vida religiosa y
permanece perplejo al pensamiento de que tendrá que sufrir y
renunciar a todo, conviene ir despacio y hacerle esperar un
poco más v mientras no empiece a querer el sufrimiento, sea-
mos poco entusiastas de su vocación.

El biógrafo de Santa Margarita María de Alacoque, hablando


de la vocación de esta predilecta del Sagrado Corazón, muestra
muy al vivo esta renuncia dolorosa:

“Brillaba en el mundo y Jesús la quería humilde y escondida


tras una reja; le gustaba adornarse de rosas y Jesús quería lace-
rarla con espinas; corría tras los placeres y Jesús la quería para el
sacrificio y la humillación. Una vida fácil y feliz se abría a sus
pies y Jesús quería que muriese a todo lo que da la tierra: sueños
del porvenir, adornos, belleza, salud, afectos; Jesús quería el
sacrificio de todo por amor de El”.

La vida religiosa es un paraíso, pero porque es una continua


crucifixión: no es alegría según el mundo, sino lo contrario de
aquella del mundo.

Cuando Ermano Cohen se convirtió del judaísmo y fue al P.


Lacordaire, para manifestarle su deseo de ser religioso y de ser
dirigido por él en su vocación, el Padre le dijo:

—¿Tiene usted valor para que le escupan en la cara sin decir


nada? Si es así, puede hacerse religioso.

55
No queremos vocaciones de agua de rosas, de jóvenes que
quieren darse a Dios... hasta cierto punto. ¡Váyanse en buena
hora! La vida religiosa necesita héroes y únicamente el que
quiere sufrir y seguir a un Rey coronado de espinas y cubierto
de salivazos, puede que llegue a ser un verdadero religioso, y
con esto, santo, feliz y llamado de Dios.

7) Espíritu de generosidad para con Dios.

No estar nunca satisfecho de lo que uno hace por Dios, no


decir nunca basta, querer hacer siempre más. Si se empieza a
experimentar una cierta inquietud, una santa impaciencia de
hacer siempre más por Dios, estamos frente a un amor genuino
hacia Jesús, frente a la comprensión práctica de lo que El ha
hecho por nosotros, y a la nulidad y debilidad de nuestros es-
fuerzos para amarle y para pagar su exquisita bondad y condes-
cendencia. Y mientras, estas almas que, en amor de Dios, pue-
den darnos lecciones a nosotros los religiosos, no saben consi-
derarse de otra manera que como siervos inútiles.

Si se les dice que aman a Dios, en seguida enrojecen de ver-


güenza y aún lloran porque se ven muy lejos del ideal acariciado
en sus mentes y con frecuencia creen que se burlan de ellos, y si
no se ofenden... es porque son almas de Dios.

Aquel querer amar a Jesús hasta la locura, aquel atormentar-


se continuamente porque no aman a Dios como quisieran,
aquel querer hacer no se sabe qué para demostrar su amor, em-
puja a estas almas a verdaderos heroísmos de generosidad. El
amor de Dios les es alegría y tormento al mismo tiempo; alegría
porque lo tiene de veras, tormento porque no es como y cuanto
quisieran.

56
¿Estado místico? No, precisamente.

He visto almas así y les he hablado de vocación. La mayoría


nunca habían pensado, pero mi proposición les parecía tan
natural que no dudaban de que Dios las llamaba para ser todas
suyas y para siempre.

8) Horror al pecado.

Es un miedo saludable del pecado, al que se considera como


el verdadero y único mal del alma. Mientras ven sumergirse a
amigos y conocidos en la corrupción y en la ruina espiritual,
ellos desean un medio que los aleje de tantos peligros. Buscan
un modo de vivir en el que el pecado sea imposible.

9) Deseo de consagrar la vida por la conversión o salvación


de una persona querida.

Como la hija del rey Luis XV, la cual se hizo religiosa para
salvar el alma de su padre, que llevaba una vida poco edificante.

Tuve a un joven de sentimientos delicadamente afectuosos


que ofreció su vocación por la salvación eterna de su madre, y a
los tres meses su hermano decidió hacerse religioso y ofreció su
“elección” por la salvación de su padre. Hoy son los dos religio-
sos; la madre voló al cielo y el padre lleva una vida verdadera-
mente cristiana.

10) Delicadeza de conciencia.

Se encuentran almas muy sensibles al toque de la gracia y a


la vida espiritual, las cuales se guardan aún de las más leves
faltas. El solo temor de ofender a Jesús, al cual quieren tanto, los
impele a realizar cualquier renuncia. Son delicados y fieles y se
descubren las más pequeñas faltas con una destreza sorpren-

57
dente. Son almas llamadas a la perfección, prontas a las más
altas aspiraciones.

Vino a verme un alumno vivaracho de segundo de Bachiller.

—Padre, ¿es pecado hablar en clase durante el estudio?

—No —respondí—, es sólo cuestión de disciplina.

—Pero —insistió—, ¿Jesús estaría más contento si yo no ha-


blase?

—¡Claro! ¡Es más perfecto! Por lo menos una buena mortifi-


cación.

Bastó esto para que el joven ( hoy religioso fervoroso ) no di-


jese nunca más una palabra en clase, desdeñando las burlas y
un poco la cólera de sus compañeros que, frecuentemente, ne-
cesitaban su ayuda de “sugeridor” para salir salvos de ciertas
preguntas.

Y de chiquillo poco disciplinado se convirtió en un modelo...


sólo porque así estaría más contento Jesús.

11) Temor de tener vocación.

A veces se tiene miedo de tener vocación, se quita todo pen-


samiento sobre esa materia, el cual vuelve con insistencia, se
reza por no tenerla. “Que Dios tenga lejana de mí semejante
invitación, la cual destruiría tantos castillos ideados y acaricia-
dos”. Se recela continuamente de que éste o el otro quieren
“pescarme” para la vida religiosa, se evita el peligro de ir con
religiosos o con jóvenes que tienen vocación por temor de que
la conversación recaiga sobre aquella materia tan peligrosa, se
temen los Ejercicios Espirituales, el ser demasiado buenos y

58
frecuentar los Sacramentos y con todo no quieren hacerse ma-
los porque el alma es recta con Dios.

6
Todo esto, dice el P. Doyle , a veces es señal de verdadera
vocación.

El demonio, que es muy inteligente, puede prever con cierta


probabilidad que, si llegan a ser sacerdotes o misioneros, harán
muchísimo bien, y por eso procura poner en sus corazones esos
temores infundados para alejarlos del camino que sería su sal-
vación y santificación y la salvación de tantas almas.

Los ejemplos de vocaciones empezadas en este terreno con-


trario y huido a propósito, son muchísimos.

- En la vida del Beato Claudio de la Colombière se cuenta


de una cierta María de Lyonne de la que el Sagrado Corazón de
Jesús había hablado a Santa Margarita María de Alacoque y le
había dicho que la quería por esposa. Pero no había manera de
hablarle a la tal señorita; no permitía ese argumento ni quería
pensar: decía que nunca se realizaría semejante cosa. Poco a
poco la gracia se abrió paso, y después de haber recibido una
gran humillación en público, entendió que era inútil resistir a
Dios. Se resignó, pero al entrar en el convento dijo:

—“Si aquí cerca estuviese la puerta del Purgatorio, preferiría


entrar en ella antes que enterrarme en esta cárcel”.

Llevaba encima un poco de dinero y lo dió una amiga suya


diciéndole:

—“Ya es mucho que estas Hermanas se queden con mi per-


sona... No han de tener ni diez céntimos de mis haberes”

6
Vocations, p.7.

59
Pero cuando pasado un mes el P. Claudio de la Colombière
fue a visitarla, le saludó con estas palabras:

—“Padre, ¡qué feliz soy! Estoy en el Paraíso; no hago otra cosa


que besar los santos muros de este convento que me hace tan
feliz y contenta”.

Era el demonio que le puso toda aquella repugnancia. Una


vez dado el paso y aplastada la cabeza a la tentación, encontró la
alegría.

También se lee del P. Miguel Agustín Pro, S. J., que no po-


día ver de ninguna manera a los jesuitas. Estaba enfadado con
ellos porque, siendo Directores Espirituales de sus hermanas, las
dirigieron hacia el claustro. Una gran melancolía se adueñó de
él y huyó a la lejana floresta; no quería ver a nadie.

Su madre le buscó, le encontró, le condujo a casa y le con-


venció para que hiciese los Ejercicios Espirituales... con los
odiados jesuitas.

Fue... temiendo encontrarse con la vocación Sería una gran-


de afrenta para él. Y precisamente, Dios le llamó, y suerte de él
que siguió la voz del Señor. Fue sacerdote y mártir, gloria de
Méjico, de la Compañía de Jesús y de la Iglesia.

Sucedióme un caso un poco cómico. Uno de mis congre-


gantes decidió hacerse jesuita. Tenía un íntimo amigo, un ópti-
mo joven bajo todos aspectos.

—Padre —me dice un día—, mi amigo X debe de tener algo de


vocación.

—También creo yo eso, pero ni tan siquíera lo sabe.

60
—Ya se lo haré saber yo.

—¿Y cómo te las vas a arreglar?

—Le diré mi decisión; veamos qué efecto le hace.

Al día siguiente me veo venir hacia mí a X, todo agitado. Se


sienta y empieza bruscamente:

—Padre, ¿sabe la noticia ?

—¿ Cuál?

—¡Z, se hace jesuita !

—¿De veras? —dije haciendo como que no sabía nada. En se-


guida le dije —¿Te lo ha dicho él? Pues... sí, ya lo sabía. Es un
chico tan bueno que podíamos esperar eso de él.

—Pero eso es un milagro. ¡Nunca lo hubiera dicho! ¡Un joven


así, tan vivo y alegre!

Después de una pausa añadió:

—Realmente es bueno, especialmente esta última tempora-


da... Me lo dijo ayer... Pero ¿cómo puede ser?

Mientras tanto me miraba y se removía en la silla.

—Pero, Padre, ¿y Usted se queda igual ante una noticia así?

—Pero, hijo mío, ¿y por qué has de agitarte de esa manera?


Además, ¿qué te va a ti? ¿Te ha dicho que tú tienes vocación?
¿Por qué te lo tomas tan trágicamente?

—¡Esta noche no he podido dormir nada!

No pude reprimir una sonrisa pensando que el golpe había


salido maravillosamente.

61
—Padre, ¿por qué se ríe? ¡La cosa me parece muy seria!

—Querido X —empecé con calma—, la impresión que te ha


causado la noticia de la vocación de Z es como para preocupar.
Puede ser una señal...

—¡No, Padre! —interrumpió—. ¡Yo no tengo vocación! Cada


día rezo para no tenerla. Con todo, esta noche temía que me
viniese.

Al cabo de un año, X no rezaba más para no tener vocación,


era más reposado, y cuando al año le dejé, había hecho con
calma los Ejercicios Espirituales para ver si Dios le llamaba, re-
zaba cada día por hacer bien la elección de estado y una vez me
dijo que, si hubiese visto que Dios le llamaba, no hubiera dudado
ni un momento en hacerse religioso. Casi, casi deseaba tener
vocación.

El P. Gratry intentó describir al vivo su estado de ánimo y la


lucha interna que tuvo contra el llamamiento de Dios.

“Pensaba consagrar todo lazo que hubiera podido sujetar-


me...; mas en un instante percibí por vez primera que mi amor
era una atadura y un obstáculo ( amor de puro sentimiento y por
lo demás honesto). A la vista de esto quedé consternado y sentí
mi impotencia absoluta para romper esa cadena viviente de mi
corazón. ¡No quería! ¡En cuanto a eso, no y no!

“"Pero he aquí que una especie de soplo vivificante me cir-


cundaba... y una voz misteriosa me decía con un acento de in-
sondable profundidad: ‘¡Ah! ¡Si tú quisieras!’ — ‘No puedo querer
—respondí con mucha dulzura y respeto—. Eso es imposible’. —
‘Por lo tanto, ¡si tú quisieras!’ —volvía la dulce voz siempre acari-
ciadora y vivificante. Y yo le daba la misma respuesta, y llamaba
en mi testimonio al cielo para probar que aquello era imposible.

62
‘No estás enteramente obligado a esto -parecía que me dijese
la voz- pero sin embargo, ¡si tú quisieras!’. Eran siempre las
mismas palabras, pero cada vez con una fuerza más irresistible...

Y la maravillosa conversación seguía siempre así, con la


misma pregunta e idéntica respuesta.

“Después yo no quería querer. Al cabo de un tiempo quería


querer, pero sin querer todavía. Siempre se me figuraba imposi-
ble. Pero bajo la creciente insistencia de la voz... llegué a decir...:
‘No puedo, pero no me opongo; obra por tu cuenta, toma, hiere’.
Entonces, como si me hubieran puesto en la mano un hierro
candente, o mejor, como si me hubieran sacudido el brazo y
cogido la mano, herí yo mismo la arteria principal de mi cora-
zón. Todavía me parece sentir el frío de aquel golpe.

“Todo se acabó. Al día siguiente entré en una iglesia, era el


día de la Asunción, e hice voto de seguir los conseios evangéli-
7
cos" .

12) Celo de las almas.

La narración de la lejana misión nos encanta y conmueve. El


pensamiento de millones de almas que aún no conocen a Jesús
nos hace llorar. Mientras otros quedan fríos, como si fuera cosa
que no los toca, nosotros sentimos una viva repercusión. Nos
parece que tenemos obligaciones por esas almas, que debemos
hacer algo para ayudarlas, que no podemos permanecer tran-
quilamente mano sobre mano, limitándonos a estériles palabras
de compasión.

Algunas veces este pensamiento parece como que nos per-


sigue y nos representa viva en la imaginación la vista de un río
de almas que van a la deriva y que nos tienden las manos implo-
rando socorro.

7
Souvenirs de une jeunesse, 6ª ed., pp. 85-88.

63
Otras, en cambio, este celo apostólico se desarrolla y concre-
ta alrededor de nosotros mismos, lo ejercitamos en nuestro am-
biente en las Asociaciones, de tú a tú, de alma a alma. Otras ve-
ces se desfoga en la oración o en el estudio de los problemas del
apostolado católico.

La imagen de Jesús Crucificado que grita: ¡Sitio! nos parte el


alma y comprendemos el profundo significado del lamento del
Salvador: “Quae utilitas in sanguine meo?”.

Este sentimiento altruista, flor de la caridad cristiana, se en-


cuentra con frecuencia en almas juveniles y es una señal evi-
dente de que Dios llama al ideal de la paternidad espiritual, que
es la expresión más genuina de la caridad y de la vida consagra-
da al bien de los demás.

13) Fuga del egoísmo.

Sentir la fraternidad universal, el amor a los pobres, a los que


buscan dar una ayuda con la limosna, defender a los compañe-
ros más débiles e injustamente molestados por los muchachos
mal educados.

14) Sentir una santa envidia de los religiosos.

Al verlos pasar nos viene un secreto deseo: “¡Felices! ¡Si yo


fuera como ellos! ¡Qué felices deben de ser!”.

15) Fuga de la mediocridad.

Espíritu cristiano combativo. Siempre a punto para defender


su propia fe, gustar el honor de ser soldados de Cristo. Querer
ofrecer a Jesús cosas grandes.

(*) Y podríamos continuar todavía esta lista, pero bástenos


esto por ahora.

64
Diciendo que todo eso son “señales de vocación” no quiero
decir que, teniendo alguna de estas convicciones o deseos, se
tenga todo lo que se requiere para poder deducir la presencia de
una verdadera vocación, sino quiero decir solamente que algu-
nas de esas “señales” es ya indicio para mí, sacerdote o educa-
dor, para argüir con cierta seguridad que Dios ha puesto los ojos
sobre el alma de aquel joven para darle la vocación, la cual, para
que sea verdaderamente genuina y cierta, ha de tener otras do-
8
tes, como diremos más adelante .

8
Para comodidad de los sacerdotes transcribimos lo que sucintamente
dice el Padre Iorio, S. J., en su Compendium Theologiae Moralis, vol. II,
nº 157: Quaenam sint signa Vocationis Religiosae?
Resp. Generatim loquendo seu iuxta providentiam ordinariam duo
requiruntur et sufficiunt ad vocationem divinam probandam, scilicet
debita aptitudo et voluntas.
1. Aptitudo intelligitur idoneitas ad statum religiosum in genere, et in
particulari ad observantiam talis Ordinis aut Congregationis propriam.
Consistit autem in recto praesertim iudicio, in indole bona, in animo
submisso obedientiae iugo, in scientia relative sufficienti, et in carentia
defectuum corporis et animi, qui rationi huius vitae repugnant.
2. Voluntas constans, quae proinde non sit frequentibus mutationibus
obnoxia, non obstante alioquin quapiam praeterita tergiversatione ex
daemonis tentationibus exorta, vel ex quadam naturae repugnantia.
Non tamen requiritur ut voluntas ex spontaneitate seu propensione
magis quam ex intima animi persuasione procedat. Porro voluntas illa
recta esse debet, procedere scilicet ex intentione pura, ex mero desiderio
salutem facilius consequendi, maiorem Dei gloriam vel etiam anima-
rum salutem procurandi, etc.
Dixi generatim loquendo seu in providentia ordinaria: quia adsunt
evidentiora vocationis signa, nempe 1º) divina revelatio, ut vocatus est S.
Paulus, S. Aloysius Gonzaga, S. Stanislaus Kostka, etc... 2º) inspiratio
singularis, quae consistit in interno motu, quo quis vehementer ad vi-
tam perfectionem impellitur, et quasi attrahitur.

65
¿PODEMOS INFLUIR FORMANDO AMBIENTE,
SIN PELIGRO DE ROZAR LA LIBERTAD Y ESPONTANEIDAD?

¡Sí!

Por lo dicho hasta aquí podemos comprender cuál sea la at-


mósfera, por así decir, de las vocaciones y el aire sobrenatural
que respiran los que son llamados a la vida religiosa.

Yo sacerdote, yo educador, yo profesor, ciertamente, puedo


ayudar al joven a llegar al conocimiento de su vocación prepa-
rándole y formándole un ambiente en el que pueda fácilmente
entender, sentir, gustar, desarrollar y mantener y después seguir
su vocación si Dios se digna dársela.

La actividad de la gracia varía según los individuos, pero po-


demos establecer cierto proceso de convicciones y deseos que,
fundados bien en el joven, le hacen apto y sensible al toque de la
gracia apenas Dios le quiera llamar.

He aquí, pues, definido nuestro trabajo de educadores y de


celadores de vocaciones.

Es necesario que en el ambiente de nuestra clase, asociación


o colegio, reine:

1 ) La convicción de la vanidad de las cosas de la tierra.

2 ) El deseo de hacer cosas grandes por Dios y por la Iglesia

3 ) La admiración por los héroes, pero dando bien a entender


que los verdaderos héroes son los mártires, los santos y los que
se sacrifican por los otros.

4) Afecto y estima por las cosas que miran a Dios y a las al-
mas.

66
5 ) Celo apostólico, especialmente misionero.

6 ) Frecuencia de Sacramentos.

7) Ambiente sano en todo lo que se refiere a pureza, decencia


y modestia cristiana.

8) Formación cristiana combativa, según la frase de la Imita-


9
ción de Cristo: “Militia est vita hominis super terram” .

Pero para llegar a esto no es preciso limitarse a pláticas o


cursos especializados; es necesario trabajar en este sentido poco
a poco, tomando ocasión de los sencillos acontecimientos de la
vida cotidiana.

Por ejemplo:

1) Un muchacho se esfuerza por hacer bien un deber. Pero


no puede y se le da un mal punto. ¡Se le llama!

“Mira, nosotros somos unos pobres hombres y tenemos que


juzgar por lo exterior. Dios ha visto tu esfuerzo y te premiará.
¿Ves cómo tienen razón los religiosos para abandonar este
mundo tan injusto en juzgar y servir a Dios que sabe ver y pre-
miar?”

2) Se reza la oración y alguno que otro está distraído. ¡Se le


llama!

“¡Realmente somos afortunados! Tantos y tantos niños que


no saben ni tan siquiera que Jesús ha venido para salvarnos y
nosotros que poseemos la verdadera fe la despreciamos así.
Recemos bien y ofrezcamos nuestras oraciones por los niños
infieles”.

9
Job, 7,1.

67
3) Orientar algunos temas de clase en ese sentido. “¿Qué sen-
timientos sientes ante la muerte de un amigo?” “Después de una
diversión mundana (cine, teatro o baile), ¿qué pienso, qué sien-
to?” “¿Cuál es, según tú, la verdadera grandeza?” “¿Qué heroísmo
desearías haber hecho?”. Y así otras cosas, bien entendido lo de
“ne quid nimis”.

4) Corregir ideas cuando en las Antologías se habla de héroes


que no tienen nada de heroico y presentar a los verdaderos hé-
roes: los mártires que no se inclinan ante el tirano, los santos
que supieron cumplir con su deber aún a costa de su vida, los
misioneros que se consagran desinteresadamente al bien de los
demás. No faltarán al educador cristiano ejemplos de héroes
verdaderos.

5) ¿Los muchachos se han portado bien durante toda la ho-


ra? Entonces es necesario darles un premio, contándoles cual-
quier cosa. ¿Qué escogeremos? El que quiere trabajar por las
vocaciones no tiene necesidad de mi sugerencia. Hay multitud
de episodios de aventuras en las vidas de los santos, de los már-
tires, de los misioneros y de los católicos militantes.

6) A un muchacho le traiciona un amigo suyo. ¡Cuántas ve-


ces sucede! ¡Qué ocasión tan magnífica para inculcar la idea de
la vanidad de las cosas de la tierra! ¡Hasta las amistades fallan!
¡Para que veamos cuán grande es la ingratitud de los hombres
hacia el Corazón de Jesús! ¡Para que inculquemos el amor de
Dios, que es el verdadero Amigo que no sabe traicionar!

“¿Ves por qué los religiosos son felices? Porque han encon-
trado al Amigo”.

7) No nos limitemos a hablar únicamente de los santos o de


gente que vivió hace ya muchos años o está muy lejos de noso-
tros; hemos de hablar también de cualquier sacerdote, obispo o
religioso que los muchachos conozcan y darles a conocer el

68
lado apostólico de su vida, su generosidad con Dios, su heroís-
mo por las almas.

“¿Sabes?, aquél es Conde, su familia es riquísima. Pues, mira,


lo ha dejado todo... por Dios. Le ha dado un puntapié al mundo...
y no ha perdido nada”.

“Oigan, conocen al P. X. . . Quiero decirles un poco cómo pa-


sa el día... qué hace por los pobres... cuánto predica, confiesa,
etc...”

De este modo el joven conoce el ideal sacerdotal y apostóli-


co, vivo, latente, y cada vez que vea a aquel Padre se acordará... y
sentirá algo en su corazón.

8) Si entre los jóvenes se ha madurado ya alguna vocación, si


alguno de ellos ya ha vestido el hábito religioso o la sotana de
seminarista, sería muy oportuno animar a hacerse visitas mu-
tuas (no frecuentes), organizar alguna pequeña velada en su
honor, invitarle a que dé alguna charla sobre su vocación y que
les explique cómo oyó la voz de Dios, las dificultades que tuvo,
su decisión, etcétera. . .

9) Poner al joven dentro del apostolado. Y para ello no es ne-


cesario que pertenezca a ninguna Asociación, pues más que
todo se trata de que haga el apostolado de alma a alma, el perso-
nal.

“Tú eres amigo de X... ¿Por qué no le dices que esté mejor en
la capilla?” “Mira, tú eres bueno y estoy muy contento de que Z...
sea tu amigo, te lo recomiendo y espero que me lo transformes.
Veremos si lo consigues; yo te ayudaré cuando encuentres al-
guna dificultad”.

Y aquel jovencito se pondrá a trabajar y nos tendrá al co-


rriente de lo que hace, de las respuestas que le dan y de los pro-
gresos que obtiene, y mientras nosotros, educadores, tenemos

69
continua ocasión de hacerle ver la alegría del apostolado, la
fealdad del pecado y de la indiferencia religiosa en la cual caen
los que viven demasiado según las máximas del mundo, etcéte-
ra.

10) Ante todo, el educador debe amar su propia vocación;


que vean externamente su felicidad, su gratitud al Señor que le
ha concedido la gracia inmensa de llamarle a su servicio. Y no
olvide expresar estos sentimientos en cada ocasión que se le
presente. Con todo, tenga muy en cuenta que todo ha de hacer-
se con naturalidad y con la máxima sinceridad.

11) Y mientras tanto estudiemos a los muchachos y veamos


si en ellos se encuentra alguna de aquellas señales de vocación
de que hemos hablado. No es necesario que las tengan todas.
Bastarán dos o tres y algunas veces aún una sola. Ni es necesa-
rio que las tengan en aquel grado tan perfecto como las encon-
tré yo en los jóvenes a que me he referido.

Está de más decir que he escogido los mejores ejemplos para


hacer resaltar todo el alcance de ciertos sentimientos.

Encontrado el joven o jóvenes con tales señales podemos ir


adelante con la casi seguridad de dar en el blanco. Y no tenga-
mos miedo de hablar claro. Pero de esto diremos otras cosas
más adelante

12) El final de este trabajo no será que todos los chicos de la


clase o Asociación se harán por fuerza religiosos, como cual-
quier malicioso estará tentado de decir, sino lo siguiente:

El que tiene vocación, esto es, el que es llamado por Dios,


sentirá fácilmente su voz y no encontrará dificultad en seguirla;
en cambio, el que no es llamado obtendrá el beneficio de for-
marse seria y profundamente en el verdadero espíritu del cris-
tianismo, el cual es espíritu de desprecio hacia el mundo, de
generosidad para con Dios, de apostolado y de combate heroico.

70
SEGUNDA PARTE

EXAMINANDO UNA VOCACION

¿QUÉ ES?

Para poderla examinar es preciso ante todo saber qué es. Y,


sin más, hemos de declarar que es un acto de misterioso amor
de predilección por parte de Jesús hacia un alma a la cual Él
llama al sacerdocio o a la vida religiosa.

- Esencialmente es un acto de amor. Lo dice el Evangelio


cuando habla del joven que asegura al Maestro Divino el haber
observado siempre los Mandamientos, pero que con todo siente
que todavía le falta algo. Entonces, dice San Lucas, el Salvador
“intuitus eum dilexit eum”, posó sobre él su mirada, mirada di-
vina, escrutadora y creadora, y en aquella mirada puso todo su
Corazón.

Fue una mirada de amor... Nos recuerda un poco a aquella


otra frase del Evangelio, a propósito de otro llamamiento: “Rex-
pexit humilitatem Ancillae suae”.

- Es un acto de amor misterioso , porque siempre será ver-


dad que nadie sabe por qué Jesús llama a este joven más bien
que a aquel otro. No son los méritos o la bondad del individuo
los que determinan su llamamiento; depende únicamente de la
libre elección hecha por el Redentor. “Non vos me eligistis, sed
ego...”Sólo Él obra en este negocio; Él llama a quien quiere y
porque quiere.

- El que es llamado , pues, es un elegido, un predilecto, un


privilegiado . Para él está preparado el trato de una intimidad
divina con el Redentor. El se pondrá a Sí mismo en sus manos,
obedecerá a su palabra, le confiará lo que le es más querido: las
almas.

71
¡Qué tonto fue el joven del Evangelio en no aceptar aquel ac-
to de predilección! Y todo... “porque poseía muchas riquezas”.
No importa si quizá pecó o no rechazando la propuesta; lo que
Sí es cierto es que lo perdió todo, se quedó siendo uno de tantos
y por añadidura se fue con la tristeza: “abiit tristis!”.

UN POCO DE TEOLOGIA

Veamos un poco la definición de vocación, o mejor, lo que


según los teólogos se debe tener y basta tener para estar ciertos
de ser llamados por Dios. Distingamos varios puntos.

Vocación general

Sería la invitación a la perfección que Jesús dirige a todos los


fieles, pero que no implica necesariamente un estado de vida
particular. De hecho todos somos llamados a santificarnos, cada
cual en su propio estado.

Algunos, sin embargo, insisten diciendo que existe un lla-


mamiento general que se refiere a los consejos evangélicos y,
por lo tanto, a la vida religiosa, y aducen como prueba de su
aserto las palabras de Jesús al joven del Evangelio: “Si quieres
ser perfecto, ve, vende lo que tienes... y ven, sígueme”. Y como
estas frases de Jesús, bien que dichas a un individuo en particu-
lar, suele dirigirlas el Maestro Divino para enseñanza de todos,
se puede también pensar que El haya querido dar a todos aque-
llos “que desean ser perfectos” el consejo de venderlo todo y de
seguirle en la pobreza, castidad y obediencia.

Por lo demás, también otras frases del Evangelio (como por


ejemplo: “Tu fe te ha salvado; Siervo fiel, entra en el gozo de tu
Señor; Mucho se le ha perdonado porque ha amado mucho; Sed
perfectos como es perfecto vuestro Padre; Si comiéreis mi car-
ne, tendréis la vida en vosotros) aunque dichas a determinadas

72
personas, son aplicadas a todas las demás. Tanto más existiendo
otras palabras de Jesús aún más genéricas, con las cuales pro-
mete el ciento en esta vida y también la vida eterna a todos los
que dejaren padre, madre, hermanos, hermanas, campos, hijos,
etc., “propter nomen meum”. Y aquí, ciertamente, se habla de
vocación.

De donde nació la sentencia de algunos teólogos que afir-


man que, en cierta manera, todos estamos llamados a la vida
10
religiosa; basta que queramos ser perfectos .

No queremos insistir sobre esta conclusión; bástenos saber


que muchos sostienen esta sentencia. No sería oportuno aquí
hacer una defensa o una refutación.

Vocación particular

Es el llamamiento individual que Dios hace solamente a


quien Él quiere llamar al estado sacerdotal o religioso. Especial-
mente consiste:

a) en dotar al llamado de aquellas dotes morales, espirituales


y físicas que le hacen apto para tal estado de vida,y

b) en darle una gracia interna, mediante la cual el joven lle-


gue a juzgar la vida religiosa como un estado más perfecto que
el estado laico y que más fácilmente conduce a la salvación
eterna; pero este juicio no ha de ser únicamente teórico y efec-
tuado considerando los dos estados en sí mismos y objetiva-
mente, sino que ha de llegar a la persuasión y a la convicción de

10
También el P. Ferreres parece ser de esta opinión. De hecho, en su
obra Compendium Theologiae Moralis, vol. II, nº 177, dive que para
tener verdadera vocación bastaría esta invitación general con tal que
concurran la recta intención, la falta de impedimento de parte del can-
didato y que tenga las dotes requeridas por el Instituto que quiere abra-
zar.

73
que prácticamente y para él la vida religiosa es mejor, más per-
fecta en orden a su santificación y más segura en orden a su
salvación eterna. Sin esa gracia interna y sobrenatural el joven
podrá llegar a entender que la vida religiosa es más perfecta que
la vida laica como lo llegan a comprender aun los no católicos,
pero no llegarán nunca a la convicción práctica de que para él
(con su carácter, dotes, circunstancias de vida y aspiraciones) la
vida religiosa es el camino que mejor que cualquier otro le con-
ducirá a la consecución perfecta y completa del fin por el cual
11
Dios le ha creado .

Esta sería la vocación interna ya que la ha hecho Dios priva-


da, individual y particularmente en el interior del alma.

Vocación externa

Es la definitiva admisión del candidato hecha por la legítima


autoridad en nombre de la Iglesia. Realizada esta admisión la
vocación no es ya de carácter interno y privado, sino que se
completa y sanciona definitivamente y, casi diría, se concreta
por la autoridad competente.

11
Todos los moralistas dicen que la vocación particular consiste en un
llamamiento o invitación hecha internamente por el Señor, el cual da
juntamente las dotes y las otras gracias actuales necesarias para poner
en práctica su llamamiento, pero ninguno se esfuerza en decir en qué
consiste ese “llamamiento” o bien cómo se manifiesta interiormente en
e joven.
Nosotros creemos poderla definir dieiendo que es esa convicción cier-
ta o juicio práctico hecho a la luz de la influencia de la gracia y de la cual
luego proviene la decisión definitiva. La gracia, pues, ilumina la inteli-
gencia y mueve la voluntad y el joven queda convencido de que Dios le
llama.
Frecuentemente Dios concede también atractivos, certezas sentidas y
deseos llenos de consolaciones sensibles, todo lo cual son ayudas su-
mamente apreciables pero no constituyen elementos eseneiales de la
vocación misma, la cual más bien se cimenta en la voluntad iluminada
por la sana razón y sostenida por la gracia.

74
Alguien ha dicho que la vocación propiamente dicha consis-
te sólo en esta vocación externa, pero los más sostienen que se
requiere también aquella interna; de otro modo tendríamos la
12
“forma” pero no la “materia” .

Ciertamente es necesaria la admisión por parte del superior


de modo que “ninguno tiene derecho a ser ordenado antece-
13
dentemente a la libre elección del obispo” , pero esto sería más
bien un “completar la vocación exteriormente y de frente a la
14
Iglesia” .

De aquí no se sigue que la vocación esencial y adecuada-


mente (esto es completamente) se reduzca a la sola aceptación
por parte del obispo o del superior religioso. De hecho éstos no
pueden hacer apto al individuo ni infundirle la recta intención,
porque sólo Dios es el que puede dar estas dos condiciones ne-
cesarias.

Ni se ha de pensar que el obispo o el superior religioso esté


directa e infaliblemente iluminado por Dios para saber quiénes
son los escogidos para el ministerio divino. Antes de dar su con-
sentimiento debe investigar y examinar para ver si Dios, cuyo
representante es, llama o no al joven que se le presenta.

Así, pues, en resumen, la vocación se constituye de estos tres


elementos:

1º) Que el joven tenga recta intención, la cual consiste en


que esté convencido de que para él el estado religioso o la vida
sacerdotal le conducirá mejor, más perfecta y seguramente a la

12
En nuestro caso, la “forma” sería la aceptación hecha por la autoridad
competente y la “materia” el candidato teniendo la vocación particular e
interna .
13
Cfr. A. A. S., IV, 485; 9 julio 1912.
14
Tummolo-Iorio, Theol. Mor., vol. II, n. 703, en nota.

75
consecución de su último fin. Por consiguiente, escogerá el
estado religioso o sacerdotal por motivos sobrenaturales no por
motivos de interés material o natural.

2º) Que esté adornado de aquellas dotes intelectuales, mo-


rales y físicas necesarias al estado que quiere abrazar.

3º) Que sea admitido por el superior de la diócesis o de la


religión en la cual quiere entrar.

Nada más parece que pida el Derecho Canónico que, en el


canon 538 dice:

“Puede ser admitido en la religión cualquier católico que esté


libre de impedimentos, que esté movido de recta intención y
que sea idóneo para satisfacer las obligaciones de la religión”
(esto es, que sea capaz de observar las reglas, penitencias y de-
15
más deberes) .

Pero ¿quién ha de juzgar la idoneidad del candidato? Aque-


llos que tienen el poder de admitirle en la religión o en la dióce-
16
sis, o sea los superiores (Cf. Canon 543) .

¿Y EL SENTIMIENTO?

