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ANTOLOGÍA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y LA GENERACIÓN DEL 27

J. R. J.: «ETERNIDAD», J. R. J.
¡Inteligencia!, dame Eternidad, belleza
el nombre exacto de las cosas! sola, ¡si yo pudiese,
... Que mi palabra sea en tu corazón único, cantarte
la cosa misma, igual que tú me cantas en el mío
creada por mi alma nuevamente. las tardes claras de alegría en paz!
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas; ¡Si en tus éstasis últimos,
que por mí vayan todos tú me sintieras dentro
los que ya las olvidan, a las cosas; embriagándote toda,
que por mí vayan todos como me embriagas todo tú!
los mismos que las aman, a las cosas...
¡Intelijencia, dame ¡Si yo fuese, inefable,
el nombre exacto; y tuyo, como tú en mi instantánea primavera,
y suyo, y mío, de las cosas! olor, frescura, música, revuelo
en la infinita primavera pura
«Y SE QUEDARÁN LOS PÁJAROS CANTANDO», J. R. J. de tu interior totalidad sin fin!
Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando.
Y se quedará mi huerto con su verde árbol, «EL NOMBRE CONSEGUIDO DE LOS NOMBRES», J. R. J.
y con su pozo blanco. Si yo, por ti, he creado un mundo para ti,
Todas las tardes el cielo será azul y plácido, dios, tú tenías seguro que venir a él,
y tocarán, como esta tarde están tocando, y tú has venido a él, a mí seguro,
las esquilas del campanario. porque mi mundo todo era mi esperanza.

Se morirán aquellos que me amaron Yo he acumulado mi esperanza


y el pueblo se hará nuevo cada año; en lengua, en nombre hablado, en nombre escrito;
y lejos del bullicio distinto, sordo, raro a todo yo le había puesto nombre
del domingo cerrado, y tú has tomado el puesto
del coche de las cinco, de las barcas del baño, de toda esta nombradía.
en el rincón oculto de mi huerto encalado,
entre la flor, mi espíritu errará callando. Ahora puedo yo detener ya mi movimiento,
como la llama se detiene en ascua roja
Y yo me iré, y seré otro, sin hogar, sin árbol con resplandor de aire inflamado azul,
verde, sin pozo blanco, en el ascua de mi perpetuo estar y ser;
sin cielo azul y plácido... ahora yo soy ya mi mar paralizado,
Y se quedarán los pájaros cantando. el mar que yo decía, mas no duro,
paralizado en ondas de conciencia en luz
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ANTOLOGÍA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y LA GENERACIÓN DEL 27

y vivas hacia arriba todas, hacia arriba. ***

Todos los nombres que yo puse Para vivir no quiero


al universo que por ti me recreaba yo, islas, palacios, torres.
se me están convirtiendo en uno ¡Qué alegría más alta:
y en un dios. vivir en los pronombres!
Quítate ya los trajes,
El dios que es siempre al fin, las señas, los retratos;
el dios creado y recreado y recreado yo no te quiero así,
por gracia y sin esfuerzo. disfrazada de otra,
El Dios. El nombre conseguido de los nombres. hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
P. SALINAS: irreductible: tú.
Sé que cuando te llame
La forma de querer tú entre todas las gentes
es dejarme que te quiera. del mundo,
El sí con que te me rindes sólo tú serás tú.
es el silencio. Tus besos Y cuando me preguntes
son ofrecerme los labios quién es el que te llama,
para que los bese yo. el que te quiere suya,
Jamás palabras, abrazos, enterraré los nombres,
me dirán que tú existías, los rótulos, la historia.
que me quisiste: jamás. Iré rompiendo todo
Me lo dicen hojas blancas, lo que encima me echaron
mapas, augurios, teléfonos; desde antes de nacer.
tú, no. Y vuelto ya al anónimo
Y estoy abrazado a ti eterno del desnudo,
sin preguntarte, de miedo de la piedra, del mundo,
a que no sea verdad te diré:
que tú vives y me quieres. «Yo te quiero, soy yo».
Y estoy abrazado a ti ***
sin mirar y sin tocarte.
No vaya a ser que descubra Si me llamaras, sí;
con preguntas, con caricias, si me llamaras!
esa soledad inmensa Lo dejaría todo,
de quererte sólo yo. todo lo tiraría:
los precios, los catálogos,

