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El impulso de narrar

En el origen de toda narración hay un deseo, una búsqueda. Hay extrañeza, desconcierto,
conmoción, confusión, asombro.
Es muy importante conocer el campo en el que nos movemos cuando queremos escribir un texto literario.
Cada juego necesita su campo. Una pista de tenis no es válida para jugar al fútbol. La forma de utilizar el
lenguaje en un juicio no es válida para un texto literario. ¿Por qué? En un juicio se busca precisión a la hora de
valorar los hechos. En un juicio todos tratan de convencer con pruebas aceptando un código para legislar.
¿Qué se busca en un texto literario? Nunca convencer a nadie, nunca aceptar un código desde donde
interpretar los hechos, nunca dar recetas, nunca cerrar significados en conceptos.

En un texto literario se busca sentido.


Y precisamente buscando ese sentido rompe con todas las recetas, dogmas o ideologías. El sentido tiene que
ver con una forma de estar en el mundo que vigoriza, que aumenta nuestra capacidad de acción y de
vinculación en nuestro mundo. Para que eso tenga lugar, el sentido tiene que afectar a la persona de una
manera global, de tal forma que no puede ser expresado en un discurso porque el discurso afecta a la parte
racional, y si es muy potente, el entusiasmo racional puede afectar emocionalmente, pero no globalmente y
de manera además inconsciente. El discurso cierra un significado y el sentido es vital, abierto. Necesita otro
campo de expresión: la literatura. Cuando en las películas americanas el niño pregunta a su padre de noche en
la cama algo fundamental, algo que tiene que ver con el sentido, como puede ser la muerte, el amor de sus
padres, la amistad en el colegio..., el padre no contesta con una definición de amor o muerte, sino que cuenta
una historia. Esa historia transmite vitalmente el amor o la muerte como sentido, algo que va a servir para que
el niño pueda dormir tranquilo y sienta el deseo de empezar a vivir de nuevo al día siguiente. La literatura
trata de temas vitales, formas de ver el mundo que pueden transformarnos.

Prólogos que dan cuenta del texto


Prólogos para justificar una obra. ¿Por qué he contado esto?
Hubo un momento en el que los escritores prologaban sus obras. En realidad, necesitaban descolocar al lector.
Necesitaban exigirle una lectura fuera de los parámetros a los que estaban acostumbrados, precisamente
porque habían conquistado un campo nuevo, una zona de nuestra vida cotidiana todavía no contada.

Todos esos prólogos hacen hincapié en la falta de intención del autor, en el descubrimiento de algo nuevo y en
la conmoción sufrida por alguna circunstancia que les llevó a escribir. En nuestra época, salvo el ejemplo que
pondré de Kurt Vonnegut, no se prologa. A partir del siglo XIX, los autores estaban tan interesados en parecer
realistas, en que el lector se sumergiera en la obra como si estuviera viviendo él mismo la experiencia del
protagonista, que entraban directamente a contar con una voz no identificada, con una voz que no tenía
presencia. Los autores siguieron hablando de sus libros, pero sin prólogos, precisamente después de las
lecturas, en entrevistas o presentaciones. El lector siempre ha tenido curiosidad sobre el germen de las obras
literarias. ¿Por qué? En el fondo siempre quiere entender algo más. Tratar este tema nos ayudará a entender
la narración desde su posición de salida.

Prólogo de Dafnis y Cloé de Longo, el sofista. Siglo II. (Fragmento)


En Lesbos, mientras iba de caza, vi en un bosque dedicado a las Ninfas, lo más hermoso que en mi vida he
visto, una historia de amor pintada en imágenes. El lugar era muy frondoso, con una fresca fuente y muchos
árboles. Pero lo que más me atrajo fue la pintura, hecha por una hábil mano sobre un asunto amoroso.
Muchos forasteros, que habían oído hablar de aquellas pinturas, acudían a verlas, además de rendir culto a las
Ninfas.

En aquellas pinturas se veía a mujeres dando a luz, otras que envolvían en pañales a los recién nacidos, cabras
y ovejas que les alimentaban, asaltos a bandoleros e incursiones de enemigos. Aún contemplé allí con gran
pasmo otras cosas de amor y me entró el deseo de ponerlas por escrito, por lo que buscando a alguien que
me explicase bien su significado, compuse estos cuatro libros que dedico al Amor, las Ninfas y a Pan, deseando
que mi trabajo les sea grato a los hombres, pues así sanará al enfermo, se consolará el triste recordará el
amor el que ya amó y enseñará lo que es amor al que nunca ha amado, pues nadie, hasta ahora, pudo
librarse de él, ni tampoco se podrá librar en el futuro, mientras haya belleza y ojos que la miren. Que las
Musas nos concedan contar, con inspiración, los amores de otros.

Longo nos cuenta que le ha llevado a escribir esa novela una fascinación. Cuando se encuentra con las
pinturas se queda fascinado porque nunca ha visto mezclar en una historia de amor la naturaleza, la
cotidianidad y la aventura a la vez. Además de “otras cosas de amor” que ve con gran pasmo.

