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CUERPO Y FEMINIDAD:

LOS POSICIONAMIENTOS DE LAS MUJERES


JÓVENES DE LAS CLASES POPULARES
URBANAS.

Carla Barrio Romera


Universidad Complutense de Madrid
Correo electrónico: c.barrioromera@gmail.com
Teléfono de contacto: 618008860

PALABRAS CLAVE

Cultura; Imagen; Mujeres; Discursos y Trayectorias.


RESUMEN

Con este artículo, se propone realizar un análisis guiado por las lógicas del paradigma
interpretativo, que visibilice los cuerpos de las mujeres definidas como «chonis», más
allá de su representación en las pantallas televisivas. Un estudio de carácter
exploratorio, debido a la escasa bibliografía sociológica sobre esta temática. De manera
concreta, el acercamiento al ámbito de investigación, indaga en las contradicciones
discursivas que emanan de la construcción que las «chonis» realizan de sí mismas.
La respuesta a los objetivos de investigación, por lo tanto, viene de la mano de la
información obtenida de un total de seis mujeres jóvenes, de entre dieciocho y veintitrés
años, heterosexuales, de clase social baja y que residen en la periferia urbana de la
ciudad de Madrid. Metodológicamente, se establece un análisis guiado por una
aproximación multimétodo realizada de manera relacional, generando un diálogo entre
dos niveles discursivos, que es posible pues emanan de un mismo cuerpo y reflejan una
misma trayectoria. Los discursos seleccionados, verbales y visuales, muestran,
respectivamente, la auto-percepción narrada de los propios posicionamientos y la
(re)presentación corporal personal en el entorno en el que se habita. Un análisis
enmarcado en su contexto, sus interacciones grupales y al efecto que sus trayectorias y
significados tienen en su imagen.

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INTRODUCCIÓN

En la últimas décadas el surgimiento de las redes sociales on-line ha creado nuevos


espacios de representación social de las personas. Las mujeres jóvenes de las clases
populares, comúnmente categorizadas como «chonis», empiezan a mostrar sus cuerpos
a través de estas vías. Dejan así de ser sujetos aislados en los barrios de la periferia
urbana y establecen relaciones con diversos estratos sociales.
En las primeras etapas de la implantación de Internet, se expuso la imagen de la «choni-
poligonera», comúnmente conocida como «pokera». La representación de estas jóvenes,
se vinculaba a las macro-discotecas y los macro-botellones, en los polígonos de sus
barrios y a la imagen de «nini» -ni estudia, ni trabaja-. Una definición que conlleva una
connotación ilegítima y marginal, generada desde las clases medias y altas pues, debido
a la Brecha Digital, su economía y capitales les permiten un uso más pronto dela Red,
lo que conlleva la dominación del espacio1.
Con el inicio de la democratización de Internet, los grupos marginales toman una
posición estable en este espacio, aunque el estigma de sus cuerpos continúa vigente,
manteniendo el cierre de clase (Goffman, 1963). La convivencia en un mismo espacio
rompe la división geográfica tradicional, lo que altera las significaciones, sentidos,
funciones y representaciones de los cuerpos, de los modelos culturales de feminidad.
Esta transformación, implica que el rechazo social, debido a la pobreza y la exclusión de
las mujeres de las clases populares, se resignifique a través de la sátira. El cuerpo
satírico, se construye por la ruptura de lo políticamente correcto de los modelos de
feminidad clásicos y el gusto que suscita en las personas que habitan en la normatividad
al observarlo (Brenda, 1996). Es importante la inserción de estos cuerpos en los
espacios televisivos –destacar el programa Gran Hermano y personajes como Belén
Esteban-, que se erigen a través de los grandes productores del «chonismo», reglados en
España por el duopolio Mediaser y Atresmedia, como señala Jordi Évole en su
programa «Salvados».
La consagración mediática de las «chonis» instaura un nuevo lifestyle, que se desvincula
de la joven «poligonera», observando una evolución temporal de la figura de estas
mujeres. Actualmente, sus cuerpos, consumidos en masa, reflejan a una mujer orgullosa
de sí misma, pero se le asocia con la exaltación de adjetivaciones negativas como:

1 Las relaciones de poder existentes en las estructuras de las sociedades occidentales contemporáneas, permiten a las
personas pertenecientes a los estratos superiores (re)producir los estilos de vida emulables y deseables, que se
instauran como modelos de conducta. Autoras como Judith Butler (2001) muestran como la ideología dominante
censura las corporalidades inadaptadas a la norma, que se definen y juzgan en relación a la desviación.

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prepotencia, orgullo, chulería, mala educación, sexualidad, etc. De este modo, su
feminidad continúa habitando en los márgenes sociales, pero se complementa con la
construcción de la mujer «diva» y «glamurosa». Un atisbo de hibridación con el
estereotipo mediático de la feminidad hegemónica, transformando el comportamiento
callejero en un fenómeno televisivo y generador de tendencias (Haraway, 1984).
Las imágenes mediáticas poseen un efecto mimético, por el cual las pantallas parecen
un reflejo de la realidad social, pero ¿qué se esconde tras esta representación?, ¿cómo
se fundamenta su construcción corporal y posicionamientos? Y, por último, ¿cuáles son
los factores de influencia en su imagen como mujeres?

MARCO TEÓRICO
Las respuestas planteadas en el apartado anterior, para ser concretadas en unos objetivos
concretos, requieren de la exposición de unos aspectos teóricos básicos que sustenten la
definición del estudio presentado en estas páginas. En este sentido, se comenzará
haciendo referencia al modo en el que las mujeres de las clases populares significan sus
corporalidades y posicionamientos. Un proceso complejo en el que interrelacionan: el
papel de la cultura como marco de referencia y de significación general, las fracturas de
clase y género y la capacidad de agencia.

La delimitación y concreción del término cultura ha dado lugar al surgimiento de


múltiples reflexiones. En esta ocasión, se ha tomado la definición de los Estudios
Culturales de la sociología británica, más conocida como Escuela de Birmingham, de la
mano de uno de sus teóricos más conocidos: Stuart Hall (1994). Desde esta perspectiva
la cultura se entiende como los ejes de significado que hacen inteligible el mundo
social. Una concepción amplia del término, que incluye el conjunto de simbos y las
significaciones socialmente compartidas, que estructuran y/o condicionan los actos. A
su vez, hace referencia a cómo capacita a las personas, de manera inconsciente, para la
interacción y la construcción social compartida de la realidad.
Lejos de perspectivas más holísticas, es necesario mentar los múltiples modos en los
que, un entramado cultural general, se cristaliza en función de las fracturas sociales.
Dando lugar a los diversos estratos que comparten simbolismos y signos de una cultura
común y se particularizan en función de los contextos sociales específicos (Bourdieu,
1998). De este modo, en términos Gramscianos (1975), se establece un discurso
jerárquico en el que se instaura una cultura como la dominante –hegemónica-, frente a

