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FEUDALISMO - CAPITALISMO
(Recopilación de Gerhard Oestreich)
Otto Hintze
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N® Regiííco. , ^ A \ . V .......
Editorial Alfa
Barcelona/Caracas
Traducción de
Juan Faber
Revisión de
Rafael Gutiérrez Girardot
ISBN; 8 4 -7 6 6 8 -12 7 -5
Depósito legal: B. 3 8 .5 0 5 -1 9 8 7
Impreso en
Romanyá/Valls, Verdaguer, 1
Capellades (Barcelona)
bnpreso en España
P rinted in Spain
INTRODUCCIÓN
por
Gerhard Oestreich
&
ze fueron la historia económica, la historia general constitucional
y de la administración, lo mismo que la historia de la sociedad.
En Berlín se creó para el estudioso de cuarenta años una cátedra
especial para historia de la Constitución, la administración, la eco
nomía y la política, que ocupó desde 1902 hasta 1920. Debido
a la activa colaboración de dos decenios en la gran edición de fuen
tes para la historia interna prusiana, la obra monumental Acta Bo-
russica, Prusia se convirtió para Hintze en un paradigma del de
sarrollo moderno del Estado. Así partió primeramente de la plata
forma archival de la historia alemana moderna, pero desde el co
mienzo tendía a una exposición histórico-universal de la vida so
cial y política en el Estado moderno.
La posición de Hintze en la historiografía está caracterizada
por una amplia tendencia histórico-social que complementaba la
historiografía de Ranke, y por una historia de las instituciones
que, incluyendo las relaciones sociales, iba al mismo tiempo mu
cho más allá de ellas. Hintze vio en general la quintaesencia de
su historiografía universal en una historia general de la Constitu
ción ampliada en una historia político-social. La concentración en
la vida social y constitucional le permitía una visión panorámica
de un milenio de desarrollo humano sin alejarse de las fuentes y
sin tener que trabajar solamente con bibliografía secundaria. Su
historia estructural se mantuvo en estrecha relación con las cues
tiones políticas del poder, del derecho internacional y de las rela
ciones internacionales. Al final de su vida surgieron los trabajos
«Esencia y difusión del feudalismo», «Tipología de las organiza
ciones estamentales de Occidente» y «Condiciones histérico-uni
versales de la organización representativa».
Estos tres estudios recogidos aquí constituyen una trilogía his
tórica sobre los presupuestos, la esencia y las formas de las repre
sentaciones estamentales en el mundo, sus fundamentos, causas y
consecuencias. En el primer estudio parte Hintze del problema de
que algunos investigadores —historiadores y sociólogos— ven en
el feudalismo un estadio histórico-evolutivo «que todo Estado o
todo pueblo ha tenido que atravesar una vez», en tanto que otros
historiadores se inclinan a reducir el feudalismo al mundo románi
co-germano. En su investigación histórico-universal sigue Hintze
un camino intermedio en el que examina con todo cuidado y es-
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crúpulo crítico «si y con qué fundamento se puede justificar la-'Tw¿>
aplicación de la palabra “feudalismo” o “Estado feudaí”. a otros ?//
pueblos y culturas».
Para obtener conceptos unívocamente determinados se sirve de
la abstracción intuitiva que obtiene de un complejo histórico-so
cial de fenómenos, es decir, de la tipificación. En todas las partes
de su trilogía afirma incondicionalmente la elaboración de un tipo
ideal general del feudalismo y de la organización estamental para
designar con ello configuraciones similares y «someterlas, con
perspectiva de éxito, a una consideración comparativa». Una apli
cación realmente genial de la comparación y del método compara
tivo en la historiografía se encuentra en esta serie de artículos que
convierte a la tipología en el fundamento de la conceptualización
general histórico-constitucional. Hintze coloca aquí junto al plan
teamiento, frecuentemente estéril, de la esencia, el más fecundo
de las funciones; supera la concepción estático-sustancial a través
de la dinámico-funcional.
El feudalismo es analizado y definido en su trinidad como fe
nómeno militar, político y económico-social. Se trata de las tres
funciones con las que se manifiesta el feudalismo: primeramente
en la segregación de un estamento guerrero profesional altamente
formado y ligado por lealtad al señor; segundo, en la formación
de una forma de economía señorial-campesina que garantiza una
vida sin trabajo y con suficientes ingresos a este estamento privi
legiado de guerreros; y tercero, en una posición local dominante
de esta nobleza guerrera con influencia decisiva en la comunidad
política supraordenada, que está predestinada para ello por una
estructura muy laxa. Tan sólo donde aparecen unidas estas tres
funciones habla Hintze de feudalismo como sistema de organiza
ción, pero no donde sólo se puede mostrar uno u otro de estos
factores o un esbozo de ellos.
Este tipo ideal firme es el punto de partida de la investigación
de las estaciones histórico-universales. En su periplo científico
comprueba Hintze que fuera del ámbito cultural romano-germáni
co sólo hubo feudalismo en los Estados islámicos, en Rusia y en
Japón, en tanto que en Egipto, en el antiguo Oriente y en el Im
perio romano, en la India o en China sólo hubo esbozos de un
feudalismo político o militar. Con ello se rechaza la tesis de un
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estadio general de tránsito del feudalismo y al tiempo se superan
los límites culturales europeos.
Hintze puso en evidencia cuán diferentemente ve la aplicación
de la comparación en la sociología y en la historia. Certeramente,
observa en otro lugar: «Toda tipificación es abstracción intuitiva
gráfica y se basa ya en un procedimiento comparativo. Pero preci
samente en éste adquiere validez una diferencia característica: se
puede comparar para encontrar algo general que subyace a lo com
parado; y se puede comparar para captar más nítidamente en su
individualidad a uno de los objetos comparados y para deslindarlo
de los demás. Lo primero hace el sociólogo, lo segundo es tarea
del historiador». La sociología busca lo general y quiere captar lo
sistemático del ser social; la historia busca lo especial y tiende a
la comprensión intelectiva de la tensión dinámica del devenir so
cial. Pero Hintze no sucumbió ciegamente al dogma de la indivi
dualidad del historicismo.
Los estudios sobre el feudalismo constituyen, por así decir, la
parte central de un tríptico sobre la formación representativo-esta-
mental del Estado en la historia occidental y universal, pues Hint
ze había escrito antes el gran trabajo sobre la tipología de las or
ganizaciones estamentales de Occidente. También aquí lo impulsó
el problema no resuelto de una consideración comparativa de las
organizaciones estamentales europeas y la necesidad de no moverse
siempre en el mismo lugar, sino de adelantar por fin, como decía.
Como en el artículo posterior sobre el feudalismo, da aquí, prime
ramente, una definición general de la esencia de la organización
estamenral, que es amplia y está superada. Hintze ve caracterizada
la organización estamental por el hecho «de que en una asociación
política de dominación, llámese reino o país, los “meliores et ma-
jores terrae”, es decir, los estratos económico-social y políticamen
te capaces y privilegiados de la población “representan” en una
organización corporativa la totalidad, el “país" o el “reino” frente
al señor; no constiruyen, pues, sólo una analogía, sino también
una grada previa de la moderna “representación popular” de las
organizaciones constitucionales, que en parte se desarrollaron en
relación inmediata con ella».
Dentro de este tipo general de los poderes locales privilegiados
de dominación diferenció Hintze dos tipos de grupos según su es-
tructura morfológica, pero al mismo también según su función po
lítica y su tendencia evolutiva. El primer tipo, cuyo representante
principal es Inglaterra, está caracterizado por el sistema bicameral de
la representación estamental provincial; el segundo, cuyo represen
tante principal es Francia', está caracterizado por el sistema tricurial.
Los dos tipos no solamente son histórica-geográficamente contiguos,
sino que se relacionan desde el punto de vista histórico-evolutivo. El
sistema bicameral se desarrolló hasta llegar al tricurial.
La conclusión de la totalidad la configura la tercera parte del
tríptico, el trabajo «Condiciones histórico-universales de la organi
zación representativa». Hintze parte de las construcciones de sus
contemporáneos, especialmente del sicólogo social Wilhelm Wundt
y del sociólogo Franz Oppenheimer, según las cuales el feudalismo y
el Estado estamental han sido etapas que regularmente han recorrido
todos los pueblos en el camino hacia la organización política moder
na, según las cuales por doquier en el mundo, a la época del Estado
feudal ha seguido la del Estado estamental y finalmente la época mo
derna constitucional del Estado representativo. El historiador funda-
menra con una comparación histórico-universal la singularidad del
Estado estamental occidental frente a la interpretación histórica par
cialmente sociológica. Desarrolla una grandiosa y coherente imagen
de todas las formas previas feudales y estamentales del Estado cons
titucional moderno y del parlamentarismo moderno; en aquél apare
ce la época del absolutismo solamente como excepción, como estado
de transición. La estrecha alianza de los carolingios con la Iglesia ro
mana constituyó un «punto de transición histórico-universal». Dos
factores, esto es, la realidad de la tensión permanente entre Impe-
rium y Sacerdocium y la teoría de la organización cristiana de la so
ciedad, constituyen el fértil terreno espiritual y material para las
constituciones estamentales del Occidente.
En el análisis crítico se presenta claramente el sistema estamen
tal representativo en sus diversos tipos: «Del derecho primitivo de
resistencia y de sus rudas medidas represivas se desarrollan por do
quier los métodos preventivos más finos de una colaboración esta
mental en la legislación, de una aprobación y administración fiscales
por los estamentos y sus órganos, de un sistema de quejas y peticio
nes contra los abusos de las autoridades reales». La organización re
presentativa que en fragmentos, continuaciones y modificaciones se
i
desarrolló a partir de estas organizaciones estamentales del Occiden
te cristiano, se transmitió luego a otros países y se extendió por toda
la tierra. No se puede, pues, hablar de una ley sociológica general.
Los dos últimos trabajos recogidos en este volumen están dedica
dos al segundo tema histórico-universal, el capitalismo. El primer
trabajo es uno de los famosos artículos-reseñas de Orto Hintze que
solía tomar como ocasión una de las grandes publicaciones recientes
de su tiempo, no solamente para interpretar críticamente el núcleo
intelectual y los contenidos materiales, sino para reflexionar sobre
ellos y llevarlos más adelante. Aquí se trata de la obra estándar de
Werner Sombart, en varios volúmenes, sobre £/ capitalismo moderno.
Sombart siguió conscientemente las huellas de Karl Marx, cuya so
bresaliente grandeza como teórico e historiador del capitalismo reco
noció y de quien asimiló sus provechosos puntos de vista y plantea
mientos. Tras un desarrollo de dos generaciones, Sombart quería
presentarse como continuación y en cierto modo culminación de la
obra cienrífica de Karl Marx. La forma de consideración de Sombart
establece una unión entre teoría y empirie, entre sistema e historia,
que Hintze corroboraba y aplicó a la historia polírico-social de la
constitución de su trilogía. Hintze saludó la orientación empírica de
Sombart, pero exigió una más fuerte iluminación del horizonte po
lítico-estatal.
Según Hintze, el capitalismo moderno «no es otra cosa que el as
pecto económico de la vida moderna de los Estados y de los pueblos.
Su teoría es la razón de la economía junto a la razón de Estado. Sus
épocas son al mismo tiempo épocas de la política estatal del poder.
Está ligado íntimamente con el sistema moderno de Estados y con su
política». Sombart también discutió la famosa tesis de Max Weber
según la cual el espíritu del capitalismo está determinado por las in
fluencias de una conducta vital religiosamente condicionada y metó
dica tal como fuera fundamentada en el «ascetismo intramundano»
de las sectas protestantes, sobre todo de los puritanos. Pero Sombart
estaba más cerca del Renacimiento que de la Reforma y conjuró por
ello el alma europea de aquel tiempo, el espíritu fáustico. Ariamente
replicó Hintze a esta deducción: en la economía, «el “espíritu” está
sentado en cierto modo sólo como cochero en el pescanre y dirige la
yunta de las energías de trabajo; pero en el fondo del coche está sen
tada la previsión material de la vida —en el caso del capitalimo es la
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codicia del empresario— y ésta decide hacia dónde ha de ir el viaje...
H1 "espíritu” juega en esta relación teleológica sólo un papel secun-
ilario como servidor de los intereses materiales».
Este ejemplo muestra la reflexión realista de todo el trabajo que
coloca a la técnica y a las posibilidades de organización del trabajo
inauguradas por ella precisamente más en el centro que al «espíri
tu», si bien Hintze incluyó seriamente factores socio-síquicos en el
ámbito de sus investigaciones. El artículo final demuestra cómo
Hintze captaba la totalidad de los fenómenos históricos, las interde
pendencias político-económicas. Hintze muestra el aspecto econó
mico del proceso moderno de formación de los Estados y descubre la
raíz común del Estado y del capitalismo modernos. Describe los es
trechos contactos y relaciones entre economía y política en las diver
sas épocas desde la Edad Media tardía hasta el presente, especial
mente las consecuencias de las revoluciones inglesa, norteamericana
y francesa para la formación de los mercados nacionales o la vincula
ción interna del imperialismo rivalizante de los Estados soberanos
con el capitalismo en la economía.
Cada uno de los cinco trabajos constituye una consideración con
clusa, elaborada y afinada de un fenómeno histórico-universal; a su
vez, todos juntos forman una unidad por las geniales intelecciones de
un gran historiador, y no en último término también por la aplica
ción consecuente del modo de trabajo ideal-típico, de un nuevo mé
todo histórico que en estos cinco trabajos sobre historia comparada
de la constitución y la economía se convierte reiteradamente en ob
jeto de investigación y de reflexión crítica. Hintze muestra cuán di
fícil es la formación de conceptos históricos por la vía de la abstrac
ción intuitiva, y cuán rápidamente se puede equivocar la construc
ción de tipos ideales, y lo hace con el ejemplo del tipo ideal «Estado
moderno». Rechaza como caricatura su descripción por Sombart;
Hintze esboza con rasgos breves y seguros una imagen plástica de la
vida europea estatal, que fuera complementada de una manera real
mente magistral en sus dos últimos trabajos para la Academia '.
11
y .
13
puesto de que el feudalismo es un estadio histórico-constitucional
evolutivo que todo Estado o todo pueblo tiene que habet experi
mentado, aun cuando se sepa poco o nada al respecto. Otros,
como G. von Below, tienden a reducir el feudalismo en general
al mundo romano-germánico y ponen en duda el provecho de una
consideración comparativa que trate de demostrarlo en alguna otra
parte. Cierto es que aquí es necesario andar con cuidado y tener
escrúpulo crítico. Pero con la limitación fundamental al Reino de
los Francos y a la Edad Media alemana no adelantamos un paso,
y quien quiera hacer historia constitucional general tiene que
plantearse la pregunta de si y con qué razones se puede justificar
la aplicación de la palabra «feudalismo» o «Estado feudal» a otros
pueblos y culturas. A esta pregunta ha de buscarse una respuesta
en las consideraciones siguientes.
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un principio típico de la formación de Estados y estamentos: eso
se aproxima más a lo que corrientemente se llama «feudalismo».
Creo cabal combinar las dos maneras de consideración, lo cual es
perfectamente posible porque no se contradicen entre sí sino más
bien se complementan.
Pero, al intento de una construcción ideal-típica del feudalis
mo romano-germánico, debo adelantar una breve discusión con la
interpretación de von Below, que ha iluminado el problema con
especial nitidez y laboriosidad, pero precisamente por eso provoca
contradicción en puntos importantes. Below interpreta el «feuda
lismo» —que él diferencia como concepto más amplio del más
esttecho de «vasallaje» propiamente dicho— como un suceso po
lítico-constitucional mediante el cual se le sustraen al Imperio
súbditos bajo la forma de la mediatización a través de autoridades
privadas. Esto es, en mi opinión, demasiado estrecho; por «feuda
lismo» se entiende, precisamente también, la función militar y la
económico-social; el feudalismo es justamente también un princi
pio de la organización de la guerra y de la organización social y
económica. Además, sólo es aplicable al Imperio Germánico. Y
el desarrollo constitucional alemán resulta en el fondo incompren
sible si, con Below, se parte del presupuesto de que el Reino de
los Francos y el Imperio Germánico ya eran originariamente un
Estado real en el sentido de una asociación estatal-burguesa de
súbditos con carácter institucional y personalidad jurídica. Un Es
tado que es dividido como el Reino de los Francos, que hace ce
siones de prerrogativas de soberano como el Imperio Germánico
medieval no puede ser concebido en modo alguno como una «ins
titución» con personalidad jurídica. Tiene de antemano un rasgo
patrimonial, aunque von Below rechace enérgicamente esta desig
nación. No fue primeramente la degeneración feudalista la que
desnaturalizó el Imperio, sino al contrario: todo el desarrollo feu
dal resulta comprensible tan sólo bajo el presupuesto de que este
Imperio no era precisamente un Estado en el sentido indicado,
sino algo esencialmente distinto.
Creo que se puede caracterizar la naturaleza del Reino de los
Francos y del Imperio Germánico que desciende de él, y que no
es todavía feudalismo pero que tiene la condición previa para su
surgimiento, con los tres puntos de vista siguientes, que ya en-
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cuentro indicados en la Admonitio ad omnes regni ordines (823-825) ^
de Ludovico Pío:
1. Por un rasgo particularista que ya parece un presenti
miento de la futura organización regio-estamental. Aquél no con
siste en una descentralización planificada, sino más bien en una
integración incompleta de los diversos elementos del Imperio en
una totalidad estatal, adquiriendo peso aquí también los residuos
de la vieja organización tribal con su espíritu particularista-federa
lista. Este rasgo particularista influye activamente ante todo en
una especie de división del poder estatal entre el rey y las autori
dades particulares, que es extraña al Estado moderno, pero que es
significativa para el Estado feudal: esto es, en una división, no
según las funciones del poder estatal (como en el Estado moder
no), sino según su objeto, según la región y la gente, de modo
que los elementos del Reino con sus autoridades a la cabeza no
constituyen un Estado unitario centralizado, sino más bien un Es
tado compuesto, y casi cabría decir: una simple unión personal
bajo el rey, cuya «persona» sola mantiene unida la totalidad.
2. El segundo rasgo significativo consiste en la prioridad del
elemento personal frente al institucional en el ejercicio del domi
nio. Subyace a ello la concepción germánica del dominio como
derecho personal del señor como miembro de una estirpe dotada
hereditariamente de carisma. Max Weber"* ha intentado explicar
el feudalismo en general como el resultado de la cotidianización
del tipo de dominador llamado por él carismático; considero que
éste es un punto de vista fecundo que ciertamente debe ser com
plementado por otros, de los cuales se hablará enseguida. Veo el
feudalismo, ante todo, como un sistema de medios personales de
dominación que se ofrece para el gobierno de un Reino grande en
una época de economía predominantemente natural y de tráfico
poco desarrollado, que carece de instituciones racionales. Bajo es
tas circunstancias, el rey ejerce su dominio personal de manera
más eficaz en unión con su posición de poder doméstico y seño
rial. Eso conduce a la materialización del dominio, en vez de su
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objetivización como en el Estado moderno. Pero la materialización
significa el Estado patrimonial tradicional, en tanto que la objeti
vización significa el Estado institucional racional. El funciona
miento del uno es extensivo, en tanto que el del otro se configura
constantemente de manera más intensa y tiende con ello a la racio
nalidad. Aquí se encuentra la explicación de aquella peculiar divi
sión del poder del Estado según el objeto, según las partes regni,
en vez de según las funciones: lo uno está concebido patrimonial
y tradicionalistamente, lo otro racional e institucionalmente. Con
ello se relaciona también la falta de una diferencia nítida entre
derecho privado y público.
3. El tercer rasgo significativo es el jerárquico que se basa
en la estrecha relación entre Estado e Iglesia sin que se trazaran
límites completamente firmes entre el poder espiritual eclesiástico
y el secular. Pues desde los triunfos de la reforma cluniacense, el
Estado se integra en el sistema/de la Iglesia; su orden está domi
nado por la noción de que todó poder de dominación proviene de
Dios y que se ha transmitido a sus portadores y poseedores a modo
de préstamo y en diversas gradas. Es lo contrario de la idea del
Estado soberano que reposa en el principio de que el poder del
Estado parte o bien del dominador o del pueblo, que domina ex
clusivamente en el interior y que hacia fuera es independiente.
Este rasgo jerárquico culmina en la teoría del supremo dominio
papal sobre toda la cristiandad.
Todos estos rasgos se explican a partir de la síntesis cultural
romano-germánica sobre la que se basa el Reino de los Francos.
Lo que es institucional en este Estado es principalmente de prove
niencia romana; germánico es ante todo el carácter personal de la
dominación política y de los medios de dominación. Y justamente
este carácter personal de la dominación y de los medios de domi
nación es lo que condujo, bajo las condiciones dadas, al feudalis
mo. Esto lo podemos aclarar con un ejemplo, es decir, la historia
de la organización condal de los francos bajo los puntos de vista
í aludidos.
Toda la construcción de la organización administrativa del
Reino de los Francos se apoya en el modelo del Imperio romano
y de la Iglesia romana influida por él. Los condes reciben inicial
mente un nombramiento escrito según formularios romanos que
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conocemos por Marculf y Casiodoro. Pero con ello no se podía
transmitir el espíritu de la administración antigua. Lo que vive y
opera en estas formas es primeramente el espíritu de un mensaje
carismático. Esto lo demuestra el carácter inicialmente comisario
de la función condal, cuyo portador y propietario está completa
mente ad nutum regis. (El mensaje carismático es por doquier la
raÍ2 más profunda del comisorium.) Con la cotidianización del
tipo carismático de dominación comienza en los condes la aspira
ción al aseguramiento personal de su posición; persiguen y logran
la transferencia vitalicia de la función y el cargo, la garantía frente
a la deposición arbitraria, y aquí y allí hasta su carácter heredita
rio. En el curso del tiempo, bajo los merovingios, esto condujo a
una depravación tal que los carolingios no supieron socorrerse de
otra manera que incluyendo un lazo personal y concediendo los
cargos condales por regla general sólo a aquellas personas que se
habían convertido en sus vasallos. Con ello, el cargo se convirtió
en vasallaje, y se entró en la vía que más tarde conduciría a los
principados regionales.
Este ejemplo muestra cómo en los cargos de los francos la tra
dición de la organización antigua institucional se unió con impul
sos personales que provenían de la esfera del Estado tribal germá
nico y de su jefatura y muestra además que el vasallaje era un
medio personal de dominio para mantener eficazmente una insti
tución que provenía propiamente del espíritu del Estado burocrá
tico romano.
El feudalismo romano-germánico puede y debe ser considerado
tanto desde el punto de vista del Imperio romano como del de la
organización tribal germánica. Desde el primer punto de vista,
aparece como una continuación del proceso de disolución, iniciado
desde el si^lo III, de la organización estatal y militar, de la recaí
da en la economía natural con dominio señorial y colonato, de la
penetración de mercenarios extranjeros y de tropas privadas en
manos de grandes terratenientes. Desde el otro punto de vista,
aparece como un estadio intermedio en el tránsito de jóvenes y
rudas tribus guerreras con una organización tribal laxa y de paren
tesco a un orden social y estatal más firme, tal como suele presen
tarse con cierta regularidad en una plena y definitiva sedentarie-
dad.
18
L
Este estadio intermedio está caracterizado por tres modifica-
( iones típicas, que transforman la organización bélica, la organiza-
( ión económica y social y la organización estatal. Coloco estos tres
factores en lugar de la diferencia que hace von Below entre vasa
llaje y feudalismo. Considerémoslos brevemente.
1. El viejo sistema de reclutamiento de los francos es despla
zado por un nuevo estamento bélico profesional de combatientes
individuales a caballo y altamente entrenados, ral como correspon
día a la necesidad de la conducción de la guerra y del manejo de
la espada, concretamente desde la aparición de los sarracenos. Este
cuerpo guerrero se basa en un contrato privado típico, cuyos ele
mentos necesariamente interconectados son una relación jurídica
personal y material: el vasallaje y el beneficium.
El vasallaje es una transformación del antiguo séquito libre
germano bajo la influencia de las relaciones galas de servicio no
libre de los vassi y de la soldadesca privada galo-germana; es prac
ticada desde el siglo VIII como aristocrática relación de servicio
bélica, basada en el principio de lealtad mutua y que garantiza al
hombre, además de la protección por el señor, la manutención
adecuada al estamento, sea como inquilino en su corre o casa, sea
como usufructuario de una finca de feudo prestada por aquél. Esta
tierra de feudo, en la que no existe una plena propiedad del vasa
llo, se llama beneficium, o en la lengua popular feudum, que se
remite a la forma franca *féhu-6d y que significa propiedad de
ganado^. Al propietario le corresponde solamente la propiedad del
ganado criado en él, pero no el terreno o fundo mismo. Toda la
institución ha recibido su nombre de esta relación material de
préstamo (en alemán «Lehn», de donde deriva «Lehnwesen» o va
sallaje. N. d. T.) de terreno aunque se trata sólo de una caracte
rística exterior y no constituye en modo alguno la idea fundamen
tal del proceso social de que ahí se trata. Pero este nombre nos
permite entender las relaciones histórico-sociales de las que surgió
el vasallaje. Remite a una época en la que el usufructo principal
de un fundo todavía consistía en la ganadería, no al mismo tiem-
19
po en la agricultura. Es, pues, más antiguo que el alodio, que
constituye su contraposición conceptual, esto es, la plena propie
dad privada que subyace a la economía agraria propiamente cam
pesina y a la constitución de los mansos (pequeñas fincas) de las
villas de la marca. Se remite pues a la época de la propiedad de
la gran familia ya en disolución y lo mismo que el precarium ro
mano debió servir de modelo para el beneficium.
En el Reino de los Erancos, el rey no sólo tenía vasallos origi
nariamente, sino también muchos grandes señores en el país. El
mantenimiento de tales guerreros profesionales era pues objeto de
una empresa privada, y el ordenamiento estatal del feudo desde
Carlos Martel fue, en cierto sentido, un ensayo de estatizar estas
empresas militares privadas. En esta organización militar fueron
siempre indispensables los empresarios intermedios: de ahí la sub
enfeudación y toda la jerarquía feudal. Pero el vasallaje fue, ante
todo, una ordenación nueva de toda la organización bélica que,
teniendo en cuenta la amplia extensión del Reino, la economía
natural dominante y el estado de los caminos y de los medios de
comunicación, se había convertido en una necesidad política ur
gente en vista del peligro de los sarracenos.
La institución del vasallaje remite a esta época de la disolución
de la parentela como asociación protectora: el vasallo renuncia de
hecho a la protección de su parentela en cuanto se incluye en el
inquilinato de un señor: la función de la parentela se encuentra
en estado de desaparición, el dominio de la casa en crecimiento.
Considerada jurídicamente, esta relación de vasallaje es un contra
to, pero un contrato de género propio, esto es, un contrato que
fundamenta un nuevo status, un contrato de ‘status. Para el vasa
llaje franco y para todo el romano-germánico es importante que
este status no rebaja el de un hombre libre, sino que más bien lo
eleva. Igualmente, la relación —que se presenta en Alemania—
de la servidumbre doméstica ministerial (de los servidores de la
casa) que tiene su correspondencia francesa en el homagium li-
gium conduce, en virtud de la validez social que tiene el esta-
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meneo caballeresco, a un ascenso de los servidores originariamente
no libres al mismo rango de los vasallos nobles libres. La profesión
caballeresca y la actitud vital caballeresca fundamentan desde en
tonces el rango social, y ya no meramente el nacimiento libre o
no libre.
