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ELOGIO DE LA Tomás Melendo y

AFECTIVIDAD Gabriel Martí


Este documento fue recuperado de la revista Abril:
http://www.arbil.org/arbil127.htm; el 29 de julio del 2016
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

ÍNDICE1
SECCIÓN PRIMERA

EL COMPLEJO MUNDO DE LOS


AFECTOS: UNA VISITA INICIAL

I INTRODUCCIÓN
1. ¿Es posible conocer la afectividad?
2. ¿Cómo abordar su estudio?
3. Un punto de partida
4. Descripción inaugural: el afecto como pasión
5. La complejidad de nuestras emociones
6. Cuando el amor no es un sentimiento

II ¡ADENTRO!
1. Por qué la afectividad
2. Por qué la afectividad hoy
3. Motivos complementarios y/o más desarrollados
4. Hacia el fondo de la cuestión

III ¿DEFINIR LOS SENTIMIENTOS?


1. Análisis introductoria
2. La música ambiental de nuestro vivir
3. Componentes de la vida afectiva
4. Las tendencias humanas: una aproximación

IV ¿CLASIFICAR LOS SENTIMIENTOS?


1. Primer ensayo
2. La riqueza del mundo afectivo
3. Reducción de la afectividad a su raíz primigenia
4. Los sentimientos y el tiempo
5. Los «metasentimientos»

V EL AMBIGUO VALOR DE LAS EMOCIONES


1. A modo de conclusión provisional
2. Sobre sentimentalismos, subjetivismos y egoísmos
3. Emotividad fecunda y emotividad desbocada

SECCIÓN SEGUNDA

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No posee páginas ya que es seguro que la numeración no concuerde con la del libro original…
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

HACIA UNA AFECTIVIDAD RICA, JUGOSA Y


EFICAZ
VI LA AFECTIVIDAD EN SU SENTIDO MÁS PROPIO
1. Dimensiones humanas desatendidas
2. Raíces de la afectividad propiamente dicha
3. Afectos espirituales
4. Confirmación autorizada y sumamente relajante
5. Niveles de la afectividad humano-personal

VII UNIDAD DE LA VIDA AFECTIVA


1. La afectividad ¡humana!
2. La ordenación jerárquica de la afectividad
3. La afectividad completa e integrada

VIII PECULIARIDADES Y ESTRUCTURA DE LA


AFECTIVIDAD HUMANA
1. Rasgos diferenciadores de la afectividad humana
2. Conocimiento real
3. Voluntad libre
4. Dotación genética y afectividad
5. La formación biográfica de la afectividad
6. Educación y afectividad
7. La voluntad-inteligente, clave de todo el entramado

IX EN LA RAÍZ DE LA RAÍZ
1. La compleja unidad de la persona humana
2. Inteligencia, voluntad y sensibilidad
3. La opción entre el ser o el yo: fundamentos
4. Cuando el yo se convierte en absoluto

X CÓMO APROVECHAR LA AFECTIVIDAD


1. En la vida vivida
2. Tendencias y afectos específicamente humanos
3. Esbozo simplificado del manejo de la afectividad
ADVERTENCIA FINAL

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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Elogio de la afectividad (1): Introducción


por Tomás Melendo y Lourdes Millán-Puelles

El estudio de la afectividad lleva aparejados varios problemas, que se convierten en


insuperables si no los sacamos a la luz e intentamos ponerles remedio

I. ¿Es posible conocer la afectividad?


Los obstáculos a la afectividad podrían resumirse en tres:
1. Complejidad
La afectividad se nos presenta como una realidad difusa, compleja y global, que empapa
toda nuestra persona.
No obstante, tenemos que estudiarla de forma analítica, paso a paso, aislando elementos que
solo gozan de vida y ejercen su función en el conjunto de la vida de cada ser humano.
Es como si tomáramos la fibra de un tejido o de un órgano, la examináramos
separadamente… y pretendiéramos estar conociéndolos —la fibra, el tejido y el órgano— de
manera correcta y definitiva.
2. Ignorancia de las causas o motivos
En relación con los fenómenos emotivos o pasionales, y con sus síntomas o
manifestaciones, es fundamental distinguir entre la causa y/o el motivo de los mismos: pelar
cebollas puede ser la causa de que se me salten las lágrimas, a pesar de estar muy contento;
la muerte de una madre o de un amigo sería, con toda razón, un motivo de tristeza, que
también puede provocar el llanto.
Pero no solo solemos ignorar esa diferencia clave, que más tarde explicaremos; sino que,
con demasiada frecuencia, la relación entre causa y efecto o motivo y efecto —es decir,
entre lo que ha originado un sentimiento o emoción y el sentimiento en sí mismo— no se
nos presenta lo bastante clara, o incluso la desconocemos por completo.
Y como el ser humano tiene una tendencia relativamente desarrollada a entender la realidad
explicando o descubriendo sus fundamentos, cuando esto resulta imposible o muy arduo, el
saber obtenido también es bastante pobre [1] .
3. Dificultades con el lenguaje…
Además, está el problema de la terminología. No solo el general, que atañe a todo intento de
expresión a través del lenguaje articulado, y el específico de su uso en la vida sentimental,
de por sí más bien imprecisa; sino una dificultad añadida, muy propia de nuestra época.
De momento, nos limitamos a esbozar esta última, por una razón muy particular: porque
algo de lo que ocurre con el lenguaje sucede también con los sentimientos y con sus causas
y/o motivos. Se apuntará a medida que desarrollemos la cuestión.
3.1. En relación con el lenguaje, los tiempos más recientes han visto cómo las palabras
adquirían una importancia y autonomía que no habían tenido durante siglos. En cierto
sentido, ya no son propiamente un vehículo que conduce nuestra inteligencia hacia la
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

realidad que pretende transmitirnos quien nos habla o escribe, sino un punto de llegada,
algo sustantivo o consistente, que vale por sí mismo, con independencia del conocimiento y
las realidades o fenómenos que lo sustenten.
O, dicho de otra forma: casi sin darnos cuenta, nos hemos acostumbrado a quedarnos en las
palabras. De un tiempo a esta parte, el lenguaje se ha absolutizado, dando lugar a una
especie de mundo cerrado y autónomo: cuando alguien nos habla o cuando leemos un
escrito, en vez de dirigir nuestra mirada y capacidad de comprensión hacia las
realidades que nuestro interlocutor piensa y conoce efectivamente, nos detenemos —casi
sin advertirlo— en las palabras mismas… como si estas fueran la más auténtica realidad
(efecto que se ve incrementado también por la existencia de realidades virtuales).
Expuesto todavía de otra manera: hoy día, los seres humanos pensamos que conocemos algo
cuando entendemos o podemos repetir más o menos de memoria un conjunto
de afirmaciones sobre ese determinado hecho o situación, cuando tenemos algo
que decir acerca de ellos. Pero no solemos prestar atención a la realidad misma de ese
otro algo que hay más allá de las palabras y al que estas deberían conducirnos.
Una de las más graves derivaciones de este hecho, bastante fácil de comprobar, es que el
lenguaje se ha convertido tal vez en el instrumento de mayor alcance para manipular el
conocimiento y la conducta: para transformar una realidad en otra, simplemente alterando
los términos utilizados; para confundir a las personas; para hacer pasar como de ley una
mercancía averiada o viceversa…
¿Consecuencias? El uso fraudulento de los vocablos y expresiones, la manipulación del
lenguaje, conduce a bastantes personas a dar por bueno lo que, si se expresara de la manera
adecuada y pudiera ser bien conocido, sin duda sería rechazado. O, al contrario, hace que se
convierta en desagradable o en tabú lo que por sí mismo no lo es.
Las escaramuzas decisivas entre lo políticamente correcto e incorrecto, por poner un solo
caso, se desarrollan muy a menudo en el campo de batalla del lenguaje.
3.2. De modo análogo, y más relevante para los fines de este estudio, los sentimientos y
los estados de ánimo se han transformado en lo importante, sin tener en cuenta lo que los ha
inducido, que es lo que en realidad determinaría su valor y su conveniencia o
inconveniencia.
Componen también una suerte de mundo separado y concluso. Hoy importa más si me
siento alegre o triste que la causa o el motivo de uno u otro sentimiento.
Pero, de hecho, la simple emoción no dice mucho por sí misma: es correcto, e incluso un
deber, que llore cuando se ha muerto un ser querido y que me alegre por el triunfo
profesional de un amigo; mientras que no sería bueno ponerme contento, por envidia,
cuando el mismo amigo fracasa o cuando fallece una persona, incluso aunque estuviera
convencido de que ese individuo daña a la nación, a otros ciudadanos, a mi familia, etc.
4. Y posible solución
Todo lo cual inclina a sostener que, en la actualidad, antes de comenzar cualquier estudio o
conversación, o conforme se va desarrollando, conviene llegar a un acuerdo sobre el
significado de los términos que se utilizan: de lo contrario, aquello puede convertirse en un
diálogo de sordos… o, lo que casi es peor, en un debate televisivo.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Con otras palabras: ponerse de acuerdo sobre el significado de los distintos vocablos y
expresiones es algo que debe cuidarse con gran esmero y, muchas veces, la clave para
entenderse mutuamente. Lo iremos haciendo a medida que avancemos en nuestros análisis;
y, sobre todo, intentaremos dejar claro lo que entendemos por afectividad.
Pero tanto o más importante es que, desde este mismo instante, te empeñes en ir más allá de
las palabras y frases. Más concretamente, que, en lugar de intentar aprender lo que
ellas dicen, te esfuerces por descubrir y conocer la realidad que está por detrás y a la que
remiten: los sentimientos; y que, de manera análoga, pongas todo tu empeño en averiguar de
dónde o de qué deriva una determinada emoción o estado de ánimo.
O, si quieres que lo exponga con términos más operativos y cercanos: que no plantees la
tarea que te dispones a afrontar como el estudio de una especie de asignatura, sino como
una incursión en un aspecto relevante de toda existencia humana y, más en particular, de la
tuya.
Estudiar una nueva asignatura no tiene a veces demasiado interés; conocer los recovecos de
tu vida afectiva, y saber así un poco más de ti mismo y de cuantos te rodean, puede resultar
apasionante.
Más sobre el lenguaje
Lo negativo
A todo lo anterior se añade un hecho comprobado desde antiguo, al que ya aludimos: la
ambigüedad del lenguaje.
Esto significa:
1. Que el lenguaje nunca es unívoco: una palabra para designar una realidad.
2. Sino análogo: una misma palabra indica dos o más realidades relativamente similares,
pero no idénticas.
3. O equívoco: una palabra señala dos o más realidades… que no tienen nada que ver entre
sí.
Es decir, que, según el período histórico, la situación geográfica, las costumbres al uso y la
propia biografía, un mismo término adquiere matices y significados distintos e incluso
opuestos.
O, visto desde el otro lado, que la misma realidad puede nombrarse de maneras muy
diferentes.
Uno de los ejemplos más claros de esto último —dos o más voces para indicar lo mismo—
lo ofrece el tema que ahora empezamos a estudiar.
3.1. Para designar una emoción se utilizan términos tan distintos como «pasión», «afecto»,
«sentimiento» o, de forma más genérica y difusa, «vivencia».
3.2. Y, según los autores y las escuelas, esos vocablos pueden significar exactamente lo
mismo o tener cada uno matices propios que lo diferencian de los otros.
Lo positivo
A pesar de todo, el lenguaje es el medio principal del que disponemos para comunicarnos.
Y no es tan malo como a veces pensamos o lo antes expuesto pueda haber llevado a creer.
Incluso las imprecisiones a que acabamos de aludir ayudan a menudo a captar determinados
aspectos de las realidades a que se refieren.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Al tratar de la afectividad, sobre todo al compararla con otros fenómenos más localizados, el
uso del idioma debería servirnos de entrada para advertir su carácter global y
omniabarcante: el hecho de que, al margen de su causa o motivo, afecte o impregne a toda
la persona.
Y, así, cuando digo que me duele la cabeza o el estómago, que me han dado una buena
noticia, que siento una especie de pinchazo en el corazón, que he conocido a una
persona amena o pesada, que la situación nacional es desastrosa o que está mejorando,
que la hipocresía gana terreno en el mundo de hoy…, aquello a lo que me refiero es siempre
algo particular y hasta cierto punto localizado, en mí o en el mundo: la cabeza, el corazón,
el estado de la nación, un conocido, la sociedad actual, etc.
Por el contrario, si afirmo que (yo) estoy eufórico; que me siento desencantado o pletórico;
que (yo) estoy hundido o deprimido; que el balance económico de la
empresa me descorazona, que el dolor de estómago prolongado acabó por bajarme el tono
vital, que esta acumulación de ejemplos empieza a ponerme nervioso y a cansarme…, de un
modo u otro y con mayor o menor fuerza estoy indicando que lo implicado en lo que
expreso soy todo yo, mi entera persona.
Sensación ≠ sentimiento
Por tales motivos, solemos hablar de una sensación de dolor o de placer, en principio,
localizados; mientras que a la depresión, la euforia, el desencanto, la apatía, la felicidad…
los llamamos sentimientos, estado de ánimo, y con expresiones similares, justo para indicar
que afectan difusamente a todo nuestro ser: pues «ánimo» se encuentra etimológicamente
emparentado con alma, y con el alma, en el lenguaje habitual, se suele apuntar a toda la
persona.
Así lo explica Frankl en su famoso ensayo El hombre en busca de sentido, en relación con
el dolor:
El sufrimiento humano actúa como un gas en una cámara vacía; el gas se expande por
completo y regularmente por todo el interior, con independencia de la capacidad del
recipiente. Análogamente, cualquier sufrimiento, fuerte o débil, ocupa la conciencia y el
alma entera del hombre. De donde se deduce que el “tamaño” del sufrimiento humano es
absolutamente relativo. Y a la inversa, la cosa más menuda puede generar las mayores
alegrías [2] .
¿Una causa para cada sentimiento?
El análisis del lenguaje nos ayuda también a advertir la falta de relación estricta entre lo que
se supone que tendría que ser el motivo de un sentimiento, emoción o estado de ánimo y el
efecto realmente producido. O, con palabras más sencillas: a veces sabemos por qué nos
sentimos de un modo u otro, pero es más corriente que lo ignoremos o no lo tengamos del
todo claro.
1. Por ejemplo, a menudo somos conscientes de que unas buenas calificaciones, un éxito
profesional, el chico o la chica que acabamos de conocer, el aumento de sueldo o la
comprensión de un problema constituyen la razón de que estemos más optimistas y veamos
el mundo de color rosa.
2. Pero con mayor frecuencia aún se escuchan afirmaciones del estilo:
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

2.1. «Hoy todo me ha salido redondo en el trabajo y, sin embargo, estoy más desanimado
que ayer»; «a pesar del dolor de cabeza casi insoportable, me siento muy optimista»; «el
espectáculo era descorazonador, pero yo me iba creciendo ante los obstáculos»…
1.2. O, en otro ámbito cercano: «no tengo ni la menor idea de por qué me encuentro tan
deprimido y con tantas ganas de llorar»; «no había cambiado nada en nuestra relación, pero
rebosaba felicidad por todos mis poros»; «anoche me invadió una alegría desproporcionada,
que no sé cómo explicar», «no consigo ni imaginar el motivo de que aquella actuación,
aparentemente normal, me conmoviera hasta lo más íntimo»…
Todo lo cual es síntoma y prueba de lo que por ahora pretendemos poner de relieve: que a
menudo ignoramos el origen de nuestros sentimientos, emociones, estados anímicos, etc.; y,
como consecuencia, que se nos hace muy difícil comprender a fondo en qué consiste la
afectividad.
II. ¿Cómo abordar su estudio?
Siendo esta la situación, bastantes de las orientaciones que suelen ofrecerse para indagar
adecuadamente en torno a cualquier realidad humana —la persona, la libertad, el amor…—
alcanzan aquí una resonancia muy particular, por lo que deben seguirse con mayor atención
e interés.
La visión de conjunto y el «oído atento al ser de las cosas»
En concreto, nunca conviene olvidar que aquello que se estudia posee un contexto
determinado o forma parte de un todo más amplio y complejo, que nunca lograremos
conocer por completo, pero debe ser muy tenido en cuenta, porque es lo que confiere el
significado definitivo a cada uno de los elementos que lo integran. Y en el caso de los
sentimientos esas precauciones han de llevarse al extremo; de lo contrario, nos perderemos
en divagaciones ajenas a la realidad.
Dicho con las menos palabras posibles: al analizar cualquiera de los componentes del
mundo afectivo nunca deberíamos perder de vista la entera persona en la que esos
fenómenos tienen lugar.
Como ya apuntamos, el estudio directo, pleno e inmediato de la afectividad en su totalidad,
como algo global que empapa y matiza cuanto somos y hacemos, resulta imposible para un
entendimiento limitado, como el nuestro: necesariamente debemos avanzar por etapas,
analizando unos factores que, al aislarlos, impiden descubrir su auténtica naturaleza y el
papel que les corresponde en el conjunto de cada persona, sin la que nada son ni ejercen
función alguna.
Por eso, desde el primer instante, hemos de procurar mantener bien visible el horizonte
sobre el que se recorta cada uno de los elementos considerados —la vida íntegra de la
persona—, pues solo de este modo nos acercaremos a su significado definitivo.
Y todo ello, de una forma muy peculiar y acentuada, que no cabe identificar sin más con lo
que ocurre al reflexionar sobre otras realidades.
Algunos casos diversos, para realzar el contraste
Y es la afectividad es muy distinta de las restantes esferas del obrar humano. En los demás
casos, resulta más sencillo definir la actividad propia de determinados órganos o facultades.
Esto es facilísimo cuando se trata de miembros físicos, como los pies o las manos, o incluso
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

de órganos sensibles, como el oído, la vista, el tacto, etc.


En otras circunstancias se torna algo más complicado, pero siempre menos que cuando
investigamos la afectividad. Señalamos un par de casos entre los que no resultan tan simples
ni tan complejos: la voluntad y la inteligencia.
1. Aunque es cierto que la voluntad no puede ser plenamente comprendida si prescindimos
de su sujeto —la persona humana—, también lo es que cabe hacer afirmaciones sobre
ella con relativa independencia del resto de las potencias o facultades de la persona.
1.1. Por ejemplo, resulta legítimo sostener —aunque hoy suela olvidarse— que el acto más
propio y característico de la voluntad es amar: querer el bien para otro, afirmarlo en su ser,
decirle un sí sin condiciones.
1.2. O que, en cierto modo, la voluntad lleva las riendas de toda la persona y la va
convirtiendo en buena o mala, honrada o deshonesta, cruel o compasiva…, moviéndola a
obrar de una u otra manera.
2. Y algo análogo ocurre con nuestra inteligencia:
2.1. Tampoco puede entenderse del todo sin apelar a los sentidos externos e internos, como
la memoria y la imaginación, a la propia voluntad y a los afectos…
2.2. Pero cabe señalar una actividad como la más específica de ella: entender, conocer-
comprendiendo; y también unos caracteres definidos e inconfundibles, que la distinguen de
los sentidos o, en otra esfera, de posibles entendimientos más perfectos, como el de los
ángeles o Dios, según sostiene la religión cristiana, o el de otros seres también superiores,
en el decir de distintas tradiciones o de lo que hoy se encuadra en la expresión ambigua
de ciencia ficción o en la tampoco muy precisa de esoterismo.
Volver una y otra vez sobre lo ya aprendido
Por el contrario, la afectividad engloba un sinfín de potencias y facultades, atracciones,
desganas y repulsas, actos y reacciones o resonancias de esos actos, aspectos físico-
orgánicos, psíquicos y espirituales… que, por separado, expresan algo de sí mismos,
pero prácticamente nada de los sentimientos o emociones, de los estados de ánimo, del tono
vital característico, tal como los experimentamos día a día.
De ahí la necesidad de mantenerse en estado de espera a medida que vamos adquiriendo las
primeras nociones sobre este tema, de contrastarlas constantemente con lo que cada uno
vive y de que, tras cada adquisición de un conocimiento de cierta envergadura, se repasen
los anteriores, con el fin de integrarlos en la nueva visión y de hacer que lo recién aprendido
adquiera mayor precisión y relieve.
Pero no solo parece conveniente realizar esa tarea de revisión continua, sino incluso abordar
el análisis de la afectividad en dos fases sucesivas:
1. Una inicial, para conocer los elementos y mecanismos imprescindibles que nos permitan
indagar en las emociones y sentimientos y empezar a comprenderlos.
2. Y otra, posterior, en la que se determine la naturaleza, el alcance y el papel de cada una
de esas piezas y se obtenga un panorama global y mínimamente adecuado de la vida
afectiva.
Sin duda, este modo de enfocar el asunto lleva consigo algunas repeticiones, que, aunque
inevitables, pudieran provocar cierto cansancio o aburrimiento. Máxime cuando, por tratarse
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

de cuestiones que pueden resultar ajenas a los planteamientos habituales, más de una vez
volveremos sobre lo ya visto, con la intención de agregarle un único nuevo matiz, para más
adelante estudiarlo de nuevo y reforzar lo ya sabido o añadir otra dimensión inédita o antes
solo esbozada.
Como contrapartida, la comprensión de la afectividad, una vez adquirida o en la medida en
que se va logrando, otorga al hombre de hoy un saber de sí mismo y de sus congéneres muy
superior al que obtiene mediante el estudio de las restantes esferas del ser humano.
De hecho, y según nos enseña la experiencia, la vida sentimental implica de tal manera a la
totalidad de la persona que su estudio constituye la mejor vía para llegar a comprender al
varón y a la mujer, también en sus diferencias y complementariedad recíprocas, sin dejar de
lado ningún elemento o aspecto significativo.
III. «Un» punto de partida
«Uno» entre muchos
El entrecomillado del «un/uno» pretende sugerir que, en cierto modo, el análisis que se va a
bosquejar podría ser sustituido por bastantes otros… y relativamente distintos.
¿Por qué?
Porque solo aspira a que el lector compare lo que aquí se expone con su propia experiencia
y se haga una idea inicial de lo que entendemos por emociones y sentimientos. Para que
después, una vez logrado ese acuerdo de base, profundicemos poco a poco, hasta entender
mejor la vida sentimental.
La consecuencia es que nadie debería desanimarse por no alcanzar una plena comprensión
de lo que estudia… o por estar en desacuerdo con ello. Basta con que el asunto le vaya
resultando familiar y no del todo ajeno a su propia vida vivida.
De momento, tampoco nosotros pretendemos exponerlo de forma rigurosa y acabada.
Lo que dicen las autoridades
Así planteada la cuestión, y puesto que podríamos comenzar por cualquier lado, veamos lo
que sostienen un par de autores contemporáneos, especialistas en el uso del lenguaje.
1. María Moliné, en su Diccionario del uso del español, escribe:
Afecto. (Del lat. “affectus”, participio de “affícere”, poner en cierto estado, de “fácere”,
HACER; v. “desafecto”.)
® En sentido amplio, *sentimiento o *pasión. Cualquier estado de ánimo que consiste en
alegrarse o entristecerse, amar u odiar: 'Los afectos que mueven el ánimo'. (“Sentir, Tener;
Cobrar, Coger, Tomar”) [3] .
2. A su vez, en una de las últimas ediciones de su Diccionario, Zingarelli define el afecto
como:
Cualquier modificación de la conciencia del yo debida a la acción de algo o de alguien
fuera de mí [4] .
3. Un tercer experto —Scola—, ahora en el ámbito de la filosofía, aporta algunos datos
complementarios y un poco más complicados.
En concreto, comenta que la definición de Zingarelli
… conserva la sustancia del significado etimológico de la palabra latina afectio. Esta deriva
de afficere y con ella se conecta affici aliqua re (ser afectado por algo). El significado más
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

elemental es ser afectado por algo que está fuera del yo (ej.: affici aegritudine = ser
afectado por una enfermedad). La experiencia afectiva aparece entonces en el plano
fenomenológico como una modificación del sujeto dependiente de una provocación
exterior [5] .
La verdad es que, si reflexionamos un poco, esto es lo que experimentamos cuando decimos
que algo nos ha afectado, que nos turba, excita o conmociona. Advertimos que el
conocimiento de una realidad provoca en nosotros una especie de trepidación interior, a la
que normalmente siguen, como en cadena, otro cúmulo de experiencias y/o actividades… y
nuevas sacudidas, actuaciones, vivencias, etc.
Una puntualización
Adelantamos ya que la definición de Zingarelli tiene un límite muy claro. Y es que parece
reducir el fenómeno completo de la emoción a la simple conciencia, al mero conocer.
1. Da la impresión de que, al emocionarnos, se diera un único cambio: el de nuestra
percepción o conocimiento. Y es cierto que toda emoción o estado de ánimo se forja sobre
la base de una percepción, de una imaginación, de un recuerdo, de la anticipación de un
futuro que nos atrae o repele… Pero esto es más bien algo previo al sentimiento en cuanto
tal.
2. Pues, en realidad, todos advertimos que, cuando me turbo o conmuevo, además del
simple saber y como consecuencia de él, otra cosa ha variado en mí y que ahí radica
propiamente la emoción: por ejemplo, tras conocerlos y recordarlos, descubro que soy
atraído por alguien o que algo me produce repugnancia, que la carne se me ha puesto de
gallina o el pulso se me ha acelerado, que el corazón late con más fuerza y rapidez o, al
contrario, que me quedo sin voz o sin aliento…
Y, además —en este extremo fundamental acierta Zingarelli—, soy bastante consciente de
todos o buena porción de esos cambios, aunque los perciba con cierta confusión.
Y dos modos de entender los sentimientos
Por otro lado, solemos hablar de sentimientos, emociones o, más aún, de afectividad, de dos
maneras:
1. O para referirnos fundamental o exclusivamente a lo que aquí acabamos de llamar afecto
y, todavía más en particular, al impacto y la conmoción inicial que uno experimenta y, en
todo caso, a la re-acción inmediata que le sigue… y basta.
2. O para aludir a eso y al cúmulo de fenómenos que una emoción, sentimiento o estado de
ánimo suele llevar consigo: reacciones, actividades, nuevos sentimientos, más y más
operaciones, etc. [6]
IV. Descripción inaugural: el afecto como pasión
Para empezar a describir ese conjunto, y aunque de entrada resulte extraño, acudiremos a un
filósofo clásico, adaptando su lenguaje a un modo de expresarse más actual.
Tomás de Aquino define el afecto de manera muy similar a Zingarelli: como «una passio,
una pasión».
¿Por qué? Pues porque considera las emociones «como el efecto particular de un agente
sobre un paciente: passio est effectus agentis in patiente».
En este sentido el afecto sería, antes que nada, la modificación o impresión que
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

algo deseable produce sobre el apetito.


Con otras palabras: el tipo básico de emoción es el que tiene lugar cuando una o más de
nuestras tendencias o inclinaciones —a la comida o a la bebida, al conocimiento, al amor, a
la entrega a otras personas o a cierto ideal, al rendimiento o al éxito profesional o social, al
descanso o a la diversión…— son modificadas por algo que les resulta apetecible o, más en
general, conveniente.
Immutatio… appetitus ab appetibili significa algo así como una variación, excitación o
despertarse de nuestra capacidad de anhelar, producida por el conocimiento de un bien
deseable en el ámbito estético, ético, cognoscitivo, vital… y un gran etcétera.
Por defecto… o por exceso
Interesa dejar claro desde ahora dos extremos que no suelen considerarse correctamente y
cuya importancia estimamos fundamental, por lo que volveremos a analizarlos más de una
vez y, de forma ya definitiva, en la parte final del escrito:
1. En primer término, que el anhelo que está en la base de nuestras emociones o afectos:
1.1. No deriva forzosa y exclusivamente de lo que solemos entender
como necesidad o indigencia: de comida, de cariño, de triunfos…
1.2. Sino también de la tendencia provocada por nuestra
propia abundancia o grandeza como personas, que nos inclina a buscar bienes más altos
para nosotros mismos o para los demás: una mejor distribución de las riquezas, la
implantación universal de medios que favorezcan la salud o ayuden a superar las
enfermedades, la alegría o la felicidad de nuestros amigos, el consuelo para quienes sufren,
etcétera.
Dicho de otro modo. Nuestras inclinaciones no son siempre el resultado de una carencia,
sino, en muchos casos, de una sobreabundancia, correlativa a nuestra condición
de personas. Tendemos a buscar y procurarnos lo que nos falta, pero también —y resulta
más propiamente humano y más característico de la persona, aunque no sea lo más
habitual— a dar o compartir aquello de lo que gozamos.
2. Además, como explicaremos una y otra vez, lo que conmociona o mueve inicialmente
nuestras tendencias es su propio bien, cosa que, de entrada, dota a la vida emocional con un
signo afirmativo o bueno: es muy positivo experimentar emociones.
De complacencia…
Conclusión inicial y muy relevante, que no debería perderse de vista a lo largo de todo el
escrito: por sí misma, la afectividad es algo bueno, que ayuda —o debería ayudar— a un
adecuado despliegue de la vida humana.
Su función, mientras hagamos un uso adecuado de ella, es la de reforzar y potenciar la
energía y la constancia de los dinamismos gracias a los que obtenemos aquello que
perseguimos y nos perfecciona como personas.
1. Y, así, cuando después de un rato de estudio logramos resolver un problema que se nos
atrancaba, el placer derivado de ese éxito nos anima a acometer la resolución de los
siguientes. De manera análoga, la rabia que aviva en nosotros una situación injusta, activa
las energías imprescindibles para acabar con esa iniquidad. O, por poner un último ejemplo,
el recuerdo del gozo alcanzado cuando vencimos la pereza y nos lanzamos a escalar una
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

montaña dura y escarpada, nos da fuerzas para intentarlo con otra de todavía mayor
dificultad y riesgo.
2. Como cualquiera puede advertir con solo examinar su propia vida, sin el refuerzo del
placer, la ira o la memoria del gozo, es posible que no lográramos nuestros objetivos o no
emprendiéramos otras empresas similares.
O de rechazo
Eso no quita que puedan darse, y se den de hecho, sentimientos de tipo contrario: de
repugnancia, temor, desdén, etc. Pero sí que apunta a algo muy interesante, que completa la
idea de que la afectividad esbuena.
A saber, que tales rechazos —o, en general, las emociones desagradables— no se
producirían si no existiera en nosotros una aspiración global hacia lo bueno (a nuestra
propia perfección, a la de las personas a quienes amamos y, hasta cierto punto, a la de todo
el universo), que se concreta en multitud de inclinaciones a bienes más particulares y
determinados.
Según sostiene Proust, en su En busca del tiempo perdido,
… si no hubiéramos sido felices, aunque no fuera más que gracias a la esperanza, las
desventuras se verían privadas de crueldad.
V. La complejidad de nuestras emociones
Con todo, si de momento hemos acudido a Tomás de Aquino es por el análisis que realiza
del cúmulo de fenómenos que, normalmente, se desencadena cuando tiene lugar lo que él
llama immutatio y nosotros podríamos traducir por impresión, excitación, impacto, choque o
palabras similares.
Pensemos, por ejemplo, en lo que nos sucede al enamorarnos.
Tomás de Aquino distinguiría en este hecho —como en cualquier otro afecto, tomado ahora
en la acepción más amplia— cinco o seis componentes o estadios, no necesariamente
lineales ni sucesivos, sino, como casi todo lo que nos ocurre, mutuamente implicados unos
en otros y con el conjunto de nuestra vida: mezclados, por decirlo de manera más sencilla.
1. Impresión
El primer elemento es justo el ya insinuado: la immutatio o impresión. Una alteración,
cambio o excitación, que, en el caso del enamoramiento, puede ser muy densa, vehemente y
notable, tanto por su intensidad y la diversidad de componentes como por las consecuencias
que provoca en el resto de nuestra existencia.
El enamorado y la enamorada, impresionados por el encuentro con la otra persona, sufren
un impacto y una transformación muy particular, que tal vez los amigos o conocidos puedan
tomar a broma o convertir en objeto de burla, pero que él o ella advierten de manera
irresistible como algo de gran trascendencia, capaz de imprimir un giro de 180º a todo lo
que son, quieren, ambicionan y hacen.
Dos o tres puntualizaciones.
1.1. En el ejemplo del enamoramiento, esta primera sacudida es seguida con frecuencia por
una amplia serie de realidades distintas.
Pero no siempre ocurre así. Hay casos en que lo único que sucede es justo
que sentimos algo: tristeza, congoja, desgana, alegría, entusiasmo, aburrimiento, exaltación,
12
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

etc.
Y, por lo mismo, tal vez sea a esta impresión percibida en nosotros a lo que corresponda con
más propiedad el término «emoción», «afecto», «sentimiento»… utilizados de momento
como sinónimos.
1.2. Añadimos todavía que, al utilizar el vocablo «impresión» no apelamos tanto a una
percepción, sino también y sobre todo a cierto cambio (advertido) que algo o
alguien imprime en nosotros.
De ahí que palabras como «emoción» o similares suelan emplearse cuando descubrimos un
golpe y una mudanza en nosotros.
Por el contrario, si lo percibido es que «seguimos como estábamos» —lo cual no suele
advertirse sin cierto desarrollo de la capacidad de autoobservación, precisamente porque no
hay cambio ni, con él, desconcierto o sorpresa—, hablaremos más bien de estado de ánimo.
1.3. Parece que el núcleo del asunto al que acabamos de aludir —a saber: que la
emoción no se reduce a mero conocimiento— queda bien recogido en expresiones del tipo:
«la noticia (simple saber) me produjo una impresión extraordinaria (conmoción o
sentimiento)»; «sí, la verdad es que tiene un novia muy guapa» (mera constatación
cognoscitiva»), frente a: «al ver que ella se fijaba en mí, me puse a temblar como un tonto»
(obviamente: conocimiento + impacto-y-conmoción… ¡y qué conmoción!).
Volveremos sobre todo ello.
2. Afinidad o adaptación recíproca
Normalmente, esa primera impresión va acompañada y/o seguida de un conjunto de
reacciones, cuya suma constituye la totalidad del sentimiento en su significado más pleno.
Manteniéndonos en el mismo ejemplo, al estremecimiento o choque que tiene lugar en
nosotros y percibimos al enamorarnos se encuentra aparejada lo que Tomás de Aquino
denomina coaptatio y hoy calificaríamos tal vez como una densa y honda empatía… o
incluso algo más amplio y profundo.
Es decir, experimentamos una adaptación o afinidad entre la realidad que nos afecta —en
este supuesto, otro ser humano— y nosotros mismos.
Y esto, de dos maneras fundamentales:
2.1. Bien porque cambiamos y nos adecuamos a aquello que nos ha impactado.
2.2. Bien —y es lo más común en el ejemplo propuesto: el amor-enamoramiento a primera
vista— porque nos sentimos ya conformes o adecuados a la persona o realidad en
cuestión… ¡y por eso nos impresiona tan hondamente y reaccionamos con tanta intensidad!
Al enamorarnos, la mutua conformidad resulta tan patente y repentina que nos parece
descubrir una especie de armonía preestablecida entre quien experimenta la passio o el
afecto (quien se enamora «con pasión») y la persona de quien ha quedado prendado o
prendada.
Con palabras distintas: al margen de lo que ocurra más adelante, quien de veras se siente
enamorado percibe que la otra persona es justo aquella a la que desde siempre había estado
esperando (su media naranja, solía decirse, aludiendo de forma indirecta al mito de
Aristófanes narrado por Platón) y piensa asimismo, no sin algo de razón, que ese ser
maravilloso ha venido a la existencia justo para ella o para él.
13
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

No se trata, pues, de una correspondencia coyuntural o aleatoria, sino de una afinidad casi
absoluta, que difícilmente se percibe ni supone como resultado del azar.
3. Complacencia-deseo
Y, entonces, tiene lugar lo más importante y característico del afecto: lo que en latín se
denomina complacentia (complacencia).
En castellano solemos traducir este término como deseo; un vocablo que, por desgracia, no
reproduce los matices del original latino.
¿Por qué?
Porque la totalidad de la emoción que venimos analizando podría describirse como un
«sentirse tan con-forme, tan co-adaptado y, por eso, tan a gusto y dichoso… que uno quiere
ir a más».
Pero, en ese complejo fenómeno, la complacentia latina subraya sobre todo «el placer de la
mutua afinidad», la alegría de percibir que estamos hecho el uno para el otro o el haberse
adaptado a lo que nos impresionó o, en su caso, nos turbó; mientras que el deseo castellano
pasa como de puntillas por encima de este aspecto y acentúa sobre todo el anhelo de
proseguir e intensificar esa afinidad, así como de aumentar el deleite que provoca: las ganas
de unirnos más entre nosotros y hacer más prolongados y más hondos el gozo y la
satisfacción que eso lleva consigo.
En cualquier caso, la complacencia o el deseo constituyen la característica más sobresaliente
del afecto, hasta el punto de que los clásicos la utilizaron para definir el tipo más simple y
elemental de respuesta afectiva: lo que, a partir de un determinado momento de la historia se
llamó, dando a esta voz un sentido muy amplio, amor naturalis (amor natural, que hoy
traduciríamos como inclinación acorde con lanaturaleza de una realidad dada).
Tal vez, de momento, no haya que explicar más. Es tan obvia la presencia del deseo en
cualquier amor… que muchos de nuestros contemporáneos reducen el amor, en la más alta
de sus acepciones, al simple deseo de contacto físico.
Sí conviene repetir:
3.1. Que el afecto que aquí ponemos como modelo es una emoción compleja y positiva.
Y no lo hacemos por mero gusto, sino que responde al hecho fundamental antes apuntado. A
saber, que, considerada en sí misma, la afectividad es algo muy bueno.
Y, por consiguiente, que en la base de todo sentimiento —también de los más destructivos,
aunque de manera indirecta—, se encuentra la atracción hacia un bien… que, en las
circunstancias en que no se logre, origina precisamente esa sensación de tristeza o
sinsentido y, en su caso, la ira que llevaría a eliminar lo que se opone a su conquista.
Pero si el ser humano no anhelara determinados bienes, tampoco podría sufrir y afligirse por
el hecho de no alcanzarlos o de perderlos, como sucede, por poner un solo caso, con la
salud.
3.2. A lo que habría que agregar que en ese complacerse hay ya cierta modificación de la
facultad y, por consiguiente, una emoción.
Con otras palabras: la confirmación de aquello que me ha impresionado o su rechazo
constituye cierto movimiento o, mejor, la actualización o el desperezarse de la potencia o
potencias que en cada caso se pongan en juego.
14
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Normalmente, cuando se trate de personas, se actualiza la voluntad, que dice gozosa: «sí, es
maravilloso que existas», así como un conjunto de apetitos sensibles, que disfrutan noble y
notablemente con la belleza física de aquel o aquella que nos impresiona, con el timbre de
su voz, su manera de andar o de sentarse o de mirar, de encender o coger un cigarrillo o
llevarse una copa a los labios, etc.
4. Tendencia
Volviendo a la descripción que estamos realizando, si la complacentia es concebida
básicamente como deseo, no extrañará que su consecuencia natural sea la intentio, también
en su acepción etimológica detender hacia (in-tendere).
Tras el impacto inicial, la advertencia de ese golpe y de la con-moción o movimiento
interior que lleva consigo, florecen el conjunto de acciones que nos inducen a in-tentar
unirnos de forma más plena con la realidad que nos afectó.
También ahora el lenguaje erótico —entendido en su sentido más noble— aporta un
conocimiento suficiente de lo que acabamos de afirmar.
5. Placer-gozo
A continuación, si todo sucede como debería —que es una de las condiciones de un ejemplo
no demasiado mal elegido—, la real posesión de lo deseado suscita en nosotros un nuevo
sentimiento gratificante: un deleite o placer relativamente distintos y de ordinario más
intensos que los experimentados hasta entonces, entre los que los clásicos incluían, como el
más elevado de todos, el gozo o gaudium.
Un deleite que la tradición filosófica, lejos de rechazarlo, como a veces se sostiene, lo
consideraba el culmen o complemento positivo indispensable de la afectividad. Según
explica Roqueñi:
Tan importante considera Tomás de Aquino la energía y fuerza implícita en las emociones
que le lleva a afirmar que aquel anhelo o tendencia ya consumada —es decir, el deleite—
perfecciona la operación humana como un fin completivo, esto es, "en cuanto que a este
bien que es la operación sobreviene otro bien, que es el deleite, que lleva consigo el sosiego
del apetito en el bien presupuesto (… y, además) indirectamente, en cuanto el agente, al
deleitarse en su acción, atiende a ella con más vehemencia y con mayor solicitud la
ejecuta" [7] .
6. Quietud o reposo
Por fin, con la alegría del anhelo satisfecho se restablece la paz, reposo o quietud
(la quies latina), que es la respuesta última a la inicial immutatio.
Algo que probablemente no habrá sucedido al lector que deseara una explicación acabada
de lo que es una emoción o sentimiento, pues en estas líneas solo hemos pretendido esbozar
algunos de sus rasgos más comunes… sin ni siquiera cuidar la pulcritud de los elementos
considerados.
Poco, muy poco, es lo dicho; y muchísimo lo que resta por agregar e incluso por corregir.
VI. Cuando el amor no es un sentimiento
… en las antípodas del término de llegada
Solo para dejar constancia de hasta qué punto la cuestión es compleja y en muchos casos se
aleja del modelo que hemos bosquejado, copiaremos, y glosaremos con pocas palabras, algo
15
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

de lo que Scola escribe inmediatamente después de examinar, a su manera, lo que aquí


hemos expuesto con términos propios.
Tal vez de este modo comencemos a advertir algo cuya importancia no cabe exagerar y que
se irá aclarando a lo largo del estudio.
A saber:
1. Que el amor correctamente comprendido o en su acepción más propia —que la mayoría
de nuestros contemporáneos calificaría como un sentimiento (más aún, como el sentimiento
por antonomasia, elsentimiento supremo)—, se muestra como algo muy distinto: no como
un sentimiento o afecto que nos sucede, sino como un acto o una acción de la voluntad que
nosotros realizamos o ejercemos y manifiesta, incrementa y completa nuestra grandeza
como personas.
2. Y que, por eso mismo, goza de unos caracteres que, sin anular la legitimidad de lo visto
hasta el momento, deben considerarse contrarios a lo hasta ahora apuntado.
3. Repetimos: si los sentimientos son más bien una re-acción pasiva o re-activa, el amor es
fundamentalmente una acción… bastante activa, por tanto, aunque vaya precedido y
seguido, y en parte esté provocado por los atractivos de la persona amada, las emociones
que despierta en nosotros y un cúmulo de otras realidades.
Al respecto, no puede ser más certero el juicio de Marías:
Cuando niego que el amor sea un sentimiento, lo que me parece un grave error, quizá el más
difundido, no niego la importancia enorme de los sentimientos, incluso de los amorosos, que
acompañan al amor y son algo así como el séquito de su realidad misma, que acontece en
niveles más hondos [8] .
Para entendernos mejor
Aquí es donde se manifiesta del modo más virulento el problema terminológico, que es
también conceptual: de comprensión; y por eso pedimos un poco de atención extra… o de
paciencia, si por ahora no se entiende del todo lo que estamos exponiendo.
Pero advertimos que, en cierto modo, el análisis que ahora comenzamos cumplirá su
cometido si, al término, sabemos distinguir correctamente entre los dos significados del
término amor (el amor-sentimiento-pasivo y el amor-acto o amor electivo o personal)… que
normalmente se utilizan de manera indistinta, con el conjunto de problemas teóricos y
vitales que ese error lleva consigo.
Resumimos de nuevo:
1. Lo que durante siglos se ha conocido como pasión no corresponde a lo que hoy
calificamos primariamente con ese vocablo. El termino pasión se reserva en la actualidad a
un tipo particular de sentimiento o excitación: muy fuerte, intenso, vehemente y ardoroso
(apasionado), aunque no necesariamente duradero, sino más bien al contrario.
2. A su vez, tal como vamos a exponerlos a partir de ahora, por estimar que es lo más
pertinente:
2.1. Los afectos, emociones o sentimientos deben concebirse como una pasión (en el
sentido clásico y pasivo de ser-afectado) y una re-acción o conjunto de re-
acciones también pasivas o, al menos, in-voluntarias.
2.2. Mientras que el amor, en su acepción más propia y noble, es el acto por antonomasia
16
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

de libertad inter-personal y, como consecuencia, resulta siempre mucho más activo que
pasivo o re-activo.
(Insistimos en que no hay que preocuparse por no entender o no estar de acuerdo con
nuestras afirmaciones. Más adelante expondremos con calma lo ahora solo apuntado).
«Amor» re-activo (o pasivo) y amor activo
Reiteramos, para evitar confusiones y no empobrecer la riqueza de la afectividad —y
porque con bastante frecuencia ni se alude a ello—, que existen dos tipos de amor muy
diferentes, que a menudo se mezclan y con-funden en el pensamiento y en la vida de
cualquier persona.
A uno de ellos —el amor como pasión, afecto o sentimiento, conocido también como
amor de deseo o inclinación— nos hemos referido principalmente hasta ahora.
En los párrafos que siguen queremos dejar claro, por el contrario, que en los dominios de la
voluntad existe, además, otro género de amor, llamado normalmente amor electivo o
propiamente personal, y apuntar algunos de los caracteres que lo diferencian del de deseo.
Y más adelante profundizaremos en la naturaleza de ambos y en lo que los distingue entre
sí.
El «otro» amor
1. Un amor distinto
Así presenta Scola esta dualidad:
Sobre esta base elemental [lo que hemos considerado en párrafos anteriores] se inserta […]
un segundo nivel del afecto que genera una respuesta libre y querida de amor [9] .
Esa respuesta no es, por tanto, algo que el sujeto padece o ante lo que re-acciona sin apenas
poner nada de su parte. Sino que, según veremos, constituye el mayor y más autónomo acto
de libertad que un varón o una mujer pueden llevar a cabo y, en consecuencia, el modo de
obrar más pleno y activo y el que más los perfecciona y, derivadamente, el que engendra
mayor felicidad.
Esto, que tiene lugar en cualquier acto de auténtico amor, se manifiesta con más claridad en
los casos en que, por los motivos que fuere, se ama y busca eficaz y efectivamente el bien
para una o más personas que nos producen repugnancia, nos son antipáticas o, incluso, nos
han hecho algún daño real de más o menos calibre… que nos inclinaría a no amarlas ni
buscar su bien.
2. Ejercicio supremo de libertad
Prosigue Scola, y no importa que se entienda bastante poco, ya que será estudiado de nuevo
más adelante:
Es el nivel de la voluntas ut ratio [del ejercicio de la voluntad una vez que ya ha intervenido
y deliberado el entendimiento o razón], en que el amor se convierte en una elección [activa]
libre y consciente [10] .
Y añade:
Tomás lo llama amor de dilectio o de benevolencia precisamente porque sigue a
una electio [11] .
Es decir, a una elección, considerada por algunos como la máxima manifestación del obrar
libre. Cuestión que, de nuevo, se muestra más patentemente cuando —¡porque queremos,
17
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

poniendo en juego nuestra libertad!— decidimos hacer un bien a alguien por quien
no sentimos una particular inclinación o que incluso nos repele: ayudar a levantarse al
jugador que durante un partido nos ha puesto intencionadamente una zancadilla, a
consecuencia de la cual también él ha caído al suelo; prestar unos apuntes a un compañero o
compañera que, tiempo atrás, no quiso dejarnos los suyos; apoyar a un colega que nos hizo
una jugarreta, etc.
3. Acto por excelencia
Aquí se marca la contraposición a la que desde hace un rato pretendemos referirnos y que
estimamos muy importante tener en cuenta, entre otros motivos, porque —como dijimos—
la distinción entre los dos significados del amor se ignora habitualmente en nuestra cultura,
con consecuencias vitales a veces muy graves y dolorosas:
Si el amor de deseo es una passio afectiva [algo que se padece sin poderlo eludir: un
sentimiento], el amor electivo es elección efectiva [un acto].
O, con términos equivalentes y ya utilizados:
3.1. Los afectos, emociones o sentimientos son, en su núcleo más íntimo y primordial,
pasivos o/y re-activos.
3.2. Por el contrario, el amor en su acepción más rigurosa —que esbozaremos poco a poco
y hemos tratado con detenimiento en otros escritos [12] —, es eminentemente activo: la
operación suprema y supremamente autónoma, eficiente… y libre; y de ahí que el amor, en
este segundo sentido más propio y elevado, jamás puede coaccionarse.
Todo lo anterior se manifiesta con claridad también en otras situaciones, en que la mujer o
el varón hacen que su libertad —la elección de un modo particular de obrar— prevalezca
sobre sus inclinaciones espontáneas, entre las que figuran los sentimientos. Las palabras que
siguen, referentes al perdón —máxima expresión de amor, por otra parte—, tal vez nos
ayuden a entenderlo:
Las heridas no curadas pueden reducir enormemente nuestra libertad. Pueden dar origen a
reacciones desproporcionadas y violentas, que nos sorprenden a nosotros mismos. Una
persona herida, hiere a los demás. Y, como muchas veces oculta su corazón detrás de una
coraza, puede parecer dura, inaccesible e intratable. En realidad, no es así. Solo necesita
defenderse. Parece dura, pero es insegura; está atormentada por malas experiencias.
Hace falta descubrir las llagas para poder limpiarlas y curarlas. Poner orden en el propio
interior, puede ser un paso para hacer posible el perdón. Pero este paso es sumamente difícil
y, en ocasiones, no conseguimos darlo. Podemos renunciar a la venganza, pero no al dolor.
Aquí se ve claramente que el perdón, aunque está estrechamente unido a vivencias afectivas,
no es un sentimiento. Es un acto de la voluntad que no se reduce a nuestro estado psíquico.
Se puede perdonar llorando.
Cuando una persona ha realizado este acto eminentemente libre, el sufrimiento pierde
ordinariamente su amargura, y puede ser que desaparezca con el tiempo. “Las heridas se
cambian en perlas” [13] .
4. Y estrictamente personal
Sin esta doble consideración, viene a concluir Scola, toda doctrina sobre la afectividad
quedaría coja, incapaz de explicar lo que es el ser humano en una de sus dimensiones
18
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

esenciales —la emotividad, los sentimientos o afectos, entre los que hoy se engloba el
amor— y de enseñarle a utilizarla para su propio bien y, sobre todo, para el bien de quienes
lo rodean… esencial asimismo para su propia felicidad.
¿Por qué motivos?
En esencia, porque el amor auténticamente humano y personal no pertenece a la esfera de lo
que esbozamos antes (la pasión, el sentimiento… que uno padece sin poder resistirse), sino
que, como estamos insinuando, se coloca en sus antípodas: es el acto más libre
y activamente activo que puede ponerse en acto —algo parecido al perdón que ha servido de
ejemplo—… aunque a menudo, como apuntamos, vaya también precedido de una atracción
ejercida sobre la voluntad y sobre los apetitos sensibles.
De todos modos, ahora nos interesa seguir esclareciendo en qué consisten los afectos o
sentimientos propiamente dichos.
·- ·-·-······-·
Tomás Melendo y Lourdes Millán-Puelles

[1] Como puente entre esta afirmación y el apartado que sigue sirvan estas palabras de
Lukas: «Pero al espíritu investigador del hombre no le gusta lo desconocido. Cuando no
puede explicar una cosa, procura al menos ponerle un nombre; y cuando algo recibe un
nombre empieza a tomar forma» (LUKAS, Elisabeth, Tu familia necesita sentido, Ed. S.M.,
Madrid 1983, p. 12).
[2] Frankl, Viktor, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2004, p. 71.
[3] Moliné, María, Diccionario del uso del español, Gredos, Madrid 1982.
[4] Cit. por Scola, Angelo, Identidad y diferencia, Ed. Encuentro, Madrid 1989, p. 14.
[5] Scola, Angelo, Identidad y diferencia, Ed. Encuentro, Madrid 1989, p. 14.
[6] Que es lo que esbozaré dentro de unos momentos, en el apartado: 5. La complejidad de
nuestras emociones.
[7] Roqueñi, José Manuel, Educación de la afectividad, Eunsa, Pamplona, 2005, p. 44.
[8] Marías, Julián, La educación sentimental, Alianza Editorial, Madrid, 1992, p. 26.
[9] Scola, Angelo, Identidad y diferencia, Ed. Encuentro, Madrid 1989, p. 22.
[10] Scola, Angelo, Identidad y diferencia, Ed. Encuentro, Madrid 1989, p. 22.
[11] Scola, Angelo, Identidad y diferencia, Ed. Encuentro, Madrid 1989, p. 23.
[12] Cfr. por ejemplo, Melendo, Tomás, El verdadero rostro del amor, Eiunsa, Pamplona
2006; Ocho lecciones sobre el amor humano, Rialp, Madrid, 4ª ed. 2002.
[13] Burggraf, Jutta, «Aprender a perdonar», en Otero<, Oliveros (Coord.), Retos de futuro
en educación. Aprender a perdonar, EIUNSA, Madrid 2004, pp. 164-5.
Elogio de la afectividad (2): ¡Adentro!
por Tomás Melendo y Mª Esperanza Aguilera
Muy probablemente, el intento de justificar la conveniencia de llevar a cabo un análisis
de la afectividad, anteponiéndolo o incluso dejando de lado otras dimensiones del
sujeto humano, resulte innecesario. Como escribe von Hildebrand: … tener un
19
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

corazón capaz de amar, un corazón que puede conocer la ansiedad y el sufrimiento,


que puede afligirse y conmoverse, es la característica más específica de la naturaleza
humana.
¿La afectividad?
El corazón es la esfera más tierna, más interior, más secreta de la persona [1] .
Se apuntan, de todos modos, algunas de las razones de más peso para realizar ese
estudio.
Propia y característica de cada ser humano
En primer término, hemos de conocer las emociones o sentimientos porque, de hecho,
se trata de algo constitutivo e irreemplazable en cada uno de nosotros; de algo que, con
más o menos conciencia, todos experimentamos y que influye poderosamente en la
orientación de nuestra existencia, en nuestra conducta global y en cada uno de
nuestros quehaceres.
Y no de cualquier modo: la afectividad —lo que por ahora llamamos sentimientos,
pasiones, emociones, estado de ánimo, temple, etc.— penetra y da un tono particular y
único, exclusivo de ella, a los restantes ámbitos que conforman al varón y a la mujer y
a cada uno de sus actos, en las distintas etapas de su vida.
Prácticamente en todo lo que hacemos o dejamos de hacer, en lo que pensamos, en lo
que anhelamos o queremos o rechazamos o menospreciamos… está presente, con más
o menos vigor y conciencia, para bien o para mal, un factor sentimental o emotivo.
Precisamente en el inicio de su pequeña obra inédita, Ordo amoris, había escrito
Scheler:
Me encuentro en un inmenso mundo de objetos sensibles y espirituales que conmueven
incesantemente mi corazón y mis pasiones. Sé que tanto los objetos que llego a conocer
por la percepción y el pensamiento, como aquellos que quiero, elijo, produzco, con que
trato, dependen del juego de este movimiento de mi corazón [2] .
Algo parecido, aunque más matizado, afirma Yepes:
El puesto de la afectividad y los sentimientos en la vida humana es muy central. Son
ellos los que conforman la situación anímica interior e íntima, los que impulsan o
retraen de la acción, y los que en definitiva juntan o separan a los hombres. Además, la
posesión de los bienes más preciados y la presencia de los males más temidos
significan eo ipso que nos embargan aquellos sentimientos que dan o quitan la
felicidad[3] .
Y, para cambiar totalmente de escenario, copiamos unas palabras de Tom Morris, en
su conocido libro: Si Aristóteles dirigiera la General Motors. Al parece, también la
productividad económica se relaciona estrechamente con la liberación de afectos
positivos:
La belleza libera. Renueva, vigoriza e inspira. Todos los ejecutivos lo saben y a veces
obran en consecuencia, y por eso eligen escenarios de gran belleza para las reuniones
de suma importancia. Para agasajar a un cliente o para planificar el futuro se necesita
el mejor entorno posible, un lugar que nos lleve a dar lo mejor de nosotros mismos. A
nivel intuitivo, todos sabemos que la belleza desempeña un papel que no puede
20
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

compararse con nada más en su impacto en el espíritu humano, ya que libera todas
nuestras energías y reflexiones más profundas y nos conecta con nuestros afectos más
elevados [4] .
Con gran influjo en nuestro modo de percibir la realidad
Pero hay más. Muy frecuentemente, nuestro primer contacto con el mundo y con cada
uno de sus componentes, nuestra la percepción inicial de todo ello, es de tipo
sentimental o emotivo; bastante a menudo, nuestra afectividad selecciona, canaliza y
modula de entrada cuanto llega hasta nosotros, haciendo que lo conozcamos de un
modo u otro… o que no le prestemos la menor atención.
1. Si nos encontramos ante realidades que a primera vista nos agradan, ese
sentimiento intensifica nuestro discernimiento y nos permite apreciar detalles de
bondad o belleza o virtud que a otros pasarían inadvertidos, o bien impide que
captemos aspectos negativos patentes.
2. Por el contrario, el surgir de una sensación de repulsa ante aquello que se nos
presenta como molesto o desagradable, hace que ni siquiera reparemos en algo o
alguien, que apartemos la vista o que distorsionemos su conocimiento y obtengamos de
ellos una imagen deformada y empobrecida.
Con palabras de un notable psicólogo y neurólogo argentino, Abelardo Pithod, al que
citaremos con frecuencia en estos ensayos:
Desde el sentimiento de autoestima que acompaña —o no— a una persona, a las
distorsiones en la percepción del prójimo debido a oscuros sentimientos de antipatía, la
afectividad es un ingrediente decisivo en la “construcción” de nuestro mundo. Como
dice J. Nuttin, en términos de análisis fenomenológico, el Yo (el self de la psicología
norteamericana) se “llena” de contenidos provenientes del Mundo en el que habita y al
que él mismo ha contribuido a construir. Así, la realidad es percibida como
amenazante por la persona con tendencias paranoides, como triste por el depresivo, o
como carente de sentido, y tantos otros modos de proyección del estado afectivo del Yo.
Es aquello de que todo es del color del cristal con que se mira [5] .
3. Y aún más: la primera impresión de las personas, objetos o situaciones, que
habitualmente se halla condicionada o incluso determinada por los sentimientos, con
bastante frecuencia acaba por convertirse en definitiva.
3.1. No es extraño que, al ver acercarse a alguien, antes incluso de hablar con él o
después de intercambiar una mirada o un par de frases, se instale en nosotros un
sentimiento de agrado o desagrado (me cae bien o mal), de confianza o desconfianza
(es o no es de fiar), de admiración o menosprecio (qué suerte haberlo conocido; ni
siquiera vale la pena cambiar con él dos palabras), etc.
3.2. Y esta opinión, no rara vez injustificada e incorrecta, no la sabemos, queremos o
podemos eliminar… justo por la presión que ejercen nuestros sentimientos. Cosa que,
como leíamos en la cita de Pithod, llega a límites insospechados en las personas con un
desajuste psíquico más o menos grave: neuróticos, paranoicos, etc.
A todo ello apuntan, de manera global pero significativa, y aplicadas a un estado de
ánimo o sentimiento concretos, las palabras que siguen:
21
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

