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J. R. J.: «ETERNIDAD», J. R. J.
¡Inteligencia!, dame Eternidad, belleza
el nombre exacto de las cosas! sola, ¡si yo pudiese,
... Que mi palabra sea en tu corazón único, cantarte
la cosa misma, igual que tú me cantas en el mío
creada por mi alma nuevamente. las tardes claras de alegría en paz!
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas; ¡Si en tus éstasis últimos,
que por mí vayan todos tú me sintieras dentro
los que ya las olvidan, a las cosas; embriagándote toda,
que por mí vayan todos como me embriagas todo tú!
los mismos que las aman, a las cosas...
¡Intelijencia, dame ¡Si yo fuese, inefable,
el nombre exacto; y tuyo, como tú en mi instantánea primavera,
y suyo, y mío, de las cosas! olor, frescura, música, revuelo
en la infinita primavera pura
«Y SE QUEDARÁN LOS PÁJAROS CANTANDO», J. R. J. de tu interior totalidad sin fin!
Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando.
Y se quedará mi huerto con su verde árbol, «EL NOMBRE CONSEGUIDO DE LOS NOMBRES», J. R. J.
y con su pozo blanco. Si yo, por ti, he creado un mundo para ti,
Todas las tardes el cielo será azul y plácido, dios, tú tenías seguro que venir a él,
y tocarán, como esta tarde están tocando, y tú has venido a él, a mí seguro,
las esquilas del campanario. porque mi mundo todo era mi esperanza.
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ANTOLOGÍA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y LA GENERACIÓN DEL 27
el azul del océano en los mapas, estoy besando flores, luces, hablo.
los días y sus noches, Que hay otro ser por el que miro el mundo
los telegramas viejos porque me está queriendo con sus ojos.
y un amor. Que hay otra voz con la que digo cosas
Tú, que no eres mi amor, no sospechadas por mi gran silencio;
¡si me llamaras! y es que también me quiere con su voz.
Y aún espero tu voz: La vida —¡qué transporte ya!—, ignorancia
telescopios abajo, de lo que son mis actos, que ella hace,
desde la estrella, en que ella vive, doble, suya y mía.
por espejos, por túneles, Y cuando ella me hable
por los años bisiestos de un cielo oscuro, de un paisaje blanco,
puede venir. No sé por dónde. recordaré
Desde el prodigio, siempre. estrellas que no vi, que ella miraba,
Porque si tú me llamas y nieve que nevaba allá en su cielo.
«¡si me llamaras, sí, si me llamaras!»
será desde un milagro, Con la extraña delicia de acordarse
incógnito, sin verlo. de haber tocado lo que no toqué
Nunca desde los labios que te beso, sino con esas manos que no alcanzo
nunca a coger con las mías, tan distantes.
desde la voz que dice: «No te vayas». Y todo enajenado podrá el cuerpo
descansar quieto, muerto ya. Morirse
***
en la alta confianza
Qué alegría, vivir de que este vivir mío no era sólo
sintiéndose vivido. mi vivir: era el nuestro. Y que me vive
Rendirse otro ser por detrás de la no muerte.
a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos, ***
me está viviendo.
Que cuando los espejos, los espías, No quiero que te vayas
azogues, almas cortas, aseguran dolor, última forma
que estoy aquí, yo, inmóvil, de amar. Me estoy sintiendo
con los ojos cerrados y los labios, vivir cuando me dueles
negándome al amor no en ti, ni aquí, más lejos:
de la luz, de la flor y de los nombres, en la tierra, en el año
la verdad trasvisible es que camino de donde vienes tú,
sin mis pasos, con otros, en el amor con ella
allá lejos, y allí y todo lo que fue.
En esa realidad
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Si el hombre pudiera decir lo que ama, Pero el hombre se agita en todas direcciones,
Si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo Sueña con libertades, compite con el viento,
Como una nube en la luz; Hasta que un día la quemadura se borra,
Si como muros que se derrumban, Volviendo a ser piedra en el camino de nadie.
Para saludar la verdad erguida en medio,
Pudiera derrumbar su cuerpo, dejando solo la verdad de su amor, Yo, que no soy piedra, sino camino
La verdad de sí mismo, Que cruzan al pasar los pies desnudos,
Que no se llama gloria, fortuna o ambición, Muero de amor por todos ellos;
Sino amor o deseo, Les doy mi cuerpo para que lo pisen,
Yo sería aquel que imaginaba; Aunque les lleve a una ambición o a una nube,
Aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos Sin que ninguno comprenda
Proclama ante los hombres la verdad ignorada, Que ambiciones o nubes
La verdad de su amor verdadero. No valen un amor que se entrega.
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«NOMBRE», V. ALEIXANDRE
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