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VOCES HÍBRIDAS

Reflexiones en torno a la obra de


García Canclini

coordinado por

EDUARDO NIVÓN BOLÁN

textos de

hugo achugar * francisco cruces


néstor garcía canclini
claudio lomnitz * jesús martín-barbero
daniel mato * toby miller
eduardo nivón * luis alberto quevedo
ana rosas * maritza urteaga
pablo vila * george yúdice

siglo
veintiuno
editores
grupo editorial
siglo veintiuno
siglo xxi editores, méxico siglo xxi editores, argentina
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B1034.G37
V63
2012 Voces híbridas : reflexiones en torno a la obra de García Canclini / coordinado
por Eduardo Nivón Bolán. — México : Siglo XXI Editores : Universidad
Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, División de Ciencias Socia-
les y Humanidades, 2012.
252 páginas + 8 páginas a color fuera del pliego. — (Sociología y
política)

ISBN: 978-607-03-0445-3 (Siglo XXI Editores)


ISBN: 978-607-477-842-7 (UAM Iztapalapa)

1. García Canclini, Néstor – 1939- 2. Filósofos – Argentina. I. Nivón Bo-


lán, Eduardo, editor II. Ser.

La elaboración y publicación de esta obra fueron posibles gracias


al financiamiento del Programa Integral de Fortalecimiento
Institucional de la Subsecretaría de Educación Superior e Inves-
tigación Científica de la Secretaría de Educación Pública, uam-
Iztapalapa, Cuerpo Académico de Cultura Urbana.
Responsable: doctor Eduardo Nivón.

primera edición, 2012


© siglo xxi editores, s.a. de c.v.
isbn 978-607-03-0445-3
© universidad autónoma metropolitana-unidad iztapalapa
isbn 978-607-477-842-7

derechos reservados conforme a la ley


impreso en
HACIA COSMÓPOLIS 1

francisco cruces*

La problemática urbana es central en la obra de Néstor García Can-


clini. Lo ha venido siendo también crecientemente en la de varios
de los autores latinoamericanos con los que ésta dialoga de modo
recurrente desde hace tres décadas, como la de Jesús Martín-Barbero,
Renato Ortiz o Teresa Caldeira. Es que pensar el mundo sin hablar de
la ciudad se volvió sencillamente imposible.
El trabajo de Néstor ha contribuido a urbanizar los debates sobre
cultura y comunicación, reposicionándolos en dos sentidos en apa-
riencia contradictorios. Por un lado, al desplazar cuestiones plantea-
das a menudo de manera muy abstracta sobre hegemonía, poder, cul-
tura nacional o clases sociales hacia el terreno más asible y situado del
espacio urbano y los conflictos por su apropiación, ha contribuido
a una auténtica “entrada en representación” de la ciudad —un giro
que resulta notable en el conjunto de las ciencias sociales—. Al mismo
tiempo, al insistir en la complejidad, parcialidad, fugacidad y transfor-
maciones de aquello que creíamos conocer como “la ciudad”, su mira-
da pone en crisis su representación más convencional. Una relectura
del trabajo de Néstor, en polifonía con la de autores como Berman,
Castells o Sassen, invita a imaginar nuevas líneas de fuga a partir de las
cuales pensar, a futuro, los problemas culturales de la urbe contempo-
ránea. A ello me aboco en las páginas que siguen.

de lo popular a lo urbano

En los años ochenta, alguien escribió que los antropólogos entran en

* uned, España.
1
Escrito como parte del proyecto Prácticas culturales emergentes en el Nuevo Madrid
(Ministerio de Ciencia e Innovación de España, CSO2009-10780), que realiza el Grupo
Cultura Urbana de la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Agradezco a los
miembros del equipo sus aportaciones a las ideas aquí presentadas.
[97]
98 francisco cruces

