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CAMBIOS

Nuevos rumbos
La vida no es una línea recta con flechas que se desvían hacia arriba o hacia abajo según
nos comportemos.
En muchas ocasiones, la línea de la vida se convierte en algo turbio que da miedo porque
no queda nada donde agarrarse.
Y ahí, dentro de las alternativas posibles, está la de aceptar la experiencia de perderse.
Hay que perderse aunque asuste, aunque se “pierda tiempo” aunque se llegue después.
A veces hay que cerrar puertas para que se abran otras. Cerrar una etapa de la vida,
permitir un tiempo de vacío y abrir la siguiente, hacer los duelos, aceptar y continuar.
Es necesario “perderse”, para poder descubrirse, incluso para llegar a conocerse
realmente por primera vez. Sin prisas, sin tregua, sin condiciones, con el peso de la
existencia a cuestas, hay que penetrar en las montañas, en los bosques donde la vida nos
abraza al penetrar en esos rincones dolorosos y doloridos. Hay que mirar la vida cara a
cara. Es el momento de las preguntas. Es el momento de hacer frente a nuestra realidad,
de reconocernos a nosotros mismos, de aceptar unas cosas, de modificar otras, de tomar
decisiones, de no ir sin ningún rumbo por la vida, sino en alguna dirección.
Matilde del Pino

9 consejos para aceptar los cambios de la


vida
La vida es un cambio constante e imparable. Y
necesario. Pero nos cuesta aceptarlo porque cambiar
siempre significa perder y nos resistimos a ese dolor.
¡Nos cuesta tanto encajar que todo puede y debe cambiar! Nos cuesta aceptarlo
porque cualquier cambio, por pequeño que sea, implica una renuncia, una pérdida.

Pero si cambio y vida van de la mano, si es inevitable y deseable, no te resistas. Si lo


asumes, puedes elegir ser alguien nuevo cada día.

Aceptemos los cambios de la vida y sigamos adelante


Os voy a contar nueve claves para no estancarse en las dudas del presente y asumir los
cambios que, inevitablemente, se nos presentan en el día a día.

1. Huye de las batallas perdidas

El primer paso para afrontar con mejor predisposición los cambios es aceptar que nada
podemos hacer para detenerlos. El filósofo griego Heráclito lo expresó en una imagen
genial hace cientos de años: “Nadie se baña dos veces en el mismo río”. Cuando alguien
regresa a un mismo cauce, las aguas no son las mismas ni tampoco ese alguien es aquel
que fue.
El cambio es inevitable e imparable. Todos los intentos de detenerlo, retrasarlo o
anularlo son estériles. Es una pelea que debemos abandonar (pues está perdida) y
enfocarnos en cómo “surfear” la ola del cambio.

2. Inevitables y muy deseables

Las utopías de la eternidad y de la inmutabilidad de la vida no son solo imposibles, sino


que si fueran realizables, se volverían prontamente aborrecibles. ¿Podéis acaso
imaginar una vida absolutamente monótona, eternamente igual y que fuera, aun así,
deseable? Yo no puedo. Aun en las mejores condiciones no logro imaginar una
existencia inmutable que no se volviera, pasado un cierto tiempo, abominable.

Así, el cambio no es solamente inevitable sino deseable. Es, quizá, lo que hace que
nuestras vidas humanas no sean completamente vanas y se diferencien de la vida de un
mosquito o de una marmota.

3. Los cambios que no detectas

Hace algún tiempo diferencié dos tipos de cambios. El primero, el “cambio en


pendiente”, está conformado por aquellas pequeñas transformaciones que se producen
de manera gradual y de forma imperceptible. El desgaste de las cosas, el crecimiento de
los niños, el envejecimiento son procesos de “cambio en pendiente”.

Como ocurren de manera tan lenta e ininterrumpida, solo tomamos conciencia de ellos
cuando algo (una fotografía, por ejemplo) nos confronta con el pasado.

4. Cuando el cambio es drástico

El cambio en escalón es aquel que se genera en un corto periodo de tiempo y de


modo más o menos brusco. En estos casos tenemos plena conciencia de las
modificaciones que se han producido en nuestra vida, pudiendo reconocer y diferenciar
claramente un antes y un después. Los cambios en escalón ocurren a veces de manera
programada y podemos preverlos, pero otras veces, nos pillan desprevenidos o, más
dramáticamente, nos golpean.

Una mudanza, un nuevo trabajo, una muerte, un nacimiento o el contraer matrimonio


son todos eventos que generan cambios en escalón.

5. ¿Por qué te quieres resistir?

El cambio es, como dijimos, ineludible y sin embargo muchas veces nos encontramos a
nosotros mismos tratando, justamente, de hacer todo lo posible para que las cosas
permanezcan igual, para que nada se modifique. Queremos retrasar el cambio,
disminuirlo o deshacerlo…

Y cuando todo esto no funciona, todavía tenemos un último recurso: negarlo, “aquí
no ha pasado nada”. Lo llamativo del caso es que todas estas actitudes aparecen con
frecuencia aun frente a cambios que la persona había deseado o por los que había
trabajado activamente. ¿Qué es lo que nos hace retroceder frente a los cambios?
6. Cambiar es perder, asúmelo

Los cambios nos echan hacia atrás por una sencilla razón: todo cambio implica
una pérdida. Cuando algo se transforma, deja de ser de determinada manera y
comienza a ser de otra: lo que era deja de ser. Aquello que ha cambiado ha dejado de
existir; o sea: se ha perdido. Y las pérdidas, por supuesto, duelen.

Podemos comprender entonces que nuestra resistencia a los cambios no es otra cosa
que un intento de no enfrentarnos con el dolor de perder algo que nos ha
acompañado algún tiempo en nuestra vida aun cuando ya no lo deseemos más.

7. Dejar atrás para ir hacia delante

Esto no quiere decir que no haya cambios positivos. Es posible que la ganancia sea
mayor que la pérdida, pero no por eso dejaremos de sentir un poco de dolor por la
desaparición de la situación inicial. El dolor no se determina por el resultado de una
ecuación costo/beneficio.

Todos los cambios van acompañados por el dolor de dejar algo atrás y se siguen con un
periodo de “duelo” en el que elaboramos nuestra nueva situación. No debemos
confundir en este momento el dolor natural y esperable y terminar pensando que hemos
tomado una mala decisión. Nos equivocaríamos.

8. El dolor no es ninguna señal

He conocido muchas personas que al poco tiempo de haber decidido terminar una
relación de pareja se encuentran pensando en volver con aquella persona. Se dicen a sí
mismas: "Siento tanto dolor, debe ser que todavía lo/la amo". Confunden el dolor de
una pérdida con el deseo de continuar la relación poco satisfactoria que tenían.

Es posible que ese deseo exista, pero el dolor no es la medida. Lo mismo puede
sucedernos con las decisiones en cualquier otro ámbito de nuestra vida, no debemos
confundir el dolor que da dejar atrás lo que fue en un momento dado con el
arrepentimiento por lo que es en la actualidad.

