You are on page 1of 9

¿Es usted liberal?

“¿Se estará abriendo un espacio político nuevo para ideas que


no calcen cómodamente en el espectro de derecha-izquierda?”
IAN VÁSQUEZINSTITUTO CATO 08.01.2019 / 08:30 am

“Lo que busca el liberal es


limitar el poder y conseguir así
la convivencia social”.

Con lo golpeada que está la derecha en el Perú a raíz de los


escándalos de corrupción, y con lo descalificada que está
la izquierda, ¿se estará abriendo un espacio político nuevo para
ideas que no calcen cómodamente en el espectro de derecha-
izquierda?

Quizás. El temor es que el descontento con el sistema político


conduzca a la polarización y a la radicalización de las propuestas
políticas. Ese es especialmente el caso si el proceso judicial
contra la corrupción fracasa o si no es ecuánime e independiente,
como bien han observado columnistas en estas páginas.

Pero existe también la posibilidad de que el electorado esté ahora


más dispuesto que en años recientes a apoyar una agenda
liberal que sea intelectualmente coherente y que rechace ideas
coercitivas o retrógradas que provienen de los mal llamados
progresistas o del conservadurismo. La reciente creación de la
Bancada Liberal en el Congreso es una señal de que por lo
menos una parte del sistema político peruano considera que es
políticamente factible identificarse como tal.

Es oportuno, entonces, preguntar: ¿qué significa ser liberal? O,


más bien, ¿es usted liberal? Responder esa pregunta podría
servir para esclarecer algunos conceptos ideológicos, más aún si
es usted un ciudadano que pide una fiel representación de los
principios por los que votó.

El liberal cree en la ausencia de las restricciones coercitivas o


en la idea de que cada persona tiene el derecho de vivir su
vida como lo decida, siempre y cuando respete los mismos
derechos de los demás. Esa regla aplica tanto en los temas
económicos como en los personales. En la práctica, quiere decir
que cree en el mercado, no tanto porque sea eficiente y genere
riqueza, sino porque es moralmente superior a otros sistemas
económicos al basarse en el intercambio voluntario. En la
vida civil y personal, el liberal cree en la tolerancia y el
pluralismo. Cree en la igualdad ante la ley y no en
favoritismos legales que perjudican a la mayoría y benefician
a grupos de presión.

Lo que busca el liberal es limitar el poder y conseguir así la


convivencia social. Por eso, favorece minimizar la intervención
estatal (léase el poder de los políticos y los burócratas) a
funciones básicas como la provisión de la justicia o la seguridad, y
permitir un mayor espacio para la sociedad civil. En el fondo,
el liberal se cuestiona quién toma las decisiones de su vida, si
uno mismo o un tercero (a través del Estado) que impone sus
preferencias a la fuerza.

 ¿Es usted liberal?


 ¿Le repugnan tanto los altos impuestos y la irresponsabilidad
fiscal como la intolerancia social?
 ¿Cree que la iglesia debe ser totalmente independiente
del Estado?
 ¿Cree que el servicio militar debe ser voluntario?
 ¿Cree en el libre comercio, la legalización del matrimonio
homosexual y en la libertad contractual de las dos partes en
materia laboral?

Si contestó de manera afirmativa, podría ser usted liberal. Si


es así, forma parte de un porcentaje chico pero creciente
de ciudadanos liberales en el Perú. Según encuestas sobre la
ideología de los peruanos de Datum, un 8,9% son liberales
comparado a 4,8% en el 2014. Hay una oportunidad política para
promover una agenda liberal que reciba cada vez más respaldo
popular.

La mala noticia es que desde el 2014 al 2018, las mismas


encuestas muestran que el porcentaje de peruanos que se ubican
en el centro ideológico ha caído por 24 puntos a 34,1%, y
aumentaron quienes favorecen medidas autoritarias en lo
económico y lo personal, en más de 12 puntos, a 44,1%.