las ciudades a pie, los sociólogos en auto y por la autopista principal, y


los comunicólogos en avión, por lo que ven tres ciudades distintas. En
esa época, tanto en América Latina como en España se discutía con
ardor en la academia sobre las promesas políticas de la cultura popu-
lar. Se reflexionaba sobre el abordaje adecuado para el análisis de la
telenovela, el comic o la samba, géneros mediados por la industria del
entretenimiento de masas. El término “globalización” no estaba en
boga todavía; su uso eventualmente suscitaba acusaciones de sumisión
al imperialismo o debilidad ideológica. Tras interrogarse por el futuro
de las artesanías, aquel mismo autor, no muy conocido, llegaba a la
conclusión extraña de que a nuestros informantes parecía costarles
menos que a nosotros, antropólogos, entrar en la modernidad (Gar-
cía Canclini, 1989: 230).
En mi caso era cierto. Yo era un aprendiz de antropólogo que se
movía a pie o en bicicleta. Hacía una tesis sobre las fiestas populares
de Madrid y tenía muchos interrogantes sobre qué podía hacer con la
teoría antropológica (y en particular, la teoría del ritual y la antropo-
logía simbólica) en el contexto racionalizado y modernizante donde
me estaba moviendo. La ciudad me rebasaba. El objeto de estudio,
inabarcable, se movía más rápido que yo. Para algunos informantes,
gestores de fiestas municipales, mi presencia como investigador no
resultaba fácil de comprender. Colegas con más experiencia, viéndo-
me algo norteado, me aconsejaron ser modesto, atenerme a un sujeto
abarcable, un grupo acotado —por qué no el pequeño gremio de los
bomberos—. No les hice caso. No quería estudiar a los bomberos.
El descubrimiento de los textos de Néstor García Canclini supuso
para mí una ventana enorme: daba formulación clara a preguntas que
yo me hacía, las relacionaba con debates importantes de la época y
legitimaba el sentido de un proyecto sobre fiestas urbanas que que-
ría ir más allá, “entrar en la modernidad”, debatiendo el sentido de
las relaciones entre tales dispositivos simbólicos y la secularización y
revitalización urbanas que siguieron a la transición democrática en
España. Sobre todo, aquellos textos estaban magníficamente escritos,
con una elegancia y fortuna verbal inusuales. El primero de ellos, Las
culturas populares bajo el capitalismo, lo robé de la mesa de mi maestro,
Honorio Velasco; luego recuerdo haberme fabricado una versión pi-
rata, a punta de fotocopias, de Culturas híbridas, que aún conservo. El
estudio de las tradiciones no precisaba ser tradicionalista. El pasado
tenía porvenir. Lo primitivo era moderno. Las identidades son pues-
hacia cosmópolis  99

tas en escena. Culturas populares prósperas son posibles. La moder-


nidad es una condición que nos envuelve, una “situación de tránsito
interminable en la que nunca se clausura la incertidumbre de lo que
significa ser moderno” (1989: 333). De golpe muchas de mis inquie-
tudes recibían, en el trabajo de Néstor, la formulación que merecían,
con la contundencia de frases bien dichas.
La impresión temprana de que Culturas híbridas facilitaba una en-
trada en representación de la ciudad y lo urbano se ha afirmado con el
tiempo. En el contexto de un debate más amplio sobre la modernidad
latinoamericana, ese libro —de densidad y ambición agotadoras— in-
vitaba a una suerte de viraje: de las discusiones del momento sobre
hegemonía, clases sociales, poder, Estado y comunicación, hacia el
terreno menos abstracto de la cultura urbana y sus conflictos. Lue-
go fueron apareciendo otras obras como Consumidores y ciudadanos
(1995), La ciudad de los viajeros (1998) o La antropología urbana en Méxi-
co (2005) que confirman ese giro.
No obstante, si en lo urbano hay un objeto, éste no es cerrado, con-
fortable ni tranquilizador. Es, precisamente, el lugar donde se realiza
una doble crisis: la de la ciudad propiamente dicha, que al globali-
zarse “se desintegra” (un proceso del cual la actual megaciudad de
México funciona como paradigma inquietante). Y la crisis de repre-
sentación asociada a los saberes sobre ella. Pues las ciencias sociales
—afirma Néstor—, no pueden ya aspirar a tener los mapas del orden
urbano. Esa conciencia sobre la crisis, a un tiempo empírica y episte-
mológica, se enunciaba todavía en Culturas híbridas con el estatus de
una interrogación:

Pero ¿cómo hablar de la ciudad moderna, que a veces está dejando de ser
moderna y de ser ciudad? Lo que era un conjunto de barrios se derrama más
allá de lo que podemos relacionar, nadie abarca todos los itinerarios, ni todas
las ofertas materiales y simbólicas deshilvanadas que se presentan (1989: 16).

La interrogación se fue volviendo una especie de certeza —triste


en su belleza— en libros posteriores: no tanto la imposibilidad absolu-
ta de relatar la ciudad, como la conciencia paradójica de no poder ha-
cerlo más que renunciando a un saber omnisciente, a un observatorio
de privilegio. Ninguna autoridad, ningún ojo de Dios para dar cuenta de
la fragmentación contemporánea. Todo lo más, una comedida nostal-
gia por los mapas y la disposición para dejarse llevar por lo efímero.
100 francisco cruces
Narrar es saber que ya no es posible la experiencia del orden que esperaba es-
tablecer el flâneur al pasear por la urbe a principios de siglo. Ahora la ciudad
es como un videoclip: montaje efervescente de imágenes discontinuas. […]
Como en los videoclips, andar por la ciudad es mezclar músicas y relatos di-
versos en la intimidad del auto y con los ruidos externos. Seguir la alternancia
de iglesias del siglo xvii con edificios del xix y de todas las décadas del xx,
interrumpida por gigantescos carteles publicitarios donde se aglomeran los
cuerpos fingidos de las modelos, los modelos de nuevos coches y las computa-
doras recién importadas. Todo es denso y fragmentario. Como en los videos,
se ha hecho la ciudad saqueando imágenes de todas partes, en cualquier or-
den. Para ser un buen lector de la vida urbana hay que plegarse al ritmo y
gozar de las visiones efímeras (1996: 101).

