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MCA R E D W O O D
EDI
TORIAL
3.ª edición: mayo de 2018
ISBN: 978-84-9074-418-5
RIMBAUD
Capítulo I
(Lucien Balfour)
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El ritual de las cabezas perpetuas
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El ritual de las cabezas perpetuas
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El ritual de las cabezas perpetuas
so. Dormía solo tres horas diarias. Toda mi felicidad consistía en tener
cera para alumbrarme, un mendrugo de pan y una garrafa de vino con
que ahuyentar el frío de noches cada vez más gélidas. Una o dos veces
por semana pernoctaba en mi buhardilla de la rue de Jacob, pues el
resto permanecía en una celda casi monástica que mi protector me
había preparado en el Hôtel–Dieu. Ni el juego que trastorna el sentido
de lo esencial, ni el sexo que momentáneamente cura la misma angus-
tia que produce, me apartaban más allá de lo necesario de las obras
de Haller, Boherhaave, Blegny, y Barthez. Del mismo modo en que un
apostador llega a estar cautivo de la ruleta y los naipes, yo lo estaba de
los libros ante los cuales mostraba una sed rayana en la enfermedad.
En una época en que los futuros asesinos de Francia se afanaban
aún en pasatiempos inofensivos, yo me entregaba a los libros con el
ardor de un renunciamiento con que tal vez hoy no volvería a volcarme
sobre cosa alguna. La búsqueda afiebrada del conocimiento generó en
mí una pureza malsana, una arrogancia secreta que en todo momento
yo estaba en condición de satisfacer. En los primeros meses de 1787
dominaba varios tipos de suturas, había compuesto una docena de
huesos dislocados, practicado dos autopsias sin supervisión y recono-
cido unas tres muertes por envenenamiento, tan comunes por enton-
ces. El profesor Desault, a quien Lucien profesaba una ciega devoción,
en ocasiones situó bajo mi tutela a un grupo de ayudantes primerizos.
Jacques Broussot, un cirujano mediocre que años más tarde acusaría
de traidor de Lucien, lanzaba en mi contra enconados ataques, comen-
tando entre sus colegas cercanos y la cámara de galenos de la corte,
que el Hôtel–Dieu se había convertido en una caterva de improvisa-
dores y charlatanes, de advenedizos y patrocinadores del éxito fácil. La
intriga llegó a oídos del rey mismo, y éste, siempre dispuesto a hacer
valer su nulidad, promulgó una real orden que limitaba las prácticas de
los asistentes y aprendices a un grado en que la decepción prematura
de cualquier iniciado se tornaba perfectamente comprensible. Lucien
Balfour, que en verdad era ferviente partidario de quebrar normas y
sujeciones insulsas, se las arregló como pudo para que no me faltase
material de adiestramiento. Puso a mi entera disposición su bibliote-
ca y su experiencia. Me confió invaluables códices persas y florentinos
sobre anatomía y enfermedades venéreas, además de una colección
de tratados de magia negra que en su tiempo fueron condenados por
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