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la que se instauran, las culturas dominadas –la popular- (Hall, 1984). La relación
dialéctica es notoria, pues se genera una lucha, desde los márgenes, de la cultura no
hegemónica por la supervivencia. Dando lugar a una transformación de la cultura en
relación al devenir de los tiempos (Hall, 1984).
Inmersa en cada cultura, se producen agrupaciones sub-culturales, que son el resultado
de unas respuestas específicas dentro de una condición de clase (Cabello, 2008). La
relación entre las sub-culturas no ha de entenderse como una división espuria, por la que
se generan estratos inconexos entre sí, sino como resultado de la intervención
ideológica. Se genera así una identificación y un reconocimiento grupal, que se
enmarcan en unas definiciones de la realidad específicas –trayectorias vitales-, como lo
explica Pierre Bourdieu en su obra «La distinción» (1988).
La comprensión de estas trayectorias, requiere de considerar los factores de influencia
previos, pero también la capacidad de agencia de los sujetos. Existe la posibilidad de
decidir, aunque dentro de los márgenes del entorno cultural, el uso de la propia
posición. Lejos centrar la investigación en uno de los dos polos: determinismo/agencia,
se considera la influencia de múltiples factores y sus lógicas de poder, cristalizados en
modos de significación, corporalidades y estéticas particulares (Lovel, 2004). Es por
ello que, en las interacciones diarias, los sujetos poseen diversos posicionamientos
respecto a una multiplicidad de factores; por ejemplo, se posicionan como mujeres,
jóvenes, heterosexuales, madrileñas, entre otras, dando lugar a unas dinámicas de grupo
específicas (re)interpretadas de manera constante. Por lo tanto, aunque analíticamente
responden categorías diferenciadas, no son posicionamientos excluyentes, sino que se
relacionan en un proceso continuo. La importancia de estas interacciones grupales,
serán tratadas más adelante, pues antes es necesario comprender como la perspectiva de
género y la influencia de la variable edad atraviesa, de manera transversal, estas
dinámicas culturales.

En las sociedades contemporáneas persisten las construcciones diferenciadas de género


que se imponen a los sujetos y determinan las relaciones de poder en función de la
definición sexual. La masculinidad y la feminidad son las dos categorías dicotómicas,
que se establecen como las prácticas correctas para cada sexo. Entre ambas, al igual que
sucediera en la configuración de las culturas de clase, se establece uno de ellos como el
hegemónico, generando una dominación: la masculinidad (Bourdieu, 1999). Cuándo se
cruza la variable género con la cultura popular, siendo este el motivo de la

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investigación, resulta la sub-cultura popular femenina. Se establece así una doble
discriminación de las mujeres, respecto a la masculinidad y la escasez de capitales, pues
la cuestión de clase infiere una jerarquía entre mujeres (Mayobre, 2006).
El poder hegemónico emana de los ideales de comportamiento, adscritos en el «deber
ser» de las mujeres, perteneciente a las clases medias y altas. En términos Marxistas
podría entenderse como la ideología de la feminidad dominante, mientras la feminidad
de las mujeres de clase baja es rechazada y demonizada (Hall, 1982). Todo ello,
conlleva la pérdida del poder social de las mujeres pertenecientes a este grupo, lo que se
encuentra adscrito a los adjetivos desprestigiados en la definición de su representación,
por ejemplo: vulgares, viciosas, deshonestas, abortistas, putas, supersticiosas, infieles,
indecorosas, pobres, ladronas, perras y sórdidas (Federici, 2011) y (Varela, 1997).

Continuando con las dimensiones transversales a considerar antes de la influencia de la


interacción grupal, es necesario resaltar la importancia de la edad. De influencia directa,
pues las feminidades no son significantes estables, sino que se modifican durante la
construcción histórica del sujeto (Butler, 2001). Las transformaciones, se delimitan en
función de las fronteras simbólicas, conocidas como rituales de paso, de ahí la
complejidad de definir en términos absolutos los cambios (Gil, 2000). La juventud
define un grupo heterogéneo atravesado por múltiples factores, por lo que la auto-
percepción y posicionamiento son importantes (Sánchez y Hakim, 2014).
En el caso concreto del presente estudio, la resignificación que realizan las mujeres
jóvenes, se guía por las categorías heredadas de su feminidad de clase. En este sentido
se desmarcan ligeramente de los modelos de referencia previos -situados en la figura de
la madre-, aunque se encuentran aprehendidos en ellas. Las jóvenes, en esta etapa,
realizan una interpretación «propia» del mundo, un proceso de búsqueda y asentamiento
de la significación del cuerpo adulto. Es el momento en el que se gesta la autonomía de
las leyes orgánicas que rigen la niñez y se genera una definición propia de las figuras de
autoridad. El grupo y las relaciones de pareja se vuelven pilares fundamentales, pues se
distancian de la familia (Romero, 2007).

Una vez explicadas las lógicas que componen la sub-cultura popular femenina juvenil,
se ha de mostrar en el proceso de gestación de los sentimientos de pertenencia a la
misma. Es fundamental la adscripción al grupo, que se gesta en base a una trayectoria

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común determinada. En este caso, se debe al origen humilde, el ser mujeres, la edad
similar y residir en barrios de la periferia, entre otras (Hall y Du Gay, 1996).
Las modificaciones que ejercen las interacciones grupales se visibilizan en el estatus del
cuerpo y su imagen -gestos, modos de vestir, de hablar, etc.- pero también en las formas
de interpretar la realidad del entorno (Skeggs, 2004). En este proceso, el grupo opuesto
también es de importancia, pues la identificación requiere de un cierre de grupo, un
«otro» grupal para definirse en oposición. El estigma que recae en los cuerpos de las
mujeres de clase baja, debido a la desviación de la norma, se hace tangible en su propia
definición. Las mujeres de clase baja tratan de adaptarse a los modelos normativos, pero
las barreras sociales, debidas a sus capitales, se lo impiden, por lo que necesitan
reinterpretar la norma. Ello consiste en buscar espacios y pautas propias que permitan la
supervivencia, una performance subalterna, marginal y dominada (Bhabha, 1996).
En estos términos la feminidad de las mujeres de clase baja es transgresora. Un acto de
resistencia sumisa ante la realidad del entorno, pues se realiza de manera inconsciente
(Lawler, 2004). Además, al mismo tiempo que necesitan de su condición de clase para
sobrevivir, imitan la feminidad hegemónica -desclasamiento-. En ellas es tangible la
influencia del ideal social, al que se intenta acceder gracias a la capacidad de agencia
(McNay, 2004). Surge así un proceso de pérdida de la identificación de clase, que se
reafirma al mismo tiempo por el rechazo/desprestigio de las clases medias de su
interpretación sub-alterna (Skeggs, 1997).