2. Con el caballero se presenta propiamente también el cam
pesino, precisamente el campesino germano libre, como contrapo
sición al colono romano. El campesino, que ya no es el simple
ganadero, sino que tiene que cultivar y cuidar su campo, crece
conjuntamente y de modo íntimo con su terruño; es indispensable
en su campo y por ello resulta económicamente inutilizable para
el servicio bélico regular; pierde el hábito —con pocas excepcio
nes— del manejo de las armas; se hace antibélico y requiere pro
tección, muy especialmente en tiempos inquietos. Con la desapa
rición de la organización de la parentela, que en casos de necesi-
tlad y alarma ofrecía a sus miembros protección, apoyo, reparación
de injusticias, garantía o fianza frente al poder público a cambio
de una buena conducta y cumplimiento de los deberes públicos,
surge por una parte la necesidad de una nueva asociación comuni
taria y, por otra, la necesidad de protección por parte de un señor
poderoso. La comunidad de la villa no satisfacía la necesidad de
protección. Muchos campesinos libres se acogían por el acto de la
encomienda a la protección y a la sujeción de un señor poderoso,
a quien encomiendan su propiedad y que entonces se convierte en
su señor territorial. Con frecuencia fueron obligados a hacerlo en
alguna situación de necesidad. Tales señores protectores fueron
ante todo las fundaciones y conventos eclesiásticos, pero también
señores laicos, concretamente los que poseían poder oficial. De tal
modo, el campesino se convierte en un inquilino territorial con
protección, y su estatus se aproxima al del colono romano. Con
21
p
s
f r is éste se funde finalmente en la censaría (de census) en sus innume
rables gradaciones y matices. No nos interesan aquí tales detalles.
□ ISU B A IN n
Lo principal es que se realiza una drástica diferenciación de profe
siones y estamentos entre un estamento caballeresco bélico privile
giado y el estamento campesino que ha llegado a ser más o menos
dependiente; el caballero es un señor territorial y los campesinos
en su mayoría, son súbditos o bien de un caballero o de una fun
dación eclesial.
El señorío territorial fue siempre la base económica de los es
tamentos privilegiados. El caballero no podía vivir y trabajar
como campesino; su feudum era un pequeño señorío territorial de
por lo menos 4 a 6 hectáreas en las que trabajaba gente depen
23
II.
Il
no-germánicos y de las diversas épocas tan diverso que apenas es
posible encontrar una expresión común para su peculiaridad y para
su diferencia del Estado moderno. Encontramos más nítidamente
perfilado el tipo ideal allí donde, como en Alemania y preferente
mente en Francia, los cargos se han convertido en feudos. A llí se
extiende esa disminución de los súbditos en la que von Below ve
la esencia propiamente tal del feudalismo. Pero más importante
aún es el aspecto positivo del suceso que se puede designar como
la inclinación a una nueva formación del Estado sobre báse redu
cida y con más intenso funcionamiento. En Alemania esto condujo
a la llamada «Kleinstaaterei» (gran cantidad de pequeños Estados)
y finalmente al federalismo en forma; en Francia a un regionalis
l»'l mo de terruño que durante la Revolución Francesa fue denunciado
Vo
falsamente como «federalismo»; en Inglaterra se puede hablar —
lo que en otra parte sería falso en vista del rígido centralismo nor
mando— de descentralización. Por lo demás, se trata entonces de
una integración imperfecta de las partes apoyadas en privilegios
<ini personales o corporativos en una unidad estatal que todavía no se
Mal basa en un derecho ciudadano general e igual. Para esta estructura
jirii flexible de la asociación estatal, que constituye más un lazo exter
la ( no que una fusión interna de las partes, no hay una designación
a i'.s más certera que justamente la de «feudalismo político». Su carac
terística esencial es la repartición del poder del Estado entre cabe
za y miembros según el objeto, es decir, según gente y región, y
no en primera línea una separación según las funciones. Dicha re
partición está ligada frecuentemente a una organización estamen
tal que puede limitar o apoyar a un gobierno monárquico. En In
glaterra existe un absolutismo feudal en la época anterior a la
Magna Charra y un parlamentarismo feudal en el «Lancastriam
experiment» del siglo XV. El interés dinástico de la casa domina
completamente en el feudalismo político; el «poder de la casa» o
el «dominio» se concibe como el fundamento propio de la admi
nistración del Estado. El personal con el que se ejecuta la adminis
tración del Estado consiste junto a personas del estamento eclesiás
tico que juegan concretamente un gran papel en la «cancillería»,
preferentemente miembros de la nobleza caballeresca; esta clase
feudal es la que gobierna el Estado, junto con el clero. El feuda
lismo político puede considerarse tanto como preparación del ab-
24
HO
.'ilutismo militar como del parlamentarismo de una aristocracia
Ierrateniente.
Estos son, pues, los tres factores que producen como efecto
total el feudalismo. También podríamos decir: las tres funciones
■•n las que opera y se realiza el feudalismo: 1. la militar: separa-
■lón de un estamento bélico altamente formado, profesional y li
tado por lealtad al señor, estamento que descansa en un contrato
|)tivado y que tiene una posición privilegiada; 2. la económico-so-
' ial: elaboración de una forma de economía señorial-campesina,
<iue garantiza ingresos sin trabajar a este estamento bélico privile-
:;iado; 3. situación dominadora local de esta nobleza guerrera e
influencia decisiva o también deslinde dominador en una asocia-
■ión estatal, que está predispuesta para ello por una estructura
muy flexible, por el predominio de los medios personales de do
minio sobre los institucionales, por inclinación al patrimonialismo
y por una muy estrecha relación con la jerarquía eclesiástica.
Cuando contemplamos panorámicamente la historia de los
|->ueblos romano-germánicos, percibimos entonces un desarrollo
tlel feudalismo en tres fases, cada una de las cuales se caracteriza
¡lor el predominio de uno de estos factores: primero, una época
del feudalismo temprano en el que predomina el factor militar; se
extiende hasta finales del siglo XII; segundo, una época del alto
feudalismo en el que la nobleza guerrera aumenta su influencia
política hasta un punto culminante, sea en forma de un deslinde
particularista dentro de asociación estatal flexible y en una afirma
ción del dominio propio de carácter principesco, como en Alema
nia, sea en forma de una congregación estamental-corporativa den
tro de una asociación estatal más firme frente al poder de la coro
na, como en Inglaterra; se extiende aproximadamente hasta los si
glos XVI o XVII; tercero, una época del feudalismo tardío, en la
que el interés preferente de la nobleza se concentra en la conserva
ción y aprovechamiento de su posición social-económica como se
ñor territorial o hacendado; se extiende hasta la época de la Revo
lución Francesa y hasta la disolución de la antigua organización
agraria en general, en el siglo XIX. La función militar del feuda
lismo desapareció primeramente con la aparición de los ejércitos
regulares y de los ejércitos permanentes, en cuyo cuerpo de oficia
les sigue operando largamente; luego la función política, diversa
25
p
a
V TÍ mente penetrada por los estamentos en la época del absolutismo
y del parlamentarismo; finalmente la función económico-social
oIsuíaí
que se afirmó más tenazmente, hasta que tuvo que ceder al prin
cipio de la igualdad jurídica ciudadana y del capitalismo.
II
26
(os; pero en la Antigüedad falta completamente la unión peculiar
de vasallaje y beneficium que dio a la relación de vasallaje en
I ranconía, gracias al deber de lealtad personal, su fuerza propia
mente moral, y ante todo, faltó a la Antigüedad el efecto enérgico
lormador de estamentos y ennoblecedor de la relación de vasallaje
franca. Y así es dudoso que esté justificado hablar aquí siquiera
de feudalismo militar.
La institución del señorío territorial con su poder de autoridad
oficial más o menos extendido del señor territorial sobre sus arren
datarios no está documentada solamente en Egipto, sino también
en muchos lugares de Oriente y Occidente, sobre todo en la India.
I’ero aquí nos impide hablar propiamente de feudalismo la insti
tución fundamental de las castas. Las castas reemplazan, en cierto
modo vicariantemente, al feudalismo como una forma especial de
la organización social que deja muy poco margen para los esbozos
o intentos feudalistas.
El Reino de Candragupta de Magadha y de su nieto, el empe
rador Azoca fue, como todos los grandes reinos, un Estado com
puesto formado por algunos «reinos» mayores y muchos pequeños
en los que pronto volvió a descomponerse. Pero por eso no se pue
de calificar como Estado feudal. Un escrito didáctico referente a
este Reino que ha sido conservado bajo el título Arthasdstra (Teo
ría de lo útil) y del nombre de Kautylya, ministro de Candragup
ta y del que Alfred Hildebrant hizo un análisis detallado^, no
muestra en sus siete acápites (el rey - el ministro - la ciudad - el
campo - el tesoro del Estado - el ejército - el aliado) huella alguna
de organización feudal, y sería preciso querer encontrar una huella
tal en la indicación de la significación militar de los «gana» dis
persos en el país, una designación que Hildebrant no sabe inter
pretar, pero de la que se permite conjeturar que tal vez se refiere
a asentamientos semejantes de tribus turcas inmigradas, como fue
ron las que desde el siglo V después de Cristo provocaron largas
luchas hasta que, finalmente, desde el siglo IX el pueblo turcoma-
27
no de los Rajputen emprendió un asentamiento en gran escala en
la India, en cuanto que clanes enteros de guerreros bajo la direc
ción rigurosa de un cacique erigieron colonias militares y convir
tieron a la población campesina que encontraron en siervos obliga
dos a pagar tributos —concretamente en la región llamada por
eso Rajputana— adquiriendo en el decurso del tiempo el lengua
je, la religión y las costumbres de los indios y constituyéndose
como una casta especial.
Muchos escritores^ caracterizan a esto como feudalismo, pero
no merece esa designación en mi opinión porque no significa nin
guna ruptura con las castas y porque se mantuvo como fenómeno
local que no abarcó y modificó la totalidad de la civilización hin
dú.
Más bien, cabría hablar de instituciones feudales en el Reino
islámico granmongol, fundado en el siglo XVI por el sultán Babar
y que experimentó en el siglo XVII bajo el famoso emperador Ak-
bar, un «déspota ilustrado» del Oriente, un alto florecimiento
cultural. Aquí se repite el fenómeno frecuentemente observado de
que para la dominación de un gran reino con funcionamiento
ri( completamente extensivo se aplican medios auxiliates de una civi
Mi lización no desarrollada, para lo cual importantes funciones del
pn poder público se confían, a través de la empresa privada, a eficaces
hi señores territoriales locales que persiguen naturaíntente en primera
:i I
línea su interés particular. A éstas pertenecían las instituciones
del jagirdar, masabdar y zemindar, las primeras de las cuales te
nían que ocuparse de la posición de los guerreros formados para
la caballería, y las últimas, en tanto arrendatarias fiscales, eran
responsables del ingreso de ciertas sumas de impuestos, lo cual
conducía a una fuerte carga de los campesinos pecheros (hasta el
60% de la cosecha) y a una especie de posición de señorío territo
rial de los arrendatarios fiscales, en lo cual fue probablemente de
cisivo el modelo de los Estados islámicos. Estos eran elementos de
un feudalismo que, sin embatgo, nunca confluyeron en un sistema
como en el Occidente cristiano o en Turquía. No pueden colocar-
28
H<
■' <n una grada con el feudalismo de los francos. En importancia
I I I tica se mantuvieron limitados a la esfera del mero feudalismo
> 'mómico.
En la antigua China de la dinastía Tschou, esto significa que
l'i (|ue se suele designar como feudalismo sólo es principalmente
(1 Ilarticularismo de las partes singulares del imperio que se con-
iirutan en Estados casi independientes y frecuentemente combaten
I ni If sí, hasta que el gran violento Tsin Shi Huang Ti en el siglo
III antes de nuestra era los obligó provisioriamente a formar un
I l ado unitario centralista, una centralización anticipada que, sin
I oibargo, no se pudo mantener, de modo que bajo la dinastía Han
in v ie ro n que hacerse de nuevo concesiones al particularismo. Las
>i.mdes concesiones de tierras del fundador de la dinastía Tschou,
\Vu Wang, en el siglo XI, que O. Eranke ha tratado detallada
mente, se presentan como una concesión de ducados o margravia-
iir. a los ocho hermanos del emperador, lo mismo que a meritorios
giirtreros y hombres de Estado. Esta concesión tenía como finali-
.1.1. i tanto el interés del Estado, esto es, la defensa de las fronteras,
. .. no la provisión adecuada al estamento de los beneficiarios con
.. .11iideración del servicio a los antepasados. Aquí es especialmen-
I. importante la demostración de que no se trata en modo alguno
■ti una relación contractual, sino de un encargo o misión política
.1. 1dominador carismático y, al mismo tiempo, de un acto de gra-
. la dictado por consideraciones de piedad. Eso puede llamarse feu-
.l.ilismo político, pero no es feudalismo en el pleno sentido del
mundo romano-germánico. Para ello falta, ante todo, la creación
.1. una nobleza guerrera fundada en un contrato de servicio y leal-
ui|, que no conocemos nunca en China. La administración de los
mandarines es lo contrario de la administración feudal del Occi-
l.-nte, fundada en la guerra. Tampoco el señorío territorial con
.1 i vidumbre de la población campesina juega aquí el papel que
í o'iie en el feudalismo occidental: a diferencia de otros países
I“ntales, en China se mantuvo en general el pequeño campesina-
. i libre. En cambio, hay que destacar que aquí, en el feudalismo
29
político, el nimbo sacral del emperador como hijo del sol y el
sistema doctrinario de Confucio tienen una significación semejante
a la de la Iglesia Católica Romana en Francia. También aquí, el
sistema político está anclado en nociones de una cosmovisión.
Algo semejante ocurre, por lo demás, en el antiguo Egipto, en
donde al giro al feudalismo político le antecedió la asunción de
la religión de Re, que trajo consigo frente a la posición anterior
del faraón una dependencia acentuada del señor frente al Dios y
también ciertamente a sus sacerdotes.
Todos estos son sólo esbozos o fragmentos de un feudalismo
como el de los francos. Feudalismo en sentido pleno como siste
ma, si bien con fuertes divergencias y particularidades, encuentro
solamente en otros tres lugares en el mundo: en Rusia, en los Es
tados islámicos y en el Japón. La institución de la pomestie en
Rusia, del iktaa en el Imperio osmánico y árabe, del samurai con
su bushido en el Japón puede equipararse muy bien a la relación
de vasallaje de los francos; el señorío territorial con campesinos
siervos es también aquí el fundamento económico de una nobleza
guerrera que vive de rentas sin trabajar; la estructura de la asocia
ción estatal muestra en todas partes, pese a una considerable dife
rencia, ciertos rasgos característicos del feudalismo. Y curiosa
mente, un significativo entrecruzamiento cultural histórico uni
versal semejante al del mundo romano-germánico constituye aquí
el horizonte del feudalismo: en Rusia el entrecruzamiento entre la
esclavitud oriental por una parte y el Imperio Romano de Oriente
y la Iglesia griega-católica, por otra; en los Estados del Islam, una
adecuación a la civilización bizantina y sasánida; en el Japón, la
recepción de la idea china del Estado y del confucianismo.
Este peculiar paralelismo nos da ocasión de examinar más de
talladamente y de ser posible, con el fin de la comparación, de
buscar para ellas un denominador común, las condiciones históri
cas a las que está ligada la génesis del feudalismo de los francos.
El resultado es el siguiente:
El feudalismo no es la creación de un desarrollo nacional in
manente, sino una constelación histórico-universal tal como sólo
ocurre en grandes ámbitos culturales. Debemos abandonar el pre
juicio, de moda, según el cual es un estadio general de tránsito
por el que todo pueblo ha tenido que pasar. La cosa no es tan
30
fIriKilla. Más bien vemos en el ejemplo del Reino de los Francos
:-l mundo romano-germánico, que en la génesis del feudalismo
penaron dos diversos factores que tenemos que mantener separa-
idos: por una parte, un proceso que retorna frecuentemente en la
jhisroria con una cierta regularidad y que podemos llamar socioló-
IfKo, esto es, el tránsito de una organización tribal flexible y de
Iparentela a un ordenamiento más firme del Estado y de la socie-
Idud, tal como suele ocurrir con la plena y definitiva sedentariedad;
Jy por otra parte, una constelación histórico-universal —en el caso
Idrl Reino de los Erancos fue el contacto con la cultura moribunda
ly la civilización del Imperio Romano— que distrae a este proceso
de su matcha natural, regular, y le da la dirección esencial hacia
un imperialismo súbito, es decir, que se inicia sin mediación, que
lolsrevuela muchas etapas y que se propone nada menos que some
ter y gobernar con un esfuerzo heroico de tribus guerreras bastas
y juveniles, este poderoso imperio mundial o, al menos, su mirad
(xcidental. Aquí se presentan dos grandes dificultades; una obje
tiva: la dificultad de organizar políticamente un espacio tan gran
de con los medios de una civilización no desarrollada, con una
predominante economía natural, con caminos y medios de comu
nicación deficientes, y careciendo de organizaciones institucionales
racionales como un ejército permanente, un cuerpo de funciona
rios, sistema monetario fiscal; y otra subjetiva: la dificultad de
acomodarse intelectual y espiritualmente a las tareas universales
de la cultura y de la civilización romanas, tareas que se imponen
de por sí con la aceptación de la religión católica romana. Uno
de los resultados de esta fusión cultural romano-germánica fue
precisamente el feudalismo: emergió de la aplicación de los me
dios personales de dominación que tuvieron que sustituir la caren-
<ia de instituciones materiales.
De modo semejante ocurrió también en los casos del feudalis
mo ruso, turco y japonés. También aquí contemplamos por do-
quier la cooperación de los dos factores: del tribal-estatal nacional
y del histórico-universal imperialista. También aquí encontramos
por doquier tribus que desean organizarse en Estados. Pero este
proceso de formación se ve perturbado y desviado por una conste
lación histórico-universal que lo impulsa a la vía de un imperialis
mo apresurado, sin mediación. El resultado es el feudalismo.
31
Mi tesis es pues ésta; Feudalismo en pleno sentido se establece
por regla general sólo cuando el desarrollo normal directo de tribu
a Estado es desviado por una constelación histórico-universal que
conduce a un imperialismo apresurado.
El proceso normal del tránsito directo de la organización tribal
a la organización estatal se observa diversamente en la historia,
sin que emerja allí lo que llamamos feudalismo en sentido pleno.
El ejemplo más importante es la formación antigua de los Estados,
especialmente la griega y romana. U. v. Wilamowitz ha mostrado
con claridad iluminadora que la esencia propia de la formación
helénica de los Estados no consiste en la forma urbana de coloni
zación, ni tampoco en el carácter insular o costero, sino sencilla
mente en que aquí una tribu se convirtió inmediatamente en Es
tado —podemos agregar: sin el rodeo de un imperio o gran reino
despótico que en nuestro mundo romano-germánico produjo el
feudalismo como fenómeno concomitante—. Cierto es que sabe
mos muy poco sobre la antigua historia constitucional antes del
nacimiento de la polis griega y de la república romana para poder
excluir simplemente en esta época temprana intentos feudalistas.
Aquí no se ha suprimido sencillamente la articulación gentilicia
de la organización tribal, sino que se han fundido junto con las
filas y las fratrías —a las que corresponden las tribus y curias ro
manas— en la asociación de ciudadanos. Eso es antiguo, pero no
es feudalismo. Más bien cabría designar con este nombre el patro
nato y la clientela y las huellas de una nobleza guerrera señorial
territorial; pero eso sólo son esbozos de feudalismo que no detu
vieron el desarrollo lineal directo a la polis o respublica, es decir,
a una formación del Estado que se basa en una materialización
racional e institucional del dominio, no en la reificación (cosifica-
ción o conversión en deberes de servicio) del Estado patrimonial.
Este género, por así decir, normal de la formación de Estados
—tránsito directo de tribu a Estado— la encontramos también en
el mundo europeo moderno fuera de los límites del antiguo Reino
carolingio como rasgo fundamental del desarrollo, más o tuenos
11. Staat und Geselhchaft der Griechen (Die K ultur der Gegenwart
19 10), pág. 26 ss. (2.‘ ed.).
32
,uámente perfilado, si bien comprensiblemente la influencia ve
na, actuó aquí y allí estimulando y con ello perturbando, como,
¡ II ejemplo, en los anglosajones y polacos. Aún se ha tenido de-
liado poco en cuenta que el feudalismo en sentido pleno —to-
.....:1o rigurosamente— se lim ita propiamente a los Estados suce-
■ii'S del Reino carolingio, es decir, principalmente a Francia y a
A ímania, con partes de Italia y España; y que empero en torno
I <:;te núcleo romano-germánico se extiende una zona de Estados
|i i ' no tienen propiamente una organización feudal en sentido his-
I 'rico-jurídico porque se mantuvieron más o menos intactos e in-
I K.ados por el movimiento imperialista histórico-universal que so
lí cogió a Francia. El caso de Inglaterra es algo especial, y sobre
' ' volveré inmediatamente. Pero los Estados nórdicos, lo mismo
|M!' Polonia y muy especialmente Hungría, no tuvieron —pese a
n uchas uniformidades sociológicas —, desde el punto de vista his-
I -ico-constitucional, ninguna estructura feudal, sino más bien la
Mituraleza de Estados tribales. La nobleza guerrera que encontra-
nios aquí no es de origen feudal; en Polonia, la szlachta se relacio-
n , directamente con las viejas asociaciones de linaje. El servicio
. errero de la nobleza se basa aquí en el fondo en un deber públi-
I no en un contrato privado. Las posesiones nobles son funda-
1ii'ntalmente alodiales; en el norte germano están liberadas expre-
imente de las cargas públicas porque sus dueños prestan servicio
‘ caballería; en Hungría y Polonia eso resulta evidente. En los
1 alises del norte germano, los campesinos son, por lo general, li-
I -s, en Polonia y Hungría están bajo la línea de la servidumbre
I udal. Las antiguas asociaciones regionales y populares de la orga-
¡ación tribal con su espíritu cooperativo según el tipo de los
ntones germanos se mantuvieron aquí —a diferencia de Francia
\lemania— como fundamentos de la vida pública; ellos confie-
•n al Estado un rasgo federativo y constituyen un contrapeso al
iKider monárquico. Aquí nunca se habla de una disolución y patri-
lonialización de los distritos administrativos fundados casi siem-
re en estas asociaciones, como en los condados francos. Lo que
1 Suecia se llama todavía «lán» no es otra cosa que un tal distrito
•Iministrativo con pertenencia originariamente de economía natu-
il, pero pese al nombre proveniente de allí (lán=Lehn ale-
iián=feudo) nunca fue feudalizado ni se hizo hereditario. No se
33
puede negar que, sin embargo, se encuentran muchos ecos de ins
tituciones feudales en estos Estados tribales, y en parte ello se ex
plica por la asimilación a los Estados feudales más altamente cul
tivados del continente. En Hungría, la dinastía de Anjou proce
dente de Nápoles logró con la ley de ascendencia de 1351 y la
constitución correspondiente a ello de la bandería, una cierta
aproximación al feudalismo, pero no pudu cambiar el carácter fun
damentalmente tribal del Estado. A la república noble de Polonia
se la puede llamar feudal solamente si no se teme la «contraditio
in adjecto» de que aquí se trata de un feudalismo alodial sin feudo
y sin una huella de deber de lealtad propio del vasallaje. La estruc
tura de Polonia es estamental-aristocrática, a base de privilegios
para la nobleza y la Iglesia, pero no es feudal. Los conceptos «es
tamental» y «feudal» se relacionan solamente en el mundo roma
no-germánico, pero no por doquier y no en sí necesariamente de
modo recíproco.
Sobre Inglaterra hay que decir algunas palabras. Tan sólo por
la conquista normanda fue inundada con el feudalismo franco, y
estas aguas no penetraron muy profundamente y pronto decrecie
ron. Ya en el siglo XII se disuelve la organización feudal bélica;
en los siglos siguientes se moderniza la organización económica
feudal mediante la introducción de la relaciones de arriendo; desde
el siglo XIV, la organización estamental-parlamentaria sustituye
a la feudal.
Esta rápida superación del estadio feudal no se explica sola
mente pot la fuerza del poder monárquico y por el temprano de
sarrollo de la economía monetaria, sino ante todo por el hecho
fundamental de que el país fue básicamente un Estado tribal y no
tuvo que padecer la enfermedad infantil imperialista de los Esta
dos continentales.
La formación de los Estados anglosajones se llevó a cabo por
cierto sobre terreno romanizado —desde luego muy superficial
mente— pero fue desde el comienzo completamente distinta a la
de los francos. Aquí no se habló de la fundación de un gran Reino
como allí. Aquí surgió más bien una gran cantidad de Estados
regionales que tan sólo paulatinamente se reunieron en una forma
ción estatal más grande. La discrepancia entre la tarea y la capaci
dad de rendimiento no fue aquí, por lejos, tan grande, y en el
34
trabajo mismo crecieron las fuerzas. Cierto es que aquí no se pudo
prescindir totalmente de los medios feudales de dominación, pero
no operaron en grandes dimensiones y no se reunieron en un sis
tema real de gobierno como en Francia. La historia constitucional
anglosajona muestra muy claramente hasta dónde puede llegar el
desarrollo de instituciones feudales en un Estado tribal. Aquí
también se encuentra en estado de formación una nobleza guerrera
feudal: la «thane» (dominio del caballero) con sus 600 acres de
propiedad territorial. Pero no es exclusivamente militar, sino que
está abierto para otros elementos, por ejemplo los comerciantes.
Y encuentra un contrapeso en el espíritu cooperativo de las anti
guas asociaciones regionales y populares en el condado, la centu
ria, y el dominus decimarum que se mantuvo más tiempo que en
el continente y que más tarde el gobierno normando supo utilizar
lo para fines policíacos. Especialmente interesante es ver cómo
aquí la disolución de las asociaciones de parentela favorece el feu
dalismo. La comendación (encomienda) está aquí también de
moda para sustituir la carencia de protección. Para la fianza recí
proca de la buena conducta se forman asociaciones cooperativas ve
cinales, que también garantizan la sastisfacción de la «trinoda ne-
cessitas», y que se reúnen en el llamado «dominio decimarum»;
quien no pertenece a un tal «freoborch» debe buscarse un Lord
que responda por él. De ahí extrajo el gobierno normando la me
dida policial del «francplegium». Se observa cómo aquí en deter
minadas circunstancias se exige directamente la sumisión a un se
ñor territorial como autoridad oficial y especialmente desde arriba
hacia abajo para gente no domiciliada allí. Cooperativas de paren
tela y de villa tuvieron entre los anglosajones, desde muy remota
época, un derecho de apelación y de preferencia en la compra de
tierras que, según el derecho popular, se heredaban. Tal «Fol-
kland» podía ser convertido por el rey, con aprobación del «wi-
tan» mediante un privilegio documental (bok), en un alodio (bo-
kland) libremente enajenable y heredable, lo que era especialmen
te deseable para la Iglesia. Con el «w itan», el rey se presentó así
como el sucesor jurídicamente legítimo de las asociaciones de pa
rentela. Apoyado en ello, Guillermo el Conquistador pudo procla
marse propietario supremo de todo terreno en el país y realizar el
principio de que toda propiedad territorial es concedida por el rey
35
y es poseída como un «tenementum». Fue la feudalización general
de la propiedad territorial, que aún hoy sigue operando en el de
recho inglés inmobiliario, por ejemplo en la expropiación para fi
nalidades públicas.
De todos modos, es diferente si un Estado tribal está limitado
a un territorio pequeño, como el primitivo Estado regional del
que surgió la polis griega o si se ha ampliado lentamente hasta
llegar a ser un Estado mayor o hasta un gran Reino, sea por fede
ración o por conquista. Por este camino pueden presentarse difi
cultades que conducen a fenómenos feudalistas. Así cabría expli
carse en mi opinión lo que encontramos como «feudalismo» en
imperios relativa o absolutamente grandes como Egipto y China.