… las emociones pueden afectar con gravedad los principios que dirigen la conducta.
De esta forma «al hombre afectado por una pasión le parecen las cosas mayores o
menores de lo que son en realidad»; su juicio es severamente lesionado y,
consiguientemente no puede actuar. Tal es el caso, por ejemplo, del hombre triste,
afectado por un mal presente: «todo lo elegible se hace menos elegible por causa de la
tristeza (...) y todo lo que debe huirse se torna más repulsivo a causa de ella».
La tristeza es una de las pasiones más graves y dañinas para la naturaleza humana;
tiene varios efectos nocivos, entre los que Tomás de Aquino destaca: la privación de la
facultad de aprender; la pesadez del ánimo, contrariando con ello a la voluntad; el
debilitamiento de toda operación, interior y exterior; y, por si fuera poco, perjudica
gravemente la salud corporal. Sin embargo, «la tristeza respecto de todo mal digno de
evitarse es útil, pues tiene una doble causa de huida, puesto que el mal debe huirse por
sí mismo, y de la tristeza todos huyen, como todos apetecen el bien y la delectación en
el bien» [6] .
Testimonios cualificados
Cuanto hemos esbozado hasta ahora no es un fenómeno coyuntural, sino algo que
baña —con matices y variaciones de tono— toda la historia de la humanidad en cada
uno de sus miembros, y que ha sido reconocido por pensadores, literatos, artistas,
sociólogos, psicólogos… de cualquier tiempo y condición.
1. Platón, por ejemplo, concedía una enorme importancia al influjo de la afectividad
en el conjunto de la vida humana.
2. Aristóteles, por su parte, venía a afirmar que un aspecto muy relevante de la
educación —tal vez su clave— consistía en con-formar los sentimientos (darles forma)
y ponerlos de acuerdo con la razón, para que, de manera casi natural, las personas se
sintieran atraídas por lo realmente bueno y pudieran realizarlo prontamente, sin
error, con el mínimo de esfuerzo o, en el culmen, con sumo gusto y agrado: es el núcleo
de la doctrina de las virtudes, tan ligadas a la afectividad.
3. Agustín de Hipona escribe sin vacilar:
Si algunos tienen a gala no verse exaltados o excitados, ni dominados o doblegados por
sentimiento alguno, en lugar de obtener la serenidad verdadera, pierden toda la
humanidad. Porque no se es recto por ser duro, ni se alcanza un estado de ánimo
perfecto por ser insensible [7] .
4. Y algo muy similar sucede con Tomás de Aquino.
Para él, según explica Paul J. Wadell:
… la integridad moral requiere […] que aprendamos a amar lo que es realmente
bueno y a odiar el verdadero mal, y hacer ambas cosas con pasión y entusiasmo. La
gente virtuosa siente fervor para lo realmente bueno; del mismo modo que aborrece
apasionadamente el mal y la falsedad. Su virtud no es insulsa, sino inspirada. Estas
personas no hacen el bien por un sentido del deber ni por temor, sino porque
realmente aman el bien, de la misma manera que evitan el mal porque lo
desprecian [8] .
5. Muchos siglos más tarde, después de los vaivenes experimentados en el aprecio de
22
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

los sentimientos (a veces ensalzados hasta el extremo y otras vilipendiados o


despreciados), Lewis recoge la idea platónico-aristotélica, y defiende con ardor la
necesidad de educar la afectividad, como una de las exigencias primordiales de la
formación global y radical de la persona.
Así, en el contexto concreto de los primeros años de vida escolar, afirma, por ejemplo:
Por cada alumno que precisa ser protegido de un frágil exceso de sensibilidad hay tres
que necesitan que se los despierte del letargo de la fría mediocridad. El objetivo del
educador moderno no es el de talar bosques, sino el de irrigar desiertos. La correcta
precaución contra el sentimentalismo es la de inculcar sentimientos adecuados.
Agostar la sensibilidad de nuestros alumnos es hacerlos presa fácil del proselitista de
turno. Su propia naturaleza les empujará a vengarse, y un corazón duro no es
protección infalible frente a una mente débil [9] .
6. En la misma línea, aunque el texto incluya afirmaciones que matizaremos más
adelante, se mueve López Ibor, cuando escribe:
Existe una forma de contacto superior, a través de la más pura vida del espíritu; pero
existen contactos más inferiores a través de los instintos y de los afectos. Su
inferioridad no le quita importancia, sino todo lo contrario, ya que en la vida
cotidiana, instintos y afectos la integran y aun la dominan en buena parte.
Es más fácil penetrar en un ser a través del plano afectivo que a través del plano de la
pura razón. Aquel ofrece una permeabilidad especial. Incluso algo más que
permeabilidad, un ansia de contacto, que no es tan ingente en el plano racional, menos
dinámico y de arquitectura más contemplativa. Amistad, amor, odio y toda la variada
escala de los sentimientos son vía de penetración en nuestros semejantes [10] .
7. A lo que cabría añadir, como el mejor colofón, si atendemos a la popularidad de su
pensamiento en este campo, las siguientes palabras de Dietrich von Hildebrand,
también necesitadas de correcciones:
Mientras respete la cooperación […] entre el corazón, el intelecto y la voluntad, la
afectividad nunca puede ser demasiado intensa. Y en un hombre cuyo centro de
respuesta al valor y al amor ha superado victoriosamente el orgullo y la
concupiscencia, la afectividad nunca puede ser demasiado grande. Cuanto más grande
y profunda sea la capacidad afectiva del hombre, mejor. No hay un grado en la
capacidad de amar que pueda constituir un peligro o, más bien, lo constituye en la
misma medida que una gran fuerza de voluntad o una elevada capacidad intelectual.
Cuanto más grande es el hombre, más profundo es su amor, como dijo Leonardo da
Vinci [11] .
II. Por qué la afectividad hoy
Ensalzamiento de la afectividad en la civilización contemporánea
En la época actual —es decir, ahora, cuando estás leyendo estas líneas—, existen
motivos complementarios para conocer de una manera especial en qué consisten
nuestros sentimientos y emociones; cuál es su naturaleza en general y cómo se modula
y manifiesta cada uno: temor, pánico, vergüenza, ansiedad, alegría, gozo, satisfacción,
despecho, inquietud, embeleso, rencor, exultación, resquemor, envidia, zozobra,
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

desazón, pena, entusiasmo, delirio, frenesí, éxtasis…


1. Tales razones podrían resumirse diciendo que la afectividad ha alcanzado hoy un
relieve inusitado, en los estudios teóricos y, sobre todo, en la vida vivida de la mayoría
de nuestros contemporáneos.
2. O, con otras palabras, bastaría recordar que una gran porción de los ciudadanos de
nuestro mundo actúa más en función de lo que siente o experimenta (placer, dolor,
tristeza, atracción, repugnancia, agrado, desprecio, satisfacción, inquina,
resentimiento…) que de la bondad o maldad objetivas de su conducta, que debería
percibir a través de la inteligencia, pero que bastante a menudo no advierte, justo
porque lo impiden los sentimientos.
3. Lo que arroja el siguiente saldo: en la actualidad se cuentan por miles los artículos
y libros (ensayos, novelas, tratados…), y por millones las personas que, a sabiendas o
no, hacen de los sentimientos el punto de referencia fundamental de sus decisiones y
del conjunto de su obrar, aquello que real y definitivamente los lleva a comportarse de
uno u otro modo.
En semejante sentido, con gracejo y eficacia, ya en el 2003 sostenía Choza:
El hombre del siglo XX es un animal sentimental. Por eso la fenomenología puede
analizar su estructura ontológica desde el punto de vista de los sentimientos, y por eso
la teología moral contemporánea puede tomar los sentimientos como punto de
partida [12] .
Y ejemplificaba:
Ana Karenina y Madame Bovary, mucho más que Romeo y Julieta, están en el mismo
frente de batalla que su contemporáneo Nietzsche, proclamando las mismas tesis que
él, y, por eso, en el mismo frente que Husserl, Heidegger y Scheler, cuando proclaman
que la vivencia es anterior a la ciencia, que la realidad de las cosas y del mundo es lo
que aparece en la vivencia y no lo que se recoge en las teorías científicas, y que la
afectividad, el ordo amoris, como Scheler lo denomina, el orden del sentir y del querer,
es lo que determina el orden del pensar, del actuar y del ser [13] .
Nuestras dificultades
Todo lo anterior sería más que positivo —puesto que la afectividad lo es—… si no
hubiera que añadir algo de particular categoría, que invierte la situación y la hace
incluso peligrosa: se trata del hecho capital de que la afectividad se encuentra hoy
bastante mal-tratada, en la teoría y en la vida.
1. Dicho con otras palabras y en perfecta consonancia con lo apuntado en páginas
anteriores: al ser la afectividad algo estupendo, su desarrollo y ejercicio constituyen
una ayuda incomparable para el conjunto de la vida humana y para el logro de sus
fines… siempre que se sitúe en la dirección adecuada.
Ahora bien, precisamente por su enorme potencial perfeccionador, cuando se la
entiende y despliega de forma incorrecta, su capacidad de dañar al hombre resulta
también muy grande.
Cuestiones que multiplican la conveniencia de estudiar con el máximo detenimiento
cuanto atañe a la afectividad.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

2. Pero a esto hay que añadir un nuevo motivo: si es verdad lo que acabamos de
sostener, si la percepción y el manejo de los sentimientos no es hoy el que le
corresponde, probablemente el lector —igual que los que escriben estas líneas, hasta
que cayeron en la cuenta de su despiste— participará de ese modo de entenderla y
vivirla, con lo que le resultará más complejo aceptar las correcciones que
propondremos en esta serie de artículos.
Y eso lleva, de nuevo, a pedir comprensión, paciencia y apertura de ánimo, antes de
juzgar quién y hasta qué punto tiene la razón… en la medida en que alguien la tenga y
seamos capaces de advertirlo.
En cualquier caso, nadie podrá «quitarnos lo bailao», como se dice en Andalucía: es
decir, lo aprendido al reflexionar juntos sobre un ámbito tan relevante de nuestra vida
y personalidad.
La afectividad maltratada o «desbocada»…
Expongamos primero el hecho.
1. Ante todo, en el ámbito de la experiencia asequible a cualquiera de nosotros.
1.1. Basta echar una mirada a nuestro alrededor para advertir, por ejemplo, que
demasiadas personas reaccionan o reaccionamos vehementemente ante estímulos que,
considerados con cierta imparcialidad, no parecen proporcionados a la violencia de la
respuesta: ante un coche que se cruza sin aviso previo, ante el empujón involuntario
cuando se detiene un autobús, ante el viandante que impide el paso por andar con
excesiva parsimonia…
La agresividad parece haberse disparado en la civilización que nos acoge, en el plano
individual y de las sociedades y distintas naciones.
1.2. E igualmente descubrimos, sin pretenderlo siquiera, un buen número de varones
y mujeres aquejados por la tristeza, el desaliento, la insatisfacción, el desamparo… o
que parecen simplemente soportar resignados la vida que llevan, pese a que en ella
abunden a menudo los deleites y placeres que deberían proporcionar la felicidad.
2. Si nos trasladamos ahora a los dominios de los expertos, son ya un buen número los
psicólogos y psiquiatras que, interrogados sobre los conflictos de nuestra civilización, y
como fruto de su experiencia clínica, aseguran que una proporción notable de los
trastornos psíquicos deriva de la falta de conocimiento y de habilidad
para habérselas con los propios afectos: para relacionarse con ellos y manejarlos,
atemperarlos o provocarlos, tenerlos más o menos o nada en cuenta, según requieran
las circunstancias.
Y otros muchos profesionales ocupados directamente del trato con personas, así como
pensadores y ensayistas de relieve, concuerdan en sostener que una mala comprensión
y un uso incorrecto de la afectividad destrozan hoy día multitud de vidas.
Y hondamente modificada
Señalan, además, otro asunto, que también es un estímulo para analizar despacio los
sentimientos tal como suelen vivirse hoy día. Se trata de que la afectividad
contemporánea —y, muy en particular, la de la mujer—, en la casi totalidad de sus
componentes, pero sobre todo en los relacionados con la libido, ha cambiado de forma
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

bastante neta con motivo de la revolución sexual de fines de los 60 y del conjunto de
movimientos derivados o aparejados a ella.
En este sentido, como recuerda Pithod, muchas de las afirmaciones clásicas respecto a
lo más o menos específico de la sensibilidad femenina merecen una revisión a fondo,
que lleva también a poner entre interrogantes la veracidad de lo que —probablemente
debido a razones no del todo objetivas— se venía calificando como lo propio de la
mujer en este campo (el «eterno femenino») y, por simetría, lo más característico del
varón (a lo que se hacía menos caso).
Por acudir a un solo detalle, normalmente se ha sostenido —tras las huellas de
Aristóteles y, en general, de la mayor parte de los clásicos griegos y sus sucesores—
que, en lo que atañe al ejercicio de la sexualidad, la mujer es más pasiva y el varón más
activo: que este suele tomar y llevar la iniciativa.
Si tal observación parecía confirmada por los hechos hace tan solo cuarenta años, hoy
es casi obvio que culturalmente ha cambiado, al menos en Occidente; y que bastantes
mujeres, no solo por la forma de vestir y de moverse o simplemente de estar, sino
también en lo que atañe al inicio y despliegue de la conquista o seducción, se muestran
más diligentes que muchos varones y, con frecuencia, bastante más agresivas (cosas
que, hasta no hace mucho, se consideraban típicamente masculinas).
No intentamos decir con ello que semejantes comportamientos hayan pasado a formar
parte de la nueva naturaleza de la mujer, o que le resulten beneficiosos o dañinos, o
que el conocimiento pretérito atribuía a su modo de ser lo que no pasaba de ser
incidencia de la cultura…
Ni eso… ni lo contrario. Nos limitamos a constatar que, por los motivos que fuere, un
muy alto porcentaje de las mujeres actuales sienten y, como consecuencia, se
comportan de manera distinta a las de hace unos decenios.
Además, según Pithod:
… este cambio no se limita al solo sexo, abarca la afectividad toda. Es toda la dinámica
instintivo-emocional la que muta de signo. El cambio en la actitud sexual interesa
también a la actitud maternal (o paternal, pero sobre todo a aquella). Se extiende a la
concepción del matrimonio, a la relación marital monogámica, a la estabilidad
conyugal, etc. Las mujeres casadas “miran” cada vez más libremente a otros hombres
que no son sus maridos. A su vez los hombres se sienten halagados si los otros hombres
miran a sus mujeres… [14]
No está de más averiguar el porqué de todo ello. Es lo que pretendemos esbozar,
siquiera en sus líneas más básicas y elementales, en los epígrafes que siguen.
III. Motivos complementarios y/o más desarrollados
En la teoría
Desde el punto de vista teórico, y sin entrar en excesivos detalles, algunas pinceladas
sobre la historia del tratamiento de la emotividad en las épocas inmediatamente
precedentes a la nuestra ayudarán a esclarecer lo que sucede hoy día.
En resumen y simplificando bastante:
1. La afectividad como tal fue olvidada y casi despreciada durante el largo período
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

que conocemos como racionalismo. Para los representantes de esta corriente de


pensamiento —Descartes y Hegel, entre otros— la realidad entera debía poder
interpretarse y conocerse racionalmente.
Como consecuencia, lo que no se adecuaba férreamente a las leyes lógicas de la mente
humana, lo que no resultaba «claro y distinto» (y la afectividad es más bien indefinida
y brumosa), fue expulsado del mundo de lo existente o considerado irrelevante: o bien
se lo tachaba de no propiamente humano o bien se transformaba en un remedo de lo
racional —«una idea confusa», por ejemplo—, cuya importancia era por lo mismo
nula y a la que no valía la pena prestar atención ni en la vida vivida ni en la
investigación y el estudio.
2. Durante el Romanticismo, por el contrario, la dinámica afectiva, vivida con
intensidad, reforzada por todos los medios y constantemente perseguida, magnificada
y engrandecida, ocupa el lugar central en las biografías y en los anhelos de las
personas.
3. Y a lo largo de los siglos XIX y XX, por fijar una fecha un tanto aproximada, ese
claro redescubrimiento de la emotividad, engrandecido por la conciencia culpable de
haberla olvidado en épocas precedentes, lleva a muchos estudiosos a centrar su
atención en ella.
En virtud de lo que popularmente se denomina la ley del péndulo, la mayoría de estos
expertos le concede una importancia muy superior a la que de hecho posee, llegando
casi a hacer de ella un absoluto, sin que con esta afirmación pretenda negar —ya he
repetido lo contrario— el gran relieve de que en efecto goza en el conjunto de nuestras
existencias.
Entre esas apreciaciones desmesuradas —y a título de simple ejemplo— incluiría estas
de Powell… no muy distantes, en apariencia, de las de otros autores que antes
transcribimos:
La vital importancia de todo esto resultará evidente si se considera por un momento:
1) que casi todos los placeres y sufrimientos de la vida están profundamente
relacionados con las emociones; 2) que, en la mayoría de los casos, la conducta humana
es resultado de fuerzas emocionales (aun cuando todos sintamos la tentación de
dárnoslas de intelectuales y explicar a base de motivos racionales y objetivos todas
nuestras preferencias y acciones; y 3) que la mayoría de los conflictos interpersonales
provienen de tensiones emocionales (p. ej., ira, celos, frustraciones, etc.), y la mayoría
de los “encuentros” interpersonales se logran mediante algún tipo de comunión
emocional (p. ej., empatía, ternura, sentimientos de afecto y de atracción...). En otras
palabras, tus emociones y el modo que tengas de afrontarlas probablemente
determinen tu éxito o tu fracaso en la aventura de la vida [15] .
En la misma teoría, reforzada por la vida
A su vez, tal como dijimos, la mayoría de la gente de la calle, de los ciudadanos de a
pie, ha ido acogiendo y acentuando el planteamiento recién bosquejado.
1. Y de esta suerte, los teóricos, apoyados en gran medida por los medios de
comunicación, realimentan su visión del asunto, con lo que se produce una especie de
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

círculo o espiral, que acaba por transformar la vida afectiva —lo que cada
quien siente en un momento u otro— en el núcleo en torno al que gira toda nuestra
existencia.
Es la época en que se ponen de moda expresiones como «actúa según lo que te dicte el
corazón»; o en la que los anuncios más diversos, igual que hoy, comienzan a utilizar
como reclamo el «date un gusto o un respiro», «dedícate un minuto», «tú te lo
mereces», «alégrate la vida», «vive a tope», «sácale todo su jugo al instante»… y
expresiones muy similares.
2. Todo lo cual adquiere tintes un tanto trágicos —como venimos advirtiendo—
porque, al adoptar perspectivas reduccionistas, el mundo de los sentimientos resulta a
menudo mal-tratado: así, la fisiología, representada entre otros por William James,
asegura que las emociones —un fenómeno en realidad muy rico y complejo—
no son sino la percepción de los propios cambios fisiológicos; y de manera similar
proceden, entre otros, ciertos neurólogos y una enorme cantidad de filósofos
«abstractos».
Mas ninguno de ellos logra alcanzar resultados concluyentes, que de veras nos ayuden
a disfrutar más de nuestra existencia. Y esto, por un motivo muy claro, cuyos escollos
estamos intentando evitar en las presentes páginas:
2.1. Falta una adecuada antropología, una visión del hombre como persona, que
permita situar la vida afectiva en el lugar que le corresponde en el conjunto de la
existencia humana, así como explicar su enorme complejidad.
2.2. Precisamente por eso, una de las tareas principales de estos escritos es encontrar
el lugar adecuado de la afectividad en el conjunto o integridad de nuestras personas y
de nuestras vidas, consideradas justo como todos-globales en los que los distintos
elementos y mecanismos —y, de manera muy incisiva, la afectividad— inter-actúan
decisivamente unos en otros.
Al respecto, afirma Polo, con expresiones un tanto técnicas, pero certeras e inteligibles:
El hombre no es una máquina; por tanto, la antropología no puede plantearse
analíticamente [estudiando los elementos por separado]. Para alcanzar la verdad del
ser humano es preciso atenerse a su complejidad. Sin duda, cabe estudiar
analíticamente al hombre (en otro caso, por ejemplo, no habría medicina), pero así no
se considera realmente su plenitud (el hígado, enfocado analíticamente, separado del
cuerpo, no es el hígado vivo). Lo característico de la verdad del hombre es su
integridad dinámica. El hombre es una unidad que no se reconstituye partiendo de su
análisis. Las diferencias en el hombre son internas, tanto si lo consideramos somática
como anímica y espiritualmente. Un punto no tiene ni puede tener intimidad; el
hombre es intimidad antes que composición.
Los posmodernos dicen que el hombre es desde fuera. Pero con ello niegan la
evidencia, porque es evidente que el hombre es desde dentro. Tenemos pruebas de la
interioridad humana que ni Derrida puede negar: los sentimientos no son
exterioridades. No se puede tener una idea clara y distinta del sentimiento, porque es
bastante confuso desde el punto de vista analítico. La antropología tiene que
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

plantearse el problema de la unidad, que es a la vez el problema de lo radical, pero no


analíticamente. Si no lo hace, no hay tal antropología [16] .
De nuevo en la práctica
Como fácilmente podemos comprobar y ya se ha sugerido, bastantes de nuestros
contemporáneos toman sus decisiones, desde las más menudas hasta las más
trascendentes, con base exclusiva en lo que sienten; o, con las expresiones que más
suelen utilizarse, según lo que «les apetece», «les agrada», «les interesa», «les mola»…
o sus contrarios.
A la vista del descalabro afectivo generalizado al que venimos aludiendo, parece que
sería preferible que esto no ocurriera. Pues, según afirma María del Rosario González
Martín:
… los sentimientos no son el criterio verdad, ni de autenticidad: son algo que nos
sucede a la vez que parte de uno mismo [17] .
Pero, de hecho, es lo que hay.
En este sentido, vale la pena contar una anécdota nimia, pero significativa, de uno de
los dos firmantes de este escrito.
Cuando en cursos y conferencias comenta que tiene siete hijos, es bastante habitual
que algunas personas, en general desconocidas, le pregunten o afirmen: «a ti te
gustan mucho los niños, ¿no?». Suele hacer una pausa, mirarlas directamente durante
largos segundos, y después, según el sitio y las circunstancias, añadir en tono de
broma: «gustarme, gustarme, a mí lo que verdaderamente me gusta es el jamón de
pata negra y el rioja» (manjares exquisitos en España: cambie cada cual, según sus
preferencias culinarias o las costumbres del lugar).
La reacción suele ser cordial, y no le cuesta mucho hacerles entender que un hijo —
¡una persona!— no debe nunca convertirse en cuestión de gustos, antojos o apetencias.
«A mis hijos —agrega de inmediato— los quiero con toda el alma» (y «querer»
expresa un acto muy serio y profundo, radicado en la voluntad y que afecta a la
persona entera, como hemos explicado otras veces).
A continuación expone que, para no distorsionar la realidad, conviene que exista
proporción entre el verbo empleado (manifestación a su vez de los ámbitos de nuestra
persona que ponemos en juego) y aquello a que lo referimos.
1. Y es que, en ocasiones, el que algo me apetezca o no, justifica de sobra mi elección y
mi conducta: como, hasta cierto punto y según los casos, en lo que atañe a la comida y
la bebida, la marca y el color de un automóvil o de una habitación, el modo de vestir o
de arreglarse.
2. En otras, sin embargo, es preciso poner en juego dimensiones más altas, conjugar
con plena conciencia el «quiero» y el «no quiero», cargados de honda hondura y densa
densidad: así debe hacerse, en principio, con cuanto se refiere al matrimonio, el
número de hijos, las líneas fundamentales de su educación, el voto en la vida política,
un cambio de trabajo, la elección de los propios amigos, la religiosidad o la falta de
ella…
El peligro
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Sea como fuere, lo que podría preocupar de cuanto estamos esbozando es que buena
parte de quienes viven de la manera indicada —aun cuando no se sientan felices
actuando así— considera esa primacía prácticamente absoluta de los sentimientos
como normal e incluso, en cierto modo, como ineludible y lo más característico o lo
único de auténtico valor del ser humano: lo que lo distingue de otras realidades.
Por apelar a un detalle que parecería banal, pero lleno de resonancias, es muy
frecuente que en las películas de ciencia-ficción se dé por supuesto que
los replicantes conocen intelectualmente y tienen cierta voluntad… aunque
programada o dirigida (lo cual da también una idea de la pobreza de nuestra cultura a
la hora de concebir lo que es el entender y el querer libre).
Como consecuencia, y siempre de acuerdo con el pensamiento más habitual, lo que
marca la diferencia entre ellos y nosotros es que puedan o no sentir, destacando entre
los sentimientos, como el más característico y diferenciador, el amor. Si un mutante
llega a sentir amor… cambia radicalmente de condición y, en virtud de
ese sentimiento —pues como tal se considera—, entra con todo derecho en la esfera de
los humanos.
Un paréntesis ineludible
Por su enorme relevancia y porque suele afirmarse lo contrario, advertimos de nuevo
que, aunque muy relacionado con ellos, en su sentido fuerte y cabal, el amor no es un
sentimiento ni un simple conjunto, más o menos abigarrado, de afectos o emociones,
sino que coloca su núcleo más específico, lo radicalmente indispensable, en otra esfera
muy superior: en los dominios activos de la voluntad, caracterizadores de la persona
en cuanto persona. Y que esta confusión teórico-práctica está en la base del malestar
que aqueja a muchos de nuestros contemporáneos.
4. Hacia el fondo de la cuestión
Ruptura de la armonía
Pero ahora interesa dejar claro uno de los motivos de más peso que, a nuestro
parecer, explican «el desvarío y la hipertrofia de la afectividad» ya dos veces
mencionados.
Sabemos por experiencia que la «propuesta» resulta difícil de aceptar, y por eso
pedimos excusas y un poco de paciencia y la serenidad suficiente para atender a las
razones que siguen, aunque uno se sienta personalmente interpelado, tocado o incluso
ofendido, cosa que, como es lógico, no responde a nuestras intenciones.
Nos arriesgamos a ello por puro amor a lo que consideramos verdadero y apto para
ayudar a los demás, aunque no esté de moda incluso entre personas muy queridas.
Como afirmaba Aristóteles, «si Platón es mi amigo, más lo es la verdad: amicus Plato,
sed magis amica veritas».
1. En la raíz de cuanto antecede, nos parece descubrir cierta ruptura de la armonía
entre los distintos elementos que integran a la persona humana, algunos de los cuales
han crecido de manera desmesurada, mientras que otros se han quedado raquíticos y
disminuidos.
Concretando más, y por ir directamente al grano, diríamos que la hipertrofia o el
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

despliegue incontrolado de la afectividad, tal como se la entiende y vive hoy día,


acompaña a (¿o se deriva de?) una mengua o adormecimiento de dos facultades —el
entendimiento y la voluntad—, que bastantes de nosotros apenas hemos desarrollado
o, al menos, no de la forma más certera.
1.1. Y esto, en lo que atañe a la inteligencia, a pesar del presunto espíritu crítico tan
de moda, que no raramente es justo el fruto de la manipulación de quienes pretenden
imponer un totalitarismo teorético y vital.
(Somos conscientes de que lo dicho suena duro y ofensivo, y por eso pedimos disculpas,
calma y la paciencia para seguir leyendo y, sobre todo, comparando lo que se estudia
con la realidad).
1.2. Por otra parte, probablemente a causa de los equivocados planteamientos
kantianos, la voluntad goza en nuestros días de muy mala prensa: se la asocia de
manera casi instintiva al esfuerzo sin sentido y al voluntarismo drástico y frío, casi
inhumano, y se entiende —en consecuencia— como falta de espontaneidad y de
autenticidad.
Un simple indicio. No hace todavía muchos años, solía hablarse en España de «la
satisfacción del deber cumplido». Hoy es difícil escuchar semejante afirmación, sobre
todo entre los más jóvenes. Si volvemos a Kant, y a su errónea defensa del «deber por
el deber», que le lleva a sostener que un comportamiento deja de ser moralmente lícito
en cuanto quien realiza esa acción experimente un mínimo de gozo, bienestar o placer,
y si se piensa que la voluntad consiste en eso —en obrar a palo seco y contracorriente,
cabría decir—, ¿quién podría no protestar airado contra ella y repudiarla?
Más a fondo todavía
Pero existe un error de comprensión aún más radical y más difundido, ya también
entre los pensadores y los distintos expertos en estos temas. Debido a causas diversas
de orden histórico, filosófico y cultural, se ha olvidado algo de la mayor importancia,
que no cejaremos de repetir… como el sufrido lector está ya comprobando. A saber,
que:
1. El acto por excelencia de cualquier voluntad y, en particular, de la voluntad
humana, no es el empeño ni la constancia ni la fortaleza ni ninguna otra actividad dura
e implacable de ese tipo, sino el amor, recio y jugoso al mismo tiempo.
De nuevo, pues resulta clave: el acto fundamental de la voluntad es el amor, en el
sentido más noble de este término, ya antes recordado. Afirmar el ser, querer el bien
del otro en cuanto otro y entregarse a él… con o sin esfuerzo: esto, que nos cueste más
o menos, es muy, pero que muy secundario, aunque hoy día tienda a dársele una
importancia desmesurada, casi exclusiva.
2. Pero la voluntad humana es limitada, como cualquiera puede advertir por propia
experiencia; y de ahí que el amor meramente voluntario (el-simple-acto-de-voluntad),
por más sincero que fuere, resulte insuficiente y deba ser completado, prolongado y
reforzado:
2.1. Por determinados afectos, como la ternura, la delicadeza, la compasión, el
cariño…
31
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

2.2. Por manifestaciones externas de esos sentimientos: caricias, miradas de amistad y


gratitud, peticiones de comprensión y perdón o expresiones de simpatía o de
condolencia…
2.3. Y, sobre todo, por las obras o actividades que efectiva y eficazmente construyen
los bienes que queremos otorgar al ser querido y que son las que muchas veces exigen
constancia, tenacidad, superación costosa de los obstáculos, tensiones, etc.
De hecho, si no sentimos nuestro amor y lo expresamos mediante los gestos oportunos
es probable que realmente no queramos a quien decimos amar o, al menos, que no lo
amemos con la intensidad y del modo en que debemos hacerlo.
Y, si ese amor no se concreta en obras, también es muy posible que se reduzca a meras
palabras vacías: «obras son amores y no buenas razones», afirma con razón el refrán
popular.
Y más aún
Retomando la cuestión de fondo, conviene aclarar, en contra de lo que a menudo se
afirma, que la bondad de un acto no reside ni primaria ni esencialmente en el esfuerzo
o dificultad que lleva consigo ni, mucho menos, como algunos se empeñan en repetir,
en una especie de oposición a la naturaleza.
Tomás de Aquino, por citar a un autor poco sospechoso al respecto, sostenía sin
tapujos, aunque con el lenguaje propio de su tiempo, que
… la esencia de la virtud reside más en el bien que en la dificultad [18]
… y que,
… por tanto, no todo lo que es más difícil es más meritorio, sino que [para que valga
más], si es más difícil, ha de serlo de tal forma que sea al mismo tiempo mayor
bien [19] .
En esta misma línea, no duda en recordar que lo propio de la virtud (una palabra hoy
no muy de moda) es hacernos dueños de nuestras inclinaciones naturales, de forma
que podamos seguirlas sin dificultad, con menos posibilidad de equivocarnos
y disfrutando al obrar de la manera adecuada.
En términos más actuales, cabría resumir la esencia de la ética diciendo que su misión
es facilitar y hacer agradable e incluso divertido el ejercicio del bien.
Confusión vital
Como se habrá advertido, el error de base —fuente a su vez de otros muchos
desaciertos y malestares— consiste en concebir de forma incorrecta la voluntad:
1. En abrir un abismo insalvable entre ella y su acto más propio, que es el amor, como
si nada tuvieran que ver una y otro.
2. Y en entenderla, al modo kantiano, como una instancia férrea e inhumana que se
opone y tiende a fastidiar a las tendencias naturales, en particular, las sensibles; y,
como consecuencia, sofoca lo mejor y más auténtico que existe en cada hombre y lo
obliga a realizar acciones poco o nada agradables, arbitrariamente calificadas como
buenas… ¡en función casi exclusiva del esfuerzo o incluso de la repugnancia que llevan
consigo!
Las consecuencias prácticas de este error son muchas. Por ejemplo:
32
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

2.1. Lo que hoy se califica equivocadamente como educación de la voluntad tiene poco
o nada que ver con el amor, y mucho con la fortaleza o con la fuerza de voluntad, al
estilo espartano, estoico… o hitleriano.
2.2. Y el uso de esta potencia se confunde sin razón con el tan justamente
denostado voluntarismo o con el cerrilismo seco, irracional, fanático e intransigente, a
los que más tarde volveremos a aludir.
2.3. Con lo que se origina, de manera instintiva y arraigada, un radical rechazo de
cuanto huela o suene a voluntad… sin sospechar siquiera que su acto más propio es
justo el amor.
Como consecuencia, en los asuntos que más afectan a nuestra vida vivida, bastantes de
nosotros quedamos al arbitrio de los sentimientos en estado puro, desligados de la
inteligencia y de la voluntad; y, por eso, por carecer de una guía que lo oriente de
manera estable y coherente, nuestro comportamiento se transforma en fuente de
desilusiones y molestias, cuando debería serlo de disfrute y dicha.
¡La represión!
Aunque merecería un estudio más detallado, nos limitaremos a sugerir una de las
manifestaciones más netas de esa afectividad desasistida del entendimiento y, sobre
todo, de la voluntad, del auténtico amor.
¡Ojalá logremos explicarnos, porque la cuestión tiene su interés!
El término represión se utiliza hoy día con mucha frecuencia, como fruto de una
incorrecta divulgación de los hallazgos de psicólogos y psiquiatras. Y el matiz que la
acompaña es claramente negativo:reprimir… ¡lo que sea! va siempre seguido —según
se dice— de consecuencias prácticamente irreparables.
Y, ¡mire usted por dónde!, nos da la impresión de que esa afirmación es acertada. Lo
que ya no lo es tanto es el modo indiscriminado con que se aplica el vocablo
«reprimir». Y, en el fondo y como acabamos de señalar, la confusión proviene de no
entender correctamente lo que es la voluntad, cómo es su ejercicio y cuál su acto más
propio.
Pues, en realidad, y sin utilizar términos muy técnicos ni difíciles, hay represión, con
las consecuencias que suelen señalarse u otras parecidas, cuando un apetito sensible en
busca de su objeto y del correspondiente deleite resulta violentamente sofocado por
otra instancia, ¡también sensible!, pero de signo contrario.
En términos tradicionales, cuando los apetitos irascibles sofocan a los concupiscibles.
Con expresiones más corrientes, cuando algo que me apetece o interesa dejo de
hacerlo porque sí, sin descubrir las razones que aconsejan su omisión ni buscar y dejar
claros los motivos de amor que inducen a obrar de ese modo. Es decir, justo
cuando no intervienen la inteligencia ni la voluntad amorosa… por más que a esose le
llame «voluntarismo».
Sin embargo, el carácter agresivo y los frutos lamentables desaparecen cuando la
acción prevista deja de llevarse a cabo porque el entendimiento advierte que, en fin de
cuentas, su realización acarrearía daños a mí mismo y a las personas queridas y, justo
por ese motivo, ¡por amor!, decido abstenerme del placer que me atrae o, en el
33
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

extremo contrario, opto por llevar a cabo algo que me molesta e incomoda. Es decir,
justo cuando sí interviene la voluntad con su acto más propio: amar.
Aunque el ejemplo no es todo lo bueno que quiere, la primera situación es similar a la
de un hermano de 10 ó 12 años que, por la fuerza y sin aducir razones, impide a otro
de 5 ó 6 llevar a cabo algo que este desea pero que al mayor le parece equivocado; la
segunda, a la de un buen amigo que, haciendo ver los males que se seguirían de ello,
induce a otro a no hacer —¡porque, tras asimilar los argumentos ofrecidos por su
amigo, ya no quiere hacerlo!— lo que, en fin de cuentas, desembocaría en un mal.
Como no cabe extenderse más, aducimos el testimonio de dos especialistas: A. Pithod,
un psicólogo-neurólogo, y G. Torelló, psiquiatra [20] .
Pithod:
Hay una afectividad sensible y una afectividad espiritual, que deriva de la voluntad,
pues toda inclinación lleva consigo una afección o emoción. […] La actividad sensible
puede integrarse con la afectividad superior. Pero en el caso de que en lugar de
asunción haya represión, sub-desarrollo o malformación, aparecerán perturbaciones
[…] La represión que del concupiscible puede hacer el irascible sin intervención del
apetito racional, es causa de perturbaciones [21] .
Torelló, aplicado a un tema donde la acusación de represión suele ser más frecuente,
asegura:
La observación libre de prejuicios del comportamiento humano ha hecho posible que
la psicología más reciente reconozca que la represión [léase dominio] del instinto es tan
humana y natural como la satisfacción del mismo, y que la una y la otra son causa de
salud o enfermedad, de serenidad o de inquietud, de placer o de disgusto, según la
relación que mantienen con la entera escala de valores específicamente humanos.
Respecto al llamado “instinto” sexual, tiene el “amor” un papel decisivo: la
continencia “por amor” produce calma y libertad de espíritu, lo mismo que la relación
sexual llevada a cabo también “por amor”. La disposición íntima de la persona, que
plasma y colorea el mundo entero, se traduce en las relaciones interpersonales y,
especialmente, en el modo de ser y de existir-con-el-otro-del amor[22] .
Advertencia final
1. Repetimos, porque lo expuesto en los últimos párrafos pudiera inducir a extraer la
conclusión contraria, que nada de ello elimina el papel positivo e indispensable de la
afectividad en la vida humana y, como consecuencia, la necesidad de cuidarla y
desarrollarla.
2. Recordamos con von Hildebrand que no existe
… ninguna duda sobre el hecho de que la afectividad es una realidad importante en la
vida de la persona [23] .
3. Y añadimos, para que quede aún más claro, que incluso un exceso cuasi patológico
de emotividad puede tener también, junto con otros menos deseables, sus efectos
positivos.
Con palabras de Pithod:
El neuroticismo puede ser fuente de cierta particular superioridad, por ejemplo en las
34
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

actividades estéticas, pues disponer de un alto grado de emotividad (que es como el


meollo de la persona neurótica) puede coadyuvar al arte. De hecho muchos talentos
musicales, literarios, artísticos en general, han mostrado históricamente signos de
nerviosismo o emotividad extrema en sus distintas manifestaciones. Dentro de ciertos
límites puede ser un concomitante eventualmente útil a la vida estética [24] .
Y, para casos más graves, valga el testimonio de Heinz Kohut, citado también por
Pithod:
Algunas personas pueden llevar vidas satisfactorias y creativas a pesar de la presencia
de conflictos neuróticos serios y, a veces, incluso a pesar de la presencia de una
neurosis invalidante. Y, por el contrario, existen otras que, a pesar de la ausencia de
conflictos neuróticos, no están protegidas contra la sensación de falta de significado de
su existencia, incluyendo, en el campo de la psicopatología propiamente dicha, la
agonía de la desesperanza y el letargo de la depresión vacía generalizada, esto es, en
forma más específica... de ciertas depresiones del final de la edad media de la
vida [25] .
·- ·-·-······-·
Tomás Melendo y Mª Esperanza Aguilera

[1]Hildebrand, Dietrich von, El corazón, Ed. Palabra, Madrid 1997, p. 15.


[2]Scheler, Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid 1996, p. 21.
[3]Yepes Stork, Ricardo, Fundamentos de antropología, Un ideal de la excelencia
humana, Eunsa, Pamplona 1996, p. 59.
[4]Morris, Tom, Si Aristóteles dirigiera la General Motors, Planeta, Barcelona, 2005,
p. 94.
[5]Pithod, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos Aires
2006, pp. 176-7.
[6]Roqueñi, José Manuel, Educación de la afectividad, EUNSA, Pamplona, 2005, p. 45.
[7] AGUSTÍN DE HIPONA, De Civitate Dei, 14, 9, 6.
[8]Wadell, Paul J., La primacía del amor, Palabra, Madrid 2002, p. 171.
[9]Lewis, Clave Staple, La abolición del hombre, Ed. Encuentro, Madrid 1990, p. 18.
[10]López Ibor, Juan José, Rebeldes, Rialp, Madrid 1965, p. 78.
[11]Hildebrand, Dietrich von, El corazón, Ed. Palabra, Madrid 1997, p. 111.
[12]Choza, Jacinto, en AA.VV., Sentimientos y comportamiento, Fundación
Universitaria San Antonio, Murcia 2003, pp. 36-37.
[13]Choza, Jacinto, en AA.VV., Sentimientos y comportamiento, Fundación
Universitaria San Antonio, Murcia 2003, p. 35.
[14]Pithod, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires 2006, p. 61.
[15]Powell, John, ¿Por qué temo decirte quién soy?, Sal Terrae, 15 ed., 1989, p. 64.
[16]Polo, Leonardo, Quién es el hombre, Rialp, Madrid 1997, pp. 47-48.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

[17]González Martín, Mª del Rosario, La educación de los sentimientos, en


AA.VV., Sentimientos y comportamiento, Fundación Universitaria San Antonio,
Murcia 2003, p. 232.
[18]Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, 123, 12, ad 2.
[19]Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, 27, 8, ad 3.
[20] Elimino de la citas, a veces sin utilizar corchetes, lo que de momento resultaría no
inteligible.
[21]Pithod, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires 2006, pp. 138-140.
[22]Torelló, Juan Bautista, Psicología abierta, Rialp, Madrid 1972, pp. 91-92.
[23]Hildebrand, Dietrich von, El corazón, Ed. Palabra, Madrid 1997, p. 58.
[24]Pithod, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires 2006, p. 84.
[25] Cit. por Pithod, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken,
Buenos Aires 2006, p. 100.
Elogio de la afectividad (3): ¿Definir los sentimientos?
por Tomás Melendo y Luis Gómez A.
Jugando un poco con las palabras, estimo que si algo resulta claro respecto a los
sentimientos es… que no son ni están nada claros
I. Análisis introductorio
Una realidad huidiza
Por una parte, no resulta fácil descubrir en qué consisten los sentimientos: ni en
general, ni cada uno de ellos.
Un síntoma de lo más elemental y ya apuntado. Cuando una persona, incluidos tú y yo,
quiere explicar un estado afectivo relativamente complejo —de dejadez y desgana,
pongo por caso, pero también de alegría o euforia inesperadas—, suele iniciar la
conversación con una frase del tipo: «la verdad es que no sé lo que me pasa, pero desde
hace días…».
Y algo parecido ocurre con quienes investigan de manera científica o filosófica la vida
afectiva.
Por ejemplo, Teodoro Haecker ha dedicado toda una monografía al análisis de la
afectividad [1] . Pues bien, conforme avanza en ella, uno va advirtiendo qué
complicado resulta definir los afectos, emociones o como deseemos llamarlos. Se trata
de realidades esquivas, inestables, con perfiles poco netos, tornadizos, vaporosos...
Como contrapartida, podríamos argüir que, mal que bien, todos sabemos a qué
conmoción o trepidación del alma (o, al contrario, a qué carencia de tono y de energía,
o a qué agradable distensión y gratificante relax tras el aguijón de una tensión molesta
o de una ilusión alcanzada) pretendemos referirnos cuando empleamos palabras como
«sentimientos», «emociones», «pasiones», «agitaciones», «sacudidas», «excitaciones»,
«subidones o bajones», «estados de ánimo», etc. Vocablos que, aunque en sí mismos no
son sinónimos, solemos emplear, y así lo haremos por ahora, como prácticamente
equivalentes.
36
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Y sabemos a qué atenernos al hablar de nuestras emociones porque, en efecto, las


estamos de continuo sintiendo o experimentando. Sobre todo, es verdad, en
determinados instantes o períodos de nuestra existencia; pero también en condiciones
más normales: casi a lo largo de todo el día, mientras permanecemos despiertos, y, a
veces, incluso en sueños, aunque no lo descubramos del todo hasta el momento de
espabilarnos… como cuando nos despertamos aterrados «sin saber por qué».
Una terminología ambigua
A ello se une, como ya se apuntó, que la terminología no es muy precisa en el presente
y menos todavía si atendemos a la historia de la civilización occidental.
De todos modos, existen cuatro o cinco vocablos o expresiones que, en el lenguaje de
los expertos, sirven para referirse al conjunto de nuestra vida afectiva: emociones,
sentimientos, exaltaciones o depresiones, estremecimientos, excitaciones, tono vital,
estados de ánimo, pasiones (en el sentido clásico y en el actual)…
Como consecuencia, en su momento habrá que establecer, de forma hasta cierto punto
arbitraria, el significado que damos a cada uno de esos términos o giros lingüísticos y,
muy en concreto, a la afectividad.
Adelantamos, por ahora, algunas puntualizaciones, más que nada para seguir
descubriendo aspectos de la vida sentimental o afectiva.
1. Sabemos que afecto y emoción connotan algo pasivo; suscitan la idea de que una
realidad externa pasajera —o su recuerdo, imaginación o el presentimiento de su
amenaza— me mueve o cambiainteriormente.
Con una diferencia, no obstante:
1.1. El afecto resulta más propiamente pasivo: se refiere a la impresión que recibo
cuando conozco y soy afectado por algo.
1.2. Mientras que la emoción (del latín e-movere o ex-movere) señala el movimiento
interior —más o menos intenso— que surge de (ex-) la impresión producida en mí.
2. Al contrario, la expresión compleja estado de ánimo alude a una disposición
sedimentada, más honda y estable —como se está: estado—… y no a algo que transita
o se mueve. Por ese motivo, suele relacionarse con el temperamento.
3. Por su parte, el término pasión es tal vez hoy el más equívoco. Mientras hace siglos
indicaba algo común a todo afecto —que el sujeto lo es pasivamente: es afectado por—
, en la actualidad acentúa, sobre todo en los dominios del amor, el ardor o la
intensidad extrema de ciertas emociones.
4. Finalmente, el vocablo sentimiento parece poner de relieve una cualidad esencial de
toda emoción, afecto y estado de ánimo: que, en efecto, lo siento, lo noto o percibo. Y
por eso en ocasiones se reserva para las vivencias afectivas que uno advierte, pero
parecen no ir acompañadas de conmociones fisiológicas.
Lo que «no» es un sentimiento… aunque se relacione con él
Podemos intentar esa descripción ateniéndonos, de entrada, al vocablo más utilizado
en el presente contexto: sentimiento.
En primer lugar, como decíamos, es fácil relacionar el sentimiento (derivado
de sentire: sentir) con la percepción o el conocimiento, con el darnos cuenta de algo. Y,
37
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

además, según nos muestra la experiencia, de un algo que nos habla de nosotros
mismos, que tiene lugar, por así decir, en nuestro interior y, sobre todo, que a nosotros
se refiere, valorando el modo como nos encontramos.
Por tales motivos, ese particular caer en la cuenta, propio de los sentimientos, se
distingue sin excesivos problemas tanto de la sensación (conocimiento sensible) como
del conocimiento intelectual, tomados en general, sin más precisiones.
1. El objeto propio de las sensaciones, lo que advertimos a través de ellas, si las
consideramos aisladas, es siempre (con plena conciencia de la redundancia) un
contenido sensible: color, olor, sabor, dolor, etcétera.
Esto también ocurre, a su modo, incluso cuando se trata de las sensaciones del propio
organismo, agrupadas en general bajo el nombre de propiocepción.
Como dice Fabro:
El sentimiento se distingue del simple “sentir” propio de la sensibilidad externa o
interna en cuanto que mientras el sentir transmite “contenidos” objetivos, el
sentimiento reproduce la situación del sujeto, por ejemplo, de satisfacción o
insatisfacción [2] .
2. Por otro lado, muy pocas personas confundirían los sentimientos con el
conocimiento intelectual, también ahora aunque se trate del auto-conocimiento.
Lo más característico de este, al menos en teoría y en buena parte de los casos, es que
—si se lo examina aisladamente, cosa que no debería hacerse, pero se hace a menudo—
se trata de algo frío, objetivo, que raras veces nos excita o con-mueve.
La afectividad sería, pues, un tipo de conocimiento de sí mismo… que no constituye un
propio y mero conocimiento.
¿Qué agrega el sentimiento al simple conocer?
Si esto es así, y empleando categorías clásicas, cabría considerar el conocimiento de sí
mismo —el intelectual y el sensible, y la conjunción de ambos, que solemos
llamar autopercepción— como una suerte de género del que el sentimiento constituye
una especie… y, sobre todo y por lo mismo, al determinarlo o precisarlo más, agrega
otros componentes.
Y también cabría enfocar la cuestión desde el extremo complementario: desde los
componentes agregados; es decir, desde la con-moción que todo sentimiento es o lleva
consigo.
Por ambos lados llegaríamos a:
1. Empezar afirmando que el sentimiento o la emoción son, en sí mismos, una
determinada disposición o estado o movimiento de nuestras tendencias, impulsos,
apetitos… en cuanto que han sido afectados por alguna realidad externa o interna
(afecciones o afectos).
2. Pero agregando de inmediato que, para hablar propiamente de emociones o
sentimientos, es preciso que ese estar siendo tocado sea percibido —que uno se
sienta afectado— y re-accione ante ello.
3. Y, además —y esto es lo que hasta ahora no había dicho de forma tan clara—, que
semejante sentirse es, en fin de cuentas, un sentirse bien o mal, en la acepción más
38
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

amplia de estos términos; experimentarplacer o displacer, bien-estar o mal-


estar, agrado o des-agrado.
Fabro lo resume del siguiente modo:
El placer comporta en los seres finitos un elemento cognoscitivo que es la aprensión de
cierto bien real o aparente, para alcanzar o ya alcanzado, y un elemento afectivo, es
decir, el sentimiento de bienestar que es la complacencia de la esfera emocional [3] .
No solo sentir-se
Concluyendo:
1. En una primera consideración, es propio del sentimiento el dar a conocer algo del
sujeto al sujeto mismo.
2. Pero, aunque resulte muy relevante, el hecho de que el sentimiento indique siempre
algo subjetivo (el modo como uno «se siente» = «se conoce + está», «conoce cómo
está»), no basta para describirlo de manera adecuada.
La sensación de frío o calor, pongamos por caso, no constituye propiamente un
sentimiento y muy pocas veces se lo considera como tal; ni tan siquiera lo son, en su
acepción más estricta, las sensaciones de mero dolor o placer o mareo o vértigo… si es
que estas percepciones o las anteriores pudieran darse separadas: y esto deja todavía
más claro que los límites entre simples sensaciones y sentimientos resultan difusos, y la
definición neta de unas y otros es poco menos que imposible.
Sino sentir-«se» bien o mal…
Para advertir en qué consiste un sentimiento o una emoción, tal vez lo más sencillo sea
partir de la experiencia de lo visto hasta ahora y sacar a la luz el elemento nuevo y
específico que interviene en la vida emotiva.
Dejando a un lado los otros componentes que ya analizamos, semejante elemento
puede calificarse, inicialmente y de manera un tanto vaga, como un deseo, que se
convierte en e-moción en la medida en que lo advierto en mí… porque «se mueve», es
decir, en cuanto que se despereza o despierta, intensifica, apacigua o desaparece.
Con lo que, un tanto simplificadamente, el sentimiento sería la percepción —
placentera o no, según los casos— de que un deseo se ha activado o intensificado y, más
tarde, sucesivamente, de la satisfacción por estar acercándose o por haber conseguido
aquello que se anhelaba, o el desencanto por estar alejándose de ello o no haberlo
logrado.
O, también, desde el extremo contrario, la activación o apaciguamiento o
intensificación o relajación o reposo total de una tendencia o anhelo, pero justo en
cuanto está siendo advertido.
II. La música ambiental de nuestro vivir
Un balance de nuestro estado interior
En consecuencia, ya lo enfoquemos como conocimiento ya como con-moción, lo que de
entrada hay que añadir para pasar del género a la especie es que:
normal'>1. El sentimiento implica siempre relación con una o más tendencias o
inclinaciones y, por tanto, según se apuntó y veremos de nuevo, posee por fuerza una
connotación valorativa: de perfección o imperfección… advertidas.
39
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

2. Y, por consiguiente, la conciencia de que nos está sucediendo o estamos


experimentando algo bueno o malo, no necesariamente en sentido moral, y no siempre,
o muy pocas veces, de forma clara y distinta.
Con toda razón, pues, Marina concibe el sentimiento como un «balance» de nuestro
estado global: si nos sentimos bien o mal… con determinados matices.
A lo mismo apunta, de forma poética y certera, Miguel-Ángel Martí:
Nuestra vida se tiñe de nuestro sentimiento vital, que es la forma que tenemos de
percibir la propia existencia, o, dicho con términos más plásticos, el sentimiento vital
es la música ambiental de nuestro vivir [4] .
Por eso, para empezar a situarnos en un terreno ya más técnico y preciso, cabría
describir el sentimiento como «la percepción de que una o más tendencias han sido
activadas —y lo que eso implica para su sujeto— o del estado que origina o “va
originando” el cumplimiento o frustración de tales tendencias», a las que en breve
aludiremos.
Y en este una (o más), desde el punto de vista real y fenomenológico habría que
invertir la importancia —subordinando el «una» al más—, puesto que la situación y el
estado reales de cualquier ser humano en cada momento de su biografía resultan
siempre enormemente complejos, porque pone en juego varias o muchas tendencias.
O sentirse bien-y-mal al mismo tiempo
Como consecuencia, la descripción tan elemental de los primeros pasos de este escrito
comienza a mostrar algunas de sus muchas carencias o simplificaciones.
Pues, en efecto:
1. Es muy difícil, casi imposible, que se despierte y dispare una sola tendencia.
1.1. Lo normal es que entren en actividad un número más o menos elevado de ellas,
relacionadas entre sí.
1.2. Más todavía, suele ocurrir que vibra toda la persona, en el estado concreto en que
en tal instante se halla.
Por otro lado:
2. Aunque en principio bastaría con hablar de «tendencia percibida», es preferible
explicitar, como ya apuntamos y enseguida advertiremos de nuevo, que a esa
percepción se encuentra aparejado:
2.1. Un balance valorativo espontáneo e inevitable, justo porque la tendencia natural y
no viciada tiene como objeto su bien (nadie desea o anhela algo malo precisamente en
cuanto malo), y en presencia del mismo experimenta cierta complacencia, así como en
su ausencia una clara desazón.
2.2. Y un balance complejo. Pues, según lo sugerido, difícilmente se remueve o desata
una sola tendencia. Y porque en cada nueva activación plural se encuentra como
resumida no solo toda la persona como es hoy y ahora, sino su biografía completa, todo
su pasado.
La afirmación, tan importante, de que quien actúa no es una u otra de las facultades,
sino el individuo o el sujeto, puede traducirse diciendo que, en todas y en cada una de
nuestras acciones, pasiones y reacciones —del tipo que fueren, aunque de formas
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

diversas y con distinta intensidad— se pone en juego todo lo que hemos vivido y
asimilado a lo largo de nuestra existencia: en el plano individual, familiar, social, etc.;
es justamente aquí donde se insertaría el difícil y tan relevante discurso relativo a la
educación, la cultura, la historia, el lenguaje…
Sentir-se vivo
Así enfocado, y según García-Morato, podría describirse el sentimiento humano como
la percepción de que estamos mejorando o empeorando como personas… o
adelantando en unos aspectos y retrocediendo en otros.
Con sus propias palabras, el sentimiento sería:
La reacción del ser espiritual ante la propia vitalidad. En nuestro interior hay un
enjambre de fuerzas que chocan y se entrecruzan. Los sentimientos son la manera que
tenemos de percibirlas y así sabemos qué pasa. En el ánimo, cada persona experimenta
el eco del desarrollo o menoscabo de su ser, y la satisfacción o insatisfacción de sus
impulsos vitales [5] .
O también, con expresiones del mismo autor:
Se podría concluir diciendo que la afectividad es la resonancia activa, en la conciencia
de la persona, de su relación existencial con el ambiente y de su estado vital. Y que esto
se muestra en los sentimientos, emociones, pasiones y motivaciones, que se vivencian
personal y subjetivamente de acuerdo con nuestro temperamento, carácter, cultura,
lucha personal, etc. [6]
El sentimiento como vivencia
Tras cuanto llevamos visto, quizás resulte ilustrativo encuadrar el sentimiento, con
toda la complejidad que implica, en los dominios de las vivencias, tan de moda de un
tiempo a esta parte.
En efecto, según sostiene Küng:
Todos conocemos la sociedad en que estarnos insertos. El trabajo ya no ocupa el centro
de ella, pues ha sido desplazado por la vivencia. En gran medida, la vivencia se ha
transformado en una meta en sí. Hay infinidad de cosas que no necesitamos, pero
desearíamos tener: desde la vestimenta al automóvil nuevo, el valor de la vivencia es a
menudo más importante que el de uso. El sentido de la vida ya no lo proporciona el
trabajo, sino la búsqueda de experiencias agradables y la "estetización" de la vida
cotidiana. Todo debe ser más placentero, más bello y más ameno, pues "todo lo que
divierte está permitido".
No es de sorprender que en nuestra sociedad, a la par del mercado de trabajo, el
mercado de las experiencias se haya convertido en un factor dominante de la vida
cotidiana, donde la oferta es cada vez más refinada y la demanda más rutinaria [7] .
Afirmamos antes que el sentimiento es un sentir-se e incluso un sentirse-sintiendo.
Podría también describirse como un vivir-se viviendo, puesto que la vida sensible, a
diferencia de la simplemente vegetativa, implica el sentir y el sentirse; es decir: el
sentirse sintiendo, que equivale entonces al sentirse viviendo… con lo que la emoción
se introduce claramente en los dominios de las vivencias.
Pues, siguiendo el resumen que realiza Malo,
41
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

… la vivencia puede definirse como la iluminación de la vida desde dentro, o sea, como
el darse cuenta en mayor o menor medida del propio vivir [8] .
Siempre en el decir de Malo, esta descripción inicial puede desarrollarse en los tres
pasos que siguen y que expongo con palabras literales, omitiendo lo que estimo menos
pertinente:
1. La vivencia presupone, ante todo, la comunicación o el diálogo del ser vivo con la
realidad circunstante a través de los instintos, en el animal, y de las tendencias, en el
hombre […].
2. En segundo lugar, puesto que la simple relación instintiva o tendencial no basta para
la comunicación, el individuo animal necesita percibir o darse cuenta del ambiente o
del mundo […]. La percepción hace descubrir al animal en el ambiente conjuntos de
significado; por ejemplo, el reclamo del macho percibido por la hembra en celo, el
agua percibida por el animal sediento… El grado de percepción depende de la
capacidad para descubrir esos significados: el grado más elemental es la percepción
sensorial, común a todos los animales; el más elevado es la comprensión intelectual
[…].
3. La vivencia está integrada por tres elementos: a) la percepción de la realidad
circunstante como positiva o negativa en relación a los instintos animales y a las
tendencias humanas; b) el centro vital del sujeto, es decir, el núcleo de donde salen las
inclinaciones en busca de lo que las satisface; c) la conducta activa consiguiente a la
interiorización del mundo percibido. Estos elementos se unen entre sí de acuerdo con
el esquema pregunta-respuesta y forman el círculo funcional de la vivencia [9] .
La expresión círculo funcional de la vivencia fue acuñada por Philip Lersch. Con ella
quería indicar que
… los hechos anímicos de la pulsión, de la percepción del mundo, del sentimiento y de
la conducta activa no son elementos aislados, sino que forman un conjunto que se
desarrolla través de un feed-backcontinuo [10] .
Que es otro modo de referirse a la idea central que guía esta exposición: la
complejidad del mundo afectivo y la unidad de la persona.
III. Componentes de la vida afectiva
Dos elementos en toda emoción
En el sentimiento intervienen, pues, dos factores, que ahora simplemente enunciamos,
para estudiarlos después con más detalle:
1. El conocimiento.
2. Las tendencias o inclinaciones, que dan lugar a los deseos o rechazos.
El conocimiento
Resulta fácil de comprobar, puesto que nadie habla de sentimiento o afecto si
no percibe nada en su interior.
En relación a este extremo, conviene puntualizar que:
1. Por una parte, no es cierto que, si careciéramos de tendencias o inclinaciones, no
sentiríamos nada, ya que la percepción de frío, calor, estabilidad o inestabilidad
corporal, equilibrio, cansancio, dolor, etc., a las que con rigor cabe
42
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

llamar sensaciones o percepciones, no van por fuerza e inmediatamente aparejadas a


una tendencia y, por eso, en sentido estrictísimo, no serían sentimientos.
Admitimos sin reparos, pues nos parece certero, que también aquí podría hablarse de
cierta tendencia al bienestar físico —emparejada con el instinto vital de conservación:
vivir y vivir bien—, que es justo lo que tiñe con un cariz emotivo lo que en su acepción
más rígida calificábamos de meras sensaciones; pero esto es algo que ya apuntamos y
ahora no cabe desarrollar con más calma.
2. Sin embargo, los sentimientos propiamente dichos —las emociones o palpitaciones o
estados de ánimo— sí que se encuentran ligados a esas inclinaciones, y pueden
calificarse con más propiedad como sentimientos en la medida en que
más comprometan a la persona en cuanto tal.
2.1. Esto equivale a sostener que, de manera más directa, se relacionan con la
perfección o el fin del hombre, real o percibido o, al menos, barruntado como tal.
2.2. Y es justo esa remota referencia a nuestro destino o bien final lo que hace que
nos impliquen o comprometan: que nos hagan vibrar o con-movernos de una manera
íntima y total.
De ahí deriva, en parte, su gran relevancia y la atención que les estamos prestando:
pues probablemente este tema ocupará más espacio que cualquiera de los que
preceden y siguen.
Cabe, entonces, concluir que los sentimientos surgen cuando está en juego un valor,
propio o ajeno, que nosotros percibimos o vislumbramos como tal y de algún modo nos
afecta.
Comprometido ¿con…?
La metafísica nos llevaría a referir principalmente esos valores a la unidad, verdad,
bondad y belleza, que acompañan a todo lo que es, en proporción directa a su
grandeza.
Pero no es muy distinto lo que sostiene Harold Bloom en ¿Dónde se encuentra la
sabiduría? A saber:
La mente retorna siempre a su necesidad de belleza, verdad, discernimiento.
Más claro todavía, ¡y para explicar cómo asegurarse el éxito en los negocios!, resulta
Morris (tomo de nuevo la cita de Si Aristóteles dirigiera la General Motors):
Durante toda la historia, y en todas las culturas del mundo, ha habido cuatro
dimensiones básicas de la experiencia humana, que en la actualidad son tan
importantes como lo han sido a lo largo de los siglos. Son las claves para lograr la
felicidad personal en el trabajo, así como una excelencia corporativa sostenible. […]
Cada una de las expresiones lleva a un objetivo, una finalidad que es en sí misma una
sólida base para la satisfacción humana duradera. Estas bases son:
1) La dimensión intelectual, que aspira a la verdad.
2) La dimensión estética, que aspira a la belleza.
3) La dimensión moral, que aspira a la bondad.
4) La dimensión espiritual, que aspira a la unidad.
Lo intelectual, lo estético, lo moral y lo espiritual: verdad, belleza, bondad y unidad.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Estos son los elementos que estructuran toda la vida humana y nos proporcionan
cuatro bases para la excelencia humana sostenible. A menudo, y en nuestro
detrimento, las olvidamos en el mundo de los negocios [11] .
Nada de lo anterior está muy lejos de la afirmación de Einstein:
Los ideales que han iluminado mi camino y que me han dado siempre nuevo valor
para afrontar la vida con alegría han sido la verdad, la belleza y la bondad [12] .
Y, en general, podría hablarse de cualquier tipo de valores que, en efecto, lo sean… o
se perciban como tales.
Los apetitos o inclinaciones
Estableciendo cierto paralelismo con lo analizado en relación al conocer,
comprobamos que tampoco solemos hablar de sentimiento, en su significado más
propio, cuando se trata de una percepción en la que no está implicada tendencia
alguna ni, como consecuencia, cierta sensación…
1. De déficit o carencia, en el momento inicial de activarse.
Al advertir, por ejemplo, que no gozamos de los conocimientos y la autoridad
suficientes para explicar correctamente en qué consiste la vida afectiva o para arreglar
un problema conyugal o familiar, experimentamos simultáneamente la desazón y el
malestar que esa falta o privación de capacidad lleva aparejada.
2. O de cumplimiento o de frustración:
2.1. Según uno perciba que se acerca o no al objetivo anhelado, cosa que puede ocurrir
repetidas veces y de maneras opuestas en el despliegue de un mismo proceso: hay
momentos en que la meta parece al alcance de la mano o que, al menos, se van dando
los pasos que dirigen hacia ella, mientras que en otro u otros instantes se alza un
obstáculo imprevisto que está punto de echar a perder todo lo avanzado, etc.
2.2. Y según se alcance o no, de manera ya definitiva, el término al que apuntaba ese
deseo.
Antes de acabar el presente epígrafe, parece imprescindible insistir en que este modo
de enfocar el asunto, aunque inevitable, resulta excesivamente analítico: intenta aislar
y definir un elemento puro, que, de hecho, se da siempre en conjunción con otros
muchos de la vida humana.
Por eso, si nuestra pretensión fuera observar lo que efectivamente ocurre, deberíamos
actuar al contrario: partir del todo de la vida, del complejo emocional-cognoscitivo-
operativo tal como de hecho se da, para después discernir sus componentes.
Es lo que normalmente realiza la literatura, el cine y más en general, el arte, que por
tales motivos suelen ser más eficaces que las explicaciones teoréticas, como la que
estamos desarrollando.
IV. Sobre las tendencias humanas
Para seguir avanzando en el esclarecimiento de lo que son las emociones, conviene
recordar algunos extremos un tanto más técnicos y, por eso, más difíciles de
comprender.
No hay que preocuparse en exceso, pues todo ello irá resultando más inteligible
conforme avancemos y, como de costumbre, volvamos sobre lo anteriormente leído.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