Finalmente, es necesario abordar el entendimiento de la cultura femenina de las mujeres


jóvenes de las clases populares, desde la subjetividad, el cuerpo y su capacidad de
agencia. La resignificación y representación de las contradicciones quedan plasmadas a
través de los cuerpos de las mujeres y en los modos en los que estas se posicionan. Esto
es posible pues, los cuerpos, como mostraba Michael Foucault (1975) con su concepto
de biopolítica, asumen el poder social, son cuerpos sociales pues asumen y demuestran
las hegemonías culturales y los «deber ser» estipulados. Silvia Federici (2011) lo define
como un micro-estado personal para la adaptación al entorno, en el que el cuerpo se
somete, se utiliza, transforma y perfecciona para la supervivencia. Es factible afirmar
que en el cuerpo es visible la posición social, pues entran en juego varios «capitales»;
como los culturales, sociales, emocionales y económicos. Al mismo tiempo, determinan
el acceso a los esquemas incorporales, formados por los cánones, las ideas, las figuras
socialmente deseables, etc. (Agudelo, 2008). Es por ello que la imagen se torna como el

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máximo exponente del ideal social del cuerpo, guiado por la definición de la belleza,
que se instaura como un factor fundamental de la acepción grupal (Del Val, 2001).
Por otra parte, el cuerpo no se define únicamente por la similitud y pertenencia respecto
a un grupo, si no que se deben buscar factores de diferenciación (Esteban, 2004). En el
caso de verse truncado el proceso de construcción de la imagen social deseada, se
produce una desviación de la norma, lo que implica una pérdida de poder social. Es por
ello que las jóvenes de las clases populares, en un intento de adecuarse a la norma –
obtener poder social-, acaban siendo leídas como cuerpos satíricos, excesivos e
inmorales (Skeggs, 2004). Un intento que no se vincula únicamente a la imagen per sé,
pues es necesario hacer referencia a la construcción que el sujeto realiza de sí mismo y a
su proyección corporal hacia «los otros». Son un ejemplo las imágenes que se
visibilizan en la red o en la televisión y que, ayudan a crear todas las representaciones
existentes en base a un mismo sujeto. En términos de Baudrillard (1978), se genera una
gestación simultánea entre la realidad y la representación y en un proceso por el cual, se
desdibujan los márgenes al experimentarse todas las representaciones de manera
simultánea. Estas simultaneidades pueden ser leídas cuándo se ponen en interconexión
el discurso producido desde el propio contexto de producción y el uso de las imágenes.

OBJETIVOS
Una vez se ha realizado una indagación en el estado de la cuestión, es factible plantear
el objetivo de investigación de un modo más específico: Analizar el sentido de las
contradicciones principales en los cuerpos de las mujeres jóvenes heterosexuales,
pertenecientes a las clases populares que son leídas socialmente como «chonis».
Para ello es necesario plantear los siguientes objetivos secundarios:
 Indagar en los factores sociales de influencia en la construcción de la corporalidad: el
contexto de pertenencia y sus interacciones. La corporalidad los y posicionamientos
dependen de la interacción grupal, pública y privada (Hall y Du Gay, 1996).
 Dirigir el estudio en relación a los discursos de género propios de su cultura de clase,
y como repercuten en sus cuerpos. En este sentido entra en juego el ámbito cultural,
pues la imagen no solo depende de su trayectoria, sino de cómo esta se relaciona con
las nociones de clase y feminidad cultural (Bhabha, 1996).
Todos ello se agrega en los itinerarios corporales, pues son un reflejo de los discursos
latentes, por lo que ayudan a comprender la construcción de los sujetos sociales.

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METODOLOGÍA

Con el fin de dar respuesta a los objetivos de investigación, se optó por trabajar con un
diseño metodológico cualitativo, pues es el que permite de un modo más eficaz el
acercamiento a la estructura subyacente de los discursos de las jóvenes. Concretamente,
la información fue recabada de dos fuentes diferenciadas: una primaria, las entrevistas
en profundidad, y otra secundaria, realizando un Análisis de Materiales Visuales
publicados en los perfiles de Facebook de las mujeres partícipes. Esta red social ha sido
seleccionada dado su uso mayoritario entre la juventud y, dentro de ella, se procederá
específicamente a analizar lo que se conoce como «imagen de perfil». Estas fotografías
son la herramienta principal que la red social ofrece para presentar la imagen propia en
el espacio. Su posición, siempre visible, y su exposición extendida en el tiempo, sitúan a
la «imagen de perfil» como la más importante de entre todas y, por ello, es la más
relevante de cara al objeto de estudio2.
Retomando la importancia de la aproximación multiestratégica –verbal y visual-, se ha
de resaltar la importancia que ostenta a la hora de incrementar la validez de constructo
al estudio. La puesta en diálogo de los dos niveles discursivos propicia la
complementariedad a los resultados y ayuda a su clasificación, lo que supone un factor
fundamental en estudios de carácter exploratorio (Serrano, et al, 2009). A pesar de que
se presentan dos niveles de trabajo diferenciados, estos forman parte de un todo
conjunto3. El análisis se realiza de manera relacional, por lo que ambos procesos
sustentan y propician la objetivación analítica, si bien cada técnica aporta unos matices
específicos. Las entrevistas muestran los posicionamientos verbales intencionales de sus
cuerpos como mujeres, es decir, muestran la forma en que ellas interpretan su
trayectoria corporal y socio-económica. La obtención de un discurso semi-estructurado,
permite el acercamiento a las diferentes etapas de su desarrollo vital4. Por otro lado, la
expresión estética que otorgan las imágenes, resulta fundamental para los estudios
culturales y corporales (Serrano, 2008). Las fotografías muestran su proyección corporal

2 Una tercera técnica ayudó en la recogida de la información: las “fichas post entrevista”. Tras las entrevistas se pudo
realizar una interacción con las jóvenes casi a nivel etnográfico. Gracias al diseño emergente, esta información fue
recogida y analizada, ayudando al análisis de las contradicciones discursivas del discurso verbal.
3 Para elaborar el análisis relacional se han utilizado fichas analíticas diseñadas de manera específica.
4 El guión de las entrevistas respondía a los siguientes ejes: socialización primaria -institución familiar y escolar- y

socialización secundaria -amistades, las relaciones de pareja, la sexualidad, el trabajo y las expectativas laborales-.
Como factores transversales de las dimensiones se encontraban los medios de comunicación de masas. El guión fue
sometido a un total de dos entrevistas piloto, para asegurar su validez, obtener conocimiento previo del objetivo de
estudio y detectar los temas más sensibles para las jóvenes.

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y al estar insertas en una comunidad online, se encuentran vinculadas a un contexto de
relaciones de influencia, lo que se denomina sociabilidad virtual (Tamar, 2013).
La potencialidad que se plantea reside en la puesta en debate de ambos discursos, pues
visibiliza las contradicciones discursivas entre ambos niveles. El trabajar de este modo
permite vincular la trayectoria de vida narrada y la significación del propio
posicionamiento de cada una de las jóvenes partícipes, que forman parte de la sub-
cultura femenina de clase indagada, en relación a la imagen que proyecta, su
representación personal idealizada. La relación es recíproca entre ambos niveles, por lo
que el discurso verbal, permite el entendimiento de las imágenes en relación a un
contexto, alejándolas así de ser elementos aislados insertos en un perfil de Facebook. Es
preciso destacar que esta tipología de análisis no podría realizarse si cada imagen no
estuviera vinculada a cada joven entrevistada. Ello se debe a que los discursos estarían
aislados entre sí, por lo que el análisis se correspondería a una búsqueda de similitudes
y diferencias, vinculado más a la triangulación metodológica.