9. Ser alguien nuevo cada día

Perder, dejar atrás, cambiar, es doloroso… Pero también puede ser liberador. Esta
es la maravilla del cambio: que nos entrega un universo de posibilidades. Ante la
pregunta de si la gente puede cambiar, respondo rotundamente: por supuesto que sí.

Puede ser difícil, doloroso, pero es posible. Nada nos ata al pasado. Somos alguien
nuevo cada día y podemos elegir, cada día. Para afrontar los cambios que vendrán y
aceptarlos, debemos estar dispuestos a renunciar, pero en retribución ganaremos un
abanico enorme de opciones y caminos.

“Todo cambia, nada desaparece. No hay nada en el


mundo que sea permanente. Nada avanza de manera
inexorable. Todas las cosas creadas son de naturaleza
cambiante. Incluso los siglos se deslizan en constante
movimiento”.
Constantemente todo cambia a nuestro alrededor… y
también en nosotros. Los ciclos son necesarios e
inevitables. No podemos conseguir que siempre sea
verano, aunque esta sea una idea apetecible a
priori ¿Te gusta y te sientas comod@ en el cambio?
El cambio tira de nosotros en muchas direcciones. Una
parte de nosotros lo teme, tenemos nuestros hábitos,
los cuales tienen su función y su parte positiva. Los
hábitos nos permiten estar dentro de nuestra zona de
comodidad. En todo caso los cambios externos nos
pueden dar miedo. También, esta sería la otra cara de
la moneda, los cambios son estimulantes.
Nos gusta la novedad y las cosas nuevas. Ambas
partes conviven en cada persona, en proporciones
diferentes.
Podemos cambiar nuestras conductas, nuestras
emociones, nuestras actitudes e incluso nuestra
personalidad, si bien esa en menor medida y de
manera más lenta. Si bien tendemos a la estabilidad y
a la permanencia – somos animales de hábitos
– cuando encontramos algo que no nos satisface
movilizamos la energía necesaria para la
transformación.
Si el cambiar anticipamos que nos causará problemas,
esto se puede convertir en una muralla. Sin embargo,
retomemos aquí el pensamiento de los cambios como
oportunidades, con el que estoy muy de acuerdo.
Evolucionar nos permite dejar atrás. Mutar, limpiar,
ordenar. Así ante cada cambio, con esta actitud,
podremos considerar esa situación como un progreso,
como un crecimiento.
Lo físico cambia, lo psicológico también; una de las
cosas que los psicólogos en consulta vemos más es el
no querer cambiar, el no poder o el temerlo. Si bien
puede ser un tormento el no aceptar las situaciones tal
y como son, si cuando cambian las recibimos como
vienen, podremos fluir y buscar soluciones.
Por supuesto, hay acontecimientos buenos, neutros y
malos y sus consecuencias son diferentes en cada
caso. Pueden haber tensiones relativas al cambio:
¿cómo las afrontamos?

Cómo adaptarse a los cambios


1. Aceptar. Aceptar no significa gustar. Significa que la
cadena de acontecimientos para que algo sucediera se
ha dado en nuestra vida. Pensar que las cosas
deberían ser diferentes no es atender al orden natural
de las cosas.
Ramiro Calle siempre es un buen referente para ello.
Si quieres mejorar en la aceptación compasiva, te
recomiendo este libro suyo.
2. Pensar – meditar. El dedicar un tiempo a relajarnos
y a pensar objetivamente sobre nuestros cambios nos
puede proporcionar una mirada más clara.
La meditación, en sus diversas formas, ayuda a
desarrollar una visión más ecuánime.
3. Ejercitar nuestra flexibilidad en el día a día. De
manera proactiva y constante.

Potencia tu flexibilidad
Precisamente es la flexibilidad la herramienta que nos
permite adaptarnos a los cambios. El que no salgan las
cosas tal y cómo queríamos que sucedan no lo
llevamos bien. Sin embargo a veces las cosas no son
por casualidad, si no que son una “causalidad”.
Dejemos que surjan las cosas. Es imprescindible.
Incluso más divertido en ocasiones.
Pueden haber aspectos inamovibles en nosotros, como
nuestros valores y que nos guste manifestar en
ocasiones. Otros serán menos importantes. Valorarlos
será todo un arte y un bonito reto: puede que valore
como lo más importante mi paz interior. Todo lo que no
tenga relación con ello, será accesorio, según tu escala
de valores.
Precisamente esta flexibilidad nos permite en
ocasiones a no luchar en las diferentes situaciones,
manteniendo además lo que valoramos. Finalmente el
saber adaptarnos nos hará personas más
evolucionadas, más maduras y más completas.
Para finalizar, te recomiendo este capítulo de Redes,
con Eduard Punset, donde hablan acerca de cómo
entrenar nuestro cerebro para conseguir una mayor
flexibilidad mental.
Sabemos que necesitamos cambiar en ocasiones, para mejorar,
para ser más felices, para tener una vida más plena. Pero nos
resistimos a ese cambio, sin darnos cuenta de que, a pesar de todo, el
cambio es constante. Aunque intentemos evitarlo, el cambio entrará en
nuestra vida, y no hacer nada no evita nada. Sin embargo, iniciar el
cambio desde nosotros mismos de manera voluntaria nos permite
adaptarnos de manera consciente.
l problema al que muchas veces nos enfrentamos es, a que los cambios llegan de manera
inesperada y no nos gusta la nueva situación. Pero evitarlo no evita que ocurra.

Las cosas son como son, la vida viene como viene, y hay que adaptarse. Evidentemetne, no es
lo mismo cambiar de ciudad que perder el trabajo, o incluso perder a una persona clave. Pero,
en cualquier caso, hay que buscar la manera de acomodarse, de cambiar el punto de vista, de
adaptarse mentalmente a la nueva situación. Así, podremos hacer lo necesario para vivir esa
nueva vida.
Beneficios del cambio

Esto son algunos de los beneficios que el cambio puede tener en tu vida.

– Crecimiento personal

Cómo decíamos, cambiar te permite tener nuevas experiencias y aprender cosas nuevasque te
ayudarán a crecer como persona. Descubrirás nuevas ideas, encontrarás nuevas metas y
desarrollarás nuevos valores. Y todo ello te hará vivir una vida más plena y feliz.

– Flexibilidad

Cuantos más cambios tengas que hacer en tu vida, más fácil te resultará asumirlos. Como
resultado, serás cada vez más flexible y cada vez te costará menos adaptarte y cambiar, lo cual
será menos traumático.

– Mejorar

El cambio nos trae la posibilidad de mejorar a todos los niveles. Las cosas no mejoran por sí
mismas si no cambiamos algo. Existe el riesgo de estar peor, pero sigues teniendo la
oportunidad de cambiar de nuevo, aprovechando lo aprendido de la experiencia. En cualquier
caso, sin cambio no hay mejora.

– Valorar lo pequeño

Los cambios te permitirán valorar cosas que, de otra manera, pueda que ni sepas que existen o
que creas que no tienen ningún valor.

