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“Corpolíticas y cuerpo. Lautréamont y Zola: dos cortes” en AA.VV.

, El cuerpo, las
máscaras y otros temas en literatura de habla francesa, La Plata, Ediciones al Margen,
2008. (“Corpolíticas y cuerpo. Lautréamont y Zola: dos cortes”, pp. 169-176) ISBN
978 987 618 029 0.

Corpolíticas y cuerpo. Carne y corte. Lautréamont y Zola

En las vísceras de la poesía crece el alimento para la agitación profunda del ser,

en la interpretación de los cuerpos como organismos políticos de un discurso social y

transliterario. Isidoro Ducasse, conde de Lautréamont, hizo surgir una nueva concepción

en las dinámicas entre cuerpo y lenguaje, partiendo de su búsqueda en el siglo XIX y

abriendo paso a las políticas del cuerpo y el peso de la carne que el siglo XX desplegó.

Maldoror representa el mal en la tragedia de su propia contemporaneidad, en la

posición moral de un fatalismo de los cuerpos que trasciende las esferas de la propia

existencia. Al colocarse Maldoror en una zona de extremo respecto a la poética del mal,

se construye políticamente su singularidad maligna, como parte de un carácter que

exagera el mal hasta conquistar las últimas cáscaras de su naturaleza ontológica.

En su Babel de lenguajes poéticos, hay una ideografía política. El cuerpo devino

un objeto de la filosofía al fundar el conocimiento sobre el análisis de la percepción, de

la sensación y de la emoción. La cuestión del cuerpo y la fenoménica de la carnalidad se

refunda -después de Rabelais- en la poética de la carne de Lautréamont que habilita

trabajos esenciales tanto de Michel Onfray, Michel Serres y Michel Foucault1 logrando

un último y especular avatar a través de la interpretación feminista que le dieron Simone

de Beauvoir y Hélène Cixous2, autoras respectivamente de El segundo sexo y de El

tercer cuerpo, con paradigmas que en un mismo recorte eligen criterios concomitantes

de reflexión.

1
FOUCAULT, M., (1984), Le souci de soi, Histoire de la sexualité, Paris : Gallimard. SERRES, M., (1985), Les cinq sens, Paris,
Grasset. ONFRAY, M., (1989), Le ventre des philosophes, Paris : Grasset.

2
BEAUVOIR, S., (1945), Le deuxième sexe, Paris : Gallimard. CIXOUS, H., (1970), Le troisième corps, Paria : Ed. Grasset.

1
El cuerpo y su comprensión desde la contemporaneidad implican prácticas de

liberación de sí, al conocer los límites de la carnalidad y la búsqueda de los extremos de

esa orilla de la percepción y de la aprehensión del mundo. La filosofía del cuerpo

interroga a las normas, en la deconstrucción de la carne, deconstruyendo a su vez

hábitos y normas que están siendo revisados y recategorizados. La concepción de un

sujeto libre se moldea sobre la base de las libertades de esa corporalidad hecha

constructo a través del amasijo clásico carne-espíritu, comprendiendo una interpretación

acabada de los derechos del hombre y de la mujer.

La literatura contribuye de manera especular a revisar esas concepciones

bioéticas de aplicación sobre el cuerpo y la carne donde se impugna las fenoménicas de

la pornografía, del sadomasoquismo y del “rapport” virtual criticando justamente a ese

cuerpo que aún mantiene el dualismo del espíritu en disociación con el cuerpo, en

nombre de un sujeto que llamaremos “encarnado”.

Maldoror será quien tome -por primera vez- con virulencia el discurso de

amenaza que es el inicio de una lucha contra el antropocentrismo. Buscando él mismo

su forma y transmutándola en la de otros animales aumenta la expansión mágica de su

persona; provocando un cambio en la morfología humana obtiene la clave que lo llevará

a tener una mayor armonía con todas las especies. El hombre normal declara su

narcisismo sobre cualquier ser vivo y hace desfilar sus posibilidades destructivas. El

hombre habita dentro de la ignorancia antropocentrista. El iconoclasta que se rebela

contra toda esta estructura del moralismo social es definido dentro del marco de la

política del mal El drama maldororiano está en la conceptualización de la vida en el

mal. Más allá de representar esta idea de un body-mind, en esta oposición alma-cuerpo,

parece ser más bien el cuerpo y la carne quienes analizan y reinterpretan la historia de la

filosofía permitiendo una relectura de la psicología, de la fenomenología y –como

2
enseña Lautréamont- de la antropología. Miro el mundo desde mi carne hipostasiada,

desde el equívoco del cuerpo, desde esa compleja base epistémica aplico la observación

del mundo.