MUESTRA

De manera específica, la investigación encauza las trayectorias vitales e imágenes de


seis mujeres de entre dieciocho y veintitrés años, heterosexuales, de clase social baja,
trabajadoras o en paro, residentes en áreas de la periferia urbana de Madrid. El intervalo
de edad hace factible la investigación. La decisión fue tomada en función de la mayoría
de edad, pues se entiende como el fin de la adolescencia5. El rango de edad se establece
en cinco años, pues asegura que las jóvenes tengan una trayectoria símil en relación a
los contextos macro-sociológicos y los procesos de su desarrollo vital.
La definición de la clase socia baja viene dada por los ingresos económicos y el nivel de
estudios. En el caso de que la joven disponga de un trabajo, no se ha considerado solo la
cuantía del salario, sino también la categoría de la ocupación que se desempeña. La
muestra se vio limitada a las personas obreras no cualificadas o semi-cualificadas y al
autoempleo individual: por ejemplo, trabajos en fábricas, talleres, limpieza, cuidados
infantiles, a personas mayores, dependientas, etc. Sin embargo, como la familia es un
eje de apoyo económico, todo familiar directo debía tener una renta máxima de

5 La especificidad del objeto de estudio y la dificultad del ejercicio de la contactación, dificultaban la solicitud de los
permisos a las personas encargadas de la custodia de las jóvenes menores de edad. Una variable que también influyó
a la hora de definir el intervalo de edad de las jóvenes.

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novecientos euros netos al mes6. Respecto al nivel educativo, se tiene en cuenta tanto el
propio como el materno/paterno y se determina en relación a los estudios oficiales
finalizados. Su carácter oficial aporta una escala ordinal –jerárquica- de los niveles
académicos, por lo que permite establecer una comparativa y delimitar la selección.
Concretamente, se define como nivel educativo bajo, para la presente investigación, no
haber finalizado los Estudios Secundarios Obligatorios (E.S.O).
La selección de informantes se ha realizado a través de un muestreo de carácter
estructural, de tipo propositivo. Es por ello que, en función del propio conocimiento de
la población objeto de estudio, se ha seleccionado una variedad extensa de entrevistadas
para dar respuesta a los objetivos. El carácter emergente del diseño de la investigación,
la saturación discursiva –cuándo los discursos comienzan a ser reiterativos- y la
viabilidad de la investigación, han determinado el trabajo con seis entrevistadas. La
captación se realizado a través de la técnica «bola de nieve». El inicio del proceso se
generó a través de informantes clave. Destacar que, en el ejercicio del muestreo, es
necesario establecer unas variables sociodemográficas, pero no deben ser categorías
absolutas, pues oscilar entre los márgenes definidos permite indagar en las similitudes
en función de las diferencias. Finalmente, las jóvenes seleccionadas responden a las
características socio-demográficas específicas indicadas en el siguiente cuadro:

Cuadro número I: El perfil de las entrevistadas

Fuente: Elaboración propia

6 La delimitación de este valor proviene del ítem cuatro de los Barómetros elaborados por el Centro de
Investigaciones Sociológicas (CIS), en relación a las cuarenta horas semanales de trabajo.

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RESULTADOS ANALÍTICOS
En este apartado, se presentan las conclusiones analíticas que permiten un acercamiento
a los posicionamientos y las significaciones comunes -traspasando la individualidad,
aunque en base a los factores contingentes de influencia- de las jóvenes pertenecientes a
las clases populares. De este modo, se obtiene la respuesta al objetivo de investigación,
permitiendo entender la construcción corporal de estas mujeres en función de su propia
sub-cultura definida por su condición de clase, género y edad. No obstante, este proceso
no puede realizarse sin mencionar las lógicas de poder que trascienden sus trayectorias
personales y económicas, pues repercuten en su corporalidad, sus significados y
representaciones pasadas, presentes y futuras (Biglia, 2013). A continuación, se
comienza haciendo referencia a las variables definitorias de la corporalidad de las
jóvenes, enfatizando en la importancia de la sexualización corporal y la masculinidad
hegemónica en este proceso. Todo ello vinculado a las contradicciones estructurantes y
estructuradas, que tienen cabida en su corporalidad, y que forman un todo agregado.

Los itinerarios corporales y la sexualización del cuerpo


Cuándo se analiza la corporalidad, en relación a la feminidad, es fundamental la
referencia a la sexualización del mismo. Un proceso con unos rasgos definitorios
específicos, que se encuentran vinculados al grupo y al entorno. Concretamente, en la
feminidad sub-cultural objeto de estudio, este rasgo se encuentra de manera polarizada,
por lo que da lugar a la híper-sexualidad de la imagen.
La sexualización del cuerpo responde al proceso por el cual la feminidad –que como se
expuso previamente se encuentra dominada por la masculinidad, beneficiaria del poder
social- y las mujeres adscritas a ella, son objetualizadas en función de sus partes o
funciones sexuales. El resto de sus facetas, quedan pues invisibilizadas. De este modo,
se le posiciona como sujeto relegado a sus órganos sexuales y que, fruto de la
dominación masculina, queda subsumido a su capacidad de despertar el deseo sexual de
los varones. Es aquí donde reside el poder social de las mujeres (Bourdieu, 1998). Todo
este proceso que se reproduce desde la negación pues, históricamente, la sexualidad, y
de manera específica la sexualidad femenina, se ha visto oculta y demonizada. Es a
través del aprendizaje en sus cuerpos -gestos, posturas, formas de caminar, etc.,- desde
donde se movilizan los significados aquí expuestos (Varela, 2011).
Ahora bien, es necesario matizar los factores que diferencian la sexualización corporal,
de la híper-sexualización del cuerpo. En términos generales esta conlleva una

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reproducción extrema de las lógicas expuestas, es decir, el deseo de despertar el interés
sexual masculino. El mostrar que son heterosexuales se vuelve así un rasgo fundamental
en su definición como mujeres. No obstante, y antes de adentrarnos en cómo se
construye este proceso en sus cuerpos, es necesario hacer referencia a un otro rasgo: la
híper-feminización.
Los cuerpos pueden sexualizarse de múltiples maneras pero, en esta ocasión, como ya
se ha dejado entrever previamente, se genera en función de las categorías femeninas. En
este análisis la cuestión de clase es fundamental ya que, debido a sus posicionamientos
y trayectorias, la híper feminización es el resultado de la interpretación subalterna de la
norma hegemónica, del deber ser de las mujeres expuesto en el marco teórico (Bhabha,
1994). Tiene lugar así, la reproducción extrema de los rasgos estereotípicos clásicos de
la feminidad normativa. Estas se presentan en forma de adjetivaciones que se adscriben
a su representación social, pueden verse algunos ejemplos en el cuadro número II.

Cuadro número II: Rasgos de la Híper feminidad corporal

Fuente: Elaboración propia

La vinculación a estas categorías da lugar a una corporalidad que responde, en última


instancia, a la Híper-Feminidad Sexualizada -desde ahora denominada H.F.S-. De
este modo, el cuerpo pasa a ser un elemento central en la presentación social,
minimizando la importancia del contexto, u otros factores, en su posicionamiento. Lo
importante es la imagen que se expone, la belleza que poseen y como se refleja en
relación a otras personas de su entorno. El contexto se difumina, pues no se posicionan
respecto a este marco –su trabajo, dinero, espacios de ocio, etc.-. No obstante, sí que
utilizan diversos materiales y opciones que tienen a su alcance, como son el maquillaje,
los accesorios, la ropa, etc.

