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Hace tiempo que he argumentado que el análisis de la opresión en contra de las mujeres y
sus orígenes debe clarificarse a través de dos lineamientos, lo histórico y lo conceptual. La
dimensión histórica requiere que el mito del “presente etnográfico” se elimina por completo
y que los antropólogos se enfrentan con el hecho de que la estructura de relaciones del
género entre los pueblos que estudian no tiene un continuo que va de las relaciones de
producción pre-capitalista per se, pero de las maneras en las que éstas han sido afectadas
por historias particulares de colonización. La dimensión conceptual requiere un
rompimiento completo con la tendencia de interpretar todas las culturas en términos de
categorías derivadas de la sociedad capitalista. Tales categorías desfiguran la estructura de
las relaciones comunistas primitivas y por ende obscurecen las fuentes de jerarquías.
Igualmente crítica, como se ha señalado por las intelectuales feministas, es la necesidad de
aislar la asunción penetrante que las mujeres no son los actores en el escenario de la historia
humana al mismo grado que los hombres. Hay un amplio fracaso al reconocer que corregir
la desfiguración antropológica de los papeles de la mujer en la sociedad tiene implicaciones
profundas para la interpretación de la estructura social en general. En particular, el hecho
que los marxistas franceses no han lanzado una crítica global de la asunción de Lévi-
Strauss, que el intercambio de mujeres por hombres inauguró la sociedad humana, ha
servido para debilitar sus análisis de los modos de producción pre-capitalista.
La antropología y la historia
La importancia de ponerle constante atención a la historia me fue inculcada como alumna
de posgrado en Columbia University, cuando tenía la fortuna de participar en el seminario
de William Duncan Strong sobre “Perspectivas de tiempo y la Gran Llanura”. Strong
retomó elementos de la arqueología y la etnohistoria para demostrar que la cultura típica de
la Gran Llanura, como en ese momento se creía, no era indígena sino había sido un
resultado del desarrollo económico del siglo XVIII antes de que las diversas tribus, algunas
agricultores y otros cazadores y recolectores, aprovechaban del caballo y/o se mudaron
hacia o pasaron gran parte del año en la Gran Llanura. Agregaría yo que un mercado
ampliamente expandido para las pieles del búfalo aunadas a la presión de la tierra como un
resultado de la intrusión europea desde el este y el sur eran razones importantes también
para que se mudaran hacia las planicies. En un tiempo relativamente corto, los rasgos
sociales, rituales y materiales fueron tomados como prestados, desarrollados y/o elaborados
más allá de pueblos diferentes que los integraron en una cultura relativamente uniforme.
La orientación etnohistórica de Strong influyó en un número de tesis de doctorado,
algunas sobre los pueblos de la Gran Llanura y otras tratando otras áreas.
Subsecuentemente los estudios extensivos sobre la organización socio-económica y los
usos de la tierra de los indígenas norteamericanos fueron llevados a cabo en conjunto con
las acciones de Derechos Indígenas en los años 1950. Este trabajo reveló un hecho de
mayor significación para comprender las sociedades no estratificadas que existían en gran
parte de lo que sería después los Estados Unidos: las bandas, las aldeas y los pueblos
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1983, artículo publicado en Dialectical Anthropology, 7(4):263-284.
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El objetivo de Kroeber en señalar que las tribus, definidas como tal, eran un producto
de la colonización, requiere una aclaración que la organización tribal y el liderazgo no sólo
eran impuestos desde fuera. También surgía de los americanos nativos como una necesidad
de resistir la invasión blanca. Tales guerras que existían en las épocas pre – coloniales
tomaban usualmente la forma de incursiones bélicas por hombres jóvenes (y como tal las
mujeres escogieran de vez en cuando participar en ellas), quienes probaban su suerte en el
sistema de contar coup que le daba mayor prestigio sólo tocar los enemigos en vez de
matarlos. Cuando la guerra de supervivencia se volvió necesidad, los líderes fuertes
surgieron para unir a una o más tribus y cubrir esta necesidad.