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el azul del océano en los mapas, estoy besando flores, luces, hablo.
los días y sus noches, Que hay otro ser por el que miro el mundo
los telegramas viejos porque me está queriendo con sus ojos.
y un amor. Que hay otra voz con la que digo cosas
Tú, que no eres mi amor, no sospechadas por mi gran silencio;
¡si me llamaras! y es que también me quiere con su voz.
Y aún espero tu voz: La vida —¡qué transporte ya!—, ignorancia
telescopios abajo, de lo que son mis actos, que ella hace,
desde la estrella, en que ella vive, doble, suya y mía.
por espejos, por túneles, Y cuando ella me hable
por los años bisiestos de un cielo oscuro, de un paisaje blanco,
puede venir. No sé por dónde. recordaré
Desde el prodigio, siempre. estrellas que no vi, que ella miraba,
Porque si tú me llamas y nieve que nevaba allá en su cielo.
«¡si me llamaras, sí, si me llamaras!»
será desde un milagro, Con la extraña delicia de acordarse
incógnito, sin verlo. de haber tocado lo que no toqué
Nunca desde los labios que te beso, sino con esas manos que no alcanzo
nunca a coger con las mías, tan distantes.
desde la voz que dice: «No te vayas». Y todo enajenado podrá el cuerpo
descansar quieto, muerto ya. Morirse
***
en la alta confianza
Qué alegría, vivir de que este vivir mío no era sólo
sintiéndose vivido. mi vivir: era el nuestro. Y que me vive
Rendirse otro ser por detrás de la no muerte.
a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos, ***
me está viviendo.
Que cuando los espejos, los espías, No quiero que te vayas
azogues, almas cortas, aseguran dolor, última forma
que estoy aquí, yo, inmóvil, de amar. Me estoy sintiendo
con los ojos cerrados y los labios, vivir cuando me dueles
negándome al amor no en ti, ni aquí, más lejos:
de la luz, de la flor y de los nombres, en la tierra, en el año
la verdad trasvisible es que camino de donde vienes tú,
sin mis pasos, con otros, en el amor con ella
allá lejos, y allí y todo lo que fue.
En esa realidad
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hundida que se niega ¿O tan sencillo fue,


a sí misma y se empeña tan sin esfuerzo, como
en que nunca ha existido, una luz que se encuentra
que sólo fue un pretexto con otra luz, y queda
mío para vivir. iluminado el mundo,
Si tú no me quedaras, sin que nada se toque?
dolor, irrefutable, Ninguno lo sabemos.
yo me lo creería; Ni el dónde. Aquí, en las manos,
pero me quedas tú. como las cicatrices,
Tu verdad me asegura allí, dentro del alma,
que nada fue mentira. como un alma del alma,
Y mientras yo te sienta, pervive el prodigioso
tú me serás, dolor, saber que nos hallamos,
la prueba de otra vida y que su dónde está
en que no me dolías. para siempre cerrado.
La gran prueba, a lo lejos,
de que existió, que existe, Ha sido tan hermoso
de que me quiso, sí, que no sufre memoria,
de que aún la estoy queriendo. como sufren las fechas,
los nombres o las líneas.
*** Nada en ese milagro
podría ser recuerdo:
¿Fue como beso o llanto? porque el recuerdo es
¿Nos hallamos la pena de sí mismo,
con las manos, buscándonos el dolor del tamaño,
a tientas, con los gritos, del tiempo, y todo fue
clamando; con las bocas eternidad: relámpago.
que el vacío besaban? Si quieres recordarlo
¿Fue un choque de materia no sirve el recordar.
y materia, combate Sólo vale vivir
de pecho contra pecho, de cara hacia ese dónde,
que a fuerza de contactos queriéndolo, buscándolo.
se convirtió en victoria
gozosa de los dos, “MUERTE A LO LEJOS”, J. GUILLÉN
en prodigioso pacto
de tu ser con mi ser Alguna vez me angustia una certeza,
enteros? Y ante mí se estremece mi futuro.