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No obstante, la comprensión de lo hasta aquí definido, no puede llevarse a cabo sin
narrar los procesos específicos que lo dan lugar, en relación a sus lógicas de desarrollo.
Concretamente, en relación a las trayectorias de vida, se ha decidido hacer referencia a
la etapa del instituto, cuando se inicia la sexualización auto-consciente del cuerpo.
Los institutos, en tanto que centros educativos, son Aparatos Ideológicos del Estado.
Como tales se encargan de inculcar las diversas normas sociales -como el modelo
hegemónico de feminidad-. Es en función del cumplimiento o no de los patrones
«correctos» en las diversas áreas, desde donde se establecen las diferencias entre grupos
(Althusser, 1988). Por otra parte, lo mismo ocurre respecto a las calificaciones
académicas: las jóvenes con calificaciones más bajas son apartadas y/o se distancian,
del grupo social mayoritario/normativo. Emana así una relación dialéctica, que genera
una retroalimentación de los hechos y consecuencias expuestos a continuación:
La institución pretende moldear y adaptar a la norma a las jóvenes, pues su
comportamiento y calificaciones –derivadas de sus capitales- producen conductas
desviadas. El rechazo se torna tangible en sus cuerpos al ser desposeídas del espacio,
por ejemplo, se las imparten procedimientos metodológicos diferenciados del grupo en
otras aulas, como son las denominadas Aulas de Compensación Educativa –A.C.E-. El
agrupar a las personas con conductas desviadas, genera una relación causal que produce
la vinculación grupal entre estos sujetos. El nuevo grupo, requiere de unos mecanismos
de resistencia, para la supervivencia, que se generan contra la institución y, de manera
específica, contra la feminidad normativa. Tiene lugar así la oposición frente a las que
denominan «las pijas», las mujeres más cercanas a la norma hegemónica de su grupo -
un término cargado de una significación negativa-. En este punto, comienza la auto-
definición desde la oposición: surge la quinqui/macarra/malota7 –con una significación
positiva-.
A pesar de formar parte de un nuevo grupo, la expulsión de la institución requiere de la
búsqueda de nuevos espacios de pertenencia separados de la misma: las calles, parques
y plazas de sus barrios, pero estos espacios públicos, como mujeres, no las pertenecen,
pues se encuentra dominado por la masculinidad (Bourdieu, 1998). Ello se debe a que
los cuerpos de las féminas se definen como frágiles, puesto que se requiere de

7También definidas como macarras, chonis, en inglés «chavs». La división tácita se ejerce puesto que en términos de
amistad, se establecen relaciones con mujeres de la misma condición. De este modo surgen las lecturas específicas
del grupo opuesto en tanto que «pijas», «consentidas» y «caprichosas», mientras que ellas se autodefinen como
mujeres «fuertes» y «maduras».

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salvaguardar lo más importante –deseable-: su sexualidad. El espacio masculino entraña
una violencia de género constante sobre el cuerpo de las mujeres, por el hecho de ser
leídas como tal. Una condición que las posiciona como vulnerables hacía violaciones,
secuestros o violencia feminicida, por lo que las mujeres se encuentran más insertas en
los hogares (Bourdieu, 1988).
De este modo, para encajar en el espacio masculino, deben adaptar sus cualidades
físicas –el atractivo de su cuerpo- a la deseabilidad social del entorno. Es en este punto
donde se inicia la H.F.S de su imagen8. Para ello deben desligarse de los atisbos de su
niñez y convertirse en mujeres –sexualmente- maduras, lo que se traduce en visibilizar
un cuerpo generado para dar placer. No siendo necesario trasmitir otro tipo de rasgos de
su personalidad, como por ejemplo la simpatía, mientras que lo curveo y los volúmenes
pasan a ser mostrados como cualidades internas personales. Históricamente, estas han
sido definidas como patológicas, quedando ligadas a la sexualidad exacerbada, y a las
mujeres de clase social baja (Varela, 1997)9. La curvatura se vislumbra sexualizada y se
instaura en sus caderas, pechos y glúteos, permitiendo que las miradas se «adentren» en
sus cuerpos y así se lo conceden a la masculinidad (Mayobre, 2002). La búsqueda de
madurez corpórea la consideran legítima, pues todas alegan disponer de una madurez
personal mayor que las mujeres normativas, debido a las dificultades de su infancia. De
este modo, las jóvenes se posicionan frente a una mirada heterosexual altamente
sexualizada, que despierta un carácter fetichista sobre el cuerpo de las jóvenes. Una
mirada que produce una atracción sexual a los varones y un sentimiento de envidia
respecto de las mujeres de su propio grupo (Gil, 2000).

Ahora bien, el proceso descrito por el cual la H.F.S se visibiliza en la corporalidad de la


sub-cultura femenina juvenil objeto de estudio, quedaría incompleta de no incluir una
característica más en relación a la feminidad de estas jóvenes. Concretamente, se hace
referencia al proceso de masculinización, que se refleja en términos de gusto y
comportamiento. Es aquí cuándo emana una de las contradicciones más importantes de
su corporalidad, pues en un mismo cuerpo asumen características de una categoría polar

8 Un proceso que se genera de manera progresiva, por ejemplo, el maquillaje refleja la transformación corporal de las
jóvenes, puesto que lo utilizan para sexualizar su cuerpo, cada vez de modos diversos, en función de la edad.
Además, van añadiendo otros mecanismos como: tintes, silicona, tatuajes y piercings.
9 En el caso de que la transformación no responda a los patrones legítimos dentro de su feminidad sub-grupal, serán

sujetos aislados en relación también a este grupo, por lo que procederán a resinificar de nuevo su posicionamiento,
como pudo verse durante el análisis de los materiales.

14
a la suya: la masculina. Esta surge también del proceso de adscripción al grupo, ya que
las necesitan para sobrevivir a las dificultades de su entorno. Requieren que los hombres
las acepten en función de su H.F.S, pero también deben demostrar la capacidad de
gestionar las particularidades de su espacio.
En el hilo de las argumentaciones previas, es lógico afirmar, que este proceso también
se realiza de manera subordinada a la masculinidad pues, la asunción de estas categorías
se realiza desde un prisma (híper)feminizado, para incrementar el interés de los varones.
Por todo ello, dichas categorías no infieren en ellas el mismo poder social. No obstante,
se convierten en mujeres que fuman marihuana, beben alcohol, les gustan las motos, los
coches, el fútbol y hacen uso del ejercicio de la violencia. A pesar de ello, mantienen
una posición explícita de mujeres heterosexuales, asumiendo todos estos rasgos en su
cuerpo de una manera aunada. De no ser así serían expulsadas del grupo por tratar de
dominar el espacio simbólico masculino (Vázquez, 1999).
Para finalizar el proceso por el cual se inicia el posicionamiento de estos rasgos de su
feminidad, hay que destacar la definición que realizan de la «locura» pues otorga un
valor específico a la masculinización de sus cuerpos. La locura, afirman, la posee toda
persona de su grupo, pero la ensalzan en relación a las féminas. Esta la significan como
un proceso de adaptación y supervivencia a su contexto. Es un rasgo específico de su
sub-grupo, que las diferencia de «las otras mujeres, las pijas, las recatadas», de la
feminidad hegemónica. En su discurso, a través de la locura, visibilizan su gusto por la
transgresión, pues son conscientes del carácter no normativo adscrito a dicho concepto,
y lo utilizan para definir los actos que realizan fuera de la norma. La locura, vinculada a
la masculinidad asumida, las permite desmarcarse a través de la exageración: gritar,
chillar, reírse, cantar y bailar en las calles. Una realidad que puede establecerse, primero
por la aceptación de la locura como un factor positivo dentro de su grupo social, y
segundo por la posesión y el empoderamiento que ellas y su grupo –en última instancia
de los hombres de este- poseen respecto al espacio en el que se encuentran inmersas.