¿Qué son?
Hace un buen rato que venimos hablando de tendencias, apetitos, inclinaciones… No
nos ha parecido necesario explicar de inmediato en qué consistían, porque los mismos
términos indican lo que nuestra experiencia habitual confirma: que nos sentimos a
menudo solicitados o impelidos a realizar determinadas acciones, o a omitirlas, con el
fin de conseguir algo o, en su caso, aunque derivadamente, de evitarlo.
Desde esta perspectiva, el término «apetito» resulta muy significativo:
1. Por un lado, apela a ese estado orgánico-psíquico que nos impulsa a buscar comida:
algo que nos sacie, eliminando el estado y la sensación de mal-estar o des-equilibrio
orgánico.
2. Por otro, empleado de manera genérica, es utilizado también para aludir, con más o
menos propiedad, a cualquier tendencia, inclinación o pulsión: a esas ganas de ver un
partido de fútbol o baloncesto o una película, de estar con unos amigos, con la mujer o
la novia, de cambiar de ocupación, de intentar eliminar a Dios de nuestra conciencia o
de tratarlo con más intimidad, de aprender matemáticas o filosofía o física, de
librarnos de una situación embarazosa, de romper a cantar, de bailar, de morirnos o
de vivir a tope…
Todos esos deseos o apetitos, que en los animales atribuiríamos a sus instintos, en los
seres humanos están provocados por las distintas tendencias, que más tarde
procuraremos enumerar, distinguir y relacionar de nuevo… porque solo así es como
existen: en mutua interconexión y dependencia y en unión con el resto de la vida de
cada individuo.
¿Cómo se caracterizan?
Entre los rasgos capitales de las tendencias humanas, cabe apuntar por ahora, de
acuerdo con nuestra experiencia, y con el fin de completarlos y concretarlos más tarde:
1. Multiplicidad no armónica
Que son múltiples y no siempre se encuentran en armonía. Centrándonos adrede en
una esfera muy particular:
1.1. Tenemos inclinaciones a echar una mano a quienes nos rodean, complicándonos la
existencia… y a vivir una vida lo más tranquila y regalada posible.
1.2. A mantener o mejorar la línea… y a comer en exceso o no hacer ejercicio físico
regular y continuado.
1.3. A pasar desapercibidos, incluso por timidez,… y a ser el perejil de todas las salsas,
enfadándonos cuando no nos tienen en cuenta o no aprecian lo que valemos.
1.4. A multiplicar el número de nuestros amigos y conocidos… y a aislarnos en nuestro
propio mundo, donde aparentemente reina la paz y el sosiego.
1.5. ¡Y pare usted de contar, porque el elenco sería infinito!
2. No deterministas
Que, en condiciones normales, las tendencias humanas pueden seguirse o no, incluso
aunque las experimentemos con una gran intensidad… a diferencia de lo que sucede
con los instintos, que se imponen alanimal de forma casi maquinal o automática, sin
que este pueda resistirse.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Recogemos de momento un texto significativo, en espera de tratar este asunto con más
detalle. Como fruto de sus vivencias en distintos campos de concentración y de su
práctica como psiquiatra, Frankl asegura:
Sin ninguna duda, el hombre es un ser finito y su libertad limitada. No se trata, pues,
de librarse de los condicionantes (biológicos, psíquicos, sociológicos), sino de la libertad
para adoptar una postura personal frente a esos condicionantes. Ya lo afirmé con
claridad en cierta ocasión: «Como profesor de dos disciplinas, neurología y
psiquiatría, soy plenamente consciente de en qué medida el hombre está sujeto a las
condiciones biológicas, psicológicas y sociales. Pero además de profesor en estos dos
campos soy superviviente de otros cuatro —de concentración, se entiende— y como tal
quiero testimoniar el incalculable poder del hombre para desafiar y luchar contra las
peores circunstancias que quepa imaginar» [13] .
3. Finalizadas
Que, como repetía Aristóteles, toda tendencia inclina hacia su bien propio y en él se
deleita [14] , aunque deba ser educada, pues, en el hombre, lo natural es la
educación… y aunque una falta de educación o una educación incorrecta la desvíe de
tal objetivo:
3.1. La vista aspira a ver (y a ver lo digno de verse), el oído a escuchar sonidos
armónicos, el gusto a paladear manjares o bebidas exquisitas o exóticas…
3.2. El entendimiento, aunque a veces no lo parezca, a conocer más y mejor (¡aquí sí
que es imprescindible la educación!).
3.3. El apetito sexual, a unirse con una persona del sexo complementario (más aún: con
el propio cónyuge, si hemos hecho madurar esta tendencia, humanizándola, de manera
análoga a como actuamos con las restantes).
3.4. Y asimismo existen, entre otras muchas, inclinaciones a la comodidad, a gozar de
la temperatura adecuada, a moverse o descansar, a buscar la horizontal, a relajarse
cuando nuestros músculos soportan una tensión excesiva…: es decir, a lo que, en
principio, sería el bien-estar físico.
4. Más o menos adecuadas
A todo lo cual es imprescindible añadir lo que ya hemos medio sugerido: que el
hombre no actúa determinado por sus instintos, sino que en él intervienen otros
factores, que de manera genérica, podemos llamar formación o carencia de ella. Y, por
tanto, que el bien aludido puede ser:
4.1. Incluso para la misma tendencia particular, un bien real o solo aparente.
4.2. Y, para el conjunto de la persona: global o enterizo, por cuanto, en efecto, mejora
al individuo en su totalidad; o parcial, porque no perfecciona al ser humano en cuanto
tal, sino solo de un aspecto u otro.
Es decir, porque no conviene a la totalidad de la persona, aunque el apetito concreto
quede a gusto y disfrute: pongamos el ejemplo sencillo del alcohol, del exceso de
azúcar o de sal, de condimentos, etc.
4.3. Como es obvio, en cualquiera de estos dos últimos casos, si atendemos al progreso
radical de la persona como persona, el bien solo parcial o aparente puede en definitiva
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

ser un mal respecto al bien real o al global y superior: al de la persona en cuanto tal,
en cuanto persona.
Sus dos estados principales
Aunque de momento no se entienda el porqué del excursus, y aun tratándose de
cuestiones un tanto técnicas, solicitamos un voto de confianza para desarrollar algunos
rasgos característicos de las tendencias humanas… que en su momento manifestarán
su importancia.
1. La «pura» tendencia
Con las tendencias sucede algo muy parecido a lo de aquella potencia que, quien más
quien menos, estudiamos al cursar filosofía, cuando nos hablaron de Aristóteles y —
¡cómo no!— de la potencia y el acto».
Muy probablemente, las explicaciones de entonces nos llevaron a pensar que la
potencia resulta suprimida cuando adviene o se ejerce el acto: así solemos o solíamos
entender que lo que estaba en potenciapasa a estar en acto.
Pero no. La potencia no es eliminada cuando pasa al acto correspondiente, sino que
permanece como potencia, pero actualizada (no podemos detenernos a explicarlo, pero
confiamos en que se comprenda con los ejemplos que aduciremos de inmediato).
En este caso, como también en el de la inclinación o aspiración, el malentendido surge
por poner un excesivo énfasis y fijar nuestra atención exclusivamente en el
movimiento… que es, en efecto, donde más clara se ve la distinción entre potencia y
acto, pero no la única ni mejor situación donde acto y potencia conviven y se
complementan ni, por consiguiente, donde se advierte de modo más ajustado la
naturaleza respectiva de una y otro.
1.1. Según hemos recordado, suele definirse el movimiento como paso de la potencia al
acto. Y con ello se da la impresión que comentaba: que el acto sustituye a la potencia.
1.2. Pero en realidad, moverse —en el sentido indicado— es la transición del estar solo
en potencia (potencia sin acto que la actualice), a estar en acto (potencia actualizada
por el acto que le es propio).
La potencia, por tanto, sigue ahí, pero con su acto: no es reemplazada por él, sino solo
actualizada o ejercida.
2. La tendencia ya cumplida
Pues algo similar ocurre con las tendencias que están en la base de los sentimientos:
que no resultan suprimidas cuando alcanzan el bien al que están inclinadas. Más bien
se actualizan, y permanecen en ese estado: el de actualizadas o, en este caso, colmadas
o satisfechas.
2.1. Por el contrario, podría decirse que la tendencia o inclinación se ha esfumado
cuando, si esto ocurriere, se acabara el gozo derivado de la adquisición y posesión de
su bien propio.
Así lo afirma Garrido:
La inclinación o propensión del apetito es tal, que no se agota en tender a la busca del
bien ausente, sino que incluye el gozo y el descanso en la posesión del bien presente.
Apetecer es tanto desear lo que no se tiene como gozar de lo que se tiene. Para que la
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

apetencia se extinga no basta que se haya extinguido el deseo; tiene que extinguirse
también el placer, que es como su corona. Si es verdad que el término “apetito” alude
por antonomasia al primero de estos dos momentos, el de inquietud y deseo, no menos
cierto es que no excluye al segundo, el de fruición y sosiego, ya que el objeto sobre el
que versa en ambos casos, el bien, es el mismo siempre [15] .
¿Difícil de captar?
Tal vez un par de ejemplos aclare lo que hasta aquí pudiera haber sonado un tanto
abstruso.
Pero antes conviene darse cuenta de que potencia es tanto como «capacidad real
de…», como «poder realmente…».
2.2. Entendido esto, nadie en su sano juicio diría que un coche tiene capacidad (o
potencia) de alcanzar los 300 km. por hora, si, al probarlo en las condiciones
adecuadas y por un conductor con pericia, que sabe hacerlo rendir a tope… el coche
no pasa de los 230.
Pero tampoco, y es lo que se pretende ahora subrayar, que el automóvil deja de tener
esa capacidad justo cuando alcanza o supera los 300 por hora: más bien es entonces
cuando podemos estar seguros de que tenía (¡de que tiene!) esa potencia.
2.3. Acudiendo a otro supuesto: resulta bastante obvio que nadie vería en acto si en ese
preciso instante, por desvanecerse la potencia o capacidad de ver, no pudiera ver. El
que esté viendo es la prueba más clara de que puede ver, de que tiene capacidad o
potencia real para ello.
Esa potencia la posee también cuando cierra los ojos o se encuentra a oscuras; pero
sería absurdo afirmar que la pierde (que ya no puede ver) justo cuando está viendo de
nuevo, al abrir los ojos o encender la luz.
A oscuras, la potencia está sin actualizar: puede ver, pero no ve; con luz, sigue la
potencia o posibilidad (de ver), pero actualizada: hasta tal punto puede ver… que, de
hecho, está haciendo lo que puede hacer: está viendo. No parece muy difícil de
entender y admitir.
Las tendencias no desaparecen cuando se las colma
Y, según se acaba de sostener, algo similar sucede a las tendencias o apetitos: también
ellos persisten una vez actualizados o colmados… a no ser que, en el instante en que
logran su objetivo, o con el paso del tiempo, desaparezca o se embote la inclinación
hacia aquello que antes atraía.
Es lo que solemos llamar «perder el gusto por…»; y, en efecto, la prueba más clara de
que la tendencia no sigue operativa —bien por haber sido suprimida, bien porque una
inclinación opuesta y más fuerte la ahoga— es que el sujeto en cuestión ya no goza con
el bien poseído: aquello deja de gustarle.
Por el contrario, mientras disfrute con lo que ha alcanzado, está claro que la tendencia
a aquello sigue presente… aunque satisfecha o hecha plena: actualizada.
Es sencillo entender que, si en el momento en que ya conquisto lo que ando largo
tiempo persiguiendo —un título universitario, un trabajo, un vino de marca, casarme
con la persona a la que amo…—, desapareciera la inclinación a tenerlo o a convivir
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

con esa persona, ¿cómo podría disfrutar de lo obtenido? ¿Puede alguien gozarse en lo
que ya no quiere, le atrae o apetece… justo porque lo posee?
Cierto que esto ocurre a menudo, y acaso más en el mundo contemporáneo. Pero
indica, tal vez entre otras cosas, que en demasiadas ocasiones ponemos nuestra ilusión
en realidades incapaces de colmarla. En tales circunstancias sí que es posible (e incluso
inevitable) que, al conquistar lo que deseaba, pierda las ganas de tenerlo… y la ilusión
y el gozo por haberlo conseguido: que me des-ilusione.
¿Luego…? Luego el problema es que estaba buscando llenar mis ansias de bien (de
felicidad, como suele decirse, de forma un tanto ambigua) con algo que, por no ser lo
bastante bueno, no puede lograrlo. Y de ahí que, hoy día, como antes apunté, existan
tantas personas perpetuamente insatisfechas, que, desengañadas con las anteriores,
buscan de continuo nuevas emociones, vivencias, sensaciones…
No cuesta demasiado intuir cuánto tiene que ver todo esto con la felicidad y sus
aledaños [16] .
¿A qué tienden las tendencias?
Son muchas, y enormemente variadas, las clasificaciones y enumeraciones de las
tendencias humanas propuestas por los distintos autores.
Sin pretender en absoluto que sea la mejor, y en espera de lo que luego expondremos,
transcribimos una de ellas —recogida por Pinckaers—, para después agregar dos
puntualizaciones claves.
Primero, sus palabras:
Podemos distinguir cinco inclinaciones fundamentales. Se derivan de los elementos
esenciales de nuestra naturaleza y recogen singularmente las ideas generales que los
filósofos llaman “trascendentales” o “cualidades universales”.
La inclinación primera, en el origen de todo acto humano, es la inclinación al bien, una
aspiración que […] es inseparable de la atracción de la felicidad. […] Reúne las demás
inclinaciones en un haz dinámico.
Bajo la égida de la aspiración al bien, viene en primer lugar la inclinación a la
conservación del ser, tan fundamental como la misma existencia. Se manifiesta en la
idea y la experiencia del ser, en el sentido de lo real. Nos pone en comunión con todos
los seres.
El hombre es un ser vivo y tiene la facultad de transmitir la vida por medio del
ejercicio de la sexualidad. El género humano está dividido en varones y mujeres —una
distinción de géneros expresada a través de las ideas y del lenguaje—, llamados a la
generación y a la educación. En este sentido somos semejantes a todos los seres vivos
de la tierra.
La cuarta inclinación es profundamente espiritual: consiste en la aspiración a la
verdad que se manifiesta en la idea y en el conocimiento de la verdad como el objeto
propio y la luz de la inteligencia en sus funciones teórica y práctica. […]
Por último, el hombre posee una inclinación natural a la vida en sociedad que procede
del sentido del otro, constitutivo de nuestro ser personal junto al sentido del bien. Da
paso al deseo de la comunicación y de la comunión, y se manifiesta a través del
49
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

lenguaje [17] .
Nuestra propuesta provisional:
1 . Resumiendo lo más posible y acudiendo al sentir general, cabría decir que el
conjunto de las tendencias humanas aspiran en última instancia a un mismo fin, que
llamamos felicidad o vida lograda (o plena) y que incluye otros muchos sub-objetivos o
bienes intermedios.
2. A esto habría que añadir una observación ya conocida, pero de enorme relevancia
para la correcta comprensión de la afectividad y de la persona humana. Y es que la
tendencia más perfecta que hay en cualquier persona, justo en cuanto persona, es la
propensión a amar: a comunicar libremente el bien que posee (en el fondo, uno mismo:
lo mejor de sí), y no a conseguir aquel del que se carece… que es siempre signo de
imperfección.
La grandeza de la persona
Estamos ante una de las exigencias más claras de la interpretación metafísica y no
reduccionista de la persona: la que marca la diferencia infinitamente infinita entre el
hombre y los animales, como quería Pascal, y tal vez —según se dijo casi al principio—
la causa de que naufraguen bastantes de los intentos actuales de explicar la
afectividad, que olvidan este dato fundamentalísimo —la sublimidad de la persona—,
principalmente por dos motivos.
1. O bien por moverse de abajo a arriba, al estilo de Freud y tantos otros en la cultura
contemporánea, que, como bien explica Denis de Rougemont, se empeña en explicar lo
superior por y desde lo inferior, y no al contrario:
Nosotros, los herederos del siglo XIX, somos todos más o menos materialistas. Si se nos
muestran en la naturaleza o en el instinto esbozos toscos de hechos “espirituales”,
inmediatamente creemos disponer de una explicación de tales hechos. Lo más bajo nos
parece lo más verdadero. Es la superstición de la época, la manía de “remitir” lo
sublime a lo ínfimo, el extraño error que toma como causa suficiente una condición
simplemente necesaria. También es por escrúpulo científico, se nos dice. Hacía falta
eso para liberar al espíritu de las ilusiones espiritualistas. Pero me cuesta mucho
apreciar el interés de una emancipación que consiste en “explicar” a Dostoievski por la
epilepsia y a Nietzsche por la sífilis. Curiosa manera de emancipar al espíritu, esa que
se “remite” a negarlo [18] .
2. O por seguir de manera muy literal a Aristóteles, quien, según parece, no logró o, al
menos no de manera neta y definida, superar el carácter carencial o privativo del
amor como «deseo-de-lo-que-no-se-posee».
Y por eso no pudo atribuir el Amor a Dios, sino solo el conocimiento. En los
momentos en que Aristóteles habla como filósofo, y no cuando utiliza los esquemas de
la religión popular, incluso en los escritos de su Metafísica, lo concibe como Puro
Pensamiento de su propio Pensamiento, que nada ama-desea porque de nada carece,
sino que mueve como Objeto de amor de las inteligencias superiores: es amado-
deseado sin Él amar. Pues amar [aristotélicamente = desear] sería signo de carencia e
imperfección.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Así lo explica Polo:


Aristóteles advierte la existencia de operaciones estrictamente posesivas, superiores a
las acciones constructivas, que se dirigen hacia fuera y que, por tanto, implican un
grado de posesión más débil que las operaciones inmanentes. Pero estas operaciones
son cognoscitivas. Ni en Aristóteles, ni en Platón, la voluntad es posesiva: es
precisamente no posesiva, es decir, tendencial; incluso es de notar que la palabra
“voluntad”, que viene del latín, no tiene equivalente griego. Lo que se corresponde con
lo que nosotros llamamos voluntad es la palabra órexis, que significa deseo. Ahora
bien: se tiende o se desea aquello que no se posee; no se tiende a lo que se posee. Por
eso, la operación inmanente intelectual de ninguna manera es una tendencia [19] .
Y agrega:
Dice Tomás de Aquino que, más o menos, todos los filósofos vislumbraron que Dios es
Logos, pero que Dios es Amor no lo vislumbró ninguno. Es claro que si la voluntad es
tendencia y deseo solamente, no cabe ponerla en Dios (un dios deseante es una noción
mítica o una ilusión gnóstica aberrante), porque de ello se sigue que Dios es
imperfecto, y un dios imperfecto es una contradicción >[20] .
Nadie debería preocuparse si, de lo expuesto en estos últimos parágrafos, no ha
logrado entender nada o casi nada. Pero le animo de nuevo, también como
preparación para cuanto sigue, a profundizar, de la manera que le parezca oportuna,
en el conocimiento de la persona humana.
·- ·-· -······-·
Tomás Melendo y Luis Gómez A.

[1] Haecker, Theodor, La metafísica del sentimiento, Rialp, Madrid 1959.


[2] Fabro, Cornelio, Introducción al problema del hombre (la realidad del
alma), Rialp, Madrid 1982, p. 111.
[3] Fabro, Cornelio, Introducción al problema del hombre (la realidad del
alma), Rialp, Madrid 1982, p. 114.
Y agrega, por contraposición: «Por el contrario, en Dios el placer es la felicidad de la
plena posesión de sí mismo, sumo bien, acompañada por una única simple y suprema
alegría: […] “por tanto, Dios goza siempre de una alegría única y simple” (
Aristóteles, Et. Nic., VII, 13, 1154 b 26) porque el placer consiste en la quietud más que
en el movimiento».
En cualquier caso, semejante quietud nada tiene que ver con la ausencia de actividad,
sino justo con su culminación operativa. Como AGUSTÍN DE HIPONA afirmara de
Dios: semper agens, semper quietus(Conf., 1, 4).
[4] Martí García, Miguel-Ángel, La afectividad, Eiunsa, Madrid 2000, p. 23.
[5] García-Morato, Juan Ramón, Crecer, sentir, amar. Afectividad y corporalidad,
Eunsa, Pamplona 2002, p. 52.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

[6] García-Morato, Juan Ramón, Crecer, sentir, amar. Afectividad y corporalidad,


Eunsa, Pamplona 2002, p. 20. Apuntamos, y no por ser quisquillosos, que la expresión
«resonancia activa» resulta un tanto contradictoria, aunque comprensible. En fin de
cuentas, re-sonancia activa equivale a re-acción percibida.
Es, por tanto, lo que ya hemos expuesto y seguiremos repitiendo. Propiamente, la
afectividad está más bien del lado de la re-acción/pasividad —aunque percibida— que
de la acción en sentido estricto y propio.
[7] Küng, Hans, Acerca del sentido de la vida, Conferencia pronunciada en el
Congreso de Radiooncología en Baden-Baden el 18 de noviembre de 1995.
[8] Malo Pé, Antonio, Introducción a la psicología, Eunsa, Pamplona 2007, p. 36.
[9]< Malo Pé, Antonio, Introducción a la psicología, Eunsa, Pamplona 2007, p. 36.
[10] Malo Pé, Antonio, Introducción a la psicología, Eunsa, Pamplona 2007, pp. 36 y
37.
[11] Morris, Tom, Si Aristóteles dirigiera la General Motors, Planeta, Barcelona, 2005,
pp. 33-34.
[12] Cit. por Morris, Tom, Si Aristóteles dirigiera la General Motors, Planeta,
Barcelona, 2005, p. 108.
[13] Frankl, Viktor, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2004, p. 149.
[14] Cfr. Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1094a 2-3: «El bien es lo que todos apetecen».
[15] Garrido, Manuel, Estudio crítico a, haecker, Theodor, La metafísica del
sentimiento, Rialp, Madrid 1959, pp. 44-45.
[16] Cfr. Melendo, Tomás, Felicidad y autoestima, Eiunsa, Madrid, 2ª ed. 2007.
[17] Pinckaers, Servais-Th., La moral católica, Ed. Rialp, Madrid, 2001, pp. 114-115.
[18] Rougemont, Denis de, El amor y occidente, Kairós, Barcelona, 4ª ed. 1986, p. 59.
[19] Polo, Leonardo, «Tener y dar», en AA.VV., Estudios sobre la Encíclica «Laborem
exercens», BAC, Madrid 1987, p. 223.
[20] Polo, Leonardo, «Tener y dar», en AA.VV., Estudios sobre la Encíclica «Laborem
exercens», BAC, Madrid 1987, p. 224.
Elogio de la afectividad (4): ¿Clasificar los sentimientos?
por Tomás Melendo y Valentina López Coronado
Aun cuando los primeros pasos de este cuarto artículo dibujen un panorama
fragmentado de la afectividad, que contempla de forma relativamente aislada cada
una de las modalidades básicas de afectos, en la realidad resulta casi imposible que
esas emociones se den desligadas unas de otras.
I. Un primer ensayo
Planteamiento
Siguiendo la tónica general del escrito, que pretende conjugar la claridad y sencillez de
exposición con el rigor suficiente para que la verdad no quede disminuida o falsificada,
ofrecemos a continuación un primer avance de los tipos básicos de sentimientos que
suelen darse en el ser humano.
1. Lo que se pone en juego es siempre una serie más o menos compleja y completa de
sentimientos, que se alzan sobre un preciso estado de ánimo global y un
52
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

temperamento, capaces de modular cada uno de esos afectos y la resultante de todos


ellos.
2. Y, ahondando más, cada afecto, emoción o sentimiento se apoya sobre la entera
persona tal como se encuentra en ese instante… en el que reverbera, de un modo u
otro, con mayor o menor intensidad y duración, la entera biografía de tal individuo: su
propia constitución orgánica y todo lo que le ha ocurrido a lo largo de su vida, desde
que fue concebido, con relativa independencia de que lo recuerde o no.
E incluso, de manera menos directa, pero también operativa, lo que influyó en sus
antepasados —en el sentido más amplio de esta expresión— y ha llegado hasta él a
través de sus padres, parientes… o de las estructuras e instituciones propias de la
cultura en que está desplegando su existencia.
A este respecto, transmitimos unas expresiones curiosas y eficaces de Gadda,
dedicadas especialmente a los de ciencias:
No existe una causa, sino [múltiples] causas; no un sistema, sino [múltiples] sistemas;
no una gens de relaciones, sino gentes y familiae infinitas […] [el hombre] no
constituye un único tema, no desciende de unsolo antepasado, sino de 2, 22, 23, 24, 28,
etcétera antepasados, y de 1000, 10002, 10003 relaciones o sistemas de relaciones. Y el
“sentimiento” y la sensación de placer o dolor sintetiza la infinita suma de estos
subsistemas de relaciones [1] .
El «amor», sentimiento básico y primordial
Como hemos apuntado, la atracción hacia el bien ha sido denominada durante
siglos amor, utilizando este término en una acepción generalísima y por eso impropia,
bastante distinta de la que se emplea al hablar del amor en su sentido más noble y
específico: entre personas, consideradas justo como personas.
Ese sentido genérico, corriente en la tradición, es relativamente parecido al que
describe Scheler, dándole también un alcance universal, en cuanto es común a todas
las realidades creadas:
… el amor es la tendencia, o, según los casos, el acto que trata de conducir cada cosa
hacia la perfección del valor que le es peculiar —y la lleva efectivamente, mientras no
se ponga nada que la impida. Lo […] esencial del amor es, por tanto, la acción
edificante y edificadora en y sobre el mundo. “Quien mira en silencio en torno suyo, ve
cómo edifica el amor” (Goethe) [2] .
Amor-deseo
Si aquí lo usamos en tal acepción es por estimar que, precisamente atendiendo a este
sentido tradicional de amor-deseo o amor-inclinación, resulta más fácil:
1. Entender por qué bastantes personas consideran hoy el amor, en su significado más
alto, como un sentimiento.
2. Establecer las diferencias entre los dos géneros de amor ya bastantes vences
aludidos.
Así enfocado, como activación de la inclinación a un bien, el amor percibido, o la
percepción del amor, constituye el primer sentimiento y la raíz de cualquier
sentimiento posterior.
53
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

¿De qué manera?


1. style='font-family:"Times New Roman"'>Recuerden que empleamos ahora el
vocablo «amor» con un significado excesivamente amplio, casi equívoco, referido a
cualquier tensión hacia un bien, a la inclinación o tendencia que nos lleva a confirmar
y a poseer o gozar y a difundir, de la forma en que fuere, algo que consideramos bueno
y, por consiguiente, a evitar o a eliminar lo que se opone a ese bien concreto o a
cualquier otro bien ya poseído.
Desde este punto de vista, lo que impide un bien, en cualquiera de las formas
señaladas, tendría razón de mal.
2. Adoptando tal perspectiva, y para evitar los equívocos derivados de la ambigüedad
del término «amor», tal vez convenga denominar este impulso primordial con el
vocablo aspiración o con alguno de sus sinónimos: anhelo, impulso, apetencia… a la
consecución o logro de algo o a la realización de cierta actividad.
Los dos estados del amor-inclinación
Al analizar esta realidad, el bien a que nos estamos refiriendo puede hallarse en dos
situaciones: ausente o presente.
1. style='font-family:"Times New Roman"'>Si el bien todavía no es poseído, si no se
encuentra ya a nuestro alcance, pero queremos que lo esté, la aspiración que nos
impulsa hacia él se configura como deseo.
2. Por el contrario, cuandoya hemos alcanzado lo que perseguíamos, semejante
aspiración, lejos de desaparecer —excepto en casos de bienes solo aparentes o de muy
baja calidad, en los que sobrevendría una desilusión o decepción—, engendra en
nosotros el gozo.
2.1. El deseo sería, entonces, la vivencia de la aspiración mientras todavía no ha sido
satisfecha.
2.2. El gozo, por el contrario, la experiencia de la satisfacción de esa misma tendencia,
ya colmada
2.3. Y, como antes apunté, a lo largo de cualquier proceso que se extienda en el tiempo,
la tonalidad afectiva irá variando a tenor de la confianza o esperanza de lograr o no el
objetivo deseado.
Los ejemplos pueden multiplicarse. Desde los más sencillos, como los que se refieren a
la comida o la bebida, pasando por otros de más calado, como la persecución de un
puesto de trabajo, o, en un ámbito relativamente diverso, casarse con el ser querido,
concebir y dar a luz a un hijo, ayudarlo a crecer, tratar con los amigos, y un dilatado y
múltiple etcétera.
El «mecanismo básico» de la vida afectiva
Así enfocado y esquematizado, el mecanismo básico de nuestra vida sentimental no
puede resultar más sencillo.
1. Vivimos en el mundo y nos relacionamos con él. Y, entre las realidades que lo
componen —personas, animales, simples cosas—, a tenor de nuestra naturaleza y de
las circunstancias del momento, unas nos resultan beneficiosas, nos ayudan a
perfeccionarnos, nos completan en algún aspecto, o, al menos, así nos parece, mientras
54
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

que otras se nos presentan como dañinas…


2. Cuando conocemos, recordamos, imaginamos o presentimos las primeras —puesto
que toda realidad desea naturalmente su perfección, según expuso ya Aristóteles—, la
correspondiente tendencia se moviliza, lo cual es experimentado en nosotros como
(un movimiento de) inclinación hacia esa persona o cosa: aspiración, o amor en su
sentido más lato.
2.1. Mientras esa tensión perdure y la realidad no haya sido alcanzada, lo que
sentimos, con más o menos inquietud —que depende de circunstancias variadas: modo
de ser, estado actual, relevancia para nosotros del asunto…—, es justamente el deseo.
2.2. Al lograr lo que anhelábamos, la respuesta de nuestra tendencia se experimenta o
vivencia como gozo, deleite, placer, etc.: es decir, como deseo, pero colmado (y, en tal
sentido, como ya-no-mero-deseosino deseo-ya-cumplido).
Tenemos, así, por ahora, tres sentimientos básicos, correspondientes a la percepción de
tres estados distintos de la inclinación hacia el bien: la aspiración, que se manifiesta
como deseo, o como gozo.
El «mecanismo» básico-básico
Ateniéndonos a lo que de hechoocurre, podríamos ya apuntar que realmentese trata de
solo dos sentimientos (deseo y gozo) y de algo común a ambos (la aspiración)… que
prácticamente nunca puede encontrarse aislada, sino siempre según una de las dos
modalidades anteriores.
Con otras palabras: la aspiración sin más (nisin satisfacer nisatisfecha) es solo una
abstracción, y por eso no debe enumerarse entre los sentimientos primarios reales.
Lo que efectivamente existe es:
1. La inclinación sin haber alcanzado su objetivo, a la que llamamos deseo.
2. Esa misma aspiración, ya colmada, que denominamos gozo (algunos restringen el
uso de gozo —gaudium— para el deleite espiritual más pleno)… y todos los estados
intermedios o combinación de ambos extremos [3] .
Otros tres sentimientos derivados del «amor»
Pero en bastantes ocasiones el bien que es objeto de nuestra tendencia no
puedelograrse de manera inmediata, porque algo o alguien nos lo impide.
Ese obstáculo se nos presenta entonces como malo, como una realidad que debe ser
eliminada, rebasada o vadeada.
1. Pues bien, el sentimiento generado por ese mal es el odio o rechazo,en la acepción
más amplia de estos vocablos, que reviste la forma de aversión cuando el estorbo está
todavía lejos, ausente, y que provoca tristeza o dolor cuando, de forma efectiva, ese
mal está presente e impide que poseamos y nos deleitemos en el bien deseado [4] .
Por acudir a un ejemplo relativamente común, un joven que siente atracción ante una
chica puedever dificultada la posibilidad de abordarla y entablar amistad con ella por
varios motivos, unos de orden interno y otros de carácter externo:
1.1. Entre los primeros, por una suerte de timidez que hace problemático su trato con
las personasdel otro sexo.
1.2. Entre los segundos, el hecho de que la chica vaya siempre acompañada por un
55
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

conjunto de amigas, de las que difícilmente se separa, o por su padre.


2. Ante estos dos tipos de trabas, nuestro joven sentirá rechazo u odio, dando a este
vocablo el sentido amplísimo que estoy utilizando: es decir —pues el término «odio»
reviste hoy unas connotaciones mucho más duras que las que aquí queremos
expresar—, deseará con todas sus fuerzas que tales impedimentos desaparezcan y,
dentro de sus posibilidades, pondrá los medios para eliminarlos o sortearlos:
losrechazará.
2.1. Ese odio suele llamarse aversión mientras el chico está dudando si abordar o no a
la muchacha o ya lo ha decidido pero no intentado, esto es, cuando todavía los
obstáculos solo amenazan, pero ni han sido superados ni han hecho que fracase en su
propósito.
2.2. Por el contrario, la aversión se transformaría en tristeza o dolor,en la acepción
también amplia de estos términos, si la timidez o los impedimentos generados por los
acompañantes fueran de tal grado que, al acercarse a la chica, de hecho no lograra
dirigirle la palabra ni, como consecuencia, iniciar ningún tipo de relación con ella.
Una vez más, esta situación en apariencia tan simple resulta por fuerza más compleja:
y los sentimientos se superpondrán y/o alternarán, por decir algo, mientras nuestro
protagonista delibera sobre el mejor modo de hacerse el encontradizo con la
chica, ensaye lo que le dirá cuando se la tope… y en función de que se vaya viendo más
o menos capaz de lograr su propósito, incluso cuando las circunstancias externas no
varíen, sino solo la percepción de sí mismo.
3. Con lo que los sentimientos primarios de aspiración, deseo y gozo se verían ahora
completados por otros tres, de signo estrictamente contrario: rechazo, aversión y
tristeza o dolor.
También en este caso, y con puntualizaciones similares a las realizadas respecto al
amor, realmente se dan solo dos sentimientos:
3.1. Aversión o repudio, cuando todavía no se ha puesto medio alguno para eliminar
los obstáculos.
3.2. Tristeza, cuando ya se han procurado suprimir, pero sin éxito.
Sentimientos derivados
Aunque es fácil advertirlo con solo reflexionar un poco, vale la pena dejar claro que los
tres sentimientos fundamentales enunciados en segundo lugar, los negativos, se derivan
realmente de los anteriores, por oposición, y que de ningún modo existirían si aquellos
—los que llamaremos «básicos»— no se dieran.
Por ejemplo, la timidez (mal) no sería problema para nadie si esa persona no tuviera
nunca que relacionarse con otras (bien).
De hecho, es la dificultad para alternar con otras personas lo que lleva a bastantes
jóvenes —de manera muy particular en ciertos países— a construir un mundo
alternativo con el ordenador, donde todo parecefuncionar más fácilmente… a costa,
¡nada menos!, que de la realidad-realmente-real.
1. Queda claro, entonces, que algo es malo, según intuye el sentido común, por cuanto
impide o se opone a un bien o lo ahoga o deshace.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

2. Por consiguiente, el odio o rechazo, sentimiento primordial de la esfera negativa,


depende o se deriva del amor o aspiración, su simétrico en la afirmativa: rechazamos
el mal que estorba la consecución o la permanencia en la posesión del bien amado o
deseado.
Como escribe Bossuet:
El odio que se experimenta contra cualquier cosa procede tan solo del amor que se
siente por otra; odio a la enfermedad tan solo porque amo la salud [5] .
Tal vez ahora se entienda mejor por qué, al proponer un primer y elemental modelo de
emoción o afecto, acudimos a un ejemplo positivo: todo lo que resulta de percibir un
bien por el que uno se siente con-movido y trans-formado.
Dos sentimientos más
El bien que dispara una tendencia puede ser difícil de conseguir.
En tal supuesto, se tratará siempre de una realidad ausente ofutura: pues, por muy
complicado que nos resulte lograr algo, cuando ya lo poseemos desaparece su carácter
penoso o arduo; de acuerdo con el dicho inmemorial, cuando la madre ha dado a luz,
la presencia del niño le hace olvidar las molestias y dolores del embarazo y del parto.
(Esas molestias pueden perdurar en el recuerdo… aunque parece que no es —¿o no
era?— muy común, y de ahí el famoso fragmento de Manrique que sostiene «cómo, a
nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor»).
<1>1. En todo caso, si el bien ausente nos parece posible de lograr, aun en medio de las
dificultades, surge un sentimiento de esperanza, contodas las emociones que suelen
enriquecerla.
2. Al contrario, si se nos presenta como imposible, da origen a la desesperanza o, si esta
es muy fuerte, a la desesperación.
La consecución de un título universitario o de un máster, que la mayoría de los jóvenes
actuales consideran como algo positivo, por cuanto teóricamente les abrirá un más
fácil acceso al mundo laboral y a la remuneración que lleva unida, se presenta de
ordinario difícil de conseguir, aunque no fuera más que por la necesidad de mantener
el esfuerzo continuado de la presencia más o menos activa en la Universidad durante
cuatro, cinco o más años, en el primer caso, y durante uno o dos, por lo normal con
alto costo económico, en el segundo.
De todos modos, a la mayoría de las personas, la conquista de esos títulos se les antoja
posible: en consecuencia, inician la carrera o el máster con la esperanza de llevarlos a
cumplimiento; y mientras esa esperanza siga viva, los problemas que vayan surgiendo
resultarán relativamente fáciles de sobrellevar.
Por el contrario, si a medida que avanzan los meses o incluso los años, uno fuera
descubriendo que las materias que debe aprobar son inasequibles para su aptitud
intelectual o su capacidad de esfuerzo, o que el tiempo que puede consagrar al estudio
es excesivamente escaso, le irá embargando un sentimiento de desesperanza, que se
transformará en desesperación en la proporción exacta en que la meta se vaya
mostrando más lejana o imposible y el chico o la joven tuvieran más necesidad de
lograr esos títulos.
57
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Y algo similar puede decirse de otras actividades más arduas y duraderas, como
adquirir la capacidad de sonreír habitualmente incluso a quien nos ofende; la de
escuchar con paciencia y atención a quien lo solicita, estar pendiente de lo que
necesitan quienes nos rodean, vencer la propia pereza, y un extenso y múltiple
etcétera, en el que cuaja la grandeza humana de cualquier varón o mujer.
Ante un bien ausente, los sentimientos posibles son, pues, dos: la esperanza y la
desesperación… que vienen a sumarse a los seis sentimientos ya conocidos: aspiración,
deseo y gozo; rechazo, aversión y tristeza; o, si apelamos a la reducción que he
esbozado teniendo en cuenta la situación real, se añadirían a los cuatro sentimientos
enumerados: deseo y gozo, aversión y tristeza.
Y los tres últimos
Mas en la mayoría de las ocasiones, por no decir en todas, cuesta alcanzar un
determinado bien porque existen algunos males que dificultan o impiden su
consecución.
En los primeros ejemplos anteriores, las amigas o el padre de la chica, si la relación
consiguiera iniciarse y siguiera adelante, o el profesor de una determinada asignatura,
un auténtico hueso, que se convierte en la barrera más importante para superar una
carrera.
1. Ante ese mal presente se alza en nosotros un sentimiento de ira o cólera,que nos
impulsa a eliminarlo, aunque no siempre con violencia.
2. Pero también puede tratarse de un mal que no se halla actualmente presente —y en
ese sentido, constituye un mal ausente o futuro—, frente al que cabe adoptar dos
actitudes, en función tanto de nuestro propio vigor como de la categoría del obstáculo.
2.1. Si nos consideramos capaces de vencerlo, nos veremos animados de un ímpetu que
expansiona nuestro ser y nuestro empuje, y que recibe el nombre de audacia o, aunque
es menos propio, el de valentía.
2.2. En el extremo opuesto, si el mal que nos amenaza a cierta distancia parece superar
las fuerzas disponibles, la reacción sentimental será alejarnos de él, en la misma
medida en que lo percibamos como indestructible: y a esto se denomina temor o, con la
misma salvedad de antes, cobardía.
A modo de «corchetes»
[Entre corchetes, pero sin omitirlo, porque nos parece relevante: nuestra vida
cotidiana se simplificaría enormemente si tomáramos conciencia de que, desde el
punto de vista que nos ocupa, lo mejor del tiempo es que pasa.
Lo cual, en nuestra opinión, trae al menos dos consecuencias:
1. No es lógico, aunque sí bastante habitual y comprensible, que compliquemos el
presente amontonando en él el pasado y el futuro.
El mal que hoy nos aqueja se ve entonces incrementado por:
1.1. Los pesares pretéritos, que no podemos hacer que no hayan sucedido, pero de los
que deberíamos habernos liberado… y tal vez solo persisten por nuestro empeño en
rememorarlos.
1.2. Y por los futuros, que en realidad ni siquiera sabemos si llegarán a cobrar vida y,
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

en cualquier caso, ahora no tienen por qué afectarnos. No los podemos superar,
porque sencillamente no existen y porque no tenemos —¡en el presente!— los medios
para vencerlos: ¿cómo derrotar a lo que aún no existe y tal vez nunca existirá? Ni,
menos aún, ahora nos producirán el más mínimo perjuicio… si no cedemos a la
tentación de adelantarlos.
1.3. Y, en este sentido, es signo de honda sabiduría vivir sólo el-y-en-el presente.
2. A veces, la solución para nuestros problemas consiste simplemente en tener
paciencia y esperar que el tiempo pase, ya que ineluctablemente lo hace.
Por eso, una magnífica terapia ante el miedo consiste en no anticipar los problemas ni
intentar resolverlos antes de que surjan; porque, en el caso de que más tarde lleguen a
presentarse, será entonces —nunca antes— cuando podremos darle solución.
De ahí que a veces se diga, y no es una salida de tono, que los peores problemas son los
que… nunca llegan a existir: los que nos imaginamos y anticipamos.
Un paso más, en el mismo sentido, lo aconsejan estas palabras de Pithod:
Le transmito mi convicción: No luche con sus fantasmas, ignórelos. A fuerza de no
buscar ser feliz, de no querer disfrutar como las personas normales de los buenos
momentos, a fuerza de oponer todo su poder de resistencia, podrá colocarse por
encima de sus miedos, obsesiones y fobias, aunque persistan, y ser Ud. mismo extraño
a tan fieros vecinos. Si le aterroriza hablar en público, ofrézcase para hacerlo; si teme
que Ud. será el único en la fiesta que no gozará de ella, concurra, se sentirá mejor si no
antes al menos durante y después, y quizá logre aparecer animado, cosa que le hará
bien a Ud. y a los otros. Riendo exteriormente uno combate la tristeza, llorando se
terminará sintiendo dolor. Mate sus fantasmas con el humor. Aprenda chistes, dígalos,
bromee, póngase en ridículo (solo le pasará alguna vez y verá que no es tan terrible).
En fin, ríase de sí mismo [6] .
Resumen
De tal suerte, los once sentimientos fundamentales que modulan y dan tono a la vida de
una persona serían:
1. Ante un bien considerado en general, aspiración.
2. Si el bien aún no se posee, deseo.
3. Y si el bien ya se ha conseguido, gozo.
A estos tres, y de manera particular alamor o aspiración, los denomino sentimientos
fundamentales básicos o primarios.
4. Ante un mal, también en general, rechazo.
5. Aversión , si el mal está ausente.
6. Y dolor o tristeza,si ya se ha hecho presente y resulta insuperable.
7. Ante un bien arduo, pero que suponemos asequible, esperanza.
8. Y desesperación , sinos sentimos incapaces de conquistarlo.
9. Ante un mal difícil de vencer, ira, siel mal está presente.
10. Audacia , si el mal es poderoso pero lo advertimos superable.
11. Y temor , siel obstáculo resulta tan fuerte que pensamos que no lo podremos
eliminar o eludir.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

En esquema: aspiración,
deseo, gozo; rechazo,aversión,dolor;esperanza,desesperación,
ira, audacia,temor.
De nuevo se observa que, realmente, la aspiración, el rechazo, la «—» y la ira es muy
difícil, casi imposible, que se den como tales, aislados o en estado puro; más bien se
presentarán como deseo o gozo, como aversión o dolor, como esperanza o
desesperación y como audacia o temor… mezclados o contaminados, además, unos con
otros: deseo de un bien con aversión al estorbo que lo dificulta, esperanzade alcanzarlo
y audacia, porque uno se considera capaz de lograrlo, superando esa barrera… y un
sinfín de combinaciones.
Addenda
Y con un añadido clave:
Si queremos hacernos mínimamente cargo de la variedad sin fin de nuestros
sentimientos —que enseguida abordaremos—, habría que aplicar todo lo visto
y todo cuanto a partir de este momento se estudie a cada uno de los apetitos o
afanes particulares-y-concretos que pueden surgir en nuestra vida, tanto en los
dominios sensibles como psíquicos y propiamente espirituales, como, sobre todo, en la
conjunción de las tres esferas.
1. Particulares: referir todo ello no tanto al afán de comer, sino al de probar alimentos
dulces o salados, fuertes o delicados, enjundiosos o magros…; al deseo de bebidas
alcohólicas o no, frescas o del tiempo, con o sin gas…; al anhelo de saber puro (o
teorético) o al de conocer las aplicaciones prácticas de una doctrina; a la decisión de
superar cada uno de nuestros defectos o de alcanzar esta o esa o aquella otra
particular virtud…
2. Y concretos (según la etimología al uso, con-creto provendría de quasi congregatum,
como fruto de la unión de distintos elementos): referirlo no exclusivamente al deseo de
probar un particular alimento para saciar el hambre o gozar sensiblemente de su
gusto, sino para conocer en su acepción más honda una de las manifestaciones
características de determinada cultura (su gastronomía, en la que a menudo cristaliza
la historia y las circunstancias de un pueblo); ni tampoco a la contemplación de un
monumento arcaico por el placer estético que nos produce y recrearnos en la armonía
del cosmos y de las labores humanas, sino, de nuevo, para saber, además-y-en-unión-
con-ello, cómo trabajaban las personas de aquellos tiempos y lo que así pueda inferirse
respecto al modo de organizarse…
¡Y así hasta el agotamiento… si es que ese agotamiento no se ha hecho ya presente!
II. La riqueza del mundo afectivo
Ampliando el panorama
Somos conscientes de que —por encima de los cuatro o cinco últimos párrafos— la
clasificación recién esbozada, puede parecer excesivamente sencilla e incluso
ingenua… y que en efecto lo es; o, mejor, resulta verdadera, aunque esquemática y
básica, fundamental.
Pero esa misma simplicidad facilita su comprensión y nos servirá de ayuda a la hora
60
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

de elaborarla ulteriormente y de examinar la propia vida.


Si comenzamos con el segundo paso, en cuanto echamos una mirada a nuestro interior
advertimos una vez más, antes que nada, que:
1. Ninguno de los sentimientos fundamentales, enunciados hasta el momento con una
sola palabra, se da en estado puro.
Aunque indirecta, una clara corroboración de esta experiencia nos la ofrece el
panorama de los términos afectivos que nos presenta cualquier diccionario
medianamente pasable.
En él encontraríamos, acompañando a las expresiones de los afectos no
contaminados que acabo de enumerar, un elenco casi inabarcable de voces
relacionadas con ellos.
1.1. Por ejemplo, junto a los vocablos amor-aspiración, deseo y gozo (reunidos los tres
en la primera línea como núcleo del que dimana la entera vida afectiva), podríamos
colocar, entre otros, los decariño, ternura, simpatía, querencia, atracción, adoración,
cordialidad, interés, ansia, afán, apetencia, ambición, ilusión, pasión, anhelo, afición,
codicia, placer, complacencia, alegría, contento, felicidad, regocijo, júbilo, satisfacción,
agrado, consuelo, dicha...
1.2. Al lado de la aversión y el odio irían, por ejemplo, la abominación, la repugnancia,
el resentimiento, el resquemor, el rencor, la manía, el aborrecimiento, la envidia, la
inquina, el desprecio, la fobia, la incompatibilidad, la antipatía, la ojeriza, el encono, la
hostilidad, la prevención, el asco, la aprensión, el escrúpulo, la repulsión, la
malquerencia, el sufrimiento, la aflicción, el daño, la tristeza, la angustia, la amargura,
la congoja, la pena, la compunción, la desolación, la incomodidad, el disgusto, la
pesadumbre, la desventura...
1.3. A su vez, las palabras esperanza y desesperación se verían flanqueadas por otras
como confianza, fe, seguridad, tranquilidad, certeza, paciencia, optimismo, euforia,
entusiasmo, brío, aliento, desesperanza, desmoralización, descorazonamiento,
decepción, despecho, impotencia, pesimismo, desfallecimiento, desilusión,
consternación, impaciencia, desencanto... y así podríamos continuar.
2. Probablemente, el significado preciso de cada una de estas palabras no solo se
escape a alguno de los lectores y a quienes escriben estas líneas, sino que cabe que ni
siquiera esté en sí del todo determinado (no olvidemos que una de las notas más
características de los afectos es su falta de claridad y distinción, que deja también su
huella en el lenguaje… incrementando la ambigüedad que este ya tiene de suyo).
2.1. style='font-family:"Times New Roman"'>Por eso es posible que, según las
circunstancias, utilicemos de manera indiferente uno u otro término.
2.2. style='font-family:"Times New Roman"'>Pero, en todo caso, ofrecen una idea
bastante adecuada de la riqueza de la vida afectiva, que rebasa por todas partes
el análisis simplificador, aunque no falso, que hace unos momentos bosquejamos.
Sentimientos complejos…
¿De dónde deriva esta abundancia?
1. Antes que nada, del juego y entrecruzamiento de las distintas tendencias. Esto es, del
61
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

hecho ya recordado de que jamás operen aisladas, sino en unión más o menos explícita
con otras pulsiones y con los sentimientos que de unas y otras se derivan… y con
muchas «cosas» más: en fin de cuentas, la persona íntegra —pasado, presente y
perspectivas de futuro—, a la que después aludiremos.
1.1. En efecto, es difícil encontrar a alguien que, en un particular momento de su vida,
solo se halle afectado por uno de los denominados sentimientos puros o fundamentales.
1.2. De lo que sí puedehablarse, y es lo que se trataría de determinar, es de sentimiento
o sentimientos dominantes, que,si se tornan estables, desembocarían,a su vez, en
un estado de ánimo e incluso en uncarácter: bonachón, complaciente, agrio, exaltado…
o con terminología más compleja y técnica, que ahora no hace al caso; pero no de
sentimiento exclusivo.
2. Resulta muy problemático que, entre la multiplicidad de factores que componen el
tono vital de una persona en un momento dado, no figuren simultáneamente más de
una realidad (anhelada o presente) calificable como bien ymás de una de las que
pueden considerarse males (y, además —cada cual puede hacerse cargo de lo que esto
implica—, de bienes o malesparticulares y concretos):
2.1 Y así, la ilusión de terminar la carrera o de pasar un rato con la novia o el esposo
convive en ocasiones con el pesar por un posible fracaso en los estudios o, en
determinadas coyunturas, con la amenaza o el presagio de una discusión o de un
desaire.
2.2. La alegría por la victoria del equipo favorito o por el triunfo de un amigo, con
cierta envidia hacia este último (así somos, a veces… ¡y ojalá sea solo a veces!) o, en
términos más amplios, y acudiendo a ámbitos distintos, por la preocupación por la
propia figura corporal, el mal estado de la piel, el modo de vestir… y mil posibilidades
más.
3. La conjunción de esa multiplicidad de bienes y males, junto con el peso otorgado a
cada uno de ellos, su índole de presentes o ausentes, de superables o insuperables, etc.,
acabará por definir, en unión con el propio temperamento y la intervención activa de
la inteligencia y de la voluntad y de la conducta derivada de ellas, el tono emotivo de
una persona durante un período más o menos largo de su existencia y, hasta cierto
punto, durante toda su vida.
Porque complejo es el hombre
En este sentido, subraya Philip Lersch que:
… la conducta objetiva de un hombre no sería referible, muchas veces, a una sola
tendencia, sino que representaría un haz, un complejo, una mezcla de varias. Lo
mismo puede decirse de las emociones. Lo que en las distintas situaciones de la vida
experimentamos emocionalmente es casi siempre una mezcla de diversas tonalidades
afectivas. Así, en la tristeza resuena el movimiento afectivo del dolor, en el amor el de
la alegría, en el resentimiento el del fastidio, en la envidia el del resentimiento. [7]
Y, con más vigor y desenfado, de nuevo Gadda:
El hombre es fisiología, es religio, es movimiento, es ser, es patria, es sí mismo, es los
otros, es viajar a Roma, es engendrar, es tener hermanos, es tener madre, y la madre
62
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

es en la madre de la madre, etc., y todo interactúa en un ovillo indescriptible de


relaciones. Por consiguiente, cada aspecto (o atributo, en términos de Spinoza) del
sistema-síntesis yo posee su devenir y su ser; y sus relaciones de equilibrio ser-devenir,
es decir, sus sentimientos elementales. Y la suma geométrica o resultante de estos
infinitos subsistemas constituye el sentimiento [8] .
Para añadir:
Con otras palabras, a la persona humana (que nosotros estudiamos de forma
abstracta…) le corresponden múltiples tensiones o impulsos y el
sentimiento no puede referirse a un único tender o impulso, sinoa una suma de
ellos [9] .
III. Reducción de la afectividad a su raíz primigenia
Para llegar hasta el origen
Estamos ante una situación enmarañada, que no hemos hecho sino insinuar.
Con todo, antes de proseguir nos gustaría dejar claro que la intervención de más de un
sentimiento no es solo algo que sucede, por decirlo así, de una manera coyuntural,
«porque la existencia es muy compleja»; sino que la mayor parte de las emociones que,
dentro de las fundamentales, cabría calificar como derivadas (las de las tres últimas
líneas de nuestro esquema) solo son posibles porque de antemano se ha activado una
tendencia o atracción primaria o básica (de la línea inicial de ese cuadro).
Y este es el sentido en el que cabe afirmar que toda la vida afectiva remite, como a su
núcleo y raíz, al primero de los sentimientos de esa línea inicial, es decir, al amor o
aspiración (y, en el hombre, por más que a veces se desdibuje y no se perciba
claramente, al amor al bien en cuanto tal y, en fin de cuentas, al bien sumo… del que
cualquier otro recibe su cualidad de bien; más todavía, según insinuamos, la tendencia
fundamental y básica de la persona no es tanto el amor de deseo, incluso de ese bien
supremo, sino —más hondo y definitivo que él— el afán de entregar todo lo que uno
es, puede y anhela).
Scheler lo reitera en distintas ocasiones, en particular en lo que afecta a la prioridad
decisiva del amor respecto al odio. Y así, sostiene tajante y subraya:
Odio y amor son, por tanto, ciertamente, comportamientos emocionales opuestos —de
tal suerte que es imposible amar y odiar lo mismo en un mismo acto respecto del
mismo valor—, pero no son, sin embargo, modos de comportamiento de raíz
independiente. Nuestro corazón está primariamente hecho para amar, no para
odiar [10] .
Para después añadir:
El odio es tan solo una reacción contra alguna forma de amor falso. No es cierto lo que
tantas veces se dice a modo de refrán: el que no puede odiar tampoco puede amar. Lo
exacto es más bien lo contrario: el que no puede amar no puede odiar [11] .
Philippe lo afirma de modo más directo y positivo:
El amor es connatural al hombre: este ha sido creado para amar y lleva dentro de sí
una aspiración profunda a entregarse [12].
Y en nota:
63
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Aunque pocas veces seamos conscientes de ello, la necesidad más profunda del hombre
es sin duda la de entregarse [13] .
Lo que sucede es que, debido a nuestra limitación constitutiva, incluso cuando —en
una situación hipotética— el afán de entregar y entregarse a los otros dominara
absolutamente, ese mismo anhelo dinamizaría las tendencias dirigidas a conseguir y
desarrollar los bienes que pretenden otorgarse a quienes se ama… y que uno todavía
no tiene.
Con lo cual no quedarían eliminadas:
1. Ni la afirmación fundamental de que en la persona supuestamente más madura la
aspiración a dar y darse se eleva por encima de las restantes (esta es quizá la clave de
cuanto estamos exponiendo).
2. Ni que esa misma tendencia primordial activaría las que persiguen alcanzar ciertos
objetivos (si bien para donarlos).
3. Y en esa doble-tendencia (el amor en los dos sentidos aludidos) se situaría el origen o
raíz de la puesta en marcha de todos los demás anhelos y sus correspondientes
emociones.
Un caso entre miles
Tomemos, por ejemplo, la desesperanza.
Esta no podría surgir si no existiera de antemano un bien reclamado por alguna
tendencia bajo la forma de aspiración oinclinación, en la acepción amplia de esos
términos.
Solo si nos sentimos impulsados a lograralgo, podremos después, según un orden de
naturaleza, calibrar si nuestras fuerzas son o no las adecuadas para superar los males
que se oponen a ella y, como consecuencia, en la segunda circunstancia, en que
el temor sobrenada por encima de cualquier otra consideración, caer en
la desesperanza.
Una ilustración. El hijo de cirujanos famosos, después de mucho tiempo de convivir
con ellos, podrá sentirse impelido a realizar la carrera de medicina (aspiración), y
comenzarla de hecho. Pero los seis años de estudios iniciales, más los otros muchos de
especialización y de práctica y los exámenes correspondientes, junto con una aprensión
invencible ante la presencia de la sangre descubierta en un momento concreto (temor-
repugnancia), pueden hacer que, al cabo de tantos meses de esfuerzo, se rinda a
la desesperanza, convencido de que jamás podrá superar los obstáculos que se
interponen entre él y su deseo.
Por tanto, ningún sentimiento, ni siquiera los calificados como fundamentales, se
encuentra en estado puro: siempre lo hallamos unido a otros, de signo similar o
contrario, de la misma línea —volviendo al socorrido esquema— o de otra anterior o
posterior.
Pero es que, según comenta Lersch y habría que agregar a nuestras propias
observaciones,
… además de estos complejos emocionales, existen también los que el lenguaje
corriente designa como "sentimientos mixtos" [14] ,
64
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

