Professional Documents
Culture Documents
La sociedad en la que vivimos tampoco nos lo pone demasiado fácil (quizá nunca lo ha sido).
Son muchas las obligaciones y las dificultades, y el ritmo actual es demasiado rápido. Todo son
prisas, hay demasiadas cosas que hacer y los cambios son tan frenéticos que apenas nos da
tiempo a acostumbrarnos. Quizá por eso nos volvemos impacientes y pretendemos que los niños
hagan las cosas a la primera, incluido obedecer.
Pero es que todo lleva su tiempo. El niño se encuentra ante un sinfín de posibilidades de
crecimiento y aunque nace con un temperamento propio lo cierto es que el ambiente en que se
desenvuelva será determinante a la hora de configurar su personalidad. Los niños aprenden
durante sus primeros años de vida muchas cosas. En un par de años son capaces de desplazarse,
de hablar, de interactuar con los demás... y cada vez con menos ayuda de los adultos. Y es que
educar es, fundamentalmente, guiar hacia la autonomía.
Los educadores son responsables de ayudar a los niños a que aprendan a desenvolverse por sí
mismos y que lo hagan en un contexto de respeto hacia los demás y las cosas que los rodean. En
ese proceso hacia la autonomía contamos con una ventaja indiscutible: los niños quieren. Ellos
desean hacer las cosas solos y se sienten felices cuando realizan tareas que hasta ese momento
les parecían imposibles. Se van a sentir muy contentos al escuchar sus primeras palabras, al dar
sus primeros pasos, al lavarse solos el pelo, al hacer un recado fuera de casa... Si el entorno está
atento a estos cambios le hará ver lo importantes que son, y el niño irá creciendo con confianza
en sí mismo. Porque también es un objetivo que se sientan a gusto, que sean capaces de disfrutar
de la vida y de todo lo que hagan. Los niños no vienen con manual de instrucciones, pero
podemos irlo creando.
Cada niño, cada persona, es un ser único e irrepetible y por ello tiene derecho a vivir en un
ambiente seguro en el que reciba todo cuanto necesita para ser feliz. Y no hablamos sólo de
comida o de una casa, sino también de afecto, de elementos que estimulen su inteligencia, de
normas que le permitan regular su comportamiento... La perfección no existe y menos cuando
hablamos de personas. Parte de lo que el educador es y de lo que hace para intentar aprender un
poco más sobre cómo mejorar la relación que mantiene con el niño.
A) EDUCADORES REFERENTES
1. FIGURAS DE REFERENCIA Y MODELO FAMILIAR
El desarrollo evolutivo de los niños requiere de unos ingredientes básicos para que al transitar
por etapas cruciales de la vida consiga proporcionarles la percepción de sensaciones de bienestar.
¿Qué elementos son cruciales para que la evolución del niño pueda desarrollarse
adecuadamente y se traduzca en calidad de vida para ellos? Y ¿Qué consideraciones especiales
debemos tener en cuenta cuando estamos frente a una población infanto-juvenil que ha estado
expuesta a situaciones o contextos que han provocado la desprotección infantil?
Por ejemplo, los niños que han estado expuestos a alguna modalidad de maltrato tienen que
afrontar las tareas evolutivas sin la garantía de esta base de seguridad y frecuentemente han
aprendido que el mundo es un lugar impredecible donde ellos poseen escasos recursos y
habilidades de control, un lugar inseguro… por lo que no es de extrañar que la falta de confianza
en sí mismos para afrontar un mundo desconfiado sea el resultado de estos aprendizajes.
Es determinante dotar al niño de personas de confianza que les ayuden a explorar la vida de
forma confiada. Estas personas vinculares o de referencia que irán apareciendo en el escenario de
la vida a lo largo del desarrollo y con las cuales se adherirán con una mayor o menor afinidad van
a jugar un papel esencial en el desarrollo del niño, sobre todo en momentos donde la
vulnerabilidad del niño es mayor. De aquí saldrán esquemas aprendidos, esenciales y profundos
que tenderán a arraigarse y que le informarán acerca de lo que puede esperar de los demás, de lo
que puede esperar de él mismo, y lo que puede esperar del mundo y de su futuro.
A cualquier edad se puede aprender a confiar, la infancia marca pero no enmarca; a cualquier
edad se le puede dar una base de seguridad que lo haga capaz de enfrentarse al mundo, pero es
importante que existan esas personas que lo cuiden, supervisen e indiquen los límites y con las
que establezca lazos afectivos de unión que perduren en el tiempo. Estas personas son figuras de
referencia.