De todas formas, Kroeber escribió que las “nacionalidades más grandes”, es decir los
grupos culturalmente afiliados y conocidos como tribus, eran “étnicos” pero “no políticos”
en el sentido de que no poseían el poder sobre sus miembros. Eran las “unidades pequeñas,
si se llamasen aldeas, bandas, pueblos, mini tribus, linajes u otra cosa…que eran
independientes, soberanas y tenían en usufructo un territorio”. Sin embargo, estas unidades
pequeñas no deben considerarse como tribus en miniatura, en el sentido de grupos con
cohesión fija y sujetos a la autoridad de un jefe y/o consejo. Una formulación como tal
viola la realidad de las sociedades organizadas comunalmente, en las que el movimiento
entre los grupos era fácil y frecuente; los derechos a la tierra no se veían con exclusividad;
las decisiones sobre las actividades individuales eran tomadas por aquellos que las llevarían
a cabo; y las decisiones sobre las actividades del grupo se tomaban por medio del consenso,
no obligando a aquellos que no estaban de acuerdo. Una formulación como tal deforma
también la estructura de las relaciones entre las bandas y las aldeas y las formas
ceremoniales complejas que afirmaban la cooperación y la amistad o la animosidad
potencial ritualizada y contenida.
Las discusiones de Kroeber y Fried sobre las formas políticas cambiantes demuestran
que tan injusto es considerar las culturas que han sido reconstruidas de la memoria de los
ancianos a finales del siglo XIX y a principios del siglo XX como “tradicional” en el
sentido pre-Columbino. De hacerlo de esta manera soslaya la participación activa de los
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americanos nativos en casi 500 años de historia post-colonial. Es como presentarlos como
unas figuras de cartulina, viviendo de acuerdo con las categorías de “rasgos culturales” en
“áreas culturales”, rasgos que no cambiaban pero fueron perdidos mediante la
“aculturación”.
Powell mencionó que las mujeres eran las principales de las familias entre los Wyandot y
que cuatro principales aunado a un hombre a la que ellas escogían formaban el consejo del
clan. Los consejos del clan en conjunto formaban el consejo de la tribu y eran los
responsables en dividir las tierras Wyandot entre los clanes. Las mujeres consejeras de cada
clan eran a su vez responsables por dividir estas parcelas entre las unidades de residencia
[los hogares] y para los asuntos como otorgarles nombres personales y discutir y dar
consejo en los matrimonios. Aparentemente el consejo entero, esto es, incluyendo el único
miembro masculino, trataba ciertas transgresiones mientras otras eran enviados ante el
tribunal del consejo. La guerra era la responsabilidad de los hombres; todos los hombres
“hábiles de cuerpo” constituían lo que Powell llamaba un “consejo militar” bajo el mando
de un “jefe militar”. El hecho de que las mujeres no eran miembros de estos consejos ha
conllevado a subestimar su autoridad en las sociedades organizadas, como muchas de las
norteamericanas indígenas la eran, a través de líneas relativamente semejantes a los Hurón
Wyandot. Primero, las descripciones de negociaciones militares entre forasteros y
“consejos militares” y “jefes militares” no reconocen la estructura forma del poder
femenino, que por lo mismo se puede interpretar como indirecto y “tras bambalinas”.
Segundo, la eminencia de la conquista incrementó la responsabilidad y el poder de los
“consejos militares”. Los siguientes desarrollos económicos, aunado a las políticas como la
del Acta Dawes de 1887 (designada para dividir todas las tierras indígenas en parcelas
particulares de ciertas familias), soslayó las actividades colectivas tradicionales controladas
por las mujeres. Y entre los Cherokee y los iroqueses, la estructura igualitaria y recíproca
de la toma de decisiones entre los Hurón fue destruida.
para el futuro se ocultan bajo la implicación de que no había realmente una alternativa real
en el pasado.