15
In Religionem admitti potest quilibet catholicus, qui nullo legitimo
detineatur impedimento rectaque intentione moveatur, et ad religionis
onera ferenda sit idoneus (can. 538) .
16
Será util saber algunas definiciones que los moralistas dan de la voca-
ción. El P, Arregui en su summarium Theol. Mor., en el n. 490, hacia la
mitad, da la siguiente: “Iure divino sive naturali sive positivo, requiritur
in omnibus (qui religionem ingredi volunt), vocatio divina, sive speciali,
seu individua invitatio per congrua auxilia singulis a Deo collata, sive
generalis, seu communis omnibus a Christo iacta ad consilia evangelica
servanda (Mt., Ig, 21); sed utraque animi corporisque dotibus coniuncta”.
Tummulo-Iorio,Theol. Mor., vol. II, n. 703, da esta otra: “Vocatio adae-
quate sumpta potest definiri: Subiecti idonei individua invitatio ad sta-
tum clericalem (vel religiosum) a Christo facta per internam inspiratio-
nem, et a legitimo Ecclesiae ministro approbata”.

76
Por todo lo dicho se ve que todo es cuestión de voluntad y de
entendimiento con el cual se comprende y juzga lo que nos
conviene para la santificación, perfección y salvación del alma,
que busca su camino, y el del prójimo al que también quiere
ayudar a salvarse.

Jesús dice: “Si quieres”, y no: “Si te sientes atraído”.

Están, pues, en un error los que exigen que el alma sienta


una cierta atracción hacia el estado religioso, que vea claramen-
te y se convenza sensiblemente de que Dios la quiere en la reli-
gión.

Este fervor sensible y este sentimiento de certeza mezclada


con entusiasmo acompañan muchas veces a una vocación
verdadera, pero no son necesarios. Muchas veces Dios los con-
cede para que el alma se fortifique y supere una serie de luchas
internas o externas por las que deberá pasar para llegar a alcan-
zar su ideal. De hecho, el que tiene la vocación ha de sacrificar
familia, haberes, amistades, quizá cualquier amor o ideal hu-
mano, porvenir en el mundo, el propio querer y comodidad;
debe dejarse a sí mismo... Sin una gracia que ayude a la natura-
leza con las consolaciones espirituales, con un entusiasmo sen-
sible, con una certeza y seguridad llenas de gozo, muchos no
serían capaces de dar el gran paso y romper completamente con
todo lo sensible y brillante para darse a lo que realmente vale
más, pero que no nos es posible ni tangible porque es espiritual.

Me acuerdo de un compañero mío de Noviciado. Siempre


estaba pletórico de felicidad sensible y de consolaciones espiri-
tuales. Sentía a Jesús cerca de su alma, sentía la belleza de la
vocación, la poesía divina del amor de Dios.

Pasado un mes le pregunté:

77
—¿Aún tiene consolación?

—¡Sí! Y si no, ¿cómo podría resistir todos estos sacrificios?

Para él estas consolaciones eran necesarias; muchos, en


cambio, no las tuvieron y perseveraron lo mismo en el propósito
de servir a Dios hasta la muerte.

No se trata, por consiguiente, de sentir sino más bien de en-


tender con el entendimiento, iluminado y elevado por la gracia,
que, para mí, con todos mis defectos, debilidades, exigencias,
deseos espirituales, carácter y circunstancias, la vida religiosa es
lo más apto para salvarme, para ser santo o para vivir una vida
digna de ser vivida.

Lo dijo Jesús a San Pedro cuando éste, viendo que el Maestro


había colocado el matrimonio en su primitiva seriedad y rigidez,
exclamó: ¡Entonces no trae cuenta el casarse!

—No todos entienden esto—le respondió Jesús—, “sed qui-


bus datum est”, sino a aquellos a los cuales les es dada mi gracia.
Y fue entonces precisamente cuando Jesús habló del voto de
castidad, elemento esencial en la vida religiosa.

A primera vista parecerá que este libro está hecho para meter
religiosos a todos sus lectores; ciertas pláticas sobre la vocación
parece que no dejan ni una salida por donde poder escapar y,
sin embargo, ¿cuántos se quedan fríos, escépticos, simples ad-
miradores y por nada secuaces? Son aquellos “quibus datum
non est”.

El que en cambio entiende que nuestra manera de razonar es


exacta y que nuestra vida de religiosos es la más bella y junta-
mente ve que precisamente para él es lo que se requiere para
hacerle feliz, ponerle a seguro, hacerle un bienhechor de las

78
almas, etc., quiere decir que es uno de aquellos “quibus datum
est”, ¡es un llamado! ¡Y feliz él !

Por lo tanto, podemos concluir afirmando que: se tiene vo-


cación cuando se está convencido (moralmente) de que la vida
religiosa es la vida que mejor nos conducirá al fin por el cual
Dios nos ha creado, con tal de que tengamos las condiciones
requeridas y seamos admitidos por los superiores.

LAS OTRAS CONDICIONES

Hemos hablado de la convicción. Ahora hablemos de las do-


tes que le son necesarias a uno que quiere consagrarse a Dios.

1) Dotes de inteligencia

Que sea capaz para hacer los estudios requeridos por la Or-
den que quiere abrazar. Y ¡por Dios! no exageremos aquí ni en
un sentido ni en otro. Hay superiores religiosos que si les esca-
sean las vocaciones admiten con suma facilidad al primero que
se les presenta. Lo mismo sucede a veces en ciertos seminarios
con consecuencias poco recomendables para la Iglesia de Dios.
Eso aleja las almas de la dirección espiritual y de aquel respeto
que se debe tener en todo lo tocante a la religión.

El sacerdocio es una responsabilidad. Ha de ser faro de luz,


guía en el camino, consejo en la duda. Muchas veces el sacerdo-
te habrá de solventar cuestiones escabrosas, dirigir almas extra-
ordinarias y difíciles, estudiar cuestiones intrincadísimas y casi
siempre ser un dirigente, ser jefe.

No todos están capacitados para ello. Pero tampoco hemos


de caer en el otro extremo y hacer creer que para ser religiosos
es preciso estar dotados de una inteligencia extraordinaria y que
casi toque con el genio. Muchos fieles tienen esa idea y aún
quizá no sólo los fieles. Por consiguiente se ven jóvenes dotados
de todas las cualidades necesarias y a los que se les cierra la

79
puerta de la religión, se les priva injustamente de un bien tan
excelso y se hace derrochar inútilmente uma gracia tan grande
de Dios.

Una inteligencia corriente puede bastar; como máximo pue-


de pedirse que sea un poco superior a la mediocridad. Exigir
más no sería justo. Frecuentemente el buen sentido común vale
más que la mucha inteligencia.

2) Dotes de voluntad

No precisa fijarse exagerada o exclusivamente en la inteli-


gencia. Muchas veces esos inteligentísimos han dado mucho
que hacer, y otras muchas han perdido la vocación por soberbia;
o bien, ordenados de sacerdotes, se han entregado a una vida
cómoda huyendo del sacrificio y del celo. Lo que más vale es la
voluntad, la índole buena del muchacho, su espíritu de sacrificio,
la fuerza de vencerse a sí mismo, la victoria del respeto humano,
la docilidad en la obediencia, la sincera estima de su nulidad.
Esas cualidades son una buena señal de un carácter serio y
muestran un conjunto de madurez espiritual que es segura ga-
rantía de perseverancia y seriedad en el futuro trabajo sacerdo-
tal.

Si un muchacho es dócil, tiene voluntad para el estudio (aún


cuando quizá le cueste), tiene buen carácter, es sincero, tiene
verdadero espíritu de oración, influye entre sus compañeros,
sabe hacer apostolado, ofrece sacrificios a Dios y por su vida
espiritual, es puro... todas estas dotes reunidas en una inteligen-
cia más bien mediocre obtendrán un óptimo religioso.

Es necesario recordar que en la vida religiosa hay muchas


mansiones, y que al lado de los genios que dan un impulso ex-
traordinario a las obras religiosas y hacen cosas grandiosas, se
requiere quienes mantengan en el silencio de una vida sin pre-
tensiones el trabajo constante de la salvación y santificación de

80
las almas que se alimenta de confesiones catecismo y dirección
espiritual.

Sin estos sujetos humildes, de posibilidades más bien limita-


das, las obras más bellas, las asociaciones más florecientes, esta-
rían condenadas a eclipsarse después de un pequeño período de
apogeo, porque un religioso muy inteligente difícilmente se
prestará a hacer de simple ayudante de otro aunque dirija de un
modo genial.

Y por lo demás, ¿no estamos viendo cuántos jóvenes recha-


zados de alguna Orden porque parecían poco inteligentes han
ido a llamar a las puertas de otra Orden y una vez admitidos se
han convertido más tarde en famosos oradores, directores de
almas o prelados de mucha responsabilidad? Lo cual demuestra
que existe la Providencia de Dios que sabe encontrar sus cami-
nos aún prescindiendo de nosotros y demuestra al mismo tiem-
po que podemos equivocarnos soberanamente, precisamente
cuando queremos hacernos los inteligentes y los prudentes.

No estará de más notar aquí que no es fácil dar un juicio


exacto de la inteligencia de un joven de unos dieciséis años. No
es raro que todavía no se haya desarrollado completamente su
inteligencia; algunas veces si no pueden con el Bachiller es por
falta de base, por desgana o porque no tienen profesores aptos.
¡Cuántas veces estos jóvenes admitidos a prueba se han revela-
do más tarde inteligentes en la Filosofía y en la Teología!

En cambio, de la voluntad se puede juzgar con un poco más


de seguridad. Basta conocer al muchacho, oír hablar de él, verle
mientras juega o mientras hace lo ordinario. Se ve en seguida si
se tiene delante a un hombre o a un afeminado; a un caudillo o
a un merengue; a un joven que tiene carácter y personalidad o a
un adocenado.

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*Quisiera recomendar a los que se les ha confiado la mi-
sión de aceptar a los candidatos en la religión que no teman
nunca a los sujetos que son movidos o díscolos, a aquellos que
ejercitan sobre sus amigos una influencia extraordinaria, a los
que no pueden estarse ni un momento quietos y se les señala
por su demasiada vivacidad. Se quiere objetar que es medida de
prudencia el no admitirlos porque difícilmente serán obedientes
o no se podrán adaptar a nuestra vida. ¡Falsísimo! Estos sujetos,
muy al contrario, dan pruebas de ser obedientes y maleables,
llenos de buena voluntad, sinceros y leales, y son los que el día
de mañana serán capaces de empezar un movimiento social, ser
unos óptimos misioneros o unos insuperables educadores de la
juventud.

¡Cuántas vocaciones se echan a perder por nuestra falta


de tacto que muchas veces no tiene su fundamento sino en
la ausencia de vista sobrenatural y de humildad!¡Y después
nos quejamos de la escasez de vocaciones! Es el caso de pre-
guntarnos si tal escasez no es un castigo del Señor por tantas
vocaciones que hemos culpablemente desechado.

El criterio de la elección no ha de ser nuestro provecho en un


próximo futuro, sino que hemos de considerar también y esti-
mar y aceptar el trabajo de la gracia y el verdadero llamamiento
de Dios.

Oremos antes de tomar una decisión, convencidos de que en


esta materia somos pobres inexpertos que tenemos verdadera
necesidad de la luz de lo alto para saber buscar con sinceridad y
pureza de intención, no a nosotros mismos ni nuestro pequeño
ambiente, sino la gloria de Dios y el bien de la Iglesia y de las
almas.

En cambio es necesario excluir a los inconstantes a los que


durante tres días son buenos y quince son malos para luego
volver a ser buenos durante otros tantos dias. Los jóvenes que
no están seguros de su vocación cambian de idea cada semana

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y a veces mucho más a menudo. Los que son esclavos del vicio
no tienen reservas ni energías para dominarse. Y poco más o
menos así son los afeminados, corrientemente demasiado me-
losos, que tienen necesidad del afecto de cualquier criatura, que
corren tras simpatías ridículas y humillantes.

3) Dotes físicas

Se necesita un cuerpo sano, libre de enfermedades heredita-


rias o graves que dejan alguna perturbación en el organismo
como la tisis, enfermedades nerviosas y otras semejantes. Los
jóvenes destinados al sacerdocio deberían estar libres de ciertas
deformidades del cuerpo que impiden el cumplimiento de su
oficio sacerdotal y alejan de los fieles aquella estima y confianza
con la que debe estar aureolado el sacerdocio católico.

En general se puede decir que una salud ordinaria, o sea, la


que gozan los jóvenes que “están bien”, es suficiente. No es ne-
cesaria una robustez especialísima, un absoluto dominio de los
nervios, una naturaleza completamente libre de cualquier debi-
lidad física. Por más sano que se esté, alguna pequeña anomalía,
alguna predisposición, algún defecto en las funciones orgáni-
cas, casi siempre se encontrará.

Con todo, si uno quiere abrazar alguna Orden religiosa de


vida más austera y penitente, se le exigirá una salud más fuerte y
en esto mídanse bien las fuerzas para no sufrir después una
desilusión.

—Es una pena —me decía un religioso de vida muy austera—


ver jóvenes tan buenos, robustos y llenos de buena voluntad
entrar en el Noviciado y de diez sólo llega uno.

—¿Y los otros? —pregunté.

—No resisten. Nuestra vida es demasiado dura. Se han de le-


vantar a media noche, hacer tres cuaresmas de ayunos, mucho

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silencio, mucho estudio, y las generaciones modernas no pue-
den con todo esto.

Y una superiora religiosa me decía:

—¡Ay, Padre! Muchas de nuestras novicias se vuelven neu-


rasténicas y las tenemos que mandar a sus casas.

—¿Cómo es eso?—pregunté sorprendido.

—Tenemos demasiado silencio. Las naturalezas vivaces no


resisten, empiezan a tener muchos escrúpulos y después... a
hacer rarezas.

Y me contó el caso de varias jóvenes, llenas de esperanza pa-


ra su Congregación, que tuvieron que volverse a sus casas... con
los nervios deshechos.

Pero por fortuna no todas las órdenes religiosas presentan


esas dificultades particulares. En general sus reglas se adaptan a
los tiempos y a las fuerzas de cada miembro de la comunidad.

Lo que tendría se que mirar bien es que el joven no sea ad-


mitido si no está todavía bien desarrollado no sólo físicamente
sino también moralmente. En otras palabras, es necesario que el
joven sea un joven y no un chiquillo; que tenga ya su poquillo
de bigote y un juicio un poco maduro, que dé verdadera garan-
tía de comprender el paso que da y a lo que renuncia. Se necesi-
ta que comprenda de cuantas energías es capaz y dé el paso a
sabiendas, no con los ojos cerrados. No quiero decir que conoz-
ca o haya experimentado el mal. La juventud no se manifiesta
sólo en el pecado o en ciertos impulsos peligrosos, sino en otras
muchas cosas que dan al individuo aún más vivaz una cierta
seriedad y madurez.

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No es cuestión de edad. En algunos sitios los chicos a los tre-
ce años son ya jóvenes; en cambio, en otros de la misma región
a los dieciséis aún son niños, tanto física como moralmente.

Estos jóvenes así preparados sabrán superar las tentaciones


del Noviciado, comprenderán la importancia de aquellos años
de formación y serán capaces de formarse personalmente; no se
maravillarán de las defecciones de otros compañeros; no serán
artificiales o exteriores en su formación y ciertamente no sal-
drán con aquella frase insulsa en que se refugian con frecuencia
los que han perdido la vocación: “¡Nunca tuve vocación! ¡No
sabía qué era vocación!”.

PERO NO BASTA

Todo lo que hemos dicho hasta aquí no basta para darnos


seguridad en una vocación. El joven que tiene algunas de estas
señales y todas las dotes requeridas tampoco puede decir que lo
tiene todo. Se requiere todavía que él, conociendo su estado y
convencido de la Voluntad de Dios, sostenido por la gracia divi-
na, libre y conscientemente con un acto de voluntad diga:
“¡Quiero!”.

Jesús no se impone a la fuerza sino que quiere voluntarios,


quiere generosos que le sigan por amor y no por la fuerza o
porque no pueden hacer otra cosa.

El que trabaja por las vocaciones guárdese siempre de in-


fluir directamente sobre la voluntad del joven. Podrá ilumi-
narle, quitarle las dificultades que nazcan de cualqiuer error de
juicio, conducirle paso a paso durante todo el período de su
decisión, pero en el punto decisivo el joven debe quedarse
solo con Dios. Debe tener la convicción de que es él el que de-
cide, que la vocación la debe únicamente a Dios y a su voluntad.
Así será su vocación no la vocación del Padre tal o del Hermano
cual.

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Sucedióme una vez con un joven que vino a hacer los Ejerci-
cios Espirituales para la elección de estado y solía venir a verme
para aconsejarse. Un día me lo vi entrar completamente abatido.

—Padre, no sé qué decir: estaría contento si Dios me llamase


a la vida religiosa pero también estaría contento si me quisiera
dejar en el mundo. No tengo inclinación ni a una parte ni a otra.
Dígame usted lo que debo hacer y haré lo que me diga como si
me lo dijese Dios mismo.

Le miré fijamente. Era sincero. Pero pensé en el futuro. Ma-


ñana le vendrá cualquier tentación y él se dirá a sí mismo: “No
escogí yo. Fui un estúpido sin voluntad que me dejé enredar”.

—No —respondí—, no se puede hacer así. Has de ser tú el que


escojas. Haz más oración. Piénsalo mejor todavía. Yo ya sé lo
que Dios quiere de ti pero no te lo diré nunca; has de ser tú el
que lo descubras, tú eres el que has de escoger.

Hablamos todavía durante una hora pero la luz no vino: que-


dóse en su estado de vacilación. Antes de volver a su casa vino
de nuevo.

—En resumen, no he cambiado nada: ¿cómo me las arreglo?


Y el caso es que no quiero estar así, quiero tomar una decisión.

Le calmé y hablamos largo rato. Finalmente tomó esta deci-


sión: volvería a casa con la idea de que se tenía que hacer reli-
gioso. Así debía estar durante un mes, rogando y obrando como
si tuviese vocación. En este tiempo Dios tenía que manifestarse
o dándole algún deseo o de algún otro modo. No obstante, no
vendría a verme en este período sino que me escribiría a los
quince días para decirme si había encontrado algo nuevo.

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A los quince días me escribió. Lo mismo que al principio, no
se había movido ni una hoja; calma, equilibrio perfecto entre las
dos partes.

Le respondía que tuviese paciencia, que rogase todavía más.


Pero a la semana le escribí nuevamente diciéndole que creía que
él no era de los llamados; le exhortaba a deponer todo pensa-
miento de vocación y que empezase a ver otro ideal menos
sublime.

Me escribió en seguida. Se maravillaba de mis palabras... mi


carta fue una espina; así pues, ¿Dios no lo quería? ¿Y por qué?
Terminaba diciendo que se resignaba... pero de mala gana. Dios
con esto se hizo oír.

Le escribí con urgencia diciéndole que mi carta era un truco


para sondear el terreno y que por su respuesta comprendía que
Dios le daba a entender ciertamente que le llamaba.

Y así se decidió. ¡El sólo!

Y ahora veamos unos párrafos de una carta mandada en el


período de su formación religiosa. Se trata de una de esas crisis
por que atraviesan casi todos los religiosos. Él permaneció firme
en su vocación, pero ¿hubiera tenido esa firmeza si en vez de
escoger él mismo hubiera decidido yo su vocación?

“Busco hacer de la santidad mi ambición, espero ser un santo


de cuerpo entero, un santo moderno. Aunque todavía no he
abandonado la lucha, con todo dudo si creo en mi ideal. Siento
el peso del deber, la responsabilidad de mi trabajo y la necesidad
de desarrollar mis cualidades; además soy enemigo de la me-
diocridad.

“Pero esa lucha por vivir según este ideal me agota y me deja
cansado, deshecho y lleno de ansia. Eso me hace amar un poco

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mi vida aquí (alude a la casa en la que se encontraba), siento que
me encuentro fuera de sitio pero me agarro a mi vocación hasta
la muerte porque estoy convencido de que Dios (lo subraya tres
veces) me quiere aquí. Por favor, no vaya usted a crcer que esté
incierto o indeciso acerca de mi vocación. Nunca he dudado ni
un solo instante de la certeza de mi elección, pero desde la
muerte de mi padre no he estado nunca contento, excepto al-
gún que otro momento luminoso”.

Por fortuna, la crisis (como toda crisis) pasó y fue felizmente


superada. Tres meses después me escribía: “Gracias por sus
largas cartas, algunas veces las leo como lectura espiritual y
como meditación. Estoy muy contento y he encontrado el ca-
mino de la confianza y del abandono en Dios”.

¿ES DIFÍCIL DECIDIR UNA VOCACIÓN?

Si oímos hablar a ciertos seglares y personas del mundo, pa-


rece que para poder decir que uno es llamado por Dios ha de ser
una cosa extraordinaria. Tienen una idea tan alta de los religio-
sos, que piensan que sólo los Santos pueden aspirar a una tal
vida y que Dios llama a esos pocos de una manera extraordina-
ria. Se imaginan que el muchacho que tiene vocación ha de
estar completamente entregado a la oración, a una vida retirada
y eminentemente santa y con frecuencia excluyen categórica-
mente la posibilidad de una vocación en ciertos jóvenes: “¡Tú no
eres hombre para vocación ! ¡ Se necesita ser santo para tener
esas aspiraciones ! ¡Sí . . . precisamente Dios te va a llamar a
ti!”.Es una idea equivocada! Si no es que hay malicia.

Otros, en cambio, piden años de prueba y de ponderación,


quieren que el joven esté al corriente de todo lo que el mundo le
puede dar, creen que no puede decidir su vocación si antes no
ha gustado la vida y tocado casi con la mano la vanidad de las
cosas, sostienen que es muy difícil entender si Dios llama o no y

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alguna vez aun piden por añadidura alguna revelación de lo
alto.

En cambio es preciso que se convenzan de que la cosa no es


tan difícil aunque no se ha de tomar a la ligera.

¡Dios ciertamente llama! Y su llamamiento requiere que el jo-


ven se ponga en un cierto estado de para toda la vida, un estado
del cual dependerá todo su porvenir así en este mundo como en
el otro. Por tanto, Dios no puede pretender que el joven haga esa
elección si no está seguro de lo que hace. Y por eso también le
ha de dar una cierta facilidad para conocer su voluntad con
seguridad.

¿Quién de nosotros se hubiera atrevido a hacerse religioso o


sacerdote si no hubiese comprendido con una cierta seguridad
que Dios le llamaba? Tanto más cuanto que existe el aviso de
San Pablo: “Nadie ose acercarse sino el que es llamado como
Aarón”.

Además, si fuesen necesarias esas pruebas y tan dificil cono-


cer la voluntad de Dios, serían muy pocos los jóvenes que se
pondrían al servicio del Señor y éstos lo harían con temor y
ansiedad dudando continuamente si se encuentran o no en el
recto sendero.

Dios suele dar cierta facilidad para ayudarnos a hacer las co-
sas necesarias y así es fácil el comer, respirar o rezar. Pues esco-
ger bien el estado de nuestra vida es una cosa necesaria para
nosotros, para la Iglesia y para las almas, por lo tanto Dios ha de
hacer en cierto modo fácil tal elección.

El P. Lessio pide poquísimo. Dice: “Si alguno llega a la deter-


minación de abrazar la religión y está resuelto a observar las
reglas y sus obligaciones, no hay duda que esa resolución, esa
vocación, viene de Dios; no importa qué circunstancias la ha-
yan producido”.

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“No importa cómo empezamos -dice San Francisco de Sa-
les- con tal de que estemos determinados a perseverar y termi-
nar bien”. Y Santo Tomás de Aquino atrevidamente afirma que
“no importa de qué fuente venga nuestro propósito de entrar en
la religión; éste viene de Dios”; mientras que el P. Suárez con-
cluye que “generalmente el deseo de una vida religiosa viene del
Espíritu Santo y como tal lo tenemos que recibir”.

No está de más notar aquí que Santo Tomás dice que si uno
se hace religioso creyendo que ésta es la voluntad de Dios,
mientras en realidad no lo es, y después éste tal llega a hacer los
votos de buena fe, Dios le dará con seguridad la vocación.

Por todo lo cual no tengamos demasiado miedo.

Lo mismo se prueba también por la experiencia. Muchas ve-


ces basta cualquier ejemplo o pocas consideraciones corrobora-
das por la gracia y asoma luego una vocación y el joven se sien-
te seguro de sí mismo y lucha por conservar su ideal como si se
tratase de un verdadero tesoro que es ya suyo.

Sin embargo, nunca se le ha de permitir al joven la precipita-


ción. La vocación se examina bien, se pondera, se prueba con
calma y constancia, con seriedad y con inteligencia. No se per-
mita que el futuro de un joven se funde sobre un “quizás”.

¿CÓMO SUELE MANIFESTARSE EL SEÑOR?

De diversas formas.

1) Directamente: o sea, cuando Dios mismo mediante una


visión o con una clarísima inspiración da a entender de modo
que no admite ningún género de dudas el camino que debe
seguirse. Así hizo Dios con San Pablo llamándole de una mane-
ra milagrosa y clarísima en el camino de Damasco. Así sucedió
también a Santa Margarita, a la que el Señor dijo claramente

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que la quería Religiosa, y más tarde le decía que avisase a la se-
ñorita de Lyonne porque también a ella la quería religiosa.

Lo mismo pasó a San Estanislao de Kostka, el cual curado


milagrosarnente por la Virgen, oyó que le decía: “Te quiero en la
Compañía de Jesús”. También de San Luis (Gonzaga) se dice
que recibió una inspiración muy clara y fuerte que le reveló su
vocación a la Compañía de Jesús.

Pero no se vaya a creer que únicamente a los Santos se les


llama así. Dios se complace en comunicarse a muchas almas
que quizá quedarán para siempre escondidas en la humildad
pero que reciben de Él un trato de misericordia inefable.

Cuando fui Prefecto de colegio, una noche antes de meter-


me en cama, quise dar una vuelta por el dormitorio para ver si
todos los muchachos de mi brigada dormían. Vi a uno que se
movía en la cama. Me acerco... tenía los oios abiertos de par en
par.

—¿Aún no te has dormido?—le dije con un tono de admira-


ción y de reproche.

Por toda respuesta me enseñó el rosario entre sus dedos.

—No, no—dije contrariado—, no son éstas horas de rezar. iA


dormir!

—No puedo —me respondió con dulzura y nada ofendido de


mis palabras.

No supe qué responderle ni tenía ganas de echarle un ser-


món a aquella hora y en aquel sitio. Paseé un poco... Por lo de-
más se trataba de un óptimo muchacho del que no podía temer

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ninguna travesura de mal género... aún más, era uno de los que
tenían vocación. Podía, pues, irme a dormir tranquilo.

Cuando me preparaba para entrar en mi aposento, me lo veo


venir en pijama y todo sonriente.

—La Virgen me ha dicho que iré al Noviciado este año.

—¡Sueñas! —le dije— ¡Eres muy pequeño todavía! No será po-


sible..., de todos modos, ahora ve a dormir.

Aún estaba estudiando el tercero de Bachiller, tenía quince


años y no estaba desarrollado del todo; no había, pues, que pen-
sar en que los superiores hiciesen una excepción.

Después de aquella noche estaba tranquilo y seguro de sí


mismo. Y la cosa salió, como él dijo, contra toda esperanza y con
gran maravilla por parte de todos los Padres del colegio. Su pa-
dre, que ya estaba un poco disgustado porque su hijo mayor le
había dejado el año anterior precisamente para irse al Novicia-
do, no sólo no hizo al pequeño ninguna dificultad sino que fue a
suplicar él en persona al P. Provincial que le aceptase y dándole
a entender que se ofendería si no le admitían aquel mismo año.

2) Sin embargo, con más frecuencia, se hace sentir el Señor


dando al joven mucha claridad y seguridad proveniente de
consolaciones y convicciones que hacen de la vocación una
cosa sentida. Esta es la manera más frecuente como da a cono-
cer Dios la vocación. El joven se siente fuertemente atraído ha-
cia la vida religiosa; para él no existe otro ideal, no puede dudar
de que aquél es su camino; cuando piensa en la vocación se
siente feliz, se llena de entusiasmo y está pronto a cualquier
lucha o sacrificio con tal de llegar a ser religioso, salvador de
almas.

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Tendrán tentaciones, momentos de duda y de desaliento,
pero él comprenderá que son tentaciones que pasarán pronto
para dejar tras sí nuevamente la calma, la luz y la plena seguri-
dad.

Veamos lo que dice un joven. Lo pongo todo tal como lo es-


cribió, aun con sus faltas; quiero que sea él solo quien hable.

“Amadísimo Padre: Ayer tarde cuando fui al Círculo (de Ac-


ción Católica) recibí su bellísima carta que me puso más con-
tento que nunca. Usted me ha dicho que el demonio querrá
vengarse ahora; bien, yo estoy preparado para recibir el desafío
y defenderme. No le tengo miedo porque tengo como aliado al
Sagrado Corazón Jesús. Jesús me ama y yo le amo a El. Mi cora-
zón se ha hecho una misma cosa con el del Sagrado Corazón.
Me siento inflamado de su amor. La vocación crece en mí siem-
pre más y más, y desearía partir... hoy mismo para empezar en
seguida mi apostolado.

“Padre, no pasa ni un minuto que no recuerde la vocación y


al Sagrado Corazón de Jesús. En la calle, en clase, en todos sitios
pienso en El y le digo jaculatorias. Y no le digo cuántas veces he
besado su estampa. Yo no puedo entender cómo en estos pocos
días me ha favorecido tanto el Sagrado Corazón de Jesús. Le doy
las gracias continuamente: ‘Jesús, haz lo que quieras de mí, yo
estoy dispuesto hasta morir, hasta martirizarme por tu amor.
Bendíceme y acrecienta siempre en mí el amor hacia Ti y la
gracia tan estupenda de hacerme jesuita misionero...’”

Y termina con un grito de alegría: “¡Viva el Sagrado Corazón


de Jesús y de María! ¡Viva! ; Viva por siempre!”.

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Estos jóvenes ya están decididos, no tienen necesidad de ha-
cer la elección de estado; para ellos, escribir los pros y los con-
tras para ver cuál sea la voluntad de Dios es perder el tiempo y
cosa inútil, pues nadie podrá hacerles cambiar de idea.

Y con todo... es el caso de decir: No se puede uno fiar del


sentimiento. No que únicamente se trate aquí de sentimiento
pues hay mucha gracia de Dios, pero hay también mucho fervor
y con frecuencia fervor sensible el cual con el tiempo podrá
disminuir y aún desaparecer; y si la vocación se funda sólo so-
bre esto y no más bien sobre convicciones que sean fruto de
razonamiento y de experiencia, podrá ser fuertemente zaran-
deada en momentos de crisis o tentación y aún alguna vez pue-
de miserablemente perderse.

Por lo tanto, al mismo tiempo que se les anima y se les


muestra confianza en su sinceridad y en la gracia que Dios les
da, debemos exigirles que hagan por escrito su elección, que
escriban los motivos por los cuales escogen el estado religioso y
que se convenzan con la inteligencia de que tienen razones
para escoger este estado tan sublime.

Y ese escrito, fruto de meditación, reflexión y luces espiritua-


les, se ha de conservar, para que en el momento de la tentación
o vacilación el joven pueda releerlo y volver así a las fuentes de
su vocación y no dejarse conducir por otros caminos más o
menos turbios que quizá se atraviesen en el suyo.

3) Tiempo de calma. Decisión fundada sobre el raciocinio.


Es el estado de aquellos que no se sienten movidos sensible-
mente por la gracia sino que se hallan en un estado de tranquili-
dad absoluta. Una cosa así como aquel joven que quería que
decidiese yo por él. Estos no por eso han de creer que no tienen
vocación, como suelen pensar tantos seglares, sino que deben
también ellos hacer su elección y considerar con la lógica para

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qué han sido creados, cuál es el fin de su vida en la tierra, qué
camino es el más a propósito para ellos para alcanzar mejor, con
más facilidad v con mayor seguridad su último fin.

Muchos Santos han tenido que recurrir a este sistema para


conocer y encontrar su vocación. Así del Beato Claudio de la
Colombière se lee que, llegado a la edad de tener que abandonar
el colegio y los estudios inferiores y teniendo que elegir su ca-
mino, después de haber encomendado el asunto al Señor, se
puso a pensar y a considerar sus inclinaciones, dotes, posibili-
dades, el fin de su vida, etc., y aunque no le atraía la religión la
escogió porque le parecía más apta para consegoir su salvación
eterna y el fin para que Dios le había creado o sea servirle y
amarle.

Que escogió bien y que fue una verdadera vocación divina lo


prueba el hecho de que fue un perfecto religioso y que por este
camino escogido solamente con el razonamiento llegó a la san-
tidad y al honor de los altares.

¿CÓMO HEMOS DE COMPORTARNOS CUANDO SE NOS


HABLA DE VOCACION POR PRIMERA VEZ?

Algunos sacerdotes y religiosos cuando se les presenta algún


joven que manifiesta algún germen de vocación se limitan a
acogerle con grandes fiestas, a ser sus amigos, a alabarle delante
de conocidos y parientes como un “buen chico” o “un ángel”, a
colmarle de caricias y al final, como digno colofón de sus deseos
y conclusión de aquellas aspiraciones, le hacen su sacristanito,
el monaguillo que le ayudará su Misa o tal vez el criadito de la
casa parroquial y el compañero del acostumbrado paseíto ves-
pertino del señor párroco.

¿Y después ? . . . ¡Todo termina ahí!

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Así, pues, la vocación para aquel muchacho querrá decir
ayudar a Misa, estar en la casa parroquial, barrer la iglesia y... ser
el policía de los otros chicos que no son tan angelitos como él.

Y aquel muchacho seguirá adelante diciendo que quiere ser


cura o religioso sin entender qué cosa es vocación. Habrá tenido
un deseo verdadero y aún una verdadera vocación, pero este
deseo debiera haber sido cultivado, desarrollado, iluminado,
reforzado, hasta que se hubiese convertido en una convicción,
en una cosa querida conscientemente ya que se vio en toda su
belleza y entidad. Es más que natural que al cabo de pocos me-
ses estos muchachos suelen cansarse de su “vocación” aún an-
tes de haber tenido la oportunidad de entender qué significaba
tal palabra.

Estoy completamente de acuerdo en que es necesario ani-


mar al muchacho antes de nada, pero no hemos de contentar-
nos con palabras bonitas de alabanza; han de seguirse después
las instrucciones serias y sólidas del significado de la vocación y
de la manera de ver si realmente Dios llama o no.

He dicho que antes de nada tenemos que animar al mucha-


cho.

Temo que muchos no comprendan el daño que hacen


cuando, encontrándose con uno que les habla de vocación, acto
seguido toman una postura de aguafiestas, de gente que está
dispuesta a echar jarros de agua fría en los entusiasmos juveni-
les y que quizás acaban por ahogar verdaderas vocaciones, glo-
riándose después de que no son unos tontos que creen fácil-
mente en los ideales juveniles.

¡No! Se equivoca el que obra de esta manera y más, precisa-


mente, al principio. No se puede pretender de una vocación en
germen, de una plantita apenas nacida, que sea capaz de aguan-
tar un huracán o una ducha fría. Examinemos primero, probe-

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mos el terreno, reforcemos la vocación... y después ya vendrá el
momento de la prueba. Pero no al principio.

Animar, pues, pero con seriedad, dando una idea clara de lo


que es la vocación, de las consolaciones y sacrificios que lleva
consigo y explicando al joven cómo se puede llegar a ver si tiene
o no vocación verdadera.