– Serás más fuerte

La resistencia al cambio está motivada, entre otras cosas, por sentimientos de inseguridad y
debilidad. A medida que cambias y te adaptas, descubres que cada vez eres más fuerte y te
sientes más seguro de ti mismo.

– Nuevas oportunidades

Los cambios traen consigo nuevas oportunidades para disfrutar de la vida, tener una existencia
más feliz, conocer nuevas personas y descubrir nuevas metas.

– Empezar de nuevo

¿Cuántas veces has deseado empezar otra vez? Solo el cambio te permitirá ese nuevo
comienzo, ya sea cambiando de lugar de trabajo, de lugar de residencia, o simplemente
cambiando tus hábitos de vida, tu actitud o tus valores.

Salir de la zona de confort

Todos estos cambios implican salir de la zona de confort, una zona que nos ofrece la falsa
seguridad de que todo está bien. En el fondo, aferrarse a esta zona de confort es un síntoma
de miedo.

La expresión popular “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer” nos da una idea
de lo limitante que es esta zona de confort, de lo negativa que se hace la vida si a lo único a lo
que aspiramos es a no estar peor de lo que estamos ya.
El cambio nos da la oportunidad. Ser flexible nos ayuda a encajar mejor todo lo nuevo y todo lo
bueno que podemos encontrar si lo intentamos.

Nunca te adaptes a lo que no te hace feliz

A veces lo hacemos, nos adaptamos a lo que no nos hace feliz como quien se calza un zapato a
la fuerza pensando que es su talla, y al poco, descubre que es incapaz de caminar, de correr,
de volar…La felicidad no duele y por tanto no debe oprimir, ni rozar ni quitar el aire, sino
permitirnos ser libres, ligeros y dueños de nuestros propios caminos.

Hace unos años una marca de jabones que comercializaba su producto para entornos laborales
lanzó al mercado una gama en concreto que obtuvo bastante éxito. Impresa en la propia
pastilla de jabón aparecía la frase “Happiness is Busyness” (felicidad es estar ocupado).

i bien es cierto que líneas como el concepto de “flujo” Mihaly Csikszentmihalyi enfatiza la idea
de que concentrarnos en una tarea en cuerpo y alma puede darnos la felicidad, en esta
ecuación debe añadirse sin duda el factor que hace referencia a si esa tarea nos es significativa
o no. De hecho, muchos trabajadores veían con triste ironía el eslogan de esos jabones, porque
no todos se sentían felices por llevar a cabo una tarea que, si bien les aportaba una
remuneración económica, lo que no tenían era bienestar psicológico.

Podríamos decir, casi sin temor a equivocarnos, que una buena parte de nosotros nos
adaptamos casi a la fuerza a muchas de nuestras rutinas cotidianas, incluso siendo conscientes
de que no nos hacen felices (o utilizando el símil de los zapatos, que nos hacen ampollas). Es
como ir en el interior de una noria que nunca para de girar. El mundo, la vida, acontece
nerviosa y perfecta ahí abajo, inaccesible y risueña, mientras nosotros seguimos cautivos de
nuestras rutinas…

Nos adaptamos para sentirnos seguros

De niños nuestros padres nos ataban con un doble nudo los zapatos o zapatillas para que no se
desataran y no tropezásemos. Nos arropaban bajo las mantas y la colcha con sumo cariño,
subían hasta arriba las cremalleras de nuestros abrigos y chaquetas para que estuviéramos
bien calentitos, atendidos, cuidados.

Muchas de esas veces estábamos algo incómodos por toda esa presión corporal, pero si había
algo que sentíamos era seguridad. A medida que nos hacemos mayores y adquirimos
responsabilidades de adultos, esa necesidad por sentirnos seguros sigue muy presente. Sin
embargo, esta indefinible pulsión por la búsqueda continua de seguridad muchas veces no
dirige nuestro comportamiento desde nuestra consciencia.

Por curioso que parezca, el más sensible frente a esta necesidad es nuestro cerebro. No le
agradan los cambios, los riesgos ni aún menos las amenazas. Es él quien nos susurra aquello
de “adáptate aunque no seas feliz, porque la seguridad garantiza la supervivencia”. Sin
embargo, y esto debemos tenerlo claro, la adaptación no siempre no va de la mano de la
felicidad; entre otras razones porque esta adaptación muchas veces no se produce.

Hay quien sigue manteniendo el vínculo de su relación de pareja sin que exista un amor real,
sin que haya una complicidad auténtica ni aún menos felicidad. Lo importante para algunos es
escapar de la soledad y para ello no dudan en adaptarse a la talla de un corazón que no va con
el suyo.

Lo mismo ocurre a nivel laboral. Son muchas las personas que optan por mostrar lo que se
conoce como “un perfil bajo”. Alguien dócil, manejable, alguien que llega a bajar méritos y
estudios cuando redacta su currículum porque sabe que es el único modo de adaptarse a
determinadas jerarquías empresariales

Es como si en nuestra mente existiera un nuevo eslogan grabado, como el de la empresa de


jabones citada al inicio: “Adaptarse o morir, renunciar para subsistir”.

Ahora bien… ¿de verdad merece la pena morir de infelicidad?

Para ser feliz hay que tomar decisiones

A pesar de que nuestro cerebro sea resistente al cambio y nos invite elegantemente a
permanecer en nuestra zona de confort, está diseñado genéticamente para hacer frente a los
desafíos y sobrevivir ante ellos. De hecho, hay un dato relacionado con esto mismo que nos
invita a la reflexión.

Se nos olvida, tal vez, que para ser feliz hay que tomar decisiones, que hay que librarnos de los
zapatos ajustados y atrevernos a caminar descalzos, se nos olvida que el amor no tiene por
qué doler, que la docilidad en el trabajo nos acaba quemando y que a veces, hay que hacerlo,
hay que desafiar a quién nos somete y salir por la puerta de entrada para crear nuestro propio
camino. Nuestra propia felicidad.

¿Qué tal si empezamos hoy mismo?

No te adaptes a lo que no te hace


feliz
Ciertamente la flexibilidad es una de mejores cualidades que podemos tener en un
mundo cambiante y en el cual nos enfrentamos día a día a experiencias y
situaciones que no resultan de nuestro agrado. Podernos adaptar, es el reflejo de
no ser rígidos y ante ello, fluir mejor con vivencias que atravesamos.

Sin embargo, cuando nos volvemos bien sea conformistas o nos adaptamos a
aquello que no nos permite ser felices, estamos llevando al extremo negativo esa
cualidad que normalmente nos debe satisface

Nuestra felicidad no es algo que deba depender de agentes externos, ni de


situaciones o personas distintas a nosotros mismos, es una armonía interior. A
pesar de ello, los que somos un tanto influenciables por el entorno, algunas veces
requerimos unas características mínimas para establecer esa conexión interior que
nos permita sentir la felicidad.

Cuando atravesamos situaciones que perturban nuestra armonía, que nos hacen
vibrar en otras frecuencias, debemos tener especial cuidado de no confundir
aceptación con conformismo, siempre hay maneras de sentirse mejor, de procurar
los cambios que nos lleven a estar posiciones en donde nos sintamos un poco más
a gusto, aunque el resto de las condiciones se mantengan.

