Nuestra tarea como docentes es asumir una verdadera vocación de servicio y
comprometernos en ser colaboradores para un mundo mejor. Cotidianamente nos enfrentamos a diferentes retos, lo que hace que necesitemos renovarnos para afrontar nuevas generaciones, a su ímpetu, sus intereses, la globalización, en fin, múltiples variables del contexto. Desde este punto, nuestras actitudes docentes son muy importantes en el proceso de enseñanza –aprendizaje de los alumnos. La actitud, según la Real Academia de la Lengua Española, es la “disposición de ánimo manifestada de algún modo, la cual puede ser benévola, pacifica, amenazadora, de una persona, de un partido, de un gobierno” Algunos autores la definen como: “la tendencia o predisposición aprendida, más o menos generalizada y de tono afectivo, a responder de un modo bastante persistente y característico, por lo común positiva o negativamente (a favor o en contra), con referencia a una situación, idea, valor, objeto o clase de objetos materiales, o a una persona o grupo de personas” (Kimball), la cual se refiere a la importancia de la influencia del entorno en el desarrollo humano. Otras definiciones muestran el impacto de las circunstancias en las emociones, como por ejemplo Jeffress, el cual define a la actitud como “nuestra respuesta emocional y mental a las circunstancias de la vida” Y otra definición, es la basada en los valores sociales, enunciada por Thomas y Znaniecki, como “la tendencia del individuo a reaccionar, ya sea positiva o negativamente, a cierto valor social”. Independientemente de preferir alguna, en todas las definiciones se observa la influencia del contexto (familiar, social, emocional), en el tipo de actitud adoptada por el ser humano ante las diferentes circunstancias. Frente al grupo de alumnos, los maestros mostramos diferentes actitudes, todas ellas claras para nuestros alumnos. De allí la importancia de tener presente como actuamos y transmitimos conocimientos. Desde el diálogo (acercándonos y comprendiendo al adolescente pero asumiendo nuestro rol de formadores), debemos darles herramientas desde lo cognitivo para que no sean meros espectadores sino protagonistas críticos; lograr que reasuman la cultura del esfuerzo sin dejar de disfrutar su adolescencia; que readquieran esos "viejos" ideales; que tengan proyectos de vida, concientizándolos en que la etapa por la que atraviesan es un punto de partida hacia nuevos horizontes, hacia nuevas vivencias y encuentros, no un fin en sí mismo. Muchos adolescentes, tal vez por la ausencia de los padres que viven y actúan en función de aprovechar las pocas oportunidades de trabajo que se les presentan, sumidos en el micro mundo de solo sobrevivir y que no tienen tiempo o interés en velar por sus hijos, buscan en el docente contención afectiva. Por supuesto no debemos olvidar la función que caracteriza a la escuela de desarrollar conocimientos y actitudes complejas y necesarias para la inserción social y política de los jóvenes en el mundo adulto. Como docentes de hoy debemos construir, día a día, nuestra propia legitimidad ante los jóvenes y adolescentes recurriendo a técnicas y dispositivos de seducción que compitan con los medios audiovisuales masivos. Donde el trabajo intelectual vaya acompañado con las oportunidades que se le brinde a los jóvenes de dar rienda suelta a sus inquietudes de expresar ideas o sentimientos. Tener en cuenta los intereses, expectativas y conocimientos de los jóvenes como así también motivar, interesar, movilizar y desarrollar conocimientos significativos. Desde ya tenemos que asumir el compromiso de formarnos en la excelencia, y de capacitarnos constantemente, actualizando conocimientos y estrategias de enseñanza pero dejando margen para la creatividad que nace de la interacción áulica con los alumnos, de quienes también se aprende.. Como alguien dijo: aprender es hermoso y lleva la vida entera