—¿De veras? ¿Tienes vocación? ¡Es una gracia inmensa!, se-


rás muy feliz. ¡Bravo! Te deseo eso, que llegues a alcanzar esa
meta. Pero oye, dime un poco, ¿cómo te ha venido esa idea?

Y se escucha:

—Mira, mañana te diré qué significa ser sacerdote.

No todo de una vez. Demos tiempo a la gracia de penetrar y


saturar el terreno. Más adelante hablaremos de las señales de la
vocación y luego del modo cómo se hace la elección. Y mien-
tras, que pida y ore mucho.

LA ELECCION

1) Preparación remota

No es conveniente hacer en seguida la elección. Antes con-


viene que el joven sepa las ventajas de la vida religiosa, el alcan-
ce de los santos votos, la obediencia, la castidad, etc. Sepa cuáles
son los deberes del sacerdote, la belleza de esa excelsa dignidad;
debe entender un poco lo que deja y también la belleza del sa-
cramento del matrimonio que es un gran sacramento lleno de
significados místicos e instrumento en las manos de Dios Crea-
dor.

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Y para decirle todo ésto no debe haber prisas. No hay razón
para dárselo todo de una vez sino poco a poco, frenando tal vez
las prisas del joven. De esta forma tendrá tiempo de gustar, de
caer en la cuenta, de ponderarlo todo, y cuando a continuación
haga la elección, habrá adquirido ya una cierta madurez.

2) Preparación próxima

Una vez hecho lo anterior va bien fijar la fecha en la que se


ha de hacer la elección y mientras se prepara, haga una novena
al Sagrado Corazón o a la Santísima Virgen. Mucho mejor si
puede hacer los Ejercicios Espirituales en el silencio y recogi-
miento. Esos días de preparación han de ser días de oración, de
lectura espiritual, de retiro y de penitencia. Se trata de obtener de
Dios que se haga oír con su gracia y con sus luces.

No se va a hacer una cosa material sino un acto sobrenatural,


y si no viene la ayuda de Dios es casi seguro que nos equivoca-
remos.

Otra cosa que se ha de hacer es apartar de su mente toda cla-


se de dificultades que se le presenten. El demonio suele turbar al
joven e impedirle que haga bien su elección de estado, presen-
tándole dificultades insuperables de modo que, en vez de buscar
con sinceridad la voluntad de Dios, se convenza antes de tiempo
de que no podrá ser nunca sacerdote o que la vida religiosa no
se ha hecho para él. “Aún no sabes si te llama Dios o no a la vida
religiosa. Primero mira si esa es para ti la voluntad de Dios y
después examinarás las dificultades y verás si son tales que de-
biliten tu decisión”.

No se empieza nunca negativamente, ni se enseña una doc-


trina proponiendo primero las dificultades, sino que antes se da
la doctrina sólida y después se sopesan las dificultades y si todas
ellas desaparecen quiere decir que la doctrina es verdadera y, si
no, que aquélla está equivocada.

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Antes de hacer la elección se ha de fijar bien el objeto de la
elección misma. Primero: ¿He de seguir el camino ordinario
quedándome en el mundo o de apartarme y entregarme a una
vida perfecta? Segundo: ¿He de ser sacerdote secular o religio-
so? Si decido hacerme religioso puede darse que quede indeciso
sobre “qué Orden elegiré”, y entonces ha de hacerse otra elec-
ción.

El punto capital es el primero; los demás, la mayoría de las


veces, suelen decidirse de una manera más bien natural y no
presentan gran dificultad.

Algunos, por ejemplo, no pueden soportar el pensamiento de


que han de hacerse sacerdotes seculares, otros en cambio tie-
nen esa aversión natural por los religiosos, y lo mismo sucede
muchas veces en escoger una Orden u otra. Eso puede provenir
de una cierta simpatía, inclinación o convicción que se lleva
dentro del corazón.

Me ha pasado bastantes veces el tener que oírme de jóvenes


que nunca habían pensado en vocación: “Si yo me tuviese que
hacer religioso me haría cualquier cosa antes que jesuita ”.

Son diversos modos de ver que hemos de respetar (a menos


que no sean frutos de engaño). Dios llama adonde quiere y todas
las Órdenes y Congregaciones religiosas tienen el derecho y la
gracia de obtener vocaciones para ellas.

Lo que nos importa ahora es el punto neurálgico, o sea, ver si


el joven es llamado a la vida de perfección y de apostolado en el
sacerdocio o en la religión o si, al contrario, debe continuar en el
mundo y seguir el camino ordinario del matrimonio.

En este momento decisivo y solemne de su vida el joven ha


de convencerse de que no puede seguir adelante sin un Padre
espiritual, sin un guía experto desinteresado y que busque su
verdadero bien. Naturalmente este guía habrá de ser un sacer-

99
dote o un religioso. Son ellos, antes que nadie, los que reciben
de Dios la misión de dirigir a las almas y por tanto los que están
provistos de la gracia de estado para conocer la voluntad de
Dios.

El demonio, el mundo y las pasiones se pondrán de acuerdo


para que no veamos claro y para no dejarnos escoger lo que
verdaderamente sea voluntad de Dios. Pensad un poco si el
diablo va a ser tan memo que va a estarse mano sobre mano
precisamente en el momento en que un joven se prepara para
ver si ha de ser un capitán del ejército militante que combatirá
para aplastarle la cabeza.

Lo que hará será exagerar las dificultades, hacer ver como in-
soportable el yugo suave del servicio divino, al convento lo con-
vertirá en cárcel y a los religiosos en desesperados, y al contra-
rio, al mundo lo presentará con todo su encanto, y ciertas tonte-
rías nos parecerán como indispensables.

¡Cuántas ilusiones sabe poner el demonio en esos momen-


tos! Un joven no quiso decidirse a ser religioso porque no se
sentía con fuerzas para dejar el mundo y ese mundo para él no
consistía en la familia (no estaba tan apegado a ella), no era el
pecado (era un buen muchacho y sabía mantenerse), ni el amor
(no le atraían las muchachas), ni las riquezas... sino un no sé qué
que él mismo no sabía explicar ni definir, tal vez era aquella
especie de libertad de sus propias acciones, aquel poder oír la
radio y no estar sujeto a hacer una cosa más bien que otra. Y
mientras, en su casa estaba sujeto a un horario y a un régimen
más bien rígido. Como se ve, este mundo se reducía a un fan-
tasma, a una nonada.

¡Renunciar a la vida religiosa por tal bagatela! Y sin embargo,


aquel joven aun hoy hace los Ejercicios Espirituales para ver si
tiene vocación o no y su Padre espiritual no puede hacer otra
cosa que... sonreír.

100
Otro creía que no podía aspirar al sacerdocio porque siendo
niño, a los doce años, se habían cruzado unas miradas y cartas
con una chiquilla más pequeña que él.

Otro excluía a priori la posibilidad de ser llamado a la vida re-


ligiosa porque una vez hizo un pecado.

Otros creen que no pueden ni hablar de vocación porque no


tienen ningún antepasado que haya sido eclesiástico. Dicen: “Se
ve que no somos de raza, y claro no llegaremos por ese camino”.

Alguien pensaba que para ser religioso era de todo punto ne-
cesario odiar a su madre.

Y la lista no acabaría nunca.

¡Ideas equivocadas, exageraciones, ilusiones! Se requiere un


guía que haga caer todos esos fantasmas y que disipe todas esas
nubes que nos parecen tempestades pero que no son sino pom-
pas de jabón.

101
METODO PARA HACER LA ELECCION

Y llegamos a la elección propiamente dicha.

Conviene que el joven se ponga delante de Jesús Crucificado


y recapacite con toda seriedad para qué le ha creado Dios. Que
pondere bien la primera frase del catecismo: “Dios me ha creado
para amarle, servirle y salvar mi alma”.

Coja después un papel y escriba: 1 ) ¿Qué ventajas encuentro


en la vida religiosa para conseguir este fin mío? Naturalmente,
ha de considerar también sus circunstancias de vida, su carác-
ter, etc. Y después siga escribiendo: 2) ¿Qué desventajas en-
cuentro en la vida religiosa para conseguir este fin mío?

Después tome otro papel donde anotará las ventajas y des-


ventajas que encontrará para conseguir el fin supremo quedán-
dose en el mundo.

Pensando y orando encontrará bastantes cosas que poner en


el papel. Después, junto con su Padre espiritual, hará el balance
de las ventajas v desventajas y conforme a éste decidirá. Se cae
de su peso que este balance no ha de ser simplemente numérico
sino moral. Algunas veces una sola desventaja puede anular
todas las ventajas y viceversa.

Este método es muy útil para los que se encuentran en el pe-


ríodo de tranquilidad y de calma o para los que no se sienten
atraídos o inclinados hacia ningún estado de vida en particular.

En cambio, para los que ya desean la vida religiosa pero que,


no obstante, deben hacer la elección por las razones arriba indi-
cadas, este método no será tan apto. Para éstos bastará que es-
criban con sinceridad cuáles son las razones que los mueven a
desear el sacerdocio o la vida religiosa. Por la lista que hagan se
podrá ver si tienen o no recta intención y consecuentemente si

102
la vocación viene de Dios y es verdadera o si es fruto de razones
e intereses humanos y por consiguiente no verdadera.

Para utilidad de unos y otros quisiéramos dar una lista de


motivos sobrenaturales y buenos por los cuales se puede
desear y escoger la vida religiosa. Estos motivos pueden consi-
derarse también como ventajas que se encuentran en la vida
religiosa.

A) MOTIVOS QUE TOCAN A MI UTILIDAD ESPIRITUAL

1) Estoy seguro de salvar mi alma

Se está alejado de los peligros y tentaciones del mundo. Exis-


te la promesa de Jesús: “Recibiréis el ciento por uno en esta vida
y después la vida eterna”, sin enumerar a tantas Órdenes religio-
sas que han tenido promesas especiales y privadas que aseguran
a sus miembros la salvación eterna o una asistencia especial en
la hora de la muerte.

Por lo demás, Jesús, que prometió el premio aún por un vaso


de agua, ¿cómo podrá dejar sin el premio eterno a los que lo han
dejado todo por su amor y le siguen entregados en una vida de
renunciamiento y de sacrificio?

Si el paraíso se conquista por la fuerza y sólo los esforzados


llegan a alcanzarlo, ¿no es el caso de afirmar que esos esforzados
del espíritu son los religiosos?

2) Se está casi libre del pecado mortal

El religioso vive siempre bajo la mirada ete Dios; tiene las re-
glas que le sirven de barrera contra las tentaciones; tiene a los
superiores y compañeros que velan porque toda ocasión de
ofensa a Dios esté bien lejos de la religión y del religioso El reli-
gioso generosamente se liga a Dios con los santos votos pero

103
también Dios se ata a él y se empeña a derramarle gracias de
fortaleza abundantísimas en los momentos de prueba.

Además vive lejos del mundo. El mundo es visto por el reli-


gioso como si estuviese encima de una alta torre sin peligro
alguno de contagiarse. Los que están abajo son arrollados fácil-
mente por el ruido, por las seducciones, por los malos ejemplos:
el religioso, en cambio, está en un sitio donde no le es permitida
la entrada al mundo.

Veamos cómo San Bernardo describe las ventajas espiritua-


les del religioso: “Vive más puramente, cae raramente, se levanta
prontamente, muere confiadamente, se le libra del purgatorio
más prestamente y es remunerado más abundantemente”.

Podemos decir con seguridad que un buen religioso fácil-


mente puede pasar toda su vida sin cometer un pecado mortal.

3) Se llega a la perfección

Como el joven del Evangelio. Había observado los Manda-


mientos de Dios pero entendía que aquello era poco. Su alma
anhelaba algo mucho más alto, quería hacer alguna cosa grande
por Dios que era tan bueno, no se contentaba con lo estricta-
mente necesario, y Jesús le dijo: “Si quieres ser perfecto, vende
todo lo que tienes, y ven, sígueme”.

El religioso está en un estado que tiende continuamente a la


perfección, la busca y la procura por todos los medios. La Iglesia
aprueba las reglas de las Ordenes religiosas para decir que,
quien las observe, con seguridad alcanzará la perfección.

4) Se alcanza fácilmente la santidad

104
Que es la perfección llevada al heroísmo. Aquel obedecer
siempre negando la propia voluntad, aquel vivir siempre sujetos
a una Regla, a una vida común, haciendo siempre lo que gusta a
los demás, mortificando todo deseo propio, convierte al religio-
so en un héroe escondido. Después vienen las ayudas espiritua-
les: una dirección espiritual constante, una sólida y robusta
formación ascética, una abundante dosis de oración, lecturas
espirituales, pláticas y conferencias ascéticas, frecuentes visitas
al Santísimo; en una palabra, se vive en la misma casa con Je-
sús, el cual está siempre a nuestra disposición.

De hecho la gran mayoría de los Santos canonizados perte-


necen a familias religiosas y al clero secular y alguien se ha ma-
ravillado de que haya un Beato Contardo Ferrini (seglar) porque
siempre había creído que los Santos eran únicamente religiosos
o sacerdotes.

5) Quiero vivir únicamente por los bienes eternos, que son


los únicos que estimo

¿Pero es posible -me decía un joven- que Dios me haya


creado para las tonterías de esta tierra? ¿Mi vida tan noble y alta
he de vivirla corriendo tras las boberias de acá abajo?

Este se hacía eco de las palabras de San Estanislao de Kostka


“No he nacido para las cosas de la tierra sino para las del cielo, y
éstas he de vivir y no aquéllas”.

Para algunos sería una terrible humillación, un imperdona-


ble contrasentido vivir para las cosas de la tierra. Tienen sed de
los bienes del espíritu, ven que sólo éstos pueden saciar el cora-
zón, y la consecuencia es que conciben un verdadero desprecio
del mundo y ven que trae cuenta el vivir únicamente para los
bienes del cielo.

105
No puedo resistir a la tentación de copiar una página de San
Bernardino Realino. Disgustado del mundo y de su vaciedad, lo
apostrofa así:

“Bien, se dice de aquello que es bueno, o sea, que hace feliz al


que lo posee. ¿Esta felicidad nace de tí? Veámoslo. Pongamos
aquí en medio un hombre de los tuyos. Adornémosle de todos
tus bienes. Sea más rico que Mida, más bello que Nereo, más
fuerte que Aquiles, más victorioso que Alejandro, más grande
que Pompeyo, más feliz que Sila; en fin, que tenga el cuerpo de
Amalco por la mano, que todo el mundo le admire, le señale con
el dedo, le erija estatuas, todos le exalten, todos se inclinen:
“quid inde?” ¡Ay de mi! El día de la partida nunca se le podrá
llamar feliz. Aquel mismo que quiso ser llamado feliz conoció la
miseria de su felicidad cuando al fin de su vida mandó que su
cuerpo fuese incinerado temiendo quedase insepulto.

“Conoce, ¡oh mundo!, las manifiestas vanidades pero antes


conócete a ti mismo ¡oh, miserable!, sujeta los deseos malos, no
te dejes llevar del engañoso amor, abre los ojos de la inteligencia
y cierra un poco aquellos del cuerpo, levanta, que ya es tiempo,
los pensamientos de la oscuridad a la luz, de los cuerpos a las
17
almas, de las almas a los ángeles, de los ángeles a Dios” .

6) Tengo miedo del infierno

No se trata de cobardía o de vileza sino de un sentimiento


santo que no se tendría sin una verdadera gracia de Dios y que
ella sola es capaz de hacer Santos. Sabemos que la vocación de
San Bruno, fundador de los cartujos, se debió a un gran temor
del infierno.

Cuando era todavía doctor parisino tuvo que asistir a unas


exequias del célebre profesor Raimundo Diocrés, doctor de la
Universidad. Durante la función, a las palabras del sacerdote:

17
GERMIER, S. J., Vita di S. Bernardino Realino, 1942 p. 141.

106
“Responde mihi quantas habeo iniquitates et peccata, scelera
mea et delicta ostende mihi”, el cadáver, desde el féretro, dijo:
“Por justo juicio de Dios he sido acusado”.

El miedo de los presentes se resolvió en una huída general,


llenos de terror. Se suspendió la función creyendo que aún vivía
el profesor, pero viendo que realmente estaba muerto, se pensó
que aquella voz procedía de una ilusión colectiva.

Empezóse de nuevo la ceremonia religiosa; esta vez la iglesia


estaba abarrotada de gente. Y cuando llegaron a las palabras
anteriores, de nuevo el cadáver se mueve, se incorpora y dice:
“Por justo juicio de Dios he sido juzgado”.

Otra vez se repiten las carreras y se suspende el rito; con to-


do, hay algunos que no encuentran nada de particular en el
significado de aquellas palabras: “Bien, dicen, todos seremos
acusados y juzgados por el justo juicio de Dios; no es de extra-
ñar, pues que el cadáver diga esto; podemos seguir adelante en
las exequias”.

Se empieza otra vez. Llegados a la frase provocativa, el cadá-


ver se sienta de nuevo y esta vez habla mucho más explícita-
mente:

“Por justo juicio de Dios he sido condenado a las penas del


infierno”.

La lección fue clara y Bruno encontró su vocación. Es un óp-


timo motivo hacerse religioso porque se teme caer en el in-
fierno.

7) Haré una muerte santa

Para cuántos jóvenes ha sido el pensamiento de la muerte el


que ha decidido su elección a la vida religiosa. Nos lo dice tam-
bién San Ignacio cuando aconseja al joven que hace la elección
de estado que se considere en el lecho de muerte con el sacer-

107
dote al lado y a los familiares llorando; que piense: ¿Qué hubiera
preferido escoger en la hora de la muerte? ¿Moriré más contento
y tranquilo, más confiado y sereno si escojo la religión o si vivo
en el mundo? Y entonces, concluye San Ignacio, escoge ahora
lo que hubieras deseado haber escogido en la hora de la muerte.

Del religioso se puede decir: “Beati mortui qui in Domino


moriuntur”. Ha vivido para Dios, muere en El y por El. “Opera
enim illorum sequuntur illos”, sus obras hechas únicamente por
Dios y por las almas les seguirán. Ellos son los que han acumu-
lado verdaderas riquezas que no podrán ser robadas por los
ladrones ni destruídas por la polilla.

8) Se vive una vida espiritualmente organizada

Es la teoría del máximo rendimiento espiritual. Algunos que-


rrían hacer muchísimas cosas pero luego en la práctica resulta
que no hacen nada porque o no son ordenados o se dejan llevar
de mil ocupaciones y preocupaciones. En cambio el religioso
hace una vida regulada por un horario que periódicamente le
trae el anuncio de una nueva obra que ha de hacer por Dios; la
campana le señala todos sus movimientos, llega a ser como una
máquina espiritual que le ayuda a no separarse nunca de su
deber.

Éste era el motivo principal que animaba a un joven univer-


sitario a escoger la vida religiosa.

“Pertenezco a la Federación Universitaria y deseo hacer mu-


chísimo bien, pero pierdo el tiempo y todo el día se me pasa sin
haber hecho nada. No estudio, no rezo y ni siquiera tengo tiem-
po para hacer el bien. No hay manera de regular mi tiempo; soy
un desordenado. Tengo necesidad de una vida metódica, una
vida de horario en la que tenga tiempo para todo”

9) Está uno cierto de que hace siempre la Voluntad de Dios

108
Eso se obtiene por medio de la obediencia. El superior reli-
gioso, en virtud de su autoridad, me representa a Dios, y lo que
me dice que haga, ciertamente es la voluntad de Dios a menos
que no se trate de algo pecaminoso.

Este privilegio únicamente lo gozan los religiosos. Los demás


podrían saber que hacen la voluntad de Dios en algunas cosas
más importantes, pero el religioso aun en las más mínímas, en
la más pequeña acción: un sermón, un paseo, cualquier cosa
que haga por orden o con el permiso de sus superiores es cier-
tamente la voluntad de Dios.

Cuando decimos en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad así


en la tierra como en el cielo”, en la tierra, donde se hace la vo-
luntad de Dios perfectamente como en el cielo, es en la casa
religiosa.

Me llaman para asistir a un moribundo y el superior me dice


que vaya: es la Voluntad de Dios. Me dan un encargo: es la Vo-
luntad de Dios. Me dicen que vaya de vacaciones para descan-
sar: no hay que discutir, es la Voluntad de Dios.

Y si no obedezco estoy también seguro de que no cumplo la


Voluntad de Dios.

Esta ventaja es inmensa para quien comprende que la única


cosa necesaria es hacer la Voluntad de Dios. Jesús mismo puso
en ésto el fin de su vida mortal: “hacer la Voluntad de Aquel que
rne ha enviado”.

Por eso precisamente no pocos seminaristas y aún sacerdo-


tes piden ser admitidos en la religión, para tener esa seguridad
de que aún en las cosas más pequeñas encuentran la senda de la
voluntad de Dios.

10) Felicidad de la vida religiosa

109
¡Entendámonos! No se trata de una felicidad natural y hu-
mana. ¿Tengo quizá en el mundo la familia que me aburre, los
compañeros que me ‘toman el pelo’ porque soy medio tonto?
Pues me hago religioso y así seré tratado con caridad por mis
compañeros, tendré asegurado el pan y vivire sin preocupacio-
nes”. Eso no sería vocación sino cálculo comercial que no resis-
tirá ni a las primeras dificultades y sufrimientos de la vida reli-
giosa.

Es otra felicidad la que se busca. Es aquella felicidad que no-


taba San Agustín cuando decía: “Señor, nos has hecho para Ti y
nuestro corazón está inquieto hasta que no reposa en Ti”. Es la
felicidad de la conciencia tranquila, del amor de Dios, de la con-
vicción de ser amigos de Jesús en la casa del Padre.

“Quam dilecta tabernacula tua, Domine virtutum; concupis-


cit et deficit anima mea in atria Domini”.

“Ustedes son felices—me decía un Bachiller que venía a ver-


me en vacaciones—, no hacen otra cosa que reír, pero su risa es
especial. Sale del alma. ¡Nunca he visto reir así!”. Y venía, decía
él, para gozar un poco de nuestra alegría celestial.

Y otro, al que escribía de vocación no negándole el temor de


que se habría reído de mi ingenuidad por escribir a un despreo-
cupado como él sobre un tema tan sublime, me respondió: “Esté
cierto de que no me reiré por lo que usted me escribe sobre la
vida religiosa; envidio a los religiosos, que son felices en esta
tierra porque saben que después de la muerte los espera Dios, el
premio”. Y yo añado que nuestra felicidad no sólo es una res-
puesta a la esperanza en el futuro sino a la gozosa realidad del
presente. Es una felicidad que proviene de la certidumbre de la
amistad con Dios, de la compañía de religiosos santos, de la
mortificación, de la pureza y de un complejo de cosas que dan al
religioso una juventud espiritual.

110
Copio la carta de un joven religioso enfermo y con el pro-
nóstico de una larga enfermedad que podía tener consecuen-
cias y, no obstante, está lleno de alegría; cada página de su carta
rebosa felicidad.

“21-XII-1943. Ayer precisamente recibí sus apreciadísimas


cartas y sin pérdida de tiempo le respondo para darle mis últi-
mas noticias. Antes que nada ha de saber que hace pocos días
fui a Turín. Allí, bajo la observación de óptimos doctores, pasé
por varios exámenes de sangre y del líquido raquidiano, extraído
de la espina dorsal. Durante mi larga permanencia de veinte
días, fuimos visitados por la aviación; dos bombarderos dieron
muy cerca de aquí. La primera noche de las incursiones me
transportaron al refugio, pero después me quedaba en la cama.
He estado en una clínica estupenda, bastante moderna, dirigida
por las buenísimas Hermanas de la Sabiduría, muy virtuosas y
ejemplares. Su ejemplo, su unión continua con Dios, la recta
intención que manifiestan con las más pequeñas acciones, su
gran caridad y el asiduo y perfecto cuidado de los enfermos me
ha consolado mucho y me ha enseñado con cuánta generosi-
dad y perfección he de servir al Sagrado Corazón y cuánto le
debo amar. Las horas del día se me hacían un poco largas, sobre
todo a la caída de la tarde cuando todo se iba haciendo oscuro,
pero me entretenía con la lectura de bonitísimos libros que me
traía el buen P. Socio: Mis Prisiones, Los deberes de los hombres,
la Vida de León XIII...y vidas cortas de nuestros Santos que en
aquellos momentos de soledad me daban mucho consuelo,
mucho entusiasmo por la gloria del Sagrado Corazón, del Cris-
tianismo, de la Iglesia y me llenaban de amor a las almas.

“Además una alegría indescriptible por mi vocación.

“Leía y meditaba; mi rostro brillaba de gozo. Cuando por la


noche oía los gritos o las quejas de los enfermos vecinos, me
entraba mucha compasión de ellos. ¡Oh! ¡Qué pequeños son mis

111
sacrificios, decía, en comparación de los de ellos, qué poco sufro
por el Señor! Jesús, haz que sus sufrimientos no se pierdan. La
alegría que he sentido algunos días es indecible; alegría que
provenía de todas aquellas lecturas de vidas de almas que se
habían consagrado al Señor. Aquella alegría que sentía entonces
la querría transmitir a los demás. ¡Ah! decía entre mí, ¡si supiesen
las almas cuánta alegría concede el Señor a los que le quieren
servir y le aman. Sí, ésta es mi misión: llevar mi alegría a tantí-
simas almas que no la tienen y que en muy poco tiempo la po-
drían recibir.

“El Sagrado Corazón en aquellos días me facilitaba mucho el


ofrecimiento de mis pequeñas espinas. Veía que aquellos días
no los desperdiciaba sino que estaba haciendo algo por su
amor...

“Al principio de mi enfermedad, hace tres meses, la gracia


que pedí con más insistencia fue que mis pequeños sufrimien-
tos no se perdiesen por mi culpa sino que los supiese sufrir to-
dos por El. Y parece que el Sagrado Corazón me ha oído. En
estos tres meses me he sentido más unido a El. Yo tan indigno y
Jesús tan bueno conmigo...

“Espero en el Sagrado Corazón que sanaré y, si no, hágase su


voluntad. De vez en cuando me vienen ganas de saltar y correr
por todos los sitios y manifestar a todos mi gratitud al Señor...
Pero si esto no me es posible, si el Corazón de Jesús quiere te-
nerme prisionero de su amor por mucho tiempo o por toda la
vida, es que tal vez con mi curación faltaré a su amor. ¡Oh! Él me
aleje de tamaña desgracia, porque no tengo ninguna necesidad
de correr ni saltar sino de amarle y hacerle amar y únicamente
por eso he sacrificado familia, amigos, patria.

“Si he de decirle la verdad, no me siento solo; el Sagrado Co-


razón, no obstante mi indignidad, es muy bueno conmigo y
quién sabe si nos veremos dentro de poco. Pero dejémoslo todo
en sus manos. El sabrá hacerlo todo mejor que nosotros. Sin

112
embargo, le ruego que no me olvide en sus oraciones, para que
si hasta ahora Dios me ha hecho la grande gracia de serle un
poco fiel, que no decaiga en los futuros sufrimientos, los cuales
no sé cuándo acabarán...”

Después de leer esta carta no nos maravillaremos de aquellas


palabras de un monje trapense: “Tan contento estoy aquí que
temo no obtener el paraíso en la otra vida”.

11) Quiero hacer una vida de sacrificio y de renunciamiento

Y por esa razón muchos escogen la vida religiosa. El que


quiere sacrificio puede estar seguro de que ama al Señor. No
hay señal más clara y segura del amor a Dios.

¡Con cuánta frecuencia estas almas generosas quieren ser


semejantes en todo a Jesús, pero especialmente en la cruz! Un
muchacho de doce años escogió una Orden religiosa más bien
que otra por el siguiente motivo: “Porque en esa Orden la vida es
un continuo martirio”.

Otro muchacho lleno de amor a su vocación y que hoy es ya


sacerdote, me escribía: “¿Se acuerda, Padre, cuando en febrero
recibí una patada de C. . . ? ( la carta está fechada en diciembre).
Recibí aquella patada porque pedí al Sagrado Corazón que me
concediese la gracia de sufrir cualquier cosa por Él. Después oyó
mi petición y a las dos semanas me dió una enfermedad bastan-
te peligrosa: la bronquitis. Acepté aquellos dones y le di las gra-
cias y desearía recibir otras cruces porque sé que por ellas nos
viene mucho bien”.

Este aspecto de la vida religiosa es uno de los más bellos y de


los más deseados por las almas buenas. Baste citar a Santa Mar-
garita María de Alacoque, la cual solía decir a Jesús que no cree-
ría en su amor mientras no la hubiese hecho participe de su

113
Pasión y de su Cruz. Pero no únicamente los Santos sentían así.
Todas las almas que quieren amar a Dios con sinceridad son
atraídas por una vida austera y sacrificada.

Cierto joven que pasó por el examen de su vocación antes de


ser admitido, me informó de lo sucedido en los siguientes tér-
minos:

“El P. Rector... en vez de preguntarme cosas sobre mi voca-


ción, como hizo con M..., empezó a hablarme de mil dificulta-
des. Yo estuve callado, pero ya me las sabía todas y estaba y es-
toy dispuesto a enfrentarme con ellas porque, si no no hubiese
dado este paso. En fin, me dijo que esperase la llegada del R. P.
Provincial y que hablase con él. Padre, dígale, por favor, que yo
sé que haciéndome religioso y por añadidura misionero, sufriré
mucho, y dígale también que precisamente eso es lo que yo
deseo: sufrir por la gloria del Sagrado Corazón de Jesús. Por lo
demás, esos sufrimientos soportados por la gloria del Señor no
pueden llamarse sufrimientos, porque son los medios por los
que podremos conseguir la eterna felicidad y la gloria del Paraí-
so. Dígale que sus dificultades no han disminuído en nada mi
vocación, antes la han afianzado mucho más, y estoy dispuesto
a todo aunque el demonio quiera hacer el tonto y hacerme en-
fadar, pues estoy seguro, segurísimo, que al fin no vencerá él,
sino yo; y seré religioso y misionero”.

Podría multiplicar los ejemplos, pero no lo creo oportuno. Es


preciso decir con claridad que la vida religiosa es un paraíso,
una alegría, una gracia, pero sólo para los que la quieren vivir en
serio, entregados a la cruz de su deber y a la observancia exacta
de sus Reglas. El que entra en la religión por este motivo dificil-
mente perderá la vocación.

114
12) Quiero vivir una vida de pureza

Muchos, fascinados por esta virtud angélica, tendrían en na-


da toda clase de sacrificios si los vieran coronados por un pre-
mio tan codiciado. Ven que, en el mundo, llevar una vida de
pureza es casi imposible, y entonces vuelven su mirada a la casa
religiosa donde se cultivan esos lirios del Señor y donde todo
respira pureza y limpieza de corazón.

13) Aumentaré mis méritos

Y esto, de una manera fácil y abundante. Todos los religiosos


de una misma Orden forman un único cuerpo, un cuerpo moral
en el que todo es común, no sólo los bienes materiales y las
limosnas, sino también los bienes espirituales y los méritos. Por
eso uno que quizá no puede rezar o trabajar por encontrarse
enfermo, recibe un continuo aumento de gracia por los méritos
y las fatigas de todos sus hermanos que son misioneros, profe-
sores, predicadores, etc.

Es incalculable el cúmulo de méritos que se vuelcan sobre el


alma de un religioso en un solo día de vida de religión. Por ello
precisamente un joven al que su madre había obligado a esperar
dos años antes de seguir su vocación, estaba inconsolable y le
decía: “¿Por qué hacerme perder todos esos méritos que acumu-
laría en estos dos años? Siempre serán dos años menos por toda
la eternidad”.

Después, cuando ya era religioso, su madre iba a verle con-


tenta de tener un hijo consagrado al Señor, él aún le repetía: “Yo,
sin embargo, no me puedo consolar cuando pienso que por
toda la eternidad e irreparablemente he perdido dos años de
vida religiosa”.

14) Viviré en compañía de almas buenas

115
En la religión es difícil tener compañeros malos que arras-
tren al mal. Muy al contrario, hay una santa porfia de edificación
mutua. Si es verdad que exempla trahunt, los religiosos encuen-
tran una ayuda eficacísima para su vida espiritual hallándose
rodeados de almas llenas de amor de Dios, de deseos de perfec-
ción, de buena voluntad, de ayuda mutua para ser siempre me-
jores a los ojos de Dios.

Se sabe que con frecuencia los compañeros de San Juan


Berchmans quedaban inflamados de amor de Dios después de
un recreo pasado con él y apreciaban más un coloquio tenido
con él que una meditación. Sabemos que, muchas veces, los
romanos iban a la iglesia del Jesús no tanto para asistir a las
funciones sacras cuanto para ver pasar a un joven religioso
todavía estudiante que se llamaba Juan Berchmans.

Si para nosotros es tan saludable la conversación con un re-


ligioso, la visita de un sacerdote, ¿qué será el vivir continuamen-
te en un ambiente de generosidad y de caridad?

15) Belleza del sacerdocio

El sacerdote, ministro de Dios, que ofrece al Altísimo el di-


vino Sacrificio por la salud de la humanidad; el sacerdote que
absuelve, bautiza, reparte el Pan de Vida, asiste en la última ago-
nía; el sacerdote que aconseja, consuela, ayuda, bendice en
nombre de Dios; el sacerdote que a través de los siglos renueva
la presencia visible de Cristo en el mundo es un ideal capaz de
fascinar a todo corazón deseoso de vivir una vida útil y llena.

¿A quién no gusta pasar una vida haciendo el bien, sanando,


repartiendo la alegría, la paz, la verdadera Vida? ¿A quién no
gusta tener alta la antorcha de la Fe para iluminar a aquellos que
están en las tinieblas y en las sombras de la muerte, ser una par-
te activa en la salvación del mundo?

116
No extrañará oír decir: ¡Quiero ser sacerdote porque quiero
tocar a Jesús! Porque quiero estar siempre cerca de Dios. Porque
quiero ayudar a Dios en su trabajo de redención y de santifica-
ción. En una palabra, porque quiero vivir una vida realmente
digna de ser vivida.

Así escribe Dom Naddeo, O.S.B., en un artículo aparecido en


la “Revista del Clero Italiano”: “Con la imposición de las manos
del obispo nos transformamos no sólo en otros dioses vivientes
y visibles, revestidos de la misión de deificar a la humanidad,
hechos copartícipes como somos por la gracia de la naturaleza
divina sino cual representantes de la humanidad y custodios de
la grey confiada a nuestros cuidados, a nosotros incumbe el
deber de llevar cada día ante el trono de Dios las súplicas, los
votos y los pecados del pueblo, porque el cielo no se abrirá ni
cerrará sino a nuestra voz...

“Somos como los plenipotenciarios del Altísimo, sus confi-


dentes y sus cooperadores en la obra de la redención”.

Por eso el Santo Cura de Ars exclamaba: “¡Oh! qué gran cosa
es el sacerdote; sólo en el cielo podremos comprender bien qué
es; si lo comprendiéramos acá abajo, moriríamos no de espanto
sino de amor”

16) Me uno a Dios con los tres votos

Tres cadenas de oro que unen a Dios, que redoblan los méri-
tos, que nos hacen los predilectos, que nos imposibilitan feliz-
mente de volver atrás y nos obligan casi a perseverar. Nos trans-
forman en los voluntarios de primera línea que siguen al Maes-
tro a donde El vaya.