Todo el proceso narrado en este apartado, visibiliza la tensión en los cuerpos, que se
gesta a través de unas posiciones aparentemente enfrentadas, pero que se significan en
los cuerpos de manera aunada, alzándose como un todo. Estas mujeres proyectan un
fuerte sentimiento de independencia, a la hora de tomar decisiones sobre su imagen.
Una libertad y fortalezas que las permiten, inclusive, romper con lo políticamente
incorrecto, aunque todo ello lo reproducen, como se ha visto, bajo una dominación

15
sexual masculina de manual. Virgine Despentes (2006) denominó a este tipo de
procesos el estilo «Súper-puta», a través del cual las jóvenes visibilizan un
empoderamiento en el que son ellas quienes deciden actuar en búsqueda del deseo
sexual masculino. En sus cuerpos se refleja, por ejemplo, en los tonos oscuros que las
jóvenes utilizan para perfilar sus miradas, de manera rasgada, agresiva y lasciva,
mientras, presentan una mirada que transmite dulzura y delicadeza. Esta segunda parte
se vincula a la feminidad más tradicional, la proyección como madres y esposas. Las
jóvenes significan esta composición de su imagen de manera «naturalizada», pues
entienden la belleza de sus cuerpos como una cualidad con la que nacieron, lo que las
legitima a la hora de utilizarla para presentarse. No obstante, su imagen y discursos
muestran una constante modificación y preocupación por el cuerpo. Una realidad que se
contrapone al estereotipo social, pues se visibiliza a las jóvenes de las clases populares,
como incapaces de auto-controlar su cuerpo (Federici, 2011).
No obstante, las lógicas que propician los itinerarios corporales indicados por las
jóvenes partícipes de la investigación, no deben entenderse como un todo absoluto. Una
vez que se han hecho tangibles no se generan cuerpos estáticos, sino que como se
explicó en el marco teórico, las corporalidades son cambiantes. A continuación, se
exponen los factores de influencia en las modificaciones y los posicionamientos que
procuran.

Los posicionamientos presentes y la influencia de la trayectoria


La transformación de los factores que influyen en los itinerarios personales, proyectan
unos procesos de auto-representación y posicionamiento, que modifican las
significaciones y las corporalidades de las jóvenes. No obstante, como producto del
entendimiento de una nueva etapa, las jóvenes tratan de desmarcarse de los diversos
factores que no consideran óptimos para su imagen presente. Es de este modo, cuando
surge la definición de la «tontería». Ha de entenderse como la negación de las etapas de
«locura» más extremas de su época «rebelde» y rupturista de la normatividad de su
entorno de pertenencia, por lo que cabe preguntarse, por las transformaciones que
infiere en el posicionamiento actual.
De la mano a su entrada al ámbito laboral se genera una nueva significación de sí
mismas, pues las transforma de manera inconsciente, ya que no verbalizan la necesidad
de transformar su corporalidad para obtener un determinado trabajo. No obstante, al
asumir nuevas responsabilidades más cercanas a la vida adulta, producen una nueva

16
lectura de sus momentos pasados. Respecto a este, emana un orgullo de lo vivido, pues
circunscribe su etapa actual y las adscribe al grupo –las vincula a su barrio-. Al mismo
tiempo, al asumir nuevas responsabilidades, que modifican sus expectativas futuras,
generan una crítica hacia los comportamientos más transgresores que han vivido, lo que
no implica un sentimiento de rechazo a su condición ni su pasado. Concretamente, se
desmarcan de la desviación consciente, pero no buscan asumir las categorías
hegemónicas de la feminidad, sino la normalidad como jóvenes adultas de su clase.
El nuevo posicionamiento como jóvenes adultas, se encuentra ligado a un abandono de
las calles, y de la etapa de rebeldía, pues la entrada al ámbito laboral hace que se
presenten como jóvenes responsables. A pesar de ello, continúan estando vinculadas a la
locura, aunque la resignifican. En este momento, ya no es una locura rebelde, sino
responsable que, por ejemplo, se visibiliza a través de una nueva tipología de ocio. Se
retiran de los parques, se adentran en pubs/discotecas y en el ocio diurno. Además,
vuelven a vincularse con lo doméstico y familiar, pues merman su rechazo a la
autoridad e interactúan en grupos más reducidos y, sobre todo, formados por féminas.
Los rasgos de la feminidad se ven suavizados, por ejemplo, se utiliza un maquillaje
menos llamativo. La búsqueda de despertar el deseo sexual es innegable, aunque menos
explícita. Muestran otras cualidades: la capacidad de ser cariñosas, maternales y
divertidas. La atracción se despierta de manera menos provocativa, pues buscan una
relación estable. Un buen modo de visibilizar la sexualidad que proyectan se encuentra
relacionado a la «naturalidad», ya que mantienen esa híper feminización, pero más
asumida en sus cuerpos, utilizan dispositivos menos erotizados, aunque siguen
observándose las lógicas de la H.F.S en ellas.

La corporalidad y el posicionamiento como jóvenes adultas no pueden entenderse sin


hacer referencia a la importancia de la heteronormatividad y la gestión que realizan
respecto a sus relaciones afectivo-sexuales.
El entendimiento de la trayectoria personal como un proceso lineal –continuo-, definido
en relación a un proceso de «avances» entre la juventud y la vida adulta, transforma el
«deber ser» como mujeres. Uno de los factores de influencia principal en el mismo,
independientemente de la sub-cultura femenina de clase, implica la disposición de una
relación de pareja heterosexual, estable y monógama, a fin de construir una unidad
familiar descendiente, es decir, ser potenciales esposas y madres. En relación a la
feminidad de las clases populares, tradicionalmente, la maternidad se establece como el