Estos dos imperios, creación de una antiquísima cultura flu
vial, son para nuestras consideraciones de especial interés porque
no tuvieron un modelo imperialista y porque con toda probabili
dad surgieron como Estados tribales por el camino de la unión
paulatina de muchos Estados regionales. Eso resulta para Egipto
de la confluencia de los dos reinos originariamente separados del
Norte y del Sur a partir de los 42 Estados regionales, y para China
de la tradición legendaria de las «cien» tribus de la época prehis
tórica. En esta forma y por esta marcha de la formación de Estados
se explican fácilmente los fenómenos que hemos conocido como
«feudalismo político». También el Imperio Romano pertenece en
sus comienzos a esta categoría. Mientras las fuerzas de formación
del Estado se mantienen en una relación cabal con las tareas que
tienen que realizar, no es necesario recurrir a medios feudales de
dominación o hacer concesiones al particularismo; pero cuando
con la creciente dimensión del reino las tareas resultan muy difí
ciles o debido a obtáculos internos las fuerzas políticas resultan
muy débiles, entonces puede imponerse como necesario lo uno o
lo otro. Siempre importa la relación entre las tareas y la capacidad
de rendimiento. Un reino grande en decadencia con organización
de economía monetaria, se inclina, bajo determinadas circunstan
cias a producir fenómenos feudalistas semejantes a los del imperia
lismo con economía natural de un pueblo conquistador joven y
basto.^ Si podemos llamar al feudalismo de los francos, al romano-
germanico, y al feudalismo autentico un fenómeno concominante
del imperialismo, entonces debe agregarse que aquí no se hace
36
referencia al imperialismo en general y en cada una de sus formas,
sino a un imperialismo de un tipo muy determinado, esto es, el
c|ue no progresa paulatinamente, en trabajo constante y racional
confígurador de Estados, sino que intenta superar súbitamente con
un esfuerzo heroico en años o decenios los obstáculos cuya supera
ción requerirían siglos, y que al hacerlo no está animado simple
mente por un impulso instintivo de expanción y conquista, sino
al mismo tiempo pot la idea religiosamente arraigada de un domi
nio universal. , ■ r ■
Este tipo de imperialismo, cuyo representante más significati
vo es el imperialismo eclesiástico de nuestra Edad Media romano-
germánica, subyace también al feudalismo turco, japonés y ruso,
por doquier se liga con el proceso regular del tránsito de una or
ganización flexible tribal y de parentela, que siente coopetariva-
mente, a un ordenamiento de la sociedad y del Estado más firme
con una actitud señorial.
Una gran conexión histórico-universal se muestra en el hecho
de que tanto el feudalismo islámico como el ruso surgieron del
contacto de sus portadores con la cultura antigua agonizante, de
manera no diferente al de los pueblos romano-germánicos. En los
rusos se toma en cuenta el Imperio Romano Oriental, bizantino,
en los pueblos islámicos, además el Imperio neopersa de los sasa-
nidas, que debe ser considerado también como un territorio de la
cultura antigua. Las tribus beduinas árabes, que Mahoma, con el
poder de una idea religiosa, había agrupado y convertido en un
pueblo conquistador, no podían pensar naturalmente en gobernar
y administrar con fuerzas propias los territorios de la cultura anti
gua que, en cierto modo al vuelo, habían conquistado «con las
puntas de sus lanzas y las herraduras de sus caballos». Mantuvie
ron las instituciones que encontraron y en gran parte también el
equipo bizantino y persa de funcionarios y se dieron por satisfe-
cho's con un control supremo realizado por dignatarios árabes.
Así, el arriendo fiscal y el ejército, las columnas posteriores de la
antigua civilización económico-monetaria, llegaron a ser las insti
tuciones fundamentales del reino árabe. Pero junto a eso se sintió
desde el principio la necesidad de formar un tronco de selectos
guerreros árabes, a los que se les dieron tierras sobre la base de la
institución jurídica de la iktaa, similar al beneficum de los francos
37
y que concede usufructo de por vida, en tanto que la propiedad
suprema sigue perteneciendo a la comunidad musulmana que ha
conquistado la región o el país. El origen de esta institución es
incierto. Conocedores no la consideran como originariamente ára
be; P.A. von T ischendorfsupone que fue introducida desde Per-
sia. Pero en Persia se cree que se puede atribuir a la conquista
por los arsáquidas párticos. Este feudo, que ya bajo los omeyas
había sido llevado a una configuración sistemática, se diferencia
del de los francos ante todo por la carencia plena del elemento
vasallístico que evidentemente fue sustituido por el fanatismo re
ligioso de los guerreros de la fe como fuerte aglutinante de una
disciplina militar. Bajo los abasidas adquirió una importancia cre
ciente cuando fracasó completamente la administración económi
co-monetaria, que desde el comienzo llevaba en sí el núcleo de la
decadencia, y cuando al mismo tiempo los árabes fueron abando
nando cada vez más sus costumbres tribales bélicas y se convirtie
ron en campesinos, artesanos y comerciantes sedentarios, en tanto
que el servicio de la guerra fue confiado paulatinamente a las tro
pas de soldados turcos que jugaron en el Imperio árabe un papel
semejante al de los germanos en el Imperio Romano. En el siglo
XI se llegó por fin a la situación de que estas tropas, que ya no
se podían pagar, comenzaron a depender de los ingresos de las
regiones en donde estaban ubicadas para poder mantenerse, pri
mero en forma de arrendamiento fiscal y luego, desde 1087, sin
la obligación de entregar lo sobrante, lo cual abrió ampliamente
el camino a una concesión según el sistema del iktaa Así, la
relación de feudo, que al comienzo había sido una distinción y un
premio por hazañas militares especiales, se convirtió en un susti
tuto del contrato económico-monetario de jornal que no podía
cumplirse por falta de capacidad financiera; con ello recibió plena
mente un carácter ministerial y de prebenda frente a la relación
de feudo de los francos que estaba orientada por el status más dis
tinguido del vasallo libre y noble. De esta forma, la institución
12. Üher das System der Lehen in den moslemischen Staaten, hesonders im os-
manischen Staate, Leipzig, 18 7 1.
13. C.H. Becker, Steuerpacht und Lehnwesen, Islamstudien I, Nr. 9,
pág. 2 3 4 ss.
38
pasó del Imperio árabe al osmánico. Se diferenciaba entre feudos
grandes y pequeños (ze-amet y timar); pero los dos eran jurídica
mente sólo prebendas vitalicias para un estamento caballeresco
guerrero y sólo heredables prácticamente bajo la seguridad del ser
vicio de caballería. Los propietarios, los sipahi, vivían de las alca
balas que tenían que pagar los campesinos originariamente no
musulmanes, y poseían también amplios derechos de autoridad
sobre estos sus arrendatarios. Los sipahi favorecidos con un feudo,
que servían a caballo, se consideraban más distinguidos que los
janitsharen a sueldo, las tropas de infantería. Los primeros eran,
por así decir, los caballeros, los otros los siervos. Bajo Sulimán
II, llegó a su cumbre esta organización de feudos, que entonces
fue regulado por primera vez formalmente por leyes. Desde el si
glo XVII comenzó su decadencia. El caballero del feudo se convir
tió también aquí en distinguido hacendado que descuidó la forma
ción militar y el servicio.
Junto a esta organización bélica de feudo, que se basaba en el
señorío territorial completamente semejante al del Occidente, se
muestra también un feudalismo político de tipo semejante. Ya en
el Imperio árabe, entre los abásidas, aparece nítidamente, hacien
do caso omiso de la separación de España bajo los omeyas. El amir
que comandaba las fuerzas armadas de una provincia, supo tam
bién desde el siglo IX imponer, casi siempre que se le transpasara,
también la función de la administración financiera que antes se
encontraba en manos de un funcionario especial, el amil. Así se
preparó el terreno para vicarios incontrolables de proveniencia ge-
neralmenre turca que con el tiempo se convirtieron en sultanes
autócratas En el Imperio osmánico se relacionaron muy pronto
con el feudo los vicariatos de los begler-begs y entre ellos en dis
tritos más pequeños los de los sandschack-begs, si bien es cierto
que bajo la vigilancia superior del Gran visir y del Diwan. Pero
la independencia de los begler-begs, que aumentaron de 2 a 32,
creció continuamente y terminó adquiriendo un carácter de tipo
muy semejante al feudo.
39
Del mismo modo como el feudalismo árabe está separado del
osmánico por la invasión de los mongoles en el siglo XIII, así
también está separado el de la antigua Rusia de la más moderna,
de la moscovita.
En Rusia suele considerarse justamente el período más antiguo
de los principados parciales desde el siglo XI hasta el XIV o XV
como la época propiamente feudal, no del todo con razón. Lo que
encontramos en Rusia antes de la invasión de los mongoles no es
propiamente un gran reino unitario que se hubiera desmembrado,
sino más bien una unión suelta de muchos pequeños Estados tri
bales eslavos orientales que fueron reunidos y más firmemente or
ganizados en una confederación más flexible, que no excluía cho
ques guerreros con jefes guerreros aventureros y exrraños, los
«W arager» o vikingos norgermanos con sus séquitos. La conexión
consiste realmente solo en la tradición de que estas pequeñas co
munidades, que no estaban gobernadas en modo alguno despótica
mente, elegían el príncipe de la casa Rurik por sus parlamentos
regionales compuestos de los jefes de las tribus, y en la adhesión
común al cristianismo griego-católico que introdujo Vladimir el
Santo desde el ano 988. El que este señor potentado tuviera en
su mano ios distintos principados dependía más de la casualidad
que de una política planeada, y tras su muerte dejó de nuevo el
campo para una partición amplia. No existía aún la idea de un
gran reino unitario, el imperialismo feudal, pese al emparenta
miento con la casa imperial bizantina. Quizá se opuso precisamen
te el sano y el seguro instinto de dominio, propio de los norman-
art. «tim ar» y «ze-amet», los dos de Jean Deny, quien subraya especialmente
la influencia de las instituciones bizantinas, en tanto que el historiador turco
Achmed Fuad Koprülü en un trabajo escrito en turco. Remarques sur l ’influence
des institutions hyzantines sur les ¡nstimtions ottomanes, Estambul, 19 3 1, lo mis
mo que en sus conferencias de la Sorbona publicadas en París, 19 35, Les
orígenes de l empire ottoman, sostiene el punto de vista de que en los feudos
otomanos se trata no de un origen persa o bizantino, sino de una institución
originariamente turca, una contradicción que se encuentra en la naturaleza
de la cosa y para cuya solución podría dar la clave la tesis arriba desarrollada
de una síntesis cultural. Un documento feudal turco del año de 18 62, edita
do por Mordtmann en la Zeitschrift der Deutschen Morgendlandischen Gesell-
schaft, 19 14 , pág. 129,
40
dos, a una demasiado amplia extensión de las áreas de dominio
bajo las relaciones culturales dominantes. Fueron necesarios pri
meramente la presión y el modelo del dominio de los tártaros para
poder hacer viable la formación de un gran Estado. Fueron los
príncipes de Moscú quienes primeramente como arrendatarios ge
nerales del tributo de los tártaros supieron crear los medios nece
sarios y luego, concretamente desde el siglo XV, lograron de
rrumbar completamente, mediante una afortunada política bélica
y colonizadora de expansión, el reino de los tártaros que se hallaba
en estado de descomposición, para construir sobre sus ruinas el
reino gran-ruso fondado en una mezcla de población oriental-esla
va y finlandesa. Aquí se introdujo algo de la enorme magnitud
del reino tártaro en la nueva configuración rusa del Estado, que
emprendió la tarea de llenar estos inmensos espacios con civiliza
ción cristiana. Tan sólo desde la toma de Constantinopla por los
turcos influyó con plena fuerza el modelo imperialista del Imperio
Romano de Oriente, cuyas tradiciones asumió expresamente Iván
III, marido de la hija de un Paleólogo; y la estrecha unión con la
iglesia ortodoxa, cuyo patriarca se trasladó de Constantinopla a
Moscú, animó este imperialismo con un principio eclesiástico.
Tan sólo entonces surgió en las empresas bélicas y colonizadoras
un estamento numeroso de guerreros profesionales que recibió tie
rras y siervos según el sistema de la pomestie. La pomestie que
corresponde al beneficium de los francos y más aún al iktaa islámi
co y que como ésta no estaba ligada a la obligación vasallística,
emerge solamente en el siglo XV, mientras que antes los peque
ños séquitos de los príncipes parciales fueron casi siempre mante
nidos en la corte del señor o tenían posesión campesina regalada
o heredada. Maxim Kovalevski afirma que la pomestie fue co
piada precisamente de la iktaa islámica que los tártaros habían to
mado de los turcos y que fue encontrada por ellos en las kanatas
de Kasán y Astracán conquistadas por Moscú. El carácter de la
pomestie rusa y del itaak islámico muestra en todo caso un foerte
parentesco que al mismo tiempo significa una diferencia común
frente al feudalismo franco. Los dos tienen más bien una naturale-
41
za ministerial y prebendaria, no orientada por el honor caballeres
co y la lealtad viril, sino por un servicio militar real. Pero tam
bién la pomestie rusa concede al caballero un estamento priviligia-
do como señor territorial y autoridad sobre los arrendatarios, de
cuyas alcabalas él vive. El feudalismo económico-social y el militar
se encuentran desarrollados y formados aquí en roda su fuerza.
Otra cosa ocurre con el feudalismo político. Fue siendo eliminado
a medida que crecía la nobleza de funcionarios. Los príncipes par
ciales desaparecieron; fueron aniquilados concretamente por el te
rrorismo de Iván IV (el «Terrible») o fueron rebajados al mismo
grado de la nobleza de funcionarios. En Rusia notamos una ten
dencia contraria a la que se da en Alemania; mientras que aquí
la nobleza ministerial asciende paulatinamente hasta que se equi
para a la de los antiguos vasallos libres y nobles, en Rusia se equi
paran los viejos linajes principescos de la casa Rurik y los antiguos
distinguidos boyares, que en parte había surgido de los séquitos,
a la nobleza común de funcionarios mediante la presión cada vez
más creciente de los zares El modo como buscó protegerse de
esta degradación es característico del espíritu en que vivía esta
alta nobleza: se produjo a través del mestnichstwo, una jerarquía
tradiconal de servicio, a la que se ciñeron las familias antiguas y
que el Zar tuvo que respetar formalmente hasta su suspensión for
mal (1682): ella prohibía, por ejemplo, al descendiente de un an
tiguo linaje principesco regio aceptar en la corte o en el ejército
algún cargo que lo colocara en un rango por debajo de un miem
bro de una nobleza baja de funcionario, porque este rango admi
nistrativo perjudicaría a su propia familia. Me parece que no es
correcta la comparación que se ha hecho entre la jerarquía alemana
de los escudos del ejército y esta institución del mestnichestwo,
surgida de la unión del orgullo de los ancestros y del fervor de
prestar servicio; ella es específicamente rusa. Tampoco fiie durade
ra en Rusia una organización estamental con dos cámaras como en
Polonia —una bojarenduma y un semskij sobor procedentes de la
nobleza de servicio y de delegados o diputados de los comercian-
42
tes— que comenzó a formarse en la primera mitad del siglo XVII
bajo la nueva casa reinante de los Romanov. El feudalismo fue
aquí, mientras más tiempo duró, tanto más un instrumento de la
autocracia. En el trasfondo de este desatrollo se encuentra la con
figuración de la relación entre Iglesia y Estado: el intento del Pa-
ttiatca Nicón de fundat una especie de papado oriental fracasó no
sólo por la resistencia de los zares, sino también por el rechazo de
los demás patriarcas griego-católicos (1666); se impuso al fin la
ttadición del cesaropapismo bizantino, que bajo Pedro el Grande
condujo a la plena sumisión del poder eclesiástico bajo el laico.
Con ello desapareció la significación política del feudalismo. La
unidad del Estado absolustista que creó una administración buro-
crárica, no fue perjudicada ya por él. De todos modos, la teacción
federalista del presente muestra cuán débil era en el fondo la rela
ción entre las diversas partes del inmenso imperio; sólo la «Gran
Rusia» propiamente tal, fundada con un trabajo pertinaz y lenta
mente progresivo de colonización, formó un bloque firmemente
coherente.
De modo completamente peculiar pero, al mismo tiempo, sor
prendentemente análogo con el occidental es el feudalismo japo
nés, pese a los fundamentos económicos y espirituales diferentes.
Muestra con especial claridad la imagen típica del entrecruza
miento de un desarrollo regular hacia un Estado tribal con un giro
imperialista como consecuencia del entrelazamiento con una civi
lización extraña superior, si bien aquí el cambio de actitud ante
una idea imperialista del Estado no fiie logrado directamente por
una ampliación conquistadora, sino más bien con reacción contra
tal ampliación mediante una considerable recepción cultural. Ello
ocurrió tras vehementes luchas interiores por la llamada reforma
taikwa hacia mediados del siglo VII de nuestra era, después de
que ya en el siglo III la conquista transitoria de Corea por el Japón
había suprimido el aislamiento insular del país inaugurado el ac
ceso a las influencias de la cultura china más antigua y superior.
Esta reforma taikwa fue directamente una imitación de la fornia
china de gobierno ral como existía en la época de la dinastfo
Tang, esto es, de un Estado absolutista de funcionarios, unitario
en principio y centralizado, que ciertamente había hecho concesio
nes importantes al particularismo de las distintas partes y que ha-
43
bía repartido formalmente el gobierno entre el emperador y los
muy independientes gobernadores.
Lo que había existido antes en el Japón era un Estado de linaje
completamente patriarcal, de cuyas instituciones sabemos más que
de otro pueblo civilizado y que podría ser considerado como para
digma de este estadio organizativo de una organización tribal y
de parentela. Las tres estirpes de los Yamato que, viniendo del
continente, habían ganado a los pobladores primitivos el reino in
sular, bajo la jefatura de un emperador que tenía el nombre signi
ficativo del «dominador unificante» (sumeriamikoto), articulado
en una pluralidad de linajes (uji) grandes y pequeños, de los cuales
los pequeños formaban una comunidad económica, y los grandes
una unidad política bajo sus caciques que estaban comisionados
con un autogobierno muy amplio; el llamado sistema «kabane»
concibe este autogobierno como un cargo que ha sido trasferido a
los linajes por el emperador. El propio emperador es al mismo
tiempo la cabeza del linaje más grande y distinguido que por su
numerosa clientela tiene importancia sobresaliente. Pero, además,
es jefe supremo de los ejércitos en las guerras conjuntas, juez y
árbitro supremo en las querellas de los linajes entre sí y, ante
todo, supremo sacerdote de la diosa del sol de la que proviene y
en cuyo templo-palacio reside. De todos modos, toda la estructura
de este Estado tribal es federalista, no imperialista, y está penetra
da más por el espíritu cooperativo que por el señorial. Esto cam
bia de golpe con la reforma taikwa que fue más propiamente una
revolución desde arriba. El emperador es ahora, como el hijo del
cielo en China, el señor absoluto de todo el Imperio, suprime la
propiedad de las asociaciones de las parentelas, pretende él mismo
la propiedad suprema de todo el suelo y reparte su usufructo entre
las grandes familias patriarcales según el llamado sistema kubun-
den que está copiado del sistema chino de los nueve campos; una
unidad administrativa de ocho familias campesinas libres que tra
bajan el noveno campo comunitariamente para el emperador, es
decir, para las alcabalas públicas. Suprime el autogobierno de los
linajes y distribuye y divide el Imperio en provincias y distritos,
que concede para su administración a sus lugartenientes, lo mismo
que el emperador de China. La ideología con la que se reviste este
nuevo sistema de gobierno no es la vieja religión shinto, que sub
44
sisee con su culto de los antepasados, ni es el budismo que ha
penetrado desde China y que en general solo bajo circunstancias
especiales ha demostrado tener fuerza configuradora de Estados,
sino más bien la doctrina ética y filosófico-política de Conflicio,
que ya había servido de soporte a la dinastía Tang y que pretendía
fundar el Estado más en sentimientos familiares de comunidad,
en la autoridad paternal y en la solidaridad fraternal, que en nor
mas jurídicas. Pero en el Japón esto no fue un poder viviente
como en China. Este sistema llevaba en sí un núcleo de feudalis
mo que en el Japón se desarrolló de manera completamente distin
ta a como ocurrió en China.
En el Japón ante todo no pudo ser realizado sin una peligrosa
escisión del poder supremo. El Mikado fue reducido cada vez más
a sus funciones religiosas; el poder laico cayó en manos de un Sho-
gun que no inadecudamente se ha comparado con major domus
merovingio, y este cargo, que llegó a ser una regencia formal, se
convirtió en hereditario en la familia de los Fujiwara, en donde
se mantuvo hasta el año 1167; luego llegó a ser el premio de la
lucha por el que combatieron en incesantes guerras internas las
grandes familias del país con sus séquitos. Éste fue un terreno
propicio para el desarrollo del feudalismo que, sin embargo, desde
comienzos del siglo XVII y mediante la dinastía Tokugawa, que
hasta 1867 tuvo en sus manos duraderamente el shogunato, fue
revestido con las instituciones de un Estado policía absolutista.
Primeramente y bajo la tolerancia del shogunato, que estaba
librado a la buena voluntad de sus partidarios, se formaron desde
el siglo IX señoríos territoriales privados fomentados por donacio
nes y concesiones lo mismo que por grandes descuajes y encomien
das masivas de campesinos, los shoyen, que según el modelo de
los bienes de dominio imperiales y de los bienes budistas del tem
plo se sustraían al poder de los gobernadores y se apropiaban de
derechos de autoridad sobre los arrendatarios campesinos, cuyas
alcabalas fueron aumentadas poderosamente. En el siglo XII, todo
el país estaba cubierto con tales señoríos territoriales: sucumbió
la organización de los kubunden. La mayoría de los campesinos
se convirtió en siervos de los señores territoriales. Una parte de
estos arrendatarios, los kenin y rodo, «gente de la casa y del sé
quito» surgida de los clientes no libres de los viejos linajes, fue
45
creada como los ministeriales del Occidente para formar equipos
guerreros, sólo que no luchaban a caballo, sino a pie. Así surge
también aquí un estamento profesional guerrero, el de los «porta
dores de sables», que se deslinda de la población campesina. Son
los antecesores de los posteriores bushi o samurai o shikozu. Ori
ginariamente no tenían campo, sino que el señor los mantenía
mediante el otorgamiento de una renta de arroz. Ampliaban la
familia del señor de la casa y del territorio con el llamado «Han»
(valla) que participaba sin más de todos los cargos del señor y
constituía una ttansformación de la antigua asociación de los lina
jes.
Todo esto se basaba en un fundamento de derecho privado o
en usurpación hasta que después de la gran decisión en la lucha
de los linajes mas poderosos por el shogunato, el vencedor en esta
lucha, el Shogun Yorimoto de la familia Minamoto, hacia finales
del siglo XII volvió a hacer valer los derechos del emperador y
obligó a una gran cantidad de señores territoriales a solicitar docu
mentos formales de concesión (gogebun), mediante los cuales se
reconocía su propiedad y en parte también su autotidad como con
cesión (feudo) del emperador, con la condición de que tras su
muerte ésta debería volver al emperador. Estaban obligados a fa
cilitar guerreros, al comienzao según la dimensión de las tierras,
más tarde según la cosecha de arroz de sus propiedades. Para el
cumplimiento de sus funciones de autoridad se adjudicó a los se
ñores territoriales por parte del shohunato alcaldes especiales (ji-
tos), y tales jitos fueron colocados, en las grandes confiscaciones
que ocurrieron ocasionalmente, en el señorío territorial en vez de
los antiguos propietarios. Ese parece ser el origen de los daimyos
posteriores que llegaron a tener una posición semejante a la de los
principes territoriales en Alemania y que tampoco aquí tienen ori
gen puramente señorial sino que al mismo tiempo tienen algo del
carácter del funcionario. Solamente una parte de ellos, los fudai
daimyos, tenían una relación formal de vasallaje con el shogun,
los demas, los tozama daimyos, los «señores de afuera», eran con
siderados como menos fiables. Todos los daimyos fueron rigurosa
mente excluidos de cualquier relación con el Mikado.
En el siglo XIII se produjo la transformación de la antigua
gente de casa y séquito (kenin y rodo) en bushi o samurai. Tokuzo
46
entrega incondicional al señor forma parte de los deberes supremos
del samurai, tal como fueron inculcados en el bushido, el código
de honor del estamento. Aquí influyó evidentemente el contexto
de la relación con la comunidad originaria de la parentela, con la
veneración común de los antepasados. De todos modos, en ello se
da algo de una relación conrractural. De cualquier modo, un sa
murai puede abandonar en caso dado a su señor y colocarse bajo
otro o vivir como guerrero libre («ronin»). Ciertamente, esto pa
rece ocurrir tan sólo en un tiempo posterior, a partir el siglo
XVII, cuando la institución entera perdió cada vez más su signi
ficación a causa de la paz asegurada en el país.^®
48
Si contemplamos panorámicamente una vez más estos fenóme
nos del feudalismo fuera de los pueblos romano-germánicos, nos
damos cuenta también aquí, en los rusos, turcos y japoneses, de
que hay un desarrollo semejante al de los pueblos romano-germá
nicos: un feudalismo temprano que se caracteriza por el predomi
nó del factor militar; un feudalismo en plena evolución en el que
el estamento guerrero juega un papel político decisivo sea por el
monopolio del sevicio estatal como en Rusia, sea por la autocracia
particularista, como en Turquía y el Japón (no encontramos en el
Japón y en Turquía una organización estamental como la que exis
tió en Rusia, al menos transitoriamente en la primera mitad del
siglo XVII); finalmente, un feudalismo tardío que muestra al an
terior estamento guerrero solamente en la figura de los hacendados
que viven de las alcabalas de los campesinos, en donde domina la
pieza más pertinaz del feudalismo, la relación económico-social.
a servir con las armas casi siempre al precio de una renta suplementaria de
arroz. El señor territorial, el propietario del «sho», del que dependía, no era
siempre al mismo tiempo un barón (daimyo) que estaba bajo el Shogun. Las
tropas privadas se organizaron durante mucho tiempo en forma de grupos
locales que se utilizaban frecuentemente en guerras mutuas. Todavía en el
siglo X V I, el país estaba destrozado por estas guerras civiles que tan sólo
cesaron con la dinastía Shogun de los Togukawa, en el siglo XVII. Pero en
esta época se logró reunir a todos los grupos guerreros bajo un comando uni
tario y consolidar con la dependencia bélica la dependencia señorial de los
vasallos afincados. El sentido sociológico de todo este desarrollo se puede ex
presar diciendo que el feudalismo en el Japón no debe ser concebido como
un proceso de disolución, sino como un principio constructivo de un orden
nuevo estatal, en el que por lo demás el poder imperial sacralmente fortale
cido se encontraba en el transfondo. La transposición de la idea china al Im
perio en el siglo VII condujo primeramente en la organización tribal y de
parentela degenerada a toda clase de desórdenes y a abusos sociales y luego
al intento autoritario con un comunismo agrario campesino que no se pudo
mantener. La consecuencia fue una lucha de cuatro siglos entre las tendencias
disolventes de una ilimitada lucha social por la vida de los distintos grupos
de la población, en la que los poderosos tendían a oprimir y a explotar a los
más débiles, y las fuerzas constructivas de un orden comunitario estatal que
llevó finalmente a la flindación de la unidad de pueblo y Estado precisamente
en las formas del feudalismo. Así surgió una forma de vida social y política
estable que se mantuvo vigente hasta que el choque con la civilización occi
dental a mediados del siglo X IX produjo su derrumbamiento y restableció
el poder soberano imperial.