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Acechándolo está de pronto un muro «MÁS VERDAD», JORGE GUILLÉN


Del arrabal final en que tropieza
La luz del campo. ¿Mas habrá tristeza Sí, más verdad,
Si la desnuda el sol? No, no hay apuro Objeto de mi gana.
Todavía. Lo urgente es el maduro Jamás, jamás engaños escogidos.
Fruto. La mano ya lo descorteza. ¿Yo escojo? Yo recojo
...Y un día entre los días el más triste La verdad impaciente,
Será. Tenderse deberá la mano Esa verdad que espera a mi palabra.
Sin afán. Y acatando el inminente ¿Cumbre? Sí, cumbre
Poder diré sin lágrimas: embiste, Dulcemente continua hasta los valles:
Justa fatalidad. El muro cano Un rugoso relieve entre relieves.
Va a imponerme su ley, no su accidente. Todo me asombra junto.
Y la verdad
«LAS DOCE EN EL RELOJ», J. GUILLÉN Hacia mí se abalanza, me atropella.
Más sol,
Dije: Todo ya pleno. Venga ese mundo soleado,
Un álamo vibró. Superior al deseo
Las hojas plateadas Del fuerte,
Sonaron con amor. Venga más sol feroz.
Los verdes eran grises, ¡Más, más verdad!
El amor era sol.
Entonces, mediodía, “ROMANCE SONÁMBULO”, FGL.
Un pájaro sumió
Su cantar en el viento Verde que te quiero verde.
Con tal adoración Verde viento. Verdes ramas.
Que se sintió cantada El barco sobre la mar
Bajo el viento la flor y el caballo en la montaña.
Crecida entre las mieses, Con la sombra en la cintura
Más altas. Era yo, ella sueña en su baranda,
Centro en aquel instante verde carne, pelo verde,
De tanto alrededor, con ojos de fría plata.
Quien lo veía todo Verde que te quiero verde.
Completo para un dios. Bajo la luna gitana,
Dije: Todo, completo. las cosas le están mirando
¡Las doce en el reloj! y ella no puede mirarlas.
*

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ANTOLOGÍA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y LA GENERACIÓN DEL 27

Verde que te quiero verde. dejadme subir, dejadme,


Grandes estrellas de escarcha, hasta las verdes barandas.
vienen con el pez de sombra Barandales de la luna
que abre el camino del alba. por donde retumba el agua.
La higuera frota su viento *
con la lija de sus ramas, Ya suben los dos compadres
y el monte, gato garduño, hacia las altas barandas.
eriza sus pitas agrias. Dejando un rastro de sangre.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...? Dejando un rastro de lágrimas.
Ella sigue en su baranda, Temblaban en los tejados
verde carne, pelo verde, farolillos de hojalata.
soñando en la mar amarga. Mil panderos de cristal,
* herían la madrugada.
Compadre, quiero cambiar *
mi caballo por su casa, Verde que te quiero verde,
mi montura por su espejo, verde viento, verdes ramas.
mi cuchillo por su manta. Los dos compadres subieron.
Compadre, vengo sangrando, El largo viento, dejaba
desde los montes de Cabra. en la boca un raro gusto
Si yo pudiera, mocito, de hiel, de menta y de albahaca.
ese trato se cerraba. ¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
Pero yo ya no soy yo, ¿Dónde está mi niña amarga?
ni mi casa es ya mi casa. ¡Cuántas veces te esperó!
Compadre, quiero morir ¡Cuántas veces te esperara,
decentemente en mi cama. cara fresca, negro pelo,
De acero, si puede ser, en esta verde baranda!
con las sábanas de holanda. *
¿No ves la herida que tengo Sobre el rostro del aljibe
desde el pecho a la garganta? se mecía la gitana.
Trescientas rosas morenas Verde carne, pelo verde,
lleva tu pechera blanca. con ojos de fría plata.
Tu sangre rezuma y huele Un carámbano de luna
alrededor de tu faja. la sostiene sobre el agua.
Pero yo ya no soy yo, La noche su puso íntima
ni mi casa es ya mi casa. como una pequeña plaza.
Dejadme subir al menos Guardias civiles borrachos,
hasta las altas barandas, en la puerta golpeaban.