17
principal proyecto de vida, difuminando la importancia a los estudios y el ámbito
laboral público. El ser madre otorga un atributo de independencia y madurez, y procura
valor social, sin el cual se verá incompleta (Marcús, 2006).
El deseo sexual masculino que se despierta en esta cultura de clase, en última instancia,
se produce para poder ser mujeres deseables como novias y conseguir que un varón
inicie una relación de pareja con ellas. Una lógica que emana, de la división sexual del
trabajo necesaria para la supervivencia de las sociedades capitalistas, que naturaliza el
amor maternal y los cuidados (Carrasco et al., 2011) pero, como muestra Godelier
(2014) se vincula a la distinción y criminalización de la gestión independiente de la
sexualidad femenina. Históricamente, se criminaliza a las mujeres que muestran sus
impulsos sexuales e interactúan con diversos hombres de manera no afectiva y/o
reproductiva. La consideración de que el deseo controla sus impulsos sexuales, es
negativa, pues deben quedar subordinados a las necesidades sociales en un sentido
macro. Es la sexualidad reproductiva, vinculada a la maternidad, la que se considera
lícita y esta debe producirse bajo las condiciones de una relación de pareja (Tubert,
1996). En base a esta lógica, el mostrar una sexualidad explícita es un factor negativo,
por lo que debe resignificarse este proceso y su interactuación. Así logran adaptarse a
las características de la novia, fundamentado en el siguiente proceso:
Las mujeres jóvenes que interactúan en espacios públicos, necesitan mantener la H.F.S
en sus cuerpos y las variables de masculinización ya mentadas, pero estas categorías
dificultan que sean escogidas como buenas novias. La H.S.F las posiciona como sujetos
de deseo masculino, pero también las visibiliza como mujeres que pueden ser poseídas
por varios hombres, lo que las desvaloriza. La buena novia debe ser una mujer
sexualmente atractiva, pero que no haya sido poseída por varios hombres -pura y con
auto-control sexual-, es decir, que vincule su sexualidad al afecto hacia su pareja (Gil,
2000). La tontería entra nuevamente en escena, pues en función de este término
denominan sus relaciones previas fuera de la pareja, con intención de restarles
importancia y mermar su desprestigio.
En función de estas premisas, son los varones quiénes pueden escoger el tipo de
relación de pareja que tienen con una mujer. La corporalidad de las jóvenes se
configura, como ya se ha expuesto, para propiciar ser escogidas como novias, por lo que
es fundamental analizar las relaciones de noviazgo, para el entendimiento de las
contradicciones corporales de las jóvenes en entre el empoderamiento y la sumisión.

18
El inicio de una relación de pareja estable transforma la corporalidad y la autodefinición
de las jóvenes, es decir, sus posicionamientos. En esta ocasión, tampoco se hace
referencia a una transformación de los mismos que, una vez transcurre, se mantiene en
la corporalidad, sino a un proceso vinculado a cambio específico del entorno que puede
generarse en diversos momentos.
El inicio de una relación de pareja transforma la H.F.S de sus cuerpos, para lo que hay
que entender la construcción de las relaciones en función del amor romántico
monógamo e indisoluble (Varela, 1997). El entender en estos términos la pareja implica
que no es necesario despertar el deseo sexual masculino explícito de otros hombres,
pues ya se dispone de una pareja atemporalmente. Partiendo de esta premisa, en primer
lugar, es necesario reproducir los ideales sociales de «la buena novia»: dulzura,
paciencia, delicadeza, cariño, búsqueda de protección y demandantes de afecto. Estos se
asumen en su corporalidad, modificando la H.F.S, en pro de una lectura más cercana a
la madurez adulta, menos sexualizada. Buscan la seducción guiada por su belleza, pero
no una seducción concreta, pues visibilizan en todo momento que ya son novias. No
obstante, su cuerpo sigue estableciéndose como el centro de la presentación, pero ahora
vinculado a un varón. Siguiendo con el ejemplo del maquillaje, este se vuelve
redondeado, menos agresivo y salvaje. Todo ello vinculado a una imagen de felicidad,
pues ahora se encuentra «completa». Además las tonalidades que utilizan se suavizan y
se vinculan más a la elegancia, tratan de «similar» la androginia, es decir, a un cuerpo
más vinculado a la búsqueda de un trabajo estable. Además, esta imagen aparta las
miradas seductoras masculinas, por ejemplo, su pelo es largo, un símbolo clásico de
seducción (Gil, 2000), pero se permiten recogérselo, lo que implica ser menos llamativa
y exuberante10.
En segundo lugar, la transformación de estos rasgos es factible ya que, cuándo inician
una relación de pareja, el posicionamiento varía generando el entendimiento de un
«nosotros», es decir, ya no es importante lo que ella transmite, sino lo que ambos
transmiten como pareja. El peso de la lectura pública de la pareja se otorga al varón, por
lo que es importante que las características de su novio se asemejen al ideal de su grupo
social. Es por ello que ella puede desvincularse de las categorías más extremas de la
10Un ejemplo se encuentra en las uñas, todas ellas las llevan largas como rasgo de feminidad, de no realizar trabajos
manuales. El que sean muy largas presenta el instinto salvaje de «garras». Por otra parte, las uñas largas imponen
gestos más suaves, primero, para evitar que se rompan y, segundo, porque es más complejo maniobrar. Las mujeres
solteras, presentan unas uñas muy largas y cuidadas, pero siempre pintadas en colores llamativos -exuberantes-
Pues bien, las mujeres solteras presentan unas uñas sumamente largas, postizas y muy cuidadas, pero siempre
pintadas en, mientras que, las mujeres/novias llevan las uñas casi del mismo largo, pero con una manicura más suave,
más vinculada a la elegancia (Gil, 2000).

19
H.S.F y de la masculinización de sus rasgos, pudiendo asumir las categorías de la
perfecta novia, «sumisa, devota y fiel», pues la figura del varón, la aporta su estatus
grupal y su pertenencia al grupo.
No obstante el posicionamiento como «novia de» implica una pérdida de agencia para
acceder a los espacios públicos, por lo que el proceso de ruptura de la relación es
complejo, se depende del varón (Burman, 1998). Además, finalizar una relación,
partiendo de la ya mentada proyección lineal de las etapas personales, implicaría un
retroceso a una etapa entendida como anterior, pues se encuentra más alejada a su fin
como madres y esposas: a la soltería. La soltería requiere, además, que se asuman de
nuevo las categorías iniciales de la H.F.S, pero sin desvincularse de su posicionamiento
como jóvenes adultas, volver a ser una joven «incompleta».
Además, en el ejercicio de una relación de pareja, las jóvenes tienden a separarse tanto
de su núcleo familiar, como de sus relaciones de amistad, puesto que el varón reclama la
adscripción de la mujer a su núcleo de pertenencia11. Las jóvenes resignifican este
proceso interpretando la dependencia de los varones como un valor positivo:
preocupación, interés, atención, etc., pues una dominación no puede ejercerse sin una
sumisión naturalizada (Bourdieu, 1998).
Por este motivo, las jóvenes no finalizan sus relaciones de pareja, haciendo alarde del
concepto de la resignación judeo-cristiana, y de la capacidad de espera de las mujeres
para que la situación –su relación- cambie y se adapte a sus necesidades. Esta idea del
sufrimiento implica una transformación del posicionamiento de las mujeres para que la
pareja se mantenga unida, en la que se relegan sus necesidades propias en función de la
relación y el varón. El noviazgo únicamente finaliza por parte de las jóvenes cuándo se
genera una ruptura del contrato monógamo: la infidelidad, que la definen como una
traición. La ruptura de la monogamia, implica una ruptura del contrato, del compromiso,
por lo que se desdibuja su proyección como esposa y madre, lo que conlleva una
pérdida de la finalidad social de la relación mantenida.

En este sentido, nos encontramos a unas jóvenes que presentan una imagen de
empoderamiento, control de su posicionamiento, sexualidad, relaciones con los hombres
y capacidad de supervivencia en entornos conflictivos, pero que se vuelven sumisas y se
resignan ante la masculinidad. Se presentan así como mujeres fuertes y dominantes en el

11
Disgregar a las mujeres de sus núcleos impide la puesta en común de experiencias vitales y situaciones de
violencia que podrían desembocar en un empoderamiento de las mismas (Federici, 2011).