La suposición ampliamente tomada que la subordinación femenina es una universal en
la sociedad humana se deriva de, y a la vez apoya, la asunción de que la sociedad comunal
primitiva era ordenada últimamente por las mismas restricciones y compulsiones que
ordenaban a las sociedades con clases. En donde una hostilidad institucionalizada entre los
sexos existe, se la interpreta como una variante de la batalla universal entre los sexos, en
vez de verla como evidencia de una diferenciación de estatus a punto de surgir entre los
hombres y entre las mujeres. La relación crítica entre el desarrollo de rangos y el intento de
subvertir el estatus público y autónomo de las mujeres (como en el caso de las sociedades
de los “hombres grandes” en Malasia) se reconoce raramente. En resumen, la jerarquía de
géneros es a menudo pasado por alto y tanta la estructura del comunismo primitivo como la
base de su transformación se mistifica.
Hay mucha discusión de paradigmas en estos días y mucho énfasis en cuestiones de
proceso. De todas maneras, los análisis de múltiples culturas todavía descansan
principalmente en los estados y las esencias como categorías, en vez de considerar los
procesos y las relaciones. Que se admitió a medio siglo que las regularidades de la
evolución social como fueron desglosados por Engels y Morgan se aproximaban a la
realidad histórica, abriendo una manera en la antropología para realizar un análisis
dialéctico de la historia humana en términos de las transformaciones básicas en las maneras
en que la gente se relacionaba entre sí al mismo tiempo de reproducirse ella misma y sus
estructuras sociales. En particular, dado el enfoque en las relaciones entre el individuo y la
sociedad que caracterizan la corriente teórica de cultura y personalidad, y sus sucesores en
la antropología psicológica, el significado de la sexta tesis de Marx sobre Feuerbach sólo se
podría haber explorado en términos de cómo el comportamiento individual y los procesos
de la sociedad se relacionaran entre sí.
“La esencia del hombre no es una abstracción inherente en cada individuo aparte”,
escribió Marx. “En su realidad es el conjunto de relaciones sociales” Para Marx y Engels la
gente no tiene una naturaleza intrínseca separada de la sociedad, pero tampoco son meros
reflejos de su sociedad. En un número de párrafos a menudo erróneamente citados, Marx y
Engels enfatizaban que “los hombres crean su propia historia”, aunque las circunstancias
bajo las cuales la hacen se hereden del pasado. Además, la desenvoltura independiente de
las fuerzas sociales significa que las acciones de la gente no necesariamente se encaminan a
los resultados deseados. En cambio, las “determinaciones más sencillas”, las relaciones de
la producción, las maneras en las que la gente se relacionan entre sí cuando están
produciendo, distribuyendo, intercambiando y consumiendo las necesidades de la vida,
encaminan los procesos hacia una dirección más allá de las voluntades de los actores. Por
un lado, las estructuras sociales se crean por el comportamiento de los individuos; “la
estructura social del Estado se evoluciona constantemente de los procesos de vida de
individuos determinados. Por el otro, sin embargo, estos mismos procesos de vida están
estructurados por las relaciones de producción, porque la gente “[es] efectiva,
materialmente produce y es activa bajo ciertos límites materiales, presuposiciones y
condiciones independiente de su voluntad.
La dialéctica marxista, entonces, abrió una manera para examinar la serie de procesos
intercalados—los diferentes niveles de integración—que constituye la historia humana. En
el nivel individual psicológico, la naturaleza humana no es una dada pero una mezcla de
potenciales y propensiones que se expresan de manera diferente bajo circunstancias
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distintas; a nivel de sociedad, los procesos sociohistóricos son de una orden totalmente
diferente; en medio, mediando entre ambos, al nivel individual psico-social o de conducta,
la persona opera como un nexo de relaciones socioeconómicas; y a nivel ideológico, las
percepciones de la gente y sus relaciones entre sí y con la naturaleza son moldeadas por los
conceptos tradicionales, en parte espontáneos y en parte manipulados y con un cierto grado
de legalidad de sí mismo que surge de la naturaleza del lenguaje como un sistema de
símbolos.