… que son aquellos en que, respecto a una misma realidad, parecen enfrentarse dos
tendencias opuestas, por cuanto esa persona o cosa, desde un punto de vista se nos
presenta como buena o beneficiosa y, simultáneamente, desde otro, nos parece dañina
o perjudicial.
A nuestro padre, pongo por caso, lo advertimos normalmente como un bien inmenso,
que nos proporciona cariño, seguridad, protección, amistad, experiencia…; pero al
mismo tiempo, en ocasiones, podría repelernos por cuanto nos exige comportamientos
y actitudes costosos e incluso, según nuestro parecer y tal vez en realidad, exagerados e
injustos.
Es lo que apunta Lersch:
Del mismo modo que las tendencias pueden en cada hombre disentir en diferentes
direcciones, también un mismo objeto o una misma situación provoca a veces
sentimientos divergentes. Así pueden hallarse mezclados la esperanza y el temor, la
antipatía y la estimación, el miedo y el amor al padre, la admiración y la envidia, la
satisfacción por la venganza o la alegría ante el daño que el destino ha producido al
otro al hacerle una mala jugada y, al mismo tiempo, la vergüenza de sí mismo por ser
capaz de sentimientos tan bajos [15] .
Como cabe imaginar, el número y la variedad de combinaciones que así cabría obtener
solo puede ser superado... por la vida misma.
Y debe tenerse en cuenta que todavía no se han traído a colación otros muchos factores
que influyen en el estado de ánimo, crónico o agudo, que una persona presenta en una
temporada o en un momento particular.
IV. Los sentimientos y el tiempo
En concreto, las páginas que siguen esbozarán algo bastante obvio, pero sobre lo que
vale la pena llamar la atención al menos una vez en la vida, pues facilita enormemente
la comprensión de los distintos tipos de emociones y afectos, así como los
comportamientos que con ellos se relacionan. A saber:
1. style='font-family:"Times New Roman"'>Que los sentimientos varían a lo largo de
cualquier itinerario en busca de un objetivo o en una etapa de crecimiento.
2. Y que cabe establecer una clasificación de las emociones teniendo en cuenta,
precisamente, su relación con el tiempo.
Resumiendo de nuevo en cuatro trazos la génesis de cualquier afecto humano, habría
que comenzar por decir que en su base se encuentran los distintos apetitos o
tendencias, aislados o, con más frecuencia o prácticamente siempre, en conjunción y
mutua interdependencia. Y que es precisamente la variación en esas tendencias o
inclinaciones, así como la actividad o actividades que desencadenan, lo que provoca los
afectos y emociones en sus muy distintas modalidades.
Exponemos, pues, casi como esquema:
1. Sentimientos antecedentes
En primer término, con la captación o la anticipación pensada, recordada o imaginada
de un concreto bien, se despierta la correspondencia tendencia, originando o, al menos,
incoando un deseo.
65
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Semejante deseo adquiere configuraciones propias, a tenor de su objetivo: desde el


hambre, pasando por el ejercicio de la sexualidad, hasta el afán de ayudar al prójimo,
de plasmar artísticamente una idea o una emoción, de comprender mejor un aspecto
de la vida o del mundo que nos rodea, de hacer del conjunto de nuestra existencia algo
de provecho, que merece la pena ser vivido…
La percepción de ese deseo, incluso solo iniciado, constituye ya un sentimiento, al
menos en germen. Uno advierte que algo está pasando en él, aunque a veces sea
simplemente a modo de inquietud no definida (in-quietud = no reposo = algo pasa, se
mueve en mí).
Podríamos denominarlo sentimiento o emoción antecedente… respecto a la actividad a
la que por lo común dará origen o a la queinclina, al menos de manera implícita.
2. Sentimientos concomitantes
Llegados aquí, y de forma más o menos consciente, la persona en cuestión decide
proseguir o no ese impulso, con las mil posibilidades emotivas que se encuentran
aparejadas a todo ello.
En efecto, a partir de este instante sus sentimientos irán variando, por ejemplo:
2.1. Conforme se advierta o no capacitado para salir airoso de la empresa, en función
de las experiencias anteriores o simplemente del modo cómo en este preciso instante
calibre sus fuerzas.
Si se ve impotente para enfrentarse con el problema, podría experimentar
una sensación:
2.2. De nostalgia ante el recuerdo de situaciones similares, en las que resultó
triunfante, acompañada por la serena aceptación de la incapacidad para superar
ahora la prueba… o por la rebelión ante semejante impotencia.
2.3. De ambición altruista o centrada en sí mismo.
2.4. De espíritu de servicio, de revancha…
Todos estos sentimientos o emociones acompañan al proceso entero de consecución del
objetivo (o al recuerdo de la renuncia a llevarlo a cabo, mientras permanezca en la
memoria), y van adquiriendo irisaciones, intensidades y modalidades muy diversas en
el desarrollo, más o menos dilatado, del conjunto de actividades, también en función de
los resultados que se vayan obteniendo, del cansancio o la satisfacción personales,
etcétera.
Cabría calificarlos —decíamos— como sentimientos concomitantes.
3. Sentimientos subsiguientes, consecuentes o finales
Supuesto que se decida dar pábulo al deseo inicial y se hayan puesto los medios para
lograr lo que se anhela, el resultado puede ser, en esencia, doble.
Si se consigue lo deseado, o mientras se va acercando a ello, surgen asimismo multitud
de posibilidades, emotivas y de acción:
3.1. La satisfacción noble y proporcionada al éxito, que de inmediato da paso a la
siguiente actividad.
3.2. El recreo excesivo en lo ya obtenido, reforzado, disminuido o malogrado por el
reconocimiento de quienes nos rodean o por su ausencia.
66
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

3.3. Un sentimiento, adecuado o no, de insatisfacción: porque lo podríamos haber


hecho mejor, porque es poco para lo que uno pensaba y los demás se merecen…
3.4. … y cientos de posibilidades más.
Por el contrario, si no se logra lo que se perseguía, en general sobreviene cierto
desencanto, que puede cristalizar negativamente o transformarse en ocasión de
desarrollo y maduración personal.
Como se apuntaba, a este género de sentimientos, nacidos como resultado terminal de
nuestras actividades para alcanzar un bien, podríamos
denominarlos finales o subsiguientes.
En cierto modo, las emociones o estados de ánimo subsiguientes son los más decisivos
en la vida de un ser humano; y, en particular, los que más mueven a las personas a
obrar de un modo u otro o a no actuar en absoluto. Por experiencia, cada quien va
sabiendo lo que muy probablemente experimentará según responda o no a la
inclinación inicial que se ha desencadenado; y el deseo o el rechazo de ese estado
terminal, según que le haga sentirse bien o mal, lleva con frecuencia a comportarse de
un modo u otro.
Capacidad de soportar y superar la frustración
Para terminar, tal vez convenga advertir que nos encontramos ante uno de los puntos-
clave de la educación de la afectividad en la época presente… y de la felicidad o
infelicidad de nuestros contemporáneos.
1. El resultado emocional de un fracaso, en un contexto cultural de competitividad no
controlada, puede marcar hondamente, para bien o para mal, a la persona que lo
experimenta.
2. Esto depende, en gran medida, de nuestra actitud ante él; o, siendo más explícitos,
de la menor o mayor capacidad para encajarlo, así como para afrontar las
contrariedades, el simple rechazo del propio punto de vista u opinión…
Todo lo anterior se sitúa dentro de un amplio horizonte, en el que caben:
2.1. Desde la comprensión de que los obstáculos forman parte ineludible de la vida
humana y constituyen ocasiones de crecimiento interior…
2.2. … hasta la necesidad absoluta de afirmación ante los otros, que convierte esos
aparentes descalabros en depresiones más o menos profundas o pasajeras, en
desencanto ante la propia existencia, en envidias y rencores, etc.
Así lo explica Lukas:
… lo que la vida nos ofrece es irrelevante: alegría o dolor, afecto o rechazo, elogio o
crítica. Lo relevante es siempre nuestra forma de reaccionar a todo esto y lo que sale
de nosotros. Lo esencial es larespuesta que damos a un suceso, ya sea este edificante o
decepcionante; una respuesta que nosotros mismos debemos determinar y de la que
debemos responsabilizarnos. Nadie se “hunde” solo por una frustración, pero mucha
gente con reacciones negativas a las frustraciones cae en desgracia porque […] da
continuidad a un contrasentido en vez de afrontarlo con sensatez [16] .
Y añade:
El hombre, la humanidad, no puede vivir sin una orientación hacia unos ideales, pero
67
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

esto es precisamente lo que crea tensión. Hay que poder luchar, hay que poder
esperar, es decir, se hace necesaria una tolerancia de la frustración y esa tolerancia
debe ser educada. Pero la educación actual, preocupada ante todo por minimizar la
tensión, hace que uno se acostumbre directamente a una intolerancia de la frustración,
una especie de, si se me permite, debilidad inmunológica de la psique [17].
·- ·-· -······-·
Tomás Melendo y Valentina López Coronado

[1] Gadda , Carlo Emilio, Meditazione milanese, Einuadi, Torino 1974, p. 238.
[2] Scheler, Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid 1996, pp. 44-45.
[3] A veces se llama amor a la simple complacencia que experimentamos al conocer
una realidad; así entendido, más que una abstracción, el amor sería el componente
primario tanto del deseo como del gozo, que resulta siempre matizado o coloreado por
uno por otro.
Es lo que recoge esta cita: «Ahora bien, el proceso afectivo de tendencia hacia el bien
consiste en que "un agente natural produce un doble efecto en el paciente, pues
primero le da una forma (amor) y luego el movimiento consiguiente a ella (deseo) […]
el objeto del apetito le da a este, desde un principio, cierta adaptación para con él, que
es la complacencia en el objeto, de la cual se sigue el movimiento hacia él. El
movimiento del apetito se desarrolla en círculo" [ Tomás de Aquino, S. Th., I-II, q. 26,
a 2]» ( Roqueñi , José Manuel, Educación de la afectividad, Eunsa, Pamplona, 2005, p.
34).
[4] Aversión: no quiero ver a esa persona, asistir a esa reunión…; tristeza: me ha sido
imposible evitar esas situaciones, estoy pasándolo mal y deseando que se acaben.
[5] Bossuet , Tratado del conocimiento de Dios y de sí mismo, c. I. Cit. por Scheler,
Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid 1996, pp. 67.
[6] Pithod, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos Aires
2006, p. 101.
[7] Lersch, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona 1971, p. 256.
[8] Gadda , Carlo Emilio, Meditazione milanese, Einuadi, Torino 1974, p. 238.
[9] Gadda , Carlo Emilio, Meditazione milanese, Einuadi, Torino 1974, p. 238.
[10] Scheler , Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid 1996, pp. 67-69.
[11] Scheler , Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid 1996, pp. 67-69.
[12] Philippe , Jacques, La libertad interior, Rialp, Madrid 3ª ed. 2004, p. 122.
[13] Philippe, Jacques, La libertad interior, Rialp, Madrid 3ª ed. 2004, p. 122, nota 15.
[14] Lersch, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona 1971, p. 256.
[15] Lersch, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona 1971, p. 256.
[16] Lukas, Elisabeth, Libertad e identidad. Logoterapia y problemas de adicción,
Paidós, Barcelona, 2005, pp. 81-82.
[17] Lukas, Elisabeth, Paz vital, plenitud y placer de vivir, Paidós, Barcelona, 2001, p.
37.
Elogio de la afectividad (5): El ambiguo valor de las emociones
68
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

por Tomás Melendo y Antonio Porras


Se establecen una suerte de criterios, que nos permitan distinguir cuándo y con qué
condiciones la afectividad sirve de apoyo al desarrollo personal y cuándo, por el
contrario, constituye más bien un freno para lograr tal plenitud y la consiguiente
dicha.
I. A modo de conclusión provisional
Introducción
Quizás nada como estas palabras de Ricardo Yepes para resumir lo expuesto hasta
ahora y preparar el balance anunciado:
Los sentimientos son importantes, y muy humanos, porque intensifican las
tendencias. El peligro que tenemos respecto de ellos es más bien un exceso en esta
valoración positiva, el cual conduce a otorgarles la dirección de la conducta, tomarlos
como criterio para la acción y buscarlos como fines en sí mismos: esto se
llama sentimentalismo, y es hoy corrientísimo, sobre todo en lo referente al amor[1] .
Como podemos ver, encontramos en este juicio:
1. Una afirmación sin reservas de la enorme importancia de la vida afectiva.
2. Una exposición sencilla y somera del papel de los sentimientos: aumentar la eficacia
de las tendencias que nos conducen a obtener nuestro fin como personas.
3. Una denuncia del riesgo que corremos hoy día… que es justo el que anunciamos en
los primeros pasos de este estudio.
Sentimentalismo
Tal vez recuerde el lector que las páginas inaugurales de este conjunto de escritos
insinuaban que la hipertrofia o aprecio desmesurado de las emociones se veían
agravados por el hecho de que bastantes profesionales del obrar humano —
psiquiatras, psicólogos, filósofos, pedagogos, educadores…— conceden carta de
ciudadanía y refrendo científico a este modo de encarar la propia existencia, presidida
de manera casi absoluta por los sentimientos.
1. Así ocurre en cuestiones globales y de notable envergadura, como la desmesurada
importancia que se otorga a una mal entendida autoestima, a un equivocado
sentimiento de la propia valía, con sus ventajas… y con las confusiones y peligros que
hemos estudiado en otros lugares [2] .
2. En la búsqueda del placer y, más todavía, en la huida a toda costa del dolor y
sufrimiento.
Es este, en la civilización que nos acoge, uno de las caracteres más patentes y, a la par,
más demoledor, pues paradójicamente consigue el efecto contrario al que persigue: un
aumento del malestar, de visitas al psicólogo y al psiquiatra, etcétera.
Podemos considerarlo en tres pasos.
2.1. De manera aún genérica, sostiene Frankl:
… el placer no puede ser “intentado”, es decir, ser objeto de un intento, sino que ha de
resultar, venir espontáneamente sin ser perseguido directamente, quiero decir, ha de
derivarse en el sentido de una consecuencia. Porque cuanto más uno se esfuerza en
buscar el placer, tanto más se aleja del mismo. El placer elevado a principio, y
69
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

mantenido consecuentemente como tal, fracasa en sí mismo, porque a sí mismo se


cierra el camino. Cuanto más ansiosamente buscamos algo, tanto más dificultamos el
conseguirlo. Y si antes decíamos que la angustia realiza aquello mismo que teme,
ahora podemos decir que el deseo vivido con excesiva intensidad ahoga aquello mismo
que tanto anhela [3] .
2.2. De forma más concreta y aplicada a nuestros días, lo explica Edith Weisskopf-
Joelson, profesora de Psicología en la Universidad de Georgia:
nuestra actual filosofía de la higiene mental enfatiza la idea de que las personas
deberían ser felices, por ello la infelicidad resultaría un síntoma de desajuste. Este
sistema de valores puede ser responsable, ante la realidad de la infelicidad inevitable,
del incremento del sentimiento de desdicha por el hecho de no ser plenamente feliz [4] .
2.3. Y yendo ya hasta el mismo núcleo de la cuestión, sostiene Bruckner:
… el hombre de hoy en día sufre también por no querer sufrir, igual que podemos
enfermar a fuerza de buscar la salud perfecta. Por otra parte, nuestra época cuenta
una extraña fábula: la de una sociedad entregada al hedonismo a la que todo le
produce irritación y le parece un suplicio. La desdicha no solo es la desdicha, es algo
peor: el fracaso de la felicidad [5] .
3. El desmesurado predominio de los sentimientos se manifiesta asimismo en la
relevancia que ha adquirido el concepto de calidad de vida, también falsamente
interpretado —con distintos matices— como mero bienestar físico-psíquico, o incluso
simplemente físico… pensando que este es la raíz del equilibrio psíquico y espiritual.
¿Resultados? Entre muchos otros, «tabaco-fobia» desproporcionada, obsesión
auténtica, y a veces letal, por una dieta sana, por mantenerse en forma… origen
incluso de enfermedades, como la anorexia o la bulimia, la vigorexia y bastantes más.
4. Dentro de la familia, ámbito principal de la forja de caracteres, semejante huida del
dolor vicia a veces el proceso educativo.
Los padres, por motivos no siempre conscientes, a menudo inconfesables y nunca
atinados, se plantean como objetivo supremo el evitar contrariedades y sufrimientos a
sus hijos, adelantándose a sus caprichos y satisfaciendo todo lo que les demandan: el
resultado suelen ser jóvenes carentes del vigor e imperio sobre sí mismos, incapaces de
resistir más tarde a las solicitaciones del ambiente y soportar el más leve contratiempo.
Y es que, según explica Pithod,
… el alternarse de las experiencias placenteras y desagradables es […] un factor de
importancia primaria en el desarrollo de la vida afectiva (y aun del pensamiento y de
la acción). Spitz afirma que el disgusto constituye para la maduración una experiencia
tan importante como la del placer y condena los criterios de educación del niño
inspirados en la absoluta gratificación, incluso en el primer año de vida [6] .
5. Una última manifestación de este desorden es la costumbre de establecer la valía de
una persona en función exclusiva de sus buenos sentimientos.
Y así, se oyen a menudo frases del estilo: «mi hijo (o mi nieto… o mi sobrino) es
buenísimo; lo que ocurre es que no estudia».
Ante lo que a menudo se experimenta una fuerte inclinación a corregir: «lo siento,
70
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

señora (o señor, tanto da), pero si su hijo no cumple con una de sus principales
obligaciones, la de estudiar, será bondadoso o bonachón o buenecito ¡o como prefiera
llamarlo!; pero, desde luego, nunca podrá convencerme de que es “bueno”, si esta
afirmación pretende tener algún sentido serio» [7] .
6. El peligro que todo lo anterior lleva consigo resulta patente en estas nuevas palabras
de Yepes:
La conducta no mediada por la reflexión y la voluntad, es decir, la conducta apoyada
únicamente en los sentimientos, el sentimentalismo, produce insatisfacción con uno
mismo y baja autoestima: adoptar como criterio para una determinada conducta la
presencia o ausencia de sentimientos que la justifican genera una vida dependiente de
los estados de ánimo, que son cíclicos y terriblemente cambiantes: las euforias y los
desánimos se van entonces sucediendo, sobre todo en los caracteres más sentimentales,
ya la conducta no responde a un criterio racional, sino a cómo nos sintamos. El
ejemplo más claro son “las ganas”(de estudiar, de trabajar, de discutir, de dar
explicaciones, etc.). Las ganas como criterio de conducta no conducen a la
excelencia… [8]
II. Sobre sentimentalismos, subjetivismos y egoísmos
La inmersión en el yo
Para hacer frente a la situación descrita, en lo que tiene de mejorable, y para sacar
todo el partido posible a sus aspectos de más valor, debemos intentar conocer sus
causas más íntimas.
Existen unas afirmaciones de von Hildebrand que nos sitúan tras la pista correcta. Él
las atribuye a ciertos «enfermos de sentimentalismo», pero tal vez describan el tono
general de nuestra época… enferma precisamente de sentimentalismo.
Von Hildebrand explica que existen dos modos fundamentales de vivir mal la
afectividad. Y añade que, frente a lo que en sus tiempos solía calificarse
como histeria y hoy normalmente como neurosis, que es el primero de ellos,
… otro tipo de falta de autenticidad afectiva está causado por una profunda
inmersión en uno mismo. Este tipo no es retórico, no es dado a frases ampulosas y no
se deleita en la declamación y en la gesticulación de respuestas afectivas, pero disfruta
del sentimiento en cuanto tal. El rasgo específico de esta falta de autenticidad estriba
en que, en lugar de centrarse en el bien que nos afecta o que origina una respuesta
afectiva, la persona se centra en su propio sentimiento. El contenido de la experiencia
se desplaza de su objeto al sentimiento ocasionado por el objeto. El objeto asume así el
papel de un medio cuya función es proporcionarnos cierto tipo de sentimiento. Un
típico ejemplo de esa falta de autenticidad introvertida lo constituye la persona
sentimental que goza conmoviéndose hasta las lágrimas como medio de procurarse un
sentimiento placentero. Mientras que “conmoverse”, en su sentido genuino, implica
“concentrarse” (being focused) en el objeto, en la persona sentimental
[sentimentaloide, diría yo] el objeto queda reducido a la función de un puro medio que
sirve para originar la propia emoción. Lo que debería ser algo que nos afecta
intencionalmente, queda así degradado a un puro estado emocional originado o
71
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

activado por un objeto [9] .


Formularemos, entonces, no sin cierta prevención, la pregunta clave: ¿qué
característica del mundo contemporáneo deja una huella más profunda en el modo de
(mal)-entender y (mal)-vivir la afectividad?
Dicho en pocas y muy graves y un tanto ofensivas palabras, aunque sin afán de
molestar a nadie, lo que hay es un predominio exacerbado del yo, una especie de
egocentrismo (y egolatría y, a veces, egoísmo) disparatado y universal, que contraría a
lo más elevado del ser humano —que, por su condición de persona, se encuentra
llamado a amar a los demás y entregarse a ellos— y llega a producir, por eso, incluso
enfermedades mentales severas.
El testimonio de la medicina
No extraña, entonces, que la escuela de psiquiatría varias veces mencionada —la
logoterapia, fundada y dirigida durante años por Viktor Frankl— haya acentuado,
con notable insistencia, la necesidad de poner remedio a este desenfoque: la
conveniencia absoluta de recuperar la grandeza de nuestra condición de personas, es
decir, de apartar la mirada y la atención del propio ego para dirigirlas hacia el entorno
y, muy en particular, hacia las personas que nos rodean.
Por la enorme relevancia existencial del problema, se aducen algunos ejemplos
textuales, entre muchísimos posibles, respecto a la actitud adecuada a la persona
humana, para desarrollarse como tal e incluso para no enfermar psíquicamente:
1 . Del propio Frankl:
La segunda capacidad humana, la de la auto-trascendencia, denota el hecho de que el
ser humano siempre apunta y se dirige a algo o alguien distinto de sí mismo —para
realizar un sentido o para lograr un encuentro amoroso en su relación con otros seres
humanos—. Solo en la medida en que vivimos expansivamente nuestra
autotrascendencia, nos convertimos realmente en seres humanos y nos realizamos a
nosotros mismos.
Esto siempre me hace recordar el hecho de la capacidad del ojo de percibir
visualmente el mundo que le rodea, la que irónicamente es consectaria de su
incapacidad para percibirse a sí mismo. Cada vez que el ojo ve algo de sí mismo, su
función está perturbada. Si yo estoy afectado por una catarata, veo una nube —mi ojo
ve su propia catarata—. O si estoy afectado por un glaucoma, veo un halo como el arco
iris alrededor de las luces, es como si mi ojo percibiera la tensión ocular aumentada
producida por el glaucoma. El ojo que funciona normalmente no se ve a sí mismo, no
se percibe a sí mismo.
Análogamente, nosotros somos humanos en la medida que somos capaces de no vernos,
de no notarnos y de olvidarnos de nosotros mismos dándonos a una causa para servir,
o a otra persona para amar. Sumergiéndonos en el trabajo o en el amor, nos estamos
trascendiendo, y por tanto nos estamos realizando a nosotros mismos [10] .
2 . De nuevo de Frankl:
En el Diario de un cura rural, de Bernanos, hay una bella frase que dice: “Odiarse es
más fácil de lo que parece; la merced auténtica consiste en olvidarse de sí”.
72
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Si se nos permite modificar esta afirmación, podremos decir algo que tantas personas
neuróticas no son lo suficientemente capaces de recordar: mucha más importante que
despreciarse en demasía o considerarse en exceso sería olvidarse completamente de
uno mismo, es decir, no pensar nunca más en sí mismo y en todas las circunstancias
interiores, sino estar interiormente entregado a una tarea concreta cuya realización se
encuentra personalmente reservada y restringida a cada uno.
No nos liberamos de nuestras dificultades personales examinándonos a nosotros
mismos ni mirándonos al espejo, sino renunciando a nosotros mismos a través de la
entrega a una cosa merecedora de tal obra[11] .
3 . De E. Lukas, probablemente quien mejor ha entendido, proseguido… y tal vez
superado a Frankl:
La persona que encuentra un sentido en la vida —sea esta agradable o desagradable—
no se interesa por los efectos aparentes de un entusiasmo artificial creado por el
alcohol o las drogas o de un apaciguamiento postizo salido de una caja de pastillas. Lo
que le interesa a esta persona no es otra cosa que lo real, los valores reales, las
pérdidas reales, el mundo transpsíquico y no las frustraciones intrapsíquicas que,
dicen, hay que quitarse de encima lo antes posible [12] .
4 . Y otra vez Lukas, pero citando a su maestro:
Por tanto, todo desarrollo sano de la identidad requiere un “salto” del auto-
olvido embriagador al auto-olvido natural y abnegado. Pero ¿qué aporta este salto? La
respuesta, como suele suceder en la vida, es relativamente sencilla: aporta el
conocimiento de que la realidad es más importante que su aceptación por parte de
nuestros sentimientos; que esta realidad sigue existiendo incluso cuando huimos de ella
para refugiarnos en otro sitio; que se trata de la realidad que nos rodea porque ella es
el material del impulso creativo que nos mueve desde tiempos inmemoriales; y que no
podemos escabullirnos de intervenir constructivamente en la realidad, por bueno o
malo que sea nuestro estado de ánimo en cada momento.
Quizá sea un discurso duro, pero esconde una sabiduría que Viktor E. Frankl reflejó,
por ejemplo, en estos dos breves fragmentos.
No cabe duda de que, al fin y al cabo, siempre es mejor experimentar un malestar y
que los médicos nos aseguren que no hay nada fisiológico detrás. Siempre será mejor
que el caso contrario, es decir, no notar nada y, sin embargo, arrastrar una lenta
enfermedad latente […].
Paciente: Todo me parece vacío, sin sentido.
Frankl: ¿Qué es lo que cuenta para usted, la manera como le parecen las cosas, o sea,
vacías o llenas… o más bien lo que cuenta para usted es que todo sea importante?
La argumentación de Frankl es obvia. Por supuesto, siempre es mejor no estar
enfermo aunque uno se sienta enfermo (como les sucede a los hipocondríacos) que
estar enfermo y no notarlo (de momento). Siguiendo la misma lógica irrefutable,
también es mejor acometer algo con sentido y sentirse (de momento) miserable (como
en el “salto al auto-olvido natural y abnegado”) que hacer algo carente de sentido y
sentirse de maravilla (por ejemplo, al consumir drogas). Por tanto, el mensaje que una
73
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

ayuda eficiente para adictos deberá transmitir es el siguiente: el ser tiene preferencia
sobre cualquier ilusión emocional.
Y, simultáneamente, de manera inadvertida y espontánea, se producirá el milagro de
la obtención de identidad… [13]
III. Emotividad fecunda y emotividad desbocada
El subjetivismo engendra sentimentalismo
Todo lo anterior se encuentra resumido en esta breve sentencia de Max Scheler, que
compendia en pocas palabras lo que constituye la sublime dignidad de la persona:
Solamente quien quiere perderse a sí mismo en una cosa [en una tarea, en otra
persona, diríamos mejor] puede lograrse auténticamente a sí mismo [14] .
Palabras decisivas, que iluminan el tema que nos ocupa —la afectividad y su
crecimiento incontrolado—, con solo advertir que la prioridad absoluta y desaforada
concedida al yo provoca los siguientes efectos:
1. Exacerba la proliferación de sentimientos, que se multiplican sin fin y se
transforman en el centro de nuestra atención.
2. Incrementa de forma desmesurada la importancia que se les concede.
3. Y desemboca de manera casi inevitable en sentimentalismo o sensiblería, con todas
las connotaciones que ello lleva consigo.
Es lo que explica, con fundamento en largas horas de trato con los enfermos mentales,
Cardona Pescador:
Cuando el hombre se obsesiona —y hoy es muy frecuente este tipo de obsesión— por
hacerse “autónomo”, desligado de toda vinculación o dependencia que considera
“alienante”, pierde su conexión con la verdad objetiva, y la consecuencia de esta
actitud, es la angustia de sentirse inmerso en un mundo vacío de valores. Ese hombre,
desconectado de la realidad, no hace más que buscar continuamente algo estable, un
valor perdurable, escoge como único criterio sus sensaciones subjetivas y las
absolutiza. El enquistamiento en su propio “yo” le conduce a no saber salir de sí
mismo, absolutiza su propio vivir, busca lo agradable y elude todo lo desagradable. Así
el principio del placer es elevado a la categoría de principio supremo.
El egocentrismo absolutiza su propio yo y, en vez de tomar el lugar que le corresponde
en el sistema universal de relaciones, se hace a sí mismo centro del mundo y tiende
fatalmente a construir una jerarquía de valores dictada por sus sensaciones
inmanentes. Así como el sentido de la vida dice Igor Caruso solo se revela por la
adhesión a una jerarquía de valores estables, así se oscurece más y más por el
subjetivismo consiguiente a la precaria apoyatura en el propio yo.
Así, el criterio fundamental de valoración se deposita en la sensación, en la búsqueda
de placer, que continuamente necesita nuevas comprobaciones. Tomar el placer como
criterio de vida conduce forzosamente a un profundo disgusto y a la tristeza [15] .
¿Que cómo me siento?
Para intuir el peligro que engendra la actitud recién dibujada —el sentimentalismo—,
de momento bastaría rememorar que los sentimientos, afectos, emociones, etc., son
siempre percepción del estado en que se encuentra el propio yo —o alguno de
74
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

sus componentes, que redunda en los restantes—, aunque sea en relación a otras
personas, situaciones o realidades, o incluso causado o motivado por ellas.
En lo que ahora nos importa, la manifestación de cualquier estado de ánimo comienza
siempre con un «(yo) me siento…» o «(yo) me encuentro…», en los que queda claro
que el primer punto de referencia de la afectividad es uno mismo, el propio yo.
Por poner ejemplos comprensibles, aunque un tanto banales, resulta muy distinto
afirmar:
1. «Me arrebata la belleza de este paisaje», «sí, no me parece mal la puesta del sol» o,
yendo al extremo, «la exposición será preciosa, pero a mí me importa un bledo».
2. Que sostener: «este atardecer es impresionante, aunque hoy no me diga nada», «El
Quijote es la máxima expresión de la novela castellana, por más que algunos no sepan
advertirlo», «la película es fantástica, sin duda, con independencia de cuántos y
quiénes logren apreciarla».
En los tres primeros supuestos, el centro de interés y lo especialmente resaltado,
aunque de distinto modo, es el yo.
En los siguientes, por el contrario, nuestra afirmación recae y subraya un atributo de
la realidad, haciendo pasar a segundo plano, o simplemente omitiendo, nuestra
reacción frente a ella y manifestando de este modo, al menos de manera implícita, que
lo que a mí me suceda o deje de suceder, aunque relevante, no resulta, en fin de
cuentas, lo decisivo.
Que es, como leemos en las citas precedentes, lo defendido por la logoterapia como
condición de salud mental y perfeccionamiento humano.
Pues… ¡fatal!
Con otras palabras: la prioridad concedida al yo se expresa de manera muy clara en
una atención exagerada a uno mismo y, para lo que nos interesa, en una percepción
obsesiva de cómo me encuentro, de si me siento bien o mal, satisfecho o incómodo,
pletórico o hundido, triunfante o fracasado…; es decir, en una especie de dictadura de
los sentimientos.
Lo cual —aunque dicho con cierto retintín irónico— suele conducir a la hipocondría e
incluso a la neurosis.
1. Como sentenciaba aquel viejo amigo: «si, cumplidos los 40 años, un día te levantas y
no te duele nada, es… que estás muerto»; de ahí que, dentro de unos límites
razonables, resulte preferible levantarse —y seguir levantado— sin atender siquiera a
lo que a uno le duele o le deja de doler, a si ha dormido bien o mal o, simplemente, no
ha dormido, al tiempo que lleva sin sentirse pletórico, etc.
2. Y es que la reiterada inquisición sobre nuestra salud o nuestro bienestar o sobre
nuestra felicidad lleva consigo, de ordinario, el recrudecimiento de las molestias y la
fijación y persistencia del estado de desdicha o depresión.
Nos lo aseguran los especialistas en salud mental. Allport, por ejemplo, asevera:
A medida que el foco del problema se reorienta hacia objetivos ajenos al yo del
paciente, la vida en su totalidad se vuelve más plena de sentido [16] .
Algo parecido, pero más concreto, sostiene Lukas:
75
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Es un hecho largamente demostrado que el exceso de introspección resulta perjudicial.


El ser humano se caracteriza por tener una naturaleza volcada hacia el mundo. Si se
pega a su ego de manera hipocondríaca, cae en la vorágine de miedos propia de una
criatura desvalida, mientras que la abundancia de valores salvadora desaparece
literalmente de su alrededor. La psicología también nos enseña que las personas que
no se gustan están permanentemente dedicadas a sí mismas, mientras que las que, por
así decirlo, están de acuerdo consigo mismas apenas reflexionan sobre ellas. ¡Ignórate
y te tendrás en cuenta! La consideración se traslada hacia el yo en cuanto uno no está
seguro de sí mismo, desconfía de sí mismo o no se cree a sí mismo [17] .
Y, la misma doctora, con expresión aún más directa:
Un número de dificultades en la vida normal —enfermedades psicosomáticas,
paranoia o fijación de un pensamiento—, existen mientras les prestemos atención,
empeoran si cavilamos sobre ellas […], pero desaparecen cuando son ignoradas [18] .
Pero también lo descubren la experiencia y el sentido común:
2.1. Pues, por más que a los jóvenes les resulte casi imposible de imaginar, es muy
difícil que en la vida de un adulto madurito no haya algo, en cualquiera de los terrenos
de su existencia, que vaya mal o, cuando menos, no del todo bien.
2.2. Por eso, si se pone a buscarlo, no hay duda de que lo encontrará y
ese hallazgo multiplicará sus dolencias físicas o psíquicas o ambas, mutuamente
realimentadas, en una especie de espiral, cuyo término puede ser… el psiquiatra o el
cementerio (elija cada cual lo más libremente que pueda, si es que, ante las opciones
ofrecidas, le quedan ganas de escoger).
De nuevo con palabras de Lukas:
Las personas que viven constantemente preocupadas por su bienestar, nunca se
sentirán bien, y aquellas que continuamente se observan buscándose síntomas de
enfermedad, ya están enfermas.
Las personas psicológicamente sanas también tienen problemas, pero limitan sus
preocupaciones a aquellos sobre los que pueden ejercer algún control; e intentan
trascender sus metas, cambiando de actitud, cuando se enfrentan con una situación
difícil, inalterable [19] .
Y el sentimentalismo engendra egoísmos
Habíamos llegado a esta conclusión casi sin quererlo, en el intento de poner título a
este parágrafo, cuando nos encontramos con las siguientes palabras de Lukas:
Una vez, visité un hogar para niños con severo retraso mental, en compañía de dos
estudiantes. Uno de ellos comentó: ¡“Qué terrible! ¡Cómo sufren estos pequeños! Yo
nunca podría trabajar aquí”. El otro dijo: “Bueno, si supiera que no hay suficientes
ayudantes disponibles, no me importaría trabajar aquí, porque se necesita mucho
apoyo y amor”. Ambos eran compasivos, pero el primero pensó en sus propios
sentimientos, el otro acerca del bienestar de los niños. Si nos damos cuenta de que
somos necesarios, crece nuestra fuerza para superarnos, pero si nos concentramos en
averiguar si esas energías son suficientes, atendemos más a nuestras debilidades y nos
sentimos frustrados [20] .
76
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Si nos paramos a reflexionar sobre este asunto, advertiremos hasta qué extremos la
primacía de lo subjetivo-sentimental impregna casi toda la vida contemporánea, en la
esfera pública y en la privada… y cuán desproporcionada resulta la preponderancia
de lo mío sobre lo del resto.
1. Por ejemplo, aunque existan gloriosas excepciones y aunque con frecuencia se
afirme lo contrario, lo habitual —considerado culturalmente— es que el propio interés
se imponga al bien común, en el ámbito personal-familiar, nacional e internacional:
expresiones del tipo «yo paso» o «ese es tu/su problema», dejan bien al descubierto el
núcleo de la cuestión.
2. Y ya en los dominios afectivos, es fácil comprobar que a muchos de nosotros nos
importa más cómo nos sentimos al hacer o dejar de hacer algo que si lo realizado es
bueno o malo, resulta beneficioso o perjudicial para los otros.
3. Más todavía, bastantes de nuestros contemporáneos no tienen otro criterio para
calificar algo como bueno o malo que la repercusión sentimental-afectiva que
experimentan en sí mismos: el modo como se sienten al verlo, considerarlo, realizarlo,
repudiarlo, etc.
(Según comentaban unos buenos amigos, una visita guiada a China —las visitas a
China solo pueden ser guiadas— es tal vez lo que mejor ponga de manifiesto la
tendencia, establecida gubernamentalmentey, según ellos, plena y libremente
aceptada por los ciudadanos —¡al menos, por los guías!—, a centrarlo todo en el
propio bienestar).
Una afectividad desbocada
Que todo lo anterior se deriva de una incorrecta comprensión y de un uso defectuosos
de la afectividad se atisba —¡por contraste: porque en la actualidad no se atiende al
«objeto» o «causa», o «motivo», sino a la pura emoción en sí!— en esta idea capital de
von Hildebrand, que concreta y da su forma definitiva a cuestiones antes esbozadas:
Quizá la razón más contundente para el descrédito en que ha caído toda la esfera
afectiva se encuentra en la caricatura de la afectividad que se produce al separar una
experiencia afectiva del objeto que la motiva y al que responde de modo significativo.
Si consideramos el entusiasmo, la alegría o la pena aisladamente, como si tuvieran su
sentido en sí mismas, y las analizamos y determinamos su valor prescindiendo de su
objeto, falsificamos la verdadera naturaleza de tales sentimientos. Solamente cuando
conocemos el objeto del entusiasmo de una persona se nos revela la naturaleza de ese
entusiasmo y especialmente “su razón de ser”. Como dice San Agustín: “Finalmente
nuestra doctrina pregunta no tanto si uno debe enfadarse, sino acerca de qué; por qué
esta triste y no si lo está; y lo mismo acerca del temor” (La Ciudad de Dios, 9, 5) [21] .
Concluimos con unas nuevas palabras de Scheler, también en esta ocasión necesitadas
de ciertas correcciones, pero certeras en lo que atañe a la esencia de su mensaje, que
me permito poner en cursiva.
En contra del uso más habitual de las expresiones, que rechaza como desviación
desordenada el amor propio, mientras que considera neutro el mero amor de sí,
Scheler distingue entre un legítimo amor propio y un ilícito e incorrecto amor de sí, y
77
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

afirma de este último:


En el amor de sí mismo lo vemos todo, incluso a nosotros mismos, con “nuestros” ojos,
y referimos todo lo dado, inclusive nosotros mismos, a nuestros estados afectivos
sensibles […]. Podemos, por tanto, movido por él, hacer de nuestras más elevadas
potencias, actitudes, fuerzas […] esclavos de nuestro cuerpo y sus estados. Cubiertos y
arropados por un tejido de abigarradas ilusiones, entretejido con insensibilidad,
vanidad, codicia y orgullo, lo aseguramos todo en el amor a nosotros mismos… [22]
Es decir, como hemos explicado en otros lugares, cada cual convierte el amor con que
se quiere en fundamento y raíz de la bondad o maldad de cualquier otra persona o
cosa: si me proporciona un beneficio las torno buenas; si me perjudica, por ese mismo
y exclusivo motivo se transforman en negativas y malas.
Pero con ello entraríamos en un tema amplísimo, que no es posible abordar de
momento.
·- ·-· -······-·
Tomás Melendo y Antonio Porras

[1] Yepes Stork, Ricardo, Fundamentos de antropología, Un ideal de la excelencia


humana, EUNSA, Pamplona 1996, p. 59.
[2] Cfr. < Melendo, Tomás, Felicidad y autoestima, ya citado.
[3] Frankl, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 75-76.
[4] Cit. por Frankl, Viktor, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2004, p.
135-6.
[5] Bruckner , Pascal, La euforia perpetua. Sobre el deber de ser feliz, Tusquets
Editores, Barcelona 2001, p. 18.
[6] Pithod, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos Aires
2006, p. 132.
[7] Si se añade: «mi marido es muy bueno, pero no trabaja»… normalmente no hacen
falta más explicaciones.
[8] Yepes Stork, Ricardo, Fundamentos de antropología, Un ideal de la excelencia
humana, EUNSA, Pamplona 1996, pp. 62-63.
[9] Hildebrand, Dietrich von, El corazón, Ed. Palabra, Madrid 1997, pp. 41-42.
[10] Frankl, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 26-27.
[11] Frankl , Viktor, Die Psychotherapie in der Praxis. Eine kasuistische einführun für
Ärzte, Piper, Munich, 3ª ed., 1995, p. 229; la traducción es mía.
[12] Lukas, Elisabeth, Libertad e identidad. Logoterapia y problemas de adicción,
Paidós, Barcelona, 2005, pp. 18-19.
[13] Lukas, Elisabeth, Libertad e identidad. Logoterapia y problemas de adicción,
Paidós, Barcelona, 2005, pp. 42-43.
[14] Scheler , Max, Philosophische Weltanschauung, Berlín, 1954, p. 33.
[15] Cardona Pescador, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid 1998, p. 43.
[16] Cit. por Frankl, Viktor, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2004,
p. 148, nota 33.
78
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

[17]< Lukas, Elisabeth, Paz vital, plenitud y placer de vivir, Ed. Paidós, Barcelona,
2001, p. 65.
[18] Lukas, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, pp. 37-38.
[19] Lukas, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, p. 47.
[20] Lukas, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, pp. 60-61.
[21] Hildebrand, Dietrich von, El corazón, Ed. Palabra, Madrid 1997, p. 36.
[22] Scheler, Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid 1996, p. 37.
Elogio de la afectividad (6): La afectividad propiamente dicha
por Tomás Melendo y Carmen Martínez Albarracín
Después de la sumaria aproximación a la vida sentimental realizada en los artículos
que preceden, y en consonancia con lo allí afirmado, se inicia ahora un análisis más
detallado y preciso —y esperamos que más fecundo— de la afectividad.
I. Dimensiones humanas desatendidas
Como apuntamos en su momento, para entenderla a fondo, igual que para
comprender muchas de las afirmaciones que irán surgiendo en este y los ensayos
sucesivos, es imprescindible poseer un conocimiento ajustado de la persona humana y,
muy en particular, de su grandeza o dignidad incomparables.
Aunque algunos de esos puntos ya han sido esbozados o saldrán de nuevo a colación,
aconsejamos, para quien lo necesite, la lectura o el estudio de algún tratado de
conjunto sobre la persona [1] .
El hombre redivivo
Dentro de tal contexto, y por los motivos que a continuación se esbozarán, concedemos
una muy especial relevancia a la afirmación y el análisis de los distintos niveles de
sentimientos que se dan de ordinario en el ser humano, frente a la pretensión casi
generalizada, al menos hasta hace cierto tiempo y en la mayoría de los autores, de que
la vida afectiva se desarrolla exclusiva o muy fundamentalmente en un solo plano —el
psíquico—, que serviría de enlace o bisagra entre las dimensiones sensibles y las
propiamente espirituales, en las que, por consiguiente, no habría ni afectos, ni
emociones o sentimientos, ni estados de ánimo…
Y lo estimamos de importancia extrema porque el planteamiento más común —
afectividad-psiquismo… y para de contar—, no hace justicia a la condición ni a
la grandeza de la persona humana, por lo que, en fin de cuentas, resulta erróneo y
plantea aporías insolubles desde el punto de vista teórico y problemas vitales difíciles o
imposibles de superar.
Vale la pena leer esta extensa cita de Pithod, que ayuda a comprender bastante bien, y
de manera intuitiva, todo lo que hemos perdido y en este artículo intentamos
recuperar:
1. La unidad del ser humano, encarnada simbólicamente en el corazón
Con el corazón es con el que se acaba de entender, porque en él se junta el saber y el
79
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

sentir; el saber y el sentir de los sentidos y el saber y el sentir del espíritu. El saber y el
sabor de la sabiduría. El corazón es, en efecto, sede de la sabiduría por causa de este
encuentro. Porque en él se junta la cogitativa y la razón, la ratio particular y la ratio
abstractiva, la afectividad sensible y la afectividad espiritual. ¿A quién se le pudo
ocurrir que el espíritu no sentía, que no tenía afectos, que solo sentían los sentidos?
¿Acaso el amor es solo el amor sensible? ¿Solo amor el concupiscible?
2. Espiritualidad, universalidad y grandeza del amor
El amor es también y sobre todo espiritual. Porque, al fin, todo es amor, el amor es
como la energía sustancial del universo, su energía primordial. Amor, el que mueve el
sol y las estrellas. Amor, la esencia divina. Por eso el que no ama, no entiende. Es a la
razón sin amor a la que Pascal achacaba ser ciega. Por carencia de esprit de
finesse. Pero la razón que ama entiende las razones del corazón y el corazón unido a
ella intelige lo que oscuramente vivencian los afectos.
3. De nuevo la unidad, ahora enriquecida
Así, se comprende que verdaderamente hay un conocimiento afectivo que abarca a
todo el hombre, conocimiento experiencial (vivencial), el más profundo al que nuestra
humana existencia llega. Conocimiento que nos hace uno con lo amado, porque el
amor es unitivum sui: “El amante se transforma en el amado y de algún modo se
convierte en él”. La unión del amor es como la de la materia y la forma, porque el
amor hace que el amado sea la forma del amante… Conocimiento de amor que supera
la antigua rencilla entre razón y corazón, entre el esprit de finesse y el esprit
géométrique, entre ciencia y sabiduría, razón y poesía, meditación y
contemplación, entre inteligencia que conoce y voluntad que ama. En fin, entre
espirituales e intelectuales [2] .
No es cierto, pues, que la vida afectiva se desarrolle exclusiva o fundamentalmente en
un solo plano —el psíquico—, que serviría de enlace o gozne entre las dimensiones
sensibles y las propiamente espirituales.
El espíritu redescubierto
Ni extraña, por eso, que —tras asistir a las clases de Freud y de Adler, y convertirse en
uno de sus más destacados discípulos y colaboradores— Viktor Frankl reaccionara
vivamente contra semejante reducción del hombre, que elimina lo más exclusivo y
elevado de él, lo que propiamente lo caracteriza como persona.
Transcribimos algunas citas al respecto, en espera de desarrollos ulteriores.
El primer testimonio es de E. Lukas, probablemente la mejor discípula de Frankl. La
afirmación no puede ser más neta:
Tras su separación de Adler, Frankl desarrolló una antropología propia cuya
declaración principal rezaba: la persona se caracteriza por una dimensión existencial
(es decir, específicamente humana) que la diferencia del resto de seres vivos y a la que
no se pueden trasladar los diagnósticos del ámbito biopsíquico. Frankl la llamó
dimensión «noética» (del griego nóus: «espíritu», «inteligencia»). A partir de entonces,
sus investigaciones se centraron en cómo fertilizar esta dimensión noética para aliviar
y superar los trastornos mentales [3] .
80
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Siguen unas palabras del propio Frankl, con las que se distancia de forma expresa de
la visión de Freud, tanto la común —que todo pretende reducirlo a sexo— como la de
los auténticos conocedores y expertos, que poseen una visión más certera y matizada.
Según Frankl, y frente a lo que sostiene la psicodinámica, el ser humano no es
arrastrado solo por instintos, sino que también se mueve a sí mismo
por razones o motivos, que apelan a su libertad:
Propiamente hablando, el Psicoanálisis no ha sido nunca pansexualista. Y hoy lo es
menos que nunca. De lo que en realidad se trata es de que el Psicoanálisis, más en
concreto el psicodinamismo, describe al hombre como un ser accionado
exclusivamente por instintos: y el que sea el Yo puesto en acción por el Ello o por un
Super-yo —en otros términos, el que el hombre sea impulsado solo desde abajo o que
lo sea desde abajo y desde arriba— es una cuestión accesoria. Porque en ambos casos
no deja de ser el hombre un ser a quien solo mueven los instintos, un ser cuya esencia
consiste en satisfacer instintos [4] .
Y añadimos otro texto, todavía más explícito, donde Frankl se apoya en la autoridad
de dos de los psiquiatras de más renombre de su época:
Dentro del marco de la antropología psicodinámica se nos ha ofrecido el cuadro de un
hombre accionado solo por instintos, el cuadro del hombre como un ser aplacador de
instintos y tendencias del Ello y del Super-yo, como una esencia orientada al
compromiso entre las instancias conflictuales del Yo, Ello y Super-yo. Este bosquejo
psicodinámico de una imagen del hombre está, sin embargo, en directa oposición ala
idea que la humanidad tiene sobre el ser del hombre, y de un modo particular a su idea
sobre lo que constituye la característica primaria y fundamental del hombre, que es su
impronta espiritual y su orientación a un sentido. Esto es una caricatura, un retrato
que desfigura y deforma la verdadera imagen del hombre, pues —volviendo por
última vez y resumiendo la crítica a la antropología implícita en el psicodinamismo—
en lugar de la primaria orientación del hombre a un sentido se ha puesto su
pretendida determinación por los instintos, y en lugar de su tendencia a los
valores, que tan característica es del hombre, se ha puesto una tendencia ciega al
placer. […]
Mas ahora resulta que, en realidad, todos los instintos están personalizados, asumidos
en y por la persona. Pues los instintos del hombre —en oposición a los del animal—
están siempre invadidos y gobernados en su dinámica interna por el espíritu; todos los
instintos del hombre están siempre incorporados dentro de esta «espiritualidad», de
suerte que no solo cuando los instintos son frenados, sino también cuando se les ha
dado rienda suelta, ha tenido que actuar el espíritu; él ha tenido que decir la última
palabra, o por el contrario, se la ha callado. No impulsan los impulsos a la persona;
estos impulsos están siempre inundados en su ser por la persona; a través de ellos
oímos el eco de su voz. La impulsividad humana está siempre «gobernada de un modo
personal» (W. J. Revers). Indudablemente hay «mecanismos apersonales» en el
hombre (V. Gebsattel), pero no nos está permitido situarlos donde en realidad no
están; no pretendamos buscarlos en el ámbito de lo psíquico, cuando los podemos
81
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

encontrar en el de lo somático [5] .


Más sintético, y tal vez más claro, es el testimonio de Cardona Pescador:
Hoy se impone con urgencia reinstaurar la concepción tridimensional (biológica,
psicosocial y espiritual) del hombre si se quiere evitar los reduccionismos unilaterales
que pretenden dar explicación de las diversas distorsiones psíquicas recurriendo a
determinismos biogenéticos, psicologistas o ambientalistas [6] .
II. Raíces de la afectividad propiamente dicha
Y el surgir de la «afectividad»
Recuperación, por tanto, explícita y consciente, con pleno conocimiento de causa, de
un dominio humano —el noético-espiritual— olvidado y rechazado en aquel entonces
por psiquiatras muy reconocidos.
Y recuperación absolutamente imprescindible para este trabajo, por dos motivos, a
cual más significativo:
1. El primero, que solo en los dominios del espíritu se da la distinción clave entre los
dos tipos de amor que más de una vez hemos mencionado: el amor como sentimiento o
inclinación y el amor como acto o elección, que es el específico y exclusivo de la
persona como tal.
2. El segundo, que esa reconquista de la dimensión superior, junto con la unidad
íntima del hombre —sustentada en el acto personal de ser propio de cada sujeto
humano—, respalda y justifica no solo la orientación de estos escritos, sino hasta su
mismo nombre: Elogio de la afectividad… y no meramente de los sentimientos, de las
emociones, etc., aunque hasta el momento se hayan utilizado casi como sinónimos.
Lo específico de la afectividad
Para esclarecer a qué denominamos afectividad en su sentido más propio, traeremos a
colación una nueva cita de un experto en la materia.
Afirma Roqueñi, en conformidad con lo que a nuestro modo hemos realizado hasta el
presente:
Hasta ahora hemos venido analizando [sobre todo] la noción de pasión como
movimiento que procede de una potencia sensible [7] .
Prosigue, de acuerdo con nuestra propia intención:
Intentaremos, pues, avanzar en su definición considerando la intervención que hacen
las potencias superiores sobre ella [8] .
Y añade:
Así, a partir de ahora no hablamos ya únicamente de pasión, pues interesa ver tal
fenómeno en conjunción con las demás facultades, y en particular con la voluntad; por
ello se habla aquí de afectividad como aquella relación existente entre pasión y razón
—inteligencia y voluntad— que hace tender al sujeto a la acción [9] .
La afectividad es, por tanto, para Roqueñi, un fenómeno más complejo y abarcador
que las simples emociones y sentimientos, al que dota de un carácter específico y
propio al menos por tres motivos deintensidad creciente:
2.1. Porque reconoce de manera expresa la presencia del espíritu en toda la dinámica
emotivo-sentimental del ser humano.
82
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

2.2. Porque son los complejos resultados de ese influjo los que llevan a hablar
de afectividad, como algo global y propia y estrictamente humano-personal, y no
simplemente de emociones, sentimientos, pasiones… o incluso afectos.
2.3. Y porque justo así, en cuanto penetrada por la inteligencia y la voluntad,
la afectividad da razón de buena parte del dinamismo humano, con las características
que le son propias.
La afectividad, en su acepción más propia
Haciendo nuestro este planteamiento, entendemos por afectividad el complejo
fenómeno que deriva de la fusión-tensión entre las emociones, del tipo que fueren, y las
dos potencias humanas superiores o estrictamente espirituales: el entendimiento y,
sobre todo, la voluntad.
O, si se prefiere, al resultado de la modificación que introduce en los sentimientos
humanos la presencia del espíritu y, en concreto, de la inteligencia y, más aún, de la
voluntad.
La cuestión puede perfilarse, copiando y comentando las palabras de otros dos
especialistas, que también cita Roqueñi.
1. El primero afirma:
La afectividad es un fenómeno que abarca la totalidad del hombre. En la vida humana
"existen factores aparte de la razón que influyen poderosamente en nuestra vida (...)
son los sentimientos, la vida afectiva, osi se prefiere, emocional" [10]
De acuerdo, excepto que de ningún modo preferimos llamarla emocional, sino
justamente vida-afectiva o, mejor, afectividad (¿qué habríamos ganado, de lo
contrario?).
2. Leamos al segundo:
La afectividad es aquella "zona intermedia en la que se unen lo sensible y lo
intelectual, y en la cual se comprueba la indiscernible unidad de cuerpo y alma que es
el hombre" [11]
Y ahora ya no tan de acuerdo.
2.1. Porque, como se ha apuntado de manera expresa, la afectividad no es en modo
alguno una zona intermedia, colocada no se sabe dónde: ¿qué es lo que habría entre el
alma espiritual y el cuerpo, capaz de hacernos comprobar la unidad entre una y otro?
2.2. Sino que —fundamentada, en fin de cuentas, en un acto de ser único y en la
elevación del cuerpo por el alma espiritual que la informa— abarca en indisoluble
unidad los «sentimientos» que penetran los tres ámbitos a los que nos referiremos una
y otra vez: el intermedio [12] , el inferior ¡y el superior!, pero en cualquier caso teñidos
por lo que es propio de cada sujeto humano y que deriva, como acaba de recordarse,
de la unicidad de su acto personal de ser.
Pues, justo en virtud de ese único acto de ser, cada sujeto humano es una persona
indisolublemente compuesta de cuerpo y alma espiritual, única e irrepetible, que deja
su huella personal, peculiar y exclusiva, en todo cuanto realiza o experimenta.
Hablamos, entonces, de afectividad porque, en función del único actus essendi de
cualquier varón o mujer, todo cuanto en ellos se da o cuanto ejercen se encuentra
83
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

teñido y penetrado de un modo particular de ser, que es justo el de cada persona


humana, distinta no solo de los animales, sino de cualquier otro género de personas…
así como de cualquier otro varón o mujer
Asentado lo cual, y con conciencia de repetirnos, por ser este uno de los momentos-
clave de nuestros ensayos, describimos lo que a partir de ahora entenderemos por
afectividad.
La tensión hacia lo infinito…
En primer término, conviene dejar claro que la afectividad es una realidad
estrictamente personal, que, en su sentido más cabal y propio, corresponde a las
personas creadas y, más concretamente, a las personas humanas, varón o mujer.
Con otras palabras, dentro de los dominios de los sentimientos, afectos, emociones,
etc., tal como hasta ahora los hemos considerado:
1. La afectividad se constituye allí donde existen tendencias limitadas, pero que
admiten un desarrollo o intensificación sin límite.
2. Y su tarea específica es la de contribuir a ese crecimiento, apoyando y reforzando
tales tendencias.
… que impregna a toda la persona
Como consecuencia, y atendiendo a lo que iremos explicitando, existe propiamente
afectividad:
1. En los espíritus puros (que la tradición cristiana llama «ángeles»)…
Por cuanto su entendimiento y su voluntad:
1.1. Están abiertos a toda la verdad y a todo el bien, que, sin embargo, nunca alcanzan
ni alcanzarán con una sola operación.
1.2. Lo que no excluye, sino al contrario, que progresivamente se acerquen a la
plenitud de lo verdadero y bueno, justo con el recto ejercicio de tales facultades —el
conocimiento y el amor—, que va originando en ellas hábitos operativos buenos, cuyo
papel es el de incrementar su vigor y favorecer y hacer más gozoso el ejercicio de las
mismas.
1.3. Dentro de semejante marco, los sentimientos placenteros, que se derivan del recto
uso de las potencias y hábitos a los que venimos aludiendo, componen un estímulo o
acicate para la reiteración de actos cada vez más intensos y perfectos.
2. Y, de manera análoga, en los seres humanos.
Análoga, por cuanto también gozan de entendimiento y voluntad, pero inferiores a los
de los puros espíritus y necesitados del complemento de las facultades sensibles,
intrínsecamente ligadas a la materia, aunque potenciadas o elevadas por su
continuidad con el alma espiritual y sus respectivas facultades.
2.1. Hablando de nuevo de forma hipotética, en la sensibilidad humana, considerada
aisladamente, pueden darse pasiones, afectos, sentimientos… o como prefiramos
denominarlos, de manera similar a como existen en los animales.
2.2. Pero tales supuestos afectos no compondrían ninguna afectividad porque no
servirían de refuerzo para el incremento del vigor y alcance de sus facultades y, en fin
de cuentas, de la operatividad terminal y definitiva de cada varón o mujer,
84
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

considerados como un todo unitario.