49
Y también vemos surgir aquí al feudalismo como fenómeno
concominante de aquel proceso doble que hemos observado en el
mundo romano-germánico: es decir, por una parte, el proceso do
ble que hemos observado en el tránsito de la antigua organización
tribal y de parentela, caracterizada como una organización flexible
y preferentemente cooperativa, a un orden más firme del Estado
y de la sociedad penetrado por un principio señorial, pero al mis
mo tiempo el de una actitud lograda por una constelación históri-
co-universal que atraviesa y distrae este proceso sociológico y que
está dirigida por una idea imperialista del Estado, sea que esté
ligada más activamente con la conquista o la extensión colonizado
ra como en Rusia y en los reinos islámicos, sea que más pasiva
mente se base en una amplia tecepción cultural como en el Japón.
De ahí el doble rostro de esta civilización feudal pot doquier:
como en los pueblos romano-germánicos, así también en los im
perios ruso, griego-católicos, en los Estados árabe-turcos que asu
mieron la antigua herencia de la civilización bizantina y sasanida,
en el Estado japonés, pata el que la cultuta y la civilización chinas
tuvieron una significación semejante a la que tuvo el Imperio Ro
mano para los francos. El feudalismo aparece aquí por doquier,
no como un estadio de desarrollo nacional puramente inmanente
de los pueblos, sino al mismo tiempo también como reacción a
una influencia externa histórico-universal, como resultado de la
acomodación de pueblos más jovenes a las formas de una cultura
y civilización antiguas y superiores.
Así se explica también la peculiar tensión de los opuestos po
lares en el sistema del feudalismo que, pata concluir, vamos a re
cordar una vez más: vemos primero la oposición entre un ideal
comunitario universalista que se basa esencialmente en una comu
nidad de fe y de cultura, y en el hecho de que la vida real se
mueve en círculos muy estrechos y aislados, tal como correspon
den a los poco desarrollados medios de comunicación y a la predo
minante economía natural. Las individualidades nacionales se en
cuentran en estado de formación, pero aún carecen totalmente de
la rigidez independiente y ajena a influencias extrañas de los mo
dernos Estados soberanos. La exclusividad del poder del Estado en
el interior, su independencia hacia fuera —características éstas del
Estado soberano— se encuentran en oposición directa con el uni
50
versalismo y particularismo feudales. Toda la comunidad cultural en
la que vive el feudalismo aparece como un gran contexto con límites
muy variables, imprecisos y porosos de las partes en sí mismas.
En segundo lugar vemos en el Estado feudal la oposición entre
un principio de dominación puramente personal y la necesidad de
organizar políticamente amplios espacios, lo que conduce a una co-
sificación (patrimonialización) en vez de una materialización del do
minio y le da al Estado del feudalismo un rasgo fundamentalmente
patrimonial sin que se le pueda negar completamente su carácter ins
titucional. La empresa que organiza es del todo extensiva, y al faltar
le intensidad carece también de la presión de la racionalidad que ca
racteriza al Estado moderno institucional. Pero una intensificación
de la empresa del Estado no es posible sin un trafico más altamente
desarrollado y sin un sistema fiscal monetario que funcione regular
mente. A llí donde encontramos organizaciones estamentales bien
formadas, allí se encuentra también el Estado feudal en estadio de
ttánsito al Estado moderno. Estas constituyen más bien el primer es
tadio del Estado modetno y no un fenómeno del feudalismo tardío;
las dos cosas se unen regularmente. Si al mundo oriental le falta la
organización estamental, ello está vinculado con el hecho de que él
tampoco experimentó el tránsito al moderno Estado soberano insti
tucional o que lo hizo muy tarde —una circunstacia que, por lo de
más, está a su vez vinculada con la relación entre poder espiritual y
temporal—.
La economía natural predominante y el tráfico no desarrollado
son una condición fundamental del feudalismo, si bien no las únicas.
También donde el feudalismo se desarrolló a partir de relaciones de
la economía monetaria como en el Imperio árabe, el hecho decisivo
es que allí se encontraba en decadencia la antigua economía moneta
ria, la recaída en la economía natural y esto es lo que impotta. No se
debe sobreestimar unilareralmente aquí, y tampoco en la historia de
las organizaciones en general, el factor económico; pero considero
equivocado querer excluir completamente la economía natural en la
explicación de feudalismo, como se ha intentado recientemente.^^
51
Aquí operan conjuntamente muchos factores: espirituales, políti
cos y económicos; pero los económicos determinan ciertas condi
ciones fundamentales, de las que depende el éxito de las tenden
cias y esfuerzos espirituales y de las acciones políticas.
52
TIPOLOGÍA DE LAS ORGANIZACIONES ESTAMENTALES
DE OCCIDENTE
53
De la cuestión de un tipo ideal general depende naturalmente
si estamos autorizados para tratar las organizaciones estamentales
europeas como configuraciones semejantes, es decir, si podemos
someterlas, con perspectiva de éxito, a una consideración compa-
rariva. Creo que a esta cuestión puede darse una categórica res
puesta afirmativa y que los rasgos capitales de una tal tipología
general no difieren demasiado de aquellos que nuestra investiga
ción histórica ha comprobado en los territorios alemanes. Por do
quier podemos ver la esencia de la organización estamental en el
hecho de que en una asociación política de dominación, llámese
reino o país, los «meliores et majores terrae», es decir, los estratos
de la población económico-social y políticamente preferidos y efi
caces, «representan», en una organización corporativa, la totali
dad, el «país» o el «reino», frente al dominador; no constituyen
simplemente una analogía sino también una grada previa de la
moderna «representación popular» de la organizaciones constitu
cionales que en parte se desarrollaron en relación inmediata con
ellas.
Aquí ciertamente hay que hacer una reserva en la aplicación
del concepto de «representación». Primero, en las organizaciones
estamentales no se puede hablar realmente de una «representación
del pueblo», porque el concepto moderno de pueblo como una to
talidad capaz de obrar no es aplicable a aquellas situaciones y es
tados anteriores; de ahí el que, por regla general, se hable de una
representación del «país» o región o del «reino», ciertamente a
veces también de la representación de la «nación», bajo la cual
hay que entender, como en Polonia o en Hungría, la «nación de
la nobleza». Pero en segundo lugar, también el concepto de «re
presentación» es entendido casi siempre en un sentido diferente
al del que tiene en las modernas organizaciones constitucionales.
Aquí se trata de una representación a base de un mandato, esto
es, de un negocio jurídico; allí —en las organizaciones estamenta
les— se trata, pot regla general, de una represenración a base de
una opinión jurídica tradicional o también de una reglamentación
jurídica introducida por la voluntad del dominador, sin que les
corresponda a los representados manifestar su voluntad. Ellos son
considerados como políticamente menores de edad o al menos
como no independientes. Son representados, en virtud del derecho
54
vigente, por los elementos capaces de diputación, lo mismo que
una familia lo es por el padre de familia o el menor de edad por
el curador. Eso no siempre presupone una relación de dominio en
tre los estamentos y los representados, como con los arrendatarios
de la nobleza; también puede ocurrir que elementos independien
tes por derecho privado sean «representados» por otros a causa de
tal opinión jurídica o de una reglamentación jurídica. Cierto es
que en la organización estamental se da también una representa
ción a base de un mandato real, no sólo en el caso de los monas
terios y ciudades, sino también en el de la nobleza, allí donde no
aparece hombre por hombre en las cámaras provinciales o del rei
no, sino sólo como representación de asociaciones municipales
como en Inglaterra (donde los representados no pertenecen sólo al
estamento noble) o en Polonia, Hungría y Prusia Oriental, donde
las comunidades o distritos nobles aparecen como los mandantes.
En estas comunidades ciertamente fungen como mandantes sólo
estratos privilegiados de la población que no «representan» pro
piamente a la asociación, sino que directamente la «constituyen».
En este sentido tiene su buen significado la concepción que Tezner
contrapone a la de von Below y Rachfahl, de que no se trata pro
piamente de una representación de la región o país, sino que los
estamentos directamente en su totalidad «son el país». Si el dere
cho los consagra como representantes del país, ello se debe al he
cho de que el derecho ha dotado precisamente a estos estratos es
tamentales con privilegios, gracias a los cuales solamente ellos
pueden ser considerados elementos políticamente independientes
y autorizados.
Con ello llegamos a otra característica de la organización esta
mental que marca la diferencia capital entre ella y las modernas
organizaciones constitucionales. Es lo que desde Gierke se ha lla
mado el «dualismo» de la organización estamental. Este dualis
mo, que caracteriza las organizaciones alemanas regionales, se en
cuentra también en otras partes en todas las organizaciones esta
mentales. Consiste, en el fondo, en que al Estado estamental , si
se lo quiere llamar así, le falta aún la unidad y conclusión del
Estado moderno, especialmente la unidad de poder estatal; que
en cierto modo consiste en dos mitades, una real y otra estamen
tal, que no aparecen aún como órgano de una y la misma persona
55
lidad estatal porque este concepto moderno del Estado no existía
todavía en la Edad Media. Ello se debe a su vez a que el antiguo
Estado estamental es una asociación política de dominio, de es
tructura más o menos fuertemente patrimonial, sea que esta es
tructura haya surgido del feudo o ya antes de otra manera. En
todo caso predomina una amplia mezcla de opiniones e institucio
nes público-jurídicas y de derecho privado, o digámoslo más ca
balmente; el derecho público no se ha deslindado aún claramente
del derecho privado que proviene de fuentes patriarcales o feudales
y no ha llegado a la posición dominante que caracteriza al Estado
moderno. Estado y derecho se entrecruzan diversamente. No hay
aún un derecho general igual de los ciudadanos. En vez del prin
cipio de la igualdad jurídica ciudadana domina más bien el de la
desigualdad jurídica, el derecho de privilegios. Todas las compe
tencias políticas se basan en privilegios, sea de personas individua
les o de corporaciones, de corporaciones estamentales en su totali
dad. Aún el poder del dominador aparece como un privilegium,
como «prerrogativa». Ese es el fundamento jurídico de la organi
zación estamental, así como la desigualdad social y económica es
su fundamento de hecho. Pero al derecho corresponde una obliga
ción y un rendimiento para el país o el reino. Son al mismo tiem
po los estratos militares y financieramente más capaces y eficaces
de la población los que llegaron a la posición de estamentos del
reino o de la región. Su significación descansa no solamente en
que limitan el poder del dominador y lo obligan a respetar los
privilegios, sino principalmente en que lo apoyan con actos y con
sejo en las «ardu negotia regni». En determinadas circunstancias
no solamente pretenden ejercer el derecho de resistencia —sea de
clarado abiertamente o no— sino también un derecho de gobernar
en todos los asuntos que les interesan especialmente por causa de
sus privilegios o también del país o del reino. Para el grado de
participación de los estamentos en los poderes del gobierno no ha
bía en el Estado estamental una regla jurídica firme. Todo se ba
saba en la tradición, en las circunstacias, ante todo en las relacio
nes variables de poder entre las dos partes. Ora descansa el poder
predominante en el dominador, ora en los estamentos, con fre
cuencia encontramos una situación prolongada de frágil equili
brio. La organización estamental se basa pues en su sistema de
56
dos polos. Un polo se encuentra en la corte del rey, en la unión
de los estamentos con él, en su dependencia del poder de aquél.
El otro polo se encuentra en el país, en la esfera local de dominio
de los estamentos mismos, en la unión cooperativa entre ellos. En
ocasiones, la energía más fuerte irradia del polo dominador, en
Otras se concentra en ei polo cooperativo. Los estamentos se some-
ten a la asociación señorial que erige el rey o el príncipe; en tal
sentido, su unión aparece como una cooperativa forzada. Pero los
estamentos actúan e influyen también con uniones libres o confe
deraciones sin el señor y hasta contra él. En la antigua Bohemia,
en Polonia, en Hungría, el Estado se basa, durante un interreg-
num, precisamente en esas confederaciones. En estas relaciones
existen, evidentemente, diferencias entre los diversos países. En
Francia y en los países alemanes predomina en general el factor
señorial; en Inglaterra, Escandinavia y en el Este, más bien el coo
perativo. Una mitad se inclina al absolutismo, la otra al parla
mentarismo.
Con ello llegamos a la tesis que quiero proponer a base de
consideraciones comparativas: dentro del tipo general de la organi
zación estamental, tal como he intentado esbozarlo, se pueden di
ferenciar dos tipos más especiales, tipos de grupos que, en bene
ficio de la brevedad, quiero diferenciar según el rasgo morfológico
que los caracteriza, como sistema bicameral (naturalmente no to
mado en el sentido moderno) y sistema tricurial. Estos son tam
bién tipos ideales que nunca se realizaron en su perfección, pero
por los cuales uno puede orientarse para comprender mejor los fe
nómenos de la realidad histórica. Se trata pues de dos tipos dife
rentes que se deslindan, primeramente, por su estructura morfoló
gica, pero al mismo tiempo se separan también en su función y
tendencia evolutiva políticas. Quiero intentar describirlos y, en la
medida de lo posible, referirlos a sus condicionamientos históri
cos.
El primer tipo se caracteriza por el sistema bicameral de la
representación estamental de la región o país; el segundo, por el
sistema tricurial. El representante principal del primer tipo es In
glaterra; del segundo, Francia. Al primer tipo pertenecen en gene
ral los países marginales que rodean el núcleo del antiguo Imperio
carolingio: los Estados nórdicos, Polonia, Hungría, también
57
Bohemia. Sobre excepciones e irregularidades se hablará más ade
lante. Al segundo tipo pertenecen, además de Francia, los países
de la corona aragonesa y Nápoles-Sicilia, en tanto que Castilla se
acerca más al primer tipo sin que se la pueda incluir completa
mente en él. Además, pertenecen a este tipo francés los Estados
tetritoriales alemanes, en tanto que el Imperio, con su constitu
ción imperial estamental, corresponde más al primer tipo sin bien
con muchas peculiaridades. Entre los territorios alemanes hay que
reconocerse a su vez una diferencia entre los que se encuentran a
la izquierda del Elba, esto es, en la vieja madre patria alemana,
y los que se formaron el territorio colonial al este del Elba, en
terreno originariamente eslavo y en la vecindad de Estados eslavos.
Los tetritorios alemanes del este muestran una inclinación a pasar
al tipo bicameral, en tanto que los occidentales, lo mismo que en
Francia los estamentos generale^ y provinciales, muestran en for
ma perfilada el tipo del sistemal tricurial.
Podemos pues decir: espacial, geográficamente, se diferencian
los dos tipos de organizaciones estamentales según el punto de vis
ta histórico de la pertenencia o no pertenencia al antiguo Imperio
carolingio. La excepción, que constituyen aquí Nápoles y Sicilia,
se explica pot el hecho de que la organización estamental estuvo
bajo la influencia de dinastías extranjeras, la de Anjou y la de los
reyes aragoneses y fueron pues imitadas y copiadas del modelo de
Francia y Aragón. La excepción que constituye la organización ale
mana del Imperio nos lleva a otro punto de vista importante.
Los dos tipos no solamente se encuentran situados contigua
mente desde el punto de vista histórico-geográfico, sino que de
penden conjuntamente desde el punto de vista histórico evolutivo.
Y por cierto que el primero, el tipo inglés del sistema bicameral,
es histórico-evolutivamente el más antiguo, el más originario. El
Imperio Germánico pertenece con su antigua organización, man
tenida en su rasgo fundamental pese a toda disolución, si bien
con muchas peculiaridades correspondientes a su dimensión y di
solución, al tipo bicameral, mientras que los países territoriales
en que se disolvió, los Estados más jóvenes, modernos, pertenecen
al sistema tricurial. También en Francia se observa una inclinación
a la formación del tipo bicameral; tan sólo desde el siglo XV se
sigue el camino del tipo tricurial con toda decisión. Así se cruzan
58
pues los dos puntos de vista: el de la ordenación histórico-geográ-
fica y el de la ordenación histórico-evolutiva.
Quiero además llamar la atención sobre otro hecho: la distri
bución geográfica de los dos tipos de la organización estamental
corresponde principalmente a la que ya demostré anteriormente
para los países con administración puramente burocrática y para
aquellos con autogobierno local en grandes asociaciones municipa
les o al menos con importante esbozos de ello^. Y por fin, hay
que observar que también las formas de gobierno del absolutismo
y de parlamentarismo, tal como se formaron antes del siglo XIX,
siguieron en lo esencial la diferencia entre el tipo bicameral y tri
curial.
Según eso, por su contenido es posible describir los dos tipos
de organización estamental de la siguiente manera, suponiendo
aquí naturalmente el marco general de la organización estamental
tal como le hemos comprobado anteriormente, y debiendo tenerse
en cuenta que aquí se trata de tipos ideales puros que tal vez nun
ca se realizaron en forma plena pero que pueden subyacer a todos
los fenómenos históricos concretos.
El primer tipo encontró su realización más perfecta en Ingla
terra. Se caracteriza morfológicamente por la organización de la
representación del pueblo en dos cámaras, una de las cuales abarca
el estrato superior de las clases privilegiadas y, por cierto, los ele
mentos eclesiásticos y los seculares a la vez, esto es, prelados y
barones, altos dignatarios eclesiásticos y alta nobleza. Entre la cle
recía se toman en cuenta los obispos y los abades de los grandes
conventos; como alta nobleza se considera en los países o regiones
con organización feudal bien configurada originariamente a todo
lo que inmediatamente es concesión de feudo por el rey (los «in
capite tenentes» de los documentos ingleses); pero no es en modo
alguno el derecho de feudo el que decide en la selección de este
estrato altamente priviligiado, sino solamente los «majores in ca-
59
pite tenentes» llegaron a ser «Peers» en Inglaterra, esto es, sólo
los que podían demostrar mayor propiedad, mayor importancia
política y mayor eficacia. Esta característica es decisiva también
en los países que no tuvieron un sistema de vasallaje completa
mente formado como Suecia, Polonia, Hungría. Esta cámara su
perior aparece originariamente como el gran consejo del reiono,
el «magnum concilium», que es convocado sólo de tiempo en
tiempo, pero cuyo núcleo firme lo constituyen los grandes funcio
narios aristocráticos de la corte que acompañan al rey permanente
mente. Este «magnum concilium» es, al mismo tiempo, asamblea
judicial y órgano de gobierno. Esto cabe decir igualmente del con
sejo del Reino en Dinamarca, Noruega y Suecia, como también
del Consejo de los grandes funcionarios provinciales (Wojeoden y
Kastellane) en Polonia, que surgió del antiguo «wiec» de los di
versos países o regiones y que desde el siglo XVI se designaícomo
«Senado», y también de la asamblea de la gran nobleza húngara
que más tarde aparece como «mesa de los magnates». En todas
partes se sientan aquí como en Inglaterra el alto clero, los prela
dos, junto a los dignatarios seculares como consejeros naturales
del rey para la justicia y la administración. Entre Inglaterra y los
otros países existe sólo la diferencia que en Inglaterra el consejo
permanente del rey, el «continual council», junto con las autori
dades centrales del exchequer y del tribunal supremo se deslinda
más claramente que en otras partes de la Asamblea del concejo,
en tanto que en los países nórdicos los grandes funcionarios de la
corte, en Polonia los llamados ministros, en Hungría el palatino
y los otros funcionarios de la corona, formaron parte constitutiva
integral de esta asamblea. En todas partes, estas asambleas de
magnates —que constituyen la parte más antigua, la base del sis
tema de la organización estamental —, son considerados origina
riamente como una representación de todo el país. Pero con el
curso del tiempo se les va negando este carácter, muy temprana
y fuertemente en Inglaterra, en donde ya el «modus renendi par-
liamenta» hacia mediados del siglo XIV se les adjudica a los ba
rones de la cámara alta sólo la representación de su propia persona
y de sus arrendatarios. Similar es la situación en los otros países,
sólo que aquí se presenta más fuertemente la característica de los
magnetes como consejeros reales propiamente tales. En Bohemia
60
no surgió tan claramente el sistema bicameral porque al estamento
separado de los señores, que allí encontramos a la cabeza de la
representación regional y que tiene una posición completamente
semejante como magnum consilium del rey, le falta el comple
mento de la alta clerecía. Esta excepción se explica porque en
Bohemia la clerecía estaba menos ricamente dotada con bienes que
en otras partes y era convocada por el rey casi siempre especial
mente para las negociaciones; pero principalmente porque en la
época de los husitas, que tiene importancia fundamental para la
formación de la organización estamental, el estamento de los seño
res, que tenía mentalidad husita, no pudo hacer causa común con
la clerecía. En Castilla y en León, las Cortes se remontan a los
prelados y grandes (duques, condes, margraves, ricos hombres)
convocados originariamente por el rey. Pero aquí no se formó una
cámara alta cerrada con prelados y grandes, principalmente porque
los dos elementos no pagaban impuestos y no eran tomados en
cuenta para la aprobación de los mismos. No solamente en la épo
ca de Carlos V, sino ya bajo los Reyes Católicos Fernando e Isabel,
los grandes de Castilla y también los prelados se mantuvieron ha
bitualmente alejados de las Cortes. La baja nobleza faltó comple
tamente en la representación en las Cortes; los hidalgos nunca lo
graron la representación estamental en el reino, así como tampoco
los caballeros en Alemania. En este sentido existe una cierta sema-
janza entre Castilla y el Imperio Germánico. Sólo que en el Impe
rio Germánico, los prelados estuvieron siempre en estrecha rela
ción con la alta nobleza, es decir, principalmente con el estamento
de los príncipes, tanto en el Collegium de los príncipes como de
los príncipes electores, que aquí se deslindó como cámara primera
de la cámara alta de los príncipes. El deslinde del Collegium de
los príncipes electores en el Reichstag alemán se basa como se sabe
en el hecho de que a finales del siglo XIII a esta corporación se
le transfirió el derecho exclusivo de la elección de rey. Este dere
cho pertenecía en los reinos con electores por, regla general, pri
meramente a toda la asamblea de magnates y pasó luego totalmen
te a la representacipón del pueblo, al menos nominalmente como
en el Norte, en Polonia y en Hungría.
Frente a la cámara de los magnates de la alta clerecía y de la
alta nobleza se encuentra una asamblea de los demás estamentos
61
privilegiados que vale en sentido eminente como representación
del país o del pueblo, en tanto que este carácter, como se ha di
cho, o bien se le niega expresamente a la asamblea de magnates
o no se le concede expresamente. La formación de esta representa
ción propiamente del país es muy diversa. Como única se encuen
tra la cámara baja inglesa, en la que participan en una asamblea
los representantes de los condados y de las ciudades. Esta forma
ción se basa en primera línea en que en Inglaterra la nobleza baja,
los condes, relegó muy pronto el carácter bélico y feudal y se mez
cló considerablemente con los elementos pudientes de los propie
tarios libres no caballeros y de la burguesía urbana. Esta «gentry»
colaboraba, como se sabe, en la autoadministración del condado
con los ciudadanos de la ciudades que pertenecían a las asociacio
nes municipales del condado, si bien un número de ciudades fue
constituido como corporaciones especiales y fue dotado con el,pri
vilegio de una representación especial en el parlamento. Una/mez-
cla tal de estamentos no se encuentra en ninguna otra parte;^s la
característica de Inglaterra. En Hungría, que tiene en general en
su organización —haciendo caso omiso de los fundamentos socia
les— mayores semejanzas con Inglaterra, se sientan ciertamente
en la «mesa más baja» junto a los representantes nobles de los
comitate los diputados de las ciudades reales libres; pero su núme
ro y significación no es, por lejos, tan grande como en Inglaterra,
y el carácter predominante de esta mesa es noble. En Polonia, las
ciudades están representadas en el Parlamento sólo excepcional y
no regularmente; allí, la segunda cámara está reservada exclusiva
mente a la nobleza y por cierto a la nobleza baja no titulada; pero
ella aparece sólo en la forma de «nuntii terrarum», de represen
tantes de las regiones o distritos que forman comunidades nobles.
Esta representación de la región o del pueblo en la forma de la
representación de grandes asociaciones municipales constituye un
elemento que estos países comparten con Inglaterra. También en
Bohemia, el estamento noble, el estamento de los caballeros, que
está separado del estamento señorial, es una representación de los
distritos que también aquí formaban grandes asociaciones munici
pales nobles. Junto a ellos se encuentran los representantes de las
ciudades reales, aquí completamente separados de la nobleza caba
lleresca. En Castilla, como en el Imperio Germánico, como ya se
62
dijo, no se contrapone a la representación de la alta nobleza una
representación de la baja nobleza, sino sólo una representación de
las ciudades. Los dos elementos, alta nobleza y ciudades, en Cas
tilla los grandes y municipios, en el Imperio Germánico príncipes
y ciudades imperiales libres, llegaron a ser tan fuertes y poderosos,
que la baja nobleza que se hallaba entre los dos, los hidalgos en
Castilla, los caballeros en Alemania, nunca pudieron lograr una
representación estamental. Con ello se relaciona el hecho de que
en estos dos países faltan las grandes asociaciones municipales. En
España se opuso a su formación la enemistad constante entre los
grandes y los municipios, algunos de los cuales se transformaron
en una especie de señores regionales, en tanto que los otros en
una especie de ciudades-estado, de modo completamente semejan
te a la formación de príncipes y ciudades imperiales en Alemania,
sólo con la diferencia de que en España ellos no tuvieron la misma
medida de autocratismo, que casi disuelve la asociación estatal.
Una posición especial tienen los Estados nórdicos. Aquí surge
desde fines de la Edad Media y junto al consejo del reino una
representación regional estamental según el tipo tricurial que en
Suecia se amplió gracias a la participación de los campesinos en
un sistema cuatricurial. En Suecia, esta nueva asamblea o repre
sentación regional compite desde 1560 hasta 1660 con las anti
guas asambleas en las regiones que anteriormente habían servido
para las aprobaciones de impuestos. Durante un tiempo pareció
como si se debiera llegar a una unión orgánica entre el parlamento
del reino y las representaciones regionales, pero finalmente eso
nunca ocurrió. La nobleza aparece en principio como viritim en
el parlamento del reino, no por representantes de las regiones
como correspondería al sistema bicameral. Sólo la clerecía, las ciu
dades y los campesinos envían representantes. En el año de 1660
se prohíbe la reunión subsiguiente de las asambleas regionales; la
aprobación de los impuestos viene solamente del parlamento del
reino. El consejo del reino mantiene junto a eso su antigua posi
ción. Pero entonces ocurre el golpe de Estado de Carlos IX 1680
mediante el cual se suprime el consejo del reino y también la se
cular unión de los cargos de lagman con los puestos del consejo
del reino. Lo que aquí se ha realizado es pues una trasformación
del antiguo tipo bicameral en el tipo moderno tricularial y hasta
63
cuarricurial. Esta transformación corre paralela con el estableci
miento de una organización burocrática del gobierno y además con
la tendencia hacia el absolutismo. Bajo Carlos XII ya no se convo
can las dietas del reino; se ha instituido un absolutismo militar-
burocrático según modelo continental. El cambio tras la muerte
de Carlos XII trae en la llamada «época de libertad» entre 1721
hasta 1772 un gobierno completamente parlamentario, pero no un
parlamento formado por dos cámaras sino por el parlamento cua-
tricurial que está dominado por la baja nobleza. El consejo del
reino es ahora simplemente una comisión de gobierno de este par
lamento. Gustavo III rompió este dominio parlamentario de la no
bleza y dió a la corona de nuevo una posición más fuerte. Pero
no por ello se restauró el viejo sistema. Lo que se realizó entonces
en Suecia es pues una transformación del primero en el segifndo
tipo con algunos restos del primero. De manera más completa y
sin obstáculos ocurrió esta trasformación en Dinarmarca; terrninó
en 1660 con la supresión del consejo del reino y en 1665 con la
introducción de un absolutismo constitucional por la llamada ley
del rey.