No resulta saludable que teniendo mecanismos de cambios, nos adaptemos a algo


que nos aleja de nuestro centro, que nos lleva incluso a ubicarnos en una zona de
confort, que en lo absoluto se asocia con algo confortable. Debemos ser nuestros
principales guardianes, si nosotros no establecemos límites, no evitamos
situaciones de conflicto, sino que nos adaptamos a los que no nos hace feliz, será
muy raro que alguien venga rescatarnos de nuestros desaciertos.

El tránsito por esta vida es corto para todas las cosas que podemos hacer, que
podemos aprender, que podemos admirar y es una de las peores ideas
conformarse con algo poco enriquecedor, que nos robe energía, que nos aleje de
nosotros y que sintamos que de una manera u otra está resultando en un
obstáculo o una limitación para nosotros.

No debemos darle a nada externo la fuerza de controlar nuestra vida y el hecho de


adaptarnos a lo que no nos gusta es una demostración de perder nuestra
autonomía. Todo cambia, algunas cosas lo hacen de manera más espontánea que
otras, en muchos casos debemos intervenir activamente para procurar los cambios
y responsabilizarnos por nuestra felicidad.

No te adaptes a lo que te hace


infeliz
A veces, sin darnos cuenta, terminamos acostumbrándonos a situaciones que
nos hacen infelices. Nos adaptamos a rutinas cotidianas y nos contentamos
con relaciones que no nos hacen felices simplemente porque nos limitamos a
seguir adelante, impulsados por los hábitos que marcan el ritmo de nuestra
vida.
En práctica, es como si la vida girara tan rápido que no nos da tiempo a parar,
reflexionar y darnos cuenta de que no vamos por el camino correcto o, al
menos, por el camino que nos permita ser más felices y sentirnos más
satisfechos. Así seguimos funcionando en piloto automático, nos olvidamos de
vivir y nos limitamos a sobrevivir como buenamente podamos.

La búsqueda de la seguridad es una espada de doble


filo

Cuando éramos pequeños, nuestros padres nos ataban los cordones de los zapatos con
un doble nudo para que no se desataran y cayéramos. También solían subirnos hasta
arriba la cremallera del abrigo, para que no nos resfriáramos y estuviéramos bien
calentitos. Esos cuidados generaban cierta presión corporal, pero la soportábamos
porque también nos causaban la sensación de seguridad, de estar protegidos.
Ese mecanismo no desaparece al crecer: soportamos ciertas presiones porque nos
hacen sentir seguros. Aunque no siempre somos conscientes de ello, en muchos casos
preferimos la seguridad a la felicidad. Esa es la razón por la que muchas personas pasan
toda su vida soñando con algo pero nunca deciden a dar el paso porque eso significaría
renunciar a la seguridad conquistada.

El problema comienza cuando esa seguridad no nos hace felices sino que nos convierte
en personas amargadas y frustradas, con la vista siempre puesta en un futuro que no
nos atrevemos a hacer realidad. El problema es cuando hemos creado lazos que nos
atan tan fuerte que nos impiden respirar.

La adaptación asegura la supervivencia, no la


felicidad

Nuestra capacidad de adaptación es enorme, pero el problema es que la adaptación


está enfocada a la supervivencia, no a la felicidad. Esto significa que podemos
adaptarnos a situaciones que no nos hacen felices, solo porque prevalece el instinto de
supervivencia, que es muy poderoso.

Esa es una de las razones por la que las personas pasan gran parte de su vida
realizando trabajos que no les gustan o mantienen relaciones que han dejado de
satisfacerles emocionalmente con personas con las que ya no tienen ningún punto en
común más allá del hábito construido a lo largo de los años.
Nos adaptamos a situaciones que nos hacen infelices debido a que estas generalmente
ocurren de manera paulatina. Sin darnos cuenta, nos sometemos a un mecanismo de
desensibilización sistemática. Ocurre a menudo con la violencia: primero llegan las
humillaciones verbales, luego se escapa un golpe y al final la violencia se convierte en
el pan cotidiano.

Sin embargo, la desensibilización no se limita a la violencia sino que se extiende a todas


las esferas de la vida. Y cuando la situación es muy dolorosa o provoca una disonancia
cognitiva, ponemos en práctica diferentes mecanismos de defensa que nos protegen.
En el desplazamiento, por ejemplo, redirigimos una emoción o sentimiento sobre una
persona u objeto que no puede responder, porque de esta manera podemos seguir
manteniendo una relación con la persona que realmente generó ese sentimiento.
Obviamente, vivir de esta manera implica condenarse a la infelicidad, es como vivir con
los ojos cerrados negándonos la posibilidad de alcanzar algo mejor.

Para ser feliz hay que tomar decisiones

Hay un momento para la adaptación y un momento para el cambio. Hay momentos en


los que necesitamos descansar en nuestra zona de confort y otros en los que
necesitamos salir de ella. La clave radica en encontrar el equilibrio y saber cuándo ha
llegado la hora de cambiar de rumbo.

La felicidad no llega sola, es necesario tomar decisiones. Debes ser consciente de que
para avanzar tendrás que dejar cosas atrás. Si cargas con todo, el peso no te dejará
progresar. Llegará un punto en la vida en el que no necesitarás el doble nudo en los
zapatos sino que podrás atreverte a caminar descalzo. Si realmente lo deseas. En ese
momento tendrás que preguntarte: ¿a cuánta seguridad estás dispuesto a renunciar
para perseguir tu sueño?
Si quieres vivir de forma plena, sal de tu zona de
confort. Patricia Ramírez.

"No haberte conocido hubiera sido


como vivir en la sombra... pensar que era feliz sin saber lo feliz que podría
haber sido". Al escribir estas palabras en un mensaje a mi amor, me di cuenta
lo triste que sería vivir en la cueva de Platón, ¡me da vértigo sólo de
pensarlo! ¿Cuántas personas viven en la sombra, cuántas tienen miedo a
entregarse por completo y vivir con todos los sentidos?
Muchos son los que tratan de evitar el sufrimiento y las emociones negativas a toda
costa. Pero evitar tiene un precio demasiado alto: vivir de forma gris, vivir a medias o
pasar de puntillas, sin hacer ruido. Quien se entrega al amor, a los amigos, al trabajo,
incluso a sí mismo, corre un riesgo mayor que quien no lo hace... pero merece la
pena. Porque la otra alternativa, la de esconderte, protegerte y poner el escudo "anti
dolor" no es la solución. Nadie consigue aislarse del sufrimiento, porque no es algo que
solo dependa de ti. Puedes ser cauto y no ser apasionado en el amor por miedo a que
te abandonen, puedes ser comedido y no cambiar nunca de trabajo a pesar de no
sentirte realizado, por miedo a no encontrar nada mejor; o puedes ser protector y no
permitir que tus hijos vayan de excursión por miedo a que se caigan o tengan un
accidente. Pero nada de esto será suficiente, porque la vida es caprichosa y te
depara situaciones y momentos que no puedes controlar, por mucho que tú te lo
propongas.

