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En 1942, Schumpeter bautizará este proceso como Destrucción Creadora, que McCraw
define como una de las metáforas económicas más exitosas, solamente eclipsada por la
"mano invisible" de Adam Smith. "El proceso de Destrucción Creadora", escribe
Schumpeter con mayúsculas, "es el hecho esencial del capitalismo". Su protagonista
central es el emprendedor innovador. Se trata de un individuo fuera de lo común por su
vitalidad y por su energía sin límites. Siempre sigue adelante; jamás se deja décourager
por fracasos temporarios. El innovador no es un inventor. Este último es generalmente
un genio, un técnico/científico amateur o de profesión. El emprendedor crea mercados
para los inventos de los genios. Se destaca por su perseverancia y por su ambición, no
por su genialidad. Su motivación va más allá de la riqueza, del simple hedonismo: el
emprendedor schumpeteriano —ese New Man que proviene de cualquier clase social—
sueña con crear un imperio, una dinastía. McCraw nos ayuda a "ubicar" esta idea: el
entrepreneur de Schumpeter está a mitad de camino entre el líder carismático de Weber
y el "super-hombre" de Nietzsche.
Innovaciones como los Credit Default Swaps (CDS) y las Collateralized Debt
Obligations (CDO) han facilitado el fenomenal "boom" de liquidez de 2002-2007, pero
también han generado ... ¡grandes pérdidas! (Merrill Lynch, Bear Stearns, Citigroup,
etc). En otras palabras: las "burbujas" y la "especulación financiera" forman parte
intrínseca del desarrollo capitalista. Son dos caras de la misma moneda: "Financial
speculation, though it gets a very bad press, is an important part of this process.
Speculators often turn out to be investment bankers funding the entrepreneurs who in
turn push innovations through the economy" (p. 178). Es común, en la Argentina,
denostar a los operadores de Wall Street por su comportamiento aparentemente anti-
social. Como en toda actividad humana, existe fraude en Wall Street — a menudo salen
perdiendo pequeños ahorristas mal informados. Pero una cosa es clara: sin innovación
financiera, no hay emprendimientos innovadores, con todo lo que implica en materia de
creación de riqueza y empleo.
Joseph Schumpeter dedicó una gran parte de su actividad a promover políticas públicas
basadas en la innovación empresaria. En la caótica Austria de la posguerra de 1918, en
la cual actúa sucesivamente como profesor, ministro de finanzas y banquero privado,
Schumpeter insiste sobre la importancia de promover la actividad empresaria. Facilitar
la inversión extranjera directa, derrotar la inflación, promover la creación de crédito,
modernizar el sistema financiero, bajar las tasas impositivas para aumentar la
recaudación (un anticipo de Arthur Laffer): éstas son los principales herramientas de un
país para estimular la innovación empresaria. Naturalmente, no pueden faltar dos pilares
esenciales: "... a modern concept of private property and a framework for the rule of
law" (p. 148). Nombrado profesor de la Universidad de Bonn a comienzos de los
1930s, Schumpeter se inquieta por la ausencia de independencia judicial en la república
de Weimar: el sistema judicial es mucho más estricto contra los comunistas que contra
los ideólogos de extrema derecha (p. 170). Y cuando Franklin D. Roosevelt intenta
"copar" (pack) la Corte Suprema, ampliando la cantidad de miembros, Schumpeter cree
que el presidente puede causar un verdadero colapso institucional (p. 319).
Schumpeter aclara repetidamente que la gran empresa, que hoy llamamos "multi-
nacional", es algo conceptualmente disitinto del monopolio. La prensa y los
intelectuales intentan equipararlos, pero la realidad es que no existen monopolios de
largo plazo. El big business es en sí mismo una importante innovación desde el punto de
vista de las finanzas y del management: su tamaño le permite optimizar el uso de nuevas
tecnologías (p. 266). Las grandes empresas constituyen una fuerza positiva en términos
de innovación y crecimiento; aunque tienen mala prensa, han contribuido de manera
decisiva al mayor salto —desde el punto de vista del progreso económico— jamás visto
en la historia (p. 355). Pero Schumpeter no era un "libertario" al estilo de Ludwig von
Mises. Desde su punto de vista, la economía mixta resultaba irremplazable. Con buen
criterio, McCraw dedica un capítulo a esta idea: "Toward the Mixed Economy" (pp.
422-441). Aunque no logró una caracterización precisa de la economía mixta —era un
fenómeno relativamente nuevo— Schumpeter advertía que el "Estado amfibio", al final
del día, fortalecía el capitalismo en lugar de debilitarlo (p. 425). En la medida que el
Estado moderno lograba conservar valores humanos, permitía salvar al capitalismo de ...
sí mismo. (Esto me recuerda la conclusión de Conrad Black sobre FDR: su
"progresismo" salvó a Occidente y al capitalismo). Aclarado este punto, Schumpeter
advertía sobre la tentación —y el grave peligro para los propios trabajadores— de
reemplazar progresivamente el capitalismo, el sistema más productivo jamás concebido.