Santa Margarita María escribió el día de su profesión, con


gozo indecible:

117
“He aquí mis resoluciones, que deben durar hasta el fin de mi
vida, porque están dictadas por mi Amado. Después de haberle
recibido en mi corazón, me dijo: ‘He aquí la llaga de mi costado
para que hagas en ella tu mansión actual y perpetua. Aquí po-
drás conservar la vestidura de la inocencia con que he revestido
tu alma, a fin de que vivas en adelante la vida del Hombre-Dios:
vive como si no vivieras ya, para que viva Yo perfectamente en
ti; no pienses en tu cuerpo ni en nada de cuanto te suceda, co-
mo si no existiera ya, sino Yo solo en ti. Es necesario para esto
que tus potencias y sentidos queden enterrados en Mí y que
estés sorda, muda, ciega e insensible a todas las cosas terrenas...
Has de estar siempre dispuesta a recibirme, y Yo estaré siempre
dispuesto a darme a ti... Nada temas; te rodearé con mi poder y
seré el premio de tus servicios... Sea tú divisa amar y sufrir a
ciegas; un solo corazón, un solo amor, un solo Dios’”.

Después de estas palabras la Santa escribió con su sangre el


propósito de su vida religiosa:

“Yo, ruin y miserable nada, protesto a mi Dios que quiero


someterme y sacrificarme a todo lo que Él pida de mí; inmolar
mi corazón al cumplimiento de su beneplácito, sin reservarme
otro interés que el de su mayor gloria y su puro amor, al cual
consagro y abandono todo mi ser y todos los momentos de mi
vida. Yo soy para siempre de mi Amado, su esclava, su sierva y
su criatura, puesto que Él es todo mío y yo soy su indigna espo-
sa Sor Margarita María, muerta al mundo. Todo de Dios y nada
18
mío; todo a Dios y nada a mí; todo para Dios y nada para mí” .

Muchos Santos Padres parangonan los votos a un nuevo


bautismo y creen que Dios perdona completamente el Purgato-
rio que el religioso había merecido por los pecados de su juven-

18
SÁENZ DE TEJADA, Vida y obras completas de Santa Margarita María
de Alacoque. Mensajero, 3ª ed., p. 206

118
tud; así que se puede decir en verdad que empieza una vida
nueva y recibe un nuevo bautismo.

La vida religiosa es un martirio lento y diario, no menos he-


roico y meritorio que el martirio sangriento. Y la profesión reli-
giosa se equipara a1 martirio por los Santos Padres.

17) Tendré una formación seria y profunda

No es un motivo que debe despreciarse. Tener una luz es-


plendente, un guía seguro, una preparación seria y sólida para
escalar el monte santo de la vida espiritual, no es cualquier cosa.
Algunos, especialmente entre los jóvenes de la Acción Católica y
Congregaciones Marianas, saben darse cuenta de todo esto y se
orientan hacia la vida religiosa aún sólo por este inmenso bene-
ficio.

18) Tendré muchos sufragios cuando muera

Cuando muere un religioso, sus hermanos en religión pien-


san en los sufragios por su alma. Nosotros los jesuitas, por
ejemplo, tenemos: dos Misas cada sacerdote que pertenece a
nuestra misma Provincia religiosa; los que no son sacerdotes
deben ofrecer por el difunto dos Comuniones, dos Misas oídas y
dos Rosarios. Además, cada semana en toda la Compañía todos
los sacerdotes deben decir una Misa en sufragio de todos los
jesuitas difuntos, y los que no son sacerdotes una Misa, una
Comunión y un Rosario.

Otras Órdenes religiosas tienen otras Reglas y costumbres,


pero ciertamente en todas las Órdenes o Congregaciones reli-
giosas se reza mucho por los propios difuntos y cada uno cum-
ple con ese deber con exactitud y amor, pensando que mañana
otros harán lo mismo por su alma.

B) MOTIVOS QUE SE REFIEREN A DIOS

119
l) Daré una alegría inmensa al Corazón de Jesús

Eso por descontado. Jesús se alegra de ver que un alma ge-


nerosa y libremente se le consagra totalmente en pleno entu-
siasmo de su juventud Es increíble cuánto gozo da al Corazón
de Jesús un solo acto de amor. Y aquí se trata no de un acto sino
de toda una vida que se le ofrece.

Para el que ama es una gran cosa poder dar gusto a la perso-
na amada.

2) Le amaré más y mejor

El religioso es el único en el mundo que más que cualquier


otro tiene derecho a hablar de amor. Su vida no es, como creen
muchos mundanos, una vida sin poesía, sin afecto, sin las dul-
zuras y gozos del amor. Él renuncia voluntariamente a las ale-
grías humanas del amor conyugal, pero recibe en cambio el
afecto delicado y fuerte de Dios, que es el Esposo de su alma, el
Amigo predilecto, el Perfecto Consolador. Dios colma el corazón
de los religiosos de tanta embriaguez que Santa Teresa del Niño
Jesús solía decir: “Si los mundanos supieran lo bueno que es
amar a Dios y el gozo que probamos nosotros los religiosos,
asaltarían los conventos y nuestras casas serían insuficientes
para acoger la multitud de los que pedirían entrar”.

3) Serviré a Dios con perfección

Algunos solamente tienen ese ideal: el servicio divino. Quie-


ren ser los siervos de Dios por excelencia y ven en una vida
gastada para ese fin la razón de su existencia. ¡Y no se equivo-
can!

Para eso y nada más que para eso fuimos creados, y nuestro
deber principal y natural es el de servir al Creador para cuya
gloria fuimos hechos. Este es el pensamiento que ha animado a
tantos óptimos jóvenes obreros a hacerse Hermanos coadjuto-

120
res en cualquier Congregación religiosa. Ellos, no habiendo
tenido la posibilidad de estudiar y, por lo tanto, no pudiendo
aspirar al sacerdocio, con todo, quieren dedicar su vida al servi-
cio divino.

Hacen los votos, son verdaderos religiosos, tanto como los


sacerdotes, y tienen el consuelo de ser los siervos de Dios, del
único Dueño que se merece todo nuestro humilde servicio.

Pero también los sacerdotes son siervos de Dios. ¿Quién me-


jor que ellos sirve al Señor haciendo completa y perfectamente
su voluntad como es la de continuar su obra de salvación ini-
ciada en Belén y consumada en el Calvario?

4) Quiero glorificar a Dios

Dios no tiene necesidad de nosotros; lo podría hacer todo


por Sí mismo, pero ha querido en su bondad asociarnos a su
obra y acepta nuestra cooperación para la dilatación de su
Reinoy para la distribución de su gracia a las almas.

La gloria extrínseca y accidental de Dios está, de hecho, en


esto: en que los hombres le conozcan siempre más, le amen y le
sirvan; ¿y quién como el religioso conoce mejor y sirve mejor al
Señor? ¿Quién más que el religioso procura que también los
otros hombres le conozcan bien y le amen más sinceramente?

El religioso no busca su gloria, su interés o su vanidad, sino


que se entrega todo en procurar el triunfo de Dios y de su Igle-
sia. El ha consagrado a Jesús su espada y su vida por el honor de
Dios.

Inútil recordar aquí a Ignacio de Loyola, el soldado de Cristo


por excelencia, el hombre de la Mayor Gloria de Dios, porque
todos los Santos, quién más quién menos, tenían como mira
este deber del hombre, deber que ennoblece y que al mismo
tiempo es fuente de inmensas riquezas espirituales.

121
5) Podré reparar mis pecados y dar a Dios una satisfacción

Es un óptimo motivo, sugerido por un sincero arrepenti-


miento y una visión exacta de la repercusión que tiene el peca-
do en el Corazón de Jesús.

Se desea poner de nuevo el equilibrio donde el pecado ha lle-


vado el desorden; se quiere ofrecer a Dios alguna satisfacción
por los insultos que recibe de nosotros y de los otros, y quisiera
ponerme delante de Él para recibir sobre nuestro pecho los gol-
pes de los pecadores y ahorrárselos a Él de alguna manera. Ser
insultado, ultrajado, golpeado yo, para que El sea glorificado y
amado.

También puedo tener otro sentido. El de cubrir, con mi sacri-


ficio y con mi vida de amor, a los pecadores, y obtenerles mise-
ricordia y alejarlos de la Justicia divina que está a punto de des-
cargar el golpe. Es amor compasivo que comprende a Jesucristo
y al prójimo. Lo mismo que Santa Gemma Galgani, la cual in-
sistía por la conversión y salvación de un pecador; Jesús no
quería ceder y ella, para conmoverle, repetía: “Bórrame del libro
de la Vida, pero salva a esa alma”.

6) Quiero ser víctima

Es más bien la idea de inmolación, la cual comprende: dedi-


cación completa, sufrimiento, especialmente moral, amor, hu-
mildad silenciosa, anonadamiento. Es el deseo de ofrecerse, la
necesidad de darse, de hacer de la vida una consagración es-
pontánea y perenne.

7) Podré llegar a ser insigne en cualquier devoción

¡Cuántos se han hecho carmelitas atraídos por la idea de lle-


gar a ser insignes en la devoción a la Virgen; dominicos, porque
eran devotos del Santo Rosario!

122
Había de venir a hablarme de vocación un seminarista con el
que ya había hablado otras veces. A la hora convenida me lo veo
entrar con un amigo suyo. Quedé un poco contrariado...; el otro
no tenía vocación..., en fin, no podría hablar delante de él. Me
resigné a hablar del tiempo y de cosas generales. Poco a poco la
conversación recayó sobre la devoción al Sagrado Corazón y el
encargo que nosotros los jesuitas tenemos de propagar esta
saludable devoción. Hablamos más de una hora y, cuando los
despedí, los tres estábamos enfervorizados.

Al día siguiente recibí una carta. Era del amigo “intruso” que
me decía su admiración por las hermosas cosas que le había
dicho acerca de la devoción al Sagrado Corazón. Le había im-
presionado el encargo dado a los jesuitas de parte de Jesús
mismo de propagar la devoción a su Corazón Santísimo, y este
pensamiento le había hecho nacer la idea de hacerse jesuita
para ser un apóstol del Sagrado Corazón.

Cuando al cabo de un tiempo entró en el Noviciado, no po-


día estar sin hablar del Sagrado Corazón, y cuando escribía a su
casa no sabía hablar de otra cosa. He aquí lo que me escribe su
hermano a propósito de sus cartas: “M... ha escrito hace poco.
Sus cartas, dice mi madre, son verdaderos sermones; están lle-
nas del Sagrado Corazón. Dice siempre que está muy contento y
agradecido al Sagrado Corazón por las innumerables gracias
que ha recibido de Él. Nombra al Sagrado Corazón varias veces
en un mismo período...”

C) MOTIVOS QUE MIRAN AL PRÓJIMO

1) Salvaré muchas almas

Es un motivo que no falta casi nunca en la decisión de un jo-


ven que quiere hacerse religioso o sacerdote. Es la mies dorada
que atrae; es el lamento de Jesús que ve perderse las almas por
las que ha dado su Sangre y su vida; es la vista de tantos herma-
nos que se pierden por toda la eternidad. No podemos estarnos

123
mano sobre mano, sino que hemos de sentirnos impelidos a
hacer algo para ayudarles.

Conozco a un joven que arde de celo y crece en el deseo de


trabajar por las almas cada vez que medita en el infierno. “¡Pen-
sar, me decía, que aquellas almas tendrán que estar allí para
siempre alejadas de Dios, sin la posibilidad de hacer jamás un
acto de amor de Dios! No sé qué haría por impedir que una sola
alma cayese en aquellas llamas”.

Es el mismo sentimiento de la pequeña Ja cinta (de Fátima),


que después de haber visto el infierno con los condenados que
se agitaban y movían, comenzó a hacer sacrificios heroicos para
impedir que las almas cayesen.

Otros se sienten atraídos por la belleza de salvar almas, de


poder hacer felices para siempre a tantas personas que por toda
una eternidad le darán las gracias.

Otros, en cambio, lo quieren hacer para contentar a Jesús o


para asegurar sus almas, según el dicho de San Agustín: Ani-
mam salvasti? Animam tuam praedestinasti. Si has salvado un
alma, está seguro de que has salvado la tuya.

2) Derramaré el bien

Algunas almas delicadas encuentran un consuelo especial y


una consolación indecible repartiendo el bien a los demás.
Mientras unos encuentran cómodo, y aun quizás bello, robar,
engañar, destrozar, subir a costa de la ruina de los demás; otros,
más humanos, ven mejor hacer el bien y quisieran en su gene-
rosidad pasar toda la vida confortando, animando sosteniendo,
defendiendo a los pobres, a los oprimidos, a los necesitados.
Quieren que su vida transcurra como la del Salvador, del cual se
dice: “Pertransiit benefaciendo”, pasó la vida haciendo el bien.

124
Este bien puede hacerse de muchas maneras. Existe el bien
menudo que se hace en cada ocasión que se presenta, bien a los
muchachos educándolos y divirtiéndolos sanamente, bien a los
pobres y ancianos socorriéndolos y curándolos. Son las obras de
Misericordia corporales y espirituales ejercitadas por diversas
Órdenes y Congregaciones religiosas.

3) Quiero ser misionero

No se trata del deseo vago de salvar almas, sino que se añade


un complejo de renuncias y sacrificios que son abrazados y
escogidos para poder ir en medio de los salvajes, donde la Igle-
sia no se ha fundado todavía, donde las almas se pierden porque
faltan apóstoles. No se trata solamente de dejar la madre sino la
patria, la propia lengua, las propias costumbres la civilización;
desafiar peligros de bestias y hombres, de enfermedades y cli-
ma, de incomprensiones y melancolías.

Dios, por su misericordia, da a sentir a muchos jóvenes este


deseo generoso, les hace ver que es un deber para ellos el co-
municar a otros la fe que poseen, en vez de gustarla egoistica y
estérilmente.

Y estos jóvenes ven claro y con perfecta lógica que nosotros


los católicos hemos de interesarnos por los otros hombres nues-
tros hermanos; comprenden que si la Iglesia ha recibido de Dios
el encargo de propagarse por todo el mundo, han de ser los jó-
venes católicos los que la han de extender hasta los últimos
confines de la tierra.

El P. Lievens, S. J., desde Chota-Nagpur escribía a sus her-


manos de religión de Bélgica: “Mandadme medio millón de
sacerdotes y os prometo que inmediatamente encontraré traba-
jo abundante para cada uno de ellos”.

Y otro escribía desde el África negra: “Por el amor de Dios,


venid. Aquí en África he encontrado millares de personas a

125
quienes solamente les basta oír la palabra y los hechos de la vida
de Jesús para convertirse en buenos y fieles cristianos”.

Esos gritos dolorosos encuentran eco feliz en muchos pe-


chos juveniles a quienes Jesús llama para librar sus santas bata-
llas.

4) Podré defender a la Iglesia

Sabemos que la Iglesia es el Reino de Dios, el Puerto de sal-


vación para la humanidad. Esta Iglesia fundada por Jesús es su
Esposa inmaculada, la pupila de sus ojos. Y esta misma Iglesia es
signo de contradicción; los impíos arrojan contra ella pellas de
sucio barro. ¡Cuántos jóvenes sienten el deseo y el deber de de-
fenderla!

Haciéndose religiosos estudiarán a fondo la doctrina sobre la


que se funda: sus Dogmas y su Credo; estudiarán las dificultades
de sus enemigos y prepararán las respuestas oportunas para
confundir a quien la insulte.

Podrá parecer extraño y, sin embargo se encuentran almas


que se deciden a ser religiosos precisamente porque ven que
únicamente así será posible prepararse contra los enemigos de
Dios y ponerse en grado de lanzarse a la lucha y defender con la
pluma y con la palabra aquella Verdad que es Luz del mundo.

5) Me vengaré del demonio

¡Ciertamente! Me ha hecho cometer muchos pecados, me ha


empujado a dar escándalos llevando a inocentes al pecado, y
ahora me haré religioso, amigo de Jesús y salvador de almas, y
me vengaré arrancándole al diablo cuantas almas me sea posi-
ble; para quien antes fui motivo de alegría, ahora lo seré de ra-
bia.

¡Y quién puede imaginar la rabia de Satanás cuando un joven


se hace religioso!

126
6) Escojo la vida religiosa para ofrecer este acto de gene-
rosidad por la salvación de un alma que me es muy querida
(padre, madre, amigo, bienhechor, etc.)

También este motivo es bueno y espiritual y es muy probable


que sea el Señor el que anima al alma a concebirlo.

7) Quiero ser padre de las almas

Todos tenemos el instinto de la paternidad o maternidad.


Muchos lo quieren desarrollar de manera espiritual porque ven
una fecundidad mucho más potente y de mayor valor. Quieren
ser padres “de muchas gentes” e imitar en alguna manera la
paternidad de Dios, que acoge a todos con amor poderoso.

El sacerdote, el cual cierra todo camino al amor natural reci-


be en cambio una grande sensibilidad por el amor que es cari-
dad, y ama verdaderamente a las almas por las que se da y goza
sacrificándose.

VERDADERA VOCACION

El que se decide a ser religioso por alguno o algunos de estos


motivos sobrenaturales bien puede decir que tiene recta inten-
ción, o sea, el primer requisito necesario para tener verdadera
vocación.

Si a esto se añaden las dotes de inteligencia, voluntad y pure-


za requeridas por la vida que quiere abrazar, tendrá el segundo
requisito necesario para tener verdadera vocación.

Y finalmente, si habiendo hecho la petición a los superiores


es por ellos aceptado, tendrá también el tercer requisito necesa-
rio.

Con estos tres requisitos ya se puede hablar de verdadera vo-


cación en todos sus elementos. Teniendo como base estas tres
cosas, el joven y su director espiritual pueden juzgar con seguri-

127
dad si se trata o no de verdadera vocación y consecuentemente
tomar una decisión seria, consciente y ponderada.

Si en vez de motivos sobrenaturales el candidato sólo tiene


motivos naturales e insiste exclusivamente en éstos, su voca-
ción no es divina, sino únicamente una cuestión de interés o
una fútil veleidad infantil.

Quizá no esté fuera de sitio desarrollar también este punto.

MOTIVOS INSUFICIENTES

1) Lo quiere mi madre

Algunas madres muy buenas piden al Señor la gracia de te-


ner un hijo sacerdote y no temen manifestar este su deseo al
muchacho. Este crece con esta "forma mentis" y no piensa en
otro camino posible para él. Por otra parte no osa decir que no a
su madre y ni siquiera se da cuenta de que podría elegir otra
cosa. En este caso el joven no piensa en el bien que podrá hacer
ni en la belleza del sacerdocio, sino que está todo preocupado
en dar gusto a su madre.

2) Tengo el tío cura o religioso

Para algunos es una tradición de familia tener un fraile o un


cura, y entonces si el tío ha escogido ese camino, uno de los
sobrinos lo ha de seguir. Este heredará la biblioteca, el beneficio
y otras cosas del tío, todas de orden puramente natural. Y para
no perder aquellos bienes, la familia es toda solicitud para que
uno de los muchachos coja la carrera eclesiástica. Mucho peor
aun cuando hay de por medio alguna dignidad eclesiástica, y la
posibilidad de encaminar al sobrino a tal carrera. Los motivos
sobrenaturales pasan a segunda línea y con frecuencia faltan
totalmente.

128
3) Seré respetado

Es verdad que el sacerdote es vilipendiado, despreciado y


muchas veces odiado, pero también es verdad que es amado y
respetado por muchos. Ser considerado como hombre de Dios,
tener el título de Padre; el hecho de que todos recurran a él pue-
de ser decisivo para uno que en otro estado de vida sería uno de
tantos por tratarse de una capacidad más bien mediocre.

Recordemos a don Abundio. Los buenos le respetan; los ma-


los, muchas veces por política o por no provocar una lucha
abierta, no osan excitarle, y mientras, él lleva una vida tranquila
19
y al mismo tiempo no del todo insignificante .

Y esa es la manera de pensar de algunos.

4) Elevaré el nivel social de mi familia

Una familia de labradores, de simples trabajadores, de ilitera-


tos se siente elevada si tiene en casa a uno que ha estudiado
Filosofía, Teología y que quizá ha llegado a doctorarse. ¡Puede
darse que durante el seminario venga cualquier momento de
titubeo y aún de remordimiento: “Yo creo que no soy llamado;
no tengo vocación”. Después se piensa en la familia: “¿Qué dirán
los de casa? Se han sacrificado para tenerme en el seminario,
para hacerme estudiar...”; y sigue adelante con un: “Paciencia,
sigamos adelante”.

5) Aseguraré una cierta comodidad a mi madre

¡Pobrecita! ¡Ha trabajado tanto y se ha sacrificado tanto por


mí! Los otros hermanos se han casado y yo soy el benjamín; me
hago cura y así estará conmigo. Siempre tendré mis recursos y
la haré descansar hasta el fin.

19
Alude el autor a un personaje de la obra clásica italiana I promessi
sposi. de A. Manzoni (N. del T).

129
Sin duda que es un pensamiento delicado, pero humano. No
hay en él nada de celo de las almas, de amor por la perfección o
por la santidad. ¿Es necesario hacerse sacerdote para asegurar a
la madre un cierto bienestar? ¿No hay otro camino que escoger?
Eso no es vocación divina.

6) Es que... no sirvo para otra cosa

Así, tan clarito, no hay nadie que se lo diga a sí mismo por-


que ninguno se atreve a confesar que no es capaz de ideales
nobles, y ve en el sacerdote la única salida para situarse bien y
pasar menos mal su pobre vida.

7) Quiero librarme de mi familia

No voy de acuerdo con mi padre, pues siempre quiere man-


dar; mi madre no me quiere muy bien; mi hermana no hace
otra cosa que reñirme; mi hermano siempre se está burlando de
mí. No puedo más; quiero marcharme o escaparme y vivir a mis
anchas. Además, otra cosa: en mi casa todo se me hace antipáti-
co. Pero... ¿y a dónde voy? Estar solo es peor; vivir por mi cuen-
ta... es condenarse a morir de hambre porque todavía soy muy
joven e incapaz de emplearme... ¡Me hago religioso! Tendré la
comida asegurada, estaré lejos de mi familia y espero que nunca
vengan a verme. Es verdad que tendré que sujetarme a las re-
glas, a los superiores... ¡Paciencia!; cualquier cosa con tal de salir
de casa.

Si en su casa este joven encontrase ocasión continua de es-


cándalo o de pecado y se decidiese por la vida religiosa por ale-
jarse de este peligro espiritual, su modo de obrar sería bueno y
su vocación sería sobrenatural; pero si se trata únicamente de
antipatías e incompatibilidad de caracteres, no es esto suficien-
te.

8) Llevaré una vida tranquila

130
Una Misa, el Breviario recitado a ratos perdidos entre charla y
charla, algún que otro sermón echado así... salga como saliere y
que se lo han de oír los fieles porque... no hay más remedio,
realmente que no existe otra cosa mejor. Y por añadidura sin
mujer ni preocupaciones de mantenimiento de hijos, sin dolo-
res de cabeza con empleados, sin la preocupación del trabajo
cotidiano...

No queremos decir ni mucho menos que la vida sacerdotal


sea ésta, ¡muy al contrario! Pero algunos se la imaginan así y la
eligen precisamente por eso; con todo, algunas veces se llega
por desgracia a transformar en una verdadera banalidad: el ci-
garrillo, algún que otro vasito de buen vino, la partidita a las
cartas, la prensa, el jardincito, los intereses... y la charlatanería.
Vida beata, vida sin quebraderos de cabeza.

9) Me gusta el hábito

Esto va especialmente para las jóvenes, las cuales algunas


veces descubren una elegancia atrayente en las cofias de ciertas
religiosas o en el color o forma del hábito. Otras, en cambio,
sienten una simpatía natural por una Hermana la cual “¡me
quiere tanto!” “Quisiera estar siempre con ella”.

Todo parece “gracioso”, “bonito”, “delicado”. Cualquier arru-


maco, una sonrisita, una miradita un poco lánguida... ¡y ya te-
nemos una vocación!

¡No! ¡Eso no es serio! No se ha de fundar todo un porvenir en


esas tonterías. Y después ¡claro! se vuelve atrás con gran asom-
bro de todos. “¡Estaba tan bien! ¡Era tan graciosa! ¡La queríamos
tanto! ¡No le faltaba nada!” ¡Ya lo creo! Lo que le faltaba era todo
porque le faltaba lo principal, o sea, la vocación divina.

10) No puedo decir que no

131
“Ese Padre me ha seguido con sincero interés. Le he dicho
que abrazaré su Orden. Es verdad que se lo dije por complacerle,
pero ahora ya ha convencido a papá para que me dé el permiso,
me ha llevado al Provincial, me ha llenado de cargos en la Aso-
ciación... Si he de decir la verdad, no me siento con ánimo, o
más bien quisiera entrar en otra Orden que me gusta más. Pero...
¿cómo se lo digo? ¡Nada! ¡Me conformo! Quiere decir que Dios lo
quiere así”.

Quiere decir que tú no tienes carácter, que no tienes estima


de aquel Padre, el cual seguramente se alegraría si tú le hablases
con sinceridad y le dijeses lo que realmente sientes. Y si no se
alegra, ¡peor para él! Tú debes seguir a Dios, no a un Padre que
has conocido. No debes ir adonde Dios no te quiere, y ello por
ninguna razón de este mundo.

11) No me quiero casar. No me gustan las chicas de hoy

¡Te gustarán las de mañana! Sigue célibe si pero no por eso te


hagas religioso.

12) Existe una profecía

“Cuando yo era pequeño, un santo sacerdote le dijo a mi


madre que yo sería cura”.

Antes que nada hay que averiguar y probar si en realidad se


trataba de un santo que hablaba en sentido profético o más bien
fue un simple augurio hecho por una persona no inspirada. Y
todavía es peor si esa “profecía” la hizo una vieja hechicera o fue
fruto de algún sueño.

l3) Mi madre hizo voto de consagrarme a Dios

Tu madre debiera haber hecho voto de dejarte libre, si Dios te


llamaba, y de no obstaculizar tu vocación; y no podía hacer el
voto de obligarte a ser sacerdote independientemente de tu libre

132
voluntad y mucho menos podía hacer voto de obligar a Dios a
darte la vocación.

Sin embargo, puede darse que Dios escuche estos votos, o


más bien oraciones de los padres, y a veces es Él mismo el que
las inspira precisamente porque quiere dar la vocación al hijo;
por eso algunas veces esas coincidencias pueden ser señal de
verdadera vocación, pero como se trata de votos y oraciones en
las que tiene mucha parte el sentimiento (amor al hijo, miedo de
perderle por muerte prematura, desaliento, alguna vez aún de-
sesperación, etc.) y por otra parte la voluntad del joven no entra
para nada, no sería prudente basarse sólo en tales hechos para
juzgar una vocación.

De suyo sólo esa razón debiera considerarse más bien como


débil e insuficiente.

Es interesante lo que sucedió a un joven que conocí hace ya


bastantes años. Cuando nació estuvo enfermo y en peligro de
muerte y entonces su madre, sin decir nada a su esposo, hizo
voto de que si el hijo sobrevivía a aquel peligro le animaría a
consagrarse a Dios. A los cuatro años estuvo otra vez en peligro
de muerte. Esta vez fue el padre el que, lleno de dolor, por inicia-
tiva propia y sin saber nada de lo que cuatro años antes hizo su
esposa, entró en una iglesia e hizo voto de que si su hijo salía
con bien de aquella enfermedad le consagraría a Dios. El hijo
sanó y nadie le dijo nada.

Tenía dieciséis años cuando hizo un retiro espiritual. Pensó


en la vocación y creyó ver en sí señales de verdadera llamada.
Decidióse. Lo dijo en casa y... ¡no hay para qué decir!

No podíamos entender el porqué de aquella resistencia por


parte de padres verdaderamente cristianos. El hijo luchó, fue
probado, venció, se hizo religioso. El padre quedó triste y al cabo

133
de un año murió. En el lecho de muerte llamó a un religioso al
cual manifestó su congoja que solía llamar “remordimiento”.

Estaba convencido de que su hijo había sido forzado a tener


vocación a causa del voto de sus padres y por lo tanto él había
obligado al hijo a llevar una vida infeliz y desesperada porque no
era verdadera vocación lo que él tenía sino una imposición di-
vina, fruto de su voto.

Pero cuando el Padre supo que el voto lo hicieron en secreto,


que el hijo nunca supo nada y que no le habían animado ni una
sola vez a escoger aquella vida, le tranquilizó. La vocación del
hijo venía de Dios, el Señor había oído el voto de los padres pero
había dirigido y conducido las cosas de manera que todo había
procedido regularmente y según su voluntad.

Otras veces, en cambio, estos votos se hacen con alguna li-


gereza y después se pretende por fuerza que el hijo quede obli-
gado a observar un voto que nunca hizo.

DESVENTAJAS DEL ESTADO RELIGIOSO

Para ser completos y justos es necesario que veamos y ha-


gamos ver también el reverso de la medalla.

A decir verdad, el joven que se pone a pensar sinceramente y


bajo el influjo de la gracia y luz sobrenatural las desventajas de la
vida religiosa, no encuentra ni siquiera una. Y hay razón para
ello. De suyo no existe ninguna desventaja abrazando la vida
religiosa. Más aún, es de fe que el estado de virginidad y celibato
sobre el cual se funda la vida religiosa es más perfecto que el de
la vida conyugal. Lo define el Concilio de Trento, sesión 24,
canon 10, cuando dice: “Si quis dixerit statum coniugalem ante-
ponendum esse statui virginitatis vel coelibatus, vel non esse

134
melius ac beatius manere in virginitate aut coelibatu, quam
iungi matrimonio: anathema sit”.

Y antes lo dijo ya San Pablo en la primera carta a los Corin-


tios. A los que no se han casado dice que permanezcan así: es
mejor que no se casen; pero si uno se casa, no peca. No da un
mandato, sino un consejo: “bonum est illis si sic permaneant.
20
sicut et ego” .

Por lo demás, sería ridículo el pensar que el estado religioso


tenga desventajas sobrenaturales en sí y objetivamente. Es esta-
do de perfección reservado a los predilectos del Señor, a los
preelegidos.

Por eso, en vez de hablar de desventajas del estado religioso


hablaremos más bien de:

DIFICULTADES QUE PUEDEN OBSTACULIZAR AL JOVEN


ESCOGER LA VIDA RELIGIOSA

1) Habré de renunciar al matrimonio

No siempre el joven que decide hacerse religioso comprende


todo el alcance del matrimonio. En esto hemos de ser muy deli-
cados y rechazar con toda energía muchas teorías modernas
que en este campo son exageraciones, cuando no verdaderas y
propias aberraciones.

Todos saben lo que sustancialmente es el matrimonio por-


que han nacido y vivido en él. Saben, también, cuán agradable
es al hombre tener su compañera que es su sostén, su fortaleza,
y la cual le alivia con su gracia, comprensión, afecto y atencio-
nes. Todos ven el gozo y el orgullo santo de los padres cuando
tienen hijos y los ven crecer sanos, buenos, virtuosos y gracio-

20
I Cor.7,8

135
sos. ¿No es éste el fin principal del matrimonio? ¿La prole, la
educación de los hijos, el mutuo afecto y ayuda de los padres, el
propio nido lleno de amor y comprensión?

Si además sabe el joven, como lo saben todos, que el matri-


monio no es pecado sino un gran sacramento bendecido y aún
querido por Dios para la mayoría de los hombres, y que él, re-
nunciando a aquél, hace un acto de generosidad sacrificando
por amor de Dios y por un ideal una inclinación que todos sen-
timos dentro porque la llevamos impresa en nuestra misma
naturaleza, sin ningún género de dudas basta ésto para que
pueda decidir con pleno conocimiento de causa.

No es preciso que conozca otras cosas más íntimas y sutiles,


que se refieren a algún otro fin secundario del matrimonio. Ni
podrá decir el día de mañana que su decisión no fue válida (o los
votos) porque no sabía “todo”. Aún en los contratos, únicamente
el error sustancial los anula; cualquier ignorancia secundaria no
los anula. ¿Por qué obstinarse en querer considerar como cosa
principal lo que está en tercer o último lugar?

También en esto hemos de respetar a la Providencia divina,


la cual muchas veces ha querido custodiar a estos privilegiados
y elegidos jóvenes teniendo sus cándidas almas ignorantes aún
de la misma sombra de pecado. ¿Por qué hemos de ser nosotros
los que prevengamos o turbemos su serenidad guardada por
Dios con tanto amor?

Nunca erraremos siendo delicados. Nuestro toque sea siem-


pre angélico.

2) Tendré que llevar una vida de pureza

Para la mayoría de nuestros jóvenes esto no será una dificul-


tad, pues precisamente eso es lo que buscan y lo que hasta en-

136
tonces han hecho. Esto más que todo vale para el que es “sano”.
Para cualquier otro en el que el vicio ya ha hecho algún surco, el
voto de castidad perpetua podrá ser un verdadero peso y aún
alguna vez una meta imposible.

Es doloroso ver a esos jóvenes, muchas veces llenos de bue-


nas cualidades y de celo sincero, cómo se detienen porque no
logran llevar una vida de pureza. Lo mismo sucedió al endemo-
niado de Gerasa poseído de un espíritu impuro, el cual, conver-
tido, pidió a Jesús seguirle pero el Maestro se opuso y le dijo que
se contentase con glorificar al Señor contando lo que había
obrado en él.

Con tales sujetos no es prudente seguir adelante con la espe-


ranza de que una vez entrados en el Noviciado se corregirán. Es
verdad que el P. Vermeersch, S. J., cree que, en algunos casos,
empezando un nuevo género de vida en la religión el vicio se
corrige y desaparece, pero es mejor no fundarse en estas excep-
ciones.

La Iglesia es severísima en este punto y generalmente desea


que el candidato aún antes de entrar en religión tenga por lo
menos fundada probabilidad de que podrá vivir una vida de
castidad perfecta.

Si no se va con atención sucederá después que estos pobres


jóvenes habrán de ser rechazados antes de la ordenación sacer-
dotal y después que habrán perdido toda posibilidad de situarse
en el mundo... O serán ordenados entonces y las consecuencias
podrán ser todavía peores.

Esto se dice para los viciosos, no para los que esporádica-


mente han tenido alguna caída, ni para los que al presente lo-
21
gran mantenerse en gracia .

21
Cf. Supra, punto 9).

137
3) Tendré que dejar la familia

Para algunos es una dificultad no indiferente. Con todo, es


necesario decirles que el tener que dejar la familia es condición
natural a todo hombre. El libro del Génesis dice claramente que
el hombre dejará su casa y se unirá a su esposa para ser entre
ellos una sola cosa. Por eso, pronto o tarde, o te hagas religioso o
no, tendrás que abandonar tu familia y tus padres. La diferencia
está en que si te haces religioso tendrás que dejarlos un poco
antes, pero el que se casa tendrá que dar su corazón a su nueva
familia, y en cambio el religioso tiene intacto su corazón que da
a Dios pero en Dios ama a los padres con amor más fuerte y
completo.

Lo que digo es la experiencia de muchísimas madres que


hablando de su hijo religioso me dicen: “Es el único que me
escribe..., que se acuerda de mí..., que me quiere de veras”.

Es la promesa de Jesús que dice: “Quien dejare el hijo... en


nombre mío tendrá el cien doblado”. Céntuplo de afecto, de
consolación y de satisfacción.