El segundo tipo, el sistema tricurial, surgió en Francia de co
mienzos semejantes a los que observamos en Inglaterra. El parla
mento de París era una asamblea cortesana de tipo completamente
semejante a la del que surgió el parlamento inglés de los prelados
y barones. Consistía en los mismos elementos: la alta clerecía y
la alta nobleza; de ésta se segrega una élite, equivalente quizá a
los príncipes electores alemanes: los pares de Francia. También
ellos pertenecen en primera línea al parlamento. El parlamento
de París (al comienzo por cierto no permanentemente en París,
tan sólo desde 1319) es al mismo tiempo asamblea del consejo y
tribunal, como el inglés. Hasta parece que el nombre pasó de
Francia a Inglaterra. Pero en el siglo XIV ocurrió la transforma
ción: el parlamento de París se convirtió en un simple tribunal,
en un tribunal cortesano permanente del rey con vocales, entre
los cuales predominan cada vez más los juristas profesionales, ecle
siásticos y seculares, hasta que por fin desaparecen las figuras aris
tocráticas y también los altos eclesiásticos. Ésta fue una conse
cuencia de la racionalización de la administración de justicia y en
general del fortalecimiento de las organizaciones monárquicas de
64
la administración, de la burocratización inicial del funcionamiento
estatal. Pero importante es también el horizonte de la formación
del Estado en el que se realiza el proceso: es la paulatina absorción
de los poderes territoriales por la corona, la inauguración del ca
mino hacia el Estado francés unitario. Los antiguos pares, los an
tiguos grandes vasallos autocráticos de la corona, desaparecieron
completamente; fueron sustituidos por nobles titulados depen
dientes. El concepto de alta nobleza perdió su significación polí
tica. Tanto en los «estados generales» como en los provinciales
sólo hubo simplemente la «noblesse». De todos modos, todavía
en el siglo XIV el parlamento se consideró como un Magnum Con-
cilium Regis. Los «estados generales» del siglo XIV fueron inaugu
rados por regla general en la Grand Chambre del parlamento de
París. En el siglo XV eso cesó también. Se disolvió la unión orga
nizada del parlamento con los estamentos. Como recuerdo de ello
se mantuvo el derecho del registro de las leyes y de las custodias.
Después de I6 l4 , cuando se habían suprimido los estados genera
les, revivió de nuevo la pretensión del parlamento de París de ser
considerado como una especie de representación del pueblo; pero
como se sabe eso no tuvo consecuencias considerables. En 1789
se retornó sencillamente al antiguo sistema tricurial que entonces
por el camino revolucionario se transformó en una moderna repre
sentación del pueblo.
Las fuerzas que operaron en este suceso son de variado género.
Pero dos cosas se ponen especialmente de relieve: primeramente,
y muy al comienzo, el efecto disolutorio del vasallaje completa
mente formado aquí y que penetraba todo el Estado. El feudalis
mo condujo aquí como en Alemania a la formación de Estados
territoriales, en tanto que en Inglaterra la antigua organización
condal no fue afectada por el feudalismo. En estos principados feu
dales se formaron por doquier estamentos regionales que se articu
laron según el sistema tricurial porque aquí no existía con sufiente
fuerza un estamento de la alta clerecía y uno de la alta nobleza.
Eso fue así pues en Francia como más tarde en Alemania. Pero
de manera diferente a Alemania, esta forma de la configuración
estatal fue superada por una política más fuerte y concentrada a
Francia, que realizó el rey y la monarquía que se apoyaba ya, jun
to al derecho feudal rigurosamente manejado, en el derecho roma-
65
no Y los legistas y que creó una organización burocrática de admi
nistración.
Los comienzos de una tal organización racionalizada de la ad
ministración se encuentran en la Europa occidental y central en el
siglo XII. El emperador Federico I parece ser el primero que ten
dió a ella; los Staufer intentaron realizarla en su casa y hacienda,
pero muy especialmente en Italia. Al mismo tiempo ocurrieron
los comienzos en Francia, especialmente desde Felipe Augusto y
en el sur de Italia concretamente con Roger II. Bajo él y bajo el
emperador Federico II, el Estado normando suritaliano se convir
tió en el modelo de una organización burocrática de la administra
ción. Quizá había dado el ejemplo originariamente la administra
ción racional de los bienes señoriales de la Iglesia; los prevóts fran
ceses, parecen así indicarlo. Pero es inconfundible la relación con
el renacimiento del derecho romano en tiempos de Federico I. No
propiamente las instituciones, pero el espíritu de una objetividad
racional habría venido de allí y ante todo el fortalecimiento de la
conciencia de dominación y su liberación del círculo de nociones
feudales.
El Imperio Germánico no fue desde fines del siglo XII capaz
de sacar provecho de esta nueva era de la administración; ella be
nefició únicamente a los príncipes territoriales que construyeron
sus países con ayuda de los estamentos pero, al mismo tiempo,
en un espíritu contrapuesto a los principios feudales, organizándo-
los con tales modelos. Pero en Francia, la monarquía aprovechó
completamente esta posibilidad. Los estados generales fueron des
de el principio más un instrumento que una barrera para la polí
tica monárquica. Frente a ellos se encontraba desde el principio
la creciente organización de la burocracia real de funcionarios. En
el ámbito de la parte principal de la monarquía, administrada de
forma centralista, los estamentos generales relegaron a las forma
ciones estamentales provinciales, las absorbieron en cierto modo.
Y también fuera de este ámbito, en los estamentos provinciales,
penetró inconteniblemente la administración real y puso el aparato
del Estado preferentemente bajo su control. En esta nueva organi
zación monárquica, el feudalismo pudo también ser utilizado
como un elemento para el fortalecimiento de la monarquía; aquí
se pudieron evitar efectos disolventes. En lo esencial encontramos
66
el mismo desarrollo de la organización estamental en los países de
la corona aragonesa, en Nápoles y en Sicilia y en los territorios
alemanes.
En los países aragoneses no hubo nunca estados generales; los
tres países, Aragón, Cataluña y Valencia tuvieron siempre repre
sentaciones estamentales separadas. Aquí predominó el sistema
tricurial; también los hidalgos aparecen aquí en las asambleas re
gionales. No hubo asociaciones municipales que pudieran repre
sentarles allí; la nobleza tenía carácter estamental personal. En
Aragón hay muchas peculiaridades que sugieren que también aquí
el sistema tricurial pudo haberse desarrollado a partir de un siste
ma bicameral anterior. Los ricos hombres forman aquí una curia
señorial especial que está por encima de las tres curias habituales.
La conocida y otgullosa fórmula de reverencia que la leyenda sitúa
en el siglo XI, pero que tan sólo fue transmitida desde 1462, dice
que los estamentos se sienten iguales en dignidad al rey, pero en
materia de poder en su totalidad superiores y que lo reconocen
como señor y rey sólo bajo la condición de que observe sus fueros;
«si no, no». Pero estas orgullosas palabras no les impidieron so
meterse considerablemente en la época de los Reyes Católicos y de
sus sucesores al mandamiento monárquico del poder, finalmente
aún bajo Felipe II. La institución peculiar del justicia que recuerda
al gran justiciarlo normano-siciliano, es un resto del antiguo Mag-
num Concilium que también aquí hubo de existir. Él era la per
sona de confianza del rey y, al mismo tiempo, el guardián de los
privilegios regionales estamentales. Ocupó así una posición de in
termediario entre los señores regionales y los estamentos, tal como
ocasionalmente fue propio del gran concejo en otras partes.
En Nápoles y Sicilia se amplió la Magna Curia del rey bajo
Federico II a veces mediante grandes asambleas de notables convo
cadas por el rey, pero principalmente sólo tenían que tomar cono
cimiento de sus leyes y decretos. Durante algún tiempo debieron
presentar quejas (después de 1233), pero ello no se realizó muy
propiamente porque el temor ante los poderes burocráticos era
muy grande. De todos modos estas asambleas de notables pueden
ser consideradas como grada previa del parlamento propiamente
tal, que tan sólo apareció bajo los Anjou desde 1283 y en Sicilia
y bajo los gobernantes aragoneses.
67
En los territorios alemanes surgieron los estamentos de modo
semejante a como en Francia con la formación territorial del Esta
do y así también crecieron. También aquí pueden ser considerados
en cierto sentido como creación de los señores territoriales, si bien
existe una diferencia entre los diversos territorios y épocas en rela
ción con el grado de independencia estamental. Los dos polos del
principio señorial y del cooperativo adquirieron vigencia en diver
sa medida y en diferente relación según las épocas y los países;
pero en su totalidad, el principio del acuerdo sólo tuvo una signi
ficación secundaria, y los estamentos regionales alemanes aparecen
en su totalidad más como cooperativas forzadas que como acuerdos
por elección. Tampoco aquí pudo tener el feudalismo —que pron
to fue suprimido de la administración regional real— consecuenL
d a disolutiva alguna y sirvió por eso al fortalecimiento del podeX
del señor territorial. La enajenación de derechos señoriales de so
beranía, que dio a los estamentos en variada forma una posición
fuerte como autoridades locales es especial y no está fundada pro
piamente en un nexo de vasallaje. Se puede decir pues que el feu
dalismo influyó en la historia constitucional alemana en un doble
y contrapuesto sentido. En primer lugar, disolvió la asociación de
súbditos del reino y posibilitó las génesis de los principados regio
nales. Pero, dentro de éstos, sirvió en manos de príncipes vigoro
sos y discretos como instrumento para la domesticación de la no
bleza y para habituarla al servicio del Estado. De todos modos, el
vasallaje más reciente de los territorios pasó desde el siglo XIII
por la escuela de la ministerialidad principesca que se reconstituyó
mediante la institución de la caballería en un nuevo estamento de
vasallos. Estos nuevos vasallos tuvieron más tarde como funciona
rios u oficiales gran significación para los países alemanes, concre
tamente para Prusia. Se sabe que aún Bismarck se sentía vasallo
de su rey, en el sentido de la antigua nobleza militar prusiana.
De especial interés es que también en los territorios alemanes
se puede comprobar una grada previa de los estamentos regionales
que recuerda al Magnum Concilium del primer grupo. Pues a las
asambleas regionales del siglo XV las precede en el siglo XIV en
muchos territorios un gran «consejo juramentado» de los señores
territoriales, que no tenía ningún carácter propio de funcionario
sino que constituía una comisión de la nobleza convocada de tiem
68
po en tiempo por el rey. En los territorios eclesiáticos estaban re
presentados los tres estamentos. Spangenberg ^ ha demostrado que
éste era un fenómeno muy difundido. Luschin von Ebengreuth,
quien se refirió a ello por primera vez (1897), ve aquí precisamen
te un estadio transitorio que conduce a la era de las asambleas
regionales. Spangenberg no quiso reconocer esto propiamente,
pero sus objeciones se dirigen en realidad sólo contra la supoción
de Luschin de que, junto a este concilium juratum de los señores
regionales, existió en todas partes un consejo especial de estos se
ñores. De hecho ello no puede ser comprobado en todas partes;
pero es muy posible que se considere a los funcionarios habituales
de la corte como el núcleo de este concilium juratum. En Bran-
denburgo, parece que de este modo se presenta el consejo jura
mentado formado por la nobleza todavía en el siglo XV, de modo
que difícilmente se puede diferenciar dónde cesa y dónde comien
zan las asambleas señoriales.
Este fenómeno se relaciona con otro: en los territorios de la
Alemania oriental se nota una cierta inclinación del sistema tricu-
rial a mantener algunos restos del sistema bicameral anterior. De
manera muy clara ocurre esto en Prusia Oriental donde directa
mente una cámara —la primera: estamento de los señores y con
sejeros regionales— se encuentra junto a la segunda cámara en la
que aparecen los diputados caballeros de los cargos (distritos) y
los diputados de las ciudades. Aquí puede haber influido el ejem
plo de Polonia. No tan claramente, pero todavía reconocible, se
impone el tipo bicameral en Sajonia, donde aparece la mesa de los
escribanos junto a la de los funcionarios. Lo mismo ocurre en Si
lesia donde la «asamblea de los príncipes», la representación re-
gional-estamental de toda la región de Silesia, abarca los principa
dos hereditarios y particulares junto con los señores estamentales
libres y al lado los representantes de las ciudades privilegiadas.
Bohemia tiene una posición intermedia entre los países periféricos
no alemanes y los territorios de Alemania oriental. Luschin ha ex
puesto la conjetura de que la institución del «concilium juratum»
de los señores territoriales austríacos fue transpuesta a Austria se-
69
gún el modelo del antiguo consejo bohemio de Kmeten en la épo
ca de Otocar. Es la misma influencia de Bohemia y de Polonia
que también se puede reconocer en la formación de las grandes
asociaciones municipales del este de Alemania.
Resumo una vez más las causas que se pueden tener en consi
deración para la explicación de la formación divergente de los dos
tipos de organización estamental —o, lo que es lo mismo, para
la explicación de la continuación de los dos tipos por encima de
los primeros más antiguos—. Primeramente es la profunda in
fluencia del feudalismo a la que estuvieron expuestos los países
del antiguo Imperio carolingio. Es, por lo pronto, un efecto diso-
lutorio que destruyó toda la asociación de dominio y de sumisión
de los súbditos de modo que de sus elementos tuvo que surgir
una fomación nueva de asociaciones políticas de dominio, en laX
que los poderes dinásticos tenían la conducción, si bien de tal
modo que no podían sustraerse a la colaboración de los estratos
potentes de la sociedad. Esta profunda influencia del feudalismo
se encuentra solamente en los ámbitos del Imperio carolingio (se
gún este modelo, Italia es una formación secundaria). En los paí
ses periféricos, haciendo caso omiso de Inglaterra y de Bohemia,
no se encuentra una organización propiamente feudal. En Bohe
mia se pueden explicar muchas divergencias del primer tipo por
la influencia del feudalismo alemán. En Inglaterra, la organización
feudal adquirió una forma muy especial por el duro cuño domi
nante de los reyes normandos, que evitó aquí los efectos disolven
tes que encontramos en el continente. Lo principal de ello es que
Inglaterra nunca los cargos, concretamente los cargos de los con
dados, se convirtieron en feudos hereditarios. Gracias a ello, los
condados se libraron de la patrimonialización y la fragmentación,
y esto tuvo como consecuencia el mantenimiento y conservación
del antiguo Estado, en contraposición directa con los países conti
nentales que pertenecieron al Imperio caronlingio. En cambio, el
efecto fortalecedor que pudo tener el feudalismo para el ordena
miento monárquico del Estado, es común en Inglaterra con las
nuevas formaciones continentales en Francia y con los territorios
alemanes. Esto es, a su vez, un aspecto que diferencia a la forma
ción del Estado y a la organización inglesa de la de los Estados
periféricos no feudales.En Suecia, Polonia y Hungría, la monar
70
quía durante la Edad Media fue más débil que en Inglaterra por
que aquí la nobleza con sus posesiones alodiales era menos depen
diente del rey.
El otro motivo principal de la diferenciación es la formación
más fuerte, amplia y racional del equipo administrativo en los
países del segundo tipo más joven que —no solamente, pero sí
principalemente— puede ser atribuida a los efectos e influencias
del derecho romano. Sólo en el segundo tipo más joven se formó
junto a la organización estamental una administración burocrática
que no se limitó a la corte, sino que abarcó también la adminis
tración local y de los distritos y que se propuso penetrar cada vez
más profundamente en los cimientos del edificio del Estado. En
Inglaterra hay también —y hasta en parte antes ya que en Francia
y en los territorios alemanes— una organización fuerte y formada
racionalmente de los cargos y funciones en la corte. Por ello se
distingue Inglaterra a su vez de los demás países periféricos, cuyas
instituciones siguieron siendo primitivas en este aspecto. Pero a
estas autoridades centrales no corresponde ninguna administración
burocrática de los distritos. Los vicecomites que contenían ya el
germen para ello se atrofiaron por la conjunción de la desconfianza
por parte de la corona y de la aversión por parte de la nobleza de
los condados, y degeneraron en dignatarios caracterizados esta
mentalmente; la administración local propiamente tal se encuentra
en manos de funcionarios honoríficos domiciliados y tiene el ca-
tácter de un autogobierno de las asociaciones municipales por no
tables nobles. Este carácter de un autogobierno local predomina
en toda la zona de los Estados periféricos, muy especialmente en
Bohemia y en Hungría, pero también en Polonia desde la trans
formación de los starosten de funcionarios reales en funcionarios
regionales; en Suecia la transfomación característica se produce en
el siglo XVII concretamente desde que a los consejos del reino se
les privó mediante un golpe de Estado en 1680 de la administra
ción de las antiguas regiones. Desde entonces, Suecia se butocra-
tizó. Igualmente Dinatmarca, desde 1660. En estos países nórdi
cos es tanto la influencia del derecho romano como los efectos del
ejemplo continental, de Alemania y también de Francia, los que
produjeron esta transformación. La influencia del derecho romano
en los países periféricos es mucho menor que en el núcleo del an-
71
tiguo Imperio carolingio. Aquí tienen naturalmente más impor
tancia las influencias publicísticas que las civilísticas; y éstas son
menores y han de buscarse no tanto en el préstamo o transposición
de instituciones concretas cuanto en el fortalecimiento de la auto
ridad real, en lo que en sentido muy amplio se llamaba los jura
regaba, en contraposición a los privilegios estamentales, y luego
en el espíritu de una objetivización y racionalización de la admi
nistración en contraposición a las tradiciones y concepciones feu
dales.
Teniendo en cuenta esta administración burocrática que se va
formando considero que el tipo de Estado al que corresponde el
sistema tricurial es un aparato estatal progresivo con funciona
miento más intensivo en comparación con el modo de funciona
miento extensivo y atrasado del tipo más antiguo, al que corres
ponde el sistema bicameral. En una comparación entre Francia! y
los territorios alemanes por un lado y los países periféricos nórd^
eos y orientales por el otro lado, salta a la vista la justificación de
esta diferencia. Pero ésta también tiene su justificación para Ingla
terra. El entusiasmo del siglo XIX por la autoadministración y su
sobrevaloración en contraposición a la muy injuriada pero indis
pensable burocracia que manifestó el romanticismo administrativo
no debe ocultar el hecho de que la administración inglesa se retra
só considerablemente frente a la continental en el siglo XVIII,
siendo la administración inglesa de entonces una administración
de notables diletante e indolente. El juez inglés de paz ejercía una
justicia personal y la desaparición del estamento campesino en el
siglo XVIII, el empobrecimiento y la miseria de los trabajadores
industriales en el siglo XIX hablan un lenguaje elocuente contra
la excelencia incondicional de estos métodos. Tan sólo en el siglo
XIX, después de las grandes reformas, compensó Inglaterra el
avance del continente en lo referente a una administración inten
siva, que fue equiparada en sus rasgos esenciales a la burocracia
continental.
La mayor intensidad del funcionamiento del Estado favoreció
naturalmente el fortalecimiento del factor monárquico. Y aquí se
encuentra una circunstancia que da al dualismo estamental-monár-
quico en los países del sistema tricurial un sentido esencialmente
diferente al de los países del antiguo sistema bicameral. En este
72
grupo más reciente, el polo monárquico posee una mayor energía;
consecuentemente, la organización estamental aparece aquí tam
bién más como una cooperativa forzada que surge a la vida con la
formación y el desarrollo de la asociación política y que en todos
los progresos políticos importantes, más sigue o se opone que con
duce. Por eso existe aquí de antemano una cierta inclinación al
absolutismo monárquico que se fortalece por las crecientes tareas
del Estado en el curso de los siglos y relega a los estamentos casi
totalmente en los siglos XVII y XVIII. Dos grandes complejos
causales fueron concretamente los que favorecieron este desarrollo
hacia el Absolutismo: uno es el paso de los poderes eclesiásticos a
los señores seculares por el giro de la política eclesiástica romana
desde el Concilio de Basilea y además por la Reforma. Ésta favo
reció indistintamente a los Estados de los dos grupos, a los del
Este ciertamente menos que a los demás. Contribuyó en Inglaterra
esencialmente al fortalecimiento del poder monárquico bajo los
Tudor y fue en Dinamarca y Suecia el impulso más fuerte para la
formación de tendencias absolutistas. Pero en Francia, en Alema
nia, en el Sur de Italia y en España operó más fuertemente porque
aquí pudo unirse con la organización monárquica de la adminis
tración. El otro complejo causal principal está sugerido con el
concepto de militarismo y se relaciona con el grado de trivialidad
del poder y de las luchas políticas entre los Estados europeos. El
mayor grado de actividad político-militar y de conflictos bélicos
se muestra aquí en el viejo núcleo de Europa, en los poderes su
cesores del Imperio carolingio, que gracias a ios ecos del imperia
lismo medieval, a su unión con Italia, que desde el fin de la Edad
Media se había convertido en impetuoso centro de la política eu
ropea, lo mismo que especialmente por el fuerte choque del ele
mento románico y germánico, se mantuvieron en permanente y
celosa tensión y fueron forzados a los mayores esfuerzos militares
y financieros. En cambio, los países periféricos del continente,
también la Inglaterra insular, fueron menos afectados por este des
plazamiento y presión políticos. En estos países periféricos no se
necesitó ningún ejército permanente como en el núcleo antiguo
de la Europa continental. Son precisamente los Estados con siste
ma tricurial los que se vieron obligados a esta intensa actividad
político-militar. Justamente por ello aumentó considereblemente
73
en estos países la intensidad del aparato y del funcionamiento del
Estado. El aparato militar y el financiero aparecen aquí en la pri
mera línea del interés público; la política de poder fomentó el
poder monárquico de mando y fue desfavorable a los estamentos.
En cambio, en los países de la antigua organización bicameral,
el factor estamental más bien pudo competir y hasta ser superior
al factor monárquico, que aquí carecía de la fuerte formación del
equipo administrativo. Aquí se inclina el desarrollo tan claramen
te al parlamentarismo como allí al absolutismo. El ejemplo clásico
es otra vez Inglaterra, con el predominio alternante de la corona
y del parlamento hasta la decisión por las dos revoluciones del si
glo XVII que abrieron el camino al parlamentarismo. También
Polonia tiene un parlamentarismo estamental; lo mismo Hungría.
El parlamentarismo sueco de la llamada «época de la libertad»
(1721-1772) es una continuación de tendencias anteriores de la
época del concejo del reino, en contraposición al absolutismo pre
cedente, sólo que aquí ya no domina la alta sino la baja nobleza,
y la burocracia que se ha formado entretanto y que ya no puede
ser dejada de lado, se convierte en un instrumento del dominio
de la nobleza, en cuanto que ésta concede los cargos a sus miem
bros. Del parlamentarismo estamental surgió en general el parla
mentarismo moderno, en tanto que en los países con una tempra
na organización absolutista se forma la peculiar forma de gobierno
monárquico-constitucional que fue inaugurada por la Charte fran
cesa de 1814 y que concretamente en Austria y en Alemania tuvo
mayor duración. Suecia escoge con su Constitución de 1809 un
camino intermedio que intentó conservar el antiguo dualismo de
dos poderes coordinados en un Estado moderno, hasta que recien
temente, como en todas partes, venció el parlamentarismo. Esta
perspectiva permite reconocer que el sistema de organización esta
mental no ha de contraponerse al moderno como algo muy dife
rente y extraño —como lo sostenía en el fondo Tezner— sino que,
pese a toda oposición, significa al mismo tiempo un estadio del
desarrollo del Estado moderno, una situación general de tránsito
al constitucionalismo moderno.
74
CONDICIONES HISTÓRICO-UNIVERSALES
DE LA ORGANIZACIÓN REPRESENTATIVA
75
La organización representativa está vinculada hoy con la forma
republicana del Estado. Pero ella surgió en la monarquía, donde
al monarca, como representante de la unidad del Estado, se en
frentan los estamentos como representantes de los variados intere
ses que siempre tienen que ser reunidos en una totalidad unitaria.
Esta dualidad es fundamental para la organización representativa.
En la vida moderna del Estado ella aparece en la polaridad de «Es
tado» y «sociedad», de unidad y variedad de los intereses dentro
de un pueblo.
En la historia constitucional alemana, francesa e inglesa es
completamente habitual construir el decurso de la época de mane
ra tal que a la época del Estado feudal sigue la del Estado esta
mental y luego a ésta con o sin el estadio intermedio del absolu
tismo la época moderna constitucional del Estado representativo,
la época moderna constitucional del Estado representativo. La in
vestigación comparativa no ha penetrado durante mucho tiempo
más allá de este círculo; sólo las situaciones del Este europeo fue
ron rraídas a cuento ocasionalmente y parecieron, si bien no sin
limitaciones, encuadrarse en el mismo esquema.^ Pero reciente
mente, la construcción sociológica ha comenzado a aplicar, tam
bién con limitaciones, este mismo esquema al desarrollo estatal
de todos los pueblos, sin tener en cuenta los diversos ámbitos cul
turales; y este intento de construcción provoca la contradicción.
Tengo presente aquí a dos recientes autores alemanes: Wilhelm
Wundt con su gran Sicología de los pueblos (t. VIII) pretende con
cebir las épocas del feudalismo y del Estado estamental como gra
das regulares de paso a la organización política moderna de todos
los pueblos, y lo mismo hace Franz Oppenheimer en su amplio
Sistema de sociología, cuyo tomo sobre el Estado ha aparecido re
cientemente en una nueva reelaboración; este último al menos está
dedicado a los Estados que él llama terrestres, a diferencia de los
Estados marítimos, con los cuales se refiere principalmente a los
Estados de la cultura antigua del Mediterráneo. Lie examinado la
fundamentación de esta tesis y la he encontrado insostible en su
76
generalidad.^ También Max Weber estaba muy lejos de aceptarla;
sus diferentes exposiciones muestran precisamente en relación con
el problema de la organización estamental una notable laguna que
requiere ser llenada.
Hay que aceptar evidentemente que el feudalismo también se
da fuera del círculo de los pueblos europeos; ciertamente la inde
terminación de este concepto exige una precisión más clara de los
diversos tipos que la que habitualmente se da'*. Pero, por lo que
respuesta al Estado estamental, me parece que debe ser limitado
al ámbito cultural del Occidente cristiano; pues en los países que
fuera de este ámbito cultural pasaron por un estadio feudalista de
desarrollo como Japón, los Estados islámicos, quizá también el an
tiguo Egipto en su época de transición del Antiguo Imperio al
Medio, lo mismo que en la antigua Grecia de la cultura micénica,
no se encuentra huella alguna de una organización propiamente
estamental. Con la polis pasa Grecia, la Antigüedad, a una vía
completamente diferente de la formación y organización del Esta
do. Pero en el Occidente cristiano mismo se encuentra de manera
bastante general este fenómeno, no solamente en los pueblos ro
mánico-germanos, sino también en los puramente germanos, en
el norte escandinavo, lo mismo que en los eslavos y magiares. En
el Occidente no llegó a plena formación solamente allí donde in
fluyó decisivamente la estructura municipal de la Antigüedad en
la formación del Estado,' es decir, concretamente en Italia, pero
también en otras partes del sur de Europa. En el sur de Italia, el
feudalismo y la organización estamental no son autóctonos, sino
que fueron trasmitidos por la conquista normanda. Sin ésta, se
hubiera impuesto aquí, como en el norte y centro de Italia, la
forma de organización municipal. El antiguo Estado «monista en
principio, constituido puramente corporativamente sobre la base
social de una nítida distinción entre libres y esclavos» (Jellinek),
no se compadece con una organización estamental-feudal y tampo
co el imperio universal, en el que al revés, el factor monárquico
relegó completamente al corporativo.