Las únicas dos ideologías que registraron incrementos en estas


encuestas, comparado al 2017, sin embargo, son la liberal y
la progresista (izquierda), que se ubica en 9,7%. La coyuntura
política podría ahora estar favoreciendo al liberalismo
El liberal intolerante
“A veces, para los liberales, nuestro interlocutor pasa de ser
una persona con la que discrepamos a ser simplemente un
idiota o un desalmado”.
DIEGO MACERAGERENTE General Del
Instituto Peruano De Economía (IPE)

Cuando escapó de Austria ante su inminente anexión con la


Alemania nazi en 1938, Karl Popper se asentó en Nueva Zelanda
a reflexionar sobre lo que estaba sucediendo: ¿Cómo podía una
sociedad libre y democrática defenderse legítimamente de los
totalitarios? Entonces advirtió que “la tolerancia ilimitada debe
conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos
la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no
nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante
contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la
destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia”.

Hay, pues, argumentos suficientes para ser escéptico de extender


demasiada cortesía a quienes no respetan mínimamente las
reglas del juego democrático. En el plano local, los obstáculos
que se le deben imponer al Movadef y sus ideas son un buen
ejemplo de ello.

Pero algunos que se autoidentifican como liberales o tolerantes


quizá han ido –en los últimos años– un poco más allá de lo que
aconsejaba Popper. Acallar y deslegitimar a los que piensan
distinto en nombre de la tolerancia y la moral es una paradoja
curiosa.

Sucede con la plataforma “Con mis hijos no te metas”. No


sorprende la intolerancia de quienes apoyan este movimiento,
pero sí llaman la atención las descalificaciones que quienes nos
oponemos a la plataforma –usualmente liberales– utilizamos
para referirnos a los que simpatizan con ella. Quizá sea más fácil
cambiar opiniones y formar empatía y respeto por las diferencias
con los que piensan distinto si no se les vocifera “homofóbico” e
“ignorante” a cada chance que hay; todo en nombre de
la tolerancia.

Sucede con la discusión sobre cuotas de género (como, por


ejemplo, el pedido para que haya igual número de hombres y
mujeres en el Congreso), o incluso en el marco de #MeToo. En
los círculos más cultivados y liberales del país, el espacio para
discrepar públicamente del canon políticamente correcto –aún si
es de manera argumentada y con evidencia– es muy reducido.
Automáticamente el transgresor se convierte en un machista o
misógino, sin beneficio de la duda.

En un campo un tanto distinto, sucede también con el ambiente


de crispación política actual. Para demasiados liberales, es
inconcebible que alguien pueda, por ejemplo, no ser fujimorista y
a la vez pensar que la prisión preventiva contra Keiko Fujimori es
excesiva. La tolerancia no da para tanto. Peor aún, para los
fujimoristas declarados, solo quedaría el oprobio. No es que
desde la trinchera naranja sobren la tolerancia y el espíritu de
diálogo, pero tampoco son banderas que ellos suelan reclamar
como suyas.

Cuando se pierde la presunción de buena fe de parte del


oponente ideológico, cuando pensamos que solo los motiva el
odio, el privilegio o la ignorancia, ya no hay nada más por discutir.
Nuestro interlocutor pasó de ser una persona con la que
discrepamos –pero con la que quizá sería posible encontrar
puntos en común si nos esforzamos–, a ser simplemente un idiota
o un desalmado.

Por supuesto, una cosa es usar el poder del Estado para acallar
el disenso y otra cosa es la sanción social y pública del disidente.
No son instrumentos equiparables. En el segundo caso, sin
embargo, también se desalienta el debate público honesto: no
todos desean exponerse al apanado y adjetivos calificativos que
salen de algunos liberales en nombre de la tolerancia y la
justicia.