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ANTOLOGÍA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y LA GENERACIÓN DEL 27

Verde que te quiero verde. y se encendieron los grillos.


Verde viento. Verdes ramas. En las últimas esquinas
El barco sobre la mar. toqué sus pechos dormidos,
Y el caballo en la montaña. y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
“LA AURORA”, F.G.L. me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
La aurora de Nueva York tiene rasgada por diez cuchillos.
cuatro columnas de cieno Sin luz de plata en sus copas
y un huracán de negras palomas los árboles han crecido,
que chapotean las aguas podridas. y un horizonte de perros
La aurora de Nueva York gime ladra muy lejos del río.
por las inmensas escaleras *
buscando entre las aristas Pasadas las zarzamoras,
nardos de angustia dibujada. los juncos y los espinos,
La aurora llega y nadie la recibe en su boca bajo su mata de pelo
porque allí no hay mañana ni esperanza posible. hice un hoyo sobre el limo.
A veces las monedas en enjambres furiosos Yo me quité la corbata.
taladran y devoran abandonados niños. Ella se quitó el vestido.
Los primeros que salen comprenden con sus huesos Yo el cinturón con revólver.
que no habrá paraíso ni amores deshojados; Ella sus cuatro corpiños.
saben que van al cieno de números y leyes, Ni nardos ni caracolas
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. tienen el cutis tan fino,
La luz es sepultada por cadenas y ruidos ni los cristales con luna
en impúdico reto de ciencia sin raíces. relumbran con ese brillo.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes Sus muslos se me escapaban
como recién salidas de un naufragio de sangre. como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
“LA CASADA INFIEL”, F.G.L. la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
Y que yo me la llevé al río el mejor de los caminos,
creyendo que era mozuela, montado en potra de nácar
pero tenía marido. sin bridas y sin estribos.
Fue la noche de Santiago No quiero decir, por hombre,
y casi por compromiso. las cosas que ella me dijo.
Se apagaron los faroles La luz del entendimiento

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ANTOLOGÍA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y LA GENERACIÓN DEL 27

me hace ser muy comedido.


Sucia de besos y arena “DONDE HABITE EL OLVIDO”, L. CERNUDA.
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían Donde habite el olvido,
las espadas de los lirios. En los vastos jardines sin aurora;
Me porté como quien soy. Donde yo sólo sea
Como un gitano legítimo. Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Le regalé un costurero Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
grande de raso pajizo, Donde mi nombre deje
y no quise enamorarme Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
porque teniendo marido Donde el deseo no exista.
me dijo que era mozuela En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
cuando la llevaba al río. No esconda como acero
En mi pecho su ala,
«TE QUIERO», L. CERNUDA Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Te lo he dicho con el viento, Sometiendo a otra vida su vida,
jugueteando como animalillo en la arena Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
o iracundo como órgano impetuoso; Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Te lo he dicho con el sol, Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
que dora desnudos cuerpos juveniles Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
y sonríe en todas las cosas inocentes; Disuelto en niebla, ausencia,
Te lo he dicho con las nubes, Ausencia leve como carne de niño.
frentes melancólicas que sostienen el cielo, Allá, allá lejos;
tristezas fugitivas; Donde habite el olvido.
Te lo he dicho con las plantas,
leves criaturas transparentes «NO DECÍA PALABRAS», L. CERNUDA
que se cubren de rubor repentino;
Te lo he dicho con el agua, No decía palabras,
vida luminosa que vela un fondo de sombra; acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
te lo he dicho con el miedo, porque ignoraba que el deseo es una pregunta
te lo he dicho con la alegría, cuya respuesta no existe,
con el hastío, con las terribles palabras. una hoja cuya rama no existe,
Pero así no me basta: un mundo cuyo cielo no existe.
más allá de la vida, La angustia se abre paso entre los huesos,
quiero decírtelo con la muerte; remonta por las venas
más allá del amor, hasta abrirse en la piel,
quiero decírtelo con el olvido.
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ANTOLOGÍA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y LA GENERACIÓN DEL 27