Las personas con miedo a sufrir viven en su burbuja, en la zona de confort. En esa zona
tu mundo es controlable, ahí te sientes seguro y a gusto... pero es un lugar limitante,
en el que cuesta evolucionar y dar un paso al frente. En la zona de confort no existe
el peligro y te sientes como pez en el agua.

La única forma de superarnos y crecer es salir de la zona, enfrentarte a lo que te da


miedo, atreverte, ser valiente. Hay una incompatibilidad entre la idea de "en dónde
estamos" y "en dónde tenemos que estar". Estar en la zona de confort no significa
estar confortable.
Cuando decides salir de la zona y buscar
otra oportunidad en la vida que te enriquezca más, al principio tendrás la sensación
de pérdida o de dar un paso hacia atrás. Dejarás de tener ese trabajo cómodo en el
que todo es predecible, o te sentirás solo hasta que superes el duelo de esa pareja con
la que te sentías marchito, incluso puede que tengas agujetas porque empezaste a
hacer ejercicio. No te preocupes, esta sensación es pasajera, forma parte del
cambio. Porque quien se atreve a cambiar cuenta con que tiene que sufrir,
aprender a andar solo, formarse o luchar por lo que anhela... A nadie nos regalan
nada, y si decides ir a por algo, porque piensas que esta opción te hará feliz a corto,
medio o largo plazo, tienes que contar con que todo no va a ser un camino de flores,
sino que te encontrarás con el bache del esfuerzo, el de la soledad y del
cansancio... pero al final del camino te sentirás orgulloso por lo que invertiste en
alcanzar el premio.

Si interpretas que las emociones negativas forman parte de la evolución y de la


naturaleza humana, y que aprender a lidiar con ellas es signo de madurez y fortaleza,
entonces serán mucho más llevaderas... porque sabes que son parte del proceso.

La vida pasa mientras tú sigues en tu zona de confort. Necesitas observarte como


alguien sin límites, con potencial, capaz de ir más allá del lugar en el que estás ahora.
Seguro que tienes mucha más capacidad de la que tú percibes. ¿Quién te está
limitando, tú?

Las personas emocionalmente valientes no piensan en protegerse de los demás, ni de


tomar decisiones con riesgo (como todas las decisiones), ni de las consecuencias
catastróficas de actuar... porque sobre todo valoran lo que les aporta el amor, la
amistad, crecer y superarse, innovar y reinventarse. Saben que siempre pueden
perder, pero valoran más lo que pueden ganar. Y en el caso de que las cosas no
salgan como desean, se quedan con el aprendizaje y la experiencia.
Como dice Sabina en El Joven Aprendiz de Pintor: "Si no hubiera arriesgado tal vez
me acusaría de quedarme colgado en Calle Melancolía, y eso sí que no... no, no,
no, no, no, no...
¿Por qué nos cuesta tanto salir de la zona de confort, aunque nos sintamos
estancados en nuestra comodidad?

Porque la zona de confort o status quo cubre dos de las


necesidades básicas del ser humano. La primera es la necesidad de control: en la zona
de confort uno tiene la sensación de que puede predecir, de que puede controlar lo
que sucede. Y no suelen gustarnos las cosas que no son predecibles. La segunda es la
sensación de significancia: nos sentimos importantes porque controlamos o
dominamos algo. Salir de esa zona de confort es olvidarse de esas necesidades y entrar
en la zona de incertidumbre en un mundo donde a lo mejor hay que partir de cero y
aprender nuevas competencias. Ante ello, podemos tener la sensación de perder la
identidad, y eso nos da mucho miedo.

- Afirmas que cuando alguien entra en la incertidumbre, la naturaleza le ha hecho


un regalo…
Sí, porque aumenta su espíritu explorador, su capacidad de atención, su creatividad…
El cerebro humano está absolutamente dotado para hacer frente a la incertidumbre.
Citaré tres mecanismos que se activan y que nos dan capacidad de adaptarnos.
En primer lugar, aumenta el riego sanguíneo en una parte de la corteza cerebral
llamada área prefrontal, básica en los procesos de creatividad y en la toma de
decisiones. Como resultado de este aumento de trabajo neuronal, estamos más atentos
y aprendemos más deprisa.
En segundo lugar, aumenta el número de neuronas de una zona del lóbulo temporal
del cerebro llamado hipocampo. Esto favorece el control de los centros del miedo y
eleva los niveles de dopamina, potenciando nuestro interés y curiosidad para explorar.
Y en tercer lugar, hay un sistema reticular activador ascendente, situado en el tronco
del cerebro, queactiva la potencia de la corteza cerebral. De modo que estos tres
sistemas –área prefrontal, hipocampo y sistema reticular activador ascendente–
colaboran para que nuestro cerebro sea mucho más capaz.
No podemos convertirnos en lo que queremos ser,
permaneciendo en lo que somos". Frases para
cambiar vidas.

Autor: Max DePree


Si la inercia es la propiedad que tienen los cuerpos de permanecer en su estado de
reposo o movimiento mientras no se aplique sobre ellos fuerza alguna, instalarse en la
llamada zona de confort es una suerte de inercia, por la que una persona tenderá a
permanecer inmóvil si nada le obliga a activarse.
Por ejemplo: salir de la zona de confort implicaría para alguien sentir la necesidad
reconocida de dejar un trabajo poco satisfactorio y que el miedo a las consecuencias
de hacerlo se lo impida.
Cuando algo amenaza con romper nuestros hábitos más acendrados, nos sentimos
incómodos y nerviosos. Estos sentimientos negativos son soslayados mediante la
evitación y la insistencia en vivir exactamente la misma vida de siempre, rechazando
todo cambio. Ante la ocasión de entrar en territorio desconocido, una situación
impredecible, temblamos y, a menudo, preferimos replegarnos aferrándonos a lo
que ya conocemos. Por tanto, lo que nos mantiene dentro de nuestra zona de
confort es el miedo.
Si tenemos miedo y tratamos de evitar todos los errores a cambio de lo que
consideramos que es seguridad, perderemos también la mayoría de las
oportunidades. Las personas que nunca cometen errores nunca hacen nada nuevo.
¿Cómo salir de la zona de confort? si reconocemos que permaneciendo ahí
estaremos en un nivel muy por debajo de lo que nuestro potencial nos permitiría
alcanzar, quizá nos activemos. Pero para salir voluntariamente necesitarás seguir un
plan de acción, normalmente en contra de lo que son tus hábitos y costumbres y, en
definitiva, de lo que tu cuerpo te va a decir que “le apetece”. La fuerza de voluntad
es la chispa que puede ponerte en marcha.
No te des excusas. Si das el primer paso y te preparas para empezar, te va a costar
más dar marcha atrás, que terminar lo que ya has empezado.
Y para finalizar, trata de reflexionar sobre el hecho de que si te quedas toda la vida
'aparcado' en lugares que ya conoces, puede que el día que te topes con lo desconocido
(que llegará) no sepas qué hacer. Lo cierto es que aunque no lo quieras ni lo pretendas,
de todos modos, la propia vida se encargará de llevarte a lugares donde te sentirás
incómodo e inseguro, fuera de control.
Abre voluntariamente tus horizontes. La vida no es unidimensional, posee matices,
aventura, pasión y riesgos... Quedarse en el ámbito de lo ya conocido es renunciar
a las maravillas que te esperan al otro lado, en ese lugar incierto donde ocurren
los portentos y los milagros.