Una corriente de pensamiento como esto se ha investigado mínimamente. En cambio, la
antropología ha sido plagada por unas formulaciones cada vez más reductoras, radicales y
anti-históricas. En la teoría estructuralista, y más recientemente en la sociobiología, los
determinantes sociales se definan en términos del resultado de comportamiento y
últimamente reducidos a entidades psico-biológicas fijas. Si esto sea la noción grotesca
como un conformista de Wilson y otro gen de comportamiento específico, o las estructuras
profundas y más elegantes, porque no están definidas, de Lévi-Strauss, o de la
interpretación científicamente calculada, aunque de relaciones “neuroanatómicas
neurofisiológicas” menos agradables al oído, todos sus creadores reducen la historia
humana y la sociedad a meras proyecciones de propensiones biológicas individuales, con el
medio ambiente como el único factor actuando independientemente.
El resultado de aislar tajantemente un nivel de proceso de sociedad totalmente a parte
de las inclinaciones individuales es como intentar explicar los movimientos del sistema
solar como fluyendo de las propiedades de las partículas atómicas (o procesos) que lo
componen. Ciertamente, los movimientos planetarios son, en un sentido superficial, la
suma total de todos los movimientos de partículas subatómicas, tal y como los procesos
sociales son, en un sentido trivial, la suma total de los comportamientos individuales.
Científicamente, sin embargo, sería absurdo no reconocer que los movimientos legales de
los cuerpos celestes tienen su propia historia de desarrollo y operan en un nivel de
integración independiente de los procesos internos que caracterizan sus partes
constituyentes. Con respecto a la sociedad, pocos argumentarían directamente que los
procesos de la sociedad tampoco operan en un nivel propio. Sin embargo, en efecto esto es
precisamente lo que las formulaciones reductoras implican.
Los antropólogos hace tiempo han sido sensibilizados a la reducción biológica con
respecto a las variaciones físicas en la orden racial, y, hasta cierto punto, conscientes de que
las formulaciones reductoras sirven como racionalizaciones ideológicas de opresión.
Desafortunadamente, esto no es el caso con respecto a las variaciones físicas de una orden
sexual. Aunque el hecho de que el sexo fisiológico y el género social están muy lejos de ser
isométricos están bien establecidos y documentados en la antropología, las discusiones
multiculturales comparadas de los papeles sexuales terminan en términos reductores en sus
formulaciones. Muchos marxistas, entre otros estudiosos también, traducen la estructura del
género de una sociedad jerárquica explotadora, con la cual están familiarizados, en
predisposiciones innatas y la práctica se anima por la reciente disposición amplia en todo el
mundo de las normas occidentales, por lo menos en un nivel superficial. La asunción
permanece en boga en que las diferencias fisiológicas entre los sexos encarnan pistas de
subordinación femenina sólo expresadas ligeramente en las culturas igualitarias,
floreciéndose completamente en las sociedades urbanas basadas en clases y organizadas por
el nivel de estado. En vez de tratarse como un desarrollo histórico, la jerarquía se traduce en
fisiología humana. A pesar de citar mucho a Marx y Engels por la parte de aquellos que así
lo hacen, esto contradice una visión totalmente marxista de la naturaleza humana como
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informada por los últimos cien años de investigación en las ciencias sociales. Su enredo con
la ideología de supremacía masculina encausa y está encausada por la falta de tratar
rigurosamente al mismo tiempo con la historia y la teoría en la interpretación de las
sociedades comunistas primitivas y las fuentes de sus transformaciones.