2.3. Y no darían lugar a afectividad alguna porque, igual que en el animal, el placer
derivado del ejercicio aislado de las facultades sensibles inclinaría a repetir las
correspondientes operaciones, de una maneracualitativamente idéntica a las anteriores
y, en cualquier caso, definitivamente limitada por las condiciones que marca el
sustrato orgánico y su también determinado y restringido despliegue (orgánico).
2.4. Con otras palabras: por sí mismas, las facultades sensibles no
pueden trascender las fronteras que señalan las condiciones originarias establecidas
para cada una de ellas, aun cuando tales condiciones admitan el desarrollo derivado de
la maduración preestablecida de los órganos de esas facultades… ¡y nada más!
En conclusión
Por eso, siguiendo a Tomás de Aquino, Roqueñi distingue con claridad el simple
afecto, sentimiento o pasión de lo que, ajustadamente, debe calificarse
como afectividad:
… en la identificación del fenómeno pasional es fundamental distinguir a este de los
actos propios de la voluntad así como de las respuestas motoras. En sentido estricto,
las pasiones son movimientos elícitos del apetito sensitivo que se dan tanto
independientes al imperio de la voluntad, como sujetos a él; efectivamente, aunque se
hallan estrechamente relacionados, la pasión es un movimiento que "se halla más
propiamente en el acto del apetito sensitivo que en el acto del apetito intelectivo" [13] .
Volviendo sobre lo antes sugerido, a partir de ahora denominaremos afectividad al
resultado de la relación existente entre pasión y espíritu-nóus —inteligencia y
voluntad, abiertas a lo infinito—, que hace tender al sujeto a la acción y hacia
operaciones cada vez más nobles y perfectas.
Variedad en la infinitud
Tal vez convenga insistir en el atributo más decisivo de la afectividad en cuanto tal, al
menos, como aquí se entiende, al margen de la mayor o menor idoneidad del término:
el hecho de que refuerza unas facultades virtualmente abiertas e inclinadas a actos
cada vez más intensos, vigorosos, enriquecedores y cercanos al infinito.
1. Y esto, en los dos ámbitos:
1.1. En el propiamente espiritual, de manera directa. Pues el gozo que surge al conocer
la verdad y amar el bien, junto con las operaciones que lo provocan, modifican
progresivamente el entendimiento y la voluntad y los habilitan para llevar a cabo actos
de conocimiento y amor más perfectos, origen a su vez de nuevos o más intensos
hábitos, derivados también del reflujo gozoso —de los sentimientos— que generan esas
operaciones cada vez más nobles.
Con palabras más sencillas: quien va conociendo más y mejor se capacita y anima, por
ese mismo motivo, para seguirlo haciendo, igual que quien experimenta el inefable
deleite del amor se siente impulsado, casi sin advertirlo, a entregarse más todavía al
objeto de sus amores.
1.2. En la esfera psíquica, de forma indirecta, gracias a su participación en la infinitud
virtual de las facultades espirituales. Por cuanto la misma sensibilidad resulta en cierto
85
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

modo tocada por tal infinitud, como enseguida veremos. Y, de forma quizá más
definitiva, en la medida en que, en el hombre, incluso las operaciones formalmente
espirituales resultarían incompletas —cuando no imposibles— sin el apoyo de los
dominios sensibles, así como los sentimientos propios del espíritu son perfeccionados
por los afectos psíquico-sensibles.
2. Con lo que asimismo resaltan dos modos principales de participación de lo psíquico
en la afectividad personal:
2.1. Como complemento ineludible del ejercicio de las facultades superiores.
2.2. Como impulso y aliento para tales operaciones y, más propiamente, para las de
todo el compuesto: impulso y aliento que nacen, tal como ahora los contemplo, de los
sentimientos placenteros de la propia psique, que, según hemos comentado más de una
vez, suelen ser los más notorios para el hombre contemporáneo.
Con lo que cabría concluir que tanto la afectividad psíquica como la estrictamente
espiritual contribuyen a impulsar al hombre hacia su destino final de amor inteligente.
III. Afectos espirituales
Asentado lo cual, retomamos la calma de la exposición, afirmando sin reservas y en
primer término…
… la afectividad del espíritu…
No hemos encontrado en Frankl un desarrollo explícito de la afectividad espiritual,
que sin duda es coherente con sus hallazgos y con su defensa de la integridad y
plenitud humana, e incluso exigido por ellos. Pero las bases, al menos, se encuentran
más que puestas, por lo que Lukas puede sostener:
El concepto de Frankl, del ser humano como una unidad tridimensional, implica que el
gozo y la emoción no pertenecen exclusivamente a la dimensión de la psique. El gozo es
también una parte del espíritu y afecta al organismo. Cualquier cosa que influya en
nosotros afecta las tres dimensiones humanas [14] .
La misma inspiración, e incluso ampliada, la hallamos en otros autores.
Por ejemplo, en D. von Hildebrand, para quien
… la esfera afectiva comprende experiencias de nivel muy diferente, que van desde las
sensaciones corporales a las más altas experiencias de amor, alegría santa o contrición
profunda [emplazadas, como él mismo repetirá a menudo, en los dominios
espirituales] [15] .
Por tanto, aun no habiéndolo todavía mostrado, nos gustaría insistir en que el espíritu
del hombre goza de una muy rica e intensa vida afectiva… bastante difícil de
denominar; y que el desconocimiento o el desprecio de este hecho tergiversa
enormemente en la teoría lo que es la persona humana (en particular, su grandeza), y
puede llevar consigo errores prácticos tan graves como para arruinar toda una
existencia.
El primer extremo, el de la existencia de una afectividad propia del espíritu, es
afirmado de manera tajante por Antonio Malo en su Antropología de la afectividad,
atribuyéndolo expresamente a Tomás de Aquino:
… existe un amor, una esperanza y un gozo puramente espirituales. Estos afectos, sin
86
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

embargo, no deben ser considerados pasiones, pues nacen directamente de un acto de


la voluntad. Por ese motivo, el Aquinate habla de amor y gozo no solo en el hombre,
sino también en los ángeles e, incluso, en Dios, pues el amor y el gozo “expresan un
simple acto de la voluntad por una semejanza de afectos, pero sin pasión” [16] .
… la necesidad de tenerla en cuenta
Los errores teorético-prácticos que lleva consigo la ignorancia de este estrato de la
vida afectiva constituyen un lugar común de la logoterapia. Veamos un par de textos:
El ser humano está relacionado espiritualmente con el mundo (e incluso con el otro
mundo) y orientado al logos. Si, erróneamente, lo reducimos al nivel inmediatamente
inferior, se reflejará en el terreno psicológico-sociológico como un sistema cerrado en
sí mismo, compuesto de funciones y reacciones psicológicas. Entonces, la
autotrascendencia de la persona pierde su transparencia. No cabe duda de que, en el
terreno puramente psíquico, el placer y la ausencia de placer, el instinto y la
satisfacción del instinto son realmente los motores que impulsan a un ser vivo, aunque
sea dentro de una jerarquía de necesidades tan compleja como la «pirámide de
Maslow», que llega hasta la cima de la realización personal. Pero ni siquiera la idea de
la realización personal supera ideológicamente al ego y permanece presa de los
conceptos homeostáticos. Por ello, tal como hemos dicho, la logoterapia se desvincula
de la psicología humanista y aboga por una «psicoterapia humana».
Solo desde un pensamiento reduccionista se puede valorar la satisfacción de las
necesidades propias como el bien más preciado. Pero, de esta manera, el ser humano se
degradaría a la altura del hombre de las cavernas. Desposeerlo de su orientación
existencial hacia un sentido equivale a humillarlo, porque supone
deshumanizarlo [17] .
Y otro, tanto o más claro:
Según el modelo reduccionista, el amor de padres a hijos no es «nada más que»
egoísmo: los primeros satisfacen su instinto paterno en los segundos. La amistad entre
dos personas del mismo sexo no es «nada más que» una sublimación curiosa de las
tendencias homosexuales de ambas. Con su trabajo, los cooperantes en países del
Tercer Mundo sacian su placer de viajar; con sus acciones, los ecologistas satisfacen su
deseo de notoriedad; y así sucesivamente. Es, pues, inevitable que en tales modelos de
interpretación, que única y exclusivamente distinguen —negando el sentido— motivos
entre la obtención de placer y la evitación de la ausencia de placer, se llegue a una
desvalorización de todos los ideales espirituales. Al final solo quedan momentos de
placer que hay que coger al vuelo y momentos de ausencia de placer martirizadores
que controlarán el conjunto de la vida humana a causa de la increíble sobrevaloración
de su importancia.
Cada vez que preguntamos cómo se puede llegar a una simplificación de este calibre,
es decir, a una «reducción» de la imagen del ser humano aún vigente desde hace
tiempo en la psicología actual, nos vemos obligados a responder con nuestra
declaración: a través de la proyección de fenómenos noéticos en el plano subnoético, o
dicho de otro modo, a través de la proyección de fenómenos humanos en el plano
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

subhumano. El reduccionismo es un proyeccionismo, o aún más, un


subhumanismo [18] .
Esclarecimientos ineludibles
Con objeto de aclarar estos puntos, y comprender mínimamente a qué nos referimos al
aludir a afectos espirituales, resulta oportuno recordar algunas distinciones antes
esbozadas. En concreto, las que se dan:
1. Entre el sentimiento y aquello que lo origina
1.1. Por una parte, encontramos el sentimiento, afecto o emoción, que consiste en
la percepción de una excitación o trepidación interna de más o menos calibre, de
la calma que le sucede o, en casos menos frecuentes, de la serenidad que reina
habitualmente en una persona… reposo al que, justo por ser habitual y no llevar
consigo nada de sorprendente, no solemos prestar atención o incluso nos pasa
inadvertido.
1.2. Por otra, la raíz de esas sacudidas o quietudes del ánimo, origen que a veces nos
resulta desconocido y en cualquier caso, como sucede con cualquier afecto o emoción,
nunca se identifica con el sentimiento tal como se lo advierte.
2. Entre la causa y el motivo de una emoción o sentimiento
A la anterior conviene sin duda añadir una distinción que ya se ha hecho clásica: la
que distingue entre causa y (razón o) motivo de una emoción.
Quizás nada tan claro como esta cita de Frankl, que, además, sitúa esa diferencia en el
contexto más pertinente para nuestros fines:
Tan pronto como proyectamos al ser humano a la dimensión de una psicología que sea
concebida en forma estrictamente científica, lo recortamos, lo separamos del medio, de
las motivaciones potenciales. Lo que queda, en lugar de razones y motivaciones, son
causas [interpretadas en sentido eficiente-mecánico-determinista]. Las razones me
motivan para actuar en la forma que yo elijo. Las causas determinan mi conducta
inconscientemente, sin saberlo, tanto si las conozco como si no. Cuando al cortar
cebollas lloro, mis lágrimas tienen una causa, pero yo no tengo una razón, un motivo
para llorar. Cuando pierdo a un amigo, tengo una razón para llorar [19] .
Diferenciemos, por tanto:
2.1. La causa orgánica o cuasi eficiente, situada de ordinario en el origen de la
percepción de un estado fisiológico, como el cansancio, pero que también puede dar pié
a un sentimiento más rico y menos localizado, como el aburrimiento endémico o la
apatía y a otros, muchísimo más complejos, como los mencionados por el neurólogo
Oliver Sacks en varios de sus sugerentes estudios.
2.2. El motivo de una emoción o sentimiento, con el que se alude por lo común a un
suceso o actividad, cuyo conocimiento (de ahí que a veces se califique como razón)
provoca en nosotros una determinada trepidación o genera un estado de ánimo, pero
que asimismo produce con frecuencia una excitación orgánica o fisiológica.
Se trata de un fenómeno habitual, que cualquiera puede reconocer en sí mismo o en
quienes lo rodean. Por ejemplo, la noticia de la muerte de un ser querido, motivo más
que fundado de profunda tristeza, puede hacer que disminuya el riego sanguíneo o
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

provocar una pérdida de tono muscular e incluso un desvanecimiento; un acto de


generosidad de alguien que considerábamos egoísta, y que despierta nuestro asombro
y posterior alegría, lleva consigo a veces un incremento de la fuerza física o «la
sensación» de que ese vigor ha crecido, y algo relativamente parecido sucede ante la
presencia de un ídolo de la canción, del deporte, de la televisión, etc.; el descubrimiento
de que falla uno de los motores del avión en que viajamos, origen del sentimiento de
pánico, suele ir acompañado de sudoración, palpitaciones, y un largo etcétera.
3. La interacción entre los distintos ámbitos
Por fin, conviene señalar la interacción mutua entre los tres planos recién resumidos.
A este respecto, y sin necesidad de ahondar más en el asunto, baste por ahora apuntar,
acudiendo a la experiencia propia o ajena, que:
3.1. A menudo un estado psíquico-espiritual de abatimiento tiene un origen
exclusivamente orgánico, como puede ser el agotamiento físico o una anomalía en la
transmisión neuronal; y uno de euforia o deéxtasis, que incluye elementos psíquico-
espirituales, es a veces el fruto de la ingesta —consciente o no— de sustancias
químicas, entre las que ocupan un lugar destacado las conocidas habitualmente como
drogas.
3.2. O, al contrario, que las fuerzas físicas aumentan realmente como consecuencia de
una alegría, de la asunción de un gran ideal… o, de manera diferente aunque con
efectos similares, de un arrebato de ira o de indignación.
3.3. Como, también, que existen neurosis noógenas (de origen psíquico-espiritual o
estrictamente espiritual), así como estados de buena salud o de enfermedad,
incrementados o disminuidos por el vigor del alma.
3.4. O, por acudir a muestras más sencillas y cotidianas, que una mala digestión
entorpece la capacidad intelectual y el gozo que suele ir aparejado al buen
funcionamiento del intelecto o a la conversación con un amigo; que la correcta
circulación de la sangre incrementa el bienestar físico-psíquico… y mil ejemplos más
de todos conocidos.
Con palabras de un especialista contemporáneo:
La estructura vital de la personalidad está integrada por diversas dimensiones
configurativas (orgánica, psíquica y espiritual) que establecen íntimas relaciones de
interdependencia, de tal forma que el daño o deterioro de una repercute
necesariamente, en mayor o menor grado, sobre las otras. Así, un dolor corporal
predispone a la tristeza, y la tristeza, a su vez, induce al hombre a la represión de sus
tendencias espirituales, a modo de replegamiento defensivo y de mecanismo de
autoprotección. En sentido inverso, a una mayor plenitud espiritual se sigue una
distensión física y psíquica que facilita superar el dolor y la tristeza [20] .
O con las de un filósofo medieval:
Tomás de Aquino enseña que aquellas "pasiones que implican un movimiento del
apetito con cierta huída o retraimiento, se oponen a la moción vital no solo en cuanto a
la cantidad, sino también en cuanto a la especie de movimiento, y, por lo mismo, son en
absoluto dañosas". De esta forma, el temor puede afectar al hombre tanto en su
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

naturaleza sensible como en la espiritual.


Efectivamente, como inminente efecto el temor produce en primer lugar una
paralización de la actividad corporal: temblor y contracción hacia el interior en la
propia disposición por medio de la cual el sujeto rehúye de la actividad. Así "por parte
de los instrumentos corporales, el temor, cuanto es de suyo, tiende siempre a impedir
la operación exterior". Sin embargo, en segundo término —y es su efecto más grave—
el temor realmente "impide la operación aun por parte del alma", de modo que
trasciende a la totalidad del ser personal, pues "la falta de valor para hacer frente a las
injurias y para consumar la entrega de sí debe ser contada entre las más profundas
causas de enfermedad psíquica" [ Pieper, Josef, p. 208]. Tal fenómeno se da
especialmente cuando el apetito sensitivo —de manera incidental— no obedece a la
voluntad de forma que el sujeto huye de sí mismo, temiendo su propio temor sin poseer
capacidad real para rechazarlo [21] .
IV. Confirmación autorizada… y sumamente relajante
Para ilustrar lo recién afirmado, transcribimos algunos párrafos de un simpático e
interesante libro sobre relajación, cuyo autor es el ya fallecido Dr. Eugenio Herrero
Lozano.
En primer término, una introducción sencilla a lo que pretende exponer:
Quiero comentaros ahora un concepto que estableció, a principios de este siglo, un
farmacéutico francés llamado Dr. Coué. Él hablaba de «psicoplasia» y la definía como
el fenómeno por el cual todo pensamiento tiende a transformarse en acto. Hay
experiencias interesantes de cómo aquello que uno está pensando, involuntariamente
tiende a transformarse en acto. Y de hecho esto tiene que ver con lo que hemos estado
haciendo hasta ahora. Habéis pensado que los músculos se iban a relajar y lo han
hecho, habéis pensado que las arterias se iban a relajar y lo han hecho.
En eso consistiría la «psicoplasia»: en que el pensamiento tiende a convertirse en
acción, aunque algunas veces llega a ser acto y otras no [22] .
De inmediato, la primera aplicación, en perfecta consonancia con el núcleo de este
escrito, a saber, la importancia y la capacidad de modular los propios sentimientos:
Si esto es así, y parece que lo es, fijaos en la importancia que tiene el cómo utilicemos
nuestro pensamiento. Será completamente diferente que seamos personas que
habitualmente pensemos de una manera positiva, agradable y constructiva, o que
vayamos siempre buscando el aspecto negativo de cada situación. Quizás todo esto
tenga que ver con la buena suerte de mucha gente optimista y la mala suerte de
algunas personas pesimistas. La persona pesimista puede estar pensando en cosas
negativas que le han sucedido o le van a suceder, y de alguna manera puede que
determine el que este tipo de cosas le ocurran. Lo contrario podría ser cierto en el caso
de personas optimistas y positivas… [23]
Por fin, aquello que se acaba de apuntar, es decir, la incidencia del pensamiento en
nuestro equilibrio psíquico y biológico.
Otro punto es si lo que llevo dicho hasta ahora con respecto a los efectos de la
relajación, es decir, que esta puede ser una forma de autopsicoterapia, es verdad.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Desde el momento en que la relajación sirve para combatir la angustia y la depresión,


es una forma de psicoterapia que uno se hace a sí mismo. Y yo diría que no solo de
autopsicoterapia, sino también de autofarmacoterapia, puesto que hace un momento
he dicho que el hipotálamo produce substancias parecidas a las medicinas que
compramos en las farmacias para combatir la angustia o la depresión.
¿Qué beneficios pensáis pueden derivarse del ejercicio de relajación vascular?
Si con él se consigue producir una dilatación del sistema vascular ocurrirá que llegará
más sangre a los tejidos y con esa sangre más oxígeno y más alimentos, limpiándose
además con más facilidad del CO y de los productos de desecho que van soltando
las células. De esa manera, las células y los tejidos podrán trabajar mejor.
Si ahora pensáis en las arterias coronarias (las que riegan el propio corazón),
dilatándolas, estaremos consiguiendo lo contrario de lo que ocurre en la isquemia
coronaria, que es la enfermedad que origina la angina de pecho y el infarto por
disminución del calibre de las mismas. Es decir, estaremos haciendo prevención de
estos problemas; y también de los problemas vasculares cerebrales: por ejemplo, hay
personas que tienen dolores de cabeza de origen vascular (jaquecas) producidos por el
espasmo de los vasos cerebrales. Este ejercicio es una forma de mejorarlos y curarlos.
La hipertensión arterial se puede considerar, de forma esquemática, como el resultado
de una contracción excesiva de las arterias. Las arterias están más contraídas de lo
necesario y, por lo tanto, la presión dentro de ellas aumenta. Pues bien, si relajamos y
dilatamos las arterias, la tensión arterial disminuirá. Y efectivamente se ha
comprobado que la tensión arterial, cuando uno hace relajación, disminuye (por
ejemplo de 20 a 16). Al salir de la relajación de nuevo aumenta, pero puede que se
mantenga algo más baja (digamos en 19). Al cabo del tiempo volverá a la cifra inicial
(20), pero si se hace la relajación regularmente varias veces al día, poco a poco, a lo
largo de unas semanas, se consigue que la tensión arterial disminuya
permanentemente.
Generalmente se necesitan varias semanas, a veces meses, de ejercicio para conseguir
resultados, ¡pero no hay que olvidar que la tensión arterial ha estado subiendo poco a
poco durante años!
También se ha visto, en los laboratorios de investigación, que si se mide la cantidad de
colesterol en la sangre de personas voluntarias antes y después de la relajación, el
colesterol disminuye al relajarse.
Si con la relajación conseguimos disminuir la tensión arterial y la cantidad de
colesterol en la sangre, estaremos previniendo la arteriosclerosis, que no es sino un
endurecimiento y envejecimiento prematuro de las arterias que se favorece si están
elevados la tensión arterial y el colesterol. En resumen, con la relajación estaremos
favoreciendo el funcionamiento de nuestro corazón y, en general, de todos nuestros
órganos y tejidos.
Además se ha visto que con la relajación aumenta el número de leucocitos que circulan
en la sangre. Los leucocitos (glóbulos blancos) son las células encargadas de
defendernos contra las infecciones. Esta sería, pues, una razón más que explicaría por
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

qué con la relajación pueden disminuir las enfermedades infecciosas (resfriados, gripe,
etc.). En realidad el stress y la tensión continuada alteran el funcionamiento de todo el
sistema inmunitario encargado de protegernos de las infecciones. La relajación
contribuirá a mejorar su funcionamiento [24] .
5. Niveles de la afectividad «humano-personal»
Afectividad espiritual…
Esbozadas e ilustradas las distinciones pertinentes, retomamos el hilo del discurso y
advertimos que, al hablar de afectos del espíritu no pretendemos referirnos a aquello
que origina o motiva un sentimiento, sino al sentimiento mismo.
Es decir, a la conmoción-o/y-reposo-percibidos, de forma más o menos clara y fuerte,
pasajera o estable, que experimentamos en el ámbito propiamente espiritual…
En tales circunstancias, no tiene por qué darse una alteración orgánica; basta con
el cambio que experimenta una facultad finita (es decir, todas las del hombre y, en este
caso concreto, el entendimiento o la voluntad) cuando se actualiza o incrementa su
operatividad o cuando, por el contrario, la disminuye o pasa de la actividad al reposo.
Y no es precisa ni posible una modificación física constitutiva del
sentimiento espiritual, justo porque ni la inteligencia ni la voluntad tienen órgano. De
ahí que, como vimos en una cita precedente, los clásicos no les aplicaran el
término pasión [25] .
… que debemos aprender a desarrollar
Y de ahí —estamos ante una cuestión relevante— que haya que aprender a percibir
estos sentimientos, sobre todo cuando la costumbre y el influjo cultural nos han
conducido a tomar como modelo prácticamente exclusivo de emociones las de tipo
psíquico, que son las más frecuentes hoy día y las que sabemos experimentar.
Pero, por su misma naturaleza, los afectos espirituales no son ni se sienten del mismo
modo que los restantes. De donde deriva la necesidad de un entrenamiento para
advertir este tipo de emociones, desarrolladas formalmente en el ámbito del espíritu.
Aunque eso no elimina, en virtud de la estrecha e íntima unidad de la persona, que
incluso tales emociones o sentimientos —los espirituales— por lo común rebosen,
reverberen y se aprecien asimismo en los dominios psíquicos y físicos… en los que sí
provocan cambios experimentables, similares y similarmente perceptibles a los que se
generan y producen en estas esferas.
Al primer aspecto se refiere, de nuevo con gran acierto, Pithod:
La afectividad sensible es, en sí, el movimiento del apetito en el nivel mismo de los
órganos corporales. Se trata de un acto psicofisiológico. En el caso del apetito
intelectual, es un acto de la potencia racional cuyas características lo diferencian de la
actividad psicofisiológica por su índole anorgánica (es decir, solo indirectamente
dependiente del cerebro) [26] .
Espiritual, sí, pero… ¿afectividad?
¿Sentimientos espirituales, entonces? Sí, sentimientos ¡espirituales!… aunque tal vez
mejor no llamarlos sentimientos, al menos así, de entrada, precisamente por las
connotaciones psicofísicas que hoy acompañan a este término y porque, al ser
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

espirituales, según acabo de apuntar, no se perciben del mismo modo que los psíquicos.
Es lo que afirma von Hildebrand:
De todos modos, aunque estados como el buen humor o la depresión no son
sensaciones corporales, difieren incomparablemente más de sentimientos espirituales
como la alegría por la conversión de un pecador, la recuperación de un amigo
enfermo, la compasión o el amor. Precisamente ahora es cuando podemos caer en una
desastrosa equivocación al usar el mismo término “sentimiento”, como si fueran dos
especies del mismo género, tanto para los estados psíquicos como para las respuestas
espirituales afectivas [27] .
¡Pero sentimientos espirituales, porque se generan-y-experimentan en el ámbito
espiritual!
Personalmente, para descubrir esta esfera de la vida afectiva —en el sentido amplio,
pero propio, del término— no necesitamos ningún testimonio externo. Y esperamos
que el lector, si inspecciona con calma y sin prejuicios su existencia cotidiana, tampoco
los eche en falta.
Le bastará recordar, por ejemplo:
1. El gozo sublime de la comprensión intelectual de un asunto, sobre todo cuando lleva
largo tiempo intentando entenderlo. Un deleite de enorme calibre, que nunca suele
darse en estado puro y que a menudo empapa también otras dimensiones no
estrictamente espirituales, con repercusiones a menudo incluso físicas.
2. O la todavía más elevada fruición del amor radicado en la voluntad… que, por lo
común, se mezcla —y enriquece o empobrece (lo oportuno es que se enriquezca)— con
sentimientos y sensaciones de orden psíquico-físico.
La gran dificultad
Pero aquí nos encontramos de nuevo con un problema, tremendamente delicado y de
sumo relieve, sobre el que ya llamamos la atención y más tarde volveremos… porque
existe una inclinación casi instintiva a negarlo o no tomarlo en cuenta.
Y es que en nuestra cultura:
1. No son demasiados los que han realizado la experiencia de la comprensión
intelectual estricta; es decir, son relativamente escasas las personas que de veras han
comprendido algo de cierta envergadura como fruto de una captación de su
entendimiento; con palabras más claras: somos muy pocos (o ¡son muy pocos!) los que
pensamos (o los que piensan) y, por consiguiente, quienes están acostumbrados a las
percepciones espirituales, en la acepción estricta de esta palabra.
Mucho más frecuentes son las afirmaciones presuntamente intelectuales, derivadas sin
embargo de la aceptación acrítica —sin discernimiento— de la costumbre, de la moda,
de prejuicios de muy diverso tipo, de la fe natural o sobrenatural, de la superstición…
2. Paralelamente, tampoco son excesivos los que han elevado el amor a ese grado en
que el factor claramente dominante —¡nunca el único!— es una decidida
determinación de la voluntad, que persigue el bien para otro… y que llena de dicha el
propio espíritu y redunda desde él a las restantes esferas que componen la persona
humana en su totalidad.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

2.1. No pretendemos negar —y la distinción es importante— que la voluntad de


prácticamente todos los seres humanos deje de sentirse atraída por multitud de bienes
del más diverso rango: desde el conocimiento de la verdad, al que se acaba de aludir,
hasta el atractivo de otras personas, la belleza de un paisaje, una familia y un hogar,
las posesiones imprescindibles para llevar una vida digna, el deporte, la música, los
alimentos, las bebidas y un larguísimo etcétera.
Esta sugestión responde a la misma naturaleza de la voluntad y es casi imposible de
evitar… además de que no existen motivos para evitarla. Por idéntica razón, también
se experimentan los afectos aparejados a ella… entre los que se cuenta muy a menudo
el amor como sentimiento. Pero este tipo de amor es un sentimiento antecedente y más
bien pasivo, según ya estudiamos: pues en el momento en que surge, y por decirlo de
algún modo, la voluntad humana todavía no ha actuado, al
menos activa o libremente (es lo que los clásicos denominan voluntas ut natura).
2.2. Por el contrario, lo que pretendemos resaltar al hablar de algo no muy practicado
en nuestros días es el acto que puede seguir o no a la atracción inicial o que la voluntad
ejerce incluso venciendo una repulsa, porque advierte que aquello o aquella persona es
bueno y decide libremente quererlo.
Este es, como sabemos, el amor de elección o personal, el amor en su sentido más
propio, y a él se encuentran ligados otra serie de sentimientos (llamados subsiguientes),
entre los que destaca lo que hoy conocemos como felicidad o dicha.
3. Ahora bien, si no se llevan a término las operaciones de comprensión intelectual y
amor voluntario… resulta imposible que se produzcan los sentimientos que de ellas
derivan.
De ahí que, en bastantes ocasiones, al no haberlas experimentado o solo de forma muy
elemental, resulte arduo aceptar la existencia de emociones estricta aunque no
exclusivamente espirituales; y que las doctrinas más comunes al uso, con excepciones
muy valiosas a las que después apelaremos, hagan caso omiso de este tipo de
sentimientos… y falsifiquen gravemente el conjunto de la vida afectiva y de la
existencia humana.
Comentando unas palabras de Wittgenstein sobre la ascesis, sostiene Natoli:
Para la mayoría, las explicaciones [de Wittgenstein] sobre este tipo de conducta no solo
resultan decepcionantes, sino incluso inconcebibles. Y no es difícil explicar esta
incomprensión: basta pensar que solo quien practica la ascesis puede entenderla,
porque solo él conoce sus efectos. Los lugares comunes que se han formado en torno a
la ascesis no derivan únicamente de prejuicios, sino que dependen sencillamente de
una falta de habilidad en relación consigo mismo. Lo grave de esta situación es asumir
la propia falta de habilidad como un mérito o, de forma todavía más torpe, como algo
obvio [28] .
¿Caben afirmaciones más netas y directas?
·- ·-· -······-·
Tomás Melendo y Carmen Martínez Albarracín

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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

[1] Nos permitimos remitir, más en concreto, a Melendo, Tomás, Las dimensiones de la
persona, Palabra, Madrid, 2ª ed., 2002; y, del mismo autor, Invitación al conocimiento
del hombre, Eiunsa, Madrid, 2008.
[2] Pithod, Abelardo, El alma y su cuerpo, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos
Aires 1994, pp. 221-222.
[3] Lukas , Elisabeth, Equilibrio y curación a través de la logoterapia, Ed. Paidós,
Barcelona, 2004, p. 14.
[4] Frankl , Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 150-151.
[5] Frankl , Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 153-156.
[6] Cardona Pescador, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid 1998, pp. 172-173.
[7] Roqueñi, José Manuel, Educación de la afectividad, Eunsa, Pamplona, 2005, p. 39.
[8] Roqueñi, José Manuel, Educación de la afectividad, Eunsa, Pamplona, 2005, p. 39.
[9] Roqueñi, José Manuel, Educación de la afectividad, Eunsa, Pamplona, 2005, pp.
39-40.
[10] Pero-Sanz Elorz, José Miguel, El conocimiento por connaturalidad, Eunsa,
Pamplona 1964, p. 10, cit. por Roqueñi, José Manuel, Educación de la afectividad,
Eunsa, Pamplona, 2005, p. 40.
[11] Yepes Stork, R. Fundamentos de Antropología, Eunsa, Pamplona, 1997, p. 56, cit.
por Roqueñi, José Manuel, Educación de la afectividad, Eunsa, Pamplona, 2005, p. 40.
[12] En realidad, ese presunto estrato intermedio corresponde a la configuración que
en el hombre, en virtud del alma espiritual, adquieren la sensibilidad externa e interna
y los correspondientes apetitos; un modo de ser estrictamente personal, que difiere
abismalmente de las facultades análogas de los animales brutos.
[13] >Roqueñi, José Manuel, Educación de la afectividad, Eunsa, Pamplona, 2005, p.
31.
[14] También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México D.F., 2ª reimp.,
2006, p. 143.
[15] Hildebrand, Dietrich von, El corazón, Ed. Palabra, Madrid 1997, p. 34.
[16] Malo Pé, Antonio, Antropologia dell’afettività, Armando Editore, Roma 1999, p.
167.
[17] Lukas, Elisabeth, Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003,
pp. 55-56.
[18] Lukas, Elisabeth, Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003,
pp. 53-55.
[19] Frankl, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 28-29.
[20] Cardona Pescador, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid 1998, p. 124.
[21] Roqueñi, José Manuel, Educación de la afectividad, Eunsa, Pamplona, 2005, pp.
79-80.
[22] Herrero Lozano, Eugenio, Entrenamiento en relajación creativa, Barrero y
Azedo, Madrid, 10ª ed. 1998, p. 53.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

[23] Herrero Lozano, Eugenio, Entrenamiento en relajación creativa, Barrero y


Azedo, Madrid, 10ª ed. 1998, p. 53.
[24] Herrero Lozano, Eugenio, Entrenamiento en relajación creativa, Barrero y
Azedo, Madrid, 10ª ed. 1998, pp. 54-56.
[25] Ni, propiamente, el de afecto ni el de emoción, en cuanto que todos ellos implican
movimiento, en la acepción más rigurosa de este vocablo, y el movimiento, en sentido
estricto, solo se da cuando interviene la materia:
«Conforme a lo dicho hasta ahora, al ser el objeto quien determina al apetito la
emoción es un movimiento eminentemente pasivo. Efectivamente "a la naturaleza de la
pasión pertenece, en primer lugar, el ser un movimiento de una virtud pasiva, a la cual
se compara su objeto a manera de motor activo, por lo mismo que la pasión es efecto
del agente […] En segundo lugar, y más propiamente, se llama pasión al movimiento
de una potencia apetitiva que tiene un órgano corporal y que se realiza con alguna
alteración corporal. Y todavía con mucha más propiedad se llaman pasiones aquellos
movimientos que implican algún daño" [Tomás de Aquino, S. Th., I-II, q. 41, a. 2 ad
2]» ( Roqueñi, José Manuel, Educación de la afectividad, Eunsa, Pamplona, 2005, p.
34).
[26] Pithod, Abelardo, El alma y su cuerpo, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos
Aires 1994, p. 163.
[27] Hildebrand, Dietrich von, El corazón, Ed. Palabra, Madrid 1997, p. 65.
[28] < Natoli , Salvatore, La felicità. Saggio di teoria degli affetti, Feltrinelli, Milano
2003, p. 31.
Elogio de la afectividad (7): Unidad de la vida afectiva
por Tomás Melendo y Bartolomé Menchén
En artículos anteriores mostramos que la afectividad, tal como parece que debe
entenderse, es una realidad propia y específicamente humana, resultado de
humanizar, mediante la inteligencia y la voluntad libre, todos nuestros afectos
I. La afectividad… ¡humana!
Todo en el hombre es humano
Se trata de una adquisición que conviene no olvidar nunca, aunque los temas que
estudiemos no lo expongan de manera expresa. Insistimos, pues, en la idea clave que
descubre que, en el hombre:
1. Todo es humano, desde el punto de vista del ser (entitativo).
2. Y puede llegar a serlo, en los dominios del obrar (y aquí es donde la afectividad
encuentra su puesto).
En este extremo, en el que ya vimos desenvolverse a Frankl, von Hildebrand se expresa
con la máxima claridad y pertinencia:
Sería completamente erróneo pensar que las sensaciones corpóreas de los hombres son
las mismas que las de los animales, ya que el dolor corporal, el placer y los instintos
que experimenta una persona poseen un carácter radicalmente diferente del de un
animal. Los, sentimientos corporales y los impulsos en el hombre no son ciertamente
experiencias espirituales, pero son sin lugar a dudas experiencias personales [1].
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

No estamos ante algo fácil de entender ni tampoco de manifestar. Por tales motivos, los
autores no deberíamos preocuparnos por no exponerlo de la forma adecuada, ni, sobre
todo, el lector ponerse nervioso si no entiende lo que proponemos… ¡o no está de
acuerdo con ello!
No obstante, si acudimos a la metafísica, y damos por supuesta una suficiente
formación en ella, la verdad a que estamos aludiendo se impone casi por sí sola.
Resumiendo en breves palabras:
2.1. Cada hombre, varón o mujer, tiene una única forma sustancial —el alma humana,
de rango espiritual—, que determina el nivel o categoría del (también único) acto de
ser de esa persona, incluidas sus dimensiones corpóreas.
2.2. Estas son también personales… por participar del ser del alma, que
esta comunica instantánea e inmediatamente al cuerpo en que es creada (el alma
humana no podría ser creada sino en su cuerpo), de modo que el (acto de) ser de toda
la persona humana es uno y el mismo.
2.3. Y si ese ser es personal, todo cuanto de él derive, resultará también personal. Por
eso, en el hombre no hay nada —nada en absoluto— que realmente pueda equipararse
a lo que encontramos en los animales brutos.
Como explica Tomás de Aquino, en el hombre
… la propia alma tiene el ser subsistente […] y el cuerpo es atraído [o elevado] a ese
mismo ser [2].
Para añadir:
Porque entre las substancias inteligibles [el alma humana] tiene más potencia, y por
eso se sitúa en los linderos de las realidades materiales, de modo que las realidades
materiales son atraídas [elevadas] a participar de su ser, de modo que, del alma y del
cuerpo, resulta un solo ser en un solo compuesto; aunque semejante ser, en cuanto
procede del alma, no depende del cuerpo [3].
Nada en el hombre es «simplemente animal»
La misma idea puede expresarse de manera más sencilla y asequible.
Existen muchas realidades que los animales parecen tener en común con el hombre.
Las dimensiones estrictamente físicas: gravedad, cohesión material y orgánica, etc.; los
procesos vitales de crecimiento y desarrollo, con cuanto llevan consigo: circulación
sanguínea, digestión, respiración…; la capacidad de movimiento, en su acepción más
amplia; los sentidos y los apetitos sensibles; cierta relación con su entorno físico y con
otros seres vivos… y un dilatado y amplio elenco, muy difícil de colmar.
Pero ese «parecen» que figura en el párrafo precedente es fundamental, y nos ayudará
a entender lo que sigue.
De hecho, como acabamos de sostener y hemos mostrado otras veces:
1. Podría hablarse de cierta igualdad si cada uno de los elementos se considerara
aislado en sí mismo o, lo que en la mayoría de los casos viene a coincidir, desde la
perspectiva limitada de las ciencias experimentales: física, química, biología, óptica…
Bajo semejantes prismas se equiparan, en los hombres y en el resto de los animales, la
digestión o la respiración, pongo por caso, la acción de ver u oír, etc.
97
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

2. Sin embargo, esa presunta igualdad se desdibuja o desvanece si atendemos a cada


uno de los elementos dentro del conjunto (el animal o el hombre, en el supuesto que
estoy considerando), que es donderealmente se llevan a cabo: es decir,
donde únicamente tienen lugar o se dan de hecho.
Al primer modo de enfocar la cuestión lo llamo meramente formal o abstracto, puesto
que aquello de lo que se habla es resultado de una abstracción; resultado que, como
tal, no existe en la naturaleza, sino solo en la mente: nunca puede darse un proceso de
digestión o un acto de ver independientes, aislados, ejercidos al margen del sujeto que
los realiza.
La segunda, por el contrario, es una consideración real (¡filosófica, metafísica!, aunque
normalmente se opine más bien lo contrario), pues toma buena nota del sujeto que ve u
oye, por citar un caso significativo, que efectivamente digiere o respira… y que hace
muy distintos los procesos o las actividades que aparentemente son idénticos.
Podemos comprobarlo mediante un ejemplo no demasiado complicado: la digestión del
animal se encuentra exclusivamente determinada por elementos biológicos (en el
sentido más lato del adjetivo), mientras que en un ser humano en iguales condiciones
orgánicas el mismo proceso puede resultar profundamente alterado por el
conocimiento intelectual de algo que genera una profunda alegría o, en el extremo
opuesto, por el de una desgracia, origen de una total desolación, que llega incluso a
paralizar sus funciones vitales básicas.
Acudamos a la experiencia
Desde la perspectiva metafísico-real, la cuestión se muestra bastante clara.
Pues, de acuerdo con lo que apuntamos, es fácil advertir que no son las piernas las que
andan, sino el perro o el caballo, poniéndolas en movimiento; no es el estómago el que
asimila los alimentos, sino el animal o el hombre en los que ese estómago y el conjunto
del organismo existen y operan; no es el ojo el que ve, sino el ciervo, el águila o un
determinado varón o mujer, a través de la correspondiente facultad visiva…
Si nos centramos en la visión y la consideramos de manera formal o abstracta (según
lo hacen necesariamente, en función del propio método, las ciencias experimentales —
perdón por la insistencia—), cabría sostener que el ojo —¡cualquier ojo!—
vería siempre y solamente colores.
Pero, lo repetimos por considerarlo clave, no es el ojo el que ve, sino un concreto
periquito, un particular elefante, Daniel o Esteban… aunque, ciertamente, a través de
y gracias a los ojos.
Comparemos
Y, entonces, las diferencias se tornan casi infinitas.
1. Ciertamente, ante un paisaje de montaña o en una playa, cualquier ser humano
puede afirmar alguna vez, y con razón, que está viendo un azul intenso maravilloso (un
color).
Pero es mucho más normal y habitual que, en esas mismas circunstancias, diga: estoy
viendo un cielo esplendoroso, de un azul espectacular; o, en otros casos: veo venir a mi
hermano (una persona), una procesión o un desfile, una casa de estilo colonial, un
98
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

paisaje, un coche a toda velocidad, etc.


Traduciéndolo , para lo que nos ocupa: lo que en efecto ve el ser humano en
condiciones normales son realidades concretas y determinadas, dotadas
de significado… y no simples colores.
Y esto es así porque, de hecho, la acción de ver no se da suelta, desligada, sino que
forma parte de una percepción más compleja, en la que ponemos en juego, junto con la
vista, y entre otras facultades, la imaginación, la memoria y, en fin de cuentas, la
inteligencia… capaz de conocer la realidad en sí misma, con su significado o modo de
ser propio.
Y todo ello modulado, como se dijo, por lo que solemos llamar forma mental de cada
individuo, que no es sino el influjo que cuanto ha realizado o sufrido en su vida ejerce
sobre su comprensión de la realidad: una influencia que normalmente matiza ese
conocimiento y le da una tonalidad propia, que lo enriquece o empobrece y, en casos
extremos, puede llegar a falsear lo presuntamente conocido.
La vista, en el hombre, da un resultado humano, que es el de conocer la realidad como
es en sí, aunque de manera nunca exhaustiva, siempre un tanto modificada, y
acompañada por la posibilidad de errar y de perfeccionarse.
2. El animal, por el contrario, tampoco percibe propiamente colores, sino que —
poniendo en juego asimismo su imaginación y su memoria, y lo que solemos
llamar instintos— ve posibles beneficios o daños; es decir, estímulos que le llevan a
actuar, acercándose y utilizando lo que le resulta provechoso, o huyendo de aquello
que, instintivamente, advierte como perjudicial.
El fruto de la visión del animal es asimismo… animal: un estímulo para su
supervivencia o la de su especie.
II. La ordenación jerárquica de la afectividad
Tres niveles de afectividad específicamente humanos
Tras estas digresiones, cabe abordar de nuevo, con mayores esperanzas de éxito, un
análisis global de la afectividad humana: una afectividad, en la que todas las
emociones, sentimientos, estados de ánimo, etc., están teñidos de ese toque
de humanidad que deriva, para el hombre entero, (del ser) de su alma espiritual y, en
los dominios operativos, del influjo de la inteligencia y la voluntad.
1. Físico-biológico
Tomando la expresión en su sentido más amplio y vago, en el hombre encontramos
sentimientos fisio-biológicos o sensibles, algunos de los cuales más bien habría que
calificar como meras y simplessensaciones: hambre, sed, cansancio, dolor, relajación o
tensión musculares, bienestar físico…
Casi todos ellos, y en particular los que hemos citado, también se encuentran en los
animales. Sin embargo, según acabo de recordar, no deben identificarse por
completo con los que estos experimentan… o, más bien, no deben equipararse en
absoluto, precisamente porque el acto de ser personal-humano está a años luz por
encima del de los animales más desarrollados.
En cualquier caso, si lo que se subraya es la semejanza, nos topamos más bien con las
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

meras sensaciones, como serían las de puro dolor o pura sed, que, en tal estado de
pureza, no suelen darse en ningún hombre ni, menos aún, en el animal: se dice que el
animal experimenta dolor o placer, pero no sabe que los está experimentando, y esto
establece una diferencia abismal con lo que sucede en los seres humanos.
De hecho, el varón o la mujer no animalizados por las circunstancias (un campo de
concentración, pongamos por caso, o un naufragio prolongado) advierten el hambre o
las molestias físicas en el interior de una percepción más rica y amplia, que, en última
instancia, y adentrándonos hasta el fondo del asunto, es la de su persona íntegra en la
situación o estado en que en ese momento se encuentre: toda su biografía, como a
menudo se dice, de la que un elemento esencialísimo es la aspiración primordial —¡el
ideal!— que guía su entera existencia.
Yendo por partes, las sensaciones que acabamos de mencionar y otras muchas del
mismo estilo suelen dar origen, ya de entrada, a emociones o sentimientos en la
acepción más propia:
1.1. Un dolor de muelas, por aludir a algo sencillo, lleva a menudo aparejada la
representación anticipatoria de una visita al dentista, que, según los modos de ser de
cada cual, provoca de inmediato unsentimiento de incomodidad, miedo, ansiedad,
rechazo, a causa del dolor que se prevé…; o de satisfacción y gozo, por cuanto
pronostica la desaparición de las molestias tras la intervención del odontólogo…; o de
una cosa y la otra, simultáneamente o en constante y más o menos uniforme
alternancia, en función de lo que en cada instante se me hace más patente.
1.2. Una punzada aguda en el corazón y la contracción del brazo izquierdo producen el
temor a un infarto, la inseguridad sobre el propio futuro…
1.3. Y la simple sensación de sed, como las molestias aludidas, no suelen quedarse ahí.
Generan sentimientos de enfado, de desazón o, en el extremo contrario, de satisfacción
por poder superar un déficit meramente orgánico, conciencia de la propia debilidad…
e incluso, en situaciones extremas, cuando el estado habitual es en exceso precario,
llevan a preguntarse si vale la pena vivir esta vida o a
plantearexistencialmente interrogantes aún más descabellados: es decir, absurdos…
cuando los contemplamos desde fuera, pero no tanto —a tenor, al menos, de la
frecuencia con que se dan— en el dinamismo de una vida vivida en las circunstancias
apuntadas.
La concatenación de fenómenos
En el horizonte en que nos movemos, la conclusión pudiera ser que:
1. Una simple sensación, agradable o desagradable,
2. es vivida a menudo como algo de más alcance y relieve, como un sentimiento,
3. y puede originar incluso un estado general de ánimo y dejar una huella emocional
durante un período más o menos largo…
4. hasta acabar forjando (para bien o para mal) un determinado carácter o falta de
carácter.
Recuerdo, a estos efectos, la primera vez que a un buen amigo y magnífico profesional
se le borró del ordenador el trabajo de toda una mañana, que consistía en el
100
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

planteamiento detallado de un ambicioso proyecto de investigación; por más que


resulte extraño, la consecuencia de ese fallo eléctrico fue… una depresión profunda,
que se prolongó durante más de tres meses.
2. Psíquico
De esta suerte nos hemos introducido en la esfera de los sentimientos psíquicos, que
son los más habitualmente tratados en los estudios sobre la afectividad.
Precisamente por este motivo, y en espera de posteriores puntualizaciones, nos
limitamos a mencionarlos y señalar algunos de los más comunes.
Entre ellos se cuentan, además o incluyendo a bastantes de los ya nombrados:
2.1. Los de signo o valencia positiva, como la alegría, la paz, la ilusión, la seguridad, el
(sentimiento de) dominio de sí o del entorno…
2.2. Y, entre los negativos, sus opuestos, como el temor, la angustia y ansiedad, la
inseguridad, el rencor y el resentimiento…
Refiriéndose tanto a estos como a los antes citados, escribe muy acertadamente von
Hildebrand:
Pero incluso en el caso de que estos humores estén causados por nuestro cuerpo, no se
presentan como la “voz” de nuestro cuerpo ni son estados de nuestro cuerpo. Son
mucho más “subjetivos”, es decir, están más radicados en el sujeto que las sensaciones
corporales. Podemos estar alegres mientras padecemos un dolor físico; y este estado de
ánimo positivo se manifiesta en el ámbito de nuestras experiencias psíquicas: el mundo
aparece de color de rosa, el mal humor desaparece y la alegría inunda todo nuestro
ser [4].
3. Espiritual
Según ya apuntamos, la afectividad del espíritu plantea, como primer problema, el de
su denominación: a los « movimientos —o reposos— anímicos» de este nivel, ¿es
preferible llamarlos afectos, sentimientos, emociones, estados de ánimo…
o inventar un nombre nuevo para designarlos?
Cada una de esas opciones presenta ventajas y perjuicios, como ya he esbozado y tal
vez veamos más tarde.
En cualquier caso, conviene evitar que el uso de esos vocablos lleve a
una identificación semiconsciente con los sentimientos o emociones tal como se dan en
el ámbito biopsíquico.
En rigor, habrá que hablar de analogía, con lo que esta implica de semejanza y de
mucha mayor disimilitud.
En dicho sentido, lo único que puede afirmarse con seguridad es que tales sentimientos
se encuentran unidos a las dos facultades superiores, reconocidas tradicionalmente
como estrictamente espirituales: el entendimiento y la voluntad.
¿Consecuencias?
La afectividad del espíritu gira inicialmente en torno a dos o tres núcleos:
3.1. El del conocimiento en su sentido más puro.
3.2. El del amor, también en su acepción suprema.
3.3. Y, sobre todo, el de la conjunción de ambos, ya que es muy difícil separar
101
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

realmente el ejercicio del entendimiento y el de la voluntad… y el resto de la persona.


Emociones intelectuales
1. Como ya se dijo, entre las emociones del primer tipo, resulta paradigmática la
satisfacción derivada del descubrimiento de la verdad: el famoso eureka!, cuya
hondura e intensidad solo puede percibir quien lo ha experimentado, sobre todo
cuando se trata de conocimientos de gran relieve especulativo, perseguidos durante
mucho tiempo, o que alumbran panoramas vitales hasta ese momento inéditos.
2. Y, junto a este sentimiento nuclear, se agrupan los que lo preceden, lo refuerzan o lo
matizan, entre los que vale la pena nombrar:
2.1. El afán de conocer lo que se nos ofrece como digno de ello.
2.2. El asombro ante la propia ignorancia de lo que se suponía bien sabido.
2.3. La conciencia una y otra vez experimentada de nunca llegar a conocer plenamente
algo; sentimiento que, a su vez, puede dar origen:
2.3.1. Al gozo por el reconocimiento de la grandeza de todo lo que existe, incapaz de
ser contenido en los límites de mi débil inteligencia, y, en el caso de los creyentes o de
los metafísicos convencidos, a la adoración al Creador de tales maravillas.
2.3.2. O, por el contrario, a la rebeldía ante la propia incapacidad, la decepción ante la
imposibilidad de llegar a saber nada con absoluta certeza, la inseguridad y la zozobra
de quien no posee y se siente incapaz de alcanzar puntos de referencia para su vida…
Sentimientos de la voluntad
1. El afecto por excelencia en los dominios de la voluntad es —además de la
atracción pasiva provocada por lo bueno, a que antes aludimos y a ahora no nos
estamos refiriendo— el gozo derivado del acto de amar, y el de ir haciéndolo
paulatinamente más y mejor, que es lo que, en fin de cuentas, constituye el fundamento
de la felicidad.
Según la opinión más habitual, nos encontramos ante el sentimiento supremo y por
antonomasia, consecuencia de aquella acción por la que el ser humano mejora o
decrece en cuanto persona y se juega el futuro de esta vida y, según los que creemos en
él, el destino eterno. Por eso, al crecimiento del amor, a la plenitud que va generando
en el sujeto humano, y a la dicha que de esa mejora se deriva, además de consagrar
unas páginas más adelante, he dedicado ex profeso todo un libro.
Como dice Fabro, aunque parezca reducir el alcance de mi propuesta:
El sentimiento más primario y fundamental es el placer [tomando esta palabra en su
más amplia acepción], en el que se concentra la subjetividad del ser y del cual vienen
las inclinaciones, las pasiones, las emociones... que lo consideran como su fin
último [5] .
2. En torno a esta suprema operación activa —amar hasta entregarse sin límite—
giran, entre otras, las siguientes emociones o, en su caso, estados de ánimo:
2.1. La exaltación de quien se topa con el hombre o la mujer de su vida y se descubre
enamorado (ya me referí a ella).
2.2. La tristeza por el amor no correspondido.
2.3. La melancolía que generan los amores hoy desaparecidos o atenuados.
102
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

2.4. La ilusión también un tanto nostálgica de no ser capaces de amar con más
intensidad y pureza a aquellos a quienes queremos.
2.5. La superación de una enemistad o, al contrario, el surgir, asentarse o renacer de
un sentimiento de rencor u odio, que, si no logra ser desterrado, carcome la propia
intimidad y desemboca en la desdicha terrena y eterna…
En cualquier caso, más que un análisis detallado de tales afectos, de momento parece
imprescindible volver a subrayar la importancia de defender estos dominios de la
afectividad espiritual… y de hacerlo correctamente.
Así lo afirma García-Morato:
hay sentimientos y respuestas afectivas que son profundamente espirituales. La
felicidad enraizada en el amor pertenece también a estos sentimientos espirituales. Y
no hay peor cosa que la insensibilidad ante ellos [6].
III. La afectividad completa e integrada
Y repercusiones en toda la persona
Tanto o más aún que lo expuesto en los dos epígrafes anteriores, y como consecuencia
de la unidad del ser humano, conviene recordar que el despliegue positivo o negativo
de cualquiera de esos tres ámbitos, incide casi siempre en los restantes, modificándolos
en la misma dirección y sentido de aquel en que tiene origen la emoción primigenia.
Y esto, no de cualquier modo, sino de la forma que ahora apuntamos, con palabras que
Noriega refiere al amor entre varón y mujer, pero que pueden perfectamente
afirmarse del conjunto de la vida afectiva:
… es preciso tener en cuenta que “lo que está en lo alto se sostiene en lo que está
abajo”, y a la vez, “lo que está en alto equilibra lo que está debajo”.
Es decir, la originalidad del amor entre hombre y mujer, en su nivel espiritual, se
funda en los niveles afectivo [mejor diría: psíquico] y corporal, de tal modo que, si lo
que está debajo se resquebraja, lo que está en alto peligra, y viceversa. Así, la pérdida
de atracción erótica, por la falta de un cuidado afectivo mutuo, puede hacer peligrar el
don de sí; y la falta del don de sí puede hacer perder la armonía afectiva y el mismo
deseo sexual [7].
Precisamente el error del psicoanálisis —siempre en el decir de Frankl, que en este
punto compartimos— estriba en haber eliminado tanto el plano superior (el espiritual)
como el inferior (el somático o biológico), manteniendo solo y absolutizando La Psique.
Afirma Frankl:
Indudablemente que primero se ha de comenzar por poner en orden todo aquello
que —si me es lícito expresarme así— significa o representa las condiciones naturales
de posibilidad para la existencia espiritual y personal del hombre; la equivocación está
tan solo en pretender localizar, de una manera tendenciosa y exclusivista, el origen de
todas las perturbaciones en la zona de lo psíquico, como continuamente se viene
haciendo. Esto equivaldría a localizarlas erróneamente, puesto que no solamente lo
psíquico, sino también lo somático y lo noético [o espiritual, como vimos] pueden ser el
origen de la enfermedad. Y el Psicoanálisis, desde el punto de vista de la etiología, es
culpable de parcialidad en dos aspectos, quiero decir, su horizonte visual está coartado
103
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

por dos antiparras, solo que no las lleva a la derecha y a la izquierda, sino una arriba y
otra abajo, porque de un lado, al aferrarse a la psicogénesis, olvida la somatogénesis, y
de otro la noogénesis de las afecciones neuróticas [8].
¿Verdaderamente se trata de «tres» niveles?
Pues sí y no… y todo lo contrario.
Sin bromas: una vez enunciada esta variedad de afectos, de inmediato se descubre la
imposibilidad de aislar, e incluso de determinar con precisión, sus distintas cotas o
perfiles.
Y es positivo que así ocurra porque, en verdad, aunque efectivamente existan tales
sentimientos, en la vida vivida de cada ser humano particular y único,
prácticamente nunca actúan unos con independencia de los otros, sino en segura e
indefinible interpenetración.
Y el hecho de que, sin proponérnoslo y casi sin advertirlo, utilicemos los mismos
términos para referirnos a emociones desplegadas en distintas esferas constituye una
de las pruebas más patentes de que, menos tal vez que en ninguna otra realidad, nos
encontramos ahora ante algo que dista mucho de ser « claro y distinto » .
Acudiendo a uno de los casos más patentes, la alegría en cuanto tal, como emoción o
sentimiento, ¿es una realidad específicamente psíquica, espiritual… o una conjunción
de ambos niveles con repercusiones también de tipo orgánico?
Y si atendemos a su origen, ¿no se entremezclan todavía más, al tiempo que los tres
planos, lo que antes calificaba como causas (orgánicas)
y motivos o razones (intelectualmente percibidos)? ¿No cabe que la euforia surja como
consecuencia de un amor que crece pujante entre los mayores sufrimientos físicos e
incluso psíquicos, o, en el extremo opuesto, que redunde en el espíritu a raíz de la
ingesta de una droga o, más normalmente, de una ágil y fluida conversación hecha
posible por una comida magníficamente condimentada y servida con mimo y gratitud
(máxime, cuando pasa inadvertida: se ha comido muy a gusto, pero ni tan siquiera se
recuerda cuál fue el menú)?
(La película conocida en España como El festín de Babet compone probablemente una
de las expresiones más logradas, y más verosímiles, del influjo de la buena
gastronomía incluso en las actitudes espirituales y éticas más determinantes).
Todo en todo
En esta imbricación de planos cabe descubrir, al menos, dos motivos.
1. Apetitos sensibles «y» voluntad
Desde el punto de vista estático, por llamarlo de algún modo, descubrimos el hecho
innegable de que muchos de los afectos o emociones tienen lugar a la vez en esferas
diferentes (pero interconectadas) de nuestra persona, por la sencilla razón de que
aquello que dispara el sentimiento es conocido como un bien o un
mal simultáneamente en los dos ámbitos: el de la sensibilidad y el del entendimiento.
Y así, la comida buena y apetitosa es percibida a la vez como bien por el apetito
sensible y por la voluntad.
1.1. En el primero da origen a un deseo y, con frecuencia, cuando el hambre se sacia, a
104
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

una sensación de bienestar… o de agradable o de incómodo sopor (depende de


multitud de condicionantes).
1.2. Y la voluntad, en circunstancias normales, y aunque de distinta manera, también
se siente atraída por el bien de la alimentación, en cuanto el entendimiento la advierte
como fuente de placer y como algo imprescindible para la conservación y el desarrollo
del organismo y de la propia existencia, condición para el ejercicio de las operaciones
propiamente espirituales, a las que la voluntad aspira en sentido más estricto (o, si se
prefiere, con más fuerza, puesto que mayor es su nivel entitativo o su bondad).
Si acudimos a las dos tendencias básicas ligadas a la conservación de la vida (personal
y « específica » ), algo semejante cabría decir del impulso a la unión sexual. La persona
del sexo complementario:
1.3. Es apreciada como un bien en los dominios orgánico-psíquicos.
1.4. Y, dentro del matrimonio —en cuanto expresión y medio de incrementar el amor
entre los cónyuges—, percibida por la voluntad como algo maravilloso, donde se
cumple de un modo muy particular y específico la orientación al amor de todo varón y
mujer.
2. Influjo recíproco de ambos planos
En lo que cabría denominar dinamismo de la vida afectiva, el fenómeno es análogo,
aunque presente algunas diferencias dignas de mención.
Ahora no se trata tanto de que algo se capte como bien (o, en su caso, como mal) por
facultades de distinto nivel, sino, además, de que el efecto directamente producido en
uno de los ámbitos o niveles generatambién modificaciones derivadas en los otros.
2.1. Por ejemplo, una simple ducha caliente provoca de manera directa e inmediata
efectos fisiológicos vasodilatadores; y esa mejora orgánica repercute positivamente en
los dominios psíquicos y, a veces, en los propios del espíritu.
Aclaramos que no nos referimos ahora, por citar un caso, al sentimiento de relajación
que provoca, también de forma directa, el hecho de detener una actividad frenética y
delirante para dedicar un tiempo al reposo, sin otra preocupación que la de sentir el
bienestar producido por el agua tibia discurriendo sobre nuestro cuerpo;
evidentemente, también eso se da; pero en estos instantes aludo al efecto indirecto que
el incremento de riego sanguíneo ejerce en nuestro psiquismo.
2.2. De manera similar, escuchar música, cantar con fuerza o reír a carcajadas
proporciona de inmediato un beneficio psíquico (disminución de la ansiedad, entre
otros), que repercute en el organismo y se realimenta por los efectos provocados en
este nivel.
2.3. Y, en el extremo casi opuesto, la intervención directa y exclusiva en el plano
fisiológico —neuronal, por referirme a algo más concreto— provoca sentimientos de
tipo psíquico e incluso espirituales.
Una interacción profunda, múltiple… y ordenada
Resulta obvio, pues, que existe un mutuo influjo y una interpenetración de la
afectividad en los dos-tres sentidos: de arriba abajo y de abajo arriba… así como
del centro —lo propiamente psíquico— hacia ambos polos (hacia-arriba-y/o-hacia-
105
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

abajo).
Algunos ejemplos al respecto ya han sido vistos, y otros irán surgiendo al hilo de
explicaciones posteriores.
La idea clave está de nuevo perfectamente expresada por Pithod:
Se ha distinguido un nivel intermedio entre lo físico y lo propiamente espiritual. Se lo
suele llamar nivel psíquico.
Bios, psique, espíritu o persona: en efecto, podemos distinguir fenomenológicamente
estas tres esferas y su relativa comunicación y unidad. Es un buen ejemplo de la
estimulación de la esfera psíquica por un agente físico esa particular euforia que nos
produce la ingesta de alcohol y el clima de fiesta que de pronto adquiere una reunión
social.
Allí está claramente presente la sensación corpórea de distensión, de excitación; pero
el fenómeno consiste propiamente en una delectación psíquica o alegría del corazón.
Vinum et musica laetificant cor, dice la Escritura. Esta euforia puede, a su vez, dar
origen a sentimientos más altos, de tipo espiritual, de amistad, de bondad, de buenos
deseos, etc.
Se pueden distinguir, pues, fenomenológicamente, una esfera intermedia entre lo
claramente corpóreo y lo propiamente espiritual. En el ejemplo que dimos son
delectaciones mixtas. Es que el hombre mismo es un mixto y fenomenológicamente se
nos aparece como tal [9].
Algo muy parecido, pero tal vez expresado de forma más directa e inteligible para los
no especialistas vimos que exponía Cardona Pescador:
La estructura vital de la personalidad está integrada por diversas dimensiones
configurativas (orgánica, psíquica y espiritual) que establecen íntimas relaciones de
interdependencia, de tal forma que el daño o deterioro de una repercute
necesariamente, en mayor o menor grado, sobre las otras. Así, un dolor corporal
predispone a la tristeza, y la tristeza, a su vez, induce al hombre a la represión de sus
tendencias espirituales, a modo de replegamiento defensivo y de mecanismo de
autoprotección. En sentido inverso, a una mayor plenitud espiritual se sigue una
distensión física y psíquica que facilita superar el dolor y la tristeza [10].
Organismo jerarquizado
Ahora interesa señalar un extremo de capital importancia… y del que debemos dejar
constancia por pura honradez intelectual.
A saber, que, en contra de lo que en ocasiones se pretende —al iguales todo tipo
de vivencias—, dentro del complejo mundo constituido por las tendencias y por los
sentimientos que giran en torno a ellas, no todo se sitúa a la misma altura ni tiene igual
relevancia. Muy al contrario, existe una jerarquía de naturaleza, incoada ya en la
concepción, pero no vital y definitivamente establecida desde ella, sino fruto de una
conquista, prolongada a lo largo de toda la existencia.
El criterio para descubrir e instaurar tal graduación es la propia naturaleza de la
persona humana, que señala el fin al que esta debe encaminarse y la operación con que
alcanza ese objetivo: el buen amor inteligente, gracias al cual logra la intimidad con las
106
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

personas que constituyen su entorno y, para los creyentes, con Dios, normalmente a
través del trato amoroso con los demás y de un trato directo con Él, en la oración y los
sacramentos.
La consecuencia es relativamente clara. Como lo inferior se ordena a lo
superior, todo cuanto realiza o experimenta el ser humano ha de ser puesto al servicio
del amor… tomando ahora este término en su sentido más noble y elevado: como acto
enraizado fundamental y nuclearmente en la voluntad, mediante el cual, según la
célebre descripción de Aristóteles, se quiere el bien para otro en cuanto otro.
Al respecto, no pueden ser más significativas, justo por subrayar la contraposición a
que aludimos, estas afirmaciones de Cardona Pescador:
Urge restituir al amor su dignidad, y para eso hay que destituir al placer de su
primacía. No amo porque me gusta. Amo porque es amable, porque es bueno, y,
entonces, me gusta. Al amar al otro como otro —no por lo que me da— se obtiene,
además, como consecuencia, el deleite del amor [11].
En idéntico sentido, añade:
Para que la persona no sucumba ante el desamor del otro, a la falta de
correspondencia en el amor, es preciso que el propio amor esté bien fundado y no
radique en un mero egoísmo compartido y coincidente (cosa no rara en ciertos
matrimonios y en ciertas amistades) [12].
Y, todavía:
Teniendo en cuenta que el ser humano no puede realizarse solo, que le es esencial el
amar y sentirse amado, y que el amor es la cualidad que más le dignifica y el desamor
—con mayor razón, el odio— es lo que más le deteriora, a mi juicio la soledad puede
definirse como el vacío existencial del desamor querido o sufrido [13].
Puesto que el hombre es una unidad y, con terminología de Pascal, «para llegar a ser
hombre, hay que ser mucho más que hombre», no nos importa —con pleno respeto a
quienes opinen de otro modo— aducir estas palabras de un santo contemporáneo —
San Josemaría Escrivá—, capaces de orientar toda una vida:
Cuando el amor se apaga, desparece todo lo demás. Porque las virtudes que hemos de
practicar no son sino aspectos y manifestaciones del amor. Sin amor no viven ni son
fecundas. El amor, en cambio, todo lo hermosea, todo lo engrandece, todo lo diviniza.
Por eso, yo no os quiero sin ambiciones ni deseos; alimentadlos, pero que sean
ambiciones y deseos […] por Amor [14].
Y, con idéntico respeto a quienes piensen de otro modo, pero movidos por el influjo
que han ejercido en la comprensión de lo que venimos tratando, parece de justicia
citar aquí, además, unas observaciones de Javier Echevarría:
No es difícil descubrir que el recto uso de la inteligencia ordena amar el bien.
Fijémonos en esas personas con discapacidad que, aunque no lo entendamos, son
también auténtica bendición […] para la humanidad y para las propias familias. Su
inteligencia no es capaz de razonar ordenadamente, pero algo de luz hay en su mente,
pues consiguen agarrarse con confianza y cariño a las manos que con amor los
atienden en sus días. Y sus reacciones, aun acompañadas de gestos quizá bruscos,
107
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

permiten notar cómo aman, cómo agradecen, cómo necesitan ser amados y amar [15] .
Consecuencias vitales
Como más adelante estudiaremos, desde la perspectiva de la
afectividad aislada esto debería traducirse en:
1. Una clara preponderancia de las emociones, sentimientos y estados de ánimo
propiamente espirituales sobre los respectivos sensibles.
2. Lo cual, a su vez, podría expresarse diciendo que una adecuada educación de la vida
sentimental debe conducir, en condiciones normales, a que:
2.1. El gozo espiritual y supremo de la entrega —resonancia habitual de quien ama a
los otros con olvido de sí—, junto con el deleite que suele acompañarlo en la esfera
sensible,
2.2. … gratifiquen a la persona de forma tan recia y plena, que ayuden a superar sin
excesivo esfuerzo (y, en ocasiones, con muy poco o ninguno) las quejas que se
produzcan en los apetitos sensibles y las que genere el amor de sí anclado en la
voluntad… cuando el bien del otro en cuanto otro implique contrariar la tendencia
natural de estas inclinaciones hacia sus bienes propios, natural o infranaturalmente
egocentrados.
·- ·-· -······-·
Tomás Melendo y Bartolomé Menchén