Una madre circundada del afecto de sus dos hijas ya casadas


y felices, escribía a su hijo religioso: “En el dolor, mi única con-
solación es pensar en tí que trabajas por Dios y recordar que
consagré un hijo al servicio de Dios”.

4) Será un gran dolor para los míos

El padre de San Alfonso María de Ligorio, cuando tuvo que


dar el último adiós a su hijo, le tuvo durante tres horas apretado
contra su corazón y lleno de dolor le gritaba: “¡Hijo, no me dejes;
no me merezco este trato!”.

Casi lo mismo sucedió a un compañero mío que partió


conmigo al Noviciado. Ya en el barco, su padre le besó y le vol-
vió a besar apretándole fuertemente y llorando como un niño.

138
Después, desatracado el barco, lleno de dolor, dio orden a los
barqueros que siguieran al buque hasta tanto no hubiese salido
del puerto, y él de pie, no importándole nada el respeto humano,
gritaba aún el nombre del hijo y le mandaba besos agitando el
pañuelo.

¡Escenas desgarradoras, sin ningún género de duda! Pero


también exageradas, porque el hijo que se consagra a Dios no se
pierde ni está muerto, ni es robado; además se le puede visitar,
se le puede escribir y alguna que otra vez pasará él mismo por su
casa para ver a los suyos o, más aún, para pasar juntos algunos
días, como se suele hacer en algunas Órdenes religiosas.

Con todo, el joven que sigue su vocación puede decir que no


es él el que provoca aquel dolor. En realidad él no se hace reli-
gioso por capricho o por seguir una inclinación natural sino
porque Dios, Supremo Dueño de todos y de todo, le llama.

Es, pues, Dios quien inflige aquel dolor, quien quiere aquella
separación, quien manda aquel sacrificio. A nosotros nos toca
obedecer y bajar la cabeza a su voluntad. No se puede resistir a
la voluntad de Dios sin ser reos de ingratitud y de injusticia.

El hijo debe hacer la voluntad de Dios, pero también los pa-


dres la han de cumplir.

5) Mi madre no podrá soportar tal dolor

Eso es falso. Así como Dios da la gracia al hijo para cumplir el


sacrificio que Él mismo le pide, así también da a los padres la
gracia de soportar y aceptar ese sacrificio. Si en vez de erigirse
los padres en enemigos acérrimos de la vocación del hijo, hu-
mildemente se pusieran de rodillas para pedir fuerza y luz al
cielo, encontrarían la energía y la alegría de hacer ellos también
el sacrificio y la renuncia como aquel padre cristiano y juicioso
que le decía a su hija que se quería hacer religiosa: “Mejor es

139
darte a Dios que a un hombre; éste, mañana te podría maltratar
o traicionar; ¡Dios no!”.

Las madres verdaderamente cristianas soportan este dolor


con verdadera alegría, más aún, encuentran la fuerza de dar
gracias a Dios porque se ha dignado poner su divina mirada
sobre uno de sus hijos. Sólo el que no es cristiano encuentra
imposible la resignación.

Conozco una señora viuda, a la cual se le murió su hija ama-


dísima. Apenas transcurridos seis meses después del trágico
luto, el único hijo que le quedaba se le presenta pidiéndole per-
miso para hacerse religioso. Le abrazó: hacía trece años que
pedía aquella gracia. Por aquellos mismos días otro joven pedía
a su madre el mismo permiso, el cual se lo negó con un contun-
dente: “¡No! ¡No podré vivir sin ti!” ¡Y sin embargo le quedaban
todavía esposo y una hija! El pobre muchacho no hizo nada
durante un tiempo, pero se enfurecía porque reconocía que su
deber era el seguir la voz de Dios; y sin el permiso de su madre
se fue al Noviciado. La madre se agitó, lloró, grito, tentó todos
los medios para hacer volver al hijo, no quería darse paz ni so-
siego.

Entonces rogué a la viuda que fuera a visitarla y aquella po-


bre madre a la vista de esta señora que se había quedado com-
pletamente sola quedóse perpleja y avergonzada: aquélla sí que
tenía razón para rebelarse y en cambio demostraba una alegría
dolorosa ofreciendo a Dios su único hijo, más aún, todavía tenía
la fuerza de sonreír. “Pero yo no la entiendo—concluyó—; mi
modo de ver es muy diverso del suyo. Comprendo que usted
ama de veras a Dios, pero usted es una santa”. Y a los pocos días
también ella se calmó.

6) Es que soy yo el que no me encuentro con ánimos para


dejar a mi madre

140
¡Natural! Y esto lo decimos para aquellos que creen que los
religiosos no tenemos corazón y somos egoístas que vamos en
busca de nuestro bien aún a costa de hacer morir de dolor a
nuestros familiares.

También nosotros somos hijos y generalmente los que te-


nemos la vocación no solemos ser los más díscolos o desobe-
dientes ni los más inhumanos o menos afectuosos, somos, muy
al contrario, los que respetamos y amamos a los padres quizá
más que los otros. Los hijos que tienen vocación generalmente
son aquellos de los que se puede decir lo que una madre decía
de un hijo suyo la víspera de su partida al Noviciado: “Este hijo
mío nunca me ha dado un disgusto”.

¿Qué quieres que te diga, querido joven? Mira al buen Jesús


que tenía la Madrecita más dulce y querida de este mundo. Se
querían muchísimo, vivían felicísimos en Nazaret, el paraíso en
la tierra. Y con todo, un día Jesús rompió aquel encanto, le dio el
adiós y la dejó sola en su casa, llena de dolor, y Él mismo partió
con el corazón destrozado. El Padre le llamaba para el apostola-
do directo con las almas: tenía que dejar pueblo, casa y familia y
ser el Hombre sin techo y sin familia, el Hombre que tenía por
padres a todos aquellos que hacían la voluntad del Padre que
está en los cielos.

¡También El tuvo que dejar a su Madre por amor nuestro!

Tú no eres de tu madre ni ella es tuya sino que todos somos


de Dios, el Gran Dueño. Cuando Él quiere una cosa es necesario
pedir y rogar para tener la fuerza de dársela... sonriendo, y si no
se la damos... puede que se la tome El y entonces ¡vienen los
dolores!

Un novicio sufrió una fuerte nostalgia de su casa. Cuando


recibía una carta de su madre tenía sus lagrimitas de ternura,
besaba y volvía a besar el escrito, lo leía y releía y por la noche
llegaba hasta ponérsela debajo de la almohada para tenerla bien

141
cerca. En una palabra, no quería o no llegaba a hacer el sacrificio
completo y a separarse viril y sobrenaturalmente. Un día escri-
bió a los suyos que no podía más, que volvía a ellos. Su madre,
profundamente cristiana, le escribió una carta alentadora: “¿Y
dejarás a Dios por mí? ¿No sabes que Dios me puede llamar lo
mismo? Qué remordimiento para mí el saber que un hijo mío
no ha seguido la voz de Dios por amor mío. Quédate, hijo mío,
quédate; eso es una tentación, vence y sé fiel”.

Pero la tentación fue más fuerte y el hijo volvió a su casa.

Al cabo de un año... su madre murió; el padre se casó nue-


vamente y los hijos, como protesta le abandonaron... y así este
joven se quedó sin padre ni madre. ¡Perdemos siempre resis-
tiendo a la voluntad sacrosanta de Dios!

Tú, ahora, experimentas la otra frase de Jesús en el Evange-


lio: “No vine a traer la paz sino la espada... Vine a separar al hijo
de la madre y a la hija del padre... y los enemigos del hombre son
los de su familia”.

El afecto por tu madre que ahora es el que te impide seguir la


voluntad de Dios es tu enemigo, el cual quiere hacerte perder tu
misión en el mundo y la salvación de muchas almas.

También puede darse que tu crisis signifique sólo que amas


poco a Jesús. De hecho, si encontraras una joven que te fuese
simpática y por la que empezaras a sentir afecto, no tendrías
gran dolor dejando a tu madre por irte con ella.

Estamos en el caso de que tu amor por Jesús es menor que


tu amor por un afecto terreno o por la madre misma. Escucha,
pues, la condenación del mismo Jesús: “Quien ama al padre o a
la madre más que a Mí no es digno de Mí”.

7) Me dicen: si me hago religioso he de odiar a mis padres

142
No es ninguna maravilla que digan eso. ¡Necios y malinten-
cionados siempre los hay!

No se odia una cosa porque se prefiera otra a ella. Un enfer-


mo no odia a su pierna porque permite que se la corten sino que
prefiere a la pierna la vida de todo el organismo. Lo mismo es
aquí: se ama a los padres pero se ama más a Dios y se prefiere
sacrificar aquel amor por el amor a Dios y a las almas. Y ya he-
mos visto cómo el amor a los padres no se destruye en nada.

¿Cómo se puede admitir, pues, que Dios nos mande amar y


honrar a los padres (cuarto Mandamiento) y después nos mande
odiarlos?

8) Mis padres me necesitan

Ese sí que puede ser un obstáculo real y serio. A menos que


no se trate de una necesidad ridícula. Y así, no basta, por ejem-
plo, que la mamá diga que necesita el afecto de su hijo o que le
quiere tener cerca porque tiene miedo de noche si se queda
sola.

Es necesario que se trate de una necesidad material y grave.

Es preciso que los padres se vean privados de lo necesario


para el sustento si el hijo los deja; que tal vez tengan que pedir
limosna o ganarse el pan de cada día o que, de una posición
social buena pasen a pobres y pierdan su grado social. En esos
casos el hijo debe quedarse a menos que los padres le den gene-
rosamente el permiso para seguir su vocación a pesar de todos
los inconvenientes que les sobrevinieran. Asi hizo una madre
siciliana, la cual después de haber dado a su hija el permiso para
hacerse religiosa tuvo la valentía de concederlo después a su
hijo para hacerse también religioso, diciéndole: “Yo pediré li-
mosna pero no quiero obstaculizar ni tus ideales ni tu felicidad”.
Y quedó sola, pero Dios no permitió que llegase al estado de
tener que pedir limosna.

143
Si, por el contrario, la necesidad no es tan grave, pero por
causa de tu partida tus padres se han de ver en la necesidad de
renunciar solamente a un capricho o a un mayor bienestar, no
estarías obligado por eso a no seguir tu vocación.

Si, por ejemplo, los tuyos tienen un almacén, y yéndote tú


tienen que tomar un criado o un empleado y pagarle y tener
otras preocupaciones para no ser engañados o para que el tra-
bajo se haga con interés y concienzudamente, ¡paciencia! Tú no
estás obligado a quedarte únicamente por eso.

Si su necesidad es de orden moral, como sería, por ejemplo,


el temer que el dolor de tu partida fuese causa de cualquier en-
fermedad o aún la locura de alguno de los tuyos, no estarás obli-
gado a nada, porque estas necesidades la mayoría de las veces
no son otra cosa que fantasías que se pueden superar con otros
medios y con otras formas que no con la renuncia de tus idea-
les.

9) He hecho muchos pecados en mi vida pasada.


Es imposible que Dios me llame a una vida perfecta

Si te has arrepentido y confesado, es de fe que tus pecados


han sido perdonados y destruidos. Ya no existen. Recuerda a
San Pedro. Después de su gravísimo pecado Jesús le trató como
antes y no sólo no le quitó la vocación de apóstol sino que le
confirió la dignidad que le había prometido de primer Papa,
fundamento infalible de su Iglesia.

¿Has cometido muchos pecados? Razón de más para hacerte


religioso y expiar tu ingratitud. Así hicieron San Agustín, San
Camilo de Lelis, San Ignacio, San Juan Gualberto y otros mu-
chos.

l0) Es una vida de mucho sacrificio. ¡Me da miedo!

144
El que realmente no tenga ganas de sacrificarse por amor del
Corazón de Jesús es mejor que no se haga religioso. Pero la
inmensa mayoría de las veces este pensamiento no es indicio
de un corazón poco generoso sino más bien demuestra un alma
atemorizada por la tentación que le representa los sacrificios de
la vida religiosa como una cosa insoportable.

Estas almas tienen que ser sostenidas e iluminadas. Santa


Teresa presa de tal tentación se decía a sí misma para animarse:
“El purgatorio y el infierno ciertamente serán peores”. Después
de tres meses de lucha cedió la tentación y la vida religiosa le
pareció ligera y soportable, más aún, dulce y llena de felicidad.

Con frecuencia con la idea del sacrificio nos pasa lo mismo


que pasa con los espantapájaros que se ponen en el campo. De
lejos, o vistos a la luz de la luna nos parecen visiones espantosas,
pero de cerca y a la luz del sol son inocuos fantoches. Así es en
la vida religiosa. Vista de lejos y oída la descripción por gente del
mundo que no la conoce parece una vida de continuo freno, de
continuo dominio sobre sí mismos, con superiores rígidos, co-
midas indigeribles y poco apetitosas, sin un poco de descanso,
sin afecto, sin respiro. En cambio, vista de cerca o descrita por
quien la vive, es todo lo contrario.

Por eso hace tanto daño oír las razones de los que fueron re-
ligiosos y que después se volvieron a sus casas abandonando su
vocación. Estos tales rarísima vez dirán la verdadera razón por la
que fueron infieles a su ideal que suele ser o la inobservancia de
las reglas, o algún vicio secreto que roía su alma, o el haber ce-
dido a las tentaciones; y entonces para excusar su modo de
proceder se ponen a exagerar de tal modo las dificultades de 1a
vida religiosa que la hacen aparecer como imposible de vivirse y
hacen decir a la gente: “¡Pobrecito!, ha hecho bien en volverse.
¿Cómo podía vivir así?”.

En cambio no se piensa que la mayor parte se queda en su


Orden y con sus reglas y viven contentísimos.

145
Con todo, existe realmente el sacrificio. y aún cuando es so-
portable y ligero, siempre es sacrificio que cuesta a nuestra po-
bre naturaleza. Pero una mirada al crucifijo chorreando sangre y
agonizando me dice que no he de ser cobarde siguiendo a Jesús
sólo en el Tabor. He de seguirle también en Getsemaní y en el
Calvario. Su Cruz endulza la mía y me empuja a abrazar volun-
taria y libremente una vida crucificada para ser como Él y para
ayudarle en su amor doloroso.

11) ¿Y si no perseverase?

Pues tendrías que volver atrás... ¿Y qué diría Ia gente? Cier-


tamente no es muy halagueño volverse atrás ni es sabio abrazar
un estado de vida que después no se llega a vivir. Por eso deci-
mos que es necesario hacer bien la elección de estado e ir des-
pacio y no moverse si no se está bien seguro de la vocación.

Pero si tú has hecho bien la elección de estado, este temor es


ridículo, precisamente porque el perseverar depende de tu vo-
luntad. Si tú pones toda tu voluntad, Dios no te negará su gracia
y no te sucederá ningún percance.

El hecho de que algunos, a pesar de haber obrado con since-


ridad, han tenido que dejar la religión antes de terminar el Novi-
ciado, no ha de considerarse como un deshonor sino como un
honor, porque han demostrado que tuvieron energía, cosa que a
muchos les falta, para emprender el camino que les pareció que
Dios les señalaba.

Si se abandona el Noviciado porque se cansa uno en el ca-


mino de Dios, entonces sí que es digno de reprobación, ya que
la culpa es toda de la voluntad que no es viril. Sin embargo, al-
gunas veces es de los superiores que no han examinado bien al
individuo antes de aceptarle; otras veces, en cambio, se ve un
secreto misterio de la Providencia de Dios, como se lee de algu-
nos Santos, pues entrados en el Noviciado, al que después tuvie-

146
ron que dejar, Dios los destinaba a fundar una nueva Orden
religiosa.

12) También podré hacer bien en el mundo.

Más aún, estaré más libre para hacer este bien que si me ha-
go religioso o sacerdote

Eso es exactamente lo que nos dicen bastantes jóvenes de


ambos sexos que han hecho un poco de apostolado en la Ac-
ción Católica o en cualquier otra Asociación. Como aquel que
decía: “¡Tantas religiosas! ¿Por qué no se dedican a hacer obras
sociales más modernas con los obreros? No encontramos quien
nos ayude en las Asociaciones Católicas de Trabajadores. Yo
obligaría a todas esas religiosas a abandonar el velo y hacer co-
sas más útiles para la Iglesia”.

Muy justamente le fue respondido:

—¿Cómo es que no tienes ayuda para tus obras sociales?


¡Tantas jóvenes como hay en las asociaciones católicas! Sírvete
de ellas.

Pero el otro, levantando la cabeza, dijo:

—La lástima es que no siempre están bien formadas; les falta


sacrificio.

—¿Pues por qué quieres destruir a las religiosas que precisa-


mente en la vida religiosa se forman bien y se hacen personas
de sacrificio?

Este coloquio es histórico y no ocurrió entre personas vulga-


res.

147
Nos quedamos maravillados del apostolado que llega a hacer
un buen seglar y nos parece que es mejor hacer aquello como si
del dicho al hecho no hubiese un buen trecho, como dice el
refrán. Y después, no se piensa que estas asociaciones de segla-
res hacen tanto bien precisamente porque están formadas, or-
ganizadas y son llevadas paso a paso por el sacerdote o por al-
guna religiosa. La fuente, pues, de todo ese bien, es el sacerdote.

Y aunque es verdad que hacen falta en el mundo buenos se-


glares, eso no quita que la vocación al sacerdocio sea superior,
de mayor bien y de mayor gloria de Dios que el apostolado se-
glar. Y si el Señor te llama para lo más y para lo mejor, no es
justo escoger el menos porque es más cómodo o quizá porque
brilla más.

Digamos la verdad: la mayoría de las veces se aduce tal razón


para “camuflar” un miedo secreto al sacrificio que la vocación
impone; se dice para hacer callar a la conciencia que exige los
derechos de Dios.

Vemos a esos valientes seglares que realmente son el brazo


derecho de la jerarquía eclesiástica, pero no sabemos cuántos
otros han deseado ser así y quizá han sacrificado otros ideales
para llegar a ser como ellos y en cambio... no son nada, ni aún
siquiera de los simples buenos cristianos.

Si interrogamos a esos apóstoles del laicado veremos que la


mayoría de las veces nunca han tenido idea de vocación; otros
se han dado al apostolado después del matrimonio cuando ya
no les era posible empezar la vida religiosa; y otros son conver-
tidos.

Vemos, en cambio, los que tuvieron algún día el ideal de la


vocación y que habían visto en sí mismos señales ciertas de la
llamada del Señor pero que no siguieron aquel camino porque
se fascinaron por un fruto momentáneo y de más resplandor
que creyeron poder obtener permaneciendo en el mundo.

148
¿Qué son hoy? Son la imagen enana del joven del Evangelio
que... abiit tristis; o, si han llegado a hacer alguna cosa en el
campo del apostolado, probablemente será demasiado mísero
en comparación de sus esfuerzos y esperanzas, y quizá piensan
con nostalgia en la vocación sacrificada por tan poca cosa. Un
joven doctor, después de una conferencia dada con solidez de
doctrina y sentimiento, me dijo cuando me acerqué a él para
felicitarle: “¡Esto son tonterías! El verdadero bien lo hacen uste-
des, los sacerdotes”.

¿Crees que la Iglesia hubiera ganado más si San Ignacio,


Santo Domingo o San Francisco de Asís en vez de hacerse reli-
giosos hubieran seguido siendo buenos seglares para el aposto-
lado laico?

Este motivo nunca podrá desvirtuar al de hacerte religioso.


De hecho se dice: “Podré hacer bien en el mundo”. Respondo:
“¿Y cómo lo sabes? Si eres llamado a la religión y no sigues tu
vocación no harás el bien porque no harás la voluntad de Dios.
Si en cambio eres llamado por ese camino y no por la vía reli-
giosa, entonces sí. Pero precisamente eso es lo que se ha de
probar, y no se puede tomar la conclusión como argumento y
prueba de tu vocación”.

Los buenos nos quieren también en el mundo y precisamen-


te por eso Dios nos llama: para se la sal de la tierra y conducir al
bien a los que siguen el camino trillado del matrimonio. Y no
faltarán nunca buenos seglares mientras no falten santos sacer-
dotes.

13) Entonces todos se habrán de hacer religiosos

Tú piensa en ti mismo. Si ves de una manera clara que pon-


deradas bien las ventajas y desventajas el mejor camino para ti
es la religión, quiere decir que el Señor te llama porque es Él el
que te hace ver las cosas bajo ese aspecto. De los demás no te
preocupes. Si Jesús los quiere, ya se lo dará a entender de una

149
manera o de otra. Y si no los llama, ya pueden leer libros y escu-
char sermones acerca de la vocación, que se quedarán tan fríos
y además con la convicción de que la vida religiosa no se ha
hecho para ellos.

14) No conozco el mundo

Para conocer el mundo no es necesario haber gustado el pe-


cado. Tú conoces la alegría de un nido familiar porque has naci-
do y vivido en una familia, conoces los goces de la amistad o de
cualquier diversión honesta, diversión que, por lo demás, no
siempre te faltará en la religión. Quizás no conoces todo el barro
impuro en que está sumergido el mundo, maldecido por Jesús,
y de eso has de dar gracias a Dios.

Para conocer si un pescado es bueno o no, no es necesario


comérselo y ni tan siquiera probarlo basta olerlo, y para los peri-
tos basta verlo. Basta que tú puedas decir como decían los san-
tos: “Sé que el mundo es tan malo, tan lleno de pecado, tan tonto
y vano que bien merece que se le abandone”.

La Sagrada Escritura te ayuda a conocerlo cuando te dice: “El


mundo está todo fundado en la malignidad. ¡Ay del mundo por
sus escándalos! Todo lo que hay en el mundo es concupiscencia
de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida... No
ruego por el mundo... Yo doy una paz que el mundo no puede
dar... Vosotros no sois del mundo (porque sois mis amigos).

¿Quieres más? Abre los ojos y verás que el mundo es insince-


ridad, injusticia, opresión del pobre, exaltación del pecado, abu-
so del amor, epicureísmo, anhelo del placer prohibido, traición,
interés, egoísmo, suntuosidad, vanidad, soberbia.

Como bien ves, poco bueno y bonito. No entiendo por qué


dicen que nosotros los religiosos hacemos un sacrificio aban-
donando el mundo. ¿Hace quizá un sacrificio el que da un pu-
ñado de barro por una perla preciosa?

150
15) No podré desarrollar mis dotes naturales

Yo soy inclinado a la música; yo a las ciencias, a la botánica,


a la astronomía, a las lenguas orientales. Yo, en cambio, me in-
clino por el dinamismo, por las obras sociales; yo por la poesía,
la pintura, la escultura.

Esta desventaja que tú encuentras en la vida religiosa es pre-


cisamente una ventaja que no he puesto porque es más bien de
orden natural. ¡Cuántos en el mundo tienen el genio de la músi-
ca, de la poesía, o de otra cosa, pero no lo pueden mostrar por-
que la familia les exige ocupaciones más lucrativas! En cambio
el religioso, libre de los cuidados del mantenimiento de una
familia, y al cual los superiores como norma de conducta le
permiten seguir sus inclinaciones naturales respecto al estudio
y al apostolado, se encuentra precisamente en la posibilidad de
desarrollar el cien por cien sus propias aptitudes. De hecho po-
demos contar entre los religiosos muchísimos científicos, as-
trónomos, insignes juristas, pintores y escultores. Más aún, el
religioso emplea como el mejor su genio, porque lo pone al
servicio de Dios y de la Iglesia, Madre fecunda de genios y liberal
mecenas de todas las bellas artes e inspiradora de las más bellas
obras de arte de la Humanidad.

Esto querrá decir que has de escoger una Orden donde pue-
das desarrollar mejor tus posibilidades para la gloria de Dios;
una Orden donde se dé importancia al estudio, a la oratoria o a
la contemplación, si eres poeta; una Orden activa, si eres incli-
nado a la organización y al dinamismo, y así de todo lo demás.

OTRO METODO

Puede darse que considerando y pensando sólo las ventajas


y desventajas el joven no llegue a una solución satisfactoria y
permanezca aún en la duda.

151
San Ignacio propone otro método para conocer la voluntad
de Dios. Prácticamente puede ponerse en ejecución de la si-
guiente manera: Escribes una carta a un desconocido en la que
has de procurar describirle fielmente tu estado de ánimo, tus
preocupaciones, tus deseos, tus ansias, tus temores, cómo se
presenta tu porvenir, las dificultades que prevés, etc.

Después pondrás la carta en un sitio cerrado y la dejarás allí


por espacio de quince días. Mientras, intensificarás la oración
para recibir la luz del cielo. Pasados quince días la cogerás e
imaginándote que te la ha mandado un amigo al cual tú apre-
cias sinceramente y para el que quieres todo bien, te esforzarás
en responderle punto por punto, dándole tu juicio desapasiona-
damente acerca de lo que él te escribe y aconsejándole que haga
lo que te parecerá mejor en el Señor. Después enseñarás tu tra-
bajo a tu director espiritual.

Este método que a primera vista puede parecer un poco pue-


ril, es al contrario muy eficaz, especialmente porque obliga al
joven a expresar por escrito lo que tiene y siente. De esta forma
las dificultades y los sentimientos no quedan en un no sé qué
indefinido sino que toman forma concreta y consistente y se les
puede fácilmente discernir, controlar y ver en su verdadera luz.

Algunas veces la fantasía presenta dificultades insuperables,


una verdadera mole de obstáculos que al describirlos y narrarlos
en la carta aparecen lo que en realidad son: fútiles, banales, exa-
gerados e inconsistentes.

DECISIÓN

Después de iluminar la inteligencia con meditaciones y


exámenes, con consideraciones y coloquios con el director
espiritual, el joven que cree encontrar en su corazón el gran don

152
de la vocación con un acto libre de su voluntad, ha de decidirse
a seguir la vida religiosa.

Llegado a un cierto punto el joven debe tomar esta posición


neta por el sí o por el no, no puede permanecer eternamente
indeciso ni seguir adelante por la fuerza de la inercia. Ha de
decir triunfalmente y con seguridad: “He decidido”. Y orientarse
definitivamente hacia su ideal preparándose interior y exte-
riormente a la consecución completa, total y definitiva de su
vocación.

¿QUÉ EDAD SE NECESITA?

La decisión puede hacerse en serio y comprendiendo total-


mente su alcance a los doce años. La Iglesia considera ya jóve-
nes a los doce años a las mujeres y a los catorce a los varones.
Pero en algunas naciones ya sea por un desarrollo precoz físico
y moral, ya sea por la libertad de costumbres, de vida y conver-
saciones, ya por el dinamismo del ambiente, los muchachos son
ya maduros antes de lo que nosotros podemos prever.

No es el caso de fijar una edad para la decisión Eso se debe


dejar a la prudencia del Padre espiritual y a la moción de la gra-
22
cia que sopla cuando quiere y donde quiere .

22
El P. Ernst, S. J., en un estudio hecho sobre esta materia y publicado
en Nouvelle Revue Théologique (tomo 69; 1947, n.  7), citando a M
Debesse dice que en Francia, según un cuestionario al que han respon-
dido muchísimos entre religiosos y sacerdotes, la edad de la decisión
oscila entre los doce y veintiún años, con una frecueneia insistente en
los dieciséis años, edad de la crisis de la adolescencia.
Pero la edad de la adolescencia varía según los pueblos y las
regiones. Si para la Italia Septentrional podemos aceptar los datos de
Debesse, para la Italia meridional, España y otras naciones, tendremos
que descender a los catorce y aún a menos.
Por lo demás, esto no quiere decir que no se pueden decidir
aún antes.

153
Notemos sólo que la edad de la decisión no debe confundir-
se con la edad de la entrada en la religión. La decisión debe to-
marse antes de entrar y por consiguiente para ello se requiere
una edad menor.

ALGUNAS NORMAS PARA EL TIEMPO DE LA ELECCION Y


PARA EL QUE SIGUE A LA DECISION

1) El joven no debe hablar con nadie de su vocación excepto


con su Padre espiritual. Y esto es prudente que se observe aún
después de la decisión con alguna excepción que indicaremos
después.

La razón es obvia. El joven ha de ser libre en su decisión, ha


de ser él el que decida y nadie ha de influir en su búsqueda. Se
ha de fiar de su Padre espiritual porque será el hombre de con-
ciencia que le guiará con sinceridad hacia lo que parece ser la
voluntad de Dios.

Además el Rey divino tiene sus secretos con sus predilectos y


no quiere que sus relaciones de amor se publiquen a los cuatro
vientos, sino que desea que se custodien celosamente escondi-
das en el fondo del corazón.

Todos los demás que lo supieren que no sea el Padre espiri-


tual no están en condiciones de aconsejar bien, ya porque no
entienden (como los parientes y amigos), ya porque no tienen la
“gracia de estado”.

2) Procúrese que el muchacho tenga como director espiri-


tual a un sacerdote o religioso que sea observante y que ame su
vocación y su misión con las almas.

154
La razón es obvia: el que no ama su vocación y no la vive no
puede dar de ella una idea genuina y sincera.

3) Es necesario procurarle libros que traten de vocación. En


los coloquios espirituales no se puede decir todo y lo que se dice
no siempre puede ponderarse; muchas cosas se olvidan, otras se
dicen sin subrayarlas. En cambio, el libro se lee despacio, se
gusta, se puede hasta meditar y suple al poco tiempo que pode-
mos dedicar al joven. Es imposible estar con él todo el día y ha-
blar siempre de la misma materia.

Además el libro es impersonal y no ejerce una fascinación


especial, ni inspira un temor reverencial que disminuye un poco
aquella libertad de decidir que en esta materia es sumamente
necesaria.

4) Tomada la decisión definitiva, es necesario conducir al jo-


ven hacia la perfección. Ha de empezar a vivir la vida de un alma
sacerdotal: hacer meditación, lectura espiritual, ejercitarse en la
virtud, especialmente en la oración y mortificación. No nos
espantemos de permitir al joven que ya tiene vocación algunas
penitencias corporales: una pequeña cadenilla, un poco de dis-
ciplina, dormir alguna que otra vez en el suelo y otras cosillas
así.

El joven que empieza a hacer estas cosas llega al Noviciado


preparado y casi medio religioso, entenderá mejor las enseñan-
zas del Noviciado y no se sentirá completamente extraño al
nuevo género de vida que emprende.

5) Es necesario convencerle de que puede perder su voca-


ción y que debe prepararse a luchar contra el demonio, consigo
mismo y especialmente con sus padres.

Este espíritu combativo, que es el espíritu genuino del cris-


tianismo vivido, tiene una eficacia particular para templar el
carácter del joven y para reforzarle en su vocación.

155
Sabiendo además que la vocación es un don que se puede
perder, procurará alejarse de todo peligro y se entregará a una
oración humilde y confiada para obtener la perseverancia en so
propósito.

6) Encaminémosle enseguida al apostolado, no precisamente


a un apostolado de gran estilo que le distraería demasiado, sino
aquel de alma a alma. Sentirá así el gozo de llevar almas a Dios,
de ver a un alma progresar por su ayuda y por su trabajo. Si gus-
ta la alegría de hacer el bien, se ligará para siempre a la idea del
apostolado y, por ende, del sacerdocio.

Par esto ayudará de un modo maravilloso la devoción al Sa-


grado Corazón de Jesús con sus múltiples formas de apostola-
do: consagraciones personales, de las familias, de los comercios,
Primeros Viernes, poner la imagen del Sagrado Corazón donde
haya almas alejadas de Dios, etc. Os lo digo: probad y veréis los
resultados.

7) No es necesario darle ni demasiada confianza ni demasia-


dos coloquios sobre la vocación. Una vez que se ha decidido, ya
no nos necesita continuamente; le hemos de dejar un poco por
su cuenta para que rumie lo que ha escogido. Ha de acostum-
brarse a pensar por sí solo y así quedará más convencido y sen-
tirá la vocación como suya.

8) A este punto el joven sentirá tal entusiasmo, fervor y ale-


gría de su vocación que tendrá gran necesidad de desfogarse
con alguien. Entonces, cuando ya se ha decidido con seriedad,
se le puede sugerir el que se haga amigo de algún otro joven que
haya tomado la misma decisión; de esta forma hablarán entre
ellos, alimentarán su fervor haciendo proyectos y hablando de lo
que harán cuando sean sacerdotes, religiosos o misioneros.

Y en estos coloquios saldrán fuera cuestiones y dificultades


que solventarán por sí mismos, ideas exageradas y equivocadas

156
que corregirán poco a poco, y de esta forma irán madurando
reforzándose entre ellos.

Es increíble lo útil que es una santa amistad. Los jóvenes se


entienden mejor entre ellos que no con el mismo Padre espiri-
tual. Mientras tanto dejarán en paz al sacerdote el cual podrá
dedicarse a otros trabajos o a otros jóvenes que quizás están
haciendo la elección. Basta que una hable de cuando en cuando
con ellos.

Conocía dos chiquillos buenísimos, los cuales se habían me-


tido en la cabeza el hacerse eremitas. Pasaban los recreos con-
templando y estudiando mapas para encontrar desiertos y des-
pués escoger uno. No hacían otra cosa que fantasear sobre lo
que harían; y mientras, se preparaban juntos rezando y hablan-
do siempre de cosas de Dios.

Tenían once años y aquel período de su niñez se les impri-


mió profundamente en toda su vida espiritual, como me dijo
uno de ellos. Hoy son los dos unos entusiastas religiosos y tra-
bajan con ardor en la viña del Señor.

A pesar de todo, antes de permitir una tal amistad con la re-


velación mutua de la vocación es absolutamente necesario:

1) que uno de ellos esté segurísimo y solidísimo de su voca-


ción;

2) que el otro esté también decidido seriamente aunque no lo


esté en el grado que el primero.

Si no se hace caso de estas dos cosas, sucederá que si uno


cambia de parecer arrastrará al otro o se traicionarán recípro-
camente revelando a otros su vocación.

157
TERCERA PA RTE:

PROBANDO UNA VOCACIÓN

ES NECESARIO PROBAR LAS VOCACIONES

El joven que bajo nuestra dirección y con nuestra ayuda lle-


gue a decidirse o por la religión o por el sacerdocio, no ha de ser
abandonado a sí mismo, ni se crea que un ulterior trabajo por
nuestra parte en su alma ha de ser inútil. Es necesario que la
vocación se asegure, eche raíces profundas de convicción, se
alimente con la oración, la conversación y el apostolado, y fi-
nalmente sea probada.

Decimos que debe probarse finalmente, es decir, al fin, cuan-


do ya la vocación no es una tierna plantita sino que va convir-
tiéndose en árbol, o sea, cuando el joven se ha dado cuenta de lo
que hace y el tiempo le ha dado la posibilidad de asimilar en su
corazón todo el complejo de obligaciones, gozos espirituales y
sacrificios que tendrá que experimentar en el nuevo género de
vida que libremente ha elegido.

Así pues, se equivocan enteramente los que acogen los pri-


meros ímpetus del joven que siente vocación con un jarro de
agua fría, como suele decirse. Estos tales se preocupan dema-
siado en hacer ver el lado difícil y lleno de sacrificios que tiene la
vocación y con un celo digno de mejor causa procuran alejarle
de su propósito.

Algunos sacerdotes obran así para que se vea que son ajenos
a todo espíritu de proselitismo y que no quieren de ninguna
manera influir en la decisión del joven; quieren hacer ver que en
tal asunto ellos no están interesados. Sin embargo, no caen en la
cuenta de que su modo de proceder puede ser contraproducen-

159
te en el joven, el cual ve en el sacerdote su amigo y su ideal y
obedece con docilidad a todo lo que le manda. El muchacho
ciertamente habrá alcanzado una victoria sobre sí mismo para
revelar su secreto guardado con celo y espera de nuestra parte
una comprensión completa; más aún, se figura que nos da una
alegría manifestándonos su vocación.

