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En ese sentido, los operadores jurídicos están obligados a aplicar las normas
según la estructura de las mismas –hipótesis y consecuencia jurídica- y no en
función de su conformidad con sus personales juicios morales. En ese sentido,
la tesis del rechazo a la conexión Derecho y moral, resulta parcialmente
acertada, puesto que validez y justicia son dimensiones distintas, lo que implica
que la norma es válida si se adecua a las razones del Derecho,
independientemente de si su contenido se considera justo.
Por otra parte, la existencia de valores en las constituciones es natural, toda
vez que son normas jurídicas creadas por humanos que no son “apolíticos” y
que por tanto están expuestos a valores que ponderarán en aras de
desarrollarlos normativamente. Luego entonces, no es concebible una
constitución que no incorpore valores en su texto y que no busque protegerlos
mediante enunciados normativos.
Aquí, la separación entre moral y Derecho no significa negar que las normas
constitucionales incorporen valores (molares), sino que la idea de que las
constituciones comprenden una pretensión de corrección, en palabras de Alexy,
supone, en último término, una concepción objetivista de la moral, es decir, un
objetivismo mínimo en materia ética.
El autor afirma que la idea de que los principios constitucionales son siempre
objeto de ponderación y no de aplicación genera un peligro para la
independencia de la jurisdicción y para su legitimación política.