una agenda en nueve imágenes

En su introducción a Cultura y comunicación en la ciudad de México


(1998), García Canclini hablaba de las “cuatro ciudades de México”:
la histórica, la moderna, la informacional y la ciudadana. Su objeto era la
descripción de una megápolis donde conviven, en heterogénea multi-
temporalidad, varias ciudades diferentes. Ese ejercicio de ordenación
conceptual tenía un lado práctico: proporcionar un paraguas común
a las etnografías variopintas que en esos años habíamos ido realizando
bajo su dirección los miembros del laboratorio Cultura Urbana de la
uam. En ellas se reunían estudios sobre el centro y las periferias, el
tianguis y los malls, las artesanías y las marchas de protesta, los condo-
minios y el Templo Mayor, el danzón y la prensa, los cantautores y los
multifamiliares, la radio participativa y las fiestas de barrios y pueblos
conurbados (para un balance de ese programa de estudios véase el
monográfico de la revista Alteridades, 2008).
La propuesta de las cuatro ciudades envuelve a mi juicio otro va-
lor añadido: la posibilidad teórica de entender ese objeto inabarcable
que es la metrópolis contemporánea de manera plural, desde diver-
gentes puntos de vista, a partir de la superposición de sus contrastes
en simultaneidad y heterogeneidad de tiempos. Setha Low, en una
revisión exhaustiva de la antropología urbana en inglés durante los
noventa operó de modo parecido, al yuxtaponer, bajo el rótulo co-
hacia cosmópolis  101

mún de “ciudad poliédrica”, imágenes metafóricas de los dispares


contextos urbanos que los antropólogos habían ido tematizando en la
década anterior. Así, fue sumando la ciudad étnica, partida, generizada,
disputada, desindustrializada, global, informacional, modernista, posmoder-
na, fortificada, sagrada, tradicional (Low, 1996).
¿Qué significa afirmar de nuestras urbes que contienen varias
ciudades en su interior? En una disciplina tan lastrada por sempiternas
discusiones definicionales (sobre la oposición entre lo urbano y lo
rural, la ciudad y el campo, lo societal y lo comunal; sobre tipos de
ciudades; sobre sus esquemas históricos y evolutivos),2 una aproxi-
mación metafórica de este tipo puede parecer laxa. Pero eso mismo
la hace refrescante. Ciertamente no intenta cerrar los viejos, sesudos
problemas de la teoría urbana: la naturaleza de la ciudad y sus habi-
tantes, sus tipos ideales, la relación entre tipologías y ciudades empíri-
cas, las etapas de evolución histórica, las relaciones entre los núcleos y
el sistema mayor. Más bien autoriza a sortearlos, a inventar heurísticos
que visualicen los procesos y puntos de fuga de la complejidad emer-
gente en que nos toca vivir.
Sumándome a ese ejercicio de imaginación etnográfica, añadiré a
las cuatro ciudades de Néstor y las doce de Setha Low mi propia “lista
de la compra”.3 Voy a enunciar mis particulares nueve ciudades como
una personal agenda de trabajo para el estudio de las transformacio-
nes en curso en un contexto que podríamos llamar de urbanidad tar-
día. La marca de dicho contexto es la superposición de viejas proble-
máticas, heredadas de la ciudad premoderna y moderna (la ciudad
histórica, la industrial y la cívica) con lógicas más recientes derivadas del
sistema económico, político y tecnológico tardomoderno, y que deno-
minaré respectivamente (a) cosmópolis, (b) ciudad dispersa, (c) ciudad
fortificada, (d) tecnópolis, (e) etnópolis y (f) ginépolis.

2
La historia de este campo ha girado en buena medida en torno a una crónica dis-
cusión sobre la definición correcta del hecho urbano; véase por ejemplo Sennet, 1969;
Hannerz, 1986: 73; Gmelch y Zenner, 1988; Kasinitz, 1995; Cruces, 2007: 22ss.
3
Frente a tipos ideales y etapas evolutivas, una lista de la compra se concibe de modo
práctico: notas que permiten organizar la mirada etnográfica ante una diversidad pro-
liferante, como la del supermercado; un conjunto heurístico para la tarea abrumadora
de interpretar una cultura urbana en permanente mutación y expansión.
102 francisco cruces

la ciudad: historia, industria y urbanidad

Los cuadros 1 y 2 resumen, respectivamente, ambos tipos de proble-


mática. La columna izquierda da nombre a una imagen; la derecha
selecciona algunos caracteres definitorios y sus consecuencias en el
orden cultural, entendiendo por tal el campo de la expresión bajo con-
diciones de urbanidad —el modo en que se ven afectadas cosas como la
forma arquitectónica, la música, la etiqueta, el vestido, las maneras de
habitar.

cuadro 1. la ciudad como problema cultural


Ciudad histórica -Cerramiento
-Densidad del lugar
-Espacios de ritualidad
-Centralidad, jerarquía y totalidad
Ciudad industrial -División funcional del espacio, segregación
socioespacial
-Principios de racionalización, acumulación y
competencia
-Energía mecánica
-Capital vs. trabajo
-Comodificación, cultura como mercancía
Cívitas -Separación público/privado
-“Urbanidad” como proyecto civilizatorio
-Individualismo
-Disciplina productiva, higienismo, censura
expresiva