Pensad qué desilusión ha de ser para él oir que le dice: “¿Tú,


religioso? ¡No me hagas reír ¿Te parece quizá que es cosa fácil
llegar a ser sacerdote? ¡Deja esas tonterías que te vienen a la
cabeza! Eres joven y apuesto, ¿quieres encerrarte en un conven-
to? ¿O enmohecerte en las sacristías...? ¡Dios llama a jóvenes
santos no a los que son como tú...! Si quieres un consejo piensa
en estudiar y en ser un buen cristiano en el mundo”.

¡Y éstas son frases auténticas!

No es ésa la manera de probar las vocaciones. Es inútil decir


después que si el joven resiste a vuestra frialdad inicial cambia-
réis de manera de obrar y lo tomaréis en serio. El joven si es
inteligente no volverá más y hará muy bien, y si llegáis a acercá-
roslo de nuevo y hablarle animándole, no os creerá; porque ha
visto que no fuisteis sincero con él.

Y con todo eso quedará perplejo, disgustado y quizá


desorientado antes de tiempo.

Conviene, en cambio, tomar la cosa seriamente y con grave-


dad desde el principio, y eso puede hacerse muy bien sin dar la
sensación de que le queréis influenciar.

“¿De veras? ¿Tienes vocación? Seria una grandísima gracia


de Dios. Te deseo eso, que puedas llegar, porque, en verdad,
serías un joven feliz. Pero, cuéntame, un poco, ¿cómo te ha ve-
nido ese pensamiento?” Y así, con calma, sale todo fuera con
sinceridad y con un cierto sentido de amistad y confianza y a la
vez puede examinarse el caso con tranquilidad. El joven será

160
vuestro amigo y viendo vuestra sinceridad se abrirá con voso-
tros convencido de que poniéndose en vuestras manos estará
bien guiado.

OBLIGACION DE SEGUIR LA VOCACION

Antes de seguir adelante es necesario que tengamos ideas


claras sobre este particular. Podrá parecer inutil porque el que
tiene verdadera vocación piensa seguirla no porque se le obliga,
sino porque él mismo desea alcanzar lo antes posible su ideal.
Pero el demonio puede asaltarle con fuertes tentaciones, ha-
ciéndole aparecer bellísimas las diversiones del mundo y terri-
blemente insoportables los sacrificios de la vida religiosa, tanto
que muchas veces después de poco tiempo estos jóvenes sien-
ten la necesidad de preguntar:

“Padre, ¿es pecado no seguir la vocación?”.

Si él, andando el tiempo, se va convenciendo de que su deci-


sión fue tomada en un momento de entusiasmo y que realmen-
te la vida religiosa no es para él por razones que su Padre espiri-
tual aprueba, está claro que no peca si se retira de su decisión.
En este caso su decisión puesta a prueba aparece como no bien
hecha o equivocada.

Lo peor es cuando el joven, convencido de tener verdadera


vocación, no la quiere seguir por razones humanas y fútiles o
por capricho: “¡Me gusta el mundo! Me fastidia ser religioso. Me
parece que haré el ridículo con el hábito. No quiero porque no
quiero”.

Y son hechos reales que suceden.

161
Conocí a un joven bueno, muy inclinado a la piedad, amigo
sincero de la gracia de Dios. Hablé con él de vocación y le en-
contré ya casi decidido A los pocos días estaba convencido de
que Dios le llamaba y radiante de alegría hablaba a cada mo-
mento de su vocación. Pasaron dos meses; había hasta intenta-
do atraer a otros hacia el ideal de la vida religiosa; meses de
apostolado y de fervor.

Un día vino a mi aposento todo desencajado. Se sienta y me


dice exabrupto:

—¡Ya no quiero ser religioso!

Creí que bromeaba y me reí.

—No; lo digo en serio.

—Pero ¿por qué?—pregunté poniéndome serio yo también.

—Porque no quiero.

—Pero, ¿es que tienes alguna dificultad en la vocación? ¿Es


que te has dado cuenta ahora de que Dios no te llama?

—No, estoy convencido y segurísimo de que tengo vocación,


pero no la quiero seguir. No diré que sí al Señor.

¡Quedé espantado! Procuré hacerle ver que se trataba de una


tentación del demonio, el cual ciertamente preveía el gran bien
que haría una vez fuese sacerdote.

Todo fue inútil. Se cerró en un mutismo hermético, ni si-


quiera me miró una sola vez a la cara. Cuando le despedí tuvo
aún la preocupación de decirme:

—No me considere más entre los que quieren hacerse reli-


giosos.

162
Después, poco a poco, empezó a dejar la comunión, la ora-
ción, hablaba contra los que se querían hacer religiosos (proba-
blemente para acallar su conciencia), después dejó el colegio y
ya no se le vio casi nunca.

¡Misterios del corazón y de la libertad humana!

Recuerdo otro caso que me sucedió hace ya quince años. Un


muchacho fuertemente volitivo; tenía trece años y no siempre
fue bueno; conoció el mal y aún fue corruptor, pero después se
arrepintió y era sinceramente bueno. Entró en la Cruzada Euca-
rística y se convirtió en un verdadero militante del Corazón de
Jesús. Impedía las malas conversaciones, luchaba contra la
prensa indecente buscándola y destruyéndola, hacía buenos a
sus compañeros. Era un ejemplo para todos; en la capilla serio y
recogido, animoso en todo tiempo y por añadidura era deportis-
ta; lo sabía hacer todo y todo lo hacía bien.

Todavía recuerdo nuestras conversaciones. Me daba juicios


de todo y de todos, me decía sus impresiones, en fin, hablába-
mos como dos buenos amigos, como si fuésemos de la misma
edad y condición; ni yo tenía dificultad alguna en charlar con él
como si no se tratase de uno menos maduro que yo. Y no obs-
tante era su Prefecto y Profesor.

Quería ser jesuita y también misionero. Nunca dudamos de


su vocación ni él ni yo. Así perseveró durante un año. Vinieron
las vacaciones y él seguía fiel y firme. Volvió al colegio. Siempre
el mismo.

Pero la noche de Navidad sucedió algo que me puso en


guardia. Estábamos delante del Belén. Cantos, premios, alegría
sana. Veo a mi pequeño amigo sentado cerca de otros dos que a
juicio de todos eran poco edificantes y menos devotos. “Quizá
quiere impedirles que tengan malas conversaciones”, pensé.

163
Pero su modo de reír y de bromear no me dejaba tranquilo. Me
acerqué y oí que canturreaban entre ellos una tonada poco edi-
ficante. Se apercibieron de mi presencia, se dieron con el codo y
continuaron más fuerte para que yo lo oyera mejor.

¡Y, sin embargo, no podía ser! ¡No podía pensarlo! Será una
broma que me quiere hacer. Pero cuanto más le miraba más me
daba cuenta de que realmente pasaba algo por el alma de mi
amigo.

A las 23:30 fueron al dormitorio para cambiarse el traje y


prepararse para la Misa del Gallo Me acerqué a él:

—Pero, oye, ¿qué te pasa?

—¡Nada!—y sonreía de una manera burlona. —Es el diablo


que te tienta.

Se encogió de hombros. Entonces lo entendí todo. Me limité


a decirle:

—¿Tienes aún vocación?

—He cambiado de idea. No la quiero más.

—Pero ¿dudas que el Señor te llama?

—¡No! Pero no importa; no quiero. Me quiero divertir.

¡Qué noche de Navidad pasé! Todo lo ofrecí al Corazón de


Jesús; pero no podía resignarme y después de las tres Misas
cuando no podía conciliar el sueño en la cama y veía que Jesús
quería que me sometiese a aquella pérdida: “Bien, Señor—le
dije—, te lo sacrifico, pero en vez de él quiero otras cuatro voca-
ciones porque él bien las vale”.

164
Y durante las cortas vacaciones de Navidad conocí a cuatro
jóvenes que bajo mi dirección y después de algunas conversa-
ciones decidieron hacerse religiosos... y misioneros.

En cambio aquél volvió a su vida primitiva, hizo todo lo posi-


ble por no volver al colegio y lo consiguió. Después supe que su
pobre madre estaba desesperada por causa suya y que él... se
divertía, pero lejísimos de Dios.

¿Y qué se puede pensar de estos sujetos? ¿Es posible que no


hagan mal y no cometan pecado desechando de esa manera la
gracia de la vocación?

Es verdad que en teoría y según los principios racionales se


llega a que de suyo no hay obligación, bajo pena de pecado
mortal, de seguir la vocación porque no es un mandamiento ni
un precepto sino sólo una invitación para seguir a Jesús más de
cerca viviendo los consejos evangélicos; pero en los casos parti-
culares, en la práctica, puede haber circunstancias tales que
puedan convertir la repulsa en gravemente pecaminosa y causa
de la ruina completa y aún quizá eterna del joven.

*Tenía, pues, razón el P. Iorio en su Compendium Theolo-


23
giae Moralis de expresarse sobre este particular de una forma
bastante seria:

“Se pregunta si peca y cómo peca el que se siente llamado a


la vida religiosa y no sigue la vocación divina.

“Respondo: 1º Por sí y rigurosamente hablando no peca en


ninguna forma porque los consejos divinos de suyo no impo-
nen ninguna obligación dado que precisamente en esto se dife-
rencian de los preceptos.

23
Vol. II, n.154.

165
“Respondo: 2º Sin embargo, a duras penas se puede excusar
de algún pecado por el peligro en que se pone de perderse eter-
namente. Más aún, cometería pecado mortal si estuviese per-
suadido de que el único medio que le queda para conseguir la
vida eterna fuese el de huir de los peligros del mundo haciéndo-
se religioso.

“¿Están, tal vez, también en una mala posición los que, cier-
tos de la vocación divina a la vida religiosa, tratan de persuadirse
de que pueden salvarse igualmente permaneciendo en el siglo o
volviendo a él (si, por ejemplo, están ya en el Noviciado )? No
parece que se pueda dudar de que éstos se exponen a un grave
peligro de perderse porque permaneciendo en el siglo contra la
vocación divina se privan de las ayudas especiales que la provi-
dencia de Dios les tiene preparadas en la religión y por eso difí-
cilmente resistirán a las tentaciones del mundo.

“San Alfonso María de Ligorio, con todo, no osa emitir un


juicio cierto sobre este punto”.

24
* El P. Ferreres, sin embargo, se expresa con más energía

“¿La vocación al sacerdocio obliga al individuo a seguirla ba-


jo pena de pecado mortal?

“A algunos les parece que tienen que responder afirmativa-


mente cuando existen señales ciertas de vocación y esto por
gravísimos peligros de perderse en los que se encontrará el que,
despreciada la vocación divina, por propia iniciativa abraza
cualquier otro estado en el mundo.

24
Cf. Comp. Theol. Mor., vol. II, n.921.

166
“Por eso San Alfonso María de Ligorio dice que esta vocación
es de tanta importancia que de ella depende la salvación del
llamado y también la de muchos fieles”.

Y luego, con letra más pequeña, después de haber emitido


esta sentencia que es como suya, el P. Ferreres continúa:

“Con todo, otros distinguen entre vocación imperativa, con


la que Dios impone una obligación de obedecer, y vocación
invitativa, por medio de la cual Dios invita al estado clerical, pero
no impone una estrecha obligación. Estos dicen que la primera
especie de vocación obliga sub gravi, mientras la segunda no...

Y esta manera de hablar de los teólogos no nos maravillará si


consideramos cómo en la práctica Dios, muchas veces, hace
pagar terriblemente este no, dicho en el tono y forma del pe-
queño rebelde que tira y desprecia una gracia de predilección
que se le ofrece como una señal de inmenso amor por parte de
su Redentor, y todo esto... por capricho... o por el secreto deseo
de gozar de la vida, o porque no se quiere lo que parece es un
sacrificio.

Si Dios castiga, quiere decir que aquel no, no le es una cosa


indiferente.

LAS CONSECUENCIAS DE LA NEGATIVA

Pensemos un poco y veamos cuáles puedan ser las conse-


cuencias de este no; en qué posición sitúan al joven y dónde
van a desembocar, por lo común, estas “vocaciones dejadas por
capricho”.

1) Consecuencias para el individuo

167
Dios me había preparado la vida religiosa y sembró en mi
camino una serie de gracias, de mociones, de ayudas que me
acompañarían paso a paso, me ayudarían y finalmente condu-
cirían a la salvación y quién sabe si a la santidad.

Yo, por mi culpa, por mi propia voluntad rehuso aquel ca-


mino y me pongo en otro. ¿Cómo me encontraré? Ciertamente,
tendré aquellas gracias suficientes que Dios no niega a nadie, ni
me será absolutamente imposible el salvarme, pero ¿tendré
aquellas gracias eficaces, sobreabundantes, continuas que Dios
me había preparado en la otra vida y sin las cuales mi pobre
naturaleza, ya tan débil, probablemente no llegará a salvarse
sino con mucha dificultad y con mucho esfuerzo?

¡No lo sé! Ciertamente la misericordia del Corazón de Jesús


es muy grande y puede llegar aún a ese punto. Pero no lo po-
demos exigir como lo podríamos pretender si siguiéramos el
camino que Él mismo nos ha ofrecido y preparado...

¿Sería quizá exagerado decir que un joven que tiene voca-


ción, pero que no la quiere seguir, es como un pez fuera del
agua, el cual se agitará por poco tiempo, pero acabará por morir
o por vivir una vida que no es vida?

Puede darse que Dios haya previsto que tú, en el mundo, te


condenarás con toda seguridad, y entonces, para salvarte, te da
la vocación y te aleja del mundo. En tal caso, si tú no sigues la
vocación de Dios, ¿no irías derecho, por tu culpa, a una ruina
segura?

El hecho es que generalmente estos jóvenes terminan en el


pecado y se realiza la confirmación más exacta y palpable del
conocido proverbio: “Corruptio optimi, pessima”. Encontrándo-
se sumergidos en un estado de continuo remordimiento, bus-
can ahogarlo dándose, más exageradamente que los otros, a las
diversiones y “distracciones”. Con frecuencia toman la postura
de los indiferentes en materia de religión. Empiezan abando-

168
nando la oración, después la Asociación y después... todo lo
demás.

Y no sólo eso, sino que además serán los eternos descentra-


dos. No sabrán ser buenos padres ni buenos maridos ni buenos
cabezas de familia, porque no son hechos para aquello; su ca-
mino era otro. Más aún, muchas veces el cielo los castiga preci-
samente en aquello por lo cual han dejado la vocación que, casi
siempre, es algún amor o el deseo del matrimonio. Se encontra-
rán “desafortunados” precisamente en eso: mujer displicente,
enferma, con frecuencia sorprendida por una muerte prematu-
ra, hijos enfermos o demasiado díscolos, desobedientes, irrespe-
tuosos y muchas veces impuros.

Cuántas veces se me ha ocurrido preguntar después de ha-


ber escuchado la narración de una larga serie de semejantes
dolores:

—¿Y usted, cuando era joven, tuvo vocación?

Y muchas veces me han respondido:

—Sí, Padre, ¿cómo lo ha adivinado? Más aún, ya estaba en el


monasterio y después allí... Yo hice ya los votos y después me
volví a casa.

Dios es bueno y liberal, pero ¡ay del que desprecia sus dones!

Un día se me presenta un joven que tendría unos veintiocho


años; alto, apuesto, pero con los ojos inquietos.

Le invito a sentarse.

—Padre, ¿si uno se dispara un tiro en la espalda, tendrá tiem-


po de confesarse?

169
—Depende—respondí—, sería cuestión de ver si Dios le da la
gracia de confesarse a uno que intenta suicidarse sabiendo que
hace mal.

Pareció contrariado. No me dijo nada. Y después de un buen


rato:

—Pero y si uno se confiesa antes de dispararse, ¿no basta?

—No, hombre; uno confiesa los pecados hechos, no los que


piensa hacer; más aún, ha de tener el propósito de no hacer
pecados. Pero, vamos a ver, ¿qué le pasa a usted?

—Pues... pensaba suicidarme.

Estuve con él unas dos horas. Le animé, le hice ver que no


todo era negro en su vida. Le dije que confiase en Dios.

Había sufrido dos fuertes desilusiones amorosas. La primera


muchacha murió de una manera trágica, dejándole en el cora-
zón un fortísimo remordimiento; la segunda le dejó una semana
antes del matrimonio, cuando ya estaba comprado el ajuar, la
casa alquilada y se preparaban los últimos documentos y la fies-
ta.

Después de aquel coloquio largo y penoso se sintió reanima-


do. Le acompañé hasta la puerta, y cuando ya estaba en el um-
bral, se volvió para decirme:

—Padre, fuera de esta puerta, todos están locos. ¡Felices uste-


des que ven las cosas en su verdadera luz! Fuera es un manico-
mio. ¡Y pensar que cuando yo era joven fui seminarista y salí del
seminario estúpidamente!

Hizo un gesto de disgusto y se fue.

Cuántas veces he tenido que oír: “Padre, tengo verdaderos


deseos de ser perfecta, pero no puedo; en casa me lo estorban,

170
en la oficina me tratan mal y yo no sé resistir al respeto hu-
mano; además, interiormente me parece que Dios está lejos de
mi; yo estoy convencida de que siempre tendré este deseo, el
cual creo que no lo llegaré a satisfacer”. “Sí—suelo responder—,
no sé qué decirle. Usted no está donde debiera estar porque Dios
la llama a otro sitio; también creo yo que usted no podrá nunca
estar tranquila y a su gusto”.

En muchas de esas familias desechas por la traición de uno


de los cónyuges, fácilmente encontraréis la defección de uno de
ellos a la vocación divina.

2) Consecuencias para Jesús

Realmente no debe de ser muy agradable ofrecer un don de


predilección, una amistad más íntima y confidente y ver que se
la desdeñan... porque se la considera como una nadería y un
peso enojoso y a ella se prefiere la amistad y el amor de los
hombres. Debe haber sido una gran desilusión para el Corazón
de Jesús que miró al joven del Evangelio con efusión y amor
verle partir... triste; oír que le dice que no cara a cara.

No digo que el Señor se haya desanimado, porque Él no tiene


ninguna necesidad de nosotros; pero eso no obsta para que
quede ofendido y aún dolorido por su amor desechado y des-
preciado.

He aquí lo que a propósito de esto me escribe un joven de


catorce años:

“Creo, Padre, que no podemos imaginarnos cuánto le dis-


gusta al Corazón de Jesús cuando llama a un joven y éste rehú-
sa seguirle y no responde a su llamada.

“¡Cuántos son los llamados! ¡Pero qué pocos los que siguen la
voz de Dios! En cambio, ¡qué contento se ha de poner cuando

171
encuentra un alma generosa que quiere seguir sus huellas y le
dice: Sí, te seguiré para amarte siempre, ya que Tú me has ama-
do tanto! ¡Gracias, Jesús!

“Sí, Padre, yo quiero sufrir por el Sagrado Corazón. ¿Y quién


no querrá sacrificarse cuando piensa un poco en el amor que
Jesús nos tiene y todo lo que ha hecho y hace por amor de sus
criaturas? Pues, ¿qué importa que yo sufra un poco por ese Co-
razón que nos ama tanto?”.

3) Consecuencias para la Iglesia y para el mundo

Decía un libro: Si San Patricio no hubiera dicho sí a los cator-


ce años, cuando sintió el llamamiento de Dios, ¿sería hoy católi-
ca Irlanda? Si San Francisco Javier, que bautizó centenares de
miles de paganos, no hubiese respondido a su vocación, ¿dónde
hubieran ido a parar todas aquellas almas?

Y si Don Bosco, Don Orione, San Ignacio de Loyola, San


Francisco de Asís y tantos otros Santos hubiesen dicho no a
Jesús, ¿dónde estaría hoy todo el bien que han hecho sus insti-
tuciones y su santidad?

¡Es que yo no soy San Francisco! Gracias por la noticia. Cierto


que San Francisco fue el que fue y no está reencarnado en ti;
¿pero crees quizá que el Santo era ya Santo cuando aceptó su
vocación o que él sabía entonces lo que Dios quería hacer de él?

San Juan Bosco solía decir que alrededor de cada sacerdote


gravita un cierto número de almas confiadas a él desde toda la
eternidad y que él tiene que salvarlas. Si él no corresponde, esas
almas se quedarán sin pastor. Serán llamados otros jóvenes, es
verdad, pero éstos tendrán que salvar “sus” almas.

Hagamos ver al joven cuánto bien dependerá de su SI gene-


roso y leal, y al contrario, cuánta destrucción irreparable puede
provenir de un NO egoísta.

172
LAS PRUEBAS

Pero la vocación ha de ser probada.

¿Y quién la ha de probar? ¿El director espiritual? No siempre.


Ya están las pruebas ordinarias que con gusto llamo “naturales”;
si éstas faltan, ha de suplirlas el Padre espiritual.

1) El tiempo

El tiempo no sólo es un gran rastrillo que iguala a todos, sino


que además es una de las mejores cribas de las cosas humanas.
Pasados los primeros fervores de entusiasmo, pasado el tiempo
de la elección y de los frecuentes coloquios, el joven vuelve a su
vida ordinaria y poco a poco empieza a ver las cosas según to-
dos los puntos de vista.

Es necesario dar al joven un año desde la elección hasta su


entrada en el Noviciado. En este año sucederán muchas cosas:
estudios, exámenes, vacaciones, amistades nuevas, tentaciones,
sucesos, lecturas; cosas todas que darán un nuevo sentido a su
vocación, quizá la harán más sólida, le obligarán a examinarla
desde otros puntos de vista, le confirmarán más resueltamente
en su propósito; puede ocurrir lo contrario, a saber: que de todo
el conjunto el joven empiece a preocuparse, tener miedo, temer
que el paso dado en su decisión esté equivocado, y entonces
multiplicará de nuevo los coloquios con el Padre espiritual y
examinará nuevamente su decisión. Todo este complejo de
acontecimientos y experiencias internas conseguirán que el
joven se dé perfecta cuenta y con calma de lo que hace y de lo
que libremente ha escogido.

Inútil es decir que en todo este tiempo hemos de asistir con-


tinuamente al joven.

173
La conclusión será que, si la vocación es verdadera, quedará
mejor fundada, más amada, más comprendida y más fuerte, y
con tal seguridad que el joven no volverá ya atrás ni ahora ni
nunca. Si, por el contrario, todo fue un momento de fervor y no
era verdadera vocación, el joven lo verá así y con toda paz se
quedará en su casa.

Generalmente es suficiente un año. Con todo, para las voca-


ciones tardías, o sea, para aquellos que son ya algo mayores y
por ende más maduros y serios, podrán bastar unos seis meses.

Lo que es preciso evitar a toda costa son las prisas. No se


mande a nadie al Noviciado apenas haya tomado su decisión,
sino háganse las cosas con calma. El joven generalmente tiene
como una manía de marcharse lo más pronto posible, y eso es
una señal de vocación verdadera, y por su parte él debe pensar y
quererlo así, pero nosotros hemos de retenerle.

Pero, ne quid nimis! No vayamos a caer en el otro extremo y


hacerle esperar inútilmente, obligando a todos indistintamente
a sacar el Bachillerato o a doctorarse antes de entrar en el Novi-
ciado. Un poco de tiempo hace bien, pero demasiado perjudica.
Cuando nos parezca que ya ha pasado el tiempo suficiente para
ver que el joven tiene verdadera vocación y está firme en su
decisión, pues... ¡basta! Sería un delito hacerle esperar todavía
inútilmente, privarle de tantos y tantos méritos y de su ideal;
dejarle todavía un año a merced de tentaciones y dificultades
que, si son frecuentes, pueden enervarle y arrastrarle fácilmente
a la catástrofe.

Quizá no está fuera de sitio parangonar la vocación a un fru-


to. Cuando el fruto está ya maduro se corta y arranca del árbol,
porque, si no, se pudre y se pierde. ¡Cuántas vocaciones ya ma-
duras se marchitan y pierden porque no se las recoge a tiempo!

Y después, al final, se dice: “No tenía vocación”. Y sin embar-


go, tenía vocación, pero se perdió por culpa nuestra. Muchísimo

174
peor todavía si hacemos esperar al joven por razones puramente
humanas.

Convenzámonos de que es muy difícil mantener una voca-


ción en el mundo El joven que desde un cierto tiempo tiene
vocación se convierte casi en un alma religiosa: delicado, ten-
diendo a la perfección y a la santidad. Las tentaciones hacen
más presa en él porque se hace más delicado y sensible, y ya es
medio religioso Obligad a un religioso a vivir fuera del conven-
to. Ya hemos visto lo que han tenido que soportar nuestros que-
ridos capellanes militares y cómo han tenido que luchar para
mantenerse fieles a su estado, y se trataba de religiosos ya for-
mados. Aquí, en cambio, tenemos a un joven poco formado,
muchas veces simpático y apuesto porque es puro y está en
gracia de Dios, en su casa tiene demasiada libertad, quizá tiene
hermanas y ha de tratar continuamente con sus amigas que
vienen a hablar o a jugar con ellas; en el gran mundo está cir-
cundado por jóvenes poco delicados con él, poco limpios, en el
hervor del desarrollo y un conjunto de circunstancias que le
hacen casi imposible una vida pura e íntegra.

Es una verdadera agonía. Si no tuviese vocación, pasaría por


encima de muchas cosas. pero con ese ideal ha de renunciar a
muchas cosas que se le ponen al alcance de la mano, no ha de
traicionarse, no puede bromear con la naturaleza, no encuentra
a otros de su mismo ideal... Se necesita haber pasado por ello. El
que esto escribe estuvo en esta agonía durante cinco años antes
de alcanzar el puerto de la religión.

Y aquellos que de nosotros juegan con las vocaciones y ha-


cen esperar el tan suspirado día de la admisión, son quizá los
que no han sufrido, los que, apenas estuvieron prontos y decidi-
dos en seguida entraron en la casa religiosa.

¿Os imagináis a un novicio obligado a vivir en el mundo?

2) El demonio

175
¡Figuraos si estará sin hacer nada para impedir una vocación!
Empezarán las tentaciones contra la vocación, se verá todo ne-
gro, insoportable, vendrán los temores de si se ha elegido bien o
no, y al mismo tiempo sin encontrar razones serias para decir
que la elección no estuvo bien hecha, se empezará a sentir un
verdadero pánico del paso que se va a dar, arrepentimiento de
haber sido demasiado bueno, el mundo aparecerá mucho más
encantador que antes y ejercerá una fascinación completamen-
te nueva, nacerá cualquier simpatía impertinente y otras mil
tentaciones.

A un joven le asaltaron tales tentaciones que una semana


antes de empezar el Noviciado estaba aún lleno de temor. Llora-
ba y se entristecía.

—Pero, ¿estás seguro de que Dios no te quiere?

—No.

—¿Quieres volverte atrás?

—¡De ninguna manera! Me haré religioso, cueste lo que cues-


te. Pero tengo miedo... iY si no tengo vocación?

—Está tranquilo. Esas mismas tentaciones son prueba de que


tienes verdadera vocación.

La verdad es que, si el diablo viese que uno se hace religioso


sin tener verdadera vocación, sería feliz y más bien le animaría a
ello. Si tienta y obstaculiza, quiere decir que sabe y ve que se
trata de una vocación verdadera.

Todavía otro testimonio. Se trata de un joven zarandeado por


el demonio. Veamos lo que escribe:

176
“Hace dos días una negra nube de tristeza invadió mi cora-
zón. Pero esta vez, gracias al Sagrado Corazón, estaba preparado
para el ataque. Me fortifiqué bien por medio de la oración y ven-
cí. El Corazón de Jesús estaba conmigo y ahora estoy contentí-
simo por haber logrado esta gran victoria sobre el feo diablo y de
haberle mandado de un puntapié a las llamas eternas del in-
fierno.

“Ahora soy feliz y desde nuestra última entrevista después de


aquel día que pasé con ustedes en la casa de vacaciones, he
empezado a preparar el ajuar, el cual ya lo tengo casi todo. El
venturoso día de la partida se acerca. La felicidad me espera...”

Diré todavía más. Estas tentaciones demuestran que tú no


serás un religioso cualquiera que harás poco o nada por la gloria
de Dios, porque de lo contrario el diablo te dejaría en paz. Si él se
afana por tentarte, quiere decir que prevé que tú, una vez seas
religioso, le darás mucho que hacer, le quitarás muchas almas y
le aplastarás su nefanda cabeza.

Estas tentaciones, pues, te deben alegrar.

Pero, ¡atención! El diablo es más ladino de lo que creemos. Se


dará cuenta de que probablemente no podrá vencerte por ahora,
porque todavía estás demasiado entusiasmado con tu vocación,
y entonces, en vez de tentarte directamente contra la vocación,
se contentará con sugerirte “espera aún otro año; así estarás
más maduro, conocerás mejor el mundo...”

¡Atención! Nunca has de ser tú el que tomes tal decisión. Si te


lo dice el Padre espiritual, entonces obedece, y el Señor te ayu-
dará a perseverar. Decirlo tú significaría que no estás decidido,
que ya empiezas a pensar en la posibilidad de volverte atrás, de
casi arrepentirte de tu decisión.

177
No aflojar. El único fin del demonio y sus satélites es el de
hacerte estar otro año en el mundo a merced de tentaciones y
seducciones. En un año podrán sucederle muchas cosas favora-
bles y además podrá tenerte bajo su control con toda atención y
cuidado.

Si Dios llama no se le ha de hacer esperar. Acuérdate: lo que


no te ha sucedido en dieciséis años te puede suceder en dos
minutos. ¡Cuántos han perdido su vocación porque quisieron
ser “prudentes”! El diablo los debilitó poco a poco y finalmente
les dio el golpe de gracia... ¡Y la vocación se esfumó para siem-
pre!

3) La familia

He aquí otra terrible fuente de pruebas para el joven que tie-


ne vocación.

Éste no debe decir en seguida a su familia que tiene voca-


ción, sino solamente unos tres meses antes de su entrada en el
Noviciado, y esto por varias razones:

1º) Sus familiares no son los más a propósito para ayudarle,


porque no saben qué cosa es la vocación y el afecto no les per-
mite considerar el lado espiritual y, por lo tanto, su verdadero
significado. Por eso, en general, se puede decir que tenderán a
separarle acremente de sus ideas, le harán la vida imposible con
continuas lamentaciones, riñas, lloros, escenas y vejaciones. Si
habla demasiado pronto, pueden llegar las cosas a tal punto que
ya no podrá más y le faltará la calma y la libertad necesaria tanto
para los exámenes como para examinar de nuevo su decisión.

2º) Para los padres será un dolor. ¿Por qué abrirles la herida
antes de tiempo?

178
3º) La vocación debe fundarse y reforzarse bien antes de que
sea capaz de sostener los choques de una lucha con las personas
más queridas de este mundo. Por eso se requiere tiempo.

Pero es necesario también decirlo con un poco de tiempo:


no mucho antes de la partida, pero tampoco en el último mo-
mento, de tal forma que los padres tengan tiempo de calmarse,
de entrar en este nuevo orden de ideas y de cicatrizar la terrible
llaga abierta en su corazón. No puede pretenderse que digan en
seguida que sí.

Más aún, es casi mejor que al principio los padres digan que
no. Así el joven tendrá que luchar, discutir con ellos, rogar, llorar
si es necesario, insistir y convencer. El joven no ha de ser nunca
violento ni ir con amenazas, sino que ha de procurar cogerlos
uno a uno con calma y razonar con ellos, trayendo sobre todo
argumentos sobrenaturales acerca de la voluntad de Dios, la
salvación de las almas, etc. En fin, hable con sinceridad de los
verdaderos motivos que le inducen a hacerse religioso.

Se dirá que ellos no comprenderán su lenguaje porque será


demasiado espiritual, mientras resulta quizá que son poco reli-
giosos y practicantes; pero es eso precisamente lo que se desea.
Han de ver que el hijo tiene otra manera de razonar más subli-
me, más santa que la de ellos, que no la comprenden, pero ven
al hijo convencidísimo de lo que dice.

El joven poco a poco ha de atraer a los padres a su mismo


plano de razonamiento. Únicamente así llegará a convencerlos
y sólo así comprenderán que se trata de una verdadera voca-
ción.

Todo esto no es fácil en la práctica. Algunos chicos tienen un


verdadero terror a su padre, el cual alguna vez es violento y poco
cristiano, o, como sucede con frecuencia, inspira una gran reve-
rencia.

179
Un joven tuvo que escribir una carta a su padre para descu-
brirle su propósito. Le puso el sobre en la almohada. El padre la
leyó, pensó mucho, discutió un poco y todo se arregló.

Otras veces ocurre que los padres no dejan hablar, y lo hacen


a propósito para no decidir nada. Entonces no es tan fácil. Sé de
uno que para hacerse oír tuvo que recurrir a una represalia.

—Vosotros no me tomáis en serio, pues yo tampoco a voso-


tros —y empezó sistemática y abiertamente a no obedecer en
nada.

—Ve por el pan—y se quedaba quieto en su sitio. Salía sin de-


cir a dónde iba; no respondía, o si lo hacía salía con un seco: ¡No
quiero!

Tal situación no podía seguir así. Y el padre a los dos días


perdió los estribos, le dio una buena paliza, le despachó de casa
y armó mucho ruido.

Al día siguiente fue a hablar con los Padres. Vio que la cosa
era bastante seria y que él hizo mal en no pensar.

Otro empezó diciéndolo a su hermana, rogándole que habla-


se en secreto a su madre.

Es preciso ver caso por caso qué método sea el mejor, pero lo
que no parece que sea un buen método es el de hablar nosotros
los sacerdotes a los padres para decirles la vocación de sus hijos.
Les parecerá que somos parte interesada, sin decir que muchas
veces se ofenden porque creen que su hijo no les tiene bastante
confianza. Sin contar que para el joven no es nada formativo el
que hablemos nosotros por él. La vocación es asunto suyo y él
ha de ser el que ha de combatir por ella. Es preciso que trabaje él,
de lo contrario tiene el peligro de que sea influenciado por no-
sotros y no se dé cuenta de su vocación. Todo eso supone un

180
conjunto de preparación, valor, discusiones y emociones que
son una gran prueba para la vocación.

Un joven después de asistir a las lágrimas, desmayos y cons-


ternación de su madre, vino a verme para que le diese alguna
inyección de ánimo.

—No puedo más—me dijo—. No puedo ver a mi madre llorar


de tal forma por mi culpa. Tendré que partir lo más pronto posi-
ble porque, si no, no sé si tendré fuerza para hacerlo.

—Ya verás cómo se le pasa—le dije animándole—. Tú ahora


deja que pase una semana sin hablar del asunto; luego vuelve a
la carga y ya verás cómo después del primer golpe tu madre está
más razonable.

Otro me decía:—Cada vez que veo a mi madre se me encoge


el corazón; ella lo sabe y no me dice nada, pero cuando pienso
en cuánto debe estar sufriendo, padezco. Algunas veces me
entran ganas de decirle: “Mamá, esté tranquila, ¡nunca la aban-
donaré!”. Pero no lo puedo decir. ¡Jesús me llama!