77
La organización feudal-estamental tiene su origen propio en el
núcleo romano-germánico de la Europa moderna, que se caracteri
za por la gran formación del Reino de los Francos. Desde allí irra
dia hacia diversas direcciones, tratándose sólo en parte de una tras
posición directa; por regla general, existen ya ciertos comienzos o
esbozos que se reconfiguran o son llevados a un desenvolvimiento
pleno. Así, Inglaterra, que ya en la época anglosajona poseía tales
esbozos de un tipo muy apto para ser desarrollado, se convierte
por la conquista normanda en el siglo XI en el portador clásico
de un sistema feudal-estamental especialmente fuerte y de rico fu
turo que se caracteriza por la temprana fusión de derecho feudal
y derecho regional (common law). Así también, los Estados nór
dicos, lo mismo que Polonia y Hungría, fueron impulsados a ese
desarrollo; quisiera poner de relieve aquí la curiosa influencia ara
gonesa en Hungría comprobada recientementepor el Profesor
Marczaly.^ Más aún, la forma de organización estamental va más
allá del círculo estrecho del Occidente cristiano, del de la Iglesia
romana. Esbozos de ello ha demostrado Kontantin Jirecek^ en los
servios y en otros pueblos sudeslavos. Y por lo que se refiere a
Rusia, ya no se puede dudar, después de la luminosa exposición
de Maxim Kowalewski,^ que allí hubo en los siglos XVI y XVII,
no solamente una cámara alta de magnates, la Bojarenduma, sino
también una cámara baja de servidores nobles y comerciantes no
tables urbanos, por cierto principalmente sólo de Moscú y sus al-
rederores, que como Zemsky Sobor fueron convocados frecuente
mente y ejercieron importantes funciones asesoras. Desde luego se
ve también aquello que los historiadores rusos Kljutscheswski y
Miljukow subrayaron más fuertemente que Kowalewski, es decir.
78
aquí se trata de una formación mucho más débil de representación
estamental que en el Occidente. Es principalmente una organiza
ción principesca y carece de la fortaleza interna y de la indepen
dencia corporativa de los estamentos de los países occidentales.
Se plantea ahora la pregunta: ¿Cómo ha de explicarse el hecho
peculiar de que las organizaciones estamentai-representativas como
-fenómeno autóctono sólo se encuentran en el Occidente cristiano,
aquí de manera bastante general, y en cambio no en el resto del
mundo?
Naturalmente que aquí se ofrecen como razones de explicación
los dos amplios sistemas que dominan y caracterizan la vida del
Estado y de la sociedad del Occidente: el feudalismo y la Iglesia
cristiana, concretamente en la forma de la hierocracia romano-ca
tólica. De hecho, en loy dos encontraremos motivos principales
que favorecieron la formación de organizaciones estamentales.
Pero a eso se agrega un tercer factor que por cierto se relaciona
estrechamente con ellos: la peculiar forma de la configuración del
Estado en el Occidente, que produjo una permanente competencia
por una mayor vigencia del poder entre las diferentes configura
ciones estatales, sin conducir empero a la unión general en un im
perio universal y que precisamente por eso produjo una creciente
intensificación y racionalización del funcionamiento de la institu
ción estatal (en parte con los medios legados de la antigua civili
zación por mediación de la Iglesia), mientras que por otra parte
este proceso provocó una reacción en sentido corporativo.
Con ello nos encontramos frente a dos sistemas histórico-uni-
versales estrechamente ligados entre sí: concretamente el del siste
ma europeo de Estados y el del moderno Estado soberano, que en
su perfilada peculiaridad están limitados al Occidente cristiano lo
mismo que la organización estamental-representativa como fenó
meno autóctono. Podemos atrevernos a afirmar que, sin este siste
ma de Estados y su tendencia a permanentes luchas de rivalidad
y sin la modernización del aparato del Estado, tampoco hubiera
surgido una organización estamental-representativa. Ella puede ser
entendida completamente sólo en su condicionamiento por esta es
tructura de la vida de los Estados europeos que se formó paulati
namente ya desde finales de la Edad Media para llegar luego en
los siglos XVI y XVII a su pleno desenvolvimiento. En el trasfon-
79
do se encuentra, como en todas partes en la historia occidental
moderna, la influencia más o menos oculta que, viniendo de la
Antigüedad, especialmente del Imperio Romano, se hizo vigente
por la mediación de la Iglesia cristiana.
Naturalmente el Imperio Romano no pudo ser, a causa de una
estructura municipal, y concretamente de su forma de gobierno
absoluto-monárquica, un modelo inmediato de la organización es
tamental de la Edad Media. La diarquía de Princeps y Senado que
caracterizó la época de Augusto y que muestra desde luego una
cierta semejanza con el dualismo de la organización estamental,
sólo tuvo una significación pasajera e influyó en los Estados mo
dernos, no por continuidad histórica inmediata, sino solamente
como reminiscencia humanista. Pero de todos modos, en este con
texto se basa el hecho de que en los siglos XVI y XVII países
como Polonia y Suecia llamaron senado a la cámara alta de repre
sentación estamental y que aún hoy Estados como la Unión nor
teamericana y la República francesa utilizan el mismo nombre
para su primera cámara. Más importante es la influencia indirecta
que las asambleas regionales (concilla) —casi siempre subestima
das en este contexto— las provincias romanas, como modelos pro
bables de los de los concilios cristianos, ejercieron en el desarrollo
del sistema representativo en el Occidente cristiano. Gracias a las
investigaciones de Konrad Lübeck ®parece al menos muy probable
que estas concilla dieron, primero en el Oriente y luego en el Oc
cidente del Imperio, el impulso y el modelo para las asambleas
regionales que en primera línea se tenían que ocupar con el culto
del Emperador, pero que en conexión con ello poseían toda clase
de poderes representativos,^ y que también primero en el Oriente
y luego también en el Occidente del Imperio dieron el impulso y
el modelo para la convocatoria de sínodos periódicos de las parro
quias o comunidades cristianas en los mismos ámbitos. Esto es un
complemento importante del conocimiento básico de que la orga
nización de la Iglesia cristiana siguió ampliamente el modelo del
80
Imperio Romano. Quiero subrayar el hecho de que en el párrafo
de Tertuliano que se cita muy frecuentemente como el testimonio
más antiguo de los concilios cristianos, aparece la palabra «reprae-
sentatio» por primera vez en la historia universal en la significa
ción hoy habitual.^® Pero por lo que toca a la significación de los
concilios para el desarrollo de las asambleas representativas medie
vales, todavía habrá que decir algo más; por ahora puede bastar
indicar el testimonio de Nicolás de Cusa que considera evidente
la relación interna histórica de las dietas imperiales con los conci
lios eclesiásticos, tratando directamente las dietas imperiales como
la correspondencia secular de los concilios.^'
El concepto de feudalismo requiere aún una clasificación y es
bastante enredado. Hay que distinguirlo, como ha enseñado von
Below,'^ del sistema propiamente tal del vasallaje. Este es un con
cepto jurídico claramente~de|inible, en tanto que feudalismo es
más bien un tipo sociológico o un nombre genérico para tal tipo.
El sistema de vasallaje es el concepto estrecho, feudalismo es el
amplio. Pero puede aparecer dudoso lo que se quiere comprender
bajo feudalismo fuera del sistema de vasallaje. En este aspecto di
fiero de von Below. Pero estas cuestiones constituyen un problema
en sí que he tratado a p a r t e S u solución no es por lo demás de
cisiva para nuestro tema. Pues no existe una unión general y ne
cesaria entre la organización feudal y la estamental. Hay organiza
ciones feudales que nunca condujeron a una organización estamen
tal como en Japón y en Turquía; y por otra parte surgieron orga
nizaciones estamentales también en aquellos países que no tuvie
ron propiamente un sistema de vasallaje como Hungría y Polonia.
Se trata aquí, como veremos, de diferenciaciones típicas tanto
dentro de la organización feudal como de la estamental. En todo
10. Tertuliano, de ieiun. 13: Aguntur per Graecias illa certis in locis
concilla ex universis ecclesiis, per quae et altiora quaeque in commune trac-
tantur et ipsa repraesentatio totius nominis Christiani magna veneratione celebra-
tur.
11. Concordantia catholica, lib. III.
12. Der deutsche Staat des M itulalters, pág. 243 ss.
13. «Esencia y difusión del feudalismo», en este libro.
14. Cfr. mi estudio «Tipología de las organizaciones estamentales», en
este libro.
81
caso, los elementos que surgiendo del feudalismo o pasando por
el feudalismo influyeron en la formación de la organización esta
mental se pueden reconocer con bastante claridad sin entrar más
de cerca en el problema del feudalismo. Son los dos puntos si
guientes: en primer lugar, un carácter especial, peculiar, condicio
nado por la sicología de los pueblos, de la asociación monárquica
de señores y súbditos, que ya subyace también al Estado de vasa
llaje, es decir, la idea fundamental de que el dominio que se basa
en una conducción originaria, no en la opresión, se ejerce en nom
bre y con aprobación de la totalidad del pueblo, sea que esta apro
bación se conceda expresamente o se suponga tácitamente; el señor
obra pues como representante de una totalidad que está obligada
a seguirlo, pero a la que él también debe de alguna manera res-
ponsablilidad, de modo que se trata de una obligación recíproca
de señores y súbditos, de un lazo de las dos partes, si no por de
recho formal, sí sin embargo por costumbre y tradición, una idea
que tuvo su más fuerte expresión en los pueblos germánicos y que
con el tiempo también adquirió vigencia jurídica. Segundo: la
exención de ciertas personas o grupos del efecto inmediato del po
der público del señor o dominador y el paso de poderes público-
jurídicos a estas personas o grupos con la consecuencia de una au
tocracia local separada. Esto es, principalmente, un efecto de
aquella institución jurídica que se conoce bajo el nombre de in
munidad y que habitualmente se liga con el sistema propiamente
dicho de vasallaje y con el señorío territorial para formar el con
cepto de feudalismo. Como se sabe, es una institución que origi
nariamente proviene de la situación jurídica privilegiada de los
dominios imperiales en el Imperio Romano y que primeramente
favoreció a la Iglesia en el caso de sus extensas posesiones, pero
luego también a los poderes locales que tenían carácter feudal-es-
tamental. En ella se basan principalmente todos los privilegios
que constituyen el fundamento jurídico característico del Estado
estamental; se la puede designar en cierto sentido como precursora
y adelantada de los modernos derechos subjetivos públicos de los
súbditos, fundamentados habitualmente de modo jusnaturalista,
porque constituyen derechos ya positivos, subjetivos y públicos de
diversos grupos de súbditos, basados en concesión o en usurpación
con el subsiguiente reconocimiento expreso o de hecho.
82
A estos elementos de una idea primitiva de Estado de derecho
y de un esbozo de derechos subjetivos públicos de diversos grupos
privilegiados de súbditos está vinculada la forma peculiar de la
configuración de Estado en Occidente, basada en el dualismo his-
tórico-universal fundamental de Estado e Iglesia y que finalmente
produjo el sistema de Estados cimentado en el derecho de gentes.
Por la permanente rivalidad y competencia entre sí, los diversos
Estados se ven obligados a una progresiva intensificación y racio
nalización de su actividad que es única en la historia universal y
que tuvo tantas importantes consecuencias en múltiples aspectos.
El portador principal de esta moderna configuración del Estado,
el poder principesco, recurre en primer lugar a aquellos elementos
de la población que por sus posesiones y por su autoridad local
están capacitados especialmente para trabajos financieros y m ilita
res, por ello, se convierten en auxiliares del poder del príncipe en
la construcción del nuevo Estaúo: estos son los llamados «esta
mentos». Inicialmente son los cc^sejeros innatos y juramentados
del principe, con quienes él trata los ardua negotia regni en asam
bleas cortesanas, reunidas periódicamente y a menudo con ocasión
de las grandes fiestas de la Iglesia. Pero, en la medida en que el
poder del príncipe intensifica sus exigencias de prestaciones finan
cieras y militares para su política y en ello busca ocasionalmente
sustraerse a una participación cada vez más molesta de los gran
des, en la medida en la que la intensificación y racionalización del
nuevo aparato institucional estatal conduce al fortalecimiento de
los órganos y funciones puramente dominadores de la Corte y en
el país, en esta misma medida ptecisamente, aquellos grupos pri
vilegiados de súbditos se sienten impulsados a unirse en forma de
grupos y en su totalidad dentro del Estado que se va afirmando.
De esta manera, procuran el mantenimiento de sus libertades y
privilegios y —en cierto modo por el camino de la compensa
ción— exigen por cada mayor rendimiento un aumento o afirma
ción de sus privilegios, algo que finalmente logran casi siempre.
Esto se ve clarísimamente en la reacción ante las exigencias cada
vez más altas y regulares de impuestos, que son el exponente más
importante de la intensificación del aparato institucional estatal y
que en cierto modo actuaron por doquier como impulso de la or
ganización estamental.
83
Un aparato del Estado tan intensivo y racional sólo se encuen
tra en Occidente. Basta pensar en la justicia del juez turco que
descansa en consideraciones de equidad y funcionalidad según las
pautas del Corán y que está alejada en millones de años luz del
espíritu de una jurisprudencia racional; o en el método de admi
nistración de los mandarines chinos formados literaria-humanísti-
camente y que sin conocimientos propiamente administrativos, o
económico-financieros ejercen su función según la doctrina de
Confucio. Se puede entonces percibir concretamente esta contra
posición del aparato moderno del Estado con el de las viejas cul
turas orientales. Fue evidentemente la influencia y especialmente
de la Iglesia Romana, plena del espíritu jurídico racional, la que
tuvo peso decisivo en el mundo estatal de Occidente; y detrás de
la Iglesia se encuentra la civilización antigua, concretamente el
ordenamiento jurídico y administrativo del Imperio Romano. El
derecho Romano se convirtió en una palanca poderosa para el
aparato moderno del Estado. Lo que produjo el peculiar desarrollo
político del Occidente es, en el fondo, la síntesis creadora de dos
ámbitos culturales histórico- universales que se entrelazaron en
tre sí.
II
84
f investigación reciente, ya tenía antes de él una larga historia
Más tarde fue recogida por Guizot y von Eichhorn y aún reciente
mente la ha sostenido Spangenberg, de modo expreso en su libro
Vom Lehnstaat zum stdndestaat'^~'. Pero en la concepción corriente
entre nosotros, según la cual se trata de una disposición específi
camente germana, racial-sicológica, la tesis es muy difícilmente
sostenible. Una idea básica semejante la encontramos también en
los pueblos eslavos; Schrader hasta supone que es en general in
dogermánica: en todas partes se encuentran como los dos pilares
del ordenamiento estatal, el príncipe y el consejo o asamblea re
gional como en Tácito. Pero también este círculo parece muy es
trecho. La misma idea básica se encuentra también en la tradición
húngara y en otras partes. Un misionero alemán pretende de
mostrarla hasta en las tribus sudafricanas de los ewe en Togolan-
dia. En igual sentido describe Alfred Vierkandt la organización
de los pueblos primitivos en general^®. Aquí no se trata de una
especial disposición racial, sino de un fenómeno general típico de
los pueblos que se encuentra en la gr^da cultural de una organiza
ción tribal primitiva. ^
Montesquieu, por lo demás, estaba muy lejos de una estrecha
concepción racial-sicológica. Pensaba más bien en la influencia del
factor «climático», que tanto apreciaba, bajo el cual entendió los
fundamentos naturales de lo que más tarde Karl Marx llamó «la
estructura económica de la sociedad». Es la vida de bosque, la
cultura primitiva de bosque, la que le pareció el lugar del naci
miento de la libertad germana. Pensaba sin duda en la contrapo
sición de la antigua cultura mediterránea con su ciudad-Estado o
de las grandes y antiguas culturas fluviales en Egipto, Mesopota-
16. Erwin Holzle, Dze Idee einer altergermanischen Freiheit vor Montes
quieu, Beiheft 5, Hist. Zeicschr,, 1925.
17. Pág. 1.
18. Reallexikon der indogermanskhen Altertumskunde; Estrasburgo, 19 0 1.
19. J. Spieht, Die Ewestamme (1906), pág. 102 ss. (Citado por W il-
helm W undt, Volkerpsychologie VIII, pág. 298). Cfr. también, Richard
Thurnwald, «Social Systems o í Africa», en África, Zeitschr. des internat.
Instituts für afrikanische Sprachen und Kulturen, vol. II, pág. 204.
20. En la obra conjunta de la ed. Teubner Die Kultur der Gegenwart,
Sección Allgemeine ’V erfassungs-und Verwaltungsgeschichte, pág. 3 ss.
85
mia, China con sus imperios patrimoniales que se inclinaban a la
administración burocrática. Para nuestro problema tiene segura
mente gran importancia la diferencia de las relaciones de coloniza
ción y de los fundamentos culturales materiales, pero, como ha
bremos de ver, se agregan otros elementos más importantes. Po
demos ciertamente hablar de una disposición general sociológico-
nacional que emerge en la grada cultural de una organización tri
bal y de parentela casi en todas partes en formas típicas que luego,
empero, y con el progreso de la civilización, se han podido desa
rrollar sin obstáculos hacia formas más altas sólo en ciertos luga
res. El problema habrá de ser planteado así: ¿qué circunstancias
han condicionado el hecho de que este germen originario de una
idea primitiva del Estado de derecho no llegara en la gran parte
de los pueblos a un desarrollo y que más bien pudiera desenvolver
se hasta su pleno crecimiento sólo en el ámbito cultural occiden
tal?
Como se ha dicho, aquí juegan primeramente un papel las cir-
cunstacias de colonizacióm. En la antiguo ciudad-Estado vincula
do al mar y a la cultura costera del Mediterráneo se desplegó este
germen de manera completamente distinta a como ocurrió en los
grandes territorios interiores fluviales y de bosques. Pero además,
hubo aquí otra circunstancia que fue decisiva y que frecuentemen
te atrofió completamente este germen. Es el desarrollo exagerada
mente fuerte del factor dominante en la formación de los Estados
por la unión con la religión y los impulsos sociales surgidos de
ella. Todo el Oriente antiguo y moderno está lleno de ello. El
señor o dominador es o bien un Dios que peregrina en la tierra
como en el antiguo Egipto o entre los asirios acádicos o en China
o en Japón; o es, al menos, el protegido o comisionado especial
de los dioses, como los reyes babilónicos lo son de Marduk, los
ajemenides de Ahuramazda o los demás dioses regionales de los
reinos sometidos a ellos, o como las califas en los reinos islámicos
en tanto sucesores de profetas; o es endiosado por la antigua apo
teosis como Alejandro o los emperadores romanos. En todas parres
resulta un inmenso fortalecimiento de la autoridad secular por la
eclesiástica o aun de la idea de la unidad de Estado e Iglesia como
en el Imperio Romano desde Constantino y en los reinos Islámi
cos. Con ello se vincula fácilmente la tendencia a la monarquía
86
universal y hacia un ilimitado absolutismo del poder del domina
dor. En todos los casos mencionados se presentaron las dos cosas;
el germen de una idea de Estado de derecho se atrofió por ello.
La tendencia hacia un desarrollo tal tampoco falta en Occiden
te, justamente entre los germanos. Los reyes anglosajones deriva
ban su árbol genealógico de Wotan y también los merovingios se
jactaban de un origen divino que después de la conversión al cris
tianismo les confirió una consagración mágico-sacral muy eficaz,
sustituida o fortalecida ahora ciertamente por la legendaria unción
de Clodovico en una «ampulla» traída del cielo. Ahí ocurrió pre
cisamente un giro histórico-universal, esto es, que los carolingios
que no podían hacer valer para sí una tradición sacral se interesa
ron en celebrar una estrecha alianza con la Iglesia Romana para
sustituir por la unción eclesiástica la carencia de legitimidad y
para legitimar la usurpación. Pero la consagración eclesiástica li
mitó ahora de antemano el carácter del dominador por su sujeción
al derecho divino. La designación al señor «dei gratia», que se
entronizó en todo el Occidente desde Carlomagno y sobre cuya
significación se ha discutido tanto, contiene ya ciertamente ante
todo esta sujeción y con ello una reducción del carácter pagano
mágico-sacral de la dignidad del señor y, al mismo tiempo, tam
bién en una garantía contra su degeneración en arbitrariedad tirá
nica y omnipotencia universal. La doctrina eclesiástica asume pues
la idea germana del Estado de derecho, la conserva de este m o ^ ,
la protege de su decadencia pero, al mismo tiempo, la vincula
con las nociones eclesiásticas del jus divinun junto con todas sus
reminiscencias de ideas jusnaturalistas antiguas, concretamente es
toicas, y crea así una doctrina de la organización cristiana de la
sociedad, que fue elaborada y desarrollada en el siglo XIII tras el
redescubrimiento de Aristóteles por la Iglesia en un amplio siste
ma doctrinario debido a Tomás de Aquino, que luego dominó
considerablemente el mundo medieval. Este se convirtió en fértil
terreno espiritual de las organizaciones estamentales de Occidente.
Este desarrollo hisrórico-intelectual sólo pudo realizarse cierta
mente desde que la Iglesia se liberó, con ayuda del movimiento
cluniacense, de la dependencia patrimonial y feudal del poder pro
tector secular que se había establecido en la era de la llamada
«iglesia propia» predominante en todo el Occidente, concreta
87
mente durante los emperadores sajones y sálicos y, desde la solu
ción de la disputa de las investiduras, en lo que llegó a ser una
institución autónoma bajo una fuerte conducción del papado que
pretendía ser hierocrático, y que pronto entró en conflicto con el
Imperio y más tarde también con otros poderes seculares. La larga
tensión de este conflicto, que va desde el siglo XI hasta el final
de la Edad Media, es uno de los factores histérico-universales más
fuertes y también de importancia decisiva para la génesis y forma
ción de las organizaciones estamentales de Occidente. La doctrina
eclesiástica de la sociedad y del Estado es en gran parte un fenó
meno que acompaña esta lucha entre sacerdotium e imperium.
Esta arma se forjó y se manejó con gran éxito en las luchas ecle
siásticas en el siglo XI. Basta mencionar los nombres de un Mane-
gold von Lauterbach, de un Johann de Salisbury. Los aditamentos
jusnaturalistas tomados de la Antigüedad agregan ya aquí la idea
de una especie de soberanía del pueblo, en realidad extraña al de
recho germano, de una entrega de la corona por parte del pueblo.
El antiguo derecho germánico de resistencia contra el poder ilegí
timo adquiere con ello nuevos y más fuertes fundamentos. No me
ocupo más detalladamente con estas cosas que recientemente ha
sido iluminadas clara y nítidamente por las investigaciones de
Gierke, y últimamente por Fritz Kern^' y Kurt Wolzendorf^^.
Sólo quiero señalar que en relación con ello, la Iglesia Romana
llegó a una clara y decisiva preferencia del principio de elección
al tratarse de la instauración de los señores o gobernantes secula
res. En el antiguo derecho germano y también en otras partes se
muestra a comienzos de la Edad Media una competencia o una
conjunción de derecho de sangre y elección; la elección tiene aquí
un origen mágico-ritual y no se basa en modo alguno en la idea
de que se convierte arbitrariamente a un aspirante a la corona en
señor o dominador, sino que lo que importa es encontrar al hom
bre cabal, quien merece la corona por derecho. Por influencias de
la Iglesia se relega el derecho de sangre, se prefiere el principio
88
..
de elección, se sacraliza el carácter mágico del acto de elección y
en todas partes se lo liga, en mayor o menor medida a la coparti
cipación eclesiástica. Entre los electores del rey, ejercen la conduc
ción, por regla general, los magnates eclesiásticos; y en todas par
tes es tradición que el elegido debe pedir en primera línea a sus
electores la colaboración en las acciones de gobierno.
En todas partes, el alto clero se convierte en el portador de la
concepción eclesiástica de la limitación del poder secular por el
derecho divino y por la naturaleza de la sociedad cristiana, funda
da en este derecho. De todos modos, así pudo transmitirse algo
de las ideas fundamentales del derecho germano, que se encierra
en esta doctrina eclesiástica, a pueblos no germanos, en la medida
en que en ellos las mismas ideas estaban desarrolladas más débil
mente u oscurecidas, como parece haber sido el caso en Polonia.
Hay que tener en cuenta aquí que el aparato primitivo del Estado
estuvo dirigido en su totalidad en las cancillerías por manos ecle
siásticas, que las fórmulas de estas cancillerías pasaron de país a
país, de corte a corte y que, de este modo, se estableció en la
Alta Edad Media una uniformidad del mundo intelectual político
y administrativo que tan sólo más tarde cedió lugar a una diferen
ciación cada vez más amplia de los espíritus de los pueblos. Al
igual que la fórmula «dei gratia», peregrinaron muchísimas otras
por todo el Occidente y, con ellas, la doctrina eclesiástica deVia
sociedad cristiana, que llegó a ser el terreno seminal para las orga
nizaciones estamentales.
De gran significación para la formación de las organizaciones
estamentales en instituciones regulares fue también el ejemplo de
los concilios eclesiásticos en la Edad Media. En el Reino de los
Francos, las sesiones de la corte que celebra el rey con los grandes
y que se amplían en parte a asambleas formales del reino, se co
nectan originariamente por una parte, con la antigua parada m ili
tar en el campo de Marte, la reconfiguración de la antigua comu
nidad regional germana, y por otra, con los concilios eclesiáticos
nacionales o sínodos, teniendo los últimos una influencia decisiva.
Un sínodo eclesiástico que se celebró en el año 755 (bajo el rey
Pipino) en Verneuil,^^ dispuso que anualmente deberían celebrar-
89
se dos sínodos, el uno en marzo en presencia del rey, allí donde
él lo convocara (según la antigua costumbre coincidente con el
campo de Marte, que por lo demás precisamente en ese año había
sido trasladado a mayo, lo cual tuvo también como consecuencia
un desplazamiento de la asamblea eclesiática), y el otro a comien
zos de octubre en el lugar que los obispos habían acordado en
marzo. «Probablemente apoyándose en los dos sínodos acordados
entonces», dice Brunner,^'* «surgió el hábito de celebrar rarla año
dos asambleas de la corte». Son las dos reuniones de las que habla
Hinkmar en su escrito «de ordine palatii». La reunión a comien
zos de año se celebró en mayo y coincidió con el campo de mayo.
Fue un parlamento o asamblea formal del reino, compuesta de los
grandes eclesiásticos y seculares del Reino, con el inmenso pueblo
en el trasfondo, al que se le solían anunciar las resoluciones, en
tanto que la asamblea de otoño era una reunión más pequeña de
consejeros y magnates eclesiásticos y seculares de especial confian
za, destinada sólo a la decisión de asuntos importantes y a la pre
paración íntima de la próxima asamblea de primavera. El concilio
y la asamblea del reino coincidieron de hecho, si bien fueron dife
renciados conceptualmante. Junto a la designación «placitum ge
nérale», «conventos generalis» se encuentra también para la reu
nión mayor la otra: «concilium» o «synodus». Según la descrip
ción de Hinkmar ésta se dividió en dos curias, una eclesiástica y
otra secular, que sesionaban en parte separada y en parte también
conjuntamente; la curia eclesiástica se separaba en ocasiones en
una reunión especial de los obispos y otra de los abades. El hecho
de que el rey convocara y clausurara la reunión se explica cierta
mente como uso secular; el que la reunión debía ceñirse a las cues
tiones presentadas por el rey y no poseía ninguna iniciativa pro
pia, responde ciertamente a la tradición conciliar. La formulación
de los documentos preparativos y de las resoluciones se hallaba
seguramente siempre en manos eclesiásticas.
Así pues, tenemos aquí una institución que confluyó de dos
fuentes histórico-universales, de la tradición germana y de la re
glamentación eclesiástica. Se puede suponer que el modelo de los
90
concilios eclesiásticos tuvo una influencia decisiva para la consoli
dación institucional y la configuración corporativa de estas asam
bleas representativas. Pero el placitum generale o concilium ha de
considerarse, como dice Brunner, como el germen histórico-jurí-
dico de los cuerpos representativos estamentales y parlamentarios
que más tarde encontramos en Europa central y occidental. Si
aquí no existe una relación inmediata, entonces sí cabe decir que
sigue influyendo la tradición, y fueron las mismas fuerzas y ten
dencias las que más tarde y bajo otras circunstancias operaron en
las sesiones y reuniones de la corre y los estamentos.