Este cuadro esquematiza una problemática larga y compleja, la de


la “cuestión urbana” resultante de la industrialización en Europa y
América. Por un lado, encontramos las formas heredadas del antiguo
régimen y la sociabilidad locales, que la producción industrial puso
en crisis; por otro, las transformaciones radicales asociadas al nuevo
modo de producción, que la ciudad moderna encarnará por antono-
masia. En torno a las relaciones entre los dos polos de esa dicotomía
(y el ideario civilizatorio que la contiene) giró buena parte del debate
de la cuestión urbana desde el siglo xix.
Hablar de “ciudad histórica” sugiere que algunas de las formas tradi-
cionales de hacer, vivir y usar la ciudad siguen vivas; a modo de ruinas,
vestigios y edificios, pero también de trazados viales, hitos y fronteras
territoriales, emblemas, anales, crónicas, calendarios, celebraciones,
hacia cosmópolis  103

memorias, costumbres, prácticas y discursos de la población. Hay una


ironía en llamar “histórico” a un segmento singularizado de la vida
urbana (¿es que existen lugares carentes de historia?). Y a estas altu-
ras resulta manifiesto el carácter inventado de dicha historicidad. Mas
lo que cuenta es el hecho de que ciertas prácticas simbólicas siguen
ancladas a una determinada idea del espacio urbano, gobernadas por
principios de tradicionalidad, totalidad, cerramiento, jerarquía y cen-
tralidad, en continuidad histórica —real o imaginada— con la tradi-
ción de épocas anteriores. La celebración de fiestas y romerías, el uso
común de las plazas públicas, la organización cotidiana de los barrios,
la memoria contenida en trazas y huellas de sus lugares emblemáticos,
son algunos ejemplos de ello.
Es precisamente el juego dramático entre las ruinas de una ciudad
que desaparece y otra nueva que emerge —entre antiguo y moderno,
rural y urbano, comunidad y sociedad— el que proporcionó su trama
fundacional a este campo. En textos como El urbanismo como modo de
vida de Louis Wirth (1938), París, capital del siglo xix de Walter Ben-
jamin (1938) o La cultura de las ciudades de Lewis Mumford (1938),
la ciudad histórica y la industrial encarnan una narrativa agonística4
que recorrerá sin descanso todo el desarrollo de los estudios urbanos.
La Chicago de Park, la Manchester de Engels, la Berlín de Simmel,
el París de Benjamin, son en un sentido arquetípico la misma urbe.
Aquélla cuyo crecimiento, ligado íntimamente a la expansión de la
producción capitalista, precipitó en todos estos autores la concien-
cia urgente de crear unas ciencias sociales que enfrentaran la ciudad
como problema.5
La tercera de mis imágenes evoca una dimensión algo distinta, la
ciudadana: la ciudad pensada como cuerpo político o cívitas. Es ésta
una dimensión básica tanto de la ciudad clásica como de la moder-

4
Para un análisis de la teoría urbana como género narrativo, véase el perspicaz en-
foque de Ruth Finnegan en Tales of the City (1998: 1-23).
5
A propósito del nacimiento de los estudios urbanos, escribe Richard Sennet: “Esta
identificación entre la ciudad y la sociedad cambió durante la Revolución Industrial de
los últimos dos siglos porque las ciudades mismas cambiaron. Se hicieron inmensamen-
te más grandes que nada que se hubiera conocido desde tiempos de Roma, y su creci-
miento no venía de su interior, mediante crecimiento de su propia población, sino de
fuera, como resultado de cambios en la agricultura [...]. En estas ciudades industriales
estaba teniendo lugar algo complejo y confuso, que tenía que ser estudiado como un
problema en sí mismo, algo que no podía ser comprendido por el recurso a unas pocas
categorías fáciles” (1969: 4).
104 francisco cruces

na, pues a toda política subyace siempre una estética, un particular


régimen de representación. El desarrollo de nuestras ciudades es, en
ese aspecto, inseparable de un ideal de urbanidad de larga duración,
concebido como proyecto de convivencia. En él vienen a condensarse
tres sentidos íntimamente relacionados: a] un ethos de reforma civili-
zatoria de la interacción social, b] la conformación de un modelo par-
ticular de subjetividad burguesa, de corte individualista y c] una me-
táfora originaria del espacio público como esfera de lo común basada
en una distinción tajante entre lo público y lo privado. Lo que hoy
denominamos urbanidad resulta de una interiorización naturalizada
de tales principios, a través de múltiples guerras simbólicas. De ellas
da buena cuenta la historia social: guerras en torno al uso del tiempo,
la disciplina de trabajo, la higiene, la familia, el ahorro, el consumo
de alcohol, el ruido, la ocupación de la calle, la morigeración de cos-
tumbres, la separación de público y privado (Thompson, 1985; Archi-
la, 1991; Ariño, 1991; Eleb y Debarre, 1995; Cruces, 1998). Pensar la
ciudad en términos culturales implica bucear en tales conflictos en
torno a la civilidad, identificando los modos siempre inacabados de
construcción disciplinaria de los sujetos y sus formas de interacción.

