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Marcelo Spínola, Obispo de Coria.

El 7 de marzo de 1885, Macelo Spínola, pisa por primera vez el suelo de Coria, para ocupar
aquella sede episcopal. Desde Torrejoncillo, ha escrito al Cabildo y Capitulares de la Catedral:
…tendrán en mí más un jefe, un amigo, deseoso más que de mandar, de servirles…” Es con esta actitud
sencilla y humilde como Marcelo llega a Coria.
El cambio que la vida de Marcelo experimenta es grande. Los primero días estará sólo con sus
sacerdotes en Palacio porque su madre y hermana Rosario, con las que vive en Sevilla, tardarán aun
unos días. La pobreza aquí es extrema y el clima de su nueva vivienda también.
Ahora parece ha llegado el momento de iniciar con Celia, que quedó en Sevilla, su proyecto de
Fundación que, en medio de grandes dificultades de comunicación entre ellos, se concreta al fin para el Dª Antonia y Rosario
con Marcelo
mes de julio.

Coria, 26 julio 1885, una nueva Obra comienza a existir en la Iglesia.


En la mañana del día 26, Celia Méndez con tres amigas, Emilia Riquelme, Gertrudis de la Rosa y Carmen Giraldo,
venidas todas de Sevilla, se reúnen en la Capilla del Sagrario de la Catedral para dar comienzo a nueva Obra. Con
ellas 19 niñas de Coria, que serán las primeras alumnas.
El Obispo Marcelo Spínola explica a pueblo allí reunido cómo estas personas van a poner una escuelita para
ayudar a la educación de las niñas. Había entonces en Coria sólo dos maestras: una con 80 años y otra impedida, por
lo que las nuevas Esclavas vienen como agua de mayo
Terminada la Misa, las nuevas Religiosas, con sus niñas, se trasladaron al Palacio Episcopal, donde el mismo Obispo
les sirvió la comida.
Las Hermanas viven en una casita pobre, aquella del hojalatero, situada en una
plaza formada por un solo árbol, junto a la ermita de S. Benito, que
les ha cedido el Obispo, y que ahora será Iglesia de las Esclavas, que
muy contentas, entonaron allí sus primeros himnos de alabanzas al
Dios que por amor nació en el Portal de Belén...
A los pocos días de la fundación, la comunidad abrió sus brazos
a dos postulantes nuevas: Aurora Nandín y Amalia Cavestany, primas hermanas; vinieron de Sevilla
también a unirse a las nuevas Esclavas.
Pronto comienza a organizarse la Comunidad. Marcelo visita con frecuencia la nueva Fundación y explica a sus
religiosas, cómo hacer realidad su vivencia evangélica, cómo debe ser la Esclava: “humilde, alegre, sencilla, abierta y
disponible al querer de Dios... a semejanza de María..."
Vivían alegres y contentas. Pronto se incorporan otras nuevas vocaciones venidas de Coria, Torrejoncillo, Madrid…
La vida de la Congregación va regularizándose y adquiriendo aspectos de vida religiosa.
Marcelo también iba todos los jueves a explicar la doctrina a las
alumnas. En el patio del pozo, una placa nos recuerda el lugar donde
Marcelo daba sus catequesis.
Las Esclavas enseñaban en la escuela, daban comida a las niñas más
necesitadas y visitaban las casas más pobres para llevar consuelo y alimentos.
Apenas un año de actividad apostólica, Marcelo es nombrado Obispo de Málaga y en
agosto de 1886 tiene que marchar a su nueva diócesis; las Esclavas se ven en la necesidad
de tener que dejar Coria, para seguir consolidando la Obra a la sombra del Fundador. El pueblo llora su
partida; sobre sienten la ida de Celia que se había ganado el corazón de todos.
Poco tiempo vivió Marcelo en Coria pero su recuerdo permanece imborrable.
Años más tarde, en 1927, el entonces Obispo de Coria solicita a la hermana de Marcelo, Rosario Spínola,
que ahora, con el nombre de M. S. Marcelo, es superiora general, la vuelta de la Congregación a su lugar
de origen, y en octubre de ese mismo año, las Esclavas se instalan de nuevo en la casita del hojalatero, junto
a la ermita de S. Benito, que vuelve a ser Iglesia de las Esclavas. El gozo y regocijo de Coria es grande y
celebran este retorno, con fiestas y aclamaciones a M. S. Marcelo, haciendo presente en ella el recuerdo
afectuoso que guardan de su hermano el Obispo Marcelo.
Desde e entonces, las esclavas permanecen en Coria, fieles a las enseñanzas de su Fundador.
A partir del Concilio Vaticano II, su misión ha ido adaptándose, según el sentir de la Iglesia, a las nuevas
con nuevas modalidades a las necesidades de la sociedad y en concreto de Coria

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