surtidores de sueño “DIRÉ CÓMO NACISTEIS”, L. CERNUDA


hechos carne en interrogación y vuelta a las nubes.
Un roce al paso, Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos,
una mirada fugaz entre las sombras, Como nace un deseo sobre torres de espanto,
bastan para que el cuerpo se abra en dos, Amenazadores barrotes, hiel descolorida,
ávido de recibir en sí mismo Noche petrificada a fuerza de puños,
otro cuerpo que sueñe; Ante todos, incluso el más rebelde,
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne, Apto solamente en la vida sin muros.
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo. Corazas infranqueables, lanzas o puñales,
Aunque sólo sea una esperanza Todo es bueno si deforma un cuerpo;
porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe. Tu deseo es beber esas hojas lascivas
O dormir en esa agua acariciadora.
“QUÉ RUIDO TAN TRISTE”, L. CERNUDA No importa;
Ya declaran tu espíritu impuro.
Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman, No importa la pureza, los dones que un destino
parece como el viento que se mece en otoño Levantó hacia las aves con manos imperecederas;
sobre adolescentes mutilados, No importa la juventud, sueño más que hombre,
mientras las manos llueven, La sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad
manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas, De un régimen caído.
cataratas de manos que fueron un día Placeres prohibidos, planetas terrenales,
flores en el jardín de un diminuto bolsillo. Miembros de mármol con sabor de estío,
Las flores son arena y los niños son hojas, Jugo de esponjas abandonadas por el mar,
y su leve ruido es amable al oído Flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre.
cuando ríen, cuando aman, cuando besan, Soledades altivas, coronas derribadas,
cuando besan el fondo Libertades memorables, manto de juventudes;
de un hombre joven y cansado Quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua,
porque antaño soñó mucho día y noche. Es vil como un rey, como sombra de rey
Mas los niños no saben, Arrastrándose a los pies de la tierra
ni tampoco las manos llueven como dicen; Para conseguir un trozo de vida.
así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños, No sabía los límites impuestos,
invoca los bolsillos que abandonan arena, Límites de metal o papel,
arena de las flores, Ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta,
para que un día decoren su semblante de muerto. Adonde no llegan realidades vacías,
Leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos.
Extender entonces una mano
Es hallar una montaña que prohíbe,

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ANTOLOGÍA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y LA GENERACIÓN DEL 27

Un bosque impenetrable que niega, Y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu


Un mar que traga adolescentes rebeldes. Como leños perdidos que el mar anega o levanta
Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte, Libremente, con la libertad del amor,
Ávidos dientes sin carne todavía, La única libertad que me exalta,
Amenazan abriendo sus torrentes, La única libertad por que muero.
De otro lado vosotros, placeres prohibidos,
Bronce de orgullo, blasfemia que nada precipita, Tú justificas mi existencia:
Tendéis en una mano el misterio. Si no te conozco, no he vivido;
Sabor que ninguna amargura corrompe, Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
Cielos, cielos relampagueantes que aniquilan.
Abajo, estatuas anónimas, “UNOS CUERPOS SON COMO FLORES”, LUIS CERNUDA
Sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla;
Una chispa de aquellos placeres Unos cuerpos son como flores,
Brilla en la hora vengativa. Otros como puñales,
Su fulgor puede destruir vuestro mundo. Otros como cintas de agua;
Pero todos, temprano o tarde,
Serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden,
“SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR LO QUE AMA”, L. CERNUDA Convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un hombre.