Disipado el humo de la moralina, lo que queda al final para


los liberales es una lección de humildad. El discurso político se
construye escuchando sinceramente las ideas del resto, no
apabullándolas. ¿No era precisamente eso lo que defienden
los liberales y los tolerantes?
Virtù e fortuna: el liderazgo
político de Vizcarra
“Vizcarra debe tangibilizar su liderazgo en acciones que la
ciudadanía sienta. De lo contrario, el discurso se agotará y su
imagen se debilitará”.
ALEXANDRA AMESPOLITÓLOGA 08.01.2019 / 08:30 pm

“Vizcarra está proponiendo una agenda de


acción republicana que va a cambiar las
reglas de juego de la institucionalidad
pública”. (Foto: Presidencia)

Para Maquiavelo, un gobernante debe tener no solo virtud sino


también fortuna. Es decir, no solo basta con tener principios,
valores y talentos, sino que además debe tener fortuna para que
esta sea aprovechada con éxito. Pedro Pablo Kuczynski, por
ejemplo, tuvo fortuna al ser elegido presidente, pero careció de la
virtud suficiente para desempeñarse de manera correcta. En el
caso de Martín Vizcarra, fue la fortuna la que lo llevó a ser
presidente, pero fue su virtud la que logró posicionarlo como un
gobernante querido y legitimado por el pueblo.

Al cumplir los 100 días de gestión ya había visitado 21 regiones,


generando empatía dentro del país. Al no tener apoyo del
Congreso, Vizcarra se acercó a gobernadores mostrando una
actitud dialogante. La apertura, horizontalidad y empatía son
cualidades que aparecen en los libros de liderazgo más
vendidos.
John Maxwell, en “Las 21 leyes irrefutables del liderazgo”,
sostiene que este no puede ser transmitido solo por un cargo sino
que necesita ser ganado, y que generar confianza es la base
del liderazgo.

Vizcarra ha sabido generar confianza a partir de su discurso del


28 de julio, a tan solo cuatro meses de haber tomado el mando.
Había mucha expectativa en dicho discurso, que supo afrontar
con solidez, carisma y firmeza anunciando propuestas de cambios
estructurales para el país. De hecho, Max Weber propuso que un
tipo de dominación legítima es aquel que se desarrolla por medio
del carisma y de la generación de confianza, los que se logran por
aptitudes extraordinarias o fuera de la cotidianidad política. En el
caso peruano, Vizcarra asume con fortaleza un gobierno que
había perdido su norte, lo que fue bien recibido por la gente.
Durante mucho tiempo se sintieron ganas de un presidente, de
ser presidente.

Pero Vizcarra no solo tomó decisiones, sino que pidió un


referéndum para que la ciudadanía entera se involucrase en
estas. Esto, según John Kotter, es lo que caracteriza a
un líder democrático. No obstante, para este autor no siempre es
bueno serlo, sino que es importante también ser orientativo y
marcar la ruta, cosa que Vizcarra ha sabido hacer con la reforma
política y su discurso de la lucha contra la corrupción. Sin
embargo, una idea importante de Kotter es que lo que de verdad
hacen los líderes es preparar a las organizaciones para el
cambio y ayudarlas a enfrentarlo mientras lo
atraviesan. Vizcarra está proponiendo una agenda de acción
republicana que va a cambiar las reglas de juego de la
institucionalidad pública. Vizcarra se ha concentrado en lo
importante, mientras que la mayoría de políticos y funcionarios
públicos se enfocan en lo urgente.

Regresar de Brasil y proponer una ley para reformar el Ministerio


Público en pleno Año Nuevo son reflejos políticos que
demuestran que nuestro presidente no solo es estratega, sino
también táctico.

Por otro lado, para Aristóteles, un gobernante con excelencia


debe siempre conducir a la sociedad dentro del marco de la ley.
Lo mismo sucede con los ilustrados John Locke y Jean Jacques
Rousseau. El discurso de Vizcarra siempre ha ido por el respeto
de las normas constitucionales. Cuando se ha tenido que
enfrentar a los abusos del Congreso o del Ministerio Público, lo ha
hecho siempre con la ley en la mano.

No obstante, en la política, así como en el fútbol, para ganar un


partido se necesitan goles. No basta con jugar bonito y
limpio. Vizcarra debe tangibilizar su liderazgo en acciones que la
ciudadanía sienta. De lo contrario, el discurso se agotará y su
imagen se debilitará. No descuidar aspectos urgentes y muy
importantes como la mejora de la calidad de vida y destrabar
grandes proyectos de inversión pública y privada deberá ser
su caballito de batalla en el 2019.

You might also like