20
ámbito público, pero sumisas y dóciles dentro de sus relaciones de pareja, mujeres muy
vinculadas al ámbito callejero, pero que finalmente quedan subsumidas al ámbito
familiar y a la tradicionalidad de género. Por otra parte nos encontramos con cuerpos
híper-femeninos, pero guiados por unas características masculinizadas que rompen con
lo políticamente correcto de la feminidad hegemónica, unos cuerpos sumamente
sexualizados «libres sexualmente», pero que abogan por las relaciones de parejas
estables y monógamas. Todo ello naturalizado dentro de un sentimiento muy acusado de
pertenencia y adscripción a su entorno, aunque entra en constante negociación con las
relaciones de poder que, desde el capital y el patriarcado, se imponen en sus cuerpos.
Estas jóvenes se encuentran en un constante proceso de adaptación y resignificación
que oscila entre el rechazo de las feminidades hegemónicas y el sentimiento de
normatividad de sus cuerpos y posicionamientos. Estas no asumen la desviación en sus
cuerpos, pues se difumina el sentimiento división entre clases sociales y se consideran
cercanas a las clases medias, a la normatividad, a pesar de que en su discurso muestran
ser conscientes de la diferenciación.
Por último, destacar brevemente que en relación a su propia cultura de clase, nos
encontramos con una reformulación –pues se genera un salto generacional, pero
vinculado a las mismas lógicas de poder tradicionales de su feminidad de clase- de la
feminidad de las mujeres adultas de su condición, cuyo ejemplo más significativo se
encuentra en la maternidad. De este modo, la maternidad sigue disponiéndose como un
eje central en sus vidas, pero que quieren ejercer de manera económicamente
independiente del varón, aunque inmersas en una relación de pareja y decidir el
momento en el que ser madres –vinculado a la estabilidad económica y familiar-. En
este sentido, resignifican, en primer lugar, el acceso a un territorio y unos capitales
reservados a las mujeres pertenecientes a las clases medias y altas, pero sin transponer
los roles de género procedentes de la división sexual del trabajo, por lo que ellas deben
de ser quiénes se encargan del cuidado y la crianza de su familia y descendencia, de no
hacerlo tendrían un sentimiento de fracaso como mujeres.

CONCLUSIONES
En las páginas previas, se presenta la construcción de las contradicciones principales en
los cuerpos de las mujeres jóvenes heterosexuales, pertenecientes a las clases populares,
que son leídas socialmente como «chonis», y como se gesta todo este proceso a través
de la interacción. De manera específica, los materiales aportados por cada una de las

21
participantes en la investigación, ha sido sustancioso en respuesta a los objetivos de esta
gracias a sus matices, pues todos se respaldaban en unos esquemas de significado
comunes. Por lo tanto, han propiciado un acercamiento sociológico a su cultura de clase
y configuración corporal, visibilizando así cierto tipo de relaciones causales
fundamentales para comprender un modelo determinado de feminidad. Una información
que permite visibilizar la realidad de las jóvenes pertenecientes a las clases populares, a
fin de proyectarse de manera directa frente al estereotipo y adjetivaciones negativas, que
recaen sobre su sub-cultura de clase femenina. En este sentido, el conocimiento de los
procesos de influencia, retira de los cuerpos de las mujeres de clase baja la culpabilidad
de su adscripción a las categorías históricamente patologizadas. Unas categorías que se
presentan como una cuestión de clase social, es decir, de las desigualdades gestadas en
el devenir de los tiempos, de las que emana la exclusión.
De las relaciones causales, en primer lugar, se han analizado las lógicas de dominación
masculina, de las que surge la necesidad de definirse de manera explícita como mujeres
heterosexuales y como estas desembocan en la subordinación corporal en función de la:
Híper-Feminidad Sexualizada. Una (re)presentación de su corporalidad que necesitan
para la supervivencia, que pasa por ser aceptadas por el grupo de hombres, pero que las
posiciona a su vez como sujetos marginales, por una parte, por la demonización que se
genera sobre la sexualidad de las mujeres y, por otra, por la forma en la que la
modifican en función de sus relaciones de pareja con los varones. Al mismo tiempo, la
masculinización de su imagen, es necesaria para demostrarse merecedoras de ocupar un
espacio público, las calles de sus barrios. Un proceso que puede equipararse a las
lógicas por las que se reproduce la androginia corporal, que adoptan las mujeres de las
clases medias y altas, a la hora de situarse en los espacios de trabajo públicos
masculinos. En este caso, se encuentra vinculada a la gestación de la locura, de la
rebeldía, que se traduce en lo políticamente incorrecto y más transgresor de su
feminidad (Esteban. 2004). Surge así el posicionamiento significativamente más
contradictorio de su corporalidad, en la que se sitúan como mujeres empoderadas,
adaptadas a su entorno y transgresoras de la norma hegemónica femenina, pero, al
mismo tiempo, se vuelven sumisas y asumen su rol de género tradicional. De este modo,
puede afirmarse que, a pesar de asumir el «deber ser de las mujeres», se ejerce una
ruptura con su moral.
En segundo lugar, la ruptura de las fronteras modernas en relación a las clases sociales,
ligado a su posicionamiento en los espacios públicos, muestra cómo se merma la

22
sensación de la relación dialéctica entre la desviación y la exclusión. De este modo, se
sienten integradas en las sociedades capitalistas de consumo actuales como un actor
social legítimo más, sin embargo, al focalizar la mirada en los barrios, en las realidades
de estas mujeres, se observa como continúa vigente la exclusión, lo que no implica que
sean sujetos sociales sin agencia y voz propia. El visibilizarlas como víctimas forma
parte, nuevamente, de una muestra de la posición de poder entre grupos sociales, que
dan lugar al entendimiento de la norma social, lo normativo, como lo «correcto». Estas
jóvenes, en sus discursos, se posicionan en la normatividad de las sociedades
occidentales pero, finalmente, son sujetos conscientes de las fronteras establecidas entre
grupos. Asimismo, buscan el desclasamiento ascendente en relación a la gestión de las
maternidades y al ámbito laboral pero, al mismo tiempo afirman el gusto por su
corporalidad, modelos de feminidad y el deseo de permanecer en su entorno y en su
cultura de clase.
No obstante, los saltos generacionales son tangibles dentro de cada cultura, así como la
transformación de las sociedades, por lo que estas jóvenes proceden a realizar una
resignificación de su feminidad de clase. Un proceso que asume la doble jornada laboral
de las mujeres vinculada a los trabajos feminizados en el ámbito público y el privado.
Únicamente enfatizan el deseo de ser autosuficientes económicamente respecto del
varón y la capacidad de decidir, para postergar, la maternidad, es decir, de incrementar
su época de la juventud adulta. De este modo, nuevamente, los discursos son
comparables en relación a las feminidades de las mujeres de clase media, a pesar de que
las lógicas de poder que las atraviesan son sumamente diversas, por lo que se reflejan
corporalidades y posicionamientos específicos diferenciales.

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