nuevas figuras de lo urbano

Para seguir haciendo eso hoy día resulta necesario introducir dimen-
siones recientes de transformación, que he comprimido en el cuadro
2. No cancelan la problemática clásica, ni son en realidad tan nove-
dosas. No creo que vengan a remplazar el poder narrativo contenido
en las viejas historias de creación, auge y decadencia de las ciudades:
los grandes relatos de la ciudad como lugar de anomía y deshumani-
zación, como escenario de una acumulación incesante de riquezas,
como plaza pública y espectáculo de lo imprevisible, como trampa de
perdición moral, como joya de la creación estética y cuna del progre-
so de la humanidad. Hay que verlas más bien como versiones actuali-
zadas de esos mismos temas, de un modo parecido a como Betty la fea,
Mad Men o Sexo en Nueva York recuentan tramas presentes en Apuleyo
y Paul Auster, Dickens y Dostoievski, Calvino y Cortázar.
hacia cosmópolis  105

cuadro 2. cosmópolis como problema cultural


Cosmópolis -Ciudades globales y mundiales
-Megaciudades
-Sistema de ciudades
-Economías del conocimiento y del acceso
-Mundialización/regionalización de estilos
-Nueva división internacional del trabajo
Ciudad dispersa -Disolución de límites
-Linealidad, regionalidad
-Policentrismo
-Metápolis, Network locality
Ciudad fortificada -Rupturas del espacio (Haussmanización)
-Megaproyectos
-Gentrificaciones del centro
-Privatización
-Disneylandización y amnesia
Tecnópolis -Conexión y sincronización a distancia
-Obsolescencia programada
-Convergencia tecnológica
-Concentración de las industrias
-Cronotopías tardomodernas: abstracción,
aceleración
Etnópolis -Procesos de auto y hetero diferenciación
-Reconstitución de fronteras
-“Cultura” como interpelación
-Comunidades diaspóricas
-Hibridación
-Fundamentalismo
Ginépolis -Politización de la reproducción
-Desdibujamiento de público/privado
-Universalización y democratización de la
intimidad
-Género: visibilización y parodia
-Nuevas formas de lo doméstico
-Poéticas de lo cotidiano

¿Cuáles son esas nuevas figuras de lo urbano? La primera,


desgastada a fuerza de invocarla, es la de lo global, lo mundial, lo plane-
tario. Según la noción de “ciudad global”, en una urbe concreta se hace
presente la totalidad del mundo. Esta hipérbole borgiana no es nue-
va: las ciudades industriales modernas ya se consideraban metrópo-
lis, aglomeraciones fabulosas de personas, mercancías, instituciones y
106 francisco cruces

funciones con vocación cosmopolita, universal. Pero adonde apunta


el apelativo de “global” es a la exigencia contemporánea de pensar
todas las ciudades simultáneamente y en relación mutua; de concebir
su interconexión a una escala máxima, como parte de un sistema que
trasciende los espacios acotados del hinterland, la región metropoli-
tana y el territorio nacional. De ahí la tendencia a cualificar, desde
los años ochenta, el modo particular en que determinados núcleos
se insertan en el flujo de capitales, mercancías, saberes y personas,
mediante epítetos como ciudad global (Sassen), mundial (Hannerz),
megápolis (Ward), creativa (Florida)… Y en otro polo del espectro, bi-
donvilles, global slums, hedge cities… Los calificativos son múltiples, las
definiciones varían al tratar de captar las derivas de forma y función
de los núcleos urbanos bajo un régimen económico, geopolítico y te-
rritorial considerablemente escurridizo, reticular y deslocalizado.
Buscando por Internet una imagen con la que presentar visualmen-
te esta idea me topé con un skyline ficticio de Madrid. En él se recono-
cen los perfiles de algunos rascacielos, en especial los emblemáticos
construidos en las últimas décadas (Torre Europa, el “pirulí” de To-
rrespaña, Torre Picasso). Edificios alejados por kilómetros se yuxtapo-
nen, como si estuvieran uno al lado del otro. Es la foto de un downtown
inexistente, cuya eficacia reside en evocar un prestigioso lugar común,
el de los skylines de Manhattan y Chicago. El remix reubica Madrid en
el rango de esas ciudades, en competencia por tocar el cielo.
Si la idea de cosmópolis redefine el asentamiento urbano al posi-
cionarlo en un sistema de flujos, la ciudad dispersa lo hace en función
del impacto de patrones espaciales que la expanden, descentran y di-
fuminan. Esto es lo que François Ascher ha denominado metápolis,
señalando en particular la forma metastásica, irregular, con que crece
la mancha urbana.6 Frente al espacio christaleriano que repartía los
asentamientos de modo regular, según una jerarquía donde el nivel de
influencia de cada uno era función de su tamaño, la expansión de la
ciudad dispersa genera un efecto túnel, con vías rápidas que interco-
6
Al hablar de “metápolis” y de “tercera revolución urbana”, Ascher pone el acento
en la discontinuidad histórica del momento actual. El término “metápolis” pareciera
diagnosticar tanto una “muerte de la ciudad” (en el sentido político) como una diso-
lución de su forma (en el sentido territorial y poblacional). Pero, advierte el propio
autor, eso no significa que el fin de las ciudades esté “en el orden del día”. El concepto
nombra un salto cualitativo, una discontinuidad respecto a las condiciones bajo las cua-
les los asentamientos urbanos se desarrollaron hasta las últimas décadas del siglo xx en
tanto organización física de la convivencia (véase Ascher, 1995; 2004).
hacia cosmópolis  107