Si el hombre pudiera decir lo que ama, Pero el hombre se agita en todas direcciones,
Si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo Sueña con libertades, compite con el viento,
Como una nube en la luz; Hasta que un día la quemadura se borra,
Si como muros que se derrumban, Volviendo a ser piedra en el camino de nadie.
Para saludar la verdad erguida en medio,
Pudiera derrumbar su cuerpo, dejando solo la verdad de su amor, Yo, que no soy piedra, sino camino
La verdad de sí mismo, Que cruzan al pasar los pies desnudos,
Que no se llama gloria, fortuna o ambición, Muero de amor por todos ellos;
Sino amor o deseo, Les doy mi cuerpo para que lo pisen,
Yo sería aquel que imaginaba; Aunque les lleve a una ambición o a una nube,
Aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos Sin que ninguno comprenda
Proclama ante los hombres la verdad ignorada, Que ambiciones o nubes
La verdad de su amor verdadero. No valen un amor que se entrega.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien «PEREGRINO», L. CERNUDA


Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina, ¿Volver? Vuelva el que tenga,
Por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, tras largos años, tras un largo viaje,

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ANTOLOGÍA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y LA GENERACIÓN DEL 27

cansancio del camino y la codicia


de su tierra, su casa, sus amigos, Frescos y codiciables son los labios besados,
del amor que al regreso fiel le espere. Labios nunca besados más codiciables y frescos aparecen.
Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas, ¿Qué remedio, amigos? ¿Qué remedio?
sino seguir libre adelante, Bien lo sé: no lo hay.
disponible por siempre, mozo o viejo,
sin hijo que te busque, como a Ulises, Qué dulce hubiera sido
sin Ítaca que aguarde y sin Penélope. En vuestra compañía vivir un tiempo:
Sigue, sigue adelante y no regreses, Bañarse juntos en aguas de una playa caliente,
fiel hasta el fin del camino y tu vida, Compartir bebida y alimento en una mesa.
no eches de menos un destino más fácil, Sonreír, conversar, pasearse
tus pies sobre la tierra antes no hollada, Mirando cerca, en vuestros ojos, esa luz y esa música.
tus ojos frente a lo antes nunca visto.
Seguid, seguid así, tan descuidadamente,
“DESPEDIDA”, L. CERNUDA Atrayendo al amor, atrayendo al deseo.
No cuidéis de la herida que la hermosura vuestra y vuestra gracia abren
Muchachos En este transeúnte inmune en apariencia a ellas.
Que nunca fuisteis compañeros de mi vida,
Adiós. Adiós, adiós, manojos de gracias y donaires.
Muchachos Que yo pronto he de irme, confiado,
Que no seréis nunca compañeros de mi vida, Adonde, anudado el roto hilo, diga y haga
Adiós. Lo que aquí falta, lo que a tiempo decir y hacer aquí no supe.

El tiempo de una vida nos separa Adiós, adiós, compañeros imposibles.


Infranqueable: Que ya tan sólo aprendo
A un lado la juventud libre y risueña; A morir, deseando
A otro la vejez humillante e inhóspita. Veros de nuevo, hermosos igualmente
En alguna otra vida.
De joven no sabía
Ver la hermosura, codiciarla, poseerla; “GALOPE”, R. ALBERTI
De viejo la he aprendido
y veo a la hermosura, mas la codicio inútilmente Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Mano de viejo mancha Galopa, caballo cuatralbo,
El cuerpo juvenil si intenta acariciarlo. jinete del pueblo,
Con solitaria dignidad el viejo debe al sol y a la luna.
Pasar de largo junto a la tentación tardía.

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ANTOLOGÍA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y LA GENERACIÓN DEL 27