Más fuertemente que en el Reino de los Francos, se hizo notar
la influencia de la Iglesia en las reuniones de la corte y en las
asambleas regionales en el Reino de los Visigodos, y ésta fue tam
bién, tras el dominio del Islam, tan significativa en los nuevos
reinos cristianos de la Península de los Pirineos, que el padre de
la historia castellana del derecho, Marina, quería remitir el origen
de las cortes directamente a los concilios eclesiásticos^^.
También en el reino anglosajón tuvo lugar de manera comple
tamente semejante a como en el de los Francos una estrecha unión
de los elementos eclesiásticos y seculares en las asambleas regiona
les. En Witenagemote, los obispos se presentaban al lado de los
witan, y aquí también surgió la separación entre una curia ecle
siásticas y una secular En el reino anglonormando, que fue fun
dado con asistencia curial, la influencia decisiva de los obispos,
que pronto fueron todos normandos, continuó en las asambleas de
la corte, de las que emergió el parlamento originario de los prela
dos y los barones. Antes de que este gran consejo del rey fuera
25. Teoría de las cortes o grandes Juntas nacionales de los Reinos de León y
Castilla, 3 vols., Madrid, 18 13 . En la selección de Eduardo Hinojosa, Docu
mentos para la historia de las instituciones de León y Castilla (siglos X -X IV),
Madrid, 1 9 1 9 ; desgraciadamente no se encuentra nada sobre estos asuntos.
Tampoco se encuentra nada en la historia constitucional española de Ernst
Mayer, que desafortunadamente sólo se puede utilizar en la traducción espa
ñola. Sobre Aragón, donde la situación fue la misma: de la Fuente, Estudios
críticos sobre la historia y el derecho de Aragón, 3 vols. Madrid, 18 8 4 -8 6 , t. 3,
pág. 4 2 , 63. Además Tourtoulon, Ja/mt l le Conquérant, roi d ’Aragón Mont-
pellier, 18 6 7 , II, p. 175.
26. Liebermann, Die Gesetze der Angelsachsen, Glosario; «Bischofe».
91
complementado para formar el parliamentum posterior por los
commons, los representantes propios regionales de los condados y
de las ciudades, hubo en Inglarerra también asambleas eclesiásti
cas representativas en las que actuaban como procuradores (proc-
tors) de los decanatos y archidiaconatos, no solamente los obispos
y demás prelados, sino también los representantes del capítulo ca
tedralicio y de la coligiatura de la fundación lo mismo que los del
clero diocesano bajo. Esas fueron las convocatorias que desde co
mienzos del siglo XIII ya no fueron exclusiva y directamente con
vocadas por el rey y tampoco para todo el reino, sino separada
mente para las dos provincias eclesiásticas York y Canterbury por
los arzobispos, a veces por orden del rey, para colaborar en la le
gislación eclesiástica. Estas convocaciones adquirieron una signifi
cación altamenre política desde la disputa entre el papa Bonifacio
VIII y el rey francés Felipe IV sobre tributación del clero a través
del poder del Estado. La bula «clericis laicos» (1296) prohibió al
clero en Inglaterra pagar los impuestos exigidos por el rey; pero
luego vino el compromiso a base de la bula «Romana mater»
(1297) que admitió el pago de los impuestos en Inglaterra cuando
éste se realizaba voluntariamente. Con ello tenía el clero un privi
legio de aprobación de impuestos, que era más claro y amplio que
el que le fue concedido al parlamento secular por la «confirmatio
chartarum» de 1297,^* y no admitió dicho clero hacer uso de él
en sus convocaciones, con lo que estaba poco satisfecho el rey
Eduardo I. En consecuencia, el rey intentó desplazar de las convo
catorias a los represenrantes del clero e introducirlos en el parla
mento secular en cuanto que mediante la llamada cláusula prae-
munientes impuso a los obispos en el momento de su nombra
miento para el parlamento llevar a él las cabezas del capítulo, los
archidiáconos, un representante del clero secular por cada catedral
y dos representantes del clero diocesano.^® Pero este intento fraca
só. Los representantes del clero no aparecieron en suficiente núme
ro en el parlamento y finalmente, desde 1332, estuvieron comple-
92
tamente ausentes. Prefirieron resolver entre sí sus aprobaciones en
las convocaciones que hasta 1664 se mantuvieron con esta fun
ción. De todos modos, los procuradores del clero fueron convoca
dos regularmente durante el siglo XIV y todavía en el siglo XV;
y el escrito sobre el «modus tenedi parliamenrum»,^® que procede
de mediados del siglo XIV y que pone de relieve muy especial
mente el carácter representativo de la cámara baja frente a los Lo
res eclesiásticos y seculares, mencioné entre los tres gradus sive
genera, de los que se compone la communitas parliamenti, en pri
mer lugar a los procuratores cleri, en segundo lugar a los caballe
ros condales, en tercer lugar a los cives et burgenses. A diferencia
de los magantes, estos tres grupos de representantes son qui repre-
sentam totam communitatem Angliae. Estos procuratores cleri,
que los obispos hacían elegir en los decanatos y archidiaconatos
de sus diócesis, intervinieron en las convocaciones ya antes de que
se introdujera a los commons en el parlamento y pudieron haber
dado el modelo para la representación secular de asociaciones loca
les en las asambleas regionales. Aquí ya se había realizado la idea
representativa antes de que los caballeros condales fueran invitados
al parlamento (primero en 1213 por el rey Juan) y luego los repre
sentantes de los civitates et burgi (1265); esta idea fue transmitida
evidentemente por la tradición conciliar y no requiere una cons
trucción jurídica hecha con nociones jurídicas específicamente
germanas. Hatschek, quien emprende esto último, niega sin ra
zón, según creo, el carácter representativo de las convocatorias ^k
Al hacerlo tenía a la vista evidentemente el concepto moderno de
representación popular tal como surgió desde la Revolución Fran
cesa, no el específicamente estamental de la Edad Media. Su de
ducción del principio de representación a partir del antiguo prin
cipio jurídico germano de la separación de culpa y responsabili
dad,^^ no me parece clara y convincente. Este principio, conse
cuencia del principio cooperativo, garantiza sin embargo sólo una
posibilidad formal para la construcción jurídica de las relaciones
representativas, pero no una causa material de su génesis. Y Hats-
93
chek subraya aquí con razón que la figura peculiar de la represen
tación en Inglaterra, que al comienzo fue un deber y no un dere
cho, se puede explicar por la dura presión estatal, que convirtió
a las antiguas asociaciones cooperativas en cooperativas pasivas de
deber y rendimiento y les impuso la responsabilidad solidaria de
lo que sus representantes legales habían autorizado al rey en ma
teria de impuestos y tareas, bajo presión más o menos fuerte.
Como representantes legales del condado se consideraban los com
parecientes en la County Court, en tanto que de aquéllos que no
habían acudido se suponía, a base de una ficción jurídica arbitra
ria, que aprobaban. Pero en las asambleas regionales generales, en
los parlamentos, la representación de los condados y de las ciuda
des por los caballeros y ciudadanos enviados a ella se basaba sólo
en el principio jurídico de la representación del clero diocesano
por ios procuradores. Si, siguiendo a Stubbs, se concibe la génesis
del parlamento como una concentración de la maquinaria local ad
ministrativa, entonces cabe suponet que este asunto pudo haber
sido suscitado por el modelo de la antigua representación eclesiás
tica, si bien al revés, las convocaciones más tarde pudieron haber
sido influidas en lo que toca a muchas aspectos (por ejemplo, la
separación de las dos cámaras) por el parlamento secular ya forma
do. Las más antiguas asambleas eclesiásticas podrían entonces
transmitir una relación histórica oculta del parlamento con el an
tiguo Witenagmote, tal como anteriormente fue supuesto por
Freeman y otros historiadores ingleses del derecho, por cierro que
a base de un conocimiento insuficiente de las fuentes y de una
contrucción insostenible.
Así pues que no solamente en los Estados sucesores del Impe
rio caronlingio, sino también sobre todo en España y en Inglaterra
es al menos muy probable una influencia decisiva de las institucio
nes eclesiásticas conciliares en la formación de las asambleas regio
nales o generales representativas. En todo caso, en todas partes
tuvo gran importancia el hecho de que los miembros de los con
cilios ecleseásticos eran al mismo tiempo sobresalientes y hasta di
rectivos de las asambleas seculares regionales o del reino. Se pude
suponer, en general, que los altos miembros del clero fueron di
rectamente también conductores de los movimientos estamentales
de la Edad Media. El que en los territorios alemanes la curia ecle-
94
siástica es menor, y en parte falta completamente, cosa que subra
ya especialmente von Below,^-"* no demuestra nada contra la im
portancia general de la influencia, diversamente atestiguada, del
alto clero en la época anterior y en situaciones más amplias. Los
territorios alemanes son configuraciones pequeñas y hasta anorma
les y no se los puede convertir en fundamento de juicios generales
de carácter jurídico-constitucional.
Con ello coincide el que en muchas partes hemos visto cómo
la Curia romana tiende directamente a influir en el sentido del
establecimiento de situaciones organizadas estamentalmente. Lo
que en general le importaba a ella aquí era limitar el poder secular
del señor y obtener un instrumento para ejercer una permanente
influencia de la política eclesiástica. Más abajo habrá de hablarse
de esta cuestión.
En la doctrina de Tomás de Aquino no se encuentra todavía
y no puede esperarse una teoría propiamente tal de la organización
estamental. El conocido párrafo en la Summa Theologiae^^ donde
se habla de las constituciones mixtas y en la monarquía se coloca
al príncipe como el principio aristocrático y el pueblo empero,
que elige a estos o podría y debería elegirlos, como el principio
democrático, no puede ser interpretado así en mi opinión. Aquí
se habla de la organización de todo el Occidente cristiano como
de una gran unidad abarcadora. La monarquía es el poder univer
sal del papa que debe ser apoyado por el emperador o el empera
dor mismo como poseedor de la espada secular. Los príncipes son
los únicos reyes de la cristiandad que en parte fueron reyes elegi
dos. Aquí se ve también la preferencia de la Iglesia por el princi
pio de la elección. Es el terreno para la organización estamental,
no la organización estamental misma. Tan sólo desde la época
conciliat, cuando la Iglesia papal ascendió al absolutismo y pasó
por una gran crisis constitucional en la que el principio conciliar
se opuso a la supermacía papal, encontramos también en los auto
res eclesiásticos una teoría estamental general. Así, en el cono
cido párrafo de Nicolás de Cusa^^ al que Gierke aludiera varias
95
veces^^. Aquí se hace referencia a las dietas imperiales y a las
asambleas regionales de todos los Estados eruropeos. No es casual
que el siglo de los grandes concilios reformadores fuera también
una época de impulso y ascenso de la organización estamental re
presentativa secular, de manera muy especial en el Imperio Roma
no Germánico. El contramovimiento, por así decir, constitucional
que entonces se levantó contra el gobierno eclesiástico papal que
en el siglo XIII había llegado a la plenitud absolutista del poder,
desató también en la esfera secular esfuerzos semejantes, en los
cuales el alto clero se hizo cargo diversamente de la conducción.
La Concordantia catholica del cardenal Nicolás de Cusa nos presenta
muy impresionantemente el paralelismo de estos movimientos
eclesiásticos y seculares que sobrecogieron a todo el Occidente.
La doctrina de la corporación que fue creada por los canonis
tas, combinando concepciones jurídicas alemanas y romanas, llegó
demasiado tarde como para poder adjudicarle una influencia deci
siva en la génesis y primera formación de las organizaciones esta
mentales. La corporación como fenómeno jurídico fáctico es ya
más antigua que la teoría de la corporación. Pero para la forma
ción posterior de derecho estamental, la teoría fue empero de gran
significación. Y se añade un efecto más tan importante como rico
en cosecuencias. Mientras que la organización más antigua y pro
piamente estamental tiene y mantiene un rasgo expresamente dis
cordante, como consecuencia de la idea fundamental dualista, en
la coordinación de príncipe y pueblo, de institución estatal real y
representación regional corporativa, de modo que el príncipe y la
región o su representación se enfrentan frecuentemente como dos
partidos que pactan o disputan, la teoría de la corporación elabora
precisamente para el Estado estamental la nueva concepción de
una configuración orgánica, de un Corpus mysticum secular, por
así decir, con la idea de cabeza y miembros que se pertenecen
conjuntamente y forman una unidad orgánica. Basta para ello re
cordar a Marsilio de Padua y, una vez más, a Nicolás de Cusa.
Es interesante ver cómo esta doctrina modifica la concepción del
Estado estamental y en los siglos XIV y XV, pero concretamente
96
en el siglo XVI y la reconfigura en la forma constitucional-repre
sentativa más moderna. En la influencia de estos factores —que
ciertamente no se pueden demostrar ya, como se ha creído, en el
siglo XIII, pero sí hacia finales del XIV— se basa, también la
famosa doctrina de la santa corona en Hungría. Esbozos de una
concepción semejante se encuentran ocasionalmente en otras par
tes, por ejemplo, en Francia y en Suecia. También en la Inglaterra
isabelina, sostiene un teórico contemporáneo la concepción de que
el rey y el parlamento se pertenecen conjuntamente como la cabe
za y los miembros y que deben colaborar armoniosamente^®.
III
97
sustenco» tal como fue elaborado en la teoría de los siglos XVII
y XVIII en conexión con fórmulas escolásticas humanísticas, pero
también con relaciones estamentales realmente existentes: ésta es
la doctrina de los códigos indios más antiguos (del Manu y del
Yajnavalkya), de los cuatro «varnas» de los brahamanes, de los
kschatoriyas, de los vaisyas y de los sudras, de los cuales los tres
primeros designan los estamentos privilegiados del pueblo ario
conquistador y el última la clase servidora de los primeros habi
tantes morenos sometidos, entre los que se cuentan también todos
los demás elementos extraños no arios^^. Esta tripartición de los
arios en un estamento sacerdotal, uno bélico y uno económico de
trabajo corresponde bastante exactamente el esquema occidental:
clerecía, nobleza, tercer estamento (estamento de aprendiz —de
defensa— de sustento). Ella es, ya para la antigua India, una
construcción intelectual sociológica que simplifica idealtípicamen-
te la situación real, que muestra clases mucho más numerosas.
Quizá esta antigua teoría estamental india muy ilustrativa pudo
haber influido dentro de un gran contexto histórico-universal,
como no tiene equivalente, en las doctrinas sociales occidentales.
Lo que subyace en la realidad es la formación de una aristocracia
clerical y de otra guerrera en el pueblo dominador ario ya alta
mente cultivado, que milenios antes de Cristo penetró desde el
noroeste conquistando la India y aquí fundó su dominio en una
cantidad de pequeños reinos que luego tan sólo en el siglo IV an
tes de Cristo fueron reunidos en un gran reino. Pero el pueblo
ario no pudo aquí desarrollar su peculiar cultura y civilización
porque la mezcla de sangre inevitablemente ocurrida, pese a toda
inhibición tabuista, con las razas indígenas que se hallaban en un
estadio cultural más bajo con una primitiva organización tribal y
de parentela, trasformó radicalmente todo el pueblo en su estruc
tura y colocó en vez de la antigua estructuración estamental india
la nueva atticulación según castas, tan característica de la India.
En ella el modelo de una otganización de parentela se unió con
diferencias raciales, especialización profesional hereditaria y nor-
98
mas mágico-rituales sobre el matrimonio, la alimentación y la
omisión voluntaria de toda impureza, para formar un peculiar sis
tema de articulación social que contiene todo el derecho sacrol,
sistema que precisamente por su entumecimiento sacrol excluyó
la formación de estamentos como en Occidente. La rivalidad per
manente entre los dos estratos superiores de los brahamanes y de
la aristocracia guerrera —de las cuales el primero predominó ini
cialmente pese a la doctrina sacerdotal— concluyó finalmente con
su plena desapatición, de modo que sólo los brahamanes de entre
los antiguos estamentos pasaron a la ordenación posterior en cas
tas. Pero el señor que en la época de los diadocos de Alejandro
Magno realizó la extensión del reino de Magadha, Tschandragup-
ta, ya no era un descendiente de la raza aria dominadora, sino
miembro de la casta de los sudras. Sus sucesores favorecieron el
budismo, que relegó la antigua fe india e independizó su doctrina
de la redención individual de las castas, pero sin debilitar la orde
nación misma de las castas.
Para nuestra consideración lo principal en este hecho es —y
con ello se supera también la aparente contradicción con nuestra
tesis— que no solamente la ordenación estamental originaria de
los arios desapareció ante el otdenamiento indio de las castas, sino
que la antigua articulación india de los estamentos, considéresela
como teoría o como realidad, hace echar de menos toda relación
con el punto de vista de una representación política. Las ventajas
de los estamentos superiores no se basan en privilegios jurídica
mente reconocidos sino simplemente en la costumbre y la tradi
ción de naturaleza mágico-religiosa; aquí no tenemos, pues, nin
gún ordenamiento jurídico social y político propiamente dicho
que fundamente determinadas pretensiones frente al podet del Es
tado —que ni siquiera había surgido—, sino que aquí vemos sólo
una relación de jerarquía regulada por la costumbre religiosa y la
tradición que mantiene e interpreta la clerecía en su propio interés
y en donde característicamente se habla mucho de tomar y dar
obsequios, pero no de determinadas prestaciones como alcabalas e
impuestos. Esto es por cierro algo esencialmente diferente del sis
tema de privilegios estamentales en Occidente. Es un esbozo de
ello, pero nunca llegó a su pleno desenvolvimiento.
Castas hay solamente en la India; pero un efecto semejante so
99
bre la articulación social, en el sentido de la exclusión de estamen
tos jurídica y políticamente privilegiados, partió también de la
consevación de la antigua organización de parentela con su culto
de los antepasados y sus diversas funciones de un autogobierno
extraestatal que sigue diferenciando al Oriente del Occidente. Por
ejemplo, en China, la carencia de estamentos propiamente privile
giados está evidentemente realacionada con la conservación de una
organización de parentela, que cubre todo el ámbito de la cultura
china con una red de fuertes asociaciones de familias que ejercen
una especie de autogobierno local, pero también más amplio con
espíritu patriarcal comunitario. De este modo, la formación de
estamentos especialmente privilegiados tropezó con fuertes obstá
culos, haciendo caso omiso de que las pretensiones jurídicas sub
jetivas de diversos grupos frente a la autoridad del emperador y
sus órganos de gobiern,o hubiera aparecido como contravención
contra la piedad. Llama la atención que en China falte completa
mente la formación de una aristocracia guerrera caballeresca, que
en Occidente fue el núcleo de la organización estamental. Tam
bién los literatos licenciados, los aspirantes a cargos de los que
surgieron los mandarines, plenos del espíritu de la piedad confu-
cionista, no eran menos que un estamento privilegiado adecuado
para la representación del pueblo y en caso dado también para la
oposición. En lugar de un control representativo y de una oposi
ción, se presenta en China más bien la rebelión ocasional de masas
populares desorganizadas contra el gobierno inepto y la opresión,
a las que frecuentemente se tienen que sacrificar los mandarines
afectados por ello. Tales movimientos no se apoyan, por ejemplo,
en doctrinas jusnaturalistas, sino más bien en la costumbre y la
tradición, y precisamente en eso yace su fuerza eficaz.
En China no faltó totalmente la agrupación cooperativa de di
versos estamentos profesionales. Concretamente, los comerciantes
y artesanos tenían aquí también sus corporaciones y gremios de
gran importancia. Pero por cierto, no sabemos nada exacto sobre
la estructura y el espíritu de estas asociaciones. No debemos colo
carlas sin más en una grada sociológica con las occidentales. Se
puede suponer que en ellas tiene vigencia el principio de una di
rección paternal-autoritaria y de una cooperación fraternal-solida-
ria, de manera semejante a como lo sabemos del «artell» ruso,
100
que conocemos mejor^®. Pero este principio proviene del espíritu
y de los hábitos de una comunidad familiar o de una misma estir
pe y es completamente distinto de la esencia del «acuerdo elegi
do» occidental y en especial del germano que emerge del espíritu
de un ordenamiento social ya fuertemente individualizado y que
tiene como presupuesto una esfera jurídica personal completamen
te formada de los diversos miembros de la asociación. Con ello
llegamos al problema fundamental de la diferencia popular-sicoló-
gica de Oriente y Occidente, esto es, a la diversa configuración
de la personalidad que por una parte se mantiene no desarrollada
y estática en los lazos tradicionales de familias y estirpe y, por la
otra, la personalidad se ha formado y desarrollado hacia una indi
vidualidad, independencia y actividad más plenas en el marco de
un círculo social más amplio. Aquí importa la diferencia entre
«comunidad» y «sociedad», tal como la ha enseñado Tónnies y
como subyacía ya antes de él a la diferencia jusfilosófica de rela
ción de status y relación de contrato. Mientras que el Oriente se
detuvo en gran medida en las relaciones de familia y estirpe del
status de una comunidad originaria, los estamentos privilegiados
del Occidente y con ello toda las organización estamental se basan
en un ordenamiento social moderno que se va insinuando aunque
en modo alguno todavía concluso, que primeramente formó el do
minio doméstico en la familia singular de manera más fuerte que
en las viejas asociaciones de parentela, pero que luego engendró
en el «privilegium» una intensificación y enriquecimiento de la
esfera jurídica personal, que condujo a las pretensiones jurídicas
subjetivas frente al poder del Estado y, mediante el paso de la
relación de status a la relación de contrato, creó la posibilidad de
una alianza de los diversos sujetos jurídicos privilegiados, que
constituye la esencia del acuerdo elegido y con ello del sistema
político propiamente tal de los estamentos.
Una evolución tal como la que muestra el Occidente sólo fue
posible sobre la base de un ordenamiento de la sociedad y del Es
tado relativamente moderno que ya no se basaba en las tradiciones
de la antigua organización tribal y de estirpe, sino en el espíritu
40. W . Siieda, en Handuwterbuch der Staatswiss. 3 .” ed., II, pág. 196 ss.
101
racional de reglamentaciones jurídicas positivas, como las que pre
sentaba no solamente el derecho romano de tráfico en la cuenca
del Mediterráneo, sino también los derechos germanos y el dere
cho canónico de la Iglesia Católica Romana, fecundado por el es
píritu románico y germano, así como también en una filosofía del
derecho y del Estado que, siguiendo a Aristóteles y a las doctrinas
cosmopolitas de los estoicos, había elaborado concepciones mora
les y jurídicas románico-germanas en un sistema normativo del
derecho natural y divino que se hallaba, complementando y regu
lando, tras el derecho positivo de los diferentes pueblos.
Cuán completamente diferentes fueron los presupuestos espiri
tuales de los ámbitos culturales no occidental-cristianos, lo mues
tra quizá muy claramente el ejemplo de la alta cultura china con
su ordenamiento social y del Estado confuciano que no se basaba
en el derecho racional, sino en la costumbre tradicional, no en la
personalidad, sino en al asociación familiar, no en una estructura
individualista de la sociedad, sino en un espíritu comunitario de
estirpe, y que por eso no conocía ninguna clase de pretensiones
jurídicas subjetivas públicas de los individuos sino sólo someti
miento bajo la tradición y ante todo veneración de la autoridad
paternal en todas sus formas y de la generación anterior en gene
ral.
Naturalmente, en este terreno no podía crecer ninguna orga
nización estamental, para no hablar de la ilimitación básica del
poder del Estado ejercido por el hijo del cielo. Este poder ilim ita
do del Estado había surgido, por lo demás, de las más antiguas
formas patriarcales de vida de la organización tribal y de parente
la, que no conocía diferencia alguna entre autoridad eclesiástica y
seculat y en la que la cabeza de la tribu o de la estirpe era al
mismo tiempo sacerdote y conservador del culto de los antepasa
dos y conductor en las cuestiones seculares.
Si en China falta —como ya se ha dicho— un estamento gue
rrero privilegiado separado, como el de los caballeros en los Esta
dos del Occidente, ello está vinculado evidentemente con la tem
prana existencia de ejércitos formados por solicitud o por fuerza,
mantenidos y equipados con medios estatales, que no permitieron
una autodotación y un autoentrenamiento privados de guerreros o
de multitudes privadas de guerreros. Este fenómeno de adminis-
102
tración burocrática del ejército, muy difundido en el Oriente, en
donde muchas veces los esclavos fueron equipados y formados para
convertirlos en guerreros, ofreció a Max Weber'^'^ el fundamento
para un intento de explicación, sólo aludido fugazmente, de la
carencia de organizaciones estamentales en el Oriente, que si bien
es cierto no capta el problema en todo su alcance y en toda su
profundida, sin embargo es muy digno de atención y merece una
exposición más detallada.
Según ella, en los territorios de la antigua cultura fluvial como
Egipto, Mesopotamia, China, la necesidad de una dirección unita
ria, planificada, d?l trabajo organizado de masas con el fin de pre
parar las instalaciones hidráulicas para la regulación del río y para
el riego del país en un terreno muy amplio, creó muy pronto una
administración estatal sobre la base de una economía natural que
luego actuó en el campo de la milicia y que de antemano redujo
o excluyó la autodotación en empresas privadas, de armas y el au
toentrenamiento bélico, predominante por doquier en Occidente.
Pero justamente en este principio se basaba en Occidente el feuda
lismo, que en su origen fue el intento de estatizar las empresas
bélicas privadas que habían crecido desordenadamente y que en
su desarrollo posterior condujo a que el estamento guerrero caba
lleresco que se autoarmaba y autoentrenada, atendiendo las exi
gencias de los señores del feudo y de la guerra, ocasionadas por
las necesidades políticas, se agrupara en una coalición eficaz y me
diante este agrupamiento impusiera privilegios para sí mismo.
Ello le siguió asegurando una posición jurídico-política privilegia
da y muchas veces justamente una especie de cogobierno en el
aparato del Estado que se estaba formando. Esta posibilidad de
los guerreros, altamente adiestrados y que se armaban por sí mis
mos de arrancar privilegios al señor regio mediante la asociación
entre ellos resulta ser especialmente éxitosa también allí donde no
existía derecho feudal, como en P o lo n ia,d o n d e los privilegios
103
estamentales de la nobleza habían sido adquiridos por esta vía an
tes del gran privilegio general de Kaschau (1374), mediante la
presión de una coalición de caballeros guerreros y autoequipados
sobre el soberano real de la guerra"*^. Por otra parte, vemos que
por doquier en Occidente, la formación de un ejército permanente
organizado y mantenido con medios del Estado según el sistema
de la administración burocrática, significa la muerte del ordena
miento feudal-estamental de la sociedad y del Estado.
Así se podría suponer que la carencia de un estamento guerre
ro privilegiado, y con ello de la palanca principal del movimiento
estamental en general, se relaciona en Oriente con la temprana
existencia de una administración estatal-burocrática del ejército.
Pero no deseo aceptar esta conexión como explicación suficiente.
A ello se opone el hecho de que —ciertamente no en China, pero
sí en otros lugares en el Lejano y Cercano Oriente, pese a la admi
nistración burocrática del ejército y en patte hasta en relación con
ella— se llegó a la fomación de un ordenamiento feudal del Esta
do que se asemejó mucho al de Occidente, concretamente en el
Japón y en los Estados islámicos; pero aquí, el feudalismo no con
dujo en modo alguno como en Occidenre a una organización esta
mental sino que más bien se aceptó un ordenamiento monárquico
absoluto del Estado en el que ni el estamento guerrero ni otros
estamentos preferidos se enfrentaban al poder del Estado con pri
vilegios jurídico-políticos, para jugar así el papel de representan
tes de la asociación de súbditos.