"Nadie ha muerto de incomodidad, sin embargo, la comodidad ha matado más


ideas, más oportunidades, más acciones y más crecimiento, que todo lo demás
junto. El confort mata." (T. Harv Eker

La zona de inconfort. Pablo Arribas.

¿A quién de vosotros le gustan las


sorpresas?
Mentira, solo os gustan las sorpresas que queréis.
A las demás les llamáis problemas.
Tony Robbins.
Si yo fuera jefe de un ejército y esto fuera la Edad Media, si me encontrara con un
castillo en lo alto de una montaña alejada, con foso, gruesas murallas y rodeado de
guardianes, no huiría pensando “vaya rey tan poderoso”, daría orden de atacar
diciendo “vaya un monarca tan acojonado”.
Tendemos a pensar que a más candados, más seguridad, y construimos nuestra vida en
unespacio cerrado y bajo llave. Sin embargo, el ideal de seguridad es la ausencia de
cerrojos. En lugar de trabajar por tener un buen sistema de seguridad, control y
alarmas, quizás sería mejor hacerlo para lograr una vida de puertas abiertas que
permita entrar las sorpresas. ¿Y si las cosas más bonitas aún no las hemos visto?
Es un error pensar que somos obras concluidas. Hacerlo es el principio del conformismo
y de una existencia apagada: “yo es que soy así”, dirán. Cada vez sospecho más de
aquellos que parecen muy seguros y cada vez admiro más a aquellos que saben decir
sin esconderse “pues oye, no lo sé”. La seguridad es el traje favorito de la ignorancia.
Aquel que apenas se sorprende y dice “es que yo he visto mucho”, en realidad lo que
ha visto es poco. El mundo es demasiado grande para perder la capacidad de asombro.
Uno de los mayores síntomas de la búsqueda de seguridad es la obstinación por tener
razón. Sin embargo, el mayor prodigio de nuestra mente no es tener razón, es ser
capaces de cambiar de opinión o soportar la duda. Tener una mentalidad fija en un
mundo cambiante es, cuanto menos, poco adaptativo. La grandeza de una persona no
está en acertar, sino en aceptar el reto de crecer. Dar más importancia al aprendizaje
que a nuestro ego supone un salto cualitativo, y un salto así nunca es al vacío.
No hay mayor enemigo del crecimiento que el estatismo, la rutina y la cabezonería,
del mismo modo que no hay mejores amigos de la creatividad que el movimiento, la
experimentación y la humildad. Atreverse a crecer es una elección que evidencia uno
de los más grandes actos de valentía. Es dar el paso para verse pequeño, para saberse
poca cosa y para renunciar a ese ego de creernos el centro. Madurar es aprender que
vale más no saber nada de un mundo enorme que saberlo todo de un mundo pequeñito.
A fin de cuentas, ¿qué es más hermoso?, ¿creerse en el cielo y mirar desde arriba la
tierra o saberse en la tierra y mirar desde abajo al cielo? (Importante recordar que la
palabra humildad deriva del latín humus, tierra).

Dice Seth Godin que “la búsqueda de


la respuesta correcta es enemiga del arte”. Quizás la mejor forma de pasar por la
vida sea como un artista. Ellos saben que el milagro de nuestra humanidad no es tratar
de ver las cosas como son, sino rebelarse para transformar el mundo, y que no hay arte
sin riesgo. Lo que da belleza y valor a los acróbatas y trapecistas no es lo que hacen
cuando están sujetos, sino cuando están en el aire. Son esas décimas de segundo las
que convierten un ejercicio en espectáculo. Son esos leves instantes en el aire los que,
aunque sean cortos, sirven para justificar que el hombre, si quiere, vuela.
“El que no arriesga no… nada. Ni pierde, ni gana; ni sufre, ni ama. ”.
No existe una sola esfera bañada totalmente por la seguridad. Todo cuanto tenemos
es susceptible de ser perdido: tu pareja, tu familia, tu trabajo, tu dinero, tu vida. No
hay forma de escapar, y la única forma posible de no sufrir es la completa negación a
todo. El que no arriesga no… nada. Ni pierde, ni gana; ni sufre, ni ama. “La
alternativa a la inseguridad no es el paraíso de la tranquilidad, sino el infierno
del aburrimiento”, dice Zigmunt Bauman. El mundo no es un lugar cómodo y seguro,
es un lugar incierto con sus picos y valles. Hace falta ser muy valiente para amarlo tal
cual se presenta. Cualquier moneda que no tenga dos caras es falsa (y nos hace pobres).
Ante lo incierto, es normal sentir temor. En el mundo no están a un lado los que tienen
miedo y al otro los que no –miedo tenemos todos–, están los que temen desde la orilla
y los que temen desde la barca, los que aspiran a los tesoros y los que los dejan para
otros.
Todo cuanto vale la pena está en la zona de inconfort, porque todo es la zona de
inconfort. No se trata de si sales o no de tu zona de confort, sino de si tiras tus muros,
miras a la cara a los acontecimientos y aceptas que lo único cierto es que todo es
incierto. Crecer es alejar la valla; la plenitud, quitarla.
Mudarse a la zona de inconfort es mudarse a ‘El universo de lo sencillo’: es ser
valiente, atreverse a fracasar y pelear por no ser tu plan B; es aprender a soltar,
disfrutar del vértigo y vivir de forma que te duela marcharte. Mudarse a la zona de
inconfort es descubrir que nada importa tanto como nos creemos y que solo somos unas
pequeñas cosas en medio de la inmensidad, que tenemos las horas contadas y que lo
mejor que podemos hacer es dejar de preocuparnos por cosas insignificantes, mirar la
vida como un juego y empezar a divertirnos.

Por esto, tienes dos opciones: ir o no ir; salir o no salir. Si no vas es posible que no
pase nada que valga la pena, pero también lo es que pase algo. Si no vas, si te quedas,
puedes esperar a que te cuenten qué pasó y, quizás, alegrarte si no te perdiste nada.
Ahora bien, si vas, es posible que no pase nada, pero también lo es que pase. Corre
el riesgo, sal, di sí, porque tal vez no ocurra nada, pero tal vez aparezcan los mejores
momentos de tu vida.

CÓMO AFRONTAR UNA CRISIS. Cristina Llagostera

Los momentos críticos pueden convertirse en una oportunidad de crecimiento si


se viven con aceptación y comprensión.