Si las señoras mamás supiesen qué agonías tienen que sufrir


sus hijos que se ven precisados a dejarlas por seguir a Jesús,
juzgarían muy diversamente a estos buenísimos muchachos y
se guardarían muy bien de llamarles crueles, egoístas y asesinos.

He hecho una buena experiencia. He visto cómo las madres


delicadas, aquellas que aman profundamente a sus hijos, no
llegan nunca a esos excesos, y a pesar de sufrir cruelmente no
dudan ni un instante del amor de su hijo y se guardan muy bien
de dirigirles frases punzantes y ofensivas. Y al contrario, las que

181
buscan no el bien del hijo, sino la necesidad de su afecto o el
interés de su futura vejez, le vejan y aún llegan a pegarle, a no
quererle ver más y a gritarle de una manera como furiosa. Y a
eso le llaman amor.

Esto es doblemente doloroso para el joven que empieza a en-


tender, precisamente en aquel momento, que el amor de su
madre hacia él no es sincero ni desinteresado.

Una madre que tenía una joya de hijo no quería decir el sí a


su vocación y, a pesar de todo, tampoco le decía que no.

—¿Por qué he de hacerle infeliz—me decía— negándole mi


consentimiento? El no vivirá nunca en el mundo; es demasiado
bueno este chico.

Ella veía (y lo decía) que retardarle al hijo la entrada en el No-


viciado significaba hacerle sufrir mucho. Sabía también que su
hijo se moría de deseos de partir, pero era tan delicado que no
osaba decirle ni una palabra poco conveniente para que le deja-
se marchar. Y yo, recibiendo las lágrimas de uno y otra, estaba
encantado de aquella escena tan delicada y única, y por añadi-
dura tenía que hacer de “cruel” con los dos. Cuando el mucha-
cho entró en el Noviciado, tanto él como su madre se sentían
felicísimos.

En cambio, otro muchacho lloraba por el dolor de tener que


dejar a su madre, y era tal que le tuve que decir que, si no se
encontraba con ánimos, que lo dejase estar... Por el momento
dudó un poco, pero después sufrió tales angustias y luchas con-
tra su vocación de parte de su familia que al año de batallar se
convenció de que su madre no le amaba de verdad y también él
sintió enfriarse su gran amor hacia ella.

182
Preparemos al joven a estas pruebas. Que sepa cómo ha de
obrar, que conozca sus derechos, hasta dónde llega su obliga-
ción de obedecer a sus padres, cuál es el verdadero amor y la
manera como han obrado los Santos en semejantes ocasiones.

4) Dios

Muchas veces es Dios mismo el que prueba al joven en su


vocación. Mientras en los primeros días de su decisión se había
hecho sentir con sus consolaciones espirituales inflamando el
corazón y haciéndole gustar algo del Paraíso; se había hecho
sentir junto al alma y le había hecho experimentar qué dulce es
amarle y servirle, he aquí que ahora todo se presenta negro para
el alma: reza el joven y no parece sino que el cielo es de plomo;
quisiera arder de amor y en cambio todo es frío, la oración un
fastidio, los Sacramentos cosas mecánicas, el apostolado un
peso insoportable y aburrido. El Padre espiritual aparece como
un intruso que no inspira confianza; sus palabras, que al princi-
pio convencían y entusiasmaban, ahora son incoloras y... no
dicen nada.

Parece como que Dios le haya abandonado, que camine por


un bosque oscuro sin guía ni sendero. Es un estado de ánimo
muy doloroso, pero utilísimo para conseguir que el joven obre
por convicción y por razón y no únicamente por sentimiento o
entusiasmo.

5) Nosotros

Como se ve, es rarísimo el caso en el cual el sacerdote mismo


haya de ser el que deba probar la vocación del joven con méto-
dos extraordinarios, porque es difícil que no sea probado por
algún motivo de los que hemos ya indicado.

Hablo de pruebas extraordinarias, porque alguna que otra


repulsa o leccioncita un poco fuerte, eso siempre va bien; y más

183
aún, a estos jóvenes es necesario que se les dé una formación
varonil y fuerte, no delicada y afeminada.

Alguna vez sucede que el joven llega a las puertas del Novi-
ciado tan tranquilo, sin ninguna lucha, porque todo le ha salido
a pedir de boca. Los padres tan contentos, los Superiores tam-
bién; él convencidísimo, sin tentaciones, dudas ni dificultades.
En ese caso es preciso darle una buena sacudida para impedir
que llegue al Noviciado casi sin darse cuenta.

Solamente me sucedió con uno.

Cuando su madre supo su vocación vino a pedirme consejo.

—¡Padre, qué dolor! ¿Qué he de hacer?

—Usted, señora, al principio dígale que no se lo permite;


veamos cómo reacciona. Yo quiero que luche.

Pero la tal señora era demasiado buena y no supo hacer co-


media. ¡Era tan devota y ejemplar...! Bastaba una sola frase del
hijo y en seguida capitulaba. Más aún, le ayudó a conquistar al
papá... el cual, a decir verdad, no puso ningún obstáculo.

Sus hermanos no supieron nada, sus compañeros tampoco;


y él, fresco como una rosa. El caso me preocupaba y le llamé.

—Oye, ¿tú estás convencido de que realmente tienes voca-


ción? Yo empiezo a dudar, ¿sabes?

—Pero, ¿por qué, Padre?

—No sé, temo que tú no eres sincero. Tú no me dices la ver-


dad, no entiendes lo que haces Eres demasiado chiquillo. Creo
que es mejor que esperes todavía otro año.

184
Y sin más, le despedí. Estaba todo rojo, pero no me dijo nada.
Únicamente se detuvo en el umbral y dijo:

—¡Pero, Padre. . . !

—¡Nada, hijo! No estoy convencido. ¡No vamos bien!

Salió. ¡Pobre hijo! Yo sufría pensando en lo que estaría pa-


sando. Al día siguiente quise endulzarle la píldora. Después de la
Comunión vino la sacristía.

—¿Has dormido bien? —le pregunté sonriendo.

—Realmente, no he podido dormir.

—¿Por qué? ¿Por lo que te dije ayer? Piensa un poco.

—¡Pero, Padre! ¿Por qué cree que no he sido sincero?

—No, ya verás; no quería decir precisamente eso; quizá me


equivoqué de frase (la realidad es que lo hice a propósito). Que-
ría decirte que aún me pareces un chiquillo; no te das plena
cuenta de lo que haces. Dentro de una semana volveremos a
hablar, pero quiero que pienses en serio.

Se tranquilizó un poco. Pero resistió. Si me hubiese dicho: Sí,


es mejor esperar, no le hubiese dejado marchar aquel año. En
cambio, vino a verme de nuevo para convencerme de que yo
estaba en un error, y cuando al final me puse a reír y le dije que
todo había sido una pura comedia para probarle, rompió a llorar,
un poco por la alegría y otro poco por todos los íntimos malos
ratos que había pasado.

Recuerdo que también yo lloré... pero de gozo, viendo una


vocación tan prometedora para la gloria de Dios.

Es preciso probarlos. “¿Te sientes con ánimos para vivir


siempre así, durante toda tu vida? Mira lo que le ha sucedido a

185
aquel Padre; después de trabajar tanto en aquella parroquia, los
Superiores le han destinado a otro sitio donde no conoce a na-
die. Así harán contigo. ¿Te sientes con fuerzas? ¡Fíjate qué odia-
dos y escarnecidos son los sacerdotes! Quizás sufran cualquier
persecución”.

También va bien, a veces, reñirles en público y fuerte, por un


motivo más bien pequeño. Y después llamarlos al aposento:
“Mira cómo te tratarán en la religión, ¿estás dispuesto a eso?”.

Hay que decirles siempre que todo eso se les hace para pro-
barlos.

OTRAS NORMAS PRÁCTICAS

1) Mientras tanto, estudiemos bien al joven. Veamos cómo


se vence, cómo se porta en casa, en el colegio, con sus compa-
ñeros, en la Asociación. Veamos si tiene aptitudes necesarias,
celo, si es sincero, si sabe vencerse, si es mortificado.

2) Hagámosle trabajar, especialmente en el campo de las


vocaciones. Va bien, si es posible, confiarle algún muchacho
más pequeño que él y que también tenga la intención de hacer-
se sacerdote; digámosle que le forme él mismo. Podemos ser-
virnos de él para buscar otras vocaciones, para hacer nacer este
deseo en los otros. Es increíble en esta materia cuánto mejor que
nosotros lo hacen los jóvenes. Saben hablarles al corazón, saben
“tocarlos” y todo eso es un servicio magnifico para él mismo,
para afianzarle más y más en su vocación y para que se dé per-
fecta cuenta de lo que va a hacer.

Cuántas veces me ha pasado decirle a uno de éstos

—¿No te parece que aquél también debe de tener vocación?—


y responderme:

186
—¡Precisamente pensaba decírselo, Padre! No puede figurar-
se cómo he rogado por él. Le hablaré. A mí me parece imposible
que Dios no le llame.

Y le habla, le pregunta le anima... y florece otra magnífica vo-


cación.

3) Puede suceder que en todo este trabajo hayamos ejercido


alguna influencia sobre el muchacho aún sin pretenderlo. Por
eso sería de desear dejarle solo por una temporada (bastarían
unos tres meses). Que vaya a ver a otros Padres espirituales y
que obre un poco por su cuenta. Lejos de nosotros, estará libre
de toda influencia, y si sigue en su vocación quiere decir que es
toda suya y no podrá pensar el día de mañana que nosotros
hemos sido la causa de su elección.

También será bueno hacerle examinar por otros Padres aun-


que no sean religiosos, o también por religiosos de diversa Or-
den de la que quiere abrazar.

Y esto no sólo para asegurarnos nosotros si fuese necesario,


sino para asegurar y afianzar al joven mismo, el cual oyendo
decir a otros que tiene verdadera vocación, quedará más tran-
quilo y convencido.

Recuerdo un caso un poco humorístico que le sucedió a un


joven.

Era tímido en demasía, y cuando por primera vez habló a su


madre de la vocación lo hizo durante media hora seguida, cosa
que maravilló a todos los que le conocían. Con todo, su madre
quiso que el muchacho fuese examinado por sacerdotes cono-
cidos suyos y en lo que no había ningún peligro de interés ni
proselitismo.

187
Así, pues, le examinó un franciscano, el cual vio en el joven
una verdadera vocación, después un salesiano, el cual le acon-
sejó que no retrasase inútilmente el ingreso de su hijo; luego
quiso ver el parecer de dos Padres Jesuitas que conocía y de
toda su confianza, y los dos le aseguraron que su hijo era serio y
reposado y que su vocación no era fruto de un entusiasmo
momentáneo, sino que era un verdadero llamamiento de Dios.

Pero la buena señora no se paró allí, sino que puso a su hijo


bajo el régimen y dirección de su confesor, el cual le dio libros
para leer y le exigió que en días alternos tuviese con él largos
coloquios. Y eso durante quince días. El sacerdote al final, le
aconsejó que esperase (tenía terminado el Bachiller), pero el
joven se opuso. Entonces le condujeron a otro Monseñor y éste
de nuevo, vuelta con los exámenes, preguntas, interrogatorios...
¡El pobre muchacho ya no podía más!

Además quería hacerse jesuita y nosotros a nuestros candi-


datos los solemos hacer examinar por cuatro Padres experimen-
tados. Y, claro está, cuatro nuevos examinadores. ¡Imaginémo-
nos como estaría al final!

Le dije riendo:

-- Nadie debe estar tan seguro de tu vocación como lo estás


después de tantos exámenes.

Aquella madre cumplió con su deber pero no era necesario


tanto, con la mitad bastaba y sobraba.

4) Y si el joven se retira y después de alguna tentación o su-


gestión o miedo u otras causas, decide no continuar su voca-
ción, ¿qué hemos de hacer?

¡Entendámonos! Si solamente se trata de una tentación más


fuerte de lo ordinario y el joven viene en busca de luz y ayuda
porque de ninguna manera quiere desistir de su propósito de

188
hacerse religioso, entonces es preciso ayudarle seriamente y
descubrirle los engaños del demonio y darle a entender que lo
que le pasa no es otra cosa que una simple tentación y no una
señal de falta de vocación.

Si, por el contrario, el muchacho da a entender que cree de


veras que el Padre espiritual le ha querido atraer por fuerza, se
aleja de él, empieza a buscar las diversiones del mundo, a rehuir
los coloquios sobre la vocación..., quiere decir que, o no tenía
vocación, o que la ha perdido.

Con estos sujetos es inútil insistir. Dios no quiere gente a la


fuerza. Dejémoslos en paz y no perdamos el tiempo en querer
atraerlos de nuevo hacia el camino de la vocación.

“Pero es que es un joven de grandes dotes; hasta hace poco


tenía mucho entusiasmo; conseguiré convencerle de nuevo”.

¡Déjalo estar! Si llegas a convencerle, después saldrá del No-


viciado. No es cuestión de ofrecer a Dios corazones envejecidos
que ya tienen la idea y el propósito de traicionar la vocación.
Perderás el tiempo inútilmente. Busca otros corazones más
generosos y voluntades más serias.

Un joven al cabo de seis meses de vocación me decía:

—He cambiado de parecer.

—¿ Por qué ?

—Porque también puedo ser bueno en el mundo.

¡Jamás! No podía ser esa la verdadera razón de aquel cambio.


Indagué y di con la causa. Había nacido una simpatía con una
muchacha. Cosa natural; tentación contra la vocación. Le dije

189
que estaba contento de que hubiese probado tal cosa, así com-
prendería mejor lo que dejaba.

Al día siguiente me dijo que volvía al primer propósito, o sea,


el de continuar con la vocación y considerar el incidente como
una simple tentación del demonio.

“Demasiado aprisa cambias de idea”, me dije para mis aden-


tros. Y la cosa no duró. No se sentía con ánimos. ¡Basta! Siguió
perteneciendo a mi Asociación; amigo como al principio, pero
jamás ni una palabra de vocación.

Otro volvió de vacaciones. Comulgaba menos; poca oración;


descuidado.

—¿Y la vocación?—le pregunté.

No respondió, sino que arqueó las cejas como diciéndome:—


”Cosa de otros tiempos”.

—¡Ya! y sin que me lo pidiese, ya no le hablé más de vocación


ni le consideré como un futuro religioso.

Si en cambio se trata de alguna tentación, no ha de apagarse


aquella vela indecisa, sino que hemos de sostenerla aunque todo
parezca perdido.

—¿No sabe, Padre? Me han dicho que N... ya no tiene voca-


ción.

—¿Cómo?—pregunté sorprendido.

—Sí: ha dicho en su casa que esperará todavía un año más.


No quiere hablar con los que tenemos vocación; tiene miedo de
sí mismo.

190
—¡Imposible! ¡Eso es alguna tentación! Me lo has de traer
aquí, sea como sea.

—Probaré.

A los pocos días vino. Parecía que le habían dado una paliza.
Le di la mano.

—Levanta esos ojos. Los quiero ver.

Y cuando me miró, una sonrisa cordial disipó todas las nu-


bes.

—Ya entiendo—empecé—, ha sido una tentación. Por una


parte quizá has hecho bien.

Me miró sorprendido.

—¡Claro! Tú ahora necesitas calma, para hacer bien los exá-


menes ya que con aquellas luchas diarias no podías seguir ade-
lante.

—Precisamente fue por eso. Ya no podía más; no podía estu-


diar y estoy en peligro de que me suspendan. No me gustaría
después de tanto estudiar.

Comenzaba a soltársele la lengua.

—Pero ¿por qué no venías a verme ni querías hablar con tus


compañeros?

—Porque me daba vergüenza.

—Ahora dinos con toda sinceridad; no me ofenderé si me di-


ces la verdad. ¿Has cambiado de idea? ¿Ya no quieres hacerte
religioso? Porque si es así ya no insistiré más sobre ese punto y
no vayas a creer que por eso ya no seremos amigos.

Se puso a llorar. Esperé; después insistí.

191
—No—me dijo entre lágrimas—, no he perdido la vocación; si
supiese qué remordimientos sentía por haberle prometido a
papá esperar un año más... Pero yo quiero todavía ser religioso!

—Ciertamente que has hecho un... pastel. Pero todo se puede


remediar.

—¿ Cómo?

—Tú dirás a papá que le prometiste aquello porque querías


que te dejasen en paz y así poder dar los exámenes. Pero ahora
que los has terminado, insiste de nuevo para marcharte este
mismo año.

Respiró. Después sonrió. Le volvió todo el entusiasmo de an-


tes. Más aún, apenas llegó a casa sintió la necesidad de escri-
birme una carta rebosante de alegría y gratitud.

Por si acaso (cosa que rarísima vez sucederá) uno de estos


jóvenes ha perdido la vocación y al poco tiempo vuelve espon-
táneamente sobre sus pasos e insiste de nuevo en que quiere
hacerse religioso, será prudente hacerle hacer de nuevo la elec-
ción como si no la hubiese hecho nunca y tratarle como cuando
se habla a uno que tiene la vocación por primera vez. Estaría
también bien tratarle como si no hubiese existido nunca la idea
de vocación; no se trata de reparar sino de reconstruir, de em-
pezar de nuevo.

5) La otra norma práctica que quisiera dar es de gran impor-


tancia.

Pocas semanas antes de que el joven entre en el Seminario o


vaya al Noviciado es muy bueno darle una idea realista del
ambiente en que se va a encontrar.

192
“Mira, tú crees que el Noviciado es un paraíso terrenal. Lo es,
pero los novicios no todos son ángeles. No has de creer que
todos los que están allí tienen la formación que tú tienes. Algu-
nos no saben ni siquiera si tienen vocación y van allí solamente
para “probar”. Por eso no te vas a maravillar si ves a alguno que
hace el tonto o que al poco tiempo vuelve a su casa. Más aún, si
tienes un poco de “ojo clínico” en seguida te darás cuenta de
quiénes son los que no tienen vocación.

“Además has de pensar que todos los jóvenes que hay allí se
encuentran poco más o menos en las mismas condiciones que
tú. No son aún verdaderos religiosos sino jóvenes que acaban
de llegar del mundo y que quizá aún llevan alguna que otra he-
rida espiritual. Son jóvenes que buscan su formación; por eso,
aunque siempre pienses que todos son mejores que tú, con todo
no te has de fiar del primero que te encuentres y no has de creer
que todas sus maneras de obrar son cosas que se han de imitar,
sino busca el formarte tú personalmente ayudado del Padre
maestro.

“Piensa también que has de ayudar al Padre maestro en la


educación de los otros novicios y tiende a ser un espejo con tu
ejemplo: uno de los mejores y si te es posible el primero de to-
dos.

“Por lo tanto, no te maravilles de cualquier defecto que veas;


no tomes todo lo que veas como oro espiritual; procura dar
buen ejemplo e influenciar tu ambiente con tu fervor.

“Pero también después del Noviciado, aunque te encuentres


en un ambiente más escogido y formado, encontrarás alguno
que será infiel al Señor y que poco a poco perderá su vocación.
Dios soporta a estos tales para prueba y santificación de los
buenos. Porque si todos fuesen santos, ¿quién nos haría sufrir?
¿Quién se opondría a nuestro apostolado? Es preciso que existan
estos sufrimientos si queremos que nuestro trabajo sea fecundo.
Y entonces verás cómo éstos se te opondrán por envidia de tu

193
buen ejemplo, por incomprensión, por antipatía. Todo es posi-
ble. Sin embargo, estos sujetos acabarán por marcharse definiti-
vamente de la Orden.

“Tal vez el Señor permitirá que el mismo Superior no te com-


prenda o te tenga entre cejas. Tú lo has de sufrir todo con pa-
ciencia.

“Sé siempre sincero; no sigas el ejemplo de los que no te pa-


rece que son buenos religiosos, especialmente de los que te
hablan mal de los demás”.

Y se puede seguir así.

Siempre les he hecho este coloquio a mis jóvenes, y una vez


que han entrado en el Noviciado me recomendaban de modo
especial: “Padre, no se olvide darles a los que quieran venir aquí
el último coloquio, que es el más importante. A nosotros no nos
extraña nada y nos sentimos preparados para todo”. Ven salir
algunos novicios, ven hacer algunas tonterías y siempre siguen
firmes y tranquilos.

Sin embargo, todo esto hay que hacerlo al final, cuando ya el


joven tiene conciencia cierta de su vocación. Si se dice al prin-
cipio de la vocación, puede estorbar el fervor y desilusionar un
poco el ideal que habían concebido con los colores más paradi-
síacos. En cambio, hacia el fin, después de las pruebas y cuando
la poesía ya se ha mezclado con tanta prosa y razonamientos,
estas revelaciones se comprenden con toda su exactitud y le dan
la importancia que tiene. De hecho ninguno de mis jóvenes se
ha desanimado por esto, sino que después del primer momento
de sorpresa han comprendido que todo era natural y que tenía
que ser así.

194
De esta forma no se dejarán arrastrar en el Noviciado del
primero que ven, sino que seguirán solamente al Padre maestro
y sus enseñanzas y se esforzarán por superar a los otros convir-
tiéndose en ayudas magníficas de los superiores para la buena
marcha de todo el ambiente.

6) Y cuando finalmente el joven entra en el Noviciado es de


todo punto necesario que nosotros no nos entrometamos en
su formación o en el juicio acerca de su vocación. Podemos
escribirle de vez en cuando, pero sin pretender que sus superio-
res tengan ni sombra de sumisión a nuestro juicio o que se les
concedan privilegios o una quasi-paternidad espiritual sobre
nuestro candidato. Mucho menos hemos de pretender que se
nos concedan ciertos proteccionismos que perjudicarían a la
formación integral del joven y pondrían de mal temple a sus
compañeros, además de que con frecuencia acaban haciendo
perder la vocación.

Nuestro trabajo llega hasta el umbral del Noviciado; pasado


éste, hay otros superiores que han recibido de Dios la gracia de
estado para formar religiosamente al candidato.

Y dejémoslos a ellos en completa libertad para juzgar sobre la


genuinidad y veracidad de la vocación del joven. Ni nos des-
animemos por nuestro trabajo si acaso algún joven de aquellos a
quienes hemos ayudado acaba yéndose a su casa. Puede ocurrir
que no haya tenido vocación y puede darse también que te-
niéndola no haya correspondido y por su culpa merezca ser
descartado por el Señor. Muchos son los llamados pero pocos
los escogidos.

CONCLUSION

195
Después de todo lo que hemos dicho y narrado, alguno po-
drá pensar que le van a pasar los mismos hechos y ejemplos.

Que se desengañe pronto. Cada alma es un mundo. Cada


alma se encontrará en tales y tan diversas circunstancias que
formará un nuevo problema y requerirá un trato del todo espe-
cial.

También es erróneo el pensar que se haya descrito aquí un


cierto método o haya trazado las líneas de un código de normas
seguras que hayan de seguirse so pena de fracaso en el trabajo
de las vocaciones.

Aquí estamos ante el mundo de la gracia y del libre albedrío.


El Espíritu Santo tiene mil maneras de obrar con sus almas y no
podemos pretender que se restrinja a nuestros pobres métodos.
La libertad humana es un misterio que confunde y muchas ve-
ces reacciona de las maneras más dispares e inesperadas.

Así pues, nada de métodos precisos.

Nuestro intento era el de hacer simples consideraciones, ap-


tas para introducirnos en el clima de las vocaciones y llenarnos
de respeto por la acción de la gracia a la que nunca nos atreve-
remos a sustituirla con nuestras pequeñas miras.

Hemos puesto delante del lector, con sencillez y claridad,


ideas, cosas y juicios sin pretensión alguna de hacer un texto,
sino con el sincero deseo de que estos apuntes puedan ayudar al
incremento de las vocaciones y hacer felices a tantos buenos
jóvenes que son llamados por Dios a cosas más grandes y su-
blimes.

196
APÉNDICES

APENDICE I:

LOS PADRES

Ya he hablado, cuando se ha presentado la ocasión, cómo


hay que portarse con los padres respecto de la vocación. Aquí
quisiera recoger todo lo que no he podido decir antes y dar a los
padres mismos una idea exacta de la manera cómo deben com-
portarse si acaso alguno de sus hijos es llamado por Dios para su
servicio.

Para mayor claridad me dirigiré directamente a ellos.

LO QUE PODEIS Y DEBEIS HACER

Habéis de daros cuenta y examinar el caso para ver si es el


hijo el que libre y conscientemente escoge el estado religioso y
no más bien que sufra la influencia de algún Padre, de sus ami-
gos o del ambiente.

Cuando un hijo os dice que tiene el propósito de casarse con


una muchacha soléis examinar el caso, pedís informaciones
para ver si se trata de un verdadero amor o no más bien de in-
tereses, si la muchacha está sana o no, si su familia está inmune
de enfermedades o deshonor. Pues lo mismo aquí. Conocéis a
vuestro hijo y pronto os daréis cuenta si es sincero o no.

Habladle con calma; sobre todo dejadle hablar y después po-


nedle vuestras dificultades, presentadle vuestros temores. Ade-
más, examinadle en su modo de obrar. Si véis que desde hace

197
tiempo se ha hecho realmente más serio, más devoto, más asi-
duo a la iglesia, a los sacramentos, más obediente, delicado en el
hablar, recatado en el guardarse, podéis ya empezar a sospechar
que es algo real su vocación.

Una madre que no permitió a su hijo hacerse religioso, des-


pués que él se marchó sin su permiso me decía resignada:
“Realmente se veía que este chico era de los llamados. De un año
a esta parte era más obediente y sacrificado, siempre estaba en
la Iglesia o con los Padres. En cambio antes nunca obedecía.
¡Qué distinto era!”.

Pero si por el contrario os dais cuenta de que vuestro hijo os


dice con la boca que quiere hacerse religioso y luego no comul-
ga, no renuncia al cine, a ciertas amistades equívocas, contesta,
está disipado todo el día... tenéis todo el derecho para pensar
que no tiene vocación o que no entiende qué cosa sea el hacer-
se religioso.

Un papá me decía de su hijo: “¡Pero si ni siquiera quiere le-


vantarse por la mañana para recibir la comunión! He de ser yo el
que le he de incitar recordándole el aniversario de la muerte de
la abuelita, el Primer Viernes o cosas semejantes”.

Por supuesto que aquel jovencito no ha entrado en religión;


su postura era más bien un capricho que una verdadera voca-
ción.

Después de escucharle, examinarle y vigilarle, decidle tam-


bién vuestro parecer, las dificultades que os parece tiene la vida
religiosa, la belleza de la vida de familia a la cual quiere renun-
ciar, vuestra antipatía (si existe) por la Orden que quiere abrazar,
cuál os gustaría más y por qué, etc. Podéis prestar una gran ayu-
da al Padre espiritual para que vuestro hijo se dé cuenta exacta
de lo que deja y de lo que abraza.

198
También podéis obligarle a no hacer una vida demasiado re-
tirada y ponerle en una posición apta para conocer mejor el
mundo. Con todo, hay que estar atentos para no ponerle en
ocasión de pecado como lo sería el hacerle asistir a espectáculos
de variedades, cines desaconsejables, obligarle a frecuentar
bailes y sitios inconvenientes, etc.

Pero para dar un juicio exacto sobre una vocación se requie-


re un sacerdote o un religioso, y por eso, después de haberle
probado vosotros, es muy bueno que le examine un sacerdote
de virtud sólida, santo y desinteresado, en el cual tengáis plena
confianza, y que a ser posible sea amigo de la familia.

Id a hablar con sus profesores y con su Padre espiritual; pue-


de darse que le reveléis alguna angulosidad o debilidad de ca-
rácter de vuestro hijo que él no conozca y que quizá pesará en el
juicio que ha de dar acerca de su vocación.

Finalmente no paséis por alto la cosa más importante: que es


la de pedir luz a Dios para ver bien su divina Voluntad y fuerza
para seguirla. Nadie niega que es muy duro para los padres te-
ner que separarse del hijo y consagrarle a Dios en la vida religio-
sa. Si consideramos la cosa a la luz de la fe, es un honor para una
madre tener entre sus hijos a un escogido, uno que ha atraído
sobre sí las miradas del Omnipotente. Pero ciertamente, cuesta
al corazón. Y cuesta no porque el hijo deja a la familia, ya que
todos tendrán que abandonarla para formarse un porvenir, sino
porque la deja antes de tiempo, o sea, a una edad aún juvenil.

De hecho el esfuerzo de muchas madres no es el de impedir


absolutamente la vocación del hijo sino el de retrasar cuanto
pueden la fecha de la partida. Y precisamente el sacrificio con-
siste en eso, en que Dios impone la separación... antes del tiem-
po ordinario a todos los demás. Los padres no han gozado bas-
tante de su hijo, más aún, se les va precisamente en la edad en
que les parece más atractivo y amable porque está en pleno
desarrollo y en la edad más lozana.

199
Pero es un sacrificio necesario, porque Dios llama cuando
quiere, Dios quiere el corazón fresco y sano, y no podemos pre-
tender que los jóvenes empiecen el Noviciado a los veintiséis
años y lleguen al sacerdocio a los cuarenta.

LO QUE NO PODEIS NI DEBEIS HACER

1) Así como no podéis forzar al hijo o a la hija a hacerse reli-


giosos si ellos no tienen vocación, de la misma manera no po-
déis impedirles que sigan la voz de Dios si veis que tienen
verdadera vocación.

Para el joven no es seguro que cometa pecado mortal si, aún


sabiendo que tiene vocación, se niega a seguirla. Pero si él tiene
vocación y quiere seguirla, quienquiera se lo impida, ciertamen-
te, comete pecado mortal.

Dios ha creado al hombre libre y quiere que él ejercite su li-


bertad en todo, pero especialmente en la elección de su estado y
más cuando se trata de la vocación divina, porque en tal caso no
sólo está en juego la libertad del joven sino la voluntad misma
de Dios.

Jesús dio a entender claramente que respecto a su vocación


el joven no está obligado a obedecer a nadie y que ha de gozar
de la máxima libertad. Cuando Él tenía doce años fue al templo
con sus padres, pero después se quedó sin pedir permiso.

La Virgen y San José a mitad de camino se dan cuenta de


que Él no está. Le buscan afanosamente por tres días y tres no-
ches y finalmente con el corazón partido de dolor le encuentran
en el templo. A la pregunta y casi dulce reproche de su Madre:
“Hijo, ¿por qué lo hiciste así con nosotros?” Jesús respondió con
un seco: “¿Pues por qué me buscabais? ¿No sabíais que había yo
de estar en casa de mi Padre?”.

200
¿Por qué obró Jesús de esta forma sino para decirnos que
cuando se trata de la Voluntad de Dios el hijo, aunque tenga
doce años, no está obligado a avisar ni a pedir permiso a sus
padres? ¿Qué le hubiese costado a El avisarles que se quedaría
en el templo? Ciertamente ni María ni José se habrían opuesto a
su plan. Pero Jesús veía a través de los siglos que muchos padres
obstaculizarían a sus hijos el seguir el llamamiento de Dios, y
quiso decir a todos esos hijos que de ninguna manera están
obligados a obedecer o depender de sus padres cuando se trata
de la voluntad de Dios.

He aquí por qué tantos Santos se han hecho religiosos yén-


dose a escondidas de su casa y sin pedir permiso a nadie. ¡Y
estaban en su pleno derecho! Y la Iglesia ha aprobado plena-
mente su modo de obrar sublimándolos al honor de los altares y
poniéndolos de ejemplo a todo el mundo como modelos de
perfección y perfectos ejecutores de la voluntad de Dios.

Vuestro hijo, pues, es enteramente libre y no depende de vo-


sotros respecto de su vocación. Rigurosamente hablando, él
podría hacer todos sus planes, examinar su vocación y partir sin
deciros nada. El hecho de que los Padres espirituales y los supe-
riores religiosos aconsejen al joven y con frecuencia requieran
también que informe a los padres y que obtenga su beneplácito,
no significa que quieran amortiguar o cambiar la doctrina del
Evangelio y disminuir la libertad del muchacho, sino que lo
hacen por deferencia y respeto hacia los padres para evitar dis-
gustos y para someter al joven a esa prueba.

Y tampoco se puede objetar que el joven es completamente


libre únicamente cuando es mayor de edad. Estas son leyes
puramente civiles y hechas para regular las cosas civiles, no las
cosas del alma y mucho menos la voluntad de Dios. Jesús era
todavía menor de edad cuando se quedó en el templo sin el
permiso de los suyos. Y lo hizo a propósito para decirnos con
todo eso que la edad no tiene nada que ver.

201
Por eso el Padre Ballerini, teólogo eximio, no duda en afir-
mar: “El muchacho es libre. Con todo, está bien que pida el per-
miso a sus padres. Si ellos se niegan a dárselo, él podría esperar
un poco pero si hay peligro de que los padres sigan duros, el hijo
puede y debe seguir la vocación sin su permiso”.

Además está la doctrina de la Iglesia, corroborada con el


ejemplo de los Santos. Más aún, el Concilio de Trento lanza la
excomunión contra todos los que sin alguna razón impiden con
la violencia o engendrando un gran temor, el ingreso en la reli-
gión de quien tenga vocación.

Vosotros no tenéis ninguna autoridad ni de parte de Dios, ni


de parte de la naturaleza para decir que no cuando Dios dice que
sí; ni de obstaculizar ni frustar los designios de Dios; ni de opo-
neros a la felicidad y a los ideales santos de vuestros hijos; que
no son vuestros sino de Dios y solamente os han sido prestados
para que los eduquéis y preparéis a la misión que ellos han de
cumplir según la voluntad de Dios.

2) Otra cosa que de ninguna manera podéis hacer es la si-


guiente: exponer a vuestro hijo a la tentación y al peligro de
pecar para destruir en su corazón toda idea de vocación.

Así hicieron los hermanos de Santo Tomás de Aquino, al cual


le encerraron en una celda de su castillo y después introdujeron
una mala mujer para que le tentase y arrastrase al pecado impu-
ro. Por gracia de Dios resistió y alejó de si aquella fiera impúdica
con un tizón ardiendo.

Eso sería un verdadero delito y demostraría en los padres un


ánimo bestial de un egoísmo repugnante y de una bajeza sin
límites.

202
Me acuerdo de lo ocurrido a un amigo mío. Quería hacerse
jesuita, y apenas habló a su tutor éste pensó que le quitaría en
seguida toda “locura” de vocación. Le haría viajar, le llevaría a los
espectáculos más inmorales, le pondría en ocasiones equívocas
y ya veríamos si continuaba queriendo hacerse jesuita.

Dicho y hecho. Como meta del viaje escogió una ciudad fe-
cunda en espectáculos obscenos y degradantes. Y todo eso...
porque amaba al muchacho y quería quitarle aquella “chifladu-
ra”. La madre, una santa mujer, no sabía nada. Creía que se tra-
taba de un simple viaje de recreo.

Imaginad la lucha de aquel buen muchacho, hecho, como


todos, de carne. Durante ciertos espectáculos apretaba el rosario,
cerraba los ojos, buscaba cómo defenderse. Y venció heroica-
mente. A la vuelta de su viaje me dijo: “¡Si supiera qué cosas tan
feas y sucias me quería hacer ver! ¡Cuánto he tenido que rezar!”.

Después, viendo que todavía persistía en su idea de hacerse


religioso, le echó de casa y por añadidura le desheredó, y así
aquel joven pudo seguir el llamamiento de Dios.

¡Son verdaderas barbaridades!