¡A galopar, Se equivocó la paloma,


a galopar, se equivocaba.
hasta enterrarlos en el mar! Por ir al norte fue al sur,
A corazón suenan, resuenan, resuenan creyó que el trigo era el agua.
las tierras de España, en las herraduras. Creyó que el mar era el cielo
Galopa, jinete del pueblo, que la noche la mañana.
caballo cuatralbo, Que las estrellas rocío,
caballo de espuma. que la calor la nevada.
¡A galopar, Que tu falda era tu blusa,
a galopar, que tu corazón su casa.
hasta enterrarlos en el mar! (Ella se durmió en la orilla,
Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie; tú en la cumbre de una rama.)
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo, “INSOMNIO”, D. ALONSO
jinete del pueblo,
que la tierra es tuya. Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas
¡A galopar, estadísticas).
a galopar, A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que
hasta enterrarlos en el mar! hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir
blandamente la luz de la luna.
«EL MAR, LA MAR», R. ALBERTI Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro
enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca
El mar. La mar. amarilla.
El mar. ¡Sólo la mar! Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre
¿Por qué me trajiste, padre, lentamente mi alma,
a la ciudad? por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
¿Por qué me desenterraste por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
del mar? Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
En sueños, la marejada ¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales
me tira del corazón. de tus noches?
Se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste
acá?

“LA PALOMA”, R. ALBERTI

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ANTOLOGÍA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y LA GENERACIÓN DEL 27

“MONSTRUOS”, D. ALONSO que ahora te dice:


«Oh Dios,
Todos los días rezo esta oración no me atormentes más,
al levantarme: dime qué significan
Oh Dios, estos monstruos que me rodean
no me atormentes más. y este espanto íntimo que hacia ti gime en la noche.»
Dime qué significan
estos espantos que me rodean. “EL CIPRÉS DE SILOS”, G. DIEGO
Cercado estoy de monstruos
que mudamente me preguntan, Enhiesto surtidor de sombra y sueño
igual, igual, que yo les interrogo a ellos. que acongojas el cielo con tu lanza.
Que tal vez te preguntan, Chorro que a las estrellas casi alcanza
lo mismo que yo en vano perturbo devanado a sí mismo en loco empeño.
el silencio de tu invariable noche Mástil de soledad, prodigio isleño,
con mi desgarradora interrogación. flecha de fe, saeta de esperanza.
Bajo la penumbra de las estrellas Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
y bajo la terrible tiniebla de la luz solar, peregrina al azar, mi alma sin dueño.
me acechan ojos enemigos, Cuando te vi señero, dulce, firme,
formas grotescas que me vigilan, qué ansiedades sentí de diluirme
colores hirientes lazos me están tendiendo: y ascender como tú, vuelto en cristales,
¡son monstruos, como tú, negra torre de arduos filos,
estoy cercado de monstruos! ejemplo de delirios verticales,
No me devoran. mudo ciprés en el fervor de Silos.
Devoran mi reposo anhelado,
me hacen ser una angustia que se desarrolla a sí misma,
me hacen hombre, «NACIMIENTO DEL AMOR», V. ALEIXANDRE
monstruo entre monstruos.
No, ninguno tan horrible ¿Cómo nació el amor? Fue ya en otoño.
como este Dámaso frenético, Maduro el mundo,
como este amarillo ciempiés que hacia ti clama con todos sus tentáculos no te aguardaba ya. Llegaste alegre,
enloquecidos, ligeramente rubia, resbalando en lo blando
como esta bestia inmediata del tiempo. Y te miré. ¡Qué hermosa
transfundida en una angustia fluyente; me pareciste aún, sonriente, vívida,
no, ninguno tan monstruoso frente a la luna aún niña, prematura en la tarde,
como esa alimaña que brama hacia ti, sin luz, graciosa en aires dorados; como tú,
como esa desgarrada incógnita que llegabas sobre el azul, sin beso,
que ahora te increpa con gemidos articulados, pero con dientes claros, con impaciente amor!

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ANTOLOGÍA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y LA GENERACIÓN DEL 27