La intimidad de un hogar es un espacio único y el lugar privilegiado donde los niños pueden
convivir. Asistimos actualmente a múltiples formas de agrupamiento familiar pero lo importante
es saber que se deben dar prácticas que favorezcan el crecimiento y bienestar de los que allí
conviven. Aunque la familia es el núcleo principal del desarrollo del niño no es la el único lugar
donde encontramos estas figuras de referencia; el niño puede encontrarlos en su barrio, en el
colegio, etc.
Estas figuras de referencia son modelos de actuación para que los niños puedan aprender,
son los que les deben dotar de una base de seguridad desde la cual puedan explorar el mundo sin
pesimismo.
Es importante favorecer vínculos de apego seguro y estable con los niños que permitan el
desarrollo positivo e independiente.
El contexto más favorecedor del ajuste afectivo de un niño es la intimidad del hogar y la
familia. La familia saludable es un importante factor protector que favorece el desarrollo
evolutivo y garantiza la estabilidad socio – afectiva de la infancia.
Las figuras de referencia, todas ellas, pueden ser consideradas EDUCADORES DE REFERENCIA,
los familiares y los no familiares, ya que todos ellos son responsables del desarrollo y educación
del niño, son modelos de referencia en su vida.
Como hemos apuntado, las figuras de referencia son esenciales en el desarrollo del niño, y
como tales, es importante que tengan en cuenta los factores esenciales en los que deben incidir
en la educación del niño, y asimismo saber cómo intervenir para desarrollarlos; Los factores, a
nivel general, que son esenciales para la promoción del ajuste socioemocional infanto-juvenil son:
AUTONOMÍA FUNCIONAL
Las figuras de referencia deben promocionar la capacidad del niño para autodirigirse,
enseñándole a que tome las decisiones más adecuadas y despliegue las destrezas más válidas, en
función de los momentos evolutivos por los que vaya atravesando, y ante la presencia de crisis
con las que se pueda encontrar, y favoreciendo la menor dependencia posible de la presencia de
las figuras referenciales.
PERCEPCIÓN DE AUTO-EFICACIA
Que el niño, ante las exigencias ambientales o personales, estime que dispone de los recursos
personales para enfrentarse, con cierta garantía de éxito, a tales exigencias.
BUEN AUTOCONCEPTO
Que realice evaluaciones ajustadas y adecuadas de sus aspectos físicos, escolares, sociales,
familiares y personales para que pueda desarrollar una autoestima saludable.
Un entorno saludable es un ambiente presidido por normas y límites, máxime cuando éste es
un espacio para la convivencia. El establecerlos y buscarlos es lo que se denomina disciplina. Hay
contextos donde la palabra disciplina se interpreta con connotaciones negativas de dureza, rigidez
y autoritarismo, pero la existencia de normas y límites no debe conllevar una interpretación
negativa de la palabra disciplina.
La disciplina es el proceso educativo – formativo del individuo para que pueda lograr un
adecuado auto-control y seguir normas de comportamiento apropiado para su propio beneficio y
de quienes le rodean en el medio social en que se desenvuelva.
El problema no es la disciplina, sino el estilo disciplinario que se utilice para conseguir que el
niño adquiera y cumpla compromisos.
Existen estilos donde se presenta como una persona afectiva, se habla y se dialoga mucho
pero el grado de exigencia en el cumplimiento de la norma, límite y responsabilidad es mínimo,
por lo que pierde valor el diálogo y la palabra (el niño conoce qué tiene que hacer y el porqué
pero el hacerlo o no dependerá de su capricho). Esta disciplina así entendida es permisiva y a
corto y a largo plazo traerá consecuencias negativas (niños sin referentes, inmaduros, sin hábitos
de trabajo y esfuerzo, con dificultad para asumir responsabilidades...).
Otros estilos, los autoritarios, donde hay poco afecto, dialogan y razonan poco pero exigen
rígidamente su cumplimiento, e incluso le imponen al niño un nivel de responsabilidad sobre sus
acciones para lo que estos aún no están preparados, trayendo así, tanto a corto como a largo
plazo, consecuencias negativas (generan sentimientos de culpabilidad, baja autoestima, pobre
interiorización de valores…)
En el estilo negligente, el educador apenas se preocupa por el hecho educativo y menos aún
por el tema de la disciplina. Existe un estilo de comunicación errático (o se habla mucho o no se
habla; o se exige mucho o no se exige nada). El niño se desconcierta porque no conoce cómo se
presentará el educador y no se le dan oportunidades para que interiorice las normas y
responsabilidades, por lo que los hábitos de conducta estarán en entredicho.