nectan los nodos mayores, pero nula interconectividad entre otros


puntos de la red. Esta configuración espacial se denomina técnica-
mente hubs and spokes (Ascher, 1995: 36).
La disolución de límites del territorio, la continuidad entre conur-
baciones, los modelos lineales de extensión en torno a ejes viales, la
pérdida de centro, la proliferación de centros especializados, son he-
chos sociales duros. Más allá de su realidad física, se concretan en los
modos de vida y experiencias de los habitantes, sus sensibilidades y
actividades cotidianas. Pienso, por ejemplo, en la extrañeza que me
produjo el downtown de Chicago, un lugar prácticamente desierto al
final del día, por contraste con la atracción centrípeta que siguen ejer-
ciendo las plazas centrales de capitales españolas y latinoamericanas.
La otra cara de la noción de centralidad es, obviamente, la fragmen-
tación. En un espacio disperso, los lugares de encuentro pasan a ser
otros, o no existen en absoluto. Personalmente, opino que una moda-
lidad residencial donde apenas te veas obligado a rozarte con gente
es antiurbana por definición. Pienso también en las variadas disposi-
ciones estéticas y sociales que funda la movilidad, traduciéndose en
múltiples culturas del desplazamiento y el umbral: desde el paseante
flâneur a la sociabilidad motera, desde el culto al cuerpo en movimien-
to hasta el cultivo coleccionista de dispositivos portátiles, desde la que-
ja por el desplazamiento forzoso del commuter hasta la reivindicación,
cada vez más clamorosa, del derecho a la movilidad.
La ciudad fortificada abarca un conjunto heterogéneo de procesos
de cirugía urbanística, con el denominador común de la concurren-
cia del gran capital, la planificación estratégica y la segregación so-
cioespacial. Los megaproyectos viarios y el paso de la plaza pública al
mall son los casos más obvios. Si hacia fuera la ciudad se expande y se
diluye, hacia dentro se fortifica. Podemos entender esta figura de una
forma literal, en la acepción de la construcción de muros y barreras
defensivas. Pero también en sentidos más alegóricos: a] como destruc-
ción del espacio público y privatización generalizada de funciones y
lugares (las plazas, calles, zonas comerciales, centros históricos gen-
trificados); b] como segregación residencial y laboral, con formación
de guetos, c] como cambios en la agenda de las políticas municipales,
con el crecimiento de la presión ciudadana en materia de seguridad y
eficiencia a costa de valores de redistribución y justicia, d] como inter-
venciones polémicas de megaproyectos de gran impacto, o lastrados
por riesgos severos.
108 francisco cruces

Este aspecto no es nuevo. La ciudad moderna siempre se constru-


yó por demolición de la existente. La novedad está, más bien, en la
sensibilidad agudizada entre los urbanitas frente al monologismo de
los promotores, tanto públicos como privados. Robert Moses, figura
protagónica del urbanismo neoyorkino durante la primera mitad del
siglo xx (hay que recordar que las ciudades estadunidenses se recons-
truirían posteriormente mirándose en buena medida en ese espejo)
declaró necesitar nada menos que un “hacha de carnicero” para in-
tervenir sobre las altas densidades de la Gran Manzana.7 También Ralf
Cintron, en un inspirado artículo sobre la historia de la construcción
(y posterior destrucción) de las Torres Gemelas, la relata en clave de
epopeya hiperbólica, haciendo notar cómo, durante el largo periodo
de planeación y ejecución, cada nuevo proyecto venía a desbancar
al anterior en ambición, dificultad, altura y presupuesto (2009: 146).
Las tecnologías de construcción participan así, junto con otras, en
una especie de carrera por la conformación de ese enorme artefacto
que es la vida urbana. En lo que he llamado tecnópolis, el sentido del vi-
vir resulta crecientemente mediado por tecnologías que proveen, en-
tre otras cosas, nuevas formas de conexión y desconexión. No es mera
cuestión de tornillería: lo que posibilitan son las formas de juntarse
y comunicarse, vectores de identidad y subjetividad, sensibilidades y
estéticas vinculadas a modos de coordinación a distancia.
Son también crecientemente centrales en el proceso económico,
tanto como productos en sí mismos como, sobre todo, en tanto com-
ponentes estratégicos de la recomposición globalizada de los procesos
productivos (Sassen, 2000, 2005; Ascher, 1995: 43ss.). Esto atañe espe-
cialmente a los sectores terciarios de los servicios avanzados y la llama-
da Nueva Economía, la cual encuentra además en la tecnología una
fuente inagotable de tropos donde mirarse: “sociedad informacional”,
“ciudad-red”, “economía digital”, “capitalismo cognitivo”, “economías
del conocimiento”, “capitalismo flexible”, “ciudad creativa”, “econo-
mía abierta”... Internet (“la red”) parece encarnar por antonomasia
este mundo. Es ella la que ha proporcionado suelo para algunas de
las más poderosas metáforas recientes del espacio público, así como
para la contestación política emergente a nivel mundial. Como mues-
tran sus estudiosos, las tecnologías se piensan mejor en conjunción y