Lautréamont hará un recorrido más que visceral para resolver el enigma del

canibalismo embrionario que parasita al ser humano. Es en la reunión ritual de los

opuestos donde Maldoror obtiene su catarsis, pues dos naturalezas igualmente violentas

estallan en un cuerpo poético librándolo momentáneamente de la angustia universal que

lo ahoga. Maldoror, como corporización del remordimiento humano y la necesidad de

trasponer el umbral carnal, hurga en la fatalidad dionisíaca del desmembramiento, al

sufrir ese despedazamiento a manos de su amante, vampiro de sus anhelos. Se dirige a

un mundo negro definido por la atracción magnética del Tánatos. Lautréamont se

despide de su primer canto inundado con enfermedades, cadáveres y vampiros. La

oscuridad le muestra al hombre su propia oscuridad. Desde que Claude Bruaire hablará

en 1968 de Philosophie du corps como disciplina -retomando presupuestos de Husserl,

Nieztche y Merleau Ponty- se ha abierto una posibilidad teórica de comprensión de

filosofías del cuerpo que abren y renuevan los acercamientos, los métodos y los objetos

de estudio sobre esta temática

A partir de Maldoror, el asco puede ser otra forma de apetito. No sólo en la

mente vampírica que succiona sino en el delirium antropofágico del hombre. La carne

es ofrecida como alimento ritual para que la peste haga su festín y se fertilice en la

parasitación, de la misma forma en que un cuerpo se oferta y se ofrenda a las relaciones

de devoración. Si el hombre en ese salto genuino e imaginativo de traspaso del umbral

de la carne se enfrenta con condicionamientos del orden de los sagrado y lo pagano, del

orden de la relación hombre-Dios, entonces la violencia que ejerce el hombre sobre sí,

3
es un puro signo humano. El hombre defecará sobre su simbolismo al evacuar su

universo físico.

Desde las teorías del corps morcelé, las particularidades que ofrece el caso

maldororiano tiene que ver con un reinterpretación también de la fenoménica del

desmembramiento, del cuerpo desgarrado que se animaliza en la operación y empieza

articular un discurso de victimización, de no acatamiento de los condicionamientos

establecidos por la biología

El concepto de trozo, parte o pedazo adquiere carácter nigromántico y operan

sobre una relación de fuerzas donde -entre el bios y el tanatos- se decide una nueva

concepción. Esas partes se desprenden y abandonan una unidad y se vuelven partes de

una naturaleza en análisis, en partición. Serán la presa objeto de estudio, fragmento

donde ver, ya no la unidad, sino la politización de la carne misma. Este acto implica la

blasfemia contra los condicionantes, contra Dios, cuyo odio –literalmente- nace de las

tripas o de la destripación. Desde Lautréamont, podemos decir entonces –parafraseando

la famosa tesis sartreana-: el infierno no son los otros, el infierno es el cuerpo, movido

por fuerzas de execración, móvil de fuerzas tanáticas, fanáticas y viscerales.

Ese odio recrudece desde la lectura feminista por la actitud de Lautrémaont en

términos de un plus ultra de la misoginia al encarnar en la naturaleza femenina el

ámbito donde mora la putrefacción, negando arquetipos maternos y asumiendo la

reflexión sobre la dictadura y la política burguesa de los cuerpos en la relación

heterosexual. Maldoror será quien espíe -con afán de voyeur- la naturaleza humana,

para saber que en su desmembración “saltará” sobre nos una nueva dinámica del cuerpo

y sus alcances; aún, en su interpretación de la femineidad, la lectura de Maldoror

contribuye a las tensiones que el discurso feminista asumirá como pancarta y estandarte

respecto al cuerpo.

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Si bien desde Lautrémaont el nuevo conjunto de términos y relaciones se

establece en torno a un status particular del cuerpo, no significa que el cuerpo es el

fundamento esencial de la estructura, ya que la carne establece consideraciones de orden

relacional: la carne se vuelve un constructo espectacular de fuerzas relacionales. Por

más que se pretenda aislar a ese cuerpo presente en diversas manifestaciones del Sujeto

en la forma literaria, el cuerpo no es ya el objeto hipostasiado sino en la carne como

umbral, como un mecanismo biológico de deseos y de determinadas necesidades sobre

los que actúa desde el afuera un control que pone de manifiesto conexiones que son del

orden de lo discursivo, de lo sexual, de lo psíquico. Por ende, reafirmándose en la

posmodernidad, y respondiendo, a su vez, al famoso apotegma “La chair est triste”, ya

no hablamos de cuerpo sino de corporalidad, de corpolíticas. Ese cuerpo devino

corporalidad superando una idea ya antigua de residuo extrahistórico, mudo e

inmodificable, cuya “corporalidad” ahora es materia de codificación y de

decodificación... Dice Francis Baker en su ensayo Cuerpo y temblor: “ Mientras el sujeto

escribe, privadamente, desde ese lugar ciego e interno que es necesariamente ciego a efecto de

poder ver y necesariamente censurado para poder escribir, se despliega dentro de un modo de

representación cuya sustancia ya no tiene la materialidad del cuerpo antiguo. La carne se des-

realiza mientras la representación –que al fin se vuelve representacional – se separa de ella y

pone en funcionamiento una modalidad de significación para la cual, tomando una expresión

de Derrida, el cuerpo se vuelve suplementario. Ni del todo presente ni del todo ausente, el

cuerpo está confinado, ignorado, erradicado del discurso, y, sin embargo, permanece en el
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borde de lo visible, turbando el espacio del cual se le ha exiliado.”