Su intención es que el lector pueda vivir o revivir el amor. Él le va a dar los ingredientes para que así sea. El
amor es común a todos, por eso, la novela es un bien común. Es importante entender que el impulso de la
escritura creativa tiene que ver con esto, con escribir sobre las cosas comunes, las que todos,
absolutamente todos necesitamos y sentimos. No estamos manipulando una historia para convencer a
alguien, estamos contando una historia como la contaban los antiguos bardos, en un círculo alrededor del
fuego. Ese escenario, no ha cambiado aunque las palabras estén en papel o en un libro electrónico. En esa
novela, Longo nos hace ver la injusticia y desigualdades de la sociedad griega de esa época, no era su
intención, como vemos, pero si tratas el amor de forma incondicional, necesariamente aparece la crítica
social.

Ejercicio: Piensa en algo que te haya fascinado y que no hayas entendido pero te haya removido: un
recuerdo, un sueño, una obra de arte, un encuentro, una escena a la que hayas asistido.

Fragmento del prólogo de Don Quijote de la Mancha de Cervantes.


En el prólogo de don Quijote, Cervantes recoge las palabras de un amigo en las que le dice que no necesita
recurrir a otros autores para dar autoridad a su libro, solo contar su intención:

Y, pues, esta vuestra escritura no mira a más que a deshacer la autoridad o cabida que en el mundo y en el
vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de
la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos, sino procurar que a la llana,
con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo,
pintando en todo lo que alcanzáredes y fuera posible, vuestra intención: dando a entender vuestros conceptos
sin intrincarlos ni oscurecerlos. Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a
risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la
desprecie, ni el prudente deje de alabarla.

Lo peor de los libros de caballerías para Cervantes, no era tanto la fantasía con la que embaucaban al pueblo,
como una visión del mundo basada en la obediencia a unas leyes marcadas por una orden. Cervantes
encuentra su ímpetu de escritura en mostrar la necedad de la obediencia ciega. Y quiere contar la historia
para conmover a todos y cada una de las personalidades contándola “monda y lironda” . Con don Quijote,
también Cervantes está mostrando los problemas sociales de su época, la falta de libertad y de igualdad,
mientras que su intención primera era liberar al pueblo de las novelas de entretenimiento, podríamos decir.
Todo lo que se puede aprender en un buen curso de creación literaria está resumido en este prólogo:
aprender a escribir con palabras significantes, honestas y bien colocadas. Llegar a palabras significantes son
palabras mayores y la honestidad es el primer paso para conseguirlas. No se puede buscar lo bonito. Si se
escribe con honestidad emerge la belleza en esas palabras significantes y bien colocadas.

Ejercicio: Piensa con honestidad en la escena que hayas pensado anteriormente. ¿Por qué crees que te ha
conmovido? Probablemente en esa conmoción puedes ver que ha removido alguna parte de tu discurso
habitual.

Final del prólogo de El Decamerón, Bocaccio


En las cuales novelas se verán casos de amor placenteros y ásperos, así como otros azarosos acontecimientos
sucedidos tanto en los modernos tiempos como en los antiguos; de los cuales, las ya dichas mujeres que los
lean, a la par podrán tomar solaz en las cosas deleitosas mostradas y útil consejo, por lo que podrán conocer
qué ha de ser huido e igualmente qué ha de ser seguido: cosas que sin que se les pase el dolor no creo que
puedan suceder. Y si ello sucede, que quiera Dios que así sea, den gracias a Amor que, librándome de sus
ligaduras, me ha concedido poder atender a sus placeres.

Dos cosas son interesantes en este fragmento: Los cuentos escritos por Bocaccio pueden funcionar como una
caja de herramientas para enfrentarnos al amor. No son recetas, pero la posibilidad de ver cómo han vivido el
amor distintos personajes y en distintas épocas, nos da una serie de pautas de comportamiento que se repiten
y que nos pueden servir para entender un poco mejor el amor en la condición humana. Esto tiene que ver con
el sentido inexplicable, o indiscurseable, del que hemos hablado. El otro asunto importante es la experiencia
de Bocaccio. Él ha vivido el amor y ha sido capaz de distanciarse de la pasión para poder contarlo. La
experiencia es fundamental en el origen de una obra literaria. Tienes que contar algo que te configura, que ha
sido o es fundamental en tu identidad.

Importante tema el de la identidad: el escritor es muy consciente de la necesidad de ser él mismo y no caer en
la imitación como artista. Pero todavía más allá, el impulso que lleva a escribir es el impulso de querer ser uno
mismo pese a las barreras que se nos imponen, un ser uno mismo que armoniza con lo común y universal. Es
tan importante este asunto literario como que ese mismo impulso de ser uno mismo es el que lleva al lector a
leer. Autor y lector comparten el punto de partida que mueve a la narración.

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