[1] Hildebrand , Dietrich von, El corazón, Ed. Palabra, Madrid 1997, p. 62.
[2] «… ipsa anima habet esse subsistens […], et corpus trahitur ad esse eius» ( Tomás
de Aquino, De spirit. Creat., q. un., a. 2 ad 8).
[3] Tomás de Aquino, De ente et essentia, c. 4, núm. 29.
[4] Hildebrand, Dietrich von, El corazón, Ed. Palabra, Madrid 1997, pp. 64-65.
[5] Fabro, Cornelio, Introducción al problema del hombre (la realidad del
alma), Rialp, Madrid 1982, p. 114.
[6] García-Morato, Juan Ramón, Crecer, sentir, amar. Afectividad y corporalidad,
Eunsa, Pamplona 2002, p. 55.
[7] Noriega , José, El Destino del Eros, Palabra, Madrid 2005, p. 47.
[8] Frankl , Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 68-69.
[9] Pithod, Abelardo, El alma y su cuerpo, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos
Aires 1994, pp. 158-159.
[10] CARDONA PESCADOR, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid 1998, p.
124.
[11] Cardona Pescador , Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid 1988, p. 94.
[12] Cardona Pescador , Juan, “El síndrome de soledad (I)”, en Mundo Cristiano,
enero 2000, p. 46.
[13] Cardona Pescador , Juan, “El síndrome de soledad (I)”, en Mundo Cristiano,
enero 2000, p. 40).
108
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

[14] San Josemaría Escrivá, Notas de una meditación 27-V-1937, en ( Echevarría ,


Javier, Getsemaní, Planeta, Barcelona 2005, p. 267.
[15] Echevarría , Javier, Getsemaní, Planeta, Barcelona 2005, pp. 62-63.
Elogio de la afectividad (8): Peculiaridades y estructura de la afectividad humana
por Tomás Melendo y José Carlos Rodríguez Navarro
Este artículo, que asume lo esbozado en los anteriores, persigue dos objetivos: 1.
Esclarecer con mayor hondura en qué consiste la afectividad humana. 2. Ver,
entonces, cómo es posible sacarle el mayor partido, mediante la educación oportuna.
Pretensión
Procuraremos llevarlo a término de manera simultánea, alternando los apuntes
descriptivos y las explicaciones con las sugerencias sobre el mejor modo de manejar los
propios sentimientos: esto es, de descubrir y potenciar nuestros puntos fuertes, y
aprender a conformar de la manera adecuada las carencias afectivas, de modo que
esas faltas nunca influyan más de lo debido en la calidad de nuestro comportamiento y
en el consiguiente bienestar propio y, ¡sobre todo!, en el de quienes nos circundan;
bienestar este —el ajeno, el de los demás— que goza de la mayor importancia, también
para nuestra felicidad personal.
Con tal fin, resulta oportuno examinar de nuevo, de manera más directa y explícita,
los caracteres que distinguen las tendencias y el conocimiento humanos de los de los
restantes animales.
I. Rasgos diferenciadores de la afectividad humana
Los apetitos vitales «inferiores»
Como ya quedó dicho, existen bastantes apetitos que, encarados de manera un tanto
rápida y superficial, podrían considerarse comunes al ser humano y a los demás
animales.
Son los que el título califica como apetitos vitales inferiores, por cuanto responden,
también en el hombre, a las exigencias de su vida vegetativa y animal, aunque no solo a
ellas. Es decir, los habitualmente conocidos como principios de conservación y de
reproducción.
Tras lo que llevamos visto, es fácil entender por qué esta denominación responde a un
modo de encarar el asunto excesivamente rápido y superficial. Y es que, incluso
atendiendo a los apetitos más comunes, los contrastes entre el modo como se
encuentran en los animales no-racionales y en el hombre resultan
abismales: infinitamente infinitos, por utilizar de nuevo la tan significativa, fecunda y
entrañable expresión de Pascal.
Lo mismo sostiene la mejor psicología de los últimos decenios:
En realidad, la diferencia entre el hombre y el animal aparece en la obra de Lersch
como infranqueable. No se desconoce, claro está, que el hombre forma parte de la
Naturaleza, pero se subraya suSonderstellung , su posición aparte en lo psicológico y
en lo biológico. […] En lo psíquico, no se niegan las analogías con la vida instintiva
animal, pero se ponen de manifiesto sus peculiares y sustanciales diferencias. La vida
instintiva humana, incluso en la esfera del hambre y del sexo, es más «tendencial» que
109
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

propiamente instintiva. Para subrayar que en la vida «instintiva humana hay más
«incitación» que «impulsión», prefiere Lersch el término Antrieb al de Trieb [1] .
Con otras palabras: también los apetitos comunes al hombre y los demás animales
adquieren, en uno y otros, caracteres distintos e incluso opuestos
La plasticidad de las tendencias humanas
Para resumir con muy pocas palabras esa radical diferencia, bastaría con recordar
que las tendencias humanas son mucho más plásticas que los correspondientes
instintos animales. O, con expresión más concreta, que en el hombre, esas tendencias
están tocadas por o transidas de libertad.
Como sabemos, existen dos maneras sencillas de advertirlo:
1. Por un lado, semejantes necesidades no se encuentran predeterminadas, en los
distintos sentidos que enseguida expondremos.
2. Por otro, incluso cuando se trate de la necesidad más radical y básica, el varón y la
mujer se hallan a menudo capacitados para atenderla o no, asumiendo la
responsabilidad de sus actos, aun cuando a veces las consecuencias de estos sean
fatales… o, llevadas al extremo, provoquen la misma muerte.
De nuevo como resumen, podría decirse que en los seres humanos, incluso las
tendencias más básicas —conservación individual y específica— están impregnadas de
humanidad
Las necesidades primarias, indefinidas… ¡e indefinibles!
En lo que atañe al primer punto, no resultaría complicado enumerar, al menos en sus
líneas elementales, qué necesita un animal para sobrevivir: comida y bebida, un
ambiente propicio, cierta protección material contra sus enemigos…
1. Un (des)acuerdo inicial
Sin embargo, cuando estudiamos con detenimiento lo que precisan los seres humanos
para mantenerse en vida, nos encontramos con los resultados más asombrosos.
1.1. No solo es que varíen de forma espectacular entre un sujeto y otro a lo largo de los
siglos, en las distintas culturas, o incluso en ambientes muy parecidos del mismo
momento histórico de una misma civilización, entre los componentes de la misma
familia… ¡o en mismo individuo en dos instantes relativamente cercanos de su
biografía!
1.2. Sucede también algo muy significativo y como a caballo de lo anterior: que la
mayor parte de los intentos teoréticos de descubrir y establecer cuáles son esas
exigencias ha fracasado rotundamente.
Sin alejarse de la realidad y de los textos, aunque tratándolos con un punto de ironía y
buen humor, Carlos Llano expone la respuesta que dieron a este interrogante tres de
los más grandes pensadores occidentales, bastante distantes entre sí en el tiempo y en
la forma de concebirla realidad: Platón, Tomás de Aquino y Marx.
Y hay que reconocer que la cuestión tiene su encanto.
En un primer momento, como haría cualquiera de nosotros, Platón
señala tres necesidades perentorias, sin cuya satisfacción el hombre apenas podría
subsistir en este mundo: alimentación, vestido y cobijo.
110
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

A renglón seguido, contento con su hallazgo, parece que salió a celebrarlo, dando unas
vueltas por la ciudad de Atenas, cuyas calles y plazas —al menos las que él recorrió
entonces— no eran un prodigio de pavimentación y ni siquiera de empedrado (¡o sí!,
depende como se entienda lo de «empedrado»). No extraña, entonces, que en un texto
algo posterior, agregara sin vacilar: alimentos, vestimenta, habitación… y calzado; ¡si
uno quería festejar los grande descubrimientos, parecía imprescindible caminar por la
ciudad sin demasiadas incomodidades!
2. Y el «terrible» etcétera
Pero como se trataba de una persona inteligente, pronto advirtió la alta probabilidad
de que en alguna otra circunstancia se topara con nuevos requerimientos, también
perentorios; y, después de pensárselo bien, complementó el elenco con un «etcétera»…
con el que desistía de cualquier intento de clasificación.
Tomás de Aquino y Marx coinciden con el filósofo ateniense en la enumeración de
las tres exigencias primariamente primarias: alimento, ropa y vivienda.
Y cada uno de ellos añade por su cuenta lo que, al parecer, le dictan sus particulares
circunstancias:
2.1. El rigor de los inviernos alemanes lleva a Marx a incluir entre lo esencial para la
supervivencia nada menos que la calefacción.
2.2. Y Tomás de Aquino, a cuya notable corpulencia aluden sus distintos biógrafos,
considera imprescindible un medio de locomoción equivalente al «600» del españolito
medio de los famosos años 60: un borrico capaz de soportar su peso y trasladarlo de un
lugar a otro.
Pero más significativo todavía es que ni Tomás de Aquino ni Marx se quedan
contentos con estos retoques, por lo que también ellos añaden el tan socorrido cuanto
fatídico «etcétera», cuyo significado más interesante, en este momento, es que no existe
modo alguno de delimitar de una vez por todas cuales son las necesidades que un
varón o una mujer han de tener cubiertas para poder habitar humanamentenuestro
planeta: A + B + C + D + etcétera… es, a los efectos, como no decir prácticamente
nada.
Sumamente plásticas
Plasticidad significa, entonces, que no es posible descubrir cuáles ni cuántas son las
necesidades que corresponden siquiera al instinto de conservación individual, pues
estas varían de forma considerable según las circunstancias; ni tampoco cabe
establecer, por los mismos motivos, cómo se colman las restantes tendencias.
1. No infalibles
Por otro lado, también en contra de lo que sucede en los animales brutos, las
tendencias humanas no se encuentran predeterminadas, por el sencillo hecho de que,
incluso estando a su alcance lo que permitiría colmarlas, el hombre no siempre
descubre cuál es la respuesta adecuada para cada una de ellas.
Dicho con otras palabras, aunque en el niño recién nacido se halle ya presente el afán
natural de supervivencia, ni siquiera a los 2, 3… ó 10 años conoce de manera
automática (hablando con más propiedad: instintiva) lo que le resulta beneficioso o
111
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

dañino para su simple salud biológica.


Los pequeños humanos hemos de aprender, a menudo tras comprobar su peligro, que
el fuego resulta perjudicial, además de atractivo; que un cuchillo afilado debe cogerse
por el mango, aunque la mano se dirija de manera casi maquinal hacia el brillo de la
hoja; o que un exceso de comida o bebida provoca en nosotros efectos nocivos o incluso
catastróficos…
Desde este punto de vista, señalar que nuestras tendencias son plásticas equivale a
decir que no resultan infalibles ni tienen su repuesta dada, sino que cada nuevo
individuo humano debe reinventar el mejor modo de acallarlas.
Todo lo anterior lleva a sostener, con una afirmación cuya importancia no puede
exagerarse, que, entre los hombres, lo natural es lo libre o, pues viene a ser lo mismo,
lo correctamente aprendido y elegido a la luz de lo que constituye la auténtica esencia
o naturaleza humana.
Con palabras de González Martín:
Lo natural en el hombre es ser educado; una persona sin educación, sin una
interacción con otro que quiere promoverle, que le ayuda a actualizar y cultivar sus
capacidades, una persona así pierde mucho de lo que es propio al ser personal [2] .
2. Abiertas a más de una respuesta
A todo ello se encuentra aparejada otra característica, tal vez más directamente
manifestativa de esa maleabilidad: la capacidad de elegir, dentro de ciertos límites,
entre diversas posibilidades de dar cumplimiento a cada una de sus tendencias,
además de escoger, cuando lo estime oportuno, dejarlas simplemente desatendidas.
En efecto, a tenor de su propia situación personal y de la singular configuración de sus
inclinaciones, el ser humano puede optar entre multitud de alimentos y bebidas, por
acudir a los ejemplos más rudimentarios; entre las más alambicadas formas de
construir y decorar su habitáculo; entre mil modos de cubrir o no su cuerpo, con el fin
de protegerse de las inclemencias del tiempo, o en exceso frío o desmesuradamente
cálido, y, simultáneamente, manifestar su personalidad o adornar su aspecto externo…
Pero todavía interesa más tener en cuenta que semejantes soluciones en unos casos
darán en el clavo respecto a lo que la tendencia en cuestión reclamaba, mientras que
en otros no harán sino incrementar la pulsión originaria, porque esta no ha quedado
apaciguada, y tiende a buscar la revancha.
Tendencias con respuestas elegibles, por tanto, y, simultáneamente, no-infalibles. Y,
como consecuencia, urgencia de un constante y renovado aprendizaje creativo sobre
nuestras aspiraciones y el modo de satisfacerlas.
La razón última de todo ello, que ya hemos apuntado y sobre la que volveremos una y
otra vez, es la-unidad-en-el-ser de cada varón y mujer y, por consiguiente,
la presencia del espíritu hasta en los ámbitos o actividades en apariencia más alejados
de él.
Que es lo que pretendemos esbozar a continuación, en espera de un análisis posterior
más detallado.
II. Espíritu, conocimiento y voluntad libre
112
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

El influjo del espíritu


Según acabamos de repetir, la distinción fundamental, incluso entre las tendencias
humanas análogas a las más básicas inclinaciones de los restantes animales y tales
apetitos, deriva para el ser humano del influjo en ellas del alma espiritual, que es lo
que lo constituye como persona.
Desde una perspectiva metafísica, como hemos insinuado en otros momentos y en este
mismo conjunto de escritos, la clave de todo el asunto es que el acto de ser del hombre
resulta medido por el alma que lo recibe inmediatamente, y, así conformado, se
comunica al cuerpo: de suerte que alma y cuerpo, con todas las operaciones radicadas
en una y otro o, normalmente, en el compuesto, son en estricto sentido,personales:
gozan del rango propio de la persona, por lo que se encuentran fuertemente influidas
o mediadas por el conocimiento y la libertad.
Así lo explica Lukas:
Un animal no puede obrar en contra de sus instintos. Si, por ejemplo, tiene hambre y
avista una presa, «deberá» abalanzarse sobre ella y devorarla. En cambio, una
persona puede estar hambrienta (ese es su «destino») y, sin embargo, ofrecer su última
rebanada de pan a un compañero que quizás la necesita con más urgencia que él (ésa
es su «libertad»). En la primera dimensión, la somática, el estómago le hará ruido y el
descenso del nivel de azúcar en la sangre le causará malestar. En la segunda
dimensión, la psíquica, el deseo del pan y las imaginaciones de comida le torturarán.
Este es el «paralelismo psicofísico» del que habla Frankl, donde los dos primeros
planos están sincrónicamente entretejidos. Pero en la tercera dimensión, la dimensión
noética, la persona se desprende del acontecimiento del hambre y decide, siempre que
por algún motivo de sentido así lo quiera, pasar soberanamente por encima de la
presión psicofísica.
Así pues, el ser humano se muestra como aquel que puede responder a sus condiciones
fatídicas desde la libertad y que, al hacerlo, debe hacerse también responsable de sus
respuestas. La visión no determinista de la logoterapia trae consigo la readmisión de la
responsabilidad y la posibilidad de culpa en la imagen psicoterapéutica del hombre.
Allí donde en un determinado momento no hay posibilidad de elección, no puede haber
culpa. Por ejemplo: como no tenernos ninguna posibilidad de cambiar nuestro pasado,
tampoco podemos convertirnos en culpables con respecto a él[3]
Con otras palabras, debe afirmarse que, en el varón y en la mujer, también esos
instintos-tendencias elementales se hallan impregnados de espiritualidad… para bien y
para mal, en función del uso que haga de su libertad.
¿Qué quiere decir, en concreto, la disyuntiva mencionada de bien y mal?
En primer término, que el influjo del conocimiento en la actividad tendencial del
hombre es muy superior y mucho más complejo y rico que en los restantes animales.
Y, como consecuencia, con más posibilidades de crecimiento… y de perversión.
Poniendo un ejemplo sencillo, el ser humano goza de un gran abanico de alimentos con
los que calmar su hambre y mantenerse en la existencia. Y puede ampliar de forma
casi indefinida su número y condición.
113
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Pero también está obligado a aprender cuáles le son beneficiosos y cuáles no y a


moderar su inclinación a comer y beber: bien haciéndolo aun sin ganas, cuando sea
necesario y no le apetezca, bien dejando de comer o beber aun cuando el cuerpo le
pida más, si advierte que no es beneficioso para su salud o para su perfeccionamiento
como persona.
Y, como muestra la experiencia, bastante a menudo come o bebe no solo lo que no le es
necesario, sino lo que a todas luces —y con plena conciencia— le resulta perjudicial.
Por lo que no es un desatino repetir que la mayor parte de las inclinaciones del ser
humano, incluidas las más elementales, se encuentran impregnadas de espiritualidad:
sometidas, al menos hasta cierto punto, al entendimiento y la voluntad libre.
La función del conocimiento en los animales y en el hombre
Resumiendo, pero sin falsificar, el animal requiere del conocimiento sensible para:
1. Activar los instintos respectivos.
2. Y, de manera pre-determinada, dar cumplimiento a lo que demanda cada uno de
ellos.
Por ejemplo, experimenta en sí mismo un estado carencial de alimento, que se
manifiesta con los síntomas que el hombre llama hambre o sed, y, en función de su
mayor o menor categoría en la jerarquía de los animales, recuerda el lugar más
cercano en el que hay o puede haber alimento o agua, se pone en movimiento —
sin pensarlo más… ¡y sin poderlo evitar!— y responde a ese requerimiento fisiológico,
que de tal modo queda satisfecho.
Este esquema básico se mantiene tanto si se trata de un animal superior como de uno
de medio, elemental o muy bajo rango.
Y así, el león —que muchos tendemos desde la infancia a admirar como el rey de los
animales o, al menos, de la selva—, realiza estas tareas de un modo relativamente
complejo, por cuanto busca positivamente la pieza que calmará su hambre o la de sus
crías, y este proceso puede resultar aparentemente muy largo y complicado… y serlo
en efecto. Pero, en sentido propio, ni el león ni ningún otro animal inventa nada que no
estuviera incluido de antemano en su dotación instintiva.
En el extremo contrario y más pobre, hay animales incapaces siquiera de recordar
experiencias pasadas. Y, si les acucia la sed, pero no se topan y
descubren directamente el agua en su entorno, acabarán pereciendo por falta de ese
líquido.
El «conocimiento» animal
En todos estos casos, sin embargo, con independencia del rango de los distintos
animales, la función del conocimiento es esencialmente la misma, y puede reducirse a:
1. Percibir en sí, a tenor de su disposición fisio-biológica, una carencia referida a
determinado instinto: hambre o sed, en resumidas cuentas, si nos limitamos a las
aportaciones materiales imprescindibles para la conservación individual.
2. Encontrar en el exterior la realidad o tipo de realidades, ya preestablecidos, con los
que puede calmar esa pulsión.
Para lo cual le es necesario:
114
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

2.1. Conocer (sensible, pero realmente) lo que le rodea.


2.2. Juzgar (de forma instintiva) si aquello que acaba de percibir le es beneficioso o
dañino.
La facultad que realiza este juicio o estimación recibe el nombre de estimativa, lo hace
de manera espontánea, y viene a equivaler a lo que normalmente
llamamos instintos. De ahí que las respuestas ante la realidad —resultado de la
estimación de lo conocido— se denomine instintiva: entre otros motivos, porque no se
aprenden, sino que vienen dadas por naturaleza y, por lo mismo, resultan
prácticamente infalibles.
3. Y, de tal modo, sin ser en absoluto consciente de este segundo factor, contribuir a su
supervivencia.
Al escribir «sin ser en absoluto consciente de este segundo factor» pretendemos
recordar que el animal no sabe que al comer está incorporando los elementos
ineludibles para conservar su vida, sino que simplemente reacciona al estímulo del
hambre con la única respuesta adecuada-y-posible en cada caso.
4. Lo cual equivale a sostener que en los animales, la enorme variedad de
nuestros sentimientos puede reducirse a dos sensaciones básicas:
4.1. Por un lado, cierta comezón o deseo, que les lleva a acercarse o alejarse de la
realidad que perciben como beneficiosa o dañina.
4.2. Por otro, el placer que va aparejado a la consecución de un bien o a la supresión
de un mal, y el dolor o desazón unidos a lo contrario.
4.3. A lo que hay que añadir —y dejar muy claro— que, entre los animales, el dolor o
placer pre-sentidos o anticipados son el desencadenante de su conducta: es eso, placer
o dolor en su significado más amplio, lo único que advierten como bueno o malo —bien
o mal para-sí, para cada uno de ellos— y lo que nunca pueden trascender.
Lo que trae como consecuencia, en la que de momento no hay que detenerse, que el ser
humano que actúa sólo en función de su placer o dolor en cierto modo se animaliza.
Sí conviene resaltar, por el contrario, que el conocimiento animal se encuentra por
completo subordinado a la acción: no tiene otra función que dirigir la conducta de la
manera adecuada
El conocimiento humano
En el hombre todo es más complicado y también más rico y flexible… o viceversa,
según nuestro humor y nuestro estado de ánimo.
1. Por ejemplo, sin pretender ni mucho menos agotar los detalles, el bebé de pocos días
manifiesta mediante el llanto una especie de privación, que puede ser de muy distinta
especie y que toca a los padres desentrañar.
De suerte que, con la misma expresión —llorar y patalear— indica, pongo por caso:
1.1. Que tiene hambre o sed.
1.2. Que está incómodo: pañales mojados, calor, frío, cuna deshecha, etc.
1.3. ¡La necesidad de la presencia de la madre… o del padre, para sentirse
acompañado y querido!
Aunque, como es bastante obvio, no sepa exactamente qué es lo que le pasa ni lo que
115
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

está demandando.
2. Conforme va creciendo esa persona, la situación en cierto modo se esclarece, pero
fundamentalmente se enriquece y complica.
2.1. El joven —o el hombre adulto— advierte los síntomas de la sed y del hambre; pero
también, y esto marca ya una distancia insalvable respecto al animal, sabe de
ordinario, gracias a su inteligencia, que esas son señales dispuestas por la naturaleza
para poder dar cumplimiento a una necesidad vital —la de alimentarse, en nuestro
caso—, sin cuya satisfacción no podría seguir en este mundo durante mucho tiempo.
Gracias a semejante saber, puede ingerir alimentos aun sin experimentar hambre, con
el fin de recobrar la salud perdida o no deteriorarla más todavía, incluso cuando la
simple idea de comer le repugne, como en ciertos casos de enfermedad; o engullir
sólidos y líquidos cuando ya está más que harto, por simple glotonería, al margen de
toda exigencia biológica.
Es decir, su inteligencia y su voluntad deciden a qué tipo de tendencias responder
cuándo se han activado varias y reclaman respuestas distintas o incluso opuestas.
2.2. Además, con el tiempo descubre que a la satisfacción material de la necesidad se
encuentra normalmente aparejada una satisfacción formal o deleite y que es posible
disociar ambas realidades y perseguir de manera exclusiva el gozo o placer, aunque no
exista en ese instante el requerimiento físico: lo que logra, bien provocándolo de
manera artificial, bien buscando formas refinadas de darle cumplimiento, más allá de
lo fisiológicamente exigido, etc.
Todo lo anterior manifiesta ya algo fundamental, cuyo estudio reservamos para más
adelante.
A saber:
● Que el conocimiento humano no se limita a ser un medio o instrumento para actuar
correctamente.
● O, con otras palabras, que ese conocimiento tiene un carácter sustantivo, de algo-
que-vale-por-sí-mismo.
De lo que puede inferirse, como más tarde veremos, que en el hombre existe una
tendencia natural a conocer por conocer: al saber estrictamente teorético (o saber por
excelencia) [4] .
Y esto, el que el conocimiento no sea en el hombre un mero instrumento de
supervivencia, sino, al menos en determinados casos, un fin en sí mismo, apunta a
otros rasgos provocados en buena medida por la conexión entre el entendimiento y las
tendencias humanas.
Señalemos algunos.
Y su uso adecuado
1. El ejemplo hasta aquí utilizado —aprovechar una tendencia básica para lograr
deleites ligados a su satisfacción— manifiesta cierta perversión del destino natural de
esas inclinaciones; como se ha apuntado, esto es posible justo porque el conocimiento
humano es superior al de los animales brutos y le lleva a distinguir en casi todas sus
acciones tres elementos: los medios, el fin y las consecuencias de esa actividad.
116
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Algo similar hay que decir respecto al hecho, tan común en buena parte de la
civilización presente, de que el hombre aumente de forma artificial lo que llega a
considerar como exigencias ineludibles para su supervivencia y, en cierto modo, a
transformarlas en ellas: de manera que el no poder colmarlas se experimenta como
una privación tremendamente dolorosa e injusta.
«Dolorosa e injusta», subraya Pithod, precisamente porque ha convertido en
necesidades imprescindibles lo que en modo alguno lo eran:
La frustración es generalmente “relativa a”. Uno se siente frustrado si los demás que
son como uno, tienen auto y uno no. Nuestros referentes en aquella época [se refiere a
la de su juventud] eran gentes como nosotros, más o menos, por lo cual no teníamos
una privación relativa grave. Hoy los muchachos con pocos recursos tienen referentes
ricos, muy distantes, llenos de satisfacciones materiales, es decir provocan más
frustración en los carenciados que la que pudimos tener nosotros. Pero hay otro
fenómeno que contribuye a la frustración. Los marcos de referencia están ahora
constantemente presentes en los medios de comunicación. Es el obsesivo “efecto de
mostración”. La moda, por ejemplo, la conocen hasta los más pobres, y además
alcanza nuestro subconsciente por su omnipresencia, y nos golpea de manera
inevitable. La frustración relativa es hoy más odiosa, más incisiva que nunca [5] .
2. < Mas asimismo cabe, en el extremo contrario, demonizar hasta tal punto la
satisfacción de los requerimientos materiales, a causa del deleite que los acompaña,
que se desemboque en un puritanismo ajeno por completo a la naturaleza y, frente a lo
que con frecuencia se sostiene, a la verdadera religión.
Pues tanto esta como la ética natural llevan:
2.1. A mantener en todo momento la jerarquía objetiva de los bienes y, más en
particular, a no anteponer un simple goce —del género que fuere— al cumplimiento
amoroso de una obligación, que reporta un beneficio para quienes nos rodean o para
nosotros mismos.
2.2. A negarse ciertos caprichos para asegurar en lo posible el dominio de la
inteligencia y la voluntad sobre los apetitos.
2.3. Pero también, con la misma o mayor fuerza, a disfrutar templada y noblemente de
todos los bienes lícitos que Dios ha otorgado al ser humano para contribuir a su
felicidad, agradeciendo de forma expresa esos detalles Paternales.
Lo contrario, esa suerte de «deber por el deber» de corte kantiano, al que hemos
aludido en varias ocasiones —un deber que resultaría maleado en cuanto produjera el
más mínimo gozo—, está muy cerca del protestantismo puritano, inexorable e
inflexible, en lo que tiene de antihumano, antirreligioso y antinatural.
III. Voluntad libre
La misión y el influjo de la voluntad
Lo considerado hasta ahora ilustra el papel del entendimiento en el juego de las
tendencias y, derivadamente, en el conjunto de la vida afectiva.
Los detalles que exponemos a continuación, además de esclarecer ulteriormente estos
mismos aspectos, aspiran a poner de relieve la misión central que en todo ello
117
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

corresponde a la otra gran facultad espiritual humana: la voluntad, sede inmediata y


columna vertebral del buen amor, tomando esta última expresión en su acepción más
noble.
Mediada por el entendimiento
Sabemos que una separación tajante entre entendimiento y voluntad resultaría
siempre falsificadora. Las dos potencias superiores del hombre actúan normalmente
de manera conjunta, en una especie de circuito una y otra vez reiterado en el que
resulta difícil y artificial señalar prioridades (al menos, absolutas).
Por eso, lo que conviene subrayar como fundamentalísimo para el correcto ejercicio de
la voluntad en el conjunto de la vida humana deriva de una propiedad también clave
del entendimiento.
En concreto, la afectividad humana no puede ni entenderse ni manejarse de la manera
adecuada sin tener de nuevo en cuenta:
1. Que la voluntad está abierta a cualquier bien que el entendimiento le presente como
tal.
2. Que el entendimiento es capaz de apreciar, en principio y con la adecuada
educación, todos los bienes existentes: incluidos los realizables o alcanzables en el
futuro, que gozan de excepcional importancia para la orientación de la propia vida.
3. Por fin y como conclusión, que, de ordinario, el entendimiento y la voluntad actúan
en el ser humano de manera conjunta y coordinada.
Abierta a cualquier bien
¿Qué consecuencias trae el que la voluntad esté abierta o resulte atraída por todo
bien?
Tantas, que nos limitaremos a enumerar las dos o tres más pertinentes para el
propósito de este escrito, directamente relacionadas con lo llamábamos afectividad en
su más estricta acepción:
A. Insaciable
En primer término, que ninguna realidad finita o participada resulta capaz de saturar
su afán de bondad y de felicidad: según sostienen la mayoría de las religiones, ese
anhelo solo podría colmarlo Dios, Bien Sumo, si fuera conocido de manera adecuada, y
no simplemente entrevisto (¡mal visto o no visto!) a través de las criaturas.
Así lo expone Buenaventura de Bagnoreggio:
La felicidad es el objeto que más intensamente se ama. Y la felicidad no se posee si no
se alcanza el máximo Bien que es el fin último. Por tanto, el deseo humano tiende al
sumo Bien, o bien a lo que está en relación con él o constituye su imagen. Es tanta la
fuerza de atracción del sumo Bien, que nada amaría la criatura si no estuviera
sostenida por aquel supremo deseo. El error y el engaño del deseo se encuentran en
hacer reposar toda su complacencia en un objeto que debería ser solo imagen del Bien
supremo [6] .
1. Lo cual comporta, antes que nada, y desde una perspectiva cuantitativa, que los
anhelos humanos pueden multiplicarse siempre más y más, excepto en el caso de que
las capacidades de conocer y amar quedaran plenamente henchidas por la visión
118
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

amorosa —y lo más perfecta posible para cada quien— de un Ser supremo y absoluto.
Y que esta suerte de voracidad es capaz de rebasar los dominios intelectuales y
voluntarios y encarnarse asimismo en los apetitos sensibles, que por tal motivo se
tornan en cierto modo también infinitos, precisamente porque la persona humana
posee una vigorosa unidad derivada del único acto de ser de toda ella.
Más aún, lo habitual es que el varón y la mujer confieran ese carácter de infinitud
positiva —propios exclusivamente de las facultades espirituales— a los apetitos
sensibles, y procuren calmar sus aspiraciones de absoluto mediante la acumulación sin
término de actividades o posesiones limitadas: algo parecido a lo que Hegel calificaría
como «el mal infinito».
El tan traído y llevado consumismo, la más clara manifestación de este fenómeno,
constituye por eso, curiosamente, una suerte de prueba a contrario de la presencia del
espíritu en el hombre: ¡ningún animal es consumista, sino que se conforma con lo que
efectivamente necesita o lo que el instinto le lleva a prever que le será imprescindible
cuando no pueda obtenerlo!
2. Pero de todo lo expuesto también se sigue que, en este mundo, nada ni nadie puede
determinar a la voluntad humana a elegir en un sentido o en el opuesto, y a actuar o
dejar de hacerlo como consecuenciade tal elección.
Cosa que no elimina, como es obvio, que el hombre pueda ser obligado externamente a
realizar una acción o a omitirla, e incluso forzado a inclinar casi inconscientemente su
voluntad en un sentido u otro, utilizando medios más sofisticados, que se introducen en
su interior orgánico —sustancias químicas, estimulación eléctrica, etc.— o en
su interior psíquico: publicidad supra- o sub-liminal, información parcial o sesgada, y
tantos otros similares, muy utilizados hoy día.
Lo que nunca puede forzarse es el acto mismo y más propio de la voluntad en cuanto
tal: no cabe obligar a nadie a elegir —que implica libertad— de manera determinada o
no-libre, es decir: a elegir… sin elegir, sin libertad.
También sucede a menudo nuestra voluntad no logra sustraerse al influjo incorrecto,
cuando lo fuere, de los apetitos sensibles (tendencia a la comodidad, a la comida o a la
bebida, etc.) o espirituales (vanidad, soberbia…), y se autodetermine (ahora sí,
libremente, con una libertad limitada) en contra de lo que en principio querría-
desearía… pero de hecho no quiere.
Por fin, en lo que atañe a Dios, baste recordar que, debido a la suma imperfección con
que Lo conocemos en esta vida, tampoco por estas vías Él tiene poder para determinar
nuestras elecciones.
Y, aunque estaría en Sus manos hacerlo cuando quisiera mediante una intromisión
directa en lo más íntimo de nuestra inteligencia-voluntad, sabemos que nunca lo
llevará a cabo por la perfecta congruencia de todo su obrar: habiéndonos hecho libres,
no tiene sentido que no respete —hasta su propia Muerte, como afirma la religión
cristiana— la libertad que Él mismo nos ha otorgado.
B. Capaz de elegir… hasta sus últimas consecuencias
El resultado más notable y sobrecogedor de todo lo apuntado es que, en unión con el
119
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

entendimiento, la voluntad humana —ordenada por naturaleza a todo bien— puede


libremente establecer en particular lo que constituirá su Bien supremo o Fin último,
así como los objetivos intermedios y los medios más pertinentes para lograr estos y
empinarse hasta los bienes intermedios y el Bien-Fin último.
Se trata de algo de capital importancia, sobre lo que habría que reflexionar, porque a
menudo no es tratado de manera correcta.
Pero nos limitaremos a dejar constancia de que la seriedad de la libertad radica
precisamente en que cada varón o mujer puede elegir en concreto lo que constituye el
Objetivo de toda su existencia y reafirmar o rectificar esa elección, cuando sea el caso.
Y esto, de dos modos fundamentales:
1. O bien asumiendo libremente lo que le indica su naturaleza: el amor a las restantes
personas, únicos bienes dignos, en la acepción más estricta del término «bien», y a
Dios, como Bien Sumo Absoluto, en el supuesto en que lo descubran existente.
2. O, en el otro extremo, desatendiendo esa inclinación natural y erigiéndose a sí
mismo en bien-sumo-para-sí.
Al contrario, si solo tuviera ascendencia sobre los medios, estando el Fin del todo
prefijado —si no cupiera elección respecto a ese fin—, la libertad perdería buena parte
de su grandeza épica, quedando reducida a una cuestión de inteligencia o de astucia;
con lo que los más listos o listillos encontrarían los medios oportunos para alcanzar su
Destino final y ser felices, mientras que los menos despiertos se verían condenados a no
lograrlo, por puro error, de manera no responsable y tremendamente injusta.
A lo que debería añadirse que, al término, esa elección primigenia y radical del Fin
último se mueve entre dos extremos:
2.1. O el bien real y objetivo, en el que ocupan un lugar preponderante las demás
personas y Dios, como Bien supremo real y Fuente de bondad de cualquier otro bien; y
el resultado final de semejante elección será la plenitud humana y la consiguiente
felicidad.
2.2. O uno mismo (yo), transformado voluntariamente en bien absoluto (para-mí) y, en
consecuencia, razón única y exclusiva por la que quiero todo aquello que quiero; lo
que conducirá a la propia autodestrucción y desdicha.
Volveremos sobre este capital asunto, de momento solo enunciado, sin afán alguno de
demostrarlo.
C. Dotada de imperio no despótico
Por fin, interesa dejar constancia de que en manos de la voluntad se encuentra el
sujetar hasta cierto punto los apetitos sensibles —y, a través de ellos, las emociones del
ámbito psíquico—, en función de múltiples factores, que apuntaremos en lo que queda
de escrito.
También sobre las características de ese dominio nos detendremos más adelante. Pero
ya ahora conviene señalar:
1. Que no se trata de un señorío absoluto ni dado de antemano, sino fruto de una
conquista progresiva y, por lo común, bastante costosa.
2. Que tampoco es de ordinario un caudillaje directo o despótico, como lo llamaría
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Aristóteles, sino mediado a través del conocimiento, que, bajo el dictado de la voluntad
y sobre la propensión o el horizonte de toda la biografía de cada quien, atiende a
determinadas facetas de una particular situación, mientras pone entre paréntesis las
restantes, con el fin de lograr el objetivo deseado.
A lo que conviene agregar que cuando tal capacidad de transformar los afectos,
tendencias y circunstancias externas desaparece, todo hombre conserva siempre, al
menos, la de adoptar una u otra actitud sobre aquello mismo que no puede modificar.
Es esta una de las ideas centrales de la logoterapia, como bien señala Lukas:
De la actitud que una persona adopta frente a su destino depende casi todo el daño que
este pueda ocasionarle. La actitud interior tiene una enorme importancia. Con una
actitud positiva se puede sacar provecho hasta de la situación más amenazadora,
mientras que, con una actitud negativa, hasta una estancia en el Paraíso puede resultar
insoportable. Hay un chiste que retrata sabiamente esta realidad. En un autobús
atiborrado de pasajeros, una chica le dice a su novio: “¡Es espantoso este gentío!”, a lo
que su acompañante le contesta: “Pues anoche, en la discoteca, lo llamabas
‘ambiente’”. La actitud interior ejerce un poder sobre el bienestar y la infelicidad, las
esperanzas y las expectativas [7] .
Una función ineludible
Antes de concluir este apartado, vale la pena recordar una vez más que bastantes de
los estudios actuales sobre los sentimientos, incluso buenos o realizados con magnífica
intención, tienden a ignorar la relevancia inigualable para la vida afectiva de este nivel
superior: el del espíritu, entendimiento-y-voluntad, con sus respectivos sentimientos y
estados de ánimo habituales.
Y que a menudo falsifican la naturaleza del entendimiento y, sobre todo, de la
voluntad . Esta última se identifica con harta frecuencia con lo que por lo común
denominamos fuerza de voluntad: es decir, se concibe como una realidad fría,
antipática y contraria a la espontaneidad del ser humano, hoy tan valorada; y, por
consiguiente, se la advierte como un factor de opresión y represión y, en fin de cuentas,
como algo nocivo o malo o, por lo menos, muy molesto, de lo que mejor es prescindir.
Así puede verse, por ejemplo, en estas dos citas de un eficiente psiquiatra español,
correctas en lo que afirman, pero parciales y fuentes de error por lo que dejan sin
nombrar:
La voluntad es determinación, firmeza en los propósitos, solidez en los objetivos y
ánimo frente a las dificultades. […] La aspiración final de la voluntad es perfeccionar,
aunque teniendo en cuenta que somos perfectibles y defectibles. Si hay lucha y
esfuerzo, se puede ir hacia lo mejor; si hay dejadez, desidia, abandono y poco espíritu
de combate, todo se va deslizando hacia una versión pobre, carente de aspiraciones, de
forma que surge lo peor de uno mismo [8] .
La voluntad conduce al más alto grado de progreso personal, cuando se ha obtenido el
hábito de hacer, no lo que sugiere el deseo, sino lo que es mejor, lo más conveniente,
aunque, de entrada, sea costoso [9] .
Además de la confusión que implica (voluntad = fuerza de voluntad), y en la que se
121
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

esfuma el acto por excelencia de la voluntad (el amor, raíz de auténtica y genuina
energía), este planteamiento podría llevarnos a educar en el egoísmo, porque sitúa
como meta la propia perfección, en lugar del amor a los demás, e inclina por ello a la
autocomplacencia narcisista, con la tentación de despreciar a quienes no han sido
capaces de igualar nuestros logros.
Por el contrario, nos parece claro que no puede desarrollarse ninguna teoría-práctica
adecuada sobre la afectividad humana sin tener en cuenta e
interpretar correctamente la intervención primordial y, en muchos casos, definitiva, de
los dominios espirituales —entendimiento y voluntad—, concebidos a su vez de una
forma adecuada.
También ahora resultan sugerentes estos juicios de Pithod:
Es evidente que tal concepción [la adecuada, a la que me referiré largamente] de las
relaciones de la afectividad (tomada in toto) y la vida espiritual no ha dejado casi
rastros en la pedagogía hedonista y espontaneísta contemporánea, ni en las psicologías
que le sirven de base. Por esto se ha podido calificar al psicoanálisis freudiano como
una ascética al revés (L. Castellani). Todo regreso al humanismo espiritualista
supondrá una antropología humana, valga la redundancia, que fundamente una nueva
ética, ni materialista ni idealista. La síntesis de la antigua sabiduría con los aportes de
la psicología contemporánea (y de otras ciencias del hombre) está muy lejos de haber
sido hecha [10] .
IV. Dotación genética y afectividad
Según anunciamos, esta segunda visita al mundo afectivo presenta, entre otras, la
novedad de un planteamiento en parte cronológico o diacrónico. O, con otros términos,
atiende a la constitución y desenvolvimiento del organismo afectivo en el tiempo, hasta
alcanzar alguna de las múltiples configuraciones que presenta en los seres humanos ya
adultos.
Pues bien, aunque solo sea porque compone el inicio y lo más básico y previo en el
desarrollo de una vida humana, entre los elementos que intervienen en la
conformación y despliegue de la afectividad es preciso señalar el papel y los límites de
lo que hoy conocemos como dotación genética.
A lo que hay que agregar, de inmediato, que los genes representan simultáneamente el
primer principio de similitud y de diferencia entre los distintos hombres.
1. De semejanza, porque prácticamente todos los individuos dotados de naturaleza
humana poseen una carga genética similar, que es justo la que los convierte en
representantes de tal especie.
2. Y de radical diferencia, porque cada uno de los integrantes de esa especie —me
parece más oportuno hablar de naturaleza— goza de una dotación genética única o
irrepetible, que lo diferencia ya en el punto de partida de todos los demás [11]
Como conclusión, la diversidad de genes origina la primera diferencia entre los
distintos varones y mujeres.
Asumible por el alma espiritual
Sea como fuere, todavía presenta mayor interés insistir en que justo la concreta
122
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

dotación genética del ser humano (en cierto modo comparable a la materia organizada
aristotélica) incluye o reclama, por expresarlo de un modo relativamente inteligible, su
asunción por el alma espiritual, de la que deriva, para todo el individuo, la condición
de persona.
Con palabras ya conocidas: no hay cuerpo humano sin alma humana
ni tampoco podría comenzar a existir un alma humana sino en el cuerpo
correspondiente.
No se trata, por tanto, como a veces se interpreta, de que a la materia pre-establecida y
conformada ya como humana le advenga un alma espiritual que hace de ella un cuerpo
humano-personal: sino que, justocuando, como fruto y resultado de la unión íntima
entre los esposos, se produce la fecundación, es creada el alma espiritual ya como
forma de ese cuerpo o, mejor, de toda la persona.
Además, en y desde ese mismo instante, es el alma-forma, con el correspondiente acto
de ser, quien confiere a todo el individuo su condición humana y personal, superando
con mucho los caracteres que hipotéticamente provendrían de la simple dotación
genética.
No determinista
Pero todavía más importante es el corolario que se sigue de todo lo anterior. A saber,
que, en virtud del carácter espiritual —y no solo inmaterial— de nuestra alma, la
precisa y absolutamente singular dotación genética de cada sujeto humano de ningún
modo puede ser determinante-determinista respecto a su desarrollo y a su
comportamiento, frente a lo que sucede, en principio, entre los animales y las
realidades inferiores.
En radical oposición a lo que estuvo de moda hace algunos años y todavía opera en
ciertos ambientes, y aunque sin duda influyan en el comportamiento, los genes no son,
por acudir a ejemplos que encendieron fuertes polémicas, la causa de que este
individuo haya violado a aquella chica o aquel otro sujeto sea un cleptómano, un
drogadicto, etcétera.
El alma espiritual, que no se limita a informar y conformar el cuerpo, sino que lo
trasciende y hace posible el conocimiento intelectual y el querer libre. Y, por
semejantes motivos, revoluciona —o puede revolucionar, dentro de ciertos límites—, la
presunta determinación inicial establecida por los genes.
Ciertamente, la dotación genética constituye un punto de partida y lleva consigo
concretas inclinaciones individuales y caracterizadoras, que resultan —hasta cierto
punto, y en algunos aspectos— condicionantes: lo que, en sentido amplio,
llamamos temperamento.
Mas, gracias a su libertad y dentro de las fronteras respectivas, cada persona humana
no solo es capaz de conocer y asumir esas condiciones ineludibles, sino de ir mucho
más lejos y re-conformar una y otra vez su propia realidad: de modificarla —
mejorándola o empeorándola—, o, al menos, en última instancia, de habérselas con
ella de muy diversos modos.
Con lo que llega a convertirse, en el sentido más propio de la expresión, en causa de sí
123
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

misma: en causa sui, que decían los clásicos latinos, en la estela de Aristóteles.
Así lo expone Caffarra:
Con la reflexión sobre la voluntad, entramos en el “corazón” mismo de la persona:
nada es más íntimo, más interno a la persona que la voluntad en cuanto facultad de los
actos libres. El acto libre es el acto de la persona en sentido eminente; todo otro acto es
de la persona en tanto en cuanto que es imperado por la voluntad libre. Mediante el
acto libre la persona se genera a sí misma: llega a ser padre-madre de sí misma[12]
El hombre —¡cada mujer y cada varón!— acaba siendo, en definitiva, lo que
libremente ha querido ser. Apoyado en el supuesto biológico que recibe de sus padres,
cada varón o mujer va estructurando su propia personalidad, sobre todo gracias a sus
elecciones libres.
Algunos testimonios científicos
¿Pruebas de uno y otro aspecto?
Según afirma un excelente psiquiatra español, A. Polaino-Lorente, la marca
genética inmodificable no determina el desarrollo de la persona en cuanto tal… porque
la persona no se reduce a biología:
Una vez producido el parto, las hormonas ya no dirigirán el comportamiento ni la
mayoría de las facultades y funciones de la persona, sino que lo hará el sistema
nervioso central, previamente diferenciado. Esa modalidad en que cada persona está
constituida, que tiene un sello genético inmodificable, no nos puede hacer suponer que
estamos ante un determinismo biológico irrenunciable e inmodificable, por la sencilla
razón de que la persona humana no es pura biología [13]
A su vez, Pithod sostiene la existencia de determinismos en el plano biopsíquico, que
no determinan, sin embargo, el desarrollo propiamente personal, en el que la última
palabra corresponde a la libertad.
1. En primer término, en lo que atañe a la importancia de lo biopsíquico:
… nuestra visión del hombre incluye lo biopsíquico como un aspecto esencial del
mismo. Más aún, el hombre no está solo condicionado por él sino sometido a
verdaderos determinismos en ese nivel. Esta concepción de la hominidad […] estará
presente a lo largo de nuestra exposición. Bios y psique conforman una unidad con lo
espiritual [14]
2. Después, a su alcance… y a sus límites:
La vivencia de los valores espirituales y la resonancia que estos hallan en la persona
dependen en alguna medida del sustrato biopsíquico de la misma. Desde el sentimiento
de culpa a la adhesión o repulsión afectiva frente a valores morales, la experiencia
moral está en relación con el trasfondo endotímico de la persona y con los "fantasmas"
imagino-afectivos que la pueblan. Cegueras y sorderas morales […] pueden tener una
base biopsíquica. Si hay algo impenetrable e íntimo en la persona es el modo de
vivenciar los valores objetivos. Aquí el "no juzguéis" evangélico alcanza una
dimensión relevante de su sentido.
En efecto, desde el temperamento, según la disposición del sistema neuro-endocrino,
pasando luego por la positividad o negatividad de los "fantasmas" afectivo-
124
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

imaginativos de la primera infancia hasta las experiencias de la adolescencia, todo


contribuye a formar un campo más o menos propicio para la vivencia auténtica de los
valores, aun de los superiores o espirituales. Tal urdimbre imaginario-afectiva no es,
por cierto, determinística y solo se aprecia en los grandes números o tendencias
estadísticas. No vale automáticamente para el caso individual [15]
Como vimos, Frankl insiste en este mismo extremo. He aquí un texto especialmente
significativo, por cuanto pretende designar lo diferenciador de la logoterapia respecto
a otras escuelas psiquiátricas:
La logoterapia se propone hacer consciente al enfermo de todas sus posibilidades
humanas mediante un profundo contacto dialéctico [mejor: dialógico]; persuadirlo de
que la vida siempre tiene significado; que se le pide realizar valores; que, si bien él no
está libre de las constricciones de su propia naturaleza, de su propio destino biológico,
psicológico, sociológico o incluso psicopatológico, es siempre libre para enfrentarse a
estas determinaciones de una forma u otra; que, en fin, es precisamente la clara
reasunción de esta inalienable libertad el arranque para el apaciguamiento o, por lo
menos, para soportar con menos gravedad y peso el sufrimiento.
La función de los genes en el desarrollo humano y en el de la afectividad, igual que la
de otros elementos presuntamente determinantes, goza, por tanto, de gran relieve,
pero nunca es decisiva.
Por tanto, al papel de los genes —relevante, pero no decisivo— hay que añadir el de la
educación, en su acepción más amplia, y, en particular, el del ejercicio de la libertad de
cada persona.
Un testimonio científico-vital
Recogemos ahora otras palabras de Víktor Frankl, en las que resume tanto su
experiencia como docente como la quizá más definitiva de su vida en sucesivos campos
de concentración, durante la segunda guerra mundial:
Puedo contestar a las preguntas anteriores desde la óptica de la experiencia y también
con arreglo a los principios. Las experiencias de la vida en un campo demuestran que
el hombre mantiene su capacidad de elección. Los ejemplos son abundantes, algunos
heroicos; también se comprueba cómo algunos eran capaces de superar la apatía y la
irritabilidad. El hombre puede conservar un reducto de libertad espiritual, de
independencia mental, incluso en aquellos crueles estados de tensión psíquica y de
indigencia física.
Los supervivientes de los campos de concentración aún recordamos a algunos hombres
que visitaban los barracones consolando a los demás y ofreciéndoles su único
mendrugo de pan. Quizá no fuesen muchos, pero esos pocos representaban una
muestra irrefutable de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la
última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal que debe adoptar
frente al destino— para decidir su propio camino.
Y allí siempre se presentaban ocasiones para elegir. A diario, a cualquier hora, se
ofrecía la oportunidad de tomar una decisión; una decisión que determinaba si uno se
sometería o no a las fuerzas que amenazaban con robarle el último resquicio de su
125
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

personalidad: la libertad interior. Una decisión que también prefijaba si la persona se


convertiría —al renunciar a su propia libertad y dignidad— en juguete o esclavo de las
condiciones del campo, para así dejarse moldear hasta conducirse como un prisionero
típico [16]
Resumen
Con términos más técnicos, y de nuevo con palabras de Pithod, la cuestión se
enunciaría así:
Sea lo que fuere de estas especulaciones psicológicas, el hecho fundamental es que la
experiencia moral propiamente dicha, es decir, la vivida por la persona espiritual en el
nivel espiritual no puede hacerse totalmente al margen de las estructuras psíquicas
formadas tempranamente y que permanecen en un nivel diferente pero que la
influyen. Por cierto no es que definan la experiencia moral como si se tratara de un
constitutivo formal, sino que la experiencia moral se da concretamente (o
existencialmente, si se quiere) con ese trasfondo psicológico.
Es sobre tal sedimento profundo y ubicado más allá de la conciencia lúcida (aunque no
necesariamente inconsciente, como quería Freud, pues el sujeto puede advertirlo) que
tendrá que elevarse el edificio de la experiencia de los valores, sobre todo en la
adolescencia. J. Rof Carballo ha elaborado el concepto de “urdimbre” para referirse a
este entrelazamiento tanto de las instancias constitutivas cuanto de lasvicisitudes de la
existencia y del desarrollo [17]
Y podría compendiarse en estas afirmaciones elementales, resumen y reiteración
consciente de lo recientemente expuesto.
1. La dotación genética origina o constituye un preciso temperamento, que se concreta
en un conjunto de aptitudes-actitudes y capacidades también particulares y únicas.
2. Pero, aunque en parte lo condicione, nada de ello determina el futuro desarrollo de
la persona, sino que es susceptible de ser educado y reclama ese complemento de
hetero- y, al cabo, de auto-educación, en la que el papel de honor corresponde a la
libertad.
El temperamento individual, originado muy particularmente por la dotación genética,
se modifica a través de la educación y, sobre todo, de las elecciones libres: el resultado
es lo que solemos llamar carácter o personalidad.
¡Y un último y definitivo testimonio!
A todo ello, con la energía y el ardor apasionado de quien está viendo en peligro la
felicidad de tantas personas, se refiere expresamente, una vez más, Víktor Frankl.
1. Afirma, en primer término, que la imagen del ser humano sobre la que se basa la
mayor parte de la Psiquiatría actual, es la de un hombre disminuido, contrahecho; lo
que en otros lugares hemos denominado una mini-persona y Frankl llama
aquí homúnculo:
La Antropología, que sirve de base a la Psicoterapia, no tiene, hoy por hoy, nada que
ver con una concepción o imagen del hombre verdadero, sino con la imagen de un
hombre a quien ella concibe, en mayor o menor grado, como la resultante de un
paralelogramo de composición de las fuerzas, cuyas componentes se llaman Yo, Ello y
126
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Súper-yo, o bien como un producto cuyos factores son: instintos, herencia y mundo
entorno; este producto no es un hombre, sino un homúnculo [18] .
2. Añade que, para superar esa visión estrecha y degradante, es necesario recuperar la
libertad y la responsabilidad correspondientes, ancladas ambas en los dominios del
espíritu:
Por otro lado, difícilmente se puede superar la patología del espíritu del tiempo,
la neurosis colectiva de la humanidad si no es apelando a la libertad y al sentido de
responsabilidad; mas a lo largo de varios decenios se ha venido predicando que el
hombre no era más que un producto de la herencia y del medio ambiente, y por eso
mismo es necesario apelar de una vez a la libertad y al sentido de responsabilidad[19]
3. Y concluye que solo una concepción teorética [«doctrinal», según su terminología]
que, venciendo múltiples oposiciones, haga justicia a la grandeza del ser humano
podrá poner remedio a la infelicidad [«frustración existencial», de nuevo en su
lenguaje propio] que afecta actualmente a tantos varones y mujeres:
Hace ya tiempo que la Psicoterapia se ha contaminado de la neurosis colectiva que
aflige a la humanidad, de esa neurosis colectiva —cada vez más difundida— que
encontramos a cada paso bajo la forma de la frustración existencial del hombre
moderno. Y la humanidad tomó el desquite haciéndose cómplice de su neurosis
colectiva; mas una Psicoterapia solo podrá enfrentarse con la frustración existencial,
con el nihilismo de la vida, en el momento en que se libere del nihilismo doctrinal, de la
concepción homunculística del hombre [20]
4. Todo lo cual trae a la mente unas palabras de Schelling, citadas a menudo:
... el hombre se torna más grande en la medida en que se conoce a sí mismo y a su
propia fuerza. Proveed al hombre de la conciencia de lo que efectivamente es y
aprenderá inmediatamente a ser lo que debe; respetarlo teóricamente y el respeto
práctico será una consecuencia inmediata [...] El hombre debe ser bueno teóricamente
para devenirlo también en la práctica [21]
V. La formación biográfica de la afectividad
Como hoy sabemos, la educación del ser humano comienza prácticamente desde su
misma concepción y, hasta cierto punto, desde mucho antes: pues recibe, entre otros, el
influjo de lo que los esposos son en el momento de contraer matrimonio y, ya casados,
del modo como actúan hasta que conciben a cada hijo y durante el resto de su
existencia.
Todo lo cual es a su vez, muy especialmente, fruto de la libertad de los cónyuges, que
han elaborado su semblanza personal y conyugal también como respuesta a la
ascendencia de sus propias familias, culturas y un casi inabarcable etcétera, al que
enseguida volveré a referirme.
Aunque solo fuera por la belleza de las expresiones, y por romper un tanto el ritmo de
la exposición, valdría la pena transcribir estos versos de Miguel Hernández, que
proyectan en la totalidad del tiempo humano —en La Historia— la unión viva de los
esposos:
Para siempre fundidos en el hijo quedamos: / fundidos como anhelan nuestras ansias
127
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

voraces; / en un ramo de tiempo, de sangre, los dos ramos, / en un haz de caricias, de


pelos, los dos haces. /
[…] Él hará que esta vida no caiga derribada, / pedazo desprendido de nuestros dos
pedazos, / que de nuestras dos bocas hará una sola espada / y dos brazos eternos de
nuestros cuatro brazos. /
No te quiero a ti sola: te quiero en tu ascendencia / y en cuanto de tu vientre
descenderá mañana. / Porque la especie humana me han dado por herencia / la familia
del hijo será la especie humana. /
Con el amor a cuestas, dormidos o despiertos, / seguiremos besándonos en el hijo
profundo. / Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos, / se besan los primeros
pobladores del mundo [22] .
El pasado…
Sabemos que Philips Lersch atribuye una notable importancia al pasado de cada
persona en el despliegue y estructuración de su afectividad y del conjunto de su
existencia. Todo lo vivido y acaecido ejerce su influjo sobre el presente.
Nuestro autor desarrolla semejante idea, distinguiendo entre memoria en sentido
estricto (evocatoria de contenidos en acto) y memoria experiencial:
Este fenómeno fundamental de la vida anímica, se acostumbra a designar
como memoria. No podemos, como es natural, pensar exclusivamente en aquella forma
de memoria en que las vivencias del pasado penetran de nuevo en la conciencia en
forma de representación, es decir, cuando recordamos el pretérito. Junto a
esta memoria del recuerdo existe otra forma en la que lo ya vivenciado está
implícitamente presente en el aquí y el ahora y que se designa como
memoria experiencial [23] .
Explica el sentido de la memoria no consciente o experiencial, como una suerte de
economía, sin la que la vida humana resultaría imposible:
Hablamos de esta memoria experiencial sobre todo cuando tempranas vivencias del
pasado influyen activamente en el vivenciar actual, en los afanes, en las percepciones,
en los sentimientos y en la conducta, sin ser llevadas a la conciencia en forma de
recuerdos. Ya en el animal hemos de admitir esta forma de memoria experiencial.
Sobre ella se basa todo adiestramiento. En el hombre, la memoria experiencial es de
particular importancia, porque ningún ser dotado de alma tiene que hacer tantas
experiencias, tiene que aprender tanto, para mantenerse en vida. En los más sencillos
ejercicios de la vida cotidiana, empezando por el levantarse, lavarse y vestirse, hasta el
acostare, el ir al trabajo, en la utilización de un medio de transporte, en la actividad
profesional, en toda orientación, en la percepción del ambiente y en la conducta frente
a él, actúa en nosotros una considerable masa de pasado, sin que en cada caso
particular realicemos un acto claramente explícito de recordación.
Sería imposible tener presente y abarcar en cada momento, en claras representaciones,
el conjunto de nuestro pasado anímico, de todo nuestro saber, de todas nuestras
experiencias, vivencias afectivas y valores a que hemos aspirado alguna vez. Es
manifiestamente una forma de economía el hecho de que nuestro vivenciar esté
128
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

organizado de tal modo que lo que hemos sentido, pensado, aprendido, querido y
experimentado desde nuestra primera infancia se hunda en una región profunda del
inconsciente y solo una parte mínima de nuestro pasado sea consciente, esto es, se halle
presente en las representaciones del recuerdo [24] .
Para concluir que, no obstante, todo cuanto hemos hecho o nos ha sucedido incide
eficazmente en nuestra vida actual.
… y el futuro
Mas, igual que Hernández, aunque con otra óptica, Lersch señala la importancia del
futuro en cada uno de los actos del ser humano. Se trata, también ahora, de una
realidad asequible al análisis fenomenológico y, por consiguiente, a cualquiera que
reflexione sobre el despliegue de su existencia:
Al igual que el pasado, el futuro, por su parte, está contenido en la actualidad de la
vivencia. Todo presente vivido es anticipación del futuro. Esto es cierto en la medida
en que cada momento de la vida anímica está entretejido por la dinámica y la temática
de la tendencia que se dirigen hacia la realización de un estado todavía no existente y
que constituye una constante en la dirección y configuración de la vida. Así, pues, la
vivencia presente implica siempre un preludio, una búsqueda anticipada [25]
En el ámbito filosófico, han concedido especial importancia a esta dimensión
estrictamente humana muchos y grandes autores, también contemporáneos, casi todos
ellos tras las huellas de Heidegger. Señalemos, entre los más cercanos, a Marías, que
caracteriza al hombre como un ser futurizo, y a Polo, una de cuyas propuestas de
fondo consiste en futurizar el presente.
También los psiquiatras han tematizado el carácter intrínsecamente temporal del
varón y la mujer. Pero con matices diversos, hasta llegar a la estricta contraposición.
Y así, Freud y sus seguidores, dotan de especial relieve al pasado, sobre todo en las
primerísimas etapas. Un pasado conservado en el subconsciente, que determinaría
buena parte de las actuaciones y, más que nada, de los conflictos y los traumas del
sujeto, que de este modo acabaría por no ser responsable de sus actos.
2. Por el contrario, la logoterapia se desentiende de ese pasado remoto, e intenta que la
persona responda a las solicitaciones del presente y del futuro desde la parte más sana
de sí misma —el espíritu—, poniendo en juego los resortes de su libertad.
Elementos que la conforman
En efecto, como exponen intensamente las palabras del poeta, habría al menos que
apuntar que en el despliegue de una personalidad se entrecruzan:
1. El punto de partida: la genética, que podríamos calificar como condiciones físico-
psíquicas iniciales o temperamento.
2. La educación, en su acepción más amplia.
3. Y, sobre todo, el sinfín de decisiones personales y, por tanto, libres que ese individuo
va adoptando con el pasar del tiempo, a medida que crece y se despliega.
Son muchos los ejemplos que ponen de manifiesto, por un lado, que la peculiar
constitución psico-física de un individuo insinúa ya por sí misma un sentido o dirección
para su posterior desarrollo.
129
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Pero que, tanto o más que esas condiciones de partida, interviene en su éxito o fracaso
futuro la educación y los demás influjos recibidos, sobre todo en sus primeros años de
vida.
Y que, con relativa independencia de lo anterior, el factor determinantemente
determinante es justo la libertad personal, que debe tener en cuenta la situación en que
se encuentra, con todos los elementos de relieve, pero que casi siempre resulta capaz de
superar condiciones incluso muy precarias, en ocasiones haciendo un uso estratégico
también de los propios déficits.
Además de lo que nos enseña lo mejor de la neurología contemporánea (pienso, entre
otros, en los magníficos estudios de Sacks) y también lo más excelente de la psiquiatría
(ahora me vienen a la memoria, entre muchos, los ensayos de Frankl, de Lukas y de
Cardona Pescador), lo que llamamos conversiones o rectificaciones radicales de toda
una vida, constituyen pruebas palpables del alcance de la libertad humana.
Aunque matizaríamos algún extremo, transcribimos, como estupendo resumen de lo
visto, otras palabras de Frankl:
Hay determinismo dentro de la dimensión psicológica y hay libertad dentro de la
dimensión noética [o espiritual], la cual se definiría como la dimensión de los
fenómenos específicamente humanos. [...] Por tanto, la libertad es uno de los
fenómenos humanos. Pero también es un fenómeno demasiado humano. La libertad
humana es libertad finita. El ser humano no está libre de condiciones, sino que solo es
libre de adoptar una actitud frente a ellas. Pero estas no lo determinan
inequívocamente, porque, al fin y al cabo, le corresponde a él determinar si sucumbe o
no a las condiciones, si se somete o no a ellas. Es decir, hay un campo de acción en el
que el ser humano puede elevarse sobre sí mismo y levantar el vuelo hacia la
dimensión humana por excelencia [26]
Y añadimos estas de Lukas, que en parte completan las precedentes:
La logoterapia ha dado la vuelta a la antigua pregunta determinista de cómo se
establecen de antemano los actos y sentimientos de una persona, y ha preguntado de
dónde viene ese resto de indeterminación que no debe eliminarse y que persiste incluso
en situaciones de necesidad y enfermedad. Y su respuesta es que proviene de la
dimensión noética. Gracias a ella, el ser humano es capaz de obstinarse frente a su
destino, distanciarse de su estado interno, ofrecer resistencia a sus circunstancias
externas o aceptar heroicamente sus límites. En el plano psíquico no existe realmente
tal libertad: nadie puede elegir su estado anímico. Los miedos, la ira y los sentimientos
instintivos no se pueden destituir; los condicionamientos no se pueden anular; no
podemos escabullirnos de las formaciones sociales preestablecidas ni levantar las
barreras de las aptitudes. Quien reduce lo espiritual a lo psíquico, como hace el
pandeterminismo, despoja al ser humano (al menos teóricamente) de su propia
responsabilidad y lo abandona a su destino [27]
Una peculiar estructuración
En cualquier caso, la múltiple interacción de elementos sucintamente presentados va
generando a lo largo de cada biografía:
130
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