grupos de interés. A largo plazo las relaciones igualitarias evitan que las personas en
posiciones clave en las redes de intercambio y redistribución exploten las posibilidades
económicas de sus posiciones privilegiadas. No obstante, el conflicto entre las relaciones
igualitarias se pone más agudo y, en las sociedades con rangos, la gente empieza a aceptar
posiciones de dependencia en relación a los “hombres grandes” y otras personas principales
para poder beneficiarse de las prebendas asociadas con estar con ellos. Eventualmente, la
apropiación desigual entre y dentro de los linajes estructurados competitivamente se
institucionaliza y el conflicto entre la distribución igualitaria y el consumo por un lado y la
potencial que propicia el excedente, el intercambio y la especialización de trabajo por el
otro se resuelve parcialmente. Las nuevas contradicciones ya se están cristalizando, sin
embargo, entre las potenciales creadas por los lazos económicos amplios y las formas
sociales adaptadas a las agrupaciones de parentesco y de aldeas menores, que a su vez se
resuelven por la estratificación plena y la organización política y los conflictos familiares
de la sociedad con clases.
Volviendo al segundo componente de explotación y estratificación, es en el conjunto
con los adelantos mencionados anteriormente que una dicotomía pública/privada emerge y
que las relaciones bivalentes de dependencia a dentro de las familias como unidades
económicas empiezan a formarse. Lévi-Strauss postula al contrario, en las sociedades
igualitarias, las mujeres no son objetos de intercambio entre los hombres; más bien se
intercambian bienes y servicios con los hombres. Un intercambio directo entre los sexos,
como el trueque simple, no se le separa cualquier sexo del control de su producción
particular a cada uno. En cambio, la alienación comienza en conjunto con el desarrollo de
sistemas de intercambio, como los individuos utilizan las unidades del linaje y de la familia
extendida para competir por las posiciones de rango en relación con el control sobre la
producción y distribución de bienes de valor. Las responsabilidades de género para la
mercadotecnia y el intercambio varían de acuerdo con cuan diferentes son los ambientes y
las historias que han moldeado la división de labores por sexo y la posición de las mujeres
en las estructuras de la toma de decisiones varían correspondientemente. Pero queda una
pregunta; cuando los rangos comienzan a socavar las prerrogativas iguales de la gente
generalmente, ¿por qué es que la autonomía y la autoridad de la mujer como un sexo se
peligran en vez de las mismas para los hombres? Además de las varias formulaciones de la
superioridad masculina, se argumenta usualmente que las limitaciones físicas del parto y de
amamantar son cruciales. Pero éstas [“limitaciones”] no le impiden a la mujer en las
sociedades igualitarias. De acuerdo con mi interpretación de la teoría de materialismo
dialéctico como se esbozó anteriormente, yo diría que el significado de la habilidad de
parto de la mujer se transforma por las nuevas relaciones sociales cuando ellas mismas se
vuelven productoras, no sólo personas como individuas, sino también de lo que se vuelve
“abstracto”—es decir, explotable—el trabajo. Los orígenes de la jerarquía de género,
entonces, son inextricablemente urdidos con los orígenes de la explotación y la
estratificación de clases.
Engels planteó un contraste agudo entre el estatus de mujeres en las sociedades
igualitarias y él que en las sociedades patriarcales clásicas del Medio Oriente y del
Mediterráneo, en donde el control sobre la sexualidad femenina era importante para poder
heredar el estatus y la propiedad. En su punto de vista la familia como una unidad
económica era de primera importancia en las clases acomodadas, aunque tuviera
ramificaciones en toda la sociedad. Y no era hasta que llegaran los estudios feministas–
marxistas del siglo XX que se pudiera agregar una dimensión adicional a estas
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subordinación social y económica de las mujeres se estableció en algunas partes del mundo
desde hace milenio; estaba en vías de desarrollo en otras partes del mundo al momento de
la exploración y conquista europeas; y ha sido en vías de crecimiento en otras sociedades
en el contexto del colonialismo e imperialismo occidental. Lo que argumento aquí es que
para interpretar correctamente este desarrollo es preciso: primero, tener un concepto claro
del comunismo primitivo, desnudado de cualquier asunción estereotípica que la
subordinación femenina es un fenómeno natural en vez de ser uno histórico; y, segundo,
colocar claramente cualquier sociedad bajo estudio en su contexto de historia particular,
antes y después del fenómeno de colonialismo. Ahora se regresa al segundo punto en este
argumento.