Te miré. La tristeza «SE QUERÍAN», V. ALEIXANDRE


se encogía a lo lejos, llena de paños largos,
como un poniente graso que sus ondas retira. Se querían.
Casi una lluvia fina —¡el cielo azul!— mojaba Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
tu frente nueva. ¡Amante, amante era el destino labios saliendo de la noche dura,
de la luz! Tan dorada te miré que los soles labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
apenas se atrevían a insistir, a encenderse Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.
por ti, de ti, a darte siempre Se querían como las flores a las espinas hondas,
su pasión luminosa, ronda tierna a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
de soles que giraban en torno a ti, astro dulce, cuando los rostros giran melancólicamente,
en torno a un cuerpo casi transparente, gozoso, gira lunas que brillan recibiendo aquel beso.
que empapa luces húmedas, finales, de la tarde Se querían de noche, cuando los perros hondos
y vierte, todavía matinal, sus auroras. laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
Eras tú, amor, destino, final amor luciente, caricia, seda, mano, luna que llega y toca.
nacimiento penúltimo hacia la muerte acaso. Se querían de amor entre la madrugada,
Pero no. Tú asomaste. ¿Eras ave, eras cuerpo, entre las duras piedras cerradas de la noche,
alma solo? Ah, tu carne traslúcida duras como los cuerpos helados por las horas,
besaba como dos alas tibias, duras como los besos de diente a diente sólo.
como el aire que mueve un pecho respirando, Se querían de día, playa que va creciendo,
y sentí tus palabras, tu perfume, ondas que por los pies acarician los muslos,
y en el alma profunda, clarividente cuerpos que se levantan de la tierra y flotando...
diste fondo. Calado de ti hasta el tuétano de la luz, se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.
sentí tristeza, tristeza del amor: amor es triste. Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
En mi alma nacía el día. Brillando mar altísimo y joven, intimidad extensa,
estaba de ti; tu alma en mí estaba. soledad de lo vivo, horizontes remotos
Sentí dentro, en mi boca, el sabor a la aurora. ligados como cuerpos en soledad cantando.
Mis ojos dieron su dorada verdad. sentí a los pájaros Amando. Se querían como la luna lúcida,
en mi frente piar, ensordeciendo como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
mi corazón. Miré por dentro dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
los ramos, las cañadas luminosas, las alas variantes, donde los peces rojos van y vienen sin música.
y un vuelo de plumajes de color, de encendidos Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
presentes me embriagó, mientras todo mi ser a un mediodía, ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
raudo, loco, creciente se incendiaba mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
y mi sangre ruidosa se despeñaba en gozos metal, música, labio, silencio, vegetal,
de amor, de luz, de plenitud, de espuma. mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.

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ANTOLOGÍA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y LA GENERACIÓN DEL 27

«NOMBRE», V. ALEIXANDRE

Mía eres. Pero otro


es aparentemente tu dueño. Por eso,
cuando digo tu nombre
algo oculto se agita en mi alma.
Tu nombre suave, apenas pasado delicadamente por mi labio.
Pasa, se detiene, en el borde un instante se queda
y luego vuela ligero, ¿quién lo creyera?, hecho puro sonido.
Me duele tu nombre como tu misma dolorosa carne en mis labios.
No sé si él emerge de mi pecho. Allí estaba
dormido, celeste, acaso luminoso. Recorría mi sangre
su sabido dominio, pero llegaba un instante
en que pasada por la secreta yema donde tú residías,
secreto nombre, nunca sabido, por nadie aprendido,
doradamente quieto, cubierto sólo, sin ruido, por mi leve sangre.
Ella luego te traía a mis labios. Mi sangre pasaba
con su luz todavía por mi boca. Y yo entonces estaba hablando con alguien,
y arribaba el momento en que tu nombre con mi sangre pasaba por mi labio.
Un instante mi labio por virtud de su sangre sabía
a ti, y se ponía dorado, luminoso: brillaba de tu sabor sin que nadie lo viera.
Oh, cuán dulce era callar entonces, un momento. Tu nombre,
¿decirlo?, ¿Dejarlo que brillara, secreto, revelado a los otros?
Oh, callarlo, más secretamente que nunca, tenerlo en la boca, sentirlo
continuo, dulce, lento, sensible sobre la lengua, y luego cerrando los ojos,
dejarlo pasar al pecho
de nuevo, en su paz querida, en la visita callada
que se alberga, se aposenta y delicadamente se efunde.
Hoy tu nombre está aquí. No decirlo, no decirlo jamás, como un beso
que nadie daría, como nadie daría los labios a otro amor sino al suyo.

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