LAS CRISIS PERSONALES MÁS FRECUENTES:


DE PAREJA: Supone replantearse la vida de pareja, si seguir juntos o separarse, cuando
el nivel de conflicto o insatisfacción fuerza a decidir entre: realizar cambios en la
relación, seguir igual o a la separación.
FAMILIAR: Aparecen a menudo en momentos de transición, pues generan cambios en
la estructura familiar, como, por ejemplo, cuando se incorporan o se despiden (por
muerte o porque marchan de casa) miembros de la familia.
DE IDENTIDAD: La definición que tenía la persona acerca de sí misma se pone en
cuestión a raíz de un suceso, una pérdida, un fracaso o cambios vitales. Es común
sentirse desorientado, sin propósitos, hasta que la persona encuentra una nueva forma
de definirse.
VITAL: Son las crisis que acontecen cuando se pasa de una fase vital a otra: Al pasar
de niños a adolescentes, al marchar de casa, inicio del trabajo, ser padres, entrar en
la madurez, etc…

La palabra crisis asusta. La asociamos a momentos difíciles y dolorosos, a


incertidumbre, confusión. Decimos que estamos en crisis cuando algo amenaza con
quebrarse: tememos perder el trabajo, dudamos sobre nuestra vida en pareja, nos
sentimos descontentos con nosotros mismos… Algo que hasta entonces era una parte
sólida y segura de nuestra vida se pone en interrogante, produciendo una incómoda
sensación de inestabilidad.
Son muchas las formas y los niveles en que puede manifestarse una crisis, desde
síntomas físicos y psicológicos hasta problemas familiares o sociales, así como también
son muchos los motivos que pueden favorecer que emerja un conflicto. Las pérdidas
importantes, los fracasos, las exigencias, los cambios… pueden hacer que la tensión
llegue a un límite y se desborde. Entonces aparece el conflicto en su máxima
expresión, como el punto culminante de un proceso que ha podido gestarse durante
tiempo.

Si reducimos las crisis a su aspecto negativo nuestra visión de los hechos queda
limitada, simplemente son situaciones que nos asustan, nos sobrepasan y que
preferimos evitar. Pero en griego la palabra Krisis significa también decisión,
cuestionamiento. En medicina, por ejemplo, se denomina «crisis curativa» al
momento decisivo de la enfermedad, en el que puede darse un cambio tanto hacia la
mejoría como hacia el empeoramiento.
Todas las crisis implican estas dos realidades, puessuponen un peligro y una
oportunidad. El peligro viene dado porque sufrir una crisis significa atravesar un túnel
oscuro, donde se pierde por un tiempo la claridad y las referencias, donde es probable
extraviarse o quedarse encallado. Y supone una oportunidad porque si se logra
atravesar ese túnel, si se consigue aceptar lo que surge y se sigue avanzando, es posible
salir a otro lugar, diferente, transformado y con mayor comprensión tras la
experiencia.
Todos en un momento u otro tendremos que enfrentarnos a algún tipo de crisis, la
cuestión posiblemente esté en cómo vivirla para atenuar la desorientación y
convertirla en una oportunidad de crecimiento.

¿POR QUÉ AHORA?


Una persona sufre de improviso, sin razón aparente, un ataque de pánico. A partir de
ése día el miedo a que vuelva a repetirse trastoca su vida. Otra persona siente desde
hace tiempo una gran desolación, nada le apetece y todo le supone un enorme
esfuerzo. Una pareja se pregunta si seguir juntos o separarse tras una infidelidad. La
angustia, la depresión y el rencor respectivos… deben entenderse como síntomas y,
por lo tanto, como la parte visible de una crisis.
Si se pregunta a estas personas, u a otras con problemas distintos por qué ha aparecido
ahora, en ese preciso momento, esa crisis, algunas podrán ligarlo a una situación
personal que les está preocupando o haciendo sufrir especialmente. Sin embargo, otras
veces, el motivo real se mantiene velado y la persona no entiende el porqué de su
malestar, ni sabe qué es lo que realmente le pasa.
Todas las crisis aparecen en un escenario determinado, en un momento puntual de
la vida, ante unas circunstancias peculiares, con una historia personal como
base… Los síntomas, por lo tanto, no caen del cielo, ni aparecen por casualidad, sino
que tienen un sentido dentro de la historia de cada uno.
Descubrir algo de este origen y del escenario en el que se han labrado los síntomas es
importante. Sin embargo, para lograrlo uno ha de esforzarse o a veces recurrir a ayuda,
pues en los momentos críticos la confusión y el caos emocional enturbian la visión que
se tiene de las cosas. Para empezar a tirar del hilo cabe preguntarse: ¿qué cambios se
han dado en los últimos tiempos? ¿qué situaciones han precedido a la crisis? o ¿qué
realidad interna se ha mantenido negada y se ha acumulado hasta desbordarse?
Intentar comprender la crisis, por muy difícil que sea, no es otra cosa que intentar
comprenderse a uno mismo.

EL MENSAJE DE LOS SÍNTOMAS


Los síntomas son la forma que adopta la crisis. Pueden ser más o menos intensos,
más o menos duraderos, pero en todo caso son la expresión de un conflicto que sale a
la superfície. Podemos negar ése síntoma, podemos intentar taparlo cuanto antes con
medicación, pero es preciso recordar que aunque resulte desagradable o cause
sufrimiento, tiene una función: informarnos de que algo no anda bien.
¿Qué ocurriría si ante una señal de alarma en lugar de apagar el fuego apagáramos la
señal? De alguna forma así se reacciona a menudo con los avisos que envía el
organismo. La medicación en una crisis puede ser necesaria, a veces incluso
indispensable, pero en todo caso debería ser un medio, un recurso para iniciar cambios
o aclarar la situación, y muchas veces se utiliza como un fin, para silenciar los
síntomas y simplemente dejar de sufrirlos.
El dolor, la angustia, los miedos, la sensación de vulnerabilidad, la tristeza… en
ocasiones pueden ser muy difíciles de soportar. Pero hay algo que puede ayudar a
tolerarlos mejor: darles un sentido. Si entendemos los síntomas como parte de un
proceso mayor, de una crisis, no sólo son algo desagradable y que nos causa molestia,
sino que también son una puerta de entrada a un posible cambio, pues permiten que
salgan a la luz conflictos o emociones y que a partir de aquí se puedan elaborar.

¿Qué pasaría si en lugar de luchar contra estos


síntomas los utilizáramos como aliados? Lo primero es que tendríamos que
responsabilizarnos de nuestro propio proceso. Ya no podríamos echarle la culpa a la
depresión o a la ansiedad, o utilizarlas según nos convenga, sino que veríamos la
necesidad de tomar partido y de buscar maneras para atravesar esa crisis. Lo segundo
es que al aceptar los síntomas podríamos aprender a descifrar su mensaje, intentando
entender el lenguaje metafórico en el que nos hablan.
La diferencia entre encontrar un sentido a la crisis o no es como adentrarse en el túnel
con o sin linterna. Con esta ayuda ya no se dan tantos pasos en falso, ni es tan fácil
perderse. La persona puede orientarse mejor, aunque igualmente tenga que atravesar
pasos angostos. Si alguien comprende, por ejemplo, que su malestar se debe a que
tiene que aclarar algún conflicto personal, a las secuelas de un duelo mal vivido, a
estar atravesando un época de cambios, o un replanteamiento general de su vida…
este entendimiento le ayudará a sobrellevar mejor la crisis.