Y de éstos ¡cuántos asesinos de inocencias! Se busca a un


perdido cualquiera que quiera “enseñar al joven” y menos mal si
no se busca a una bruja; espectáculos lujuriosos, conversacio-
nes de carretero, exhibiciones dadas en casa diciendo que son
por casualidad o para distracción. Y luego pretenden que el jo-
ven obedezca y que no se subleve con todas sus fuerzas y que
no se defienda aún con la misma fuerza.

“Si realmente tiene vocación no la perderá”. Ésta es la frase


que se repite para justificar cualquier modo de proceder como si
la vocación fuese un alma que desaparece con la muerte o una

203
durísima montaña que no se puede partir ni siquiera con la
dinamita. La vocación es una gracia como todas las otras, que se
puede perder como todas las demás; una gracia a la que se ha de
corresponder, alimentar, guardar y defender, porque de lo con-
trario se pierde como se puede perder la caridad, la fe o la perse-
verancia en el bien.

No podéis pretender que vuestro hijo, joven, demuestre te-


ner una madurez y fortaleza moral que no la tienen ni siquiera
hombres consumados en la virtud.

3) Si veis que vuestro hijo tiene verdadera vocación, no po-


déis ni debéis retrasar inútilmente su entrada en el Noviciado .

“No te digo que no; solamente quiero que esperes aún otro
año”. Esto equivale a decirle que no. Y lo demuestro con una
parábola.

Un mendigo estaba a la puerta de la ciudad pidiendo limos-


na. Un día pasó por allí el príncipe heredero, el cual viendo a
aquel pobre lleno de harapos, con paternal solicitud bajó del
coche y le dio una bolsa llena de monedas de oro. El mendigo,
en vez de alargar la mano y tomar con gratitud la fuerte limosna,
permaneció inmóvil e impasible; después volvió la cabeza di-
ciendo que no.

—Lo siento —dijo— pero no quiero aceptar la limosna si no


es la semana que viene. Por lo tanto si quiere de verdad darme la
limosna tiene que volver de nuevo aquí la semana que viene,
bajar del coche y ofrecerme la bolsa, la cual yo aceptaré.

¿Qué os parece le respondería el príncipe a aquel mendigo?


Que si no era un loco de remate era un orgulloso que, en vez de
pedir humildemente limosna, quería mandar e imponer su vo-
luntad. No respondió nada pero tampoco fue tan tonto como
para incomodarse por dar gusto al mendigo.

204
La aplicación es clara. Vosotros pretendéis que vuestro hijo
diga así al Señor que le ofrece su vocación: “Señor, ten pacien-
cia, a mi mamá no le parece bien. Vuelve el año que viene y, si a
ella le parece bien, yo te seguiré y haré tu voluntad”. ¡Y de este
modo pretendemos que Dios se someta a nuestra cómoda vo-
luntad!

Por lo tanto, obligar al hijo a retrasar el día, quiere decir ne-


garle el permiso y no querer que se haga religioso.

Los ejemplos de jóvenes que de esta manera pierden la voca-


ción no se cuentan, y sin embargo, están a la orden del día. Pe-
ro... decid la verdad: ¿Por qué queréis que espere vuestro hijo?
¿No es porque esperáis que en este espacio de tiempo él cambie
de idea, y por consiguiente lo que en realidad pretendéis es un
verdadero atentado para hacerle perder la vocación?

OS ECHÁIS TIERRA A LOS OJOS

Y al final cuando ya os habéis salido con la vuestra destru-


yendo la vocación de vuestro hijo, ¿qué habéis conseguido? Yo
os lo diré:

1) Habéis hecho de vuestro hijo un infeliz, un “despistado” y


aún quizá un condenado.

2) Dios puede cogeros a vuestro hijo de una manera más trá-


gica.

Una señora se opuso enérgicamente a la vocación de su hijo.


Consecuencias: el muchacho tuvo que quedarse en casa con
mucho dolor por parte de él pero con gran alegría por parte de
su madre. Pero aquella alegría no duró mucho. El hijo cayó en-
fermo y la declaración de los médicos fue terrible: tisis. A los
pocos meses el joven estaba moribundo. Su madre, sola en el
aposento del enfermo, desolada tuvo que oír:

205
“Mamá, tú no has querido dejarme ir a la casa de Jesús pero
Él me lleva lo mismo”.

Estas fueron sus últimas palabras.

¡Qué remordimiento para aquella madre que había buscado


su egoísmo mucho más que la verdadera felicidad de su hijo!

El padre de un compañero mío, que al principio se opuso a la


vocación de su hijo, una noche, pensando en el hecho que he
narrado arriba y que sucedió unos años antes en su misma ciu-
dad, pensó: “¿Y Dios no podría mandar a mi hijo una pulmonía y
llevárselo lo mismo? ¡Qué remordimiento tendría entonces!”.

Se levantó de la cama, despertó a su hijo que estaba dur-


miendo tranquilamente y entre lágrimas le dijo: “Ve, hijo mío.
No puedo decirte que no. Dios es el Gran Dueño”. El Padre
Grech Cumbo, S. J. misionero en Santal Parganas (India) cuenta
el caso de un joven de su Misión de nombre Sebastián. Apenas
se había examinado para ingresar en la universidad confió al
misionero su vocación al sacerdocio.

Imaginad la alegría del Padre, ¡Sería el primer sacerdote indí-


gena de aquella Misión!

Pero había una gran dificultad: su padre.

A pesar de todos los esfuerzos del joven y del misionero, el


padre no quiso aflojar y no quiso dar su permiso, y aducía como
justificación de su modo de obrar la posibilidad de que los futu-
ros hijos de Sebastián hubiesen podido hacerse todos curas o
monjas, lo cual sería una gran ganancia para la Iglesia y a él le
tendrían que dar las gracias por haber impedido que su hijo se
hiciese sacerdote.

Viendo que discutir era perder el tiempo, el misionero termi-


nó la discusión diciendo: “¡Mira, si tú niegas tu hijo a Dios, El lo
cogerá lo mismo!”.

206
El joven fue obligado a tomar esposa, pero el mismo día de
su boda se sintió mal, se le administraron los últimos sacramen-
tos... y voló al cielo.

El padre abrió los ojos pero era ya demasiado tarde. Humilla-


do y dolorido fue al misionero y echándose rostro por tierra le
25
pidió perdón por su testarudez .

La Superiora del Hospital donde curaban a Jacinta, la peque-


ña vidente de Fátima, preguntó un día a la madre de la enfermi-
ta: “¿Y si el Señor llamase a la vida religiosa a las otras dos her-
manas de la pequeña Jacinta, usted estaría contenta?”.

La madre no se esperaba aquella pregunta, pero la respuesta


no se hizo esperar:— “¡No lo permita Dios!”.

Jacinta no sabía nada de este diálogo tenido entre la Supe-


riora y su madre, pero, después de una visión de la Madre del
cielo, la cual solía visitarla en aquel sitio de dolor, dijo a la Supe-
riora:

“La Virgen quiere que mis dos hermanas se hagan religiosas


pero como mi madre no quiere, por eso la Virgen vendrá dentro
de poco y se las llevará al cielo”.

Y de hecho sus dos hermanitas murieron poco después de


26
ella .

3) Hacéis infeliz a vuestro hijo

25
Lil Hbiebna. Octubre 1947, p.158.
26
DA FONSECA, Las Maravillas de Fátima, S.A.S. p.125.

207
¡Cuántas veces se repite esta tragedia de amor! Dios prepara
un alma para la vida religiosa, pero, conociendo a los padres,
prevé con seguridad que impedirán a esa alma que siga su ca-
mino y entonces Él la lleva consigo para impedir que viva una
vida infeliz acá abajo y ponga en peligro su salvación eterna.

Conocí a una señora buenísima. Cuando fue joven quiso ha-


cerse religiosa pero su madre se opuso tenazmente. La mucha-
cha se escapó dos veces de su casa y se refugió en un convento,
pero su madre fue a recogerla violentamente con la fuerza pú-
blica haciéndola aparecer ante los tribunales como una loca.
Naturalmente obligaron a las religiosas a mandarla a su casa.

La hija tuvo que casarse, y el esposo se le murió a los pocos


años. No puede gozar del matrimonio quien no es llamado a él.

Tuvo un hijo el cual fue el martirio de toda su vida y el tor-


mento de su corazón. Díscolo, desobediente, pronto a responder
ineducadamente, mal estudiante, frío en materia de religión.

A todo eso añádase un síncope al corazón que la dejó medio


paralizada, imposibilitada para andar, y si lo hacía, era con gran-
dísima fatiga; dificultad en el habla: una ruina de mujer. Su ma-
dre vivía aún y un día su hija, llena de dolor, le dijo: “¿Ves a lo
que estoy reducida? Si me hubiese hecho religiosa quizá no me
hubiesen pasado todas estas cosas”.

Y la respuesta no se hizo esperar: “¡Mejor es verte así que reli-


giosa!”.

¡Qué amor de madre! Y sin embargo, ¿cuántas, también hoy,


dicen lo mismo? “Mejor muerto que cura”.

Muchos conocerán el libro titulado: Una vocación traiciona-


da. Es una documentación que, a través de cartas y hechos, si-
gue a un joven, el cual obstaculizado por su madre para hacerse
religioso acaba por hacerse pésimo y es encerrado en una cárcel

208
por asesino. Su madre quiso verle por última vez antes de ser
ajusticiado, pero él la despachó diciéndole: “¡Vete! ¡Todo es por
culpa tuya!”.

En Francia una joven celadora del Apostolado de la Oración


sintió que Jesús le llamaba para ser su esposa, pero sus padres
no quieren; más aún, se toman la molestia de buscarle otro es-
poso a su gusto. Se fijó la fecha del matrimonio. Ella rogaba al
Sagrado Corazón morir antes que manchar, o peor, destruir el
lirio de su virginidad. Quería ser la esposa de Jesús y de nadie
más.

Mientras la estaban preparando para la boda se desmayó. El


médico declaró el caso como desesperado y el sacerdote que
tenía que bendecir el matrimonio fue llamado para que le diese
los últimos sacramentos. A las cuatro de la tarde de aquel mismo
día entregó su alma a Dios. Sus padres quedaron anonadados
bajo el peso de tan merecido castigo.

Dios es celoso de su amor y ¡ay! de aquel que se entromete


entre Él y las almas escogidas por su Corazón!

4) Atraeréis sobre vuestra familia los castigos de Dios

No sólo no podréis gozar del hijo que habéis quitado a Dios


sino que toda vuestra familia tendrá que sufrir.

Un religioso me contó la tragedia de una familia conocida


suya.

Los padres se oponían a la vocación del hijo, pero no llega-


ron a gozar mucho de su presencia, porque apenas transcurrido
un año una mala enfermedad se lo llevó a la tumba. Todavía
estaba reciente el dolor de aquellos dos padres cuando he aquí
que el segundo hijo es presa de otra terrible enfermedad y mue-
re. El tercer hijo volvía a su casa con permiso; todos se sentían
felices y se preparaban para hacerle una gran fiesta, pero duran-

209
te el viaje el avión en que venía cayó y murió destrozado. A tan
terrible noticia el padre no resistió más y murió repentinamente.
La madre que tuvo que asistir a tragedia tan tremenda y cruel
perdió el uso de la razón y tuvo que ser recluida en un manico-
mio. En pocos años toda la familia deshecha.

Una religiosa Esclava del Sagrado Corazón, me contó lo que


le sucedió a la familia de una hermana de su Padre espiritual.
Uno de sus sobrinos entró en la Consolata para ser misionero.
Su madre estaba inconsolable y casi cada día iba a verle para que
volviese atrás. Tanto le dijo e hizo, que el joven no pudo resistir
más y volvió a su casa. Siguió sus estudios en la Universidad y
se licenció en Ingeniería. El mismo día de su Licenciatura tuvo
un choque con la bicicleta y murió.

Imagínese el dolor de aquella madre. Pero he aquí que a los


dos meses se le muere el segundo hijo. Esta vez la pobre mujer
enloqueció y fue acogida en una casa de salud, al año se repuso
de nuevo y pudo volver a su casa.

Viendo que Dios la castigaba en sus hijos, suplicó al último


que le quedaba que se retirase de su carrera de aviador y pasase
la vida tranquilamente en casa, lejos de todo peligro. Así pensa-
ba quitar a Dios la posibilidad de castigarla quitándole su último
hijo.

El joven obedeció pero rogó a su madre que por lo menos le


permitiese volar por última vez antes de dejar definitivamente
su avión. Consintió.

Y precisamente en su último vuelo el aparato tuvo una ave-


ría, no funcionó bien, el motor se paró y el avión se precipitó,
convirtiendo al piloto en un amasijo de carne.

210
La Hermana que me contó este hecho tenía también alguna
dificultad por parte de sus padres, pero su director espiritual,
que era el tío de estos tres jóvenes, le dijo que se escapase de su
casa sin el permiso de sus padres si no quería que Dios también
castigase tan terriblemente a su familia.

Podría multiplicar los ejemplos, pero mi intención no es la de


escribir un libro de narraciones y ejemplos. Bastan éstos para
confirmar elocuentemente mis afirmaciones.

Dios está en su pleno derecho para obrar así porque Él es el


verdadero Dueño de todos y ha de hacer sentir de alguna mane-
ra este su supremo Dominio y dar a entender que nunca viola-
remos impunemente su divina Voluntad.

LA REALIDAD

En vez de mirar solamente el lado doloroso de la vocación


miremos también los otros, para tener una idea real y exacta de
lo que quiere decir tener un hijo religioso.

Es un honor para vuestra familia el que Dios se haya parado


precisamente delante de vuestra casa para escoger, del fruto de
vuestro amor, a uno de sus ministros, un amigo de su Corazón,
un continuador de su obra redentora, un colaborador suyo en la
salvación de las almas.

Dios de esa manera alaba la educación cristiana que habéis


dado a vuestros hijos y os pone como ejemplo a todo el pueblo
como familia ejemplar y profundamente cristiana. De hecho,
salvo raras excepciones, Dios escoge a muchachos buenos y
moralmente sanos y puros, jóvenes que han sido bien guarda-
dos y santamente guiados.

211
La vocación de vuestro hijo significa la bendición de Dios
sobre toda vuestra familia. Si el castigo suele recaer sobre toda la
familia, también la bendición ha de tocar a toda ella. Y en la
práctica vemos que es así. Preguntad a cualquier madre de sa-
cerdote o religioso y os dirá que su familia está llena de la bene-
volencia de Dios, llena de gracias y alegría.

Os aseguran el ciento por uno en esta vida y además la vida


eterna. No es únicamente vuestro hijo el que usufructuará esa
promesa divina que se encuentra en el Santo Evangelio. Jesús
de hecho dijo: “El que dejare padre, madre (y esto va para el hijo
que deja el padre y la madre), hijo, hija (y esto va para vosotros),
haberes, etc., tendrá el ciento por uno en esta tierra y después la
vida eterna”. Así pues, vuestro hijo, con su fidelidad a su voca-
ción, os procura la seguridad de que salvéis vuestra alma y de
que Dios os bendiga en esta vida. Quiere decir, hacer feliz a
vuestro hijo, ponerle en sitio seguro, donde su alma esté muy
lejos de las tentaciones del mundo. Significa que siempre ten-
dréis su gratitud, sus oraciones y su afecto, porque os conside-
rará como los mejores artífices, después de Dios, de su felicidad.

212
APENDICE II:

UNA LLAMADA A LOS SACERDOTES

Y A LOS SUPERIORES RELIGIOSOS

Está introducida entre nosotros la costumbre y aún quizá la


regla de no aceptar en la religión a los que las leyes civiles con-
sideran como menores si no tienen el permiso de sus padres o
del que hace sus veces.

Y con esto, sucede bastante frecuentemente que jóvenes


provistos de verdadera vocación, prontos, por su parte, a cual-
quier sacrificio, aún el de abandonarlo todo de una manera
enérgica, son frenados por nosotros por causa de ese obstáculo
insuperable: el permiso de los padres. El joven batalla, lucha, a
veces se supera a sí mismo, pero todo es inútil: el papá no cede,
la mamá es insensible.

¿Y entonces qué? Pues... ¡ha de esperar! ¿Y luego, después de


un año?, ¡esperar!, ¿y más tarde? ¡Esperar todavía! La mayoría de
las veces la voluntad del joven, antes tan fuerte y llena de entu-
siasmo, empieza a debilitarse frente a la desilusión del fracaso y
ante la seguridad de que sus padres no cederán nunca. De parte
de los superiores no recibe ningún aliento; ve cómo entran sus
compañeros; mientras para él falta todavía algo que “es necesa-
rio”.

Los pocos que resisten llegan al Noviciado disgustados, can-


sados de aquella lucha enervante, sin entusiasmo y muchas
veces son propensos a enfermedades nerviosas causadas por la
tensión que han tenido que sostener durante meses o años de
su juventud.

La mayoría después de algún año de lucha, se consideran


como engañados por los superiores que no buscan realmente su

213
bien sino que quieren antes que nada ahorrarse fastidios y po-
nerse a seguro de la oposición de los padres.

Y sin embargo, se trata de vocaciones verdaderas y con mu-


cha frecuencia magníficas. Se trata de jóvenes volitivos, capaces
de defender el propio ideal aún en una lucha ruda y dolorosísi-
ma en su corazón de hijos.

Y ¿os parece justo todo esto?

¿Os parece justo que, en definitiva, el joven haya de depen-


der del permiso de sus padres para poder realizar su vocación?

En el Evangelio aparece claro que este permiso no se exige


por parte de Dios.

1) Al joven, Jesús le dice sin más: “Si quieres”. Y no añade: “y


te lo permiten tus padres”.

2) Él mismo, menor de edad, se quedó en el templo, sin pedir


el permiso de los suyos.

3) Uno quería ir a enterrar a su padre, lo cual quizás significa


que quería quedarse en su casa con su padre hasta que éste
muriese, pero Jesús no se lo permitió.

4) Otro quería ir a saludar a los suyos y avisarles que iba a irse


con Jesús, y el Maestro le responde: “Ninguno que vuelve la
cabeza atrás después de haber puesto la mano en el arado es
apto para el reino de los cielos”.

5) En todos los llamamientos de los Apóstoles y de los discí-


pulos no encontramos ni siquiera una indicación a sus padres.
Para ninguno de ellos el permiso de los padres se consideró
como un requisito, ni la falta de éste un obstáculo a su llama-
miento.

214
Además vemos cómo muchos Santos han obrado puramente
y según el espíritu del Evangelio. Santa Rosalía se escapó de su
casa y fue a vivir en una gruta sobre el monte Pellegrino (Paler-
mo); San Estanislao de Kostka ni siquiera pidió permiso... por-
que sabía que hubiera sido inútil discutir con los suyos; San
Luis Gonzaga probó una vez a quedarse en el colegio de los
Padres jesuitas sin el permiso de su progenitor, pero el Padre
Rector, temiendo que el Señor Marqués se vengase contra la
Orden, le mandó atrás y le obligó a emprender una lucha dolo-
rosísima. Y a los tres años obtuvo finalmente el tan suspirado
permiso. (Pero no podemos pretender que todos sean como San
Luis).

¿Y cuántas vírgenes no tuvieron que luchar y sufrir el marti-


rio porque no quisieron aceptar el matrimonio que sus padres
les imponían? Bástenos nombrar a Santa Inés y Santa Anasta-
sia.

Séanos lícito preguntar ¿el método actual nuestro de exigir


por fuerza el permiso de los padres es propiamente según el
espíritu del Evangelio y según la libertad que Dios quiere dar a
los jóvenes respecto de su vocación? No quiero decir que todos
hayan de irse sin el permiso de sus padres, pero quizá sea nece-
sario ser menos rígidos en la posición tomada y dar a algunos la
posibilidad de renovar los heroísmos de los Santos que honra-
ron la Iglesia con los ejemplos de su fortaleza.

Ya sé que está de por medio la ley civil, pero con un poco de


buena voluntad y de “mano izquierda”, como se suele decir, aun
ésta se podría superar.

He propuesto el problema. No es mi intención dar una solu-


ción; dejo ésta a alguien más prudente que yo y más versado en
cuestiones de derecho y de ética. Solamente he querido hacer
oír un grito de angustia en nombre de miles de jóvenes que han
perdido la vocación o que prevén que la perderán por causa de
nuestro proceder.

215
Si no por otra cosa, tratemos de ayudar al joven más eficaz-
mente que con decirle simplemente: “¡Has de rogar y esperar!”.
Casi nunca hacemos nada, no porque no nos parezca Voluntad
de Dios el insistir, sino porque no tenemos valor para atraernos
una odiosidad o sufrir la humillación de una derrota.

Alguno dirá: “¡Los jóvenes que entran en la religión sin el


permiso de sus padres no perseveran!”.

¡Falso! Muchos perseveran y llegan a ser sacerdotes valerosos


que hacen observar las leyes emanadas por los Obispos y saben
hablar claro cuando explican el Evangelio. Pero ¿cuántos de los
que entran en religión con todos los permisos y consentimien-
tos no perseveran?; y hecha la proporción, ¿en qué categoría se
lamenta mayor el número de defecciones?

Termino dando un consejo... innocuo. Nosotros muchas ve-


ces hablamos de vocación a los jóvenes (¡cuando hablamos!)
¿Por qué no hablamos también al pueblo, a los padres? Si hablá-
semos más, poco a poco iría desapareciendo ese terror que tie-
nen muchos padres de ver a sus hijos religiosos. Nosotros sole-
mos preparar a los jóvenes para que escuchen atentamente la
voz de Dios, pero ¿hemos pensado que los padres también tie-
nen necesidad de ser preparados?

Si hablásemos con más frecuencia, muchas dificultades e in-


comprensiones desaparecerían y los jóvenes serían más ayuda-
dos para hacerse religiosos, sin necesidad de ser odiados, des-
heredados o echados de casa como si fuesen traidores sin cora-
zón.

¡Por lo menos deberíamos hacer esto! Pero podemos hacer


muchísimo más.

216
ALGUNOS LIBROS SOBRE VOCACIONES

* SU SANTIDAD PIO XII, Encíclica Sacra Virginitas.

* SANTO TOMAS DE AQUINO, El ingreso en la vida religiosa.

* SAN JUAN CRISOSTOMO, Los seis libros sobre el sacerdocio.

* SAN FRANCISCO DE SALES, Directorio de religiosas.

* SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO, Avisos sobre la vocación


religiosa.

* SAN ANTONIO MARIA CLARET, La vocación de los niños.


Cómo se ha de educar e instruir.

* LUIS DE LA PUENTE, Tratado de la perfección en todos los


estados. Estado religioso y estado eclesiástico.

* MARTIN LARRAYOZ, La vocación al sacerdocio según la doc-


trina del Beato Juan de Avila.

* ANGEL AYALA, S.I., Diferencia entre el estado seglar y el reli-


gioso. La elección de estado en los colegios de religiosos.

* JACQUES LECLERCQ (Pbro.), La vocación religiosa. Examen


amplio y moderno.

* ENRIQUE BARAGLI, S.I., ¡Bifurcación! Reglas para la elección


de estado y exposición del ideal religioso.

* GUILLERMO DOYLE, S.I., Ven sígueme. Visión certera del lla-


mamiento divino. ¿Seré yo sacerdote? Orientaciones para quien
fluctue en tema de tanta trascendencia.

217
* LUIS MAIOCCO, S.I., Defendamos las vocaciones. Refutación
de las principales objeciones que suelen oponerse a las voca-
ciones sacerdotales y religiosas.

*REMIGIO VILARIÑO, S.I., Y ¿sacerdote no?

* JUAN CARRASCAL, S. I., Orientación vocacional. Da idea de


los diversos Institutos para poder escoger el que más cuadre.

* JESUS MARIA GRANERO, S.I., ¡Sígueme! (Buscando la margari-


ta preciosa).

* GONZALO ARISVAR MOROS, Hacia un ideal. Profundo, varia-


do y ameno.

* LUIS PAROLA, S.I., La mayor gloria de la familia.

* J. DELBREL, S.I., La vocación de los jóvenes al estado sacerdo-


tal y religioso.

* THILS LALOUP, Los jóvenes ante el sacerdocio. Tiene varios


libros sobre el tema sacerdotal.

* CARLOS GRIMAUD, Abate; Futuros sacerdotes.

* A. BALANGER, S.I., Los desconocidos. ¿Qué son los religiosos?


¿Qué hacen? ¿Para qué sirven?

* G. M. PARNISETTI, S.I., ¿También yo puedo llegar a la perfec-


ción? Si vis pertectus esse...

* NATALE, S.I., El paraíso en la tierra, abierto a quien esté libre y


quiere elegir el estado más seguro en la vida.

* F. G. QUEVEDO, S.I., ¡Dios te quería sacerdote! ¡Misionero!


¿Quién puede ser monja? Y yo ¿por qué no? Religioso, pero no
sacerdote.

218
* RAMON GABIRA, S.I., Jóvenes, id, encended el mundo. Lectu-
ras misionales muy acertadas.

* MANUEL TRULLAS, S.I., ¿Qué quieres ser?

* BERNARDO CUEVA, S.M., El Maestro te llama o el problema de


la vocación.

* PABLO MANNA, M.A., Los obreros son pocos.

* JOSE JULIO MARTINEZ, S.I., ¡Voluntarios! Lecturas misionales


para jóvenes.

* C. SANCHEZ, Joven... Cristo te llama.

* G. ROLDAN, Quiero ser sacerdote... quiero ser apóstol.

* PLATTI, El bien del estado religioso.

* A. PEINADOR, C.M.F., Santidad sacerdotal y perfección religio-


sa.

* R. GRAF, Vidas para Dios. Exposición de los consejos evangéli-


cos y de los votos.

También se pueden utilizar con mucho éxito para fomentar y


formar vocaciones:

 Las Vidas de santos, beatos y varones ilustres.

 Las Historias de la Iglesia, Ordenes e Institutos religiosos,

 Los Folletos que cada Congregaci6n publica para fomentar


sus propias vocaciones.

 Los Tratados de Teología que tratan de este tema, incluidos


los de Ascética y Mística.

219
ÍNDICE

INTRODUCCION A LA TRADUCCION ESPAÑOLA ......................... 3


APUNTES DE EXPERIENCIA PERSONAL ............................................. 5

INTRODUCCION
¿A QUIENES VAN DIRIGIDAS ESTAS PAGINAS? ......................... 7
TENGAMOS IDEAS CLARAS ..................................................................... 8
IDEAS FIRMES QUE DEBEN TENER
LOS QUE TRABAJAN POR LAS VOCACIONES .................................11
1. Su propia vocación es una cosa bellísima .................................11
2. Son muchos los que tienen vocación ........................................ 12
LA INTENCION QUE HEMOS DE TENER
EN ESTE TRABAJO DIVINO .................................................................... 17

PRIMERA PARTE
EN BUSCA DE LAS VOCACIONES
LO PRIMERO: ORACIÓN .................................................................... 19
MODOS CÓMO SE MANIFIESTA LA VOCACIÓN ...................... 19
1) Manera casi natural.......................................................................... 20
2) De modo casi insignificante. ........................................................22
3) Ver a un muerto .................................................................................25
4) Una frase acertada ............................................................................26
5) El ejemplo de un conocido ............................................................32
6) Un fracaso ............................................................................................34
CONCLUSIÓN......................................................................................... 37
DESCRIBIENDO PSICOLÓGICAMENTE UNA VOCACIÓN .........38
SEÑALES DE VERDADERA VOCACIÓN..............................................42
1) Miedo del mundo y de sus peligros. ...........................................42

221
2) Atracción a la pureza. ..................................................................... 44
3) Desear tener vocación. ................................................................... 46
4) Conciencia de la vanidad de las cosas de la tierra ............... 48
5) Atracción a la oración..................................................................... 50
6) Deseo de sufrir ................................................................................... 53
7) Espíritu de generosidad para con Dios. ....................................56
8) Horror al pecado................................................................................ 57
9) Deseo de consagrar la vida por la conversión
o salvación de una persona querida. .............................................. 57
10) Delicadeza de conciencia. ........................................................... 57
11) Temor de tener vocación..............................................................58
12) Celo de las almas. ............................................................................63
13) Fuga del egoísmo. .......................................................................... 64
14) Sentir una santa envidia de los religiosos. ............................ 64
15) Fuga de la mediocridad. ............................................................... 64
¿PODEMOS INFLUIR FORMANDO AMBIENTE, SIN PELIGRO
DE ROZAR LA LIBERTAD Y ESPONTANEIDAD? ........................... 66

SEGUNDA PARTE
EXAMINANDO UNA VOCACION
¿QUÉ ES? ................................................................................................... 71
UN POCO DE TEOLOGIA ................................................................... 72
Vocación general ................................................................................... 72
Vocación particular............................................................................... 73
Vocación externa ................................................................................... 74
¿Y EL SENTIMIENTO? .......................................................................... 76
LAS OTRAS CONDICIONES ............................................................... 79
1) Dotes de inteligencia ........................................................................ 79
2) Dotes de voluntad ............................................................................ 80
3) Dotes físicas ........................................................................................83

222
PERO NO BASTA ....................................................................................85
¿ES DIFÍCIL DECIDIR UNA VOCACIÓN? ..................................... 88
¿CÓMO SUELE MANIFESTARSE EL SEÑOR? ............................. 90
¿CÓMO HEMOS DE COMPORTARNOS CUANDO
SE NOS HABLA DE VOCACION POR PRIMERA VEZ?.............95
LA ELECCION ......................................................................................... 97
1) Preparación remota .......................................................................... 97
2) Preparación próxima ...................................................................... 98
METODO PARA HACER LA ELECCION ............................................102
A) MOTIVOS QUE TOCAN A MI UTILIDAD ESPIRITUAL .....103
1) Estoy seguro de salvar mi alma ..................................................103
2) Se está casi libre del pecado mortal ..........................................103
3) Se llega a la perfección ................................................................. 104
4) Se alcanza fácilmente la santidad ............................................ 104
5) Quiero vivir únicamente por los bienes eternos,
que son los únicos que estimo........................................................105
6) Tengo miedo del infierno ........................................................... 106
7) Haré una muerte santa .................................................................. 107
8) Se vive una vida espiritualmente organizada ...................... 108
9) Está uno cierto de que hace siempre
la Voluntad de Dios ............................................................................ 108
10) Felicidad de la vida religiosa .................................................... 109
11) Quiero hacer una vida de sacrificio
y de renunciamiento .......................................................................... 113
12) Quiero vivir una vida de pureza............................................... 115
13) Aumentaré mis méritos .............................................................. 115
14) Viviré en compañía de almas buenas .................................... 115
15) Belleza del sacerdocio .................................................................. 116
16) Me uno a Dios con los tres votos ............................................. 117
17) Tendré una formación seria y profunda............................... 119
18) Tendré muchos sufragios cuando muera............................ 119

223
B) MOTIVOS QUE SE REFIEREN A DIOS ..................................... 119
l) Daré una alegría inmensa al Corazón de Jesús ....................120
2) Le amaré más y mejor ...................................................................120
3) Serviré a Dios con perfección .....................................................120
4) Quiero glorificar a Dios................................................................. 121
5) Podré reparar mis pecados
y dar a Dios una satisfacción ........................................................... 122
6) Quiero ser víctima .......................................................................... 122
7) Podré llegar a ser insigne en cualquier devoción ............... 122
C) MOTIVOS QUE MIRAN AL PRÓJIMO..................................... 123
1) Salvaré muchas almas.................................................................... 123
2) Derramaré el bien............................................................................124
3) Quiero ser misionero ..................................................................... 125
4) Podré defender a la Iglesia ...........................................................126
5) Me vengaré del demonio..............................................................126
6) Escojo la vida religiosa para ofrecer este acto de
generosidad por la salvación de un alma.................................... 127
7) Quiero ser padre de las almas ..................................................... 127
VERDADERA VOCACION ................................................................. 127
MOTIVOS INSUFICIENTES ..............................................................128
1) Lo quiere mi madre.........................................................................128
2) Tengo el tío cura o religioso ........................................................128
3) Seré respetado ..................................................................................129
4) Elevaré el nivel social de mi familia .........................................129
5) Aseguraré una cierta comodidad a mi madre ......................129
6) Es que... no sirvo para otra cosa .................................................130
7) Quiero librarme de mi familia ....................................................130
8) Llevaré una vida tranquila ...........................................................130
9) Me gusta el hábito ........................................................................... 131
10) No puedo decir que no ............................................................... 131

224
11) No me quiero casar. No me gustan las chicas de hoy...... 132
12) Existe una profecía ....................................................................... 132
l3) Mi madre hizo voto de consagrarme a Dios ........................ 132
DESVENTAJAS DEL ESTADO RELIGIOSO ................................. 134
DIFICULTADES QUE PUEDEN OBSTACULIZAR
AL JOVEN ESCOGER LA VIDA RELIGIOSA................................ 135
1) Habré de renunciar al matrimonio ........................................... 135
2) Tendré que llevar una vida de pureza...................................... 136
3) Tendré que dejar la familia ..........................................................138
4) Será un gran dolor para los míos ...............................................138
5) Mi madre no podrá soportar tal dolor ...................................... 139
6) Es que soy yo el que no me encuentro
con ánimos para dejar a mi madre ............................................... 140
7) Si me hago religioso he de odiar a mis padres .....................142
8) Mis padres me necesitan .............................................................. 143
9) He hecho muchos pecados en mi vida pasada.
Es imposible que Dios me llame a una vida perfecta .............144
l0) Es una vida de mucho sacrificio. ¡Me da miedo! ................144
11) ¿Y si no perseverase? ....................................................................146
12) También podré hacer bien en el mundo. ............................. 147
13) Entonces todos se habrán de hacer religiosos ...................149
14) No conozco el mundo .................................................................150
15) No podré desarrollar mis dotes naturales ............................. 151
OTRO METODO ................................................................................... 151
DECISIÓN ............................................................................................... 152
¿QUÉ EDAD SE NECESITA?.............................................................. 153
ALGUNAS NORMAS PARA EL TIEMPO DE LA ELECCION
Y PARA EL QUE SIGUE A LA DECISION...................................... 154

225
TERCERA PA RTE
PROBANDO UNA VOCACIÓN
ES NECESARIO PROBAR LAS VOCACIONES ............................ 159
OBLIGACION DE SEGUIR LA VOCACION ................................. 161
LAS CONSECUENCIAS DE LA NEGATIVA ................................. 167
1) Consecuencias para el individuo .............................................. 167
2) Consecuencias para Jesús........................................................... 171
3) Consecuencias para la Iglesia y para el mundo ................... 172
LAS PRUEBAS ........................................................................................ 173
1) El tiempo ............................................................................................. 173
2) El demonio ........................................................................................ 175
3) La familia ............................................................................................ 178
4) Dios ......................................................................................................183
5) Nosotros .............................................................................................183
OTRAS NORMAS PRÁCTICAS ........................................................186
CONCLUSION....................................................................................... 195

APENDICE I
LOS PADRES ................................................................................................ 197
LO QUE PODEIS Y DEBEIS HACER ............................................... 197
LO QUE NO PODEIS NI DEBEIS HACER .................................... 200
OS ECHÁIS TIERRA A LOS OJOS .................................................. 205
LA REALIDAD ........................................................................................ 211

APENDICE II
UNA LLAMADA A LOS SACERDOTES ............................................... 213
Y A LOS SUPERIORES RELIGIOSOS ................................................... 213
ALGUNOS LIBROS SOBRE VOCACIONES ....................................... 217

226
227
228

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