7
“Cuando actúas en una metrópoli sobreedificada, tienes que abrirte camino con
un hacha de carnicero” (Robert Moses, cit. en Berman, 1988: 308).
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sinergia, en sus usos convergentes del móvil a la pantalla, del texto a


la imagen, de la vida online a la offline (Sassen, 2005; Winocur, 2009).
De la mano de este entorno tecnológico llegan también formas reno-
vadas de desigualdad y escasez, que nombramos como “desconexión”
y “brecha digital”, así como niveles de concentración de riqueza, po-
der e información desconocidos hasta la fecha. Lo cual acarrea, con-
siguientemente, algunas de las más apasionadas controversias dentro
y fuera de la academia en torno a su regulación, alcance y naturaleza.
La pregunta es, entonces, cómo mirar esta ciudad mediada por
tecnologías. No se trata de objetos: es el propio sujeto urbano el que
muta ante nuestros ojos. ¿Hasta dónde tomar en serio la propuesta
procedente de la teoría del actor-red de pensar esa relación compleja
entre actores humanos y máquinas como una agencia compartida?
Bruno Latour, en Paris ville invisible (1998) ensaya junto con la fotó-
grafa Emilie Hermant su personal etnografía visual de París a partir
de un seguimiento intrincado, de naturaleza cartográfica, de las trazas
y traducciones entre dispositivos, expertos y usuarios de diversos sis-
temas de conocimiento de la ciudad (del laboratorio neurocientífico
al café, del servicio de meteorología al mapa director de la municipa-
lidad). El resultado es tan denso como fascinante, al asistir a una ciu-
dad que se reinventa en tiempo real a través de saberes especializados.
La Babel multicultural y los procesos migratorios eran ya un leit-
motiv de la constitución del modo de vida urbano en los textos de
las escuelas de Berlín y Chicago (concebida como “heterogeneidad
social” en Wirth y como “proceso heterogenético” en Redfield; v. Cru-
ces, 2007: 22, 28). Hay, no obstante, una narrativa más actual sobre la
ciudad multicultural que podemos llamar Etnópolis, y que recicla al-
gunas de tales imágenes en nuestro mundo global. El documental de
Johan Van der Keuken Amsterdam, Global Village (1996) podría servir
de ejemplo. Es un extenso relato visual de las geografías suburbanas
y la composición étnica y multirracial de la Holanda contemporánea.
Podría tomarse como una actualización exitosa del género de sinfo-
nía urbana que se inaugurara en la primera mitad del siglo xx con
películas como Berlín: Sinfonía de una metrópoli (1927). Su discurso da
a entender hasta qué punto la globalidad de una ciudad se mide hoy
día por cuánta diversidad es capaz de albergar, cuántos cruces y en-
cuentros entre diferentes (y de qué tipo) hace posibles. Encuentros
que incluyen circunstancias tanto felices como infelices: la posibilidad
del desarraigo, los matrimonios mixtos, el fundamentalismo étnico,
110 francisco cruces

la persecución policial, la mirada circunstancial del turista, el trabajo


duro, las solidaridades de grupo o clase, los viajes de ida y vuelta al
lugar de origen... Pero en sí misma, la clave del discurso multicultural
como relato moral es que ese encuentro es globalmente positivo, y en
todo caso inevitable.
Frente a cualquier esencialismo de la diferencia racial o cultural,
reconozcamos de partida la dificultad práctica de nombrarla —de ob-
jetivar la diversidad o fijarla en un mapa—. La composición sociológi-
ca de los habitantes urbanos suele ser presentada, tanto en los medios
como en la administración, en términos ralos, según la nacionalidad
de origen de los individuos; ocasionalmente según su lengua (en el
caso del Estado español, en escasa medida en términos raciales o de
adscripción religiosa). Pero los grupos implicados aplican sus propias
lógicas de autodiferenciación, impugnando las etiquetas que se les
imponen, o apropiándose de ellas. La condición de migrante —como
otras extranjerías— es construida, y en esa misma medida deconstrui-
ble. Entre el anonimato absoluto del espacio público (donde todos
somos forasteros) y la discriminación violentamente cosificadora de
los censos de sin papeles, la heterogeneidad cultural se negocia nor-
malmente en una amplia zona gris, más o menos ambigua; en juegos
de ocultación y muestra; siguiendo variopintas gramáticas para “iden-
tificarse” uno mismo y “alterizar” a los otros (cf. Baumann, 2010).
Sólo un ejemplo de gramática cultural en zonas grises: en Mon-
tevideo la gente se saluda con un beso, en Madrid con dos. Si una
uruguaya llega a Madrid como migrante, durante un tiempo conti-
nuará saludando con un solo beso. Pero en algún momento se verá
confrontada a la posibilidad de seguir o no la costumbre del doble
beso local. Volverse “madriguayo” o “madriguaya” implica decantarse
por el número de besos con que vas a saludar a determinada persona
en determinada ocasión: un diacrítico aparentemente banal, que los
demás podrán o no leer como marca de identidad. Dado que sólo te-
nemos dos mejillas, el beso digitaliza decisiones que en otros ámbitos
de la vida suelen pasar inadvertidas (Boggio, 2011).
Además de ambigua, la diferencia es ambivalente (Hall, 2010).
Puede ser algo muy bueno, pero también doloroso e incomprensible.
En todo caso, resulta necesaria e inevitable. No viene dada: depende
de procesos dinámicos de auto y heterodefinición por parte de gru-
pos e individuos (pues no es lo mismo trazar la propia diferencia que
verse definido por otros). Y se realiza performativamente en las prác-
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ticas y los discursos, además de en las posiciones materiales de cada