1. El desarrollo y la configuración cada vez más concreta de todos los componentes de


la persona, en los distintos ámbitos que la integran.
1.1. Ámbitos ya conocidos y que, expresados con el menor número de palabras,
podrían reducirse al biofísico, al psíquico y al propiamente espiritual.
1.2. Y componentes que, limitados también a los principales y aislándolos de forma un
tanto artificial, podrían ejemplificarse apelando a la inteligencia y la voluntad, en los
dominios del espíritu; a la cogitativa, la imaginación, la memoria, el sensorio común,
los sentidos externos, los apetitos correspondientes, y algunos otros, en la esfera de la
psique; el aparato digestivo, el neuro-motor, el circulatorio, el muscular… y tantos
más, en lo que atañe al organismo.
1.3. Pero interesa señalar, antes que nada, que todos ellos se individualizan y
diversifican más y más con el paso de los años: la imaginación o fantasía y la memoria
de cada persona va adquiriendo rasgos peculiares y distintos de los de cualquier otra,
como también su entendimiento, su musculatura, su resistencia al esfuerzo físico, la
capacidad de digerir unos u otros alimentos y un larguísimo, casi infinito, etcétera.
El resultado es ya una diferenciación fundamental, que todavía se torna más única e
irrepetible en función de:
2. La mayor o menor integración de esos distintos factores y, muy en particular por lo
que a la afectividad se refiere, del complejísimo conjunto de las tendencias
intelectuales y sensibles, tocadas también de formas muy diversas por el conocimiento.
3. El predominio más o menos marcado de alguna de esas esferas y, de nuevo sobre
todo, de una u otra tendencia en concreto.
Desde esta perspectiva, y solo por ejemplificar un tanto, encontramos personas que
atienden de manera prioritaria al desarrollo corporal, sin cuidarse apenas del
despliegue del entendimiento o de la voluntad; o viceversa, que centran todas sus
energías en el estudio y la reflexión, olvidando o dejando muy en segundo lugar el
ejercicio físico, el cuidado de la salud, etc.; que realizan proyectos más o menos
fantásticos, sin tener en cuenta las reales posibilidades de llevarlos a cabo; que buscan
de forma casi obsesiva el éxito profesional o económico, abandonando sin apenas
advertirlo su vida de familia y las relaciones con sus amigos…
O, en el extremo más noble, varones o mujeres que integran con bastante tino los
distintos ámbitos en que se desenvuelve su existencia, dando a cada uno la importancia
que merece. De modo que, sin desatender su salud, ocupan buena parte de su jornada
con un trabajo hecho a conciencia, en torno o junto al cual cultivan también sus
amistades, y saben dedicar el tiempo necesario a su familia, al trato con Dios, etc.
Pues bien, según el distinto desarrollo e integración de los elementos constitutivos de
una personalidad, esta resultará más o menos estructurada o disfuncional.
Y un desarrollo variable
Sea como fuere, en directa relación con nuestro tema, interesa de nuevo recordar que
en ese hacerse a sí mismo del ser humano, y en el producto que en cada momento o
etapa va arrojando como saldo, resultan fundamentales y decisivos:
1. Por un lado y quizá como lo más concluyente, el crecimiento mayor o menor, y más
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

o menos adecuado, del entendimiento y de la voluntad; o, si preferimos expresarlo con


un solo término, el progreso de la propia libertad, cuyos fundamentos son espirituales
o anorgánicos, según la terminología de Pithod y otros.
2. Como consecuencia de ese desarrollo, pero también de la atención que se preste a
este aspecto en particular, la capacidad de ordenar y moderar los apetitos sensibles:
2.1. Es decir, de atemperarlos, haciéndolos crecer o, cuando sea el caso, frenando sus
exigencias, si estas se tornan desorbitadas.
2.2. Y, en fin de cuentas, intentando que tales tendencias contribuyan al bien íntegro
del hombre, conocido por un entendimiento bien aparejado y querido por una
voluntad buena, en el mejor sentido de este vocablo, que diría Machado.
3. De donde se infiere la necesidad de que esa inteligencia correctamente constituida
dedique una particular atención al conocimiento de lo que el ser humano en general y
cada cual en concreto debe llegar a sery a la diferencia que existe con lo que de
hecho es… con objeto de ir disminuyendo las distancias entre lo segundo y lo primero.
En semejante contexto, nunca podrá exagerarse hasta qué extremo el desarrollo
coherente y armónico de cualquier persona humana resulta dañado por la ignorancia
y, más en particular, por la inexperiencia o la desatención a las cuestiones de más
relieve sobre el hombre mismo: su naturaleza, el sentido de la libertad, del amor, de la
sexualidad… ¡y de la afectividad!
Un desconocimiento, por desgracia, muy extendido en nuestra civilización, que ha
incrementado prodigiosamente el dominio sobre los medios —lo que hoy llamamos
técnica o, incorrectamente, tecnología: tratado sobre la técnica—, en buena parte a
costa de desatender los fines que el propio hombre encuentra inscritos, si los busca, en
lo más íntimo de su ser.
Y, dentro de esta esfera, goza de particular relieve el descubrir e instaurar vitalmente
un correcto equilibrio entre las propias posibilidades de crecimiento y las expectativas
que orientan nuestra vida y el conjunto de nuestras actividades: teniendo en cuenta,
como enseguida apuntaremos, la fuerte incidencia de un entorno desmesuradamente
competitivo, que incita muy a menudo a desear e intentar conseguir objetos o/y
objetivos innecesarios o claramente fuera del propio alcance.
Se trata de una cuestión de singular relevancia en la educación de los hijos, que se
sienten continuamente impulsados a compararse con los demás y calibrar las
respectivas posesiones y las de sus padres.
Por eso, según la formación que se les transmita y la jerarquía de valores que se
propicie en ellos, podrán sentirse frustrados por no disponer de las ventajas materiales
que los otros ostentan o, al contrario, apreciar aquello de lo que ellos gozan —un
elevado número de hermanos, por poner un único ejemplo, en el seno de una familia
numerosa—… aun a costa de no disfrutar de comodidades ordinarias en hogares con
solo uno o dos hijos.
Pero no importa menos, como ya sugería al hablar del futuro, descubrir y apropiarse
de grandes ideales para la propia existencia. Anhelos y aspiraciones que no solo son
compatibles con la conciencia de la propia fragilidad, sino que en cierto modo derivan
132
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

de ella, por cuanto por fuerza van acompañados de la conciencia expresa de que, para
alcanzarlos, cualquier ser humano requiere siempre de la ayuda de otras personas: de
los amigos, en el sentido más amplio y hondo de este término, y, en el caso de los
creyentes, del auxilio de un Dios que todo lo puede, en la medida en que se le permite
intervenir en la propia vida.
Magnanimidad: grandes ideales
Aunque probablemente volvamos sobre este punto, conviene dejar ya constancia del
alcance primordial de lo que se acaba de sugerir: los grandes y magnánimos
propósitos, más cuanto más los hemos interiorizado y universalizado, configuran el
conjunto de nuestro obrar y cada uno de nuestros actos; pero, además y sobre todo, en
ellos y con ellos, tales metas van confiriendo el temple definitivo al conjunto de nuestro
ser, incluida la afectividad.
Con palabras de Wadell:
Nos hacemos personas de una clase u otra a través de nuestras intenciones, ya que ellas
no solo dan forma a nuestras acciones, sino también a nuestras personas. Estamos
marcados por las intenciones, por aquello que continuamente estamos deseando. […]
La intención de un acto le da una cualidad especial, lo identifica, pero, cuando
actuamos, la cualidad que identifica al acto se convierte en un rasgo que se atribuye a
nuestro yo; la intención que da forma al acto también da forma a la persona que actúa,
las dos cosas están íntimamente conectadas. Aunque esto pueda parecer exagerado, es
lo que explica por qué nos convertimos en lo que hacemos [28]
Más de una vez hemos explicado que el sentido más hondo del
término responsabilidad camina por estas veredas: sin poder evitarlo, todo nuestro
ser responde a las acciones que vamos realizando.
Por eso, quien reitera los actos de generosidad, se está haciendo generoso; quien se
esfuerza por sonreír, incluso en los momentos de cansancio o aridez, se convierte en
una persona cordial y afable; quien, por el contrario, acostumbra a responder con
acritud, se torna un malhumorado, etc.
Y esto se cumple de una manera muy particular y honda con las magnas actitudes de
fondo, capaces de orientar toda una vida.
Desde el punto de vista psíquico, la cuestión se advierte también por contraste,
considerando lo que sucede a quienes carecen de metas que den sentido a su caminar
por este mundo. Holmer lo resume así:
… se avecina una tragedia cuando una persona no aprende lo que toda persona
finalmente debe aprender: unos deseos poderosos y persistentes. Al contrario de los
animales cuyos deseos son innatos y por naturaleza, las personas tienen que invertir
tiempo en descubrir qué son sus propios deseos. Y si uno no desea lo que es esencial y
necesario —por ejemplo, ser moral, ser inteligente e informado más que ser estúpido,
o, incluso estar sano más que estar enfermo— entonces, le falta gran parte de lo que es
una persona […].
Ciertamente se encuentra muy apurada la persona que a la edad de cincuenta o
sesenta años tiene que decir: “Yo nunca supe lo que quería”. Porque ese estado
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

describe una vida sin sentido y sin significado, ya que no saber lo que quieres te deja
sin dirección, sin rumbo [29]
En resumen, las intenciones, fines, propósitos o ideales que guían los distintos
comportamientos de un individuo son también un factor de enorme importancia en la
estructuración de su personalidad.
VI. Educación y afectividad
Como es patente, los elementos del subtítulo recién enunciado no son ajenos a los que
hasta ahora se ha venido apuntando. Por eso, antes de desarrollar este apartado, nos
gustaría hacer un par de puntualizaciones, no por obvias, y ya dichas, menos
necesitadas de un recordatorio.
Insistiremos, en primer término:
1. En que ninguno de los factores antes referidos es estable, inmutable, unidireccional
ni mecánico, sino que se halla profundamente embebido de espíritu y libertad.
2. Y que, por tanto, en condiciones normales, la libertad constituye la causa última y
más radical del desarrollo y/o de las contrahechuras que introduzcamos en nuestro
ser.
Ya advertimos que la dotación genética, aunque sea la que es, imposible de mudar, no
determina, en la acepción más fuerte de esta expresión, el posterior desarrollo de un
individuo.
En conexión con toda la persona y todo su entorno
Asentado lo cual, importa dejar claro que existe un entrecruzarse y un influjo mutuo
de los elementos en cuestión. Una interacción recíproca que lleva a que en cada
instante de nuestra historia, en las grandes decisiones y en las menudas, se parta de un
estado concreto y único, en el que los sentimientos y el tono vital revisten gran interés,
pues a veces su influjo es de hecho —contra lo que la propia naturaleza del hombre en
cierto modo reclama— muy superior a los del entendimiento y la voluntad.
Y, como veremos, importa mucho —¡todo!— aprender a sacar partido a ese estado en
particular, sin añoranzas ni utopías sobre lo que uno hubiera podido ser, que no suelen
pasar de simples escapatorias semiconscientes y condenan a menudo a la inacción.
Para comprender esa interacción, conviene insistir en algunos extremos:
1. Antes que nada, y con plena conciencia de estar repitiéndonos —en parte para
contrarrestar la insistencia carente de argumentos con que se afirma lo contrario—,
que la dotación genética y el desarrollo biológico de cada individuo no determinan
ninguno de los resultados, al menos en lo que afecta al carácter, al tono de la
afectividad y a su mayor o menor peso en la existencia, al triunfo o fracaso conyugal,
en el trabajo, en la vida social…, aunque influyan, e incluso notablemente, en todos
ellos.
1.1. Que esto es así, porque la educación familiar y la escolar, mutuamente imbricadas,
inciden con enorme vigor sobre los elementos biológicos y temperamentales y los
modifican, pero, a la par, se apoyan por fuerza en ellos.
1.2. Que, como fruto de ese interactuar múltiple, se va produciendo una sedimentación
biográfica no siempre consciente, que compone la plataforma de base a partir de la
134
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

que cada cual obra, y en la que algunas experiencias o sucesos, sobre todo de la
infancia, resultan más definitivos que otros, sin más concesiones al psicoanálisis de las
que hay que hacerle, que a menudo implican matices y correcciones.
2. Asimismo, interesa ahora señalar que tampoco cabe atribuir la responsabilidad de
nuestros actos al influjo de la cultura ambiental o de la educación no
institucionalizada, aunque tales influencias resulten cada vez mayores en el mundo de
hoy.
2.1. Y nos referimos a factores espacialmente inmediatos, como las costumbres que se
observan en la vida cotidiana del propio entorno.
2.2. Y a los geográficamente más lejanos, como el modo de vida de otros países, incluso
muy apartados, que marcan incluso con más vigor las pautas de comportamiento,
sobre todo a determinadas edades.
Los dos tipos de estímulos se cuelan hoy en cualquier hogar, si es que no se los invita a
que entren y se acomoden, sobre todo a través de los media y de las modernas
tecnologías unidas a la informática.
Al respecto, considero oportuno recordar algo que hemos desarrollado por extenso en
otros lugares.
Precisamente en virtud de lo señalado, es menester incrementar activa y
conscientemente, con el vigor y el tesón necesarios, el temple y los contenidos de
nuestra vida familiar.
¿Por qué? Porque el peso del ambiente en cada uno de los hogares —en el propio
matrimonio y, de manera derivada, en los hijos— resulta inversamente proporcional
al que ejerza la propia familia, y muy en particular los padres: sobre todo, el padre,
que fácilmente pone entre paréntesis la relevancia de su presencia ante los hijos y se
desentiende de esa tarea.
La consecuencia no podría ser más clara: cada uno de nosotros hemos de procurar
llenar de ideales, valores, actividades, entretenimientos y, en definitiva, de amor, la
propia familia y el propio hogar. No solo ni especialmente en lo que atañe a los hijos,
sino, de manera muy particular, al respectivo cónyuge. Pues, como enseña la
experiencia, si no se mima día a día la relación con el esposo o esposa, se están
poniendo todos los medios para que el matrimonio desemboque en un rotundo fracaso
y arrastre en su caída al resto de la familia.
2.3. Por otra parte, de acuerdo con lo que apuntamos, al hablar del ambiente o cultura,
se apela también a la dimensión temporal, al modo de vivir actual y pretérito: pues el
conocimiento de la Historia, lo mismo que el de otros lugares o costumbres, puede muy
bien corregir los déficits o resaltar por contraste los logros del momento presente.
Y todo esto influye en el comportamiento de las personas pero nunca lo determina. Es
uno de los asuntos en los que más insiste Lukas, incluso en los casos, aparentemente
desesperados, de neurosis.
Otra vez la libertad
Bosquejado lo anterior, y antes de proseguir, reiteramos conscientes, por enésima vez,
el principio maestro o la convicción clave. A saber, que: por encima de los factores
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

indicados hasta ahora —la dotación biológica, por un lado, y el influjo educativo-
cultural, en el opuesto—, lo determinante para el despliegue afectivo sigue siendo el
desarrollo y el ejercicio del entendimiento y la voluntad, es decir, de la libertad.
De nuevo el binomio Frankl-Lukas permite perfilar la cuestión:
Los extremos crean sus propias limitaciones. El determinismo que ha dominado el
pensamiento psicológico por más de medio siglo, está siendo cuestionado. El más
importante entre aquellos que cuestionan, está el psiquiatra vienés Víktor E. Frankl,
que va más allá de la psicología profunda y del conductismo. Él considera la dimensión
del espíritu humano, más allá de todas las interacciones psicofísicas y psicológicas. El
espíritu humano, por definición, es la dimensión de la libertad humana y, por lo tanto,
no está sujeto a leyes deterministas.
Libertad es una palabra a menudo mal empleada. Para evitar malas interpretaciones,
Frankl no habla de libertad de algo, especialmente no de condiciones (nadie está libre
de sus condiciones físicas o psicológicas), sino de libertad para algo, una actitud
libremente tomada hacia estas condiciones. Él refuerza la actitud de “a pesar de”,
nuestra elección de respuesta al destino.
Aquí se da una base para consolar y ayudar a la gente, sin importar cuán inescapable
sea el sufrimiento. Solo venciendo el determinismo es posible consolar; esto se hace al
reconocer la dimensión del espíritu humano [30]
VII. La voluntad-inteligente, clave de todo el entramado
El peculiar «modo de ser» de cada persona
Resumiendo lo visto bajo un prisma un tanto diverso, cabría sostener que los
elementos aludidos en los párrafos que preceden van cristalizando o se posan a modo
de hábitos y costumbres, de distinto alcance y profundidad y estabilidad, dando como
resultado personalidades que se inclinan hacia algunos de los polos del tipo: pesimista
u optimista, confiado o suspicaz, superficial o profundo, autónomo o influenciable,
soso o bullanguero, sociable o huraño…
Para lo que nos atañe, este modo de ser facilita o dificulta las acciones concretas y el
manejo de los estados anímicos y de los sentimientos momentáneos, de tanto alcance
para la vida vivida y para la comprensión de la persona humana.
A. Sus componentes… desde otra perspectiva
¿Cuáles son los integrantes básicos de ese peculiarísimo modo de ser? Como
complemento a lo ya expuesto, cabría afirmar que, para cada individuo, todos ellos
cristalizan en la existencia de:
1. Una constelación de bienes, extremadamente diversos y de muy distinta densidad, a
los que cada cual es más sensible, en virtud del desarrollo y configuración singulares
de las respectivas tendencias.
Como ya vimos, precisamente en cuanto se refieren a cada sujeto particular y ejercen
mayor o menor influjo en él, tales bienes suelen llamarse valores.
Y también quedó apuntado el papel sin igual que en cualquier existencia humana
desempeñan la presencia o ausencia de esos ideales y la calidad de los mismos.
2. Una mayor o menor capacidad de responder a esos bienes concretos, con exclusión
136
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

de otros y de hacerlo o no de un modo pertinente.


Dentro de este contexto, suele hablarse de más o menos coherencia de vida, de unidad
o disociación entre teoría y práctica, de fuerza de voluntad o carencia de ella…
Por otra parte, y parece lógico, no se trata de un organismo estable, sino de algo que va
variando justo en virtud de que se responda o no a los múltiples valores y de la mayor
o menor flexibilidad para hacerlo: en este sentido, los caracteres se disponen en una
amplia gama que va desde el perfeccionismo hasta, en el extremo contrario, la cara
dura, el fingimiento sistemático o el cinismo.
3. Una manera propia y más o menos pronunciada de vibrar o no con todo ello: la
distinción con el rasgo que precede resulta más clara en el supuesto de dos personas
que sí responden a «la llamada del deber», pero una de ellas lo hace «fría y
racionalmente», y la otra poniendo en juego todas las fibras que la constituyen.
Encontramos en esta línea personas más racionales, cuyo punto de referencia es la
bondad objetiva de los hechos y situaciones, y que, por lo mismo, suelen tener un
comportamiento más estable y predecible.
Y otras, más sentimentales o afectivas —y, con frecuencia, más intuitivas—, en las que
la primacía compete más bien a la resonancia de los valores en su intimidad; personas
más dependientes, por eso, del modo como se encuentran en cada instante y, por lo
mismo, a menudo, más inconstantes o lábiles.
Este modo de ser, muy relacionado con lo que llamamos personalidad, se manifiesta en
la orientación general de la vida de cada individuo y presenta múltiples variantes.
Podemos hablar, entonces, de personas más sensibles a los bienes espirituales o a los
materiales, hasta el punto de ignorar o no advertir los primeros o, más raramente, los
segundos; más pendientes del propio yo o del bien ajeno, cosa bastante unida a la
anterior; que atienden más al estado de ánimo o a la acción en sí o llamada del deber;
a la belleza y el arte o a lo pragmático y utilitario; a lo propia y hondamente humano,
como la valía interior, en la más amplia acepción de estos vocablos, o a lo accesorio,
pasajero y superficial, entre los que se cuentan los caracteres meramente físicos, las
posesiones, el éxito o fracaso, el prestigio…
Concluyendo, la peculiar afectividad de cada persona depende del conjunto de bienes
que más influyen en ella, de la capacidad de responder a tales valores y de la mayor o
menor vibración con que lo haga.
B. Pero siempre modificables
Sea como fuere, tan o más importante que una buena descripción de los componentes
de tal modo de ser, así como de su imbricación mutua, es recordar que:
1. Todo ello es educable, al menos dentro de ciertos límites, ¡y hay que educarlo en
nosotros mismos y en quienes se encuentran a nuestro alrededor!
2. Como resultado de esa educación y como respuesta a la dotación genética —esto es,
a la compenetración de ambas—, pueden darse casos extremos de hiper-desarrollo de
la sensibilidad-sentimiento, y también de atrofia de la capacidad de sentir, temporal o
cuasi definitiva: lo observamos en muchos criminales, en lo que sabemos de los campos
de concentración, en cierto modo de ejercer el propio trabajo y, y si no se andan con
137
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

cuidado, en bastantes profesionales de la salud y de otros ámbitos.


De acuerdo con lo que ocurre habitualmente, tampoco aquí existe una manera de ser
preferible de forma absoluta, sino que cada cual lleva consigo sus ventajas y sus
inconvenientes: por ejemplo, las personas más frías suelen conservar la calma
suficiente para resolver problemas complicados, allí donde los más sentimentales ven
ofuscada su razón, pero estos últimos se implican normalmente más en los asuntos, por
lo que en ocasiones son más tenaces, además de arrastrar y prestar apoyo emotivo a
quienes lo necesitan…
3. En cualquier caso, y teniendo en cuenta el contexto en que se sitúa este escrito,
reiteramos con plena conciencia que en la formación del modo de ser de cualquier
persona presenta una importancia decisiva la educación, sobre todo la de los primeros
años, y, más todavía, la educación de la libertad, fruto en gran medida del uso de la
libertad misma que se educa.
En consecuencia, poniendo medios concretos, hemos de huir positivamente tanto del
sentimentalismo como de la frialdad, muchas veces provocados-transmitidos por los
padres y las madres.
Pero, más importante, a la hora de encarar la propia educación o la de quienes
conviven con nosotros, es empeñar todos los recursos disponibles para impedir que
nuestras respectivas vidas giren en torno al diminuto y a la par casi infinito ego de
cada cual; o, lo que viene a ser lo mismo, habremos de luchar para abrir
constantemente la voluntad propia y la de quienes nos rodean a la búsqueda del bien
de los otros, comenzando —de nuevo, en el caso de las familias y en relación con los
hijos— por el de sus propios hermanos, que es terreno real donde durante muchos
años pueden ejercitarse y, tantas veces, lo que marca la diferencia de por vida entre las
distintas personas.
Precisamente en ese pasar de la preponderancia indiscriminada del yo al imperio de la
realidad se juega la madurez de la persona:
El proceso de madurez humana se realiza a través de una serie de resoluciones de
conflictos, utilizando mecanismos psicológicos particulares, y llegando a una
sustitución paulatina del principio de placer, de poder, de autorrealización egocéntrica
por el principio del conocimiento y adecuación de vida (pensamientos y actos) a la
realidad objetiva. A la madurez corresponde, entre otras cualidades, una elevación del
nivel de tolerancia del dolor, del sufrimiento, de las contrariedades [31]
El principio del fin
Como hemos repetido, lo que llevamos entre manos es algo enormemente complejo,
imposible de captar en toda su variedad y riqueza, menos aún con una sola mirada: en
fin de cuentas, el entero desarrollo biográfico de la persona humana, aunque desde la
perspectiva prioritaria de la naturaleza y el manejo de su afectividad.
A. ¿«Jugamos» a la vida?
Por eso, para exorcizar en parte el sentimiento de indefensión e ineptitud,
propondremos un símil si no muy apropiado, al menos fácil de entender.
A saber, cualquiera de los juegos de naipes con que bastantes de nosotros hemos
138
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

ocupado los ratos de ocio en determinadas etapas de nuestra existencia.


Igual que sucede en esos entretenimientos, desde el principio de la vida y a lo largo de
ella, cada ser humano dispone de un conjunto de bazas con las que enfrentarse al
desenvolvimiento de su persona.
Se trata de elementos no inmutables, sino que se van desplegando o atrofiando, y
varían, para bien o para mal, dentro de ciertos límites y según el uso que hagamos de
ellos.
O, con frase más sintética, cabe comparar la vida con un juego de naipes, en el que
contamos con cartas más o menos buenas y con la posibilidad de aprender a utilizar
cada vez mejor unas y otras.
B. Con nuestras mejores bazas
No obstante, existe una ley clave, análoga a la de los llamados juegos de-azar-e-
inteligencia.
Podría resumirse así: el mejor modo de ser, para cada individuo particular y en cada
momento, es justamente ese que en realidad posee.
Como en tantos otros casos, la pretensión de ser de otra forma, la espera hasta que se
alcancen ciertas habilidades, los sueños con lo que uno lograría hacer si tuviera otro
temperamento o lo rodearan circunstancias distintas… constituyen uno de los mayores
lastres para el desarrollo real y equilibrado de la propia personalidad, que, justo por
ser la única existente, resulta siempre la mejor. Porque, con el refrán popular, o «se
ara con esos bueyes o simplemente no se ara».
Volviendo al símil esbozado, la clave consiste, en cada instante, en:
1. Esforzarnos por utilizar aquello con lo que contamos del mejor modo posible.
2. Aprender a hacerlo sin comparaciones ni estériles nostalgias.
3. Y poner todos los medios a nuestro alcance para que ese patrimonio crezca y
mejore.
En referencia a tal desarrollo, bien se trate de la vida humana considerada en su
conjunto, bien en particular al de la realidad que nos ocupa —los sentimientos—,
existe una capacidad que marca la diferencia, determinando el tono global y el éxito o
el fracaso de toda nuestra vida.
C. A saber: la libertad
Esa capacidad surge o se instaura, principalmente, en la confluencia de dos facultades
—la inteligencia y la voluntad— y asume en cierto modo el resto de nuestra persona.
Para designarla no existe otro término más adecuado que el de libertad, ya tantas
veces empleado.
Por lo mismo, resulta pertinente citar aquí a Tomás de Aquino, cuando afirma:
Existen potencias que reúnen en sí la virtud [o el poder] de varias potencias [o
facultades], y tal es el caso del libre albedrío, como queda patente al considerar su
acto. Pues elegir, que es su acto propio, lleva consigo tanto el discernir como el desear:
en efecto, elegir equivale a preferir una cosa respecto a otra. Pero estas dos acciones no
pueden llevarse a término sin el poder de la voluntad y de la razón. De donde se sigue
que el libre albedrío reúne el poder de la voluntad y de la razón, y que por ello se
139
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

denomina facultad [o potencia] de una y otra [32]


En la búsqueda de la facultad cimera del ser humano hay, pues, que examinar la
libertad: la potencia de las potencias sumas, el poder de nuestros poderes superiores. Y
por el mismo motivo, el influjo de la voluntad es decisivo en el desarrollo de una
afectividad madura.
En efecto, como explica Leonardo Polo, lo que distingue una afectividad sana y
positiva de un sentimentalismo dañino y entorpecedor, no es sino el influjo y el imperio
de la inteligencia y la voluntad: de una inteligencia con capacidad de mando y de una
voluntad que sabe discernir [33]
·- ·-·-······-·
Tomás Melendo y José Carlos Rodríguez Navarro

[1] Sarró , Ramón, Estudios preliminares a Lersch , Philip, La estructura de la


personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, p. XIX.
[2] González Martín, Mª del Rosario, La educación de los sentimientos, en
AA.VV., Sentimientos y comportamiento, Fundación Universitaria San Antonio,
Murcia, 2003, p. 235.
[3] Lukas , Elisabeth, Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003,
pp. 35-36.
[4] Cfr. Melendo, Tomás, Introducción a la filosofía, Eunsa, Pamplona, 3ª ed., 2007.
[5] Pithod, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, p. 121.
[6] Buenaventura de Bagnoreggio , Breviloquium, II, 12.
[7] Lukas , Elisabeth, Paz vital, plenitud y placer de vivir, Paidós, Barcelona, 2001, p.
121.
[8] Rojas, Enrique , La conquista de la voluntad, Temas de hoy, Madrid, 1995, p. 41.
[9] Rojas, Enrique , La conquista de la voluntad, Temas de hoy, Madrid, 1995, p. 45.
[10] Pithod, Abelardo, El alma y su cuerpo, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos
Aires, 1994, p. 194.
[11] Incluso en el caso de gemelos univitelinos, los primerísimos pasos del desarrollo de
cada uno de ellos modifica lo suficiente lo inicialmente dado… para que pueda
mantenerse con pleno rigor lo que acabo de sostener.
[12] Caffarra, Carlo, Ética general de la sexualidad, Eiunsa, Barcelona 1995, p. 73.
[13] Polaino-Lorente, Aquilino, cit. por Corbi J. M., www.ecologia-social.org.
[14] Pithod, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, pp. 32-33.
[15] Pithod, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, pp. 129-130.
[16] Frankl , Víktor, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2004, pp. 90-
91.
140
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

[17] Pithod, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos


Aires, 2006, pp. 135-136.
[18] Frankl , Víktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 180-
181.
[19] Frankl , Víktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., p. 181.
[20] < Frankl , Víktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., p. 181.
[21] Schelling , Friedrich, Prefacio al Vom Ich als Princip der Philosophie oder über
das Unbendingte in menschlichewn Wissen, en Werke (ed. Schröter), Oldenbour y
Beck, Munich, 1927-1954, vol. I, pp. 81-82.
[22] Hernández , Miguel, Hijo de la luz y de la sombra, en Obras completas, vol. I:
Poesía, Espasa-Calpe, Madrid, 2ª ed., 1993, pp. 715-716.
[23] Lersch , Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, p. 28.
[24] Lersch , Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, pp.
28-29.
[25] Lersch , Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, p. 29.
[26] Frankl Víktor, Der Wille zum Sinn. Ausgewählte Vorträge über
Logotherapie, Munich, Pieper, 1996, 3ª ed., pág. 156; traducción propia.
[27] Lukas , Elisabeth, Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003,
pp. 37-38.
[28] Wadell, Paul J., La primacía del amor, Palabra, Madrid, 2002, pp. 77-78.
[29] Holmer , P. L., Making Christian Sense, The Westminster Press, Philadelphia
1984, pp. 29-30. J. Finnis, Fundamentals of Ethics, Georgetown University Press 1983,
p. 139, en Wadell, Paul J., La primacía del amor, Palabra, Madrid, 2002, p. 75.
[30] Lukas , Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, p. 25.
[31] Cardona Pescador , Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1998, p. 71.
[32] Tomás de Aquino, In II Sent., d. 24, q. 1, a. 1 c.
[33] Polo, Leonardo, Presente y futuro del hombre, Rialp 1993, pp. 83-84, que será
citado más adelante.
Elogio de la afectividad (9): En la raíz de la raíz
por Tomás Melendo y María Fernández de la Mora
Según entendemos, y para que no constituyan un conjunto de afirmaciones sin
fundamento, lo examinado en escritos anteriores exige estudiar con mayor hondura la
naturaleza de la voluntad y, en particular, su diferencia esencial respecto a los apetitos
sensibles. Con lo que también se empezará a perfilar la analogía (semejanza-oposición)
entre la afectividad biopsíquica y la propiamente espiritual y, como consecuencia, la
grandiosa y compleja riqueza del mundo afectivo humano, que es el de una persona
inconfundible, compuesta de espíritu y materia, sin dejar por ello de ser persona, pero
siéndolo de un modo en extremo particular: único… ¡cada una de ellas!
1. La compleja unidad de la persona humana
Puesto que se trata de una cuestión enormemente sutil, y también de las más difíciles
de las examinadas hasta ahora, se requiere un complemento de paciencia: pues parece
141
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

imposible que, sin contar con una formación metafísica más que mediana, alguien
entienda lo que sigue, a no ser que precedan algunas explicaciones introductorias.
Dos naturalezas y un solo ser
De ahí que, de entrada y como punto de partida, nos permitamos sentar dos o tres
supuestos, contenidos tal vez magistralmente en la audaz y un tanto
figuradaobservación de Tomás de Aquino que sostiene que:
1. En el hombre «con-viven» dos naturalezas contrarias…
2. Actualizadas por el mismo y único acto de ser.
Con otras palabras. Para el sujeto humano, la unidad se encuentra de parte del ser,
mientras que en lo relativo a su esencia (a sus esencias, cabría decir, aunque la
expresión es bastante impropia) predomina una clara oposición:
El hombre es (resultado) de dos naturalezas contrarias, una de las cuales viene alejada
de la otra (literalmente: retraída) por su cuerpo: homo est ex duabus contrariis
naturis, quarum una retrahitur ab alia a suo corpore [1] .
Pienso que este aserto, tomado en toda su radicalidad, compone una ayuda insuperable
para llegar hasta el núcleo del tema que nos ocupa y de muchos otros que no hacen
tanto al caso, pero gozan también de extrema relevancia.
Dejando para otro momento la fundamentación y la exégesis de tan densas
convicciones, nos limitaremos a llevar casi hasta sus últimas consecuencias uno de los
muchos aspectos de la contrariedad que opone la naturaleza espiritual a la sensible.
Un enfrentamiento relativo
Para lo cual, resulta muy oportuno advertir que los contrarios, aun cuando de hecho
convivan en un mismo género o en idéntico sujeto, se enfrentan entre sí de una manera
radical: pues, en el ámbito que corresponde a este tipo de oposición, lo que puede
afirmarse de uno debenegarse del otro; y, además y por tal motivo, uno de ellos se
configura siempre como superior y el otro como inferior.
Vamos, pues, con los supuestos.
1. Primero : la persona humana es una y obra o actúa unitariamente en función del
único acto de ser que el alma da a participar al cuerpo.
2. Segundo: de por sí, la naturaleza sensible se opone —al modo de los contrarios— a
la de rango espiritual, de la que deriva para el hombre entero su condición de persona.
3. Y también se enfrentan sus facultades respectivas: la inteligencia y la voluntad, para
el espíritu; y los sentidos internos y externos y los apetitos correspondientes, para la
sensibilidad.
4. Corolario :en el plano de la naturaleza, que no en el del ser, las diferencias entre las
potencias exclusivas del alma humana —las espirituales— y las que pertenecen al
compuesto —las psico-sensibles— se oponen recíprocamente, dentro de su propio
género, como lo afirmativo y lo negativo, como el síy el no, como lo superior (origen de
la condición personal) y lo inferior (causa de que semejante persona, sin dejar en
absoluto de serlo, posea a su modo los rasgos propios del animal).
2. Inteligencia, voluntad y sensibilidad
Lo cual, con palabras algo menos crípticas, aunque inicialmente difíciles de aceptar,
142
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

equivaldría a dar un paso más respecto a artículos precedentes y sostener que la


inteligencia sí conoce y los sentidos noconocen: con lo que, obviamente, la primera es y
se muestra superior a los segundos.
Cosa que de entrada suena absurda y no es del todo verdadera, pero que no debería
asustarnos, pues en buena parte concuerda con lo visto en otras ocasiones, al comparar
el hombre con los animales.
De todos modos, para comprender el alcance de tales afirmaciones, lo mejor es
proceder por pasos y decir, de momento, que tanto la inteligencia como los sentidos
conocen, pero no del mismo modo ni con la misma intensidad o, mejor, con idéntica
propiedad (de nuevo lo superior y lo inferior).
Traducido: la inteligencia capta la realidad como es en sí, mientras que los
sentidos no la perciben tal cual es, sino intrínsecamente modificadao, lo que es lo
mismo, des-realizada… en cuanto re-interpretada y re-construida en función exclusiva
del beneficio o daño del sujeto que conoce.
Es decir, a tenor de las necesidades de cada animal particular y, si se trata del hombre,
de lo que hay de animal en nosotros, justo en la medida, de ordinario hipotética o muy
escasa y esporádica —mientras no se desvirtúe la propia naturaleza—, en que los
sentidos externos e internos funcionaran al margen del entendimiento o no asistidos
por él.
Conocer sin conocer
Lo cual, llevando las cosas hasta el extremo, pero sin falsificarlas, —es decir, tomando
el conocimiento en su acepción más plena y propia—, permite afirmar lo que antes
anticipamos:
1. Que la inteligencia sí conoce.
2. Y los sentidos, si actuaran aislados, no conocerían.
3. Pues «conocer-la-realidad-como-no-es»… difícilmente puede llamarse conocer.
Resumiendo: dentro del ámbito del conocimiento, la sensibilidad y la inteligencia se
oponen como contrarios.
En el extremo más noble se sitúa el saber intelectual (conocimiento-conocimiento), y en
el opuesto, el menos noble, el conocimiento sensible (en cierto sentido, un
conocer sin conocer).
No obstante, en la misma proporción en que la inteligencia se continúa o penetra en la
sensibilidad —y viceversa—, en virtud de la unidad radical del acto personal de ser, el
sujeto humano, que es quien realmente conoce, puede captar gracias a los sentidos
realidadesincognoscibles para la sensibilidad en cuanto tal o aislada y, como
consecuencia, también para los animales irracionales (de manera simétrica, la
inteligencia humana necesita de los sentidos).
¿Voluntad versus apetitos sensibles?
Lo dicho hasta aquí debería servir como entrenamiento para abordar con cierto éxito
los dominios de las tendencias humanas, que es lo que ahora nos interesa.
Todas ellas tienen en común que inclinan o aspiran al bien. Pero, recurriendo tan solo
a lo ya estudiado, sabemos que el bien de cualquiera de los apetitos sensibles se opone
143
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

en ocasiones al de la persona en su conjunto (captado por el entendimiento y apreciado


por la voluntad) y, desde semejante punto de vista, que es el más definitivo, ese
concreto bien sensible debe considerarse un mal respecto a la persona.
Un bien relativo al sujeto
Con algo más de detalle, y volviendo a la doctrina general. Las tendencias sensibles
inclinan siempre hacia un bien del que carecen (del que carece su sujeto), con vistas a
poner remedio a esa indigencia.
Por eso, más que el bien en cuanto tal, el animal bruto persigue el bien en cuanto suyo,
el que ese animal necesita aquí y ahora, a tenor de sus concretas circunstancias fisio-
biológicas.
Cosa que resulta más que patente en la medida en que el destino de semejante bien es
el de desvanecerse como distinto y transformarse en el sujeto que padecía el déficit: de
modo que si semejante bien no pudiera pasar a convertirse realmente en suyo, por lo
mismo dejaría de ser bueno o, hablando con propiedad, nunca lo habría sido para él.
El caso más obvio —ya mencionado— es el de los alimentos, que tienen de bueno lo
que puede asimilarse y convertirse en el sujeto que los ingiere, mientras el resto resulta
desechado porque no era-es bueno (algo similar, pero más dramático, sucede con los
trasplantes de órganos).
Con lo que se percibe que su bondad o maldad viene medida y determinada, de forma
exclusiva y excluyente, por la situación actual de ese animal en concreto; por el aquí-y-
ahora concretísimo de un algo,noalguien, también muy particular: estamos ante esta-
bondad-para-esto y de ningún modo ante lo bueno en sí, de rango universal.
Volviendo al ejemplo de los trasplantes, parece claro que un riñón susceptible de ser
trasplantado solo es bueno para la persona que, aquí y ahora, necesita semejante
órgano y puede incorporarlo sin rechazo. Mientras que el conocimiento del fin de la
vida humana, pongo por caso, es bueno para todo varón y mujer, con independencia
absoluta de cuáles sean sus circunstancias globales y las de este instante particular.
Posibilidad de conflicto
Tras lo cual, tampoco es difícil advertir, al menos intuitivamente, que en los seres
humanos puede darse un conflicto entre bienes-para-mí y bienes en sí o en sentido
estricto, cuya traducción habitual es la de bienes-para-otro-en-cuanto-otro (o para uno
mismo, pero también en-cuanto-otro).
Y, en tales circunstancias, cuando el bien exclusivamente para-mí toma la delantera de
forma radical y plena sobre lo bueno-en-cuanto-tal o para-otro-en-cuanto-otro, el
pretendido bien acaba por convertirse en mal.
Acudiendo de nuevo a ejemplos sencillos e incluso simplones, una excesiva glotonería
—que halaga mi ansia de comida y bebida y no la salud que debería tener todo ser
humano— termina por producir obesidad o enfermedades más graves.
Mas como los apetitos sensibles se orientan siempre y necesariamente al bien-para-sí
(para cada uno de ellos), mientras que la voluntad está en principio abierta al bien en
sí o en cuanto bueno, también ahora podría decirse, en paralelo con lo sostenido
respecto al conocimiento, que las tendencias sensibles no inclinan al bien-bien, sino a lo
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

mío en cuanto mío; mientras que la voluntad sí que se endereza hacia lo bueno como
tal o, lo que es lo mismo, al bien para los demás o para sí mismo en cuanto otro, como
más de una vez he explicado.
Con expresión clara y decidida sostiene Caffarra:
A diferencia del espíritu, la sensibilidad es siempre utilitarista o hedonista: solo
percibe al otro en su papel utilitario o placentero. Esta característica constituye una
limitación natural de la sensibilidad [2] .
Y, de forma aún más tajante, me atrevería a proseguir: el bien de una tendencia
sensible deja de ser bueno cuando lo es en exclusiva para esa inclinación, pero no para
el conjunto de la persona. Es decir: si elpara-sí de lo bueno, relativo por naturaleza,
llega a convertirse en absoluto, deshace o elimina la índole de bien.
Algo similar, aunque no idéntico, a lo que sostiene Millán-Puelles, con la agudeza y
finura que lo caracterizan:
También el animal irracional apetece su propio bien privado y, aunque de hecho sirve
al bien común, no lo apetece como bien común, porque le falta la capacidad de
concebirlo. Por consiguiente, cuando un hombre sirve de hecho al bien común, mas no
por estar queriéndolo como algo comunicable a otras personas humanas, sino tan solo
en función de su bien propio, se produce el fenómeno de una cierta animalización del
ser humano, la cual no por ser libre deja de rebajar a quien la hace [3] .
Querer y no querer el bien
Cosa que, paradójicamente podría expresarse afirmando que, de nuevo con el máximo
rigor y aunque resulte chocante:
1. Los apetitos sensibles no tienden propiamente al bien, sino a lo suyo, a lo que les fala
y conviene; por eso, más que de lo bueno se habla a menudo de lo conveniente,
teniendo la expresión por conveniencia un cierto regusto peyorativo.
2. Al paso que la voluntad sí inclina, en principio, al bien en cuanto bien, aunque desde
puntos de vistas parciales y limitados no convengan a la persona en determinado
momento y circunstancias.
Conclusiones relativamente obvias y, no obstante, muy maltratadas en la historia de la
humanidad y del pensamiento:
2.1. Los apetitos sensibles aspiran a lo que les conviene y, si es el caso, modifican la
realidad que tienen ante sí de acuerdo con la propia disposición (de los apetitos); la
voluntad, por el contrario, tiende al bien-como-es-en-sí y, de resultas, goza de la
notabilísima capacidad de adaptarse al bien real y objetivo, a la voluntad (buena) del
ser amado y, en utilísima instancia, a la Voluntad de Dios, que siempre es Buena,
aunque a menudo se presente de modo que no comprendemos o nos contraría.
2.2. El bien en cuanto tal es siempre común y por eso, justamente, puede equipararse
al bien-del-otro-en-cuanto-otro; y, por idéntico motivo, no puede existir oposición
alguna entre el bien común (de cada uno de todos) y el bien propio (de cada uno de
todos).
2.3. Como consecuencia, cuando el bien propio se transforma en privado —con la
carga de exclusividad que damos ahora a este término: de cada
145
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

uno sin todos, sin ningún otro—, no solo deja de ser común, sino que, más
radicalmente, decae de su condición de bien.
En resumen, la voluntad tiende al bien de la persona en cuanto tal, mientras que los
apetitos sensibles inclinan hacia algo que, para el conjunto de la persona, puede
resultar o beneficioso o dañino.
Satisfacer una carencia o difundir la propia bondad
Una manera complementaria de advertir la oposición entre apetitos sensibles y
voluntad, y la superioridad de esta respecto a aquellos, consiste en poner de relieve
algo ya sabido, pero cuya importancia no cabe exagerar: que los apetitos tienden a
asimilar y hacer desaparecer su bien, en tanto que la voluntad, cuando actúa de la
manera que le es más propia y radical, la que corresponde a la persona en
cuanto persona, aspira a difundirlo; con lo que los apetitos sensibles hacen que un
bien disminuya o se esfume, mientras que la voluntad provoca que un bien crezca y se
amplíe.
Si, según afirma con plena corrección el clásico adagio, el bien es difusivo de suyo, de
nuevo se torna claro que:
1. Solo la voluntad es capaz de referirse al bien en cuanto bien, puesto que su tendencia
primaria y fundamental es la de amar, inclinando a la persona a difundir sus bienes y,
en fin de cuentas, a entregarse ella misma; desde tal punto de vista, cabría
denominarla centrífuga.
2. Por el contrario, los apetitos —al margen de la voluntad que los endereza— tienden
naturalmente, no solo infranaturalmente, a apropiarse y consumir y hacer desaparecer
lo que les resulta conveniente, aunque en sí mismo no sea bueno (que, en muchas
ocasiones, sí que puede serlo) ni, como consecuencia, difusivo: y, por lo mismo, pueden
calificarse como centrípetos.
Con lo que es correcto concluir, de nuevo tomando los términos en su más radical
acepción, que:
2.1. La voluntad sí puede tender al bien en cuanto tal y, por ende, al bien de los otros,
justo en cuanto otros.
2.2. Mientras que los apetitos sensibles no están, por sí mismos, capacitados para
hacerlo, aunque su unión con el entendimiento y la voluntad, en el hombre animado
por un único y mismo acto de ser, los torne aptos para lograrlo.
2.3. Por consiguiente, la voluntad es superior a los apetitos sensibles y encarna la
tendencia característica de la persona como persona, en la que muestra su grandeza y
abundancia de ser: la inclinación a amar y entregarse a los demás personas.
Curiosamente, tender al bien en cuanto tal o bien-en-sí no equivale a intentar
apropiárselo, sino a aspirar a difundirlo.
Conclusión
Desde semejante perspectiva es posible ver de nuevo la entera dinámica del hombre, de
la que la afectividades parte nada despreciable, con unas luces e irisaciones hasta el
momento imposibles de captar.
Lo propio de la persona humana, lo que le corresponde justamente por ser persona-y-
146
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

humana —varón o mujer—, es estructurar todas las facultades y capacidades de obrar


en torno a la que encarna de manera más adecuada lo constitutivo de cualquier
persona, como consecuencia de la magnitud insondable de su acto de ser: es decir,
según venimos repitiendo, organizarlas alrededor y bajo el imperio de la voluntad, que
inclina a la persona a amar inteligentemente, hasta entregarse a sí misma.
Todo lo cual —holgaría decirlo, pero la capacidad humana de malinterpretar lo obvio
carece de límites— no demoniza en absoluta la sensibilidad ni el cuerpo, que, muy al
contrario, resultan de todo punto imprescindibles para la plenitud del ser humano,
como hemos mostrado y defendido, incluso de manera un tanto agresiva, en multitud
de ocasiones [4] .
Pero sí aboceta el camino por el que el alma puede asumir ese complemento de
perfección del que por sí misma carece y que el cuerpo le otorga, a la par que pone de
manifiesto hasta qué extremo la educación de la inteligencia y, más todavía, de la
voluntad —que busca el bien para otro— resulta del todo punto esencial para el
despliegue de una afectividad como la que se apuntaba en artículos precedentes: rica,
jugosa y eficaz.
Las siguientes palabras expresan de manera muy equilibrada el proceso al que
acabamos de aludir:
Si bien es cierto —afirma Caruso— que el perfeccionamiento y el logro de
satisfacciones del propio yo representan metas naturales y legítimas para el hombre, si
se desvinculan de los valores objetivos se hace imposible rebasar el marco de lo
individual. La satisfacción del yo, respetando los valores objetivos, no es imaginable
sin renuncias, sin el sometimiento realmente sentido de los propios valores
egocentrados a los valores del amor que trasciende la subjetividad. No se puede
penetrar en el ámbito de lo verdadero, de lo bueno v de lo bello sin haber renunciado
antes a la sensación como fin en sí misma.
Pero también es necesario haber renunciado a los afanes desmedidos de poder, de
conocer, de saber. Por muy sublimes que puedan ser en sí, todos esos valores son
relativos y en el momento en que se absolutizan se desvalorizan [5] .
3. La opción entre el ser o el yo: fundamentos
Como enseguida comprobaremos, este epígrafe incluye aspectos del funcionamiento de
las tendencias o apetitos sensibles que ya han sido tratados, pero que ahora retomamos
con el fin de dejar aún más clara su oposición a la naturaleza y al ejercicio de la
voluntad.
De esta manera, ofrecemos una fundamentación metafísica al balance realizado en
estudios anteriores, cuando se distinguió entre afectividad fecunda y desbocada.
El predominio del ego en la sensibilidad
1. En lo que atañe a la sensibilidad, toda su dinámica estructural podría resumirse
afirmando que es siempre subjetiva o ego-centrada.
Lo cual quiere decir que:
1.1. En principio, considerados de forma aislada, si esto pudiera llegar a darse, los
apetitos sensibles se disparan inevitablemente en presencia (o recuerdo o imaginación,
147
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

etc.) del bien que a ellos les convieneen cada caso: por lo que, en última instancia, son
tales apetitos los que constituyen en buena o mala la realidad que los circunda.
1.2. Desde este punto de vista, las tendencias sensibles resultan del todo subjetivas,
pues dependen plenamente del estado actual de cada sujeto, de las determinaciones de
este en un instante dado y del modo como él (de nuevo el sujeto) las percibe.
Por ejemplo, si alguien se siente con hambre o sed no puede evitar que se movilice la
correspondiente tendencia sensible a alimentarse, con los dinamismos fisiológicos que
a menudo la acompañan, por más que la inteligencia vea que no debe hacerlo y la
voluntad pretenda obviarlo. Ciertamente, si se trata de una persona con suficiente
autodominio, no comerá o beberá, pero lo que excepto en casos muy extraordinarios
no está en sus manos es impedir que se active y dejar de experimentar la tendencia
sensible a comer o beber.
Quizá todo lo anterior nunca se manifieste con más claridad que en el caso —ya
apuntado— de ciertos estados anómalos para el organismo, como la indisposición
conocida normalmente como empacho, sobre todo cuando es el resultado de un
consumo excesivo de nuestros alimentos favoritos. En tales circunstancias, mientras
dura la indisposición, sentimos que nos asquean, sin poderlo impedir, justo
aquellascomidas que en ese mismo instante sabemos que son las que habitualmente
más nos gustan… y nos encantaban quizá hasta hace muy poco: justo hasta antes de
indigestarnos.
En el nivel de la sensibilidad, la atracción o la repugnancia se encuentran, pues,
exclusivamente determinadas por la disposición orgánica del sujeto en ese momento,
tal como él la percibe (pues, justo por una nueva indisposición de lo orgánico, no
siempre se conoce el propio estado como realmente es); en cualquier caso, el
acercamiento o rechazo no viene determinado por el valor objetivo de la realidad en sí,
incluso aunque esa valía sea conocida y reconocida intelectualmente en el mismo
instante en que siente la repulsa, o viceversa.
1.3. En tercer lugar, los apetitos resultan subjetivos porque, de por sí, inclinan a
su sujeto a poseer y apropiarse (a asimilar: hacer suyos) los bienes a los que tienden,
aunque instancias superiores moderen ese deseo con más o menos facilidad, según el
grado de desarrollo de las oportunas virtudes, que tienden hacia el bien en sí y de los
demás: ordo amoris.
2. Particularizando y escribiendo yo donde hasta ahora figuraba el término sujeto,
debe sostenerse que, en el ámbito de la sensibilidad, yo me constituyo en centro
de mi mundo, de manera que lo bueno o malo resulta determinado subjetivamente
por mí: se trata de mi-bien o de mi-mal, establecidos por mis circunstancias del
momento, más que de lo bueno a malo en sí mismo. Y, cuando se trata de animales, a
no ser que medie una intervención humana externa, la constitución de lo bueno o lo
malo (de lo beneficioso o dañino) desde la dotación instintiva de cada animal en cada
particular situación se impone con carácter absoluto e inevitable.
La primacía del ser
La voluntad, por el contrario, no gira en torno a su sujeto ni resulta determinada por
148
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

las circunstancias de este, sino que es atraída por lo bueno en cuanto tal. Y, según su
naturaleza, se inclina hacia semejante bien con la pretensión no solo ni en primer
término de gozar de él, sino de cambiar su propia disposición, si fuera preciso, para
transmitir y difundir el bien que ya sí puede apreciar.
Que es, como venimos repitiendo, lo propio y caracterizador de la persona en cuanto
tal: en virtud de su propia eminencia o dignidad, derivada de la impresionante
grandeza de su acto de ser, toda persona es efusiva, fecunda, tiende a darse y se da de
hecho cuando actúa como persona.
Pero, como también hemos intentado dejar claro, la persona humana es limitada. Por
eso, en la mayoría de los casos, su voluntad tendrá primero que conquistar los bienes
que pretende irradiar, aunquesiempre con vistas a su expansión y propagación; pues,
como afirmaban los clásicos y acabamos de recordar, el bien es difusivo de suyo.
Con terminología estrictamente filosófica, lo expone Brock:
La tesis según la cual todo agente actúa por su propio bien, o para mantener y
promover su propia forma, también muestra que el principio o finalidad no siempre
significa que un agente actúa para conseguiralgún bien, o actúa por indigencia. Más
bien, en la medida misma en que es un agente, ya posee el bien en virtud del cual
actúa. De hecho, si el fin por el que un agente actúa es precisamente una participación
en su propia forma, entonces todo agente actúa por su propio bien; su primera
inclinación hacia este bien no es expresada en absoluto en su acción externa, sino en su
propio permanecer lo que es su persistir. Decir que cuando actúa, actúa por su propio
bien significa que actúa para dar, para promover el bien del que ya disfruta. La
potencia es riqueza, no penuria. Si un agente solo actúa, solo da o aporta, para recibir,
entonces es un agente imperfecto, no plenamente formado. Solo cuando el agente
recibe lo que necesita y es hecho perfecto, está plenamente formado, es capaz de actuar
en sumo grado, para dar de sí mismo con las menores restricciones [6] .
Desde este punto de vista, la dinámica acorde con la persona humana, justo en
cuanto persona, es la de adquirir cuantos bienes le sea posible, incluidos los suyos
propios, con la exclusiva intención de ponerlo al servicio de los otros, de amar a
quienes merecen ser amados: las restantes personas.
Por tanto, en los dominios del espíritu, lo que manda es el bien, no el yo ni sus
concretas circunstancias, y eso lleva consigo la apertura de cualquier persona hacia
todos los bienes que efectivamente lo sean y, en fin de cuentas, hacia las demás
personas y hacia Dios, como Bien sumo.
Pero, precisamente porque está orientado a todo bien y a todo el bien, ningún bien
particular y concreto puede determinarla, al contrario de lo que ocurría con los
apetitos sensibles. Como consecuencia, en este mundo, la voluntad humana nunca se
dispara de forma maquinal e inevitable: eso equivaldría a afirmar que quiere sin
querer, lo cual se advierte fácilmente como contradictorio.
Pérdida consentida de la libertad
Por eso, la impresión de haber perdido la libertad, convirtiéndonos en unos autómatas,
sin dominio propio, tiene lugar habitualmente en dos ocasiones:
149
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