Las posturas ante un conflicto pueden ser varias, en función del interés de las partes en los
ganar los objetivos o el interés en mantener la relación.
¿Cómo evitar la escalada agresiva? ¿Qué hacer ante un conflicto? La respuesta a esta
pregunta está en la Negociación.
Pasos de la negociación:
1º- Definir los objetivos de ambas partes.
2º Clarificar los intereses.
3º Determinar los aspectos en los que se puede ceder y en qué medida.
El método para resolver los problemas:
Método Todos Ganan=> yo cedo – tú cedes
Yo gano – tú ganas
1º El castigo ha de impartirse de forma inmediata al acto que deseamos eliminar (para evitar
castigar otras conductas posteriores).
3º Elegir bien cómo se va a castigar (que el castigo tenga verdadero poder para ser una
consecuencia negativa para la persona a quien va dirigido, no todo castigo es igual de eficaz para
todas las personas).
4º Que la naturaleza, grado y duración del castigo se correspondan con la conducta que
queremos eliminar y con la edad del niño. Hay que evitar castigos excesivos o desajustados para
los niños porque más que ayudarnos a corregir su conducta provocará problemas graves.
5º Es fundamental saber qué conducta queremos castigar, y estando bien definida, expresar a
quien va a ser castigado qué es lo que queremos que cambie de su comportamiento.
6º Para que un castigo sea verdaderamente eficaz es aconsejable dar una alternativa distinta
al comportamiento que queremos eliminar, así facilitamos evitar el castigo tendiendo a realizar
un comportamiento nuevo que consideramos más adecuado (refuerzo negativo).
8º No permitir que el estado de ánimo del educador sea el termómetro que determine si se
castigará un acto o no, o el grado de castigo que se imponga.
El castigo es una forma de modificar la conducta de los niños que conlleva muchos
inconvenientes y no es nada fácil de impartir, con lo cual siempre es conveniente sustituirlo por
otras técnicas con las que consigamos mejores resultados. Establecer límites y consecuencias de
forma consensuada y pactada con los niños facilita a que el niño entienda y acepte las decisiones
que se tomen con respecto a su conducta, evitando que el estado de ánimo del educador sea el
que determine la consecuencia ante la acción concreta y la consiguiente sorpresa e
incomprensión por parte del niño. De esta manera al niño se le hace protagonista de su proceso
educativo, logrando una adecuada implicación y mejores resultados en la tarea del educador por
lograr un comportamiento social e individual adecuado.
ASPECTOS A PROMOVER:
ASPECTOS A EVITAR:
- Utilizar sólo el castigo como la única técnica para modificar una conducta inadecuada.
- Que los niños aprendan a tener un alto grado de resistencia al castigo.
- Que los niños asocien a la persona que les castiga con la prohibición.
- Evitar castigos que por su naturaleza, grado y duración son excesivos o desajustados.
- Hacer amenazas que no se vayan a cumplir.
- Permitir que el estado de ánimo sea el termómetro que determine si se castiga o no.
- Combatir un acto violento con otro igualmente violento.
- Ser jueces de los actos de los niños y enojarnos por sus conductas.
- Rechazar al niño por portarse mal.
- Realizar expresiones violentas e intolerantes en la relación con los demás delante de los
niños.
- Descalificar las reglas, sin razonar, que se les exige cumplir a los niños en otros ámbitos.
El consensuar las normas ayuda a mejorar la autoestima y el autocontrol del niño. De esta
manera todos los educadores que intervienen en el desarrollo del niño se sentirán responsables
de la aplicación de las normas y asumirán las consecuencias tanto de su cumplimiento como de su
transgresión.
Las consecuencias son un proceso de aprendizaje, donde el adulto, como educador, acepta
al niño pero no su conducta, respeta al niño y es comprensivo, deja que el niño decida y no se
convierte en su juez.
Hay que exigir a los niños utilizando argumentos lógicos y directos que ayuden a éste a
reflexionar sobre las consecuencias de su comportamiento y sobre cómo su conducta afecta a los
demás.