En Emile Zola, a través de la relación entre carne y lectura en su novela Thérése

Raquin se habilitan ciertos protocolos aún factible de ser actualizados. Hablaremos de la

carne y sus metáforas en la forma en que Zola hace circular el deseo en torno al bullir de

3
BARKER, F. (1984) Cuerpo y temblor. Un ensayo sobre la sujección, Buenos Aires: Per Abbat, p. 82.

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la sangre y los músculos, atravesados por instancias de la fiebre y sus estados. Ante la

ruborización de la prensa a propósito de la temática de su novela, Zola dirá que sus

colegas tienen “nervios sensibles de jovencitas”. Zola se propone el estudio de

personajes que están dominados por los nervios y por la sangre; su objetivo es

ciéntifico. Se trata de cruzar dos naturalezas: la sanguínea con la nervisa; se trata de

estudiar en cuerpos vivos el trabajo que los cirujanos emprenden con los muertos. Casi

de manera pornografica, el oido de Zola se regodea en lo que de su obra de dice,

tildándola de ciénaga de lodo y de sangre, caracterizándola como lietratura de

alcantarilla, del orden de lo pútrido. Zola manifestará que sólo se trata de estudiar

temperamentos colocando a los cuerpos bajo la presión de las coyunturas y del medio

ambiente. Le debemos a Zola la teoría de la carne “esconde algo”: en el cuerpo de

Thérèse se adivina la animalidad, lo felinesco enfrentado al cuerpo enfermito de

Camille cuya maladie le empobreció la carne, una carne adolescente que no conoce el

menor estremecimiento. Será la aparición de Laurent quien ejerza una nueva

interpretación sobre las señales que el cuerpo de Thérèse provoca, como una suerte de

máquina de repeticiòn de signos corporales. Thérèse será la cortesana; su “sangre

africana” fortalece la idea de la voluptuosidad de un cuerpo que se entrega de manera

radical a la forma en que las “queridas, “frías y secas” hacen el amor a reglamento. El

gato Francois en el medio de la escena amorosa, ese gato atigrado, nos recuerda aquello

que los animales ven y no pueden comunicar, suerte de enfrentamiento especular entre

los animal domesticado y lo animal humano. Thérese –y el espacio relevante de su

cuello hecho parte, su cuello como zona de pasaje entre lo racional y lo emocional-

imita los gestos del gato. Laurent será en la novela la saciedad de los apetitos: amante

de la mujer, amigo del marido, mimado por la madre. La cofrontación que establece es

ejemplar entre el trabajo burgués y el ocio adúltero. Le debemos a Zola la escritura del

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sordo trabajo de los deseos circulando por partes del cuerpo retorcido en sus arrebatos

de animal. Hay algo de la pasión instintiva que se aloja en los músculos, que se incuba

en la sangre, que responde al mero capricho de los cuerpos. Zola es el lector “natural”

de la la paranoia en la carne excitada. Dice Gilles Deleuze en el prólogo a La Bête

humaine: “ Les instincts désignent en général des conditions de vie et de survie, des conditions

de conservation d’un genre de vie déterminé dans un milieu historique et social (ici, le Second

Empire). (…) Toujours le « naturalisme » de Zola est historique et social. L’instinct, l’appétit, a

donc des figures diverses. Tantôt il exprime la manière dont le corps se conserve fans un milieu

favorable donné ; en ce sens il est lui-même vigueur et santé. Tantôt il exprime le genre de vie

qu’un corps invente pour tourner à son profit les donnès du milieu, quitte à detruire les autres

corps ; en ce sens il est puisance ambiguë. Tantôt il exprime le genre de vie sans lequel un corps

ne supporterait pas son existence historiquement déterminée dans un milieu défavorable, quitte

à se détruire lui-même ; en ce sens l’alcoolisme, les prversions, les maladies, même la sénilité
4
sont des instincts. »

El cuerpo es el punto de partida del análisis. La experiencia corporal presenta un

aparte de lo real. Platon, Kant y Descartes se oponían a la idea de que haya un acceso a

la verdad a través del cuerpo. Hume, Condillac y Diderot partían del cuerpo y se

fundaban en el cuerpo. Partían de la sensación y de una información que el cuerpo

produce en interacción con el mundo exterior. El cuerpo produce ilusiones: él mismo es

por ende ilusorio. Hay una interacción entre el esquema corporal y la percepción del

cuerpo. Esta interacción toma la forma de una recalibración del esquema corporal. Es la

percepción quien percibe al cuerpo como disperso.

Los cortes que produjeron tanto Lautréamont como Zola en el siglo XIX

permitieron habilitar protocolos de lectura que en las postrimerías del Siglo XX

atravesaron las fronteras de la literatura y se ponen de manifiesto en obras

4
ZOLA, E., (2001), La Bête humaine, Paris : Folio Classique, pp. 8-9 Préface de Gilles Deleuze.

7
inclasificables de la literatura como el caso de Hèlêne Cixous o conllevan

intervenciones del orden de los performativo como el caso de la artista del cuerpo Orlan

que pone su porpia materia, su propia carne como espectáculo de instalación y de

reflexión.-

Bibliografía

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