1. < La primera, cuando «libremente» nos dejamos llevar por la atracción inicial que
todo lo bueno captado por nuestra inteligencia ejerce sobre la voluntad, e incluso nos
habituamos a obrar de esta manera, sin poner en juego los resortes más definitivos,
activos y propios de la inteligencia y de la voluntad, que nos permitirían discernir y
perseguir aquel bien que efectivamente lo es en función de nuestras circunstancias y,
más aún, de las de quienes nos rodean [7] .
2. La segunda, cuando hemos hecho lo mismo—dejarnos llevar— en nuestras
actuaciones anteriores, ya sea en los momentos inmediatamente precedentes al hecho
de que se trate, ya a lo largo de una temporada suficientemente larga como para hacer
ahora muy difícil o casi imposible el auténtico ejercicio de la libertad .
Permitimos, en el primer caso, o nos habituamos, en el segundo, a que determinados
bienes parciales ejerzan su influjo progresivo sobre la voluntad hasta aquel punto en
que apenas somos capaces de superar tales influencias. De este modo, la voluntad
acaba por sucumbir, pero porque no quiso desplegar y robustecer la libertad cuando
todavía podía hacerlo: es lo que la tradición latina llama voluntario in causa.
Libremente queremos dejar de ser libres, por decirlo con fórmula paradójica pero
correcta; o, con expresión popular, no quisimos-supimos cortar a tiempo, cuando el
deseo todavía no era tan vehemente como para impedir el ejercicio contrario activo de
la libertad, capaz de orientarse en función de lo bueno en sí: de la realidad tal como
efectivamente es.
3. Todo lo cual resulta plenamente coherente con una libertad real, pero limitada,
como es la de cualquier mujer o varón. Es decir, una libertad orientada hacia el bien,
pero que puede decaer (deficere, dirían los latinos) y situarse en una esfera análoga
(idéntica y radicalmente distinta) a la de los apetitos sensibles.
3.1. Idéntica, por , por cuanto —igual que les sucede por naturaleza a los apetitos
sensibles— acaba transformándose en punto de referencia constitutivo de lo bueno o
malo, que dejan de serlo en sí y pasan a serlo exclusivamente para mí.
3.2. Y radicalmente distinta, porque esa inversión o perversión no es fruto de la
naturaleza —como ocurre con los animales, que obran de acuerdo con sus instintos—
sino de un acto radical de libertad que, con más o menos conciencia, hace del
propio ego el bien por antonomasia y absoluto, fundamento y raíz de cualquier otro
bien: es decir, las demás cosas y personas se convierten en buenas o malas, con
independencia de su bondad o maldad reales, según beneficien o perjudiquen a ese yo.
4. Cuando el yo se transforma en absoluto
Una opción radical…
Resulta lícito, entonces, concebir la inteligencia humana como capacidad de conocer,
aunque coyunturalmente y en contra de su naturaleza, pueda equivocarse. De manera
análoga, la libertad de cada varón o mujer es de por sí la capacidad
de autodeterminarse hacia la propia plenitud personal —derivada de la realización del
bien real u objetivo—, aunque pueda también, per accidens, dirigirse en sentido
opuesto, hacia la propia autodestrucción.
Lo que, visto desde el lado complementario, podría traducirse afirmando que la
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

libertad implica la ausencia de cualquierdeterminación extrínseca a la voluntad (no de


cualquier influjo) y, por semejante razón, se configura como estricta y real auto-
determinación; y esto, aunque el mecanismo psicológico mediante el que lo logra
resulte complejo y aunque no todos nuestros actos sean libres y, los que lo son, no
gocen de una libertad plena y total.
Ahora bien, semejante libertad es real pero limitada: necesita perfeccionarse y, en
cualquier caso, puede obrar en contra del bien real de la persona.
Dicho con otras palabras: en virtud de la abundancia de su acto de ser, la persona
humana se encuentra naturalmenteinclinada hacia la opción por el bien real o bien-
del-otro-en-cuanto-otro. Pero semejante elección no se le impone, sino que es fruto de
una elección libre, que, justo en virtud de la imperfección de su libertad, puede
también enderezarla en el sentido opuesto y llevarla a preferir el bien para sí (en
definitiva, el yo) en lugar de lo bueno en cuanto tal.
Las consecuencias que se derivan de lo dicho son múltiples y relevantes. Señalamos las
principales:
1. Frente a lo que a veces se sostiene, ni siquiera el entendimiento determina a la
voluntad, de modo que lo que esta elija sea una mera consecuencia —necesaria o no-
libre, por tanto— de lo que la inteligencia advierte como mejor.
En caso contrario, aunque de un modo sutil, se negaría la libertad y la posibilidad de
merecer o desmerecer: nuestra actividad, destituida de su condición libre, no
resultaría imputable, ni para bien ni para mal.
¿Motivos? Como ya apuntamos, si la inteligencia no solo influyera, sino que
determinara la elección de la voluntad, acabarían eligiendo mejor quienes fueran más
inteligentes, quedando condenados los más torpes a decisiones incorrectas y, por lo
mismo, moralmente malasy origen de insatisfacciones y desdichas.
No es eso lo que ocurre. Se trata de algo más sutil y más complejo, bastante parecido
en ocasiones a lo que refleja esta larga cita de Kierkegaard, merecedora no solo de una
lectura, sino de un estudio y una reflexión reposados:
si un hombre, en el mismo momento en que ha conocido el bien, no lo hace, entonces se
debilita el fuego del conocimiento. Además está el problema de lo que la voluntad
piensa de lo que se ha conocido. La voluntad es un principio dialéctico y tiene bajo sí
toda la actividad del hombre. Si no le gusta lo que el hombre ha conocido, no resulta
ciertamente que la voluntad se ponga a hacer en seguida lo contrario de lo que dice la
inteligencia: oposiciones tan fuertes son ciertamente muy raras. Pero la voluntad deja
pasar un poco de tiempo: ¡esperemos hasta mañana, a ver cómo se ponen las cosas!
Entre tanto la inteligencia se oscurece cada vez más, y los instintos más bajos toman
cada vez más la delantera. Ay, el bien hay que hacerlo en seguida, apenas conocido (he
aquí la razón por la que en la pura idealidad el paso del pensar al ser se da con tanta
facilidad, porque ahí todo se hace en seguida); pero la fuerza de la naturaleza inferior
consiste en dilatar las cosas. Cuando de este modo el conocimiento ha llegado a ser
bastante oscuro, entonces la inteligencia y la voluntad ya pueden entenderse mejor;
finalmente están ya completamente de acuerdo, porque la inteligencia se ha puesto ya
151
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

en el lugar de la voluntad, y reconoce así que es perfectamente justo lo que la voluntad


quiere [8] .
Este y casos similares son frecuentes. Y a través de ellos se advierte con facilidad que:
1.1. El pecado, en concreto, no es un error —en el sentido más preciso de este término,
que apela al ámbito del conocimiento—, sino una preferencia de la persona toda,
guiada por su voluntad libre, hacia un bien-para-sí, advertido precisamente
como suyo,en detrimento de un bien real u objetivo mayor.
Con cierta drasticidad, pero certeramente, asegura Agustín de Hipona:
Hasta tal punto el pecado es un mal voluntario, que de ningún modo sería pecado si no
tuviese su principio en la voluntad: esta afirmación goza de tal evidencia que están de
acuerdo los pocos sabios y los muchos ignorantes que habitan en el mundo [9] .
1.2. Y, paralelamente, el acto meritorio tampoco es un simple acierto del
entendimiento, aunque normalmente lo requiere y supone; sino que se configura como
la libre elección de un bien real, captado como tal por la inteligencia, incluso cuando la
persona advierta que ese bien lleva aparejados inconvenientes o perjuicios para ella.
2. Por lo mismo, gracias a la voluntad-libertad, el hombre resulta capaz de establecer
las metas inmediatas de su vida y, al menos de forma implícita, su Fin último o Bien
supremo.
Y esto, de dos modos principales:
2.1. Asumiendo la inclinación natural de su voluntad hacia lo realmente bueno o
bueno-para-el-otro-en-cuanto-otro, de acuerdo una vez más con Aristóteles.
2.2. O rechazando libremente semejante inclinación y optando por el bien para sí.
Es decir, aunque por naturaleza se encuentre dirigido hacia todo bien real, hacia el
bien de las restantes personas y, en fin de cuentas, hacia el Bien sumo (Dios), el
hombre se halla inclinado hacia todo ello del modo que corresponde a su condición-
naturaleza libre e imperfecta: de forma que puede libremente acoger esa
orientación natural o también oponerse a ella y despreciar el bien real y el Bien Sumo
en función de un bien que le resulta más suyo y que, en fin de cuentas, no es otro sino
lo que halaga a su propio yo (lo suyo), como venimos repitiendo.
Con la diferencia, fundamentalísima, de que en este caso la orientación de la tendencia
hacia el sujeto-yo no es, como en los apetitos sensibles y, a su modo, en la voluntas ut
natura, algo natural e inevitable, sino fruto de una elección no solo libre sino
también antinatural (por cuanto la voluntad se encuentra por naturaleza inclinada —
aunque no determinada— hacia el bien-en-cuanto-tal y no hacia el bien-para-sí).
La elección del yo
Según acabamos de sugerir, la opción por el yo es una auténtica elección, hecha
posible, simultáneamente, por la condición libre de todo ser humano y por el hecho de
que su libertad es imperfecta.
Y, en ella, según lo que llevamos visto, se prefiere un bien inferior (uno mismo), en
contra de la orientación natural de la voluntad hacia todo lo bueno, hacia la difusión
del bien, hacia el bien en cuanto tal o bien del otro en cuanto otro, que es lo que
corresponde a la grandeza de la persona en cuanto persona. Pero se elige a sí
152
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

misma aprovechando los mismos recursos de la libertad, que permiten tal


predilección.
A la pregunta sobre el porqué de semejante opción no puede responderse con razones
lógicas, pues nunca la libertad está determinada por una razón, como ya vimos: la
libertad no causa de modo mecánico-eficiente; sino que hay que acudir a ese punto
excelso y característico de la libertad, que en castellano queda bien recogido por la
expresión porque me da la gana, que manifiesta que la libertad supera a cualquier
razón.
Una afirmación que siempre que es correctamente utilizada equivale a porque
quiero y, en este caso particular —cuando opto por el yo—, a porque me quiero y me
quiero de una manera absoluta, sin respetar el orden real de los bienes; y no los
respeto, habría que añadir, porque quiero no respetarlo, porque me quiero de tal
modo que no quiero subordinarme a un bien ajeno o superior a mí.
¡Rectificable!
Precisamente el carácter limitado de la libertad humana lleva a que el
establecimiento definitivo del propio fin sea labor de toda una vida, progresiva, por
tanto, y, simultáneamente, rectificable.
Lo que no quita que se mueva siempre dentro de los límites de la opción recién
expuesta. Elección, por tanto, no entre el bien y el mal, como a veces se sostiene —pues
el mal en cuanto tal no puede ser querido ni apetecido—, sino entre el bien-en-sí, en la
medida en que es bueno, y el bien-para-mí o el yo, voluntariamente transformado en
bien supremo y razón de todo bien (egoísmo), con total independencia de la bondad
constitutiva del resto de lo existente.
Semejante elección es real y necesaria:
1. En primer término, porque la persona humana, limitada e imperfecta, no solo no se
encuentra desde el principio, como algo ya dado, con la plenitud que le corresponde,
sino que, por un lado, ha de conquistarla a la par que va perfeccionando la propia
libertad; y, por otro, puede dejar de conducirse hacia esa plenitud, no perseguir el bien
en sí y, como consecuencia, el propio perfeccionamiento.
2. En tal circunstancia, según acabo de apuntar, obrará en contra de lo que exige su
naturaleza, se volverá sobre sí misma y hará del propio yo un absoluto-para-sí, capaz
de considerar y convertir en «bueno» cuanto le beneficia y en malo cuanto lo perjudica
y exclusivamente por el motivo de que le resulta beneficioso o dañino, sin tener en
cuenta la bondad o malicia de la acción en sí misma ni, por tanto, el modo como
repercute en los demás.
Es lo que, con palabras más técnicas y formales, se enuncia diciendo que una persona
se erige a sí misma o erige su propio yo en un absoluto, en torno al cual hace girar el
resto del universo.
O, si se prefiere, es el egoísmo o amor propio libremente elegido y radicalizado, tan
presente, por desgracia, en nuestra civilización, y fuente de insatisfacciones e
infelicidad sin término, como he estudiado en otras ocasiones.
Persona ≠ subjetividad
153
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Para hacer más comprensible lo que estamos viendo, tal vez sea oportuno establecer
una distinción, hasta cierto punto artificial (porque solo es verdadera en las realidades
finitas), entre la persona como tal y la subjetividad o el yo, también precisamente como
tal.
A la persona le corresponde por naturaleza la difusión del bien o, si se prefiere, la
búsqueda del bien de las restantes personas. Cosa que, cuando se trata de una persona
limitada o imperfecta, se realiza a menudo tras la consecución de los bienes que desea
otorgar a los seres amados. Y precisamente entonces, cuando realiza esa operación
caracterizadora, cuando busca el bien de los otros, es cuando la persona finita va
adquiriendo su perfección como persona y, como consecuencia no buscada, su
felicidad.
El yo, por el contrario —tal como aquí y ahora lo entendemos—, es la subjetividad de
la persona limitada, precisamente en cuanto (contra lo que reclama su acto de ser)
renuncia o se niega a obrar como persona, buscando el bien de los otros, y aspira
exclusivamente a hacerse con los bienes que calman de forma inmediata sus propias
necesidades o deseos. Paradójicamente, aunque esos bienes se alcancen y hagan
derivar de ellos los deleites consiguientes, la inclinación nuclear de la persona, la que le
compete como tal, está siendo frustrada, por lo que el resultado es, siempre, la
insatisfacción global-radical: la desdicha o incluso la enfermedad psíquica.
La siguiente cita de un reconocido psiquiatra resume en buena medida, al hilo de las
afirmaciones de dos excelentes filósofos contemporáneos, lo visto hasta el momento:
Lo describe muy bien Pieper diciendo “un hombre al que las cosas no le parecen tal
como son, sino que nunca se percata más que de sí mismo porque únicamente mira
hacia sí, no solo ha perdido la posibilidad de ser justo, sino también su equilibrio
psíquico. Es más, toda una categoría de enfermedades psíquicas consiste esencialmente
en esta falta de objetividad egocéntrica”. Carlos Cardona, en su reciente
obraMetafísica del bien y del mal, escribe: “si el hombre egocentrándose libremente,
juzga sistemáticamente de los demás y de los actos, propios o ajenos, en función de sus
propias apetencias, reduce su cogitativa a estimativa animal, se despersonaliza, se
animaliza. En la naturaleza psicosomática del hombre, ese hábito puede originar una
disfunción estable, e incluso una lesión orgánica (ya que la cogitativa, al contrario de la
inteligencia espiritual, tiene órgano, aunque hasta ahora los neurólogos no lo hayan
localizado). Y ahí tenemos un origen de la psicopatología reactiva, que puede llegar a
formas extremas de desequilibrios psíquicos, y que en todo caso produce una penosa
fractura de la personalidad y una dolorosa vivencia psíquica” [10]
Modos de «elegir» el yo
¿Cuáles serían los modos principales de optar por el yo?
No resulta muy difícil descubrirlos si se tiene en cuenta lo estudiado anteriormente. En
concreto, si advertimos:
1. Que las tendencias o apetitos sensibles son egocéntricos o centrípetos.
Como consecuencia, la forma más habitual y tal vez menos drástica de centrarse en
uno mismo es la de apoyar voluntariamente a las tendencias sensibles en la
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

consecución de sus objetivos, también y sobre todo cuando tales bienes,en lugar de
contribuir al perfeccionamiento de la persona como tal, abriéndola a los otros, se
oponen a la consecución de semejante plenitud, encerrando al sujeto en su yo: y aquí
podría recordarse, una vez más, la célebre afirmación de Kierkegaard, cuando asegura
que la puerta de la felicidad no se abre hacia dentro, sino hacia fuera, para otorgar el
bien a los otros.
2. Que los afectos o sentimientos son, por naturaleza, relativos al yo, en cuanto
manifiestan solamente cómo me siento al hacer o dejar de hacer algo.
Por tanto, y según vimos, la atención excesiva a los afectos o emociones —sean estos de
naturaleza sensible, psíquica o propiamente espiritual— componen un modo más
refinado de optar por el propio yo; y cuando semejante atención se torna exclusiva, lo
bueno en sí resulta anulado en aras del bien para cada cual.
Si tal tendencia se lleva al extremo, lo que no sea el propio yo o se refiera de modo
inmediato a él pierde toda relevancia y, paralelamente, cualquier acción resultará
justificada si gracias a ella quien la realiza experimenta un sentimiento gratificante.
3. Que la propia libertad es, en los dominios de la operación, el bien de más calibre de
que goza el ser humano.
Y que eso comporta la tentación de incrementarla falsamente y de forma
desmesurada, hasta convertirla en un absoluto, sin norte que la oriente ni límite que la
encauce y le ponga freno.
Semejante pretensión resulta contradictoria y origen de insatisfacción, por cuanto, en
verdad, la libertad del hombre es limitada.
Por lo que el único modo de afirmarla absolutamente consiste en decidir que cualquier
opción se torna buena por el hecho de ser libremente elegida; y que, hasta cierto
punto, lo será todavía más cuando se oponga a la natural orientación de la persona
toda y de la propia voluntad, pues es en este caso cuando, independizada de cualquier
otro influjo, deriva más exclusivamente del yo, es más mía (de mi yo-sin-ser, y no de
mi persona).
Por consiguiente, la máxima falsificación de la libertad humana consiste en rechazar lo
bueno en cuanto bueno, para atender tan solo al propio beneficio.
Y las emociones consecuentes (o subsiguientes)
Todo lo anterior resulta sumamente relevante —¡decisivo!— en los dominios de la
afectividad y, más en concreto, en los sentimientos subsiguientes a la acción, que son
los que más cuentan, pues en ellos desemboca y permanece la persona como
consecuencia de sus diferentes opciones y de las operaciones respectivas.
¿Motivos?
Como ya afirmó Aristóteles, repite Tomás de Aquino y hemos estudiado con calma al
tratar de la felicidad:
1. En virtud de su carácter dinámico y finalizado, cuando una facultad actúa de
acuerdo con su propia naturaleza, el sujeto experimenta un sentimiento positivo, de
gozo o deleite [11] .
2. En coherente simetría, una facultad que obra contra lo que reclama su naturaleza
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

experimenta por fuerza un sentimiento negativo, de desazón o descontento.


3. En la exacta medida en que el único acto de ser del hombre hace que en él
convivandos naturalezas contrarias —en el sentido antes indicado—, también pueden
conviviren él sensaciones de gozo y de disgusto y todas las similares y sus contrarias:
pues, mientras no haya instaurado una perfecta armonía en el conjunto de sus
inclinaciones, al seguir la pulsión de determinadas tendencias se opone necesariamente
a lo que le sugieren o reclaman otra u otras.
4. El resultado final, por emplear una expresión bastante impropia, depende del vigor
o la fuerza respectiva de la tendencia o tendencias que, en cada caso, se vean
favorecidas, frente al de aquellas otras a las que no se atiende o incluso se contraría.
5. Mas, en última instancia, lo que marca la dirección de la persona en cuanto tal son
las potencias superiores, capaces de captar y tender hacia lo bueno en sí. Es decir, la
inteligencia y, sobre todo, la voluntad.
6. Son, pues, estas facultades las que deberían terminar por prevalecer, imponiéndose
a sí mismas la orientación más adecuada y enderezando los apetitos sensibles hacia el
bien de la persona en su conjunto.
En semejante sentido, Millán-Puelles defiende
… la primacía de las virtudes morales sobre las intelectuales. Si la voluntad no es
buena, poco importa que lo sean otras potencias, ya que el uso de ellas depende de la
voluntad; por lo que, en último término, el hombre es bueno de una manera absoluta
—o sea, como hombre, como poseedor de esa facultad rectora—, si es buena su
voluntad; y en el caso contrario no será bueno en tanto que hombre, sino por algún
otro título o aspecto, compatible, sin duda, con la naturaleza humana, pero que no
define a esta íntegramente o que en definitiva le es accidental [12] .
Resulta lógico, entonces, que el hombre que no elige el Bien supremo al que su
naturaleza le inclina, sino que se prefiere a sí mismo por encima de todo y de todos, ni
se perfeccione como persona ni obtenga como resultado su afecto o sentimiento más
radical y caracterizador, conocido hoy como felicidad, al que tantas veces nos hemos
referido.
·- ·-· -······-·
Tomás Melendo y María Fernández de la Mora

[1] Tomás de Aquino, Super Evangelium Matthei lectura, cap. 25, lect. 2.
[2] Caffarra , Carlo, Sexualidad a la luz de la antropología y de la Biblia, Rialp,
Madrid, 1991, pp. 22-23.
[3] < Millán-Puelles, Antonio, Economía y libertad, Confederación española de Cajas
de Ahorro, Madrid, 1974, p. 373. El texto prosigue: «La dignidad de la persona
humana se sigue dando en quien así se animaliza, más no con toda la perfección de que
es capaz. La persona en cuestión continúa teniendo el libre arbitrio y, por lo mismo, la
dignidad “natural” de todo hombre, es decir, la que ninguno se da a sí mismo
156
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

libremente, mas no la dignidad “moral” que libremente puede darse a sí mismo


cualquier hombre elevando su voluntad a un bien que trasciende y supera el bien
privado sin quitarle a este su valor».
[4] Cfr., por ejemplo, Melendo, Tomás, Una lanza a favor del cuerpo humano,
recogido ahora en Metafísica de lo concreto, EIUNSA, Madrid, 2ª ed., 2008.
[5] Cardona Pescador , Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1998, p. 44.
[6] Brock, Stephen L., Acción y conducta. Tomás de Aquino y la teoría de la acción,
Herder, Barcelona, 2000, pp. 150-151.
[7] Es decir, nos situamos de manera exclusiva en los dominios de la voluntas ut
natura, donde la facultad es primordialmente pasiva, en lugar deejercer la libertad,
anclada propiamente en la voluntas ut ratio, que seguiríaactiva y librementea la
aprehensión intelectual de lo bueno o malo en sí.
[8] Kierkegaard, Søren, La enfermedad mortal, trad. it., en Opere, Sansoni, Florencia
1972, p. 671.
[9] Agustín de Hipona , De vera religione, 14, 27, PL. 34, 133.
[10] Cardona Pescador, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1998, pp. 27-28.
[11] «El fin específico, propio y directo, de la educación consiste en la perfección de las
potencias humanas. En la filosofía esencialmente dinámica que Santo Tomás mantiene,
todas las cosas son por su operación correspondiente, es decir, que están ordenadas a
ella para el cumplimiento de su fin. La teleología tomista exige este dinamismo de una
manera intrínseca y connatural, representando, así, la antítesis perfecta de toda
concepción estaticista del ser» (MILLÁN-PUELLES, Antonio, La formación de la
personalidad humana, Madrid, 1963, Rialp, p. 74).
[12] Millán-Puelles , Antonio, La formación de la personalidad humana, Madrid, 1963,
Rialp, p. 78.
Elogio de la afectividad (10): Cómo aprovechar la afectividad
por Tomás Melendo y José Antonio Rodríguez
El propósito de este último escrito no es tanto el de aportar nuevos datos como el de
resumir el núcleo de lo visto de una manera más vital y, sobre todo, dar entrada a lo
que todavía nos queda
1. En la vida vivida
A modo de resumen
Repasemos con nuevas miras las tendencias humanas, comenzando por aquellas que
se encuentran también en los demás seres terrestres dotados de vida. A saber:
1. El impulso a la conservación propia.
2. Al mantenimiento de la especie.
3. La tendencia múltiple a la perfección o plenitud.
Inclinación esta última que en los animales no domesticados viene a coincidir con las
dos anteriores, pero en el hombre se dispara y diversifica y obtiene una relevancia
infinitamente mayor, capaz de modificar toda su existencia, incluida la afectividad.
A. Conservación individual
Enfocando la cuestión desde esta perspectiva, la primera tendencia humana inclinaría
157
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

a conservar y desplegar la propia vida, y, previamente, a través de cierto aprendizaje,


a sentir la atracción de todo aquello que la mantenga o promueva y el rechazo de
cuanto la ponga en peligro.
Ya aquí advertimos la posibilidad humana clave a que antes aludíamos y que reviste
una muy particular importancia en el desarrollo de la emotividad: la de disociar la
estricta satisfacción de la necesidad y el deleite que de esa satisfacción se sigue.
Lo que, según se apuntó, marca una diferencia insalvable respecto al animal, que,
aunque también experimente un placer análogo, es incapaz de perseguirlo por sí
mismo al margen de las necesidades reales; por ejemplo, cuando ya está saciado,
excepto en casos cuasi patológicos o artificialmente inducidos por el hombre, por más
que tenga comida y bebida a su alcance, cesará de ingerirlas.
Sabemos que esta ambivalente superioridad de la persona humana deriva de sus dos
potencias propiamente espirituales: la inteligencia, que distingue la satisfacción
meramente biológica y el deleite, así como el sentido o significado de una y otro; y la
voluntad libre, capaz de impedir la respuesta cuasi automática de las tendencias,
dejando insatisfecha la necesidad en aras de un bien mayor, o de seguir provocando el
placer con vistas al placer mismo, aunque la necesidad correspondiente se encuentre
ya colmada.
… hedonismo consumista
Estamos en uno de los pilares de la civilización presente. Si hoy puede hablarse en
términos generales de consumismo o de hedonismo, es, en fin de cuentas, por la
capacidad de disociar la necesidad y el placer de haberle dado cumplimiento, con todo
lo que esto lleva aparejado.
Ya vimos que la libertad torna muy problemático el concepto estricto de necesidad
humana. Explicitemos uno de los motivos. Frente a lo que sucede a los animales
inferiores, el vivir del hombre se encuentra íntimamente ligado al vivir bien, al
bienestar: y, en este ámbito, la posibilidad de expansión de las presuntas necesidades
resulta infinita.
Basta comparar las exigencias básicas de los habitantes del tercer mundo, reducidas a
una mínima expresión, y la acumulación de enseres y situaciones absolutamente
superfluas que, sin embargo, el occidental desarrollado advierte como del todo
inderogables.
Viene a la mente, al respecto, una anécdota que se atribuye, según los casos, a
Unamuno o a Valle Inclán.
Se cuenta que el escritor iba en uno de esos antiguos Citroën rudimentarios, que entre
los jóvenes se conocían como «cuatro latas». Y que, al cabo de un rato de viaje, a la
vista de la escasez de complementosque el aparatejo llevaba, comentó:
— Si esto es lo que necesita un coche para funcionar, ¡cuánto le sobra a todos los
restantes!
… y origen de infelicidad
Es fácil empalmar el asombro de nuestro literato con la inclinación del hombre a
crearse necesidades y la eficacia indiscutible de la publicidad en el mundo actual:
158
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

mediante la puesta en marcha de los mecanismos psicológicos más sutiles, cabe


transformar en necesidad perentoria lo que en sí mismo, y atendiendo a la naturaleza
humana, no pasa de constituir un mero adorno biológico, del que una vida intelectual
medianamente sana, y justo en pro de la salud física y mental, nos llevaría sin duda a
prescindir.
No extraña, entonces, y se puede comprobar con solo entrar en contacto con lo que
injustamente llamamos países subdesarrollados, que las personas menos dotadas
económicamente experimenten un profundo sentimiento de gozo y de gratitud ante la
presencia, sobre todo, de otras personas que las traten con amabilidad y cariño; pero
también de objetos o de manjares que el ciudadano opulento de Occidente
prácticamente desprecia o incluso le hastían.
Con lo que la capacidad de frustración de este segundo se sitúa en un nivel muchísimo
más bajo —se desencanta con más fuerza y antes— que la de la persona que sabe
apreciar lo que la naturaleza le ofrece; y que, como consecuencia, proliferan en
nuestro mundo hiperdesarrollado las desesperaciones, las vidas sin sentido e incluso
los suicidios.
Es el contexto en el que se sitúan estas afirmaciones de Lukas:
Por extraño que parezca, una etapa particularmente fácil de la vida puede
presentarnos dificultades. Todos sueñan con una existencia holgada y libre de
preocupaciones. Pero esto solo se da en sueños pues, en realidad, la vida cómoda es
sumamente problemática. La persona se asfixia en un vacío sin contenido. Si se posee
todo no hay desafíos; sin presiones no hay nada que exigirse; sin limitaciones la
libertad es un tormento. El 70% de los suicidas ha vivido en condiciones externas
favorables: sin penurias económicas, con un techo sobre su cabeza, estudios realizados
y posibilidades de hacer carrera. Tiene amigos y diversos apoyos. Pero no escucha el
llamado que lo insta a tomar parte en la configuración creativa del mundo; el llamado
se pierde en el vacío [1] .
Asimismo, queda claro que una de las claves para propiciar una mayor felicidad en las
personas es enseñarles a valorar y agradecer, desde niños, hasta los bienes más
menudos como gratuitos y no-merecidos. Y, cuando sea el caso, incluso haciéndoles
caer en la cuenta de que la comida que ellos desprecian salvaría la vida de más de una
persona con el mismo derecho que él a conservarla.
B. Mantenimiento de la especie
Junto a la que inclina a la conservación individual, descubrimos en nosotros la
tendencia a mantener la especie. Pero si ya en la primera existían diferencias muy
claras entre el hombre y los animales, en lo que se refiere a esta segunda, la
discrepancia es tan asombrosa que, en fin de cuentas y si se las entiende con un
mínimo de hondura, resulta difícil incluso compararlas de forma correcta.
En lo que se refiere a la similitud, es bastante evidente que los seres humanos
experimentan lo que llamamos atracción sexual: es decir, entendiendo este impulso de
manera todavía muy vaga y genérica, la inclinación hacia las personas del otro sexo,
con vistas a establecer relaciones íntimas con ellas.
159
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Pero aquí hay que hacer tres salvedades:


1. La primera coincide con lo que ocurría con la conservación del yo. Es decir, también
en este caso cabe separar el placer que la unión sexual lleva consigo del sentido o
finalidad de la tendencia: la procreación, si mantenemos por ahora el tan contra-
personal e incorrecto símil con los animales.
Las modernas técnicas han facilitado esta desmembración hasta límites en otros
tiempos impensables: hoy la unión sexual puede llevarse a cabo con total
independencia de la posibilidad de traer al mundo una nueva vida, utilizando
contraceptivos de los más diversos tipos; y los nuevos componentes de la especie
humana pueden entrar en nuestro universo al margen de cualquier contacto sexual-
amoroso: fecundaciónin vitro y, más en general, instrumentación genética, incluyendo
la presunta, y de momento casi de ciencia ficción, clonación humana.
2. Después, aunque en realidad se trate de algo de la máxima importancia, en virtud
justamente de la grandeza del ser humano, la unión conyugal no presenta solo un
significado específico, subordinado al bien de la especie, sino también, y
con mayor fuerza, una significación estrictamente personal.
Es decir, las relaciones sexuales ostentan también —o fundamentalmente, desde la
perspectiva de la condición personal del ser humano— un sentido para la vida misma
y el perfeccionamiento de quienes la llevan a cabo: es —¡debe ser!— expresión de su
amor recíproco y, por tanto, medio de enriquecimiento mutuo y de recíproca felicidad.
3. La tercera es aún más patente y enlaza de forma muy directa con lo que vimos.
Justo porque el organismo biológico recibe la vida de un alma que es a la par espíritu,
la libertad —atributo por antonomasia del varón y de la mujer— modifica
fuertemente las tendencias y les confiere una particular plasticidad: una falta de
absoluta necesidad, como antes decíamos, y una clara indeterminación o aptitud para
plasmarse de maneras muy distintas, a tenor de la propia cultura, de las condiciones
personales y biográficas, y del influjo directo del espíritu.
Diferencias… ¡y diferencias!
A. La ausencia de estricta necesidad
1. Este rasgo de las tendencias humanas se pone ya de relieve en el instinto de
conservación.
Aunque el comer y el beber resultan imprescindibles para su vida, la mujer o el varón
pueden negarse a satisfacer esas pulsiones por las razones más variadas:
temporalmente, postergando su satisfacción para momentos posteriores, como quien
para conservar la línea se impone no picotear entre comida y comida; o de manera
definitiva, y aunque ello le acarree la muerte, como ha ocurrido en bastantes casos de
huelgas de hambre.
2. Pero la libertad se muestra de forma más neta en lo relativo a las relaciones íntimas,
justo porque esta tendencia, en cuanto directamente relacionada con el amor y como
derivando de él, se encuentra más cerca del núcleo constitutivo de la persona humana
y mucho más impregnada por él.
De hecho, aun cuando la mentalidad contemporánea oponga una clara resistencia a
160
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

admitirlo, el impulso a la unión sexual puede ser tenido a raya por cualquier persona
normal en multitud de circunstancias en que las relaciones se encuentran
desaconsejadas y, en la mayoría de los casos, incluso por toda la vida… siempre que se
tomen las precauciones imprescindibles para no despertar inoportunamente esa
tendencia y se desarrollen las dimensiones espirituales necesarias para elevar el tener a
raya —utilizado adrede para marcar el contraste— al rango del amor auténtico, en el
que en ningún caso podrá hablarse de represión, como también apunté.
Resumiendo, la no-necesidad de las tendencias humanas es mayor y se manifiesta de
forma más clara en aquellas que se encuentran más integradas en la persona y cuya
diferencia con el correspondiente instinto animal resulta más fuerte.
B. La indeterminación inicial
También se revela en las mil y una formas en las que el hombre puede calmar su
hambre y su sed —estamos ante un sujeto radicalmente omnívoro—, frente a las
limitaciones evidentes con que se encuentran los animales, enderezados por naturaleza
a satisfacer tales pulsiones mediante un conjunto muy limitado de alimentos, carentes
de cualquier elaboración.
El arte culinario, con lo que implica también de cultura y manifestaciones propias del
espíritu, encuentran su base en la libertad que impregna al instinto de conservación.
En cualquier caso, esta peculiar plasticidad afecta también de manera mucho más neta
a las relaciones sexuales: frente al rito más o menos simple o complejo, pero siempre
determinado, que preside el apareamiento de los animales, la unión física entre el
hombre y la mujer puede venir precedida, acompañada y seguida de todo un cúmulo
de manifestaciones, prácticamente infinitas, dependientes también de la cultura, de la
educación y de las experiencias de cada uno de los cónyuges y las que va creando la
existencia en común.
Con relación a este último asunto es menester dejar claros otros dos extremos.
1. El primero, que la indeterminación propia de las tendencias en su estado originario
no implica que todos los comportamientos sexuales se sitúen al mismo nivel, desde el
punto de vista antropológico y ético. La propia fisiología humana, la psicología y la
índole personal de quienes establecen esas relaciones señalan unos modos —unión del
varón y la mujer tras un compromiso de por vida— que resultan naturales y
perfeccionadores, mientras que otras manifestaciones se sitúan, con mayor o menor
fuerza, fuera del ámbito de lo natural.
2. El segundo extremo, imprescindible para comprender mínimamente el problema
que nos atañe, es que, como ya vimos, en este como en tantos otros casos, lo natural en
el hombre no debe confundirse con loinnato en estado puro, que sí es propio de los
instintos animales; sino que más bien se identifica con el resultado de
una educación que tiene como norte y como punto de referencia la condición de la
persona humana masculina o femenina, y a través de la cual se alcanza la auténtica
libertad también en este terreno.
C. La determinación «aprendida-natural»
Con otras palabras: es cierto que el hombre aprende a lo largo de su vida a dar la
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

satisfacción adecuada a sus tendencias; pero esto, lejos de ser arbitrario o


meramente cultural, resulta natural para él, puesto que todo ser humano es familiar-
social por naturaleza, y cuanto en él llega a cumplimiento es fruto del ensamblaje de la
dotación genética con las influencias del entorno y con su propia libertad inteligente.
1. En consecuencia, lo que en sentido muy amplio podríamos denominar aprendizaje e
influjos culturales para nada eliminan el carácter natural de algunas manifestaciones
del sexo, frente a la índole contranatural más o menos marcada de algunas otras; como
también el niño aprende de hecho, a través de la educación, a querer a sus padres, y
estos a sus hijos, pero ese amor es perfectamente natural.
También, por motivos muy diversos, podrían aprender a no quererse mutuamente, o a
quererse de forma no adecuada, cosa que ninguna persona medianamente sensata
consideraría natural, por más que se diera —y de hecho se dé— en muchos casos.
2. Prosiguiendo con lo que atañe a la sexualidad, hay que decir que en todo varón o
mujer normales existe una evolución, más o menos marcada, que le lleva a alcanzar la
madurez y plenitud de su tendencia sexual o, en su caso, a desviarse de ella.
Por ejemplo, no es del todo infrecuente que, cuando despierta esta tendencia, después
de un buen número de años en que semejante impulso está latente, algunas personas
sientan durante un período relativamente breve atracción indeterminada por las de
uno u otro sexo; al cabo de muy poco tiempo, si no existen circunstancias
perturbadoras, esa tendencia se orientará hacia las personas del sexo complementario,
tomadas en su generalidad; después, es posible que se concrete en atracción hacia un
determinado tipo de personas de ese otro sexo, caracterizado por rasgos psíquicos y
físicos más o menos definidos; y la madurez total se alcanza cuando esa sugestión se
establece y descansa de manera definitiva, y ya de por vida, en alguien determinado e
insustituible del sexo complementario, advertido y querido, además, no solo ni
primordialmente como portador de caracteres genitales ni de otras cualidades y
atributos, sino justo en su condición de persona sexuada, que, además, puede ser
incluso opuesta al tipo que consideró como su ideal… antes de el hombre o la mujer de
quien por fin se ha enamorado [2] .
2. Tendencias y «afectos» específicamente humanos
Baste con lo expuesto para las tendencias de algún modo comparables a las de los
animales inferiores.
Entre las propiamente humanas deben enumerarse todas las que atañen no a la mera
supervivencia, sino, en el sentido más correcto de esta expresión, a la vida
superior o vida buena (que no a la «buena vida», tal como suele emplearse esta
expresión hoy en España).
De forma no del todo precisa, tales inclinaciones podrían identificarse con las que
corresponden al auténtico despliegue del espíritu y también, en cierto modo, al
desarrollo orgánico y psíquico. Pues, por una parte, la maduración físico-psíquica
condiciona el progreso espiritual y, por otra, semejante madurez constituye como una
resonancia o desbordamiento del espíritu en el cuerpo y en el entorno material de la
persona.
162
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Trascendencia
Hablando todavía de forma en exceso sumaria, y estrechando más el cerco, las
aspiraciones propiamente humanas podrían resumirse en la inclinación a
la trascendencia, entendida como salida de la propia subjetividad y orientación hacia
el ser, hacia lo otro y, de manera muy particular y definitiva, hacia las restantes
personas.
Se trata de algo tan fundamental y tan desatendido —e incluso implícita o
expresamente atacado en los últimos tiempos, en los que pulula un egocentrismo
indiscriminado—, que el lector va a permitir que multipliquemos las citas que lo
defienden y fundamentan.
1. Expondremos en primer término el valor terapéutico de la autotrascendencia.
1.1. Y, antes que nada, en oposición a la tan difundida teoría de la homeostasis, cuyo
fin sería mantener el equilibrio psíquico o psíquico-orgánico:
En el principio de noodinámica siempre confluye un valor del mundo exterior al que
remite el deber, como por ejemplo crear una obra, fundar una familia, construir un
hogar, desempeñar una profesión o mejorar unas circunstancias políticas. En cambio,
el principio de homeostasis está exclusivamente vinculado al ego. Lo interesante es que
en el ser humano se dan ambas cosas: el deseo de placer y la compensación de
pulsiones en el plano psíquico, y el esfuerzo por satisfacer un sentido y unos valores en
el plano espiritual. Sin embargo, esta segunda es, desde la perspectiva logoterapéutica,
la decisiva: la «voluntad de sentido» es la primera y original motivación del ser
humano, y si no lo es, vivirá enfermo. Como en el arco de tensión noodinámico se
produce una superación del ego, el ser humano también deberá tener la capacidad de
llegar más allá de sí mismo. Frankl se refirió a ella como la «capacidad de
autotrascendencia».
La logoterapia considera la autotrascendencia como el nivel supremo de desarrollo de
la existencia humana. Se trata del potencial específicamente humano de pensar y
actuar más allá de uno mismo en el marco de la «existencia para algo o para alguien»
(Frankl), de la entrega a una tarea o de la dedicación a otros seres humanos. En la
realización auto-trascendente, se trata de una cosa «en sí misma» o de personas «por
su propia voluntad», y nunca del objeto de satisfacción de la propia necesidad [3] .
1.2. La atención exclusiva al propio yo, con expreso desprecio de cuanto lo rodea, se
opone a la grandeza de la persona:
No deja de sorprender que a ninguna escuela psicoterapéutica anterior a Frankl se le
haya ocurrido que al ser humano le pudiera pasar algo fuera de lo que hay en él
mismo.
En esencia, todos los otros conceptos psicológicos de motivación giran en torno al sí
mismo de la persona. Así, la psicología profunda pone la mirada en la máxima
obtención de placer a través de la satisfacción de las pulsiones, mientras que la terapia
de la conducta se centra en la recompensa y los «mimos» (obtención de aplauso social),
y la psicología humanista contempla la realización personal. Según la logoterapia,
estas escuelas esbozan una imagen totalmente egocéntrica del hombre que —en una
163
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

época tan narcisista como la actual—, al retroalimentarse, no consigue nada bueno ni


hace justicia, desde su parcialidad, a una criatura que es esencialmente espiritual [4] .
1.3. La trascendencia de la persona humana adquiere la configuración correspondiente
a la misión o tarea, con lo que implica de tensión entre el ser y el deber-ser:
En el principio de noodinámica —en contraste con el principio de homeostasis—,
situamos al individuo sano en un arco de tensión entre el ser y el deber, donde el ser es
la situación actual (del mundo) y el deber una situación (incluso insignificante)
transformada en sentido constructivo. Este deber de transformación no proviene de
ninguna prescripción externa endosada al individuo, sino del conocimiento propio de
un objetivo lleno de sentido y digno de realizar. Este conocimiento se reproduce en la
conciencia como una tarea concreta que, en cierto modo, le espera «exclusivamente» a
uno, porque nadie puede satisfacerla en el mismo momento, en la misma medida y con
la misma calidad como uno mismo puede hacerlo. Si así se desea, se puede declarar el
ser como el hecho percibido real y el deber como el hecho anticipado ideal y desplegar
el arco noodinámico entre la realidad y la idealidad.
Naturalmente, esta relación de tensión tiene variaciones de un período de la vida a
otro, como también de un día a otro, y pocas veces el deber que hay que perseguir es
completamente alcanzable, pero muestra una dirección a la acción humana [5] .
2. Acabamos con expresiones más técnicas, en las que la psiquiatría y la metafísica
confluyen para sostener tajantemente que la desatención a la realidad que la circunda
acaba por arruinar a la persona, justo por contrariar lo que es propio de su natural
abundancia o excedencia, que la abre al ser, como diría Heidegger:
Razonar correctamente no es solo elaborar un pensamiento coherente, sino sostener un
pensamiento que mantenga conexión con la realidad. A ningún hombre sensato le
importa nada que sus razonamientos sean técnicamente impecables, formalmente de
una lógica rigurosa, si se separan de la realidad, si han perdido el contacto con lo que
realmente tiene existencia fuera del pensamiento.
La desconexión de la realidad o una interpretación errónea de la misma constituye la
base de sustentación de algunos trastornos psíquicos afines, más o menos graves en
función de la fijeza de la convicción del paciente sobre sus propias ideas o
percepciones. Cuando la realidad distorsionada es su propia persona, los psiquiatras
hablamos de despersonalización; el hombre ha perdido su propia identidad como
persona.
Estamos presenciando un fenómeno generalizado de despersonalización que no tiene
como causa un trastorno mental, sino una presión sociológica ambiental que está
“cosificando” al hombre. A este clima despersonalizador del hombre se refiere Ernesto
Sábato cuando dice: “Para el ‘superestado’ los rasgos individuales descienden a la
categoría de atributos sin importancia: necesita hombres intercambiables, repuestos
de maquinaria. Y si no puede suprimir los rasgos sentimentales, al menos los
estandariza, colectiviza los deseos, masifica los gustos. Para eso dispone del
periodismo, de la radio y de la televisión.”
La socialización, colectivización, masificación y cosificación constituyen los pasos
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

sucesivos de una progresiva deshumanización a la que tienden las directrices


predominantes en las corrientes ordenadoras de la sociedad actual [6] .
Apertura a lo otro «versus» egocentrismo
La apertura del ser humano hacia lo otro se refleja, por contraste, en los efectos
devastadores que derivan del tan difundido egocentrismo.
Lo ilustra un texto eminentemente autorizado:
El egocentrismo es un proceso que castiga al que lo sufre. Así como la respetuosa
preocupación por el objeto de nuestro amor nos da alas y fuerzas, la fijación
egocéntrica en nuestro propio beneficio nos despoja de la fuerza y la confianza porque
el egocentrismo nos deja a merced de un interminable "temor por nuestro pequeño
Yo", que podría sufrir algún perjuicio y, al menos como posibilidad, está en constante
riesgo de destrucción. Quien hace de sí el centro de todo no encuentra forma de
escapar al temor por sí mismo. Para retomar la metáfora de la paciente, anda a tientas
como en la bruma.
El hecho de que, en estos casos, lo específicamente humano está en peligro de perderse
fue claramente expresado por Herbert Huber, del Instituto Estatal de Pedagogía
Escolar e Investigación de la Educación:
«La integridad de una persona consiste en no ver el mundo exclusivamente desde la
perspectiva de su propio interés, sino en respetar lo que es el otro a partir de la
perspectiva de aquel. La persona íntegra no solo se honra a sí misma, sino al otro o a lo
otro (sea persona o asunto). Si lo entendemos así, la integridad no es más que el
esfuerzo por hacer justicia al otro. Aristóteles afirma que en la justicia están
contenidas todas las demás virtudes. El hombre justo no solo se interesa por sí, sino
por los demás. Es verdad que siempre estamos interesados por asuntos y personas
ajenas, pero con frecuencia solo lo estamos en la medida en que nos pueden ser de
utilidad. En realidad, en estos casos no amamos o estimamos al otro sino nuestra
ventaja personal. San Agustín se refiere a ello como amor concupiscentiae, un amor
que en el fondo no es más que egolatría. En el extremo opuesto está el amor altruista,
el que sienten, por ejemplo, los padres sanos por sus hijos. No los aman porque los
hijos les sirvan, sino que se alegran cuando el amor que ellos prodigan sirve a sus hijos.
Leibniz lo llamaba amor benevolentiae. Cuando sentimos este amor, no buscamos
nuestro propio bienestar a través de otro, sino el bienestar del otro. Goethe se refiere a
esto como “actitud reverente”. Que estemos capacitados para percibir en otros seres y
asuntos algo más que lo que es útil a nuestros propios fines nos distingue de los
animales, que únicamente advierten lo biológicamente útil. No perciben el resto de la
realidad, pues no pertenece a su mundo» [7] .
Conocimiento y amor… ¡para el amor!
Examinadas de forma más concreta, las tendencias propiamente personales vendrían a
responder a las dos facultades superiores del varón y la mujer y a cuanto posibilita su
más adecuado desarrollo: es decir, al conocimiento y al amor.
Cuestión que, en consonancia con lo expuesto otras veces, cabría someter a una última
reducción, recordando que el propio saber se ordena, en fin de cuentas, al buen amor
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

inteligente, que constituye de esta manera el Objetivo supremo de la persona en cuanto


tal.
Con lo que, de manera consciente y queridamente expeditiva, nos encontramos de
nuevo con el acto supremo de libertad, el amor inteligente, como inclinación suma,
conclusiva y abarcadora de todas las aspiraciones humanas. De modo que la rectitud
de cualquier otra tendencia y operación —incluido el conocimiento— vendrá dada por
su capacidad de ponerse al servicio de un buen amor de lo bueno; o, llevando esta
afirmación a sus consecuencias más radicales, del mejor amor posible hacia el Mejor
Bien.
Y los afectos que los hacen posibles o se derivan de ellos
Y ahora es cuando los adjetivos y adverbios parecen tomar la delantera de una forma
drástica y decisiva. Lo que importa no es tanto amar, puesto que este verbo puede
adquirir formas y matices excesivamente desiguales e incluso contrapuestos, sino, en
fin de cuentas, amar bien lo bueno, lo que merece ser bien amado.
Cosa que, en relación con la vida afectiva, se resuelve en un principio también clave y
decisivo: las pasiones, emociones, sentimientos y estados de ánimo serán positivos en la
medida en que favorezcan —con o sin esfuerzo, eso es casi irrelevante— amar bien el
bien; y resultarán negativos en la exacta proporción en que lo dificulten e impidan.
Cuestión que alcanza todo su relieve en cuanto se advierta que un buen acto de buen
amor pone en juego, de manera directa o indirecta, próxima o remota, todo lo que
cada persona ha sido, es y aspira a ser, y todo lo que tiene, lo que puede, de lo que
voluntariamente prescinde, lo que le falta, lo que anhela…
Como consecuencia, según acabamos de sugerir, los afectos —ya sean antecedentes,
concomitantes o subsiguientes— derivan su cualificación antropológica de la forma y
medida en que apoyen el buen hacer de cada uno de estos elementos y el del buen amor
en su totalidad.
Es decir, son beneficiosos para el conjunto de la persona en la medida precisa en que
facilitan amar bien lo bueno.
3. Esbozo muy simplificado del manejo de la afectividad
Armonía
Por eso, un buen manejo de la afectividad comporta, antes que nada y en la medida de
lo posible, poner todas las facultades humanas en concordancia con el bien de la
persona en cuanto tal. Y al decir «todas» nos referimos fundamentalmente a las
cognoscitivas y apetitivas, tanto de orden espiritual como sensible.
Sin pretensión de agotar el tema, que trataremos con más calma en otros escritos,
algunos principios podrían orientarnos en esta tarea:
1. Aun cuando ahora no cabe ni siquiera sugerir el modo concreto de llevarlo a cabo, la
clave de las claves de toda la educación de la vida afectiva, y de la existencia humana
en su conjunto, estriba en introducir en la voluntad un gran y noble amor, capaz de
hacer girar en torno suyo todas y cada una de las actividades que realice la persona así
enamorada.
2. Y, para conseguirlo, se precisa, en los dominios del espíritu:
166
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

2.1. Alcanzar y profundizar en el conocimiento de ese bien apto para guiar la vida
entera, que para cada individuo adopta perfiles propios y únicos.
2.2. Hacer que la voluntad se adhiera a él cada vez de forma más neta, profunda, clara
y decidida.
2.3. Y todo lo anterior teniendo en cuenta que no se trata de dos logros autónomos ni
tampoco independientes de cuanto se dirá enseguida en torno a las facultades
sensibles; sino de una especie de circuito de alimentación mutua, casi a modo de
espiral, en el que el conocimiento de lo bueno incrementa el vigor de la voluntad para
adherirse a él, y el amor a ese bien hace más aguda y penetrante la inteligencia, que
descubre de este modo auténticos mediterráneos hasta entonces inadvertidos, capaces
de mover de nuevo a la voluntad con un vigor renovado y más intenso.
2.4. Y teniendo presente, además, algo de capital importancia: la necesidad de
descubrir, vivir y comunicar el atractivo de una existencia que busca apasionadamente
el bien y aprende a disfrutar de él. O, con términos más técnicos, la oportunidad de
hacer resplandecer la belleza del bien y de la verdad.
Para lo cual, animamos a reflexionar sobre esta afirmación de Coomaraswamy:
La belleza no es en ningún sentido especial o exclusivo una propiedad de las obras de
arte, sino más bien, y con mucho, una cualidad o valor que puede ser manifestado por
todas las cosas existentes, en proporción con el grado de su ser y perfección efectivos.
La belleza puede reconocerse en sustancias tanto espirituales como materiales, y si es
en estas últimas, tanto en objetos naturales como en obras de arte[8] .
3. En segundo término, hay que lograr que las facultades sensibles —sobre todo, las
tendencias o apetitos, a través del conocimiento que aportan la inteligencia y la
sensibilidad externa e interna— se pongan también de acuerdo con la voluntad así
ordenada y potenciada.
3.1. De modo que, sin abandonar su bien propio —cosa imposible, pues se trata de una
inclinación natural—, cada apetito se modifique lo suficiente para que la energía que le
corresponde no solo no se oponga, sino que contribuya a robustecer la fuerza de
adhesión al bien de esa voluntad presa de un gran amor; es decir, correctamente
orientada hacia lo bueno y guiada por un entendimiento también recto. Se tratará, por
tanto y en resumidas cuentas, de:
3.2. Aprovechar en cada caso las tendencias sensibles que, de forma espontánea, se
orienten a favor del bien de la persona en esa circunstancia concreta.
3.3. Acrecentar el vigor de esos mismos apetitos, de modo que su aportación a las
energías que buscan el bien sean cada vez mayores.
3.4. Remodelar —cuando y en la medida en que resulte hacedero— las tendencias
sensibles que frenen el ímpetu de la voluntad bien orientada, porque en ellas puede
más el propio bien sensible que el bien de la persona en ese instante, tal como es
captado por el intelecto (por eso suele hablarse del bien inteligible) y buscado por la
voluntad.
3.5. Para lograr lo que proponen los puntos anteriores (la mejora y remodelación de
los apetitos sensibles) no suele ser eficaz, sino más bien al contrario, el intento directo
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

de modificarlos a fuerza de voluntad, como suele decirse (sería el dominio despótico,


que Aristóteles declara imposible), aunque sí resulte imprescindible la orientación
fuerte y decidida de esa voluntad hacia lo bueno.
3.6. En este sentido, no cabe exagerar la importancia que ostenta el que los apetitos
sensibles se deriven ontológicamente de la voluntad, justo en virtud de la relativa
incapacidad de esta, de modo análogo a como los sentidos internos y
externos surgen de la inteligencia por no ser esta capaz de conocer nada sin el auxilio
de la sensibilidad. Esa dependencia constitutiva hace que la correcta orientación de la
voluntad redunde sin duda en la de los apetitos, aunque no elimina la necesidad de
dirigirlos y/o rectificarlos también por otros medios.
3.7. Por eso, habrá asimismo que conquistar el cambio de orientación de las tendencias
a través del conocimiento que ofrecen la inteligencia y los sentidos externos e internos.
Puesto que los apetitos se activanen función de lo que perciben, el modo más seguro y
eficaz de lograr un dominio sobre ellos y sobre la afectividad correspondiente consiste
en presentarles en cada caso lo que se presente más conveniente para el bien de la
persona como tal.
Búsqueda de lo positivo
Resulta imprescindible, por tanto, aprender y habituarse a advertir los aspectos
afirmativos —¡buenos!— que se encuentran incluso en la situación aparentemente más
desesperada.
1. Es lo que suele llamarse educar, conocer, resolver conflictos… en positivo.
1.1. A saber, una de las claves fundamentales de la escuela de logoterapia, basada en
una confianza incondicional e incondicionable en que toda situación, por desastrosa
que se presente, tiene un sentido que a cada cual toca descubrir.
1.2. Y también, como acabamos de sugerir, uno de los instrumentos fundamentales
para educar la afectividad.
Puesto que nuestras tendencias reaccionan ante la percepción de las distintas
realidades y actos propios, manejar el arte de poner en primer plano las facetas más
alentadoras y alegres de cada momento constituye una garantía de salud mental, de
eficacia y, en fin de cuentas, de felicidad.
2. Ese destacar lo positivo ha de procurarse tanto en los propios sentidos externos e
internos (memoria, imaginación, cogitativa, etc.), como también en la inteligencia,
aunque no mueva de manera directa a los apetitos sensibles.
3. En este último caso, cuando la inclinación de la sensibilidad resulte inamovible,
habrá que llevar a cabo una confrontación de bienes, con objeto de que la atracción del
bien captado por la inteligencia logre superar y doblegar al peso contrario que ejerce
lo percibido por los sentidos en los correspondientes apetitos.
4. Por fin, si a pesar de todo lo anterior, perdura la resistencia de los bienes sensibles,
es preciso aprender a prescindir de ellos y a obrar contra corriente de la sensibilidad y
las emociones respectivas, ateniéndose —con el esfuerzo necesario— al bien ofrecido
por el entendimiento y captado por la voluntad.
¿Por ejemplo?
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

Todo ello se concreta en la vida diaria de mil maneras diferentes.


Y, así, ante un bien que se nos presenta arduo, será oportuno:
1. Potenciar los sentimientos de audacia justo en aquellos momentos en que advertimos
que nos resulta más fácil hacerlo.
2. Abstenerse de tomar decisiones cuando advertimos que el panorama se nos presenta
desolador.
3. Discernir y detallar los motivos de nuestro desánimo, sin pretender que,
por uno o dos fallos concretos, culpables o no, toda nuestra vida carezca de pronto de
sentido.
4. Matizar asimismo la euforia, sin pensar que el éxito en aquel campo particular para
el que estamos especialmente dotados nos permitirá triunfar en los restantes con la
misma o parecida sencillez.
5. No extrañarnos de que, de manera casi sistemática, aquello que hacemos caiga mal a
determinadas personas ¡antes siquiera de conocerlo!… lo mismo que suele caer bien a
otras.
6 – 1000 Y un larguísimo etcétera.
Las palabras de una psicoterapeuta norteamericana pueden ilustrar, de momento, lo
que pretendo exponer. Sostiene James Muriel:
La persona con valor acepta el reto, toma decisiones y actúa con base en ellas. Actuar
con valor no es lo mismo que sentirse confiado. La persona valerosa puede sentir un
miedo que le cale hasta los huesos, y a pesar de ello no se somete a la tiranía interna de
los abrumadores sentimientos negativos. Mucha gente se acostumbra tanto a los
pensamientos negativos, que es difícil que cambien de actitud, aunque no imposible, a
pesar del conocimiento limitado, evidencia insuficiente, antecedentes familiares,
incapacidades físicas o psicológicas, o problemas actuales. El cambio a menudo
necesita una acción valerosa y la voluntad, como dice Frankl: "afrontar el destino sin
acobardarme." A veces esto requiere que actuemos "como si" nos sintiéramos fuertes
y confiados, cuando de hecho somos débiles e inadecuados.
Uno de los principios básicos de la logoterapia, es que una persona tiene sentimientos y
que los sentimientos no necesitan "poseer" y controlar a una persona [9] .
De modo que concluiríamos esta serie de artículos con una afirmación tajante: si, hasta
cierto punto, no tenemos dominio sobre nuestros sentimientos, sí que podemos hacerles
más o menos caso, poniendo en juego nuestra inteligencia y nuestra voluntad, es decir,
nuestra libertad.
·- ·-· -······-·
Tomás Melendo y José Antonio Rodríguez

[1] Lukas, Elisabeth, Psicología espiritual, San Pablo, Buenos Aires, 2004, p. 157.
[2] Todo esto, sin duda, se encuentra hoy dificultado por unas plasmaciones culturales
en las que, de forma indiscriminada, y en virtud de la prepotencia técnica y de una mal
entendida libertad, aparejada a un fuerte hedonismo y al predominio de los bienes
meramente sensibles, se consideran normales o naturales las determinaciones sexuales
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí

más variadas, con independencia de que puedan efectivamente colaborar al


mantenimiento de la especie y, lo que todavía es más importante o, al menos, tanto
como ello, al establecimiento de un amor sexual dotado de los caracteres que permiten
denominarlo maduro y enriquecedor.
Pero es patente que un estudio detallado de estas cuestiones excede los límites de este
escrito. Por eso, me permito remitirte a Melendo, Tomás, La belleza de la sexualidad,
Eiunsa, Madrid, 2007.
[3] Lukas, Elisabeth, Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003,
pp. 52-53.
[4] Lukas, Elisabeth, Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003,
pp. 53-54.
[5] Lukas, Elisabeth, Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003,
p. 51.
[6] Cardona Pescador, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1998, pp. 49-50.
[7] Lukas, Elisabeth, Psicología espiritual, San Pablo, Buenos Aires, 2004, pp. 116-117.
[8] Coomaraswamy, Ananda K., Teoría medieval de la belleza, Medievalia, Barcelona,
2ª ed., 2001, p. 31. Cfr. también, MELENDO, Tomás, Gorrochotegui, Alfredo, López,
Gisela, Leizaola, Jimena, La pasión por lo real, clave del crecimiento humano, Eiunsa,
Madrid, 2008.
[9] Muriel, James, Prólogo a Lukas, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido,
Ediciones LAG, México D.F., 2ª reimp., 2006, p. 14.

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