los que se citan comúnmente como el ejemplo de brutalidad masculina hacia las mujeres en
una sociedad igualitaria en todos los demás respectos, un ejemplo que pareciera paralela a
lo que se narra sobre la subordinación femenina entre los Chipewyan. Sin embargo, los
datos etnográficos de la independencia de las mujeres y su imposición entre los Inuit
indican que los análisis etnohistóricos, hace tiempo ya, revelarán la otrora naturaleza del
abuso masculino como una secuela de la desmoralización y el alcoholismo que padecían
muchas comunidades Inuit. Y en el caso de los Chipewyan, está basado en los relatos de
intermediarios en el comercio de las pieles, el “bando” que se juntaba alrededor del
trabajador inusualmente dedicado de la Compañía Hudson’s Bay y no en los cazadores
independientes Chipewyan. La calidad de las relaciones ahí descritas contrasta agudamente
con lo que narraban los Jesuitas del siglo XVII sobre la igualdad de género entre los
Montagnais-Naskapt.
[En el artículo original Leacock revisa los casos de la Australia indígena, de la Amazonia,
de Melenasia y de la Afríca para robustecer su argumento sobre los orígenes históricos de
desigualdad por el contacto de los grupos indígenas con culturas occidentales extranjeras
capitalistas o de economías explotadoras que modificarían sus modos de producción
tradicionales, relegando el papel de la mujer como componente integral de estas culturas
tradicionales a otro de sumisas y dominadas por el género masculino].
Conclusión
A través de las disciplinas, la investigación sobre las actividades económicas y sociales de
las mujeres ha sacudido algunas nociones establecidas sobre la sociedad y la historia. He
argumentado que sólo cuando la jerarquía de género se toma como una problemática
histórica es cuando la estructura de las relaciones comunistas primitivas puede entenderse y
el papel jugado por el intercambio en la transformación de estas relaciones quede
claramente formulado. La necesidad de una teoría efectiva de intercambio en las sociedades
pre-capitalistas está bien reconocida por los antropólogos marxistas, pero la es irónicamente
asociada, especialmente por aquellos que emplean un análisis estructuralista, con el
concepto completamente anti-marxista del intercambio de mujeres como un elemento
básico en las sociedades comunistas primitivas. Sólo cuando una formulación es
rigurosamente retada es cuando las primeras fases de un proceso en donde las mujeres
fueron actualmente intercambiadas pueden comprenderse, porque estos eran inseparables
de los pasos iniciales en la transformación del uso al valor, del trabajo a la labor abstracta y
de la producción cooperativa a la explotación.
Una teoría efectiva de intercambio es necesaria para analizar las sociedades
precapitalistas y para interpretar los efectos de colonización e imperialismo sobre estas
sociedades. Sólo cuando los géneros en las sociedades comunistas primitivas se
comprenden como agentes de intercambio económicamente independientes de los servicios
y bienes, puede apreciarse la fuerza completa de las relaciones capitalistas en subyugar la
labor de la mujer y así transformar la estructura entera de las relaciones en tales sociedades.
Hasta ese entonces, el mito del presente etnográfico continuará a apoyar la asunción, tan en
boga en la ciencia “pop” y en los medios masivos de comunicación, que la ideal normativa
“universal” de los hombres como las cabezas del hogar que propician a mujeres e hijos
dependientes refleja alguna necesidad o impulso humano. Y hasta tal entonces, la historia
cultural y tradición única y valuada de cada pueblo del Tercer Mundo continuaría de estar
tergiversada, torcida para encajar en los intereses de la explotación capitalista.