quién. No es una esencia, ni una cosa, sino una dinámica entre sujetos
situados —una interpelación—. De modo que, en el análisis de la di-
versidad, más que de identificar “diferencias” de lo que se trata es de
reconstruir los distintos tipos de gramática para “alterizar” e “identifi-
carse” que los actores movilizan, y que pueden cambiar de una situa-
ción a otra, entre grupos diversos y a lo largo del tiempo (Baumann,
2010). Nombrar al otro es siempre, por implicación, nombrarse in-
directamente a sí mismo, así como dejar de mencionar a un tercio
excluso que queda fuera de la conversación. En ese sentido, siempre
habrá una cierta violencia en el mero hecho de nombrar y nombrar-
se. Lo cual no puede impedirnos el ejercicio valiente de nombrar la
diferencia, en la medida en que, al dar lugar al otro en el discurso
propio, así sea un lugar subordinado, también se da la posibilidad de
reconocerlo.
Etnópolis incluye, así, tanto la multiculturalidad empírica de los
grupos como el multiculturalismo forzado de sus administradores. La
escena de la convivencia urbana se mueve vacilante entre dos impo-
sibles: por un lado, el de los viejos modelos liberales de ciudadanía
(unilingües, monoculturales, abstractamente igualitarios); por otro,
el de las diversas variantes de fundamentalismo cultural y étnico (lo
que Hall llamó “patrullar las fronteras”). Entremedias existe un enor-
me y fascinante espacio de hibridación, que Néstor García Canclini,
con Culturas híbridas, fue pionero en tematizar. Lo cual no significa
obviar el carácter conflictivo de tales hibridaciones: es siempre más
fácil invocar la diferencia que ponerle nombre. Y resolver contradic-
ciones sobre el papel no es tampoco lo mismo que aprender a convivir
con ellas.
Termino esta colección de imágenes con la que actualmente más
me interesa. Ginépolis apunta a los procesos de cambio que por do-
quier y de manera profunda están transformando la ciudad desde su
interior —desde las esferas de lo doméstico, lo privado y lo íntimo—
(Cieraad, 1999; Collignon y Staszak, 2003; Eleb y Debarre, 1995). Esas
esferas no se superponen, designan tres modos diferentes de construir
conceptualmente el ámbito de lo no-público, según enfaticemos a] la
dimensión relacional y reproductiva, con las funciones de reproduc-
ción biológica y social que siempre cumplieron los grupos domésticos
humanos; b] la jurídico/legal, donde privado y público se oponen
fundamentalmente como esquemas de derechos y obligaciones; c] la
112 francisco cruces

subjetiva, donde “íntimo” equivale a la recreación de un espacio de


formación y despliegue de una subjetividad individual, única, irrepe-
tible.
Me limitaré aquí a enunciar algunos de los fenómenos clave a los
que asistimos: la ocupación por las mujeres de un lugar visible en el
espacio público (una transformación de hondo calado ligada, entre
otras cosas, a su incorporación a los entornos laborales desde hace
décadas); el cuestionamiento legal, científico y paródico de los ro-
les de género; la politización de la reproducción y la sexualidad; el
desdibujamiento de los límites entre las esferas pública y privada; la
pluralización del modelo burgués de convivencia doméstica; la uni-
versalización democratizante de la esfera íntima.
Las representaciones dominantes de la ciudad siguen ancladas en
el espacio público, que se piensa a través de las metonimias del mer-
cado, la fábrica, la autopista, el laboratorio, la oficina, la calle y la
plaza. Sin embargo, buena parte de nuestras vidas —y de la novedad
emergente que nos acontece— sucede en los espacios recogidos del
cuarto y la casa, en la densidad semántica de las relaciones íntimas, en
la invención poética de lo cotidiano. Es precisamente ese el tipo de
exploración el que me he propuesto abordar, para el caso madrileño,
en mi actual proyecto etnográfico (Cruces, 2011).

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