EL LAZO DEL PASADO


Hay momentos en que el riesgo de que aparezca una crisis es mayor, como en las
etapas de transición, cuando se cumple un ciclo vital y se inicia otro. El nacimiento,
la pubertad, el paso de la emancipación, traspasar el ecuador de los cuarenta, la
entrada en la madurez, la jubilación y, por último, la muerte, son sólo algunas de las
transiciones importantes que jalonan la existencia.
El tránsito de una fase vital a otra puede ser complicado. Implica cambios importantes
pues, como indica la palabra, transitar significa moverse hacia otro lugar. Se pierde,
por lo tanto, el equilibrio mantenido hasta entonces y es preciso encontrar un nuevo
orden, una nueva forma de funcionar. Este desequilibrio transitorio normalmente se
resuelve sin problemas, pero en ocasiones la persona queda atrapada, con dificultad
para alcanzar la otra orilla. Entonces la crisis es más aguda.
Los rituales se han utilizado durante milenios para marcar un hito en las fases de
transición. El acto simbólico tiene como función principal realizar el paso hacia la
siguiente etapa de manera consciente, con el respaldo y reconocimiento social. En la
actualidad muchos de estos rituales se están perdiendo o ya no se viven cargados de
sentido, con lo cual estos momentos delicados en que pueden aparecer miedos, vacío
o desconcierto, carecen de la contención y del orden que aportaban los antiguos ritos.
Las transiciones suponen momentos cruciales en los que es posible dar un salto
evolutivo hacia delante. Sin embargo, los conflictos que generan estos cambios
favorece que en estas fases a menudo aparezcan síntomas problemáticos. La crisis
expresa entonces un dilema, una división interna entre dos posibles caminos, y como
tal sus síntomas también conllevan una ambivalencia:por una parte señalan la
existencia de un problema y plantean la necesidad de un cambio, mientras que,
por otro lado, representan el más potente refuerzo de la anterior estabilidad, de
lo que en realidad está generando el problema.
La anorexia de una adolescente, por ejemplo, puede reflejar un conflicto en el paso
entre ser niña y mujer. Por un lado expresa una necesidad de mayor autonomía, de
diferenciarse y decidir, aunque sea diciendo «no» a la comida. Pero, por otro lado, el
propio síntoma encadena a la adolescente a una situación en que la controlan y vigilan
lo que come, justo como si fuera una niña.

ATRAVESAR EL TÚNEL
Las crisis tienen un inicio, una cúspide y un desenlace. Uno no elige entrar en ése
túnel, sino que de repente se encuentra en él, y aunque muchas veces desearía volver
atrás o cerrar los ojos para no ver dónde se encuentra, no hay más remedio que
atravesarlo.
No existe una forma única o correcta de vivir las crisis, precisamente porque cada crisis
es distinta. Pero sí existen indicaciones que pueden servir como guía en ese
recorrido. Quien está inmerso en una crisis no sabe muy bien en qué punto se halla,
ni cuando va a llegar al final, ni entiende que ese sufrimiento y esa confusión le
puedan servir para algo. Lo que más desea es atajar como sea esa situación, pero el
propio proceso exige precisamente lo contrario: tiempo. Esto no significa que la
persona deba adoptar una actitud conformista o pasiva ante lo que le sucede, pues
aunque no ha elegido esa situación sí puede decidir cómo quiere afrontarla.
Un primer requisito para que el proceso siga adelante y no se estanque es aceptar lo
que aparece. Si la persona no lucha contra lo que siente, si admite que se siente
desarmada, triste, insegura… Si reconoce que está en crisis, que no sabe lo que pasará,
y si acepta el momento en el que está, hay mayor probabilidad de que la crisis pueda
utilizarse como una oportunidad de cambio.
Las situaciones críticas nos ponen a prueba en muchos aspectos y son varios los peligros
que se deben sortear. Uno de ellos puede ser quedarse atrapado por el miedo y la
sensación de amenaza.

El miedo suele ser un compañero habitual y poco


grato de estas travesías. Miedo al territorio desconocido hacia el que nos dirigimos, a
que el sufrimiento no tenga fondo. Miedo a las sensaciones extrañas que se sienten, a
llegar a hacer daño o a dañarse en un momento de descontrol. Miedo a volverse loco,
a morir, a enfermar, a no volver a ser el de antes… Para que estos temores no frenen
el paso esimportante reconocerlos como lo que son: miedos, y diferenciarlos de la
realidad. Que alguien tenga miedo a enloquecer por el momento caótico que está
viviendo no significa que esté loco, o que se tenga miedo a no poder superar una crisis
no significa que no se sea capaz.
Otro posible peligro es quedarse acomodado en los síntomas, prefiriendo ése
sufrimiento al que supone avanzar. Existen múltiples razones, conscientes o
inconscientes, que pueden anclar a una persona en sus síntomas: le aportan algún tipo
de beneficio, aunque sea aplazar responsabilidades o nuevos desafíos, protegen la
estabilidad propia o familiar, o quizá porque a veces sale más rentable sufrir que
cambiar.

RENOVARSE
Cada crisis puede considerarse una pequeña muerte. Tras atravesar el angosto túnel
la persona puede renacer como alguien distinto, cancelando una época de su vida e
inagurando otra. Para lograrlo es preciso aprender a soltar, despedirse de lo que se
dejó al otro lado, de todo aquello que hasta hace poco resultaba conocido y familiar y
aventurarse hacia algo nuevo.
Con frecuencia para que una situación mejore o cambie es necesario que primero entre
en crisis. Sólo cuando se pone en marcha el esfuerzo de todo el organismo, de ambos
miembros de la pareja o de toda la famila, es posible movilizar una situación que se
ha quedado enquistada. Y a veces eso sólo se consigue cuando una crisis nos coloca
entre la espada y la pared, y nos fuerza a decidir o hacer algo.
Así como un ordenador necesita actualizar su información y sus programas para no
acabar bloqueado, las crisis nos sirven para que podamos renovarnos. En ocasiones
es preciso replantearse las propias ideas, creencias, valores o formas de vida para
adaptarse a nuevas situaciones o a cambios, o simplemente para seguir mejorando.
Por eso, una forma de prevenir grandes crisis, un gran cataclismo personal, es
actualizarse de vez en cuando, sin dejar que la información y los conflictos se
almacenen hasta que produzcan un bloqueo y se requiera una reparación de mayores
proporciones.
Un mar calmado no hace buenos marineros, dice un proverbio inglés. En los momentos
de marejada y tempestad, cuando todo está completamente revuelto y sentimos
amenazada nuestra seguridad, también descubrimos cuáles son nuestras fuerzas y
recursos. Cuando todo vuelva a la calma veremos que atravesar aquello que tanto
nos atemorizaba nos ha servido más que cualquier otra vivencia para aprender a
navegar mejor.

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