El feudalismo japonés,^'* que en muchas partes es muy seme
jantes al occidental, se diferencia esencialmente de éste por la na
turaleza jurídica del contrato feudal que no se basa, como el romá
nico-germano, en la igualdad y reciprocidad de las dos partes,
sino que más bien crea una dependencia mucho más fuerte del
vasallo con respecto a su señor feudal de la que es corriente en
Occidente. Esto coincide con las doctrinas de Confucio, que en
Japón llegaron a ser fundamentales y que condujeron al hecho de
104
que al señor feudal se le reconoció una especie de autoridad pater
nal frente al vasallo; se explica también en última instancia por
qué la relación japonesa de vasallaje, la «kenin», fue originaria-
menre una relación clientelista dentro de la gran asociación de pa
rentela, que aceptó muchas veces a forasteros como hijos menores
o hermanos, y en época más antigua también por el acto simbólico
de la fraternización por sangre, formando con ellos séquitos arma
dos en caso de rencillas entre las parentelas o de agitación interna.
Es evidente la contraposición con los séquitos getmanos que for
maron el punto de partida para la posterior relación de vasallaje:
según el testimonio de Tácito, éstos estaban fundados en una de
claración de gentes libres en la asamblea regional pública, cuando
se presentaba un jefe o cacique que buscaba voluntarios para una
guerra o una campaña de saqueo que iba a emprender. En el Ja
pón, en cambio, subyace desde el comienzo una relación patriarcal
que tampoco más tarde, cuando se difuminó, llegó a ser una rela
ción de dos contratantes con igualdad de derechos. El contrato de
vasallaje es en todas partes un contrato de status, una síntesis de
relación de contrato y status: es un contrato que está dirigido a
una determinada relación típica de status. Esta relación de status
es en el derecho germano la de un hombre libre que no se rebaja
por la sumisión voluntaria a un caudillo guerrero, quien también
se encarga del mantenimiento del hombre, sino que más bien se
encumbra, concretamente cuando el caudillo es un príncipe o un
rey. Pero, según la costumbre japonesa, este status es el de un
hijo o un hermano menor en un linaje cuya cabeza es el señor
feudal; a ello se liga una dependencia mucho más fuerte, que a
través de la común veneración de los antepasados obtiene un re
fuerzo religioso. Así se explica que más tarde, cuando se había
olvidado ya desde hacía mucho tiempo este origen, los señores
feudales concedieran a sus vasallos como testimonio de honra el
derecho de tomar el nombre de su señor y llevar el penacho de su
familia. Todos los vasallos de un gran señor constituían su «han»,
una palabra que significa ranto como «valla» y que recuerda el
«hag» que también jugó un papel en el sistema alemán del feudo
(piénsese en los «hagelstalden», los solteros, la gente del séquito
del señor feudal colocada y sostenida por él en el «hag», a diferen
cia de los vasallos separados con sus familias en haciendas especia
105
les). Este «han» japonés se tradujo frecuentemente hace mucho
en Inglaterra con la palabra «clan». Un excelente conocedor de la
historia constitucional japonesa, el profesor Asakawa,"*’ se molesta
por ello por considerarlo un anacronismo; e indudablemente se en
cuentra en la época de los Togugawa, que él tiene especialmente
en mientes, es decir, a partir del siglo XVII de nuestra era; la
época del Estado propiamente dicha de linajes es una época de
hace mil años. Pero si desde el siglo XVII la palabra «han» ya
no significa otra cosa que sencillamente la extensión y el territorio
de un principado feudal, ello no excluye el hecho de que en los
siglos anteriores, cuando todavía no se había realizado la extensa
subenfeudación y la consolidación territotial de los principados
feudales, la relación personal de los vasallos de un gran señor de
bió haber significado algo más, y que dicha relación puede ser
concebida como una comunidad doméstica ampliada. Esta es la
concepción que han sostenido Karl Rathgen^^ y Tokuzo Fuku-
d a“^^. Con todo, lo principal es que el contrato feudal en el dere
cho japonés implicó una tan amplia sumisión del vasallo bajo el
señor feudal, una tan fuerte autoridad patriarcal del último, que
a partir de ahí no pudo desarrollarse en modo alguno aquel dua
lismo jurídico-estatal que llegó a ser fundamental para las organi
zaciones estamentales de Occidente.
Menos aún que el estamento guerrero ha de tomarse en consi-
dración para una representación estamental el estamento sacerdo
tal, sobre todo potque aquí se trata de dos sistemas diferentes de
religión que compiten entre sí. Los sacerdotes de la religión Shin-
to tenían la obligación de preocuparse del culto de los antepasados
de la casa imperial. De ellos pudo partir ciertamente un impulso
para la restauración posterior de la monarquía imperial, pero no
para la organización de poderes locales y para la limitación del
gobierno central. Una tal tendencia estamental tampoco concorda
ba con el espíritu del budismo, que se agotaba en la preocupación
por la salud del alma individual y que cuando actuó políticamente
106
pudo fundar y gobernar una sociedad teocrática en la soledad de
las cumbres riberanas, pero que no estaba en condiciones de esta
blecer una participación constitucional en un gobierno secular es
tatal. Carecía, lo mismo que el shintoismo, del espíritu jurídico-
racional que había asumido la Iglesia cristiana, concretamente la
Iglesia Católica Romana como herencia del Imperio Romano y
que la capacitó para jugar un papel tan significativo en la vida de
los Estados de Occidente.
También el feudalismo de los Estados islámicos careció del es
píritu dualista que engendró en el Occidente las organizaciones
estamentales. El feudo es allí originariamente un premio para los
guerreros árabes destacados y más tarde un sustituto del sueldo
para los mercenarios turcos y sus capitanes. Aquí falta la telación
personal de vasallaje; se la sustituye por la obligación religiosa de
luchar por la fe. Los sipahi forman ciertamente un estamento pri
vilegiado de guerreros de caballería, pero éste no tiene ninguna
significación política como la que pueden tener los caballeros oc
cidentales porque el especial sentimiento estamental sólo fue siem
pre una potenciación no muy eficaz del sentimiento mucho más
fuerte de solidaridad, que animaba la comunidad entera de los
mahometanos creyentes y que frente al señor de los creyentes esta
ba ligado en principio por una relación de lealtad que excluye un
dualismo estamental como en Occidente. El Estado islámico es
precisamente, ante todo, una comunidad religiosa y el espíritu
que lo anima está fuertemente influido por las tradiciones de la
organización tribal y de parentela que eran todavía muy vivas
cuando se fundó y que lo siguieron siendo durante mucho tiempo.
La totalidad de los clérigos o sabios, de los ulema, forma —en
sus variadas divisiones y graduaciones— un estamento privilegia
do más de hecho que de derecho; pero ya por ello, no puede ejer
cer las funciones políticas de una representación popular o regio
nal: él mismo constituye una parte esencial y muy importante de
la maquinaria estatal del gobierno^®. El Estado y la Iglesia forman
aquí una unidad perfecta, animada por un espíritu patriarcal y
48. P.A . V. Tischendorf, Über das System der Lehen in den moslemischen
Staaten, Leipzig, 18 7 1. Sobre esto: C.H. Becker, Islamstudien, N. 9: «Steuer-
pacht und Lehnwesen», pág. 2 3 4 ss.
107
que no permite que surja ningún dualismo estamental como en
Occidente.
Una formación de un tipo completamente distinto fue la anti
gua ciudad-Estado de los países mediterráneos, pero también ésta
se basaba en gran medida en la organización de parentela y no
ofreció ya por ello ninguna posibilidad favorable para el desarrollo
de estamentos privilegiados y de una organización representativa,
basada en tales estamentos. Cierto es que el carácter de parentela
es un caso especial. Max Weber ha aludido con énfasis al hecho
de que la esencia de la ciudad occidental, esto es también la polis
de la antigua cultura mediterránea, se basaba en un acto de con
fraternización de los elementos burgueses y que ese acto sólo fue
posible allí donde la organización originaria de parentela no mos
traba una gran medida de exclusividad como consecuencia de lazos
e inhibiciones ritual-tabuistas de los individuos, como era el caso
en los pueblos hindú-ecuatoriales Pero donde existía la posibi
lidad de una unión sacra de distintas asociaciones de estirpes ésta
fue precisamenre la que junto con una comunidad de defensa y de
colonización se convirtió en el fundamento de una configuración
estatal firme. La antigua ciudad-Estado es en su núcleo originario
una confederación de asociaciones de estirpes de una tribu o de
un grupo de rribus que poseen un santurario común y las institu
ciones básicas de una comunidad de vida política, y conservó con
perrinacia su estructura fundamental gentilicia. Sobre ello descan
sa también su articulación estamental, que es completamente dis
tinta de la que subyace a la organización estamental de los pueblos
romano-germanicos. Los miembros de las antiguas asociaciones de
estirpes son originariamente la única asociación de vecindarios po
líticamente legitimada, el patriciado. Las luchas estamentales se
mueven aquí en dirección de una ampliación de esros derechos
sobre la población plebeya no perteneciente a la estirpe o inmigra
da. En la comunidad unitariamente cerrada así surgida y que de
salojó una cúspide monárquica existente en un comienzo, existía
una dualidad que hubiera favorecido la génesis de una representa
ción del patriciado por estamentos privilegiados. La institución de
108
la esclavitud fortaleció esta tendencia a una asociación ciudadana
política y jurídicamente homogénea, que produjo ciertamente di
ferencia de intereses y la formación de partidos, pero no de esta
mentos privilegiados en el sentido medieval.
La supresión de la organización de estirpe suele ocurrir al mis
mo tiempo que la formación del feudalismo, basado en el dominio
doméstico que se separa y disuelve la asociación de parentela, en
tanto que los grupos cooperativos como las curias romanas o tam
bién las fratrías áticas o las oben espartanas se sienten más inclina
das a conservar y a fortalecer la organización de la estirpe de acuer
do con la cual se formaron. Encontramos generalmente tal tipo de
nuevas formaciones artificiales, que probablemente se hallaban
originariamente vinculadas con la constitución defensiva, allí don
de una tribu o una agrupación de tribus se convirtió directamente
en un Estado sin habet pasado por el de un gran reino feudal.
Este es el caso en Occidente, por ejemplo, de Polonia y Hungría.
La szlachta polaca parece haberse compuesto de tales asociaciones
defensivas de antiguos miembros libres de la rribu, los «nobi-
les»^°. En las tribus sudeslavas se comprueba una formación
(bratsviío) correspondiente a la fratría griega. En tales comunida
des no propiamente feudales, la totalidad de los miembros de la
estirpe defensiva aparece como pueblo noble, no propiamente
como estamento especial, y las antiguas asociaciones regionales y
populares se mantienen juntas pertinazmente y dan al Estado, por
su organización autónoma, un rasgo aristocrático-federalista que
favorece la posición local dominante de la nobleza. Ciertamente,
esta nobleza se diferencia en una alta y una baja; pero la alta sólo
se caracteriza por títulos y dignidades especiales y también por
una gran posesión. Lo que finalmente imprimió aquí a la nobleza
el cuño de un estamento privilegiado es la exitosa tendencia, ya
puesta de relieve más arriba, de estos guerreros que se autoequi-
pan y entrenan, de obtener, cuando la ocasión es propicia, de un
señor monárquico que hace la guerra, privilegios jurídico-políti-
cos. La forma de la configuración del Estado favorecía tales ten-
109
dencias porque aquí no se trataba de la forma concentrada de una
ciudad-Estado, que pudo segregar pronto la cúspide monárquica,
sino de un extenso Estado territorial de carácter compuesto, casi
federalista, cuya unidad estaba dada sólo en la conducción monár
quica que por ello fue indispensable, aunque frente a la nobleza
y sus agrupaciones locales fue siempre débil.
A estos Estados, cuya población pasó directamente de la vida
tribal a la vida estatal sin el rodeo de un gran reino feudal, se los
podría designar directamente como «Estados de privilegios» en
contraposición a los «Estados feudales». Poseían las condiciones
para la génesis de una organización estamental precisamente por
este sistema de privilegios. Por lo demás, el carácter de estas or
ganizaciones es esencialmente diferente del de las que surgieron
del feudalismo
En el Occidente feudal, que produjo el tipo germano-francés
de organización estamental característico del Continente, ya no
juega papel alguno la organización de estirpe. Ésta desapareció
casi hasta sus últimos testos. La causa principal de ello se encuen
tra evidentemente en las largas expediciones bélicas de las tribus
germanas, que se radicaron en el territorio del Imperio Romano
con su antigua civilización. Pero a la plena supresión de los restos
de la organización de estirpe contribuyó muy fuertemente la cola
boración de la Iglesia con los nacientes poderes monárquicos esta
tales. No fue la monarquía solamente la que tuvo aquí sus efectos.
En China se pudo realizar una gran formación estatal monárquica
sin que se suprimiera la organización patriarcal de estirpe. Por lo
tanto, habrá que suponer que en Occidente fue preferentemente
la Iglesia cristiana la que impulsó la supresión de los restos de la
organización de estirpe. La Iglesia tenía razones muy importantes
para enfrentarse a este tipo de organización. Pues, primeramente,
en ella se arraigaba, con la veneración de los antepasados, el resto
del paganismo. En segundo lugar, se aferraba a la venganza de
sangre o manejaba el sistema de penas, que colocó en su lugar,
de una manera completamente irracional; ello contradecía el espí
ritu del derecho eclesiástico. En tercer lugar, poseía el control ex-
lio
elusivo del derecho de familia que la Iglesia misma trataba de do
minar y conservaba, ante todo, la propiedad total de la estirpe
excluyendo la libertad de testar, que tenía enorme interés para la
Iglesia a causa de las donaciones a fundaciones eclesiásticas.
Los esfuerzos conjunros de la Iglesia y de la monarquía aliada
a ella lograron la supresión de la organización de esrirpe en Occi
dente, y eso significó una fuerte ampliación de la posibilidad de
la formación de estamentos representativos.
Es importante también señalar que la Iglesia fomentó en Oc
cidente la fusión de las razas en un sentido completamente dife
rente a las religiones del Oriente, con sus lazos y obstáculos ta-
buistas y rituales. La Iglesia cristiana, esto es la romana, elimina
cada vez más la magia de la regulación de las relaciones sociales
en favor de una configuración racional del derecho social. Max
Weber ha señalado las amplias consecuencias histórico-sociales que
tuvo el principio de la comunidad cristiana de la mesa tal como
lo introdujo el apóstol Pablo cuando en Antioquía no tuvo reparo
alguno en comer con los no circuncidados, con lo cual dejó de
lado la separación ritual entte judíos y paganos e impuso la plena
comunidad de vida entre los cristianos de las dos proveniencias
La existencia de una comunidad cristiana se basaba en ello, y en
los ámbitos que no tenían una tradición municipal fue ésta a su
vez de significación esencial para la génesis de una comunidad ur
bana que no conoce el Oriente.
En este contexto es también necesario aludir a la paulatina su
presión de la esclavitud en el mundo occidental. Ello ocurrió pre
ferentemente por motivos económicos y está vinculado con el paso
de la cultura mediterránea moneraria de la ciudad-Estado a la cul
tura continental de economía natural de la Edad Media; pero este
factor material fue apoyado muy esencialmente por los impulsos
ideales que irradiaban la moral y el derecho de la Iglesia cristiana.
Aquí no importa tanto la situación social más o menos opresiva
que padecían los esclavos antiguos o los siervos medievales, sino
ante todo la cuestión de si a estos hombres se los valoraban jurí
dicamente en general como persona. Pues de ahí dependía la po-
111
sibilidad de la representación que fue fundamental para el sistema
estamental. Se puede representar a personas, pero no a cosas. El
señor territorial medieval podía considerarse como representante
de sus siervos, pero el propietario romano no como representante
de sus esclavos. Y si la Antigüedad en su cumbre no produjo el
tipo de la representación popular, ello se debe a la fuerte partici
pación que sin duda tuvo aquí la institución de la esclavitud. Pues
sólo porque una gran parte de la población se componía de hom
bres sin capacidad jurídica, pudo formarse y mantenerse en las
antiguas ciudades-Estado el sistema de la democracia directa que
abarca la totalidad de la ciudadanía jurídicamente capaz, sin que
se hiciera sentir la necesidad de una representación popular y sin
imponer su vigencia. En los grandes centros urbanos de finales de
la República romana y del Imperio había ciertamente un proleta
riado masivo, pero no una ciudadanía basada en el trabajo libre.
La economía esclavista no solamente arruinó el estamento campe
sino sino que también impidió el surgimiento de una ciudadanía
comercial. Dicha economía es la principal culpable de la descom
posición social de la vida antigua y el triunfo del cristianismo se
debe, en no pequeña medida, a que en las comunidades de creyen
tes se dio vida a un nuevo espíritu social de comunidad que supe
raba hasta la contraposición de libres y esclavos y resultó ser una
medio de cohesión indispensable, fuerte y duradero, para la cons
trucción de una nueva sociedad política.
Así, la Iglesia cristiana como comunidad de los creyentes co
laboró indirectamente a que se crearan los presupuestos para la
génesis del sistema occidental estamental. Más aún, la clerecía de
la Iglesia cristiana, que se diferencia de la clerecía de todas las
otras religiones por su constitución jerárquica surgida en el marco
del Imperio Romano y apoyada por un derecho racional; esta cle
recía se convirtió en modelo de los estamentos privilegiados en
Occidente. Por su carácter sacro y como portador de los restos de
la cultura antigua, el clero tuvo frente a los poderes bárbaros del
Estado que siguieron al Imperio Romano, una posición altamente
privilegiada. En la medida en la que ésta era de naturaleza pura
mente petsonal y era propia de la función eclesiástica en cuanto
tal, no pudo ciertamente servir como modelo del estamento secu
lar. Pero el clero tenía o adquiría también grandes posesiones te-
112
I rricoriales y recibió para esta esfera de señorío territorial la cono
cida inmunidad que, ligándose a la posición excepcional de los
dominios imperiales en el Imperio Romano, le proporcionó liber
tad frente a las intervenciones de la autoridad estatal y, junto con
ello, pronto también una jurisdicción propia, esto es, una trasmi
sión de derechos estatales de soberanía, que constituye en Occi
dente el núcleo de los privilegios políticos de los estamentos. Los
grandes seculares pretenden y logran esta inmunidad según el mo
delo de la Iglesia. Éste es el fundamento de todo el sistema de
privilegios que caracteriza en todas partes al Estado estamental.
A llí donde existe el sistema de feudo, la inmunidad se enlaza con
éste, pero sin un sistema propiamente tal de feudo, ella produce
las condiciones para la génesis de estamentos privilegiados y de
una organización estamental, como por ejemplo en el Note escan
dinavo, en Polonia, en Hungría. En S u e c i a , l a nobleza se basa
en la liberación de impuestos y de otras cargas e intervenciones
estatales para los hacendados que prestan el servicio de caballería
(«fralse» es igual a inmunidad), en Polonia y en H u n g r í a , i n
fluyó el sistema de la inmunidad eclesiástica como modelo del sis
tema de privilegios de la nobleza, tanto en lo referente a la posi
ción señorial local y al autogobierno como también en la lim ita
ción de los trabajos para el rey. La posición de la nobleza se basa
aquí completamente en privilegios, no en el derecho feudal. Tan
sólo más tarde se la equiparó relativamente al sistema de feudo
por la llamada organización de bandería y de avicitas bajo los re
yes Anjou
En Rusia, que produjo un feudalismo peculiar de carácter
más bien ministerial, es precisamente la carencia de tales privile
gios lo que da a la nobleza, tanto a la alta de los bojares como a
la baja de los servidores simples, un matiz característico que la
1 1.5
diferencia de la nobleza occidental. Esto está vinculado con el he
cho de que aquí la Iglesia no estaba dotada tan fuertemente con
privilegios de inmunidad como en Occidente, y que tales privile
gios le fueron reducidos o sustraídos, desde que en el siglo XVI
se transformó en una Iglesia nacional del Estado bajo el poder pro
tector de los zares moscovitas. Los privilegios del clero ruso fueron
desde entonces privilegios de naturaleza más bien personal. El po
der del Estado fue aquí, desde la aparición de los zares moscovi
tas, demasiado fuerte ya de antemano, como para conceder dere
chos de soberanía. El intento del patriarca Nicon en abrir el cami
no en Rusia a algo semejante a un papado oriental, se desmoronó
lamentablemente en 1666. Cuando en el siglo XVII se introdujo
la servidumbre de los campesinos bajo la autoridad patrimonial
de los señores territoriales, ello ocurrió de modo tal que no signi
ficó para la nobleza una liberación de las intervenciones estatales
en sus posesiones, sino precisamente lo contrario, esto es, una re
glamentación policial de su relación con los arrendatarios, una
fundamentación complementaria y una conformación más de su
obligación de servicio en la que se basaba toda su posición. Milju-
kow señala enfáticamente que la nobleza rusa de la época de los
Zemksij Sobor, esto es, en los siglos XVI y XVII, ^o era un es
tamento privilegiado; eso ocurrió tan sólo en el siglo XVIII bajo
Catalina II, cuando había desaparecido desde hacía tiempo la re
presentación estamental. A ello se debe en Rusia la debilidad de
la organización estamental de los siglos XVI y XVII.
Ya se sabe lo que significó la inmunidad para la constitución
y autonomía urbanas en el Occidente. Ella elevó a la ciudad,
como terreno jurídico y administrativo especial, frente a la totali
dad de la asociación de súbditos. Además, a la ciudad pertenece
el concepto de comunidad, de asociación corporativa de una ciuda
danía libre y estamentalmente igual. Una asociación tal de ciuda
danos tiene su origen como tipo ideal en una conjuratio, en un
acuerdo juramentado. Es una corporación juramentada para la pro
tección y la defensa. Este origen, que como se sabe no puede ser
demostrado en todas partes en la Edad Media, el acto de la «con
juratio», no se repitió, como se ha demostrado suficientemente,
en las fundaciones más recientes de Estados; donde existía el tipo
de la comunidad urbana, éste podía ser trasmitido o asumido sen
114
cillamente con su espíritu y esencia sin tal origen; sin embargo,
para la construcción ideal-típica subyace aquel procedimiento del
acuerdo juramentado. Ciudades en este sentido sólo existen en el
Occidente cristiano; lo que fuera del mismo y en grandes centros
de tráfico o en residencias principescas, en centros de la adminis
tración, de la defensa del país, lleva el nombre de ciudad no es
propiamente una ciudad en sentido occidental, no es la sede de
un estamento ciudadano privilegiado y por eso tampoco es adecua
do para servir como elemento de una organización estamental.
Aún en el Occidente cristiano, la comunidad urbana en este sen
tido jurídico es propiamente autóctona solamente en el ámbito de
la población romano-germánica. La colonización alemana la trasla
dó a Polonia y a Hungría y allí fue siempre un miembro débil,
no plenamente válido de la representación estamental. En Rusia
no hay ciudades en el sentido occidental durante los siglos XVI
y XVII. Esta es una de las causas de la debilidad de la organiza
ción estamental en Rusia.
En el carácter de los estamentos como grupos políticamente
privilegiados se basa también la significación que posee el sistema
de acuerdo en la organización estamental. Tal sistema no es por
sí sólo el fundamento de la organización estamental —tal organi
zación está dada más bien por la asociación estatal pero es un
elemento constitutivo indispensable de una organización estamen
tal auténtica y fuerte. El acuerdo fue muchas veces la palanca para
la adquisición de privilegios. Por otra parte, la igualdad de los
privilegios fomenta, a su vez, la unidad del estamento y su unión
corporativa. La unión de las ciudades entre sí sirve para mantener
los privilegios de cada estamento individual y engendra aquella
solidaridad en la defensa de las libertades del país que emerge en
épocas conflictivas. Por eso valoro el factor del sistema del acuerdo
para la organización estamental de modo mucho más alto de lo
que ha hecho von Below, quien ciertamente sólo tiene en cuenta
los estamentos territoriales alemanes. Cierto que tiene razón cuan
do afirma que la asociación estatal forma el fundamento propia
mente tal y principal de organización estamental; pero junto a
ello, el sistema del acuerdo tiene también significación fundamen
tal. Notoriamente falta el sistema del acuerdo en Rusia, y esto se
relaciona por cierto con la carencia de privilegios propiamente ta-
115
les. Ni los estamentos en su totalidad poseen un sentimiento de
solidaridad, como lo muestran, por ejemplo, los extractos de las
muy ricas actas Sobor de 1642, que ha editado Kowalewski, 58
tampoco lo tienen los estamentos individuales entre sí. El clero
de la Iglesia rusa carecía de la solidaridad y disciplina imponentes
que mostraba el clero celibatario de la Iglesia Católica Romana.
El alto clero, que provenía de las clausuras conventuales, se halla
ba en muy fuerte contraposición con los popes casados y general
mente muy incultos, que formaban una especie de casta heredita
ria y que gozaban de muy poco prestigio. Pero tampoco los obis
pos y abades, que casi siempre habían llegado a su cargo por el
favor de los zares, pueden ni siquiera ser considerados como un
factor de la representación regional popular. Cierto es que ocasio
nalmente, como en 1642, fueron invitados a participar en las
grandes asambleas regionales, pero no pertenecían propiamente al
Magnum Concilium de la Duma de los Boyardos y en su conjunto
no tenían la ambición de jugar un papel político, si bien algunos
de ellos habían ejercido ocasionalmente una influencia significati
va. Expresamente subrayaron en 1642 que estaban dispuestos a
prestar apoyo leal a la política de los zares, pero que por lo demás
querían limitarse como siempre a sus funciones eclesiásticas. El
estamento de los boyardos fue privado de todo sentimiento de so
lidaridad por la lucha celosa de sus miembros a causa del rango
de las familias determinado simplemente por relaciones de servicio
del presente y del pasado, tal como se presenta precisamente en
los siglos XVI y XVII en el llamado mestnischestwo; su actitud
es la de un grupo dependiente de servidores, no la de un orgulloso
estamento privilegiado. Si la organización estamental fuera sim
plemente una organización estamental forzada, como lo sostiene
von Below, entonces Rusia constituiría el tipo ideal. Pero en ver
dad muestra una variedad muy imperfecta de la organización esta
mental, y esto es especialmente instructiva porque muestra en qué
consisten propiamente las fuerzas motrices vitales del sistema esta
mental. El sistema del acuerdo por sí solo, sin el fundamento de
la asociación estatal, no crea aún la organización estamental, pero
116
dentro del marco de la asociación estatal es una condición absolu
tamente esencial, perfilada más o menos claramente, para la for
mación de estamentos fuertes y políticamente capaces de actuar.
IV
117
La singularidad de la organización estamental de Occidente
tiene precisamente su causa principal en el hecho de que es un
fenómeno concomitante de la forma peculiar de la configuración
estatal que encontramos solamente en la historia occidental. Mien
tras que fuera del Occidente ctistiano la configuración estatal se
inclina hacia la monarquía universal —como consecuencia de la
unión de poder eclesiástico y secular— que en el interior favorece
el absolutismo, en Occidente es la peculiar organización y política
de la Iglesia en su contraposición al Estado la causa más profunda
para que no se llegara a la formación de una tal monarquía univer
sal, sino para que la configuración estatal se mueva en dirección
de una variedad de Estados coordinados que se reconocen mutua
mente como independientes, es decit, hacia lo que más tarde, des
de el siglo XVI o XVII se llamó el sistema europeo de Estados.
A este estadio tardío de la configuración estatal occidental le an
tecede uno anterior, cuyos perfiles se dibujan ya desde el siglo
XII y que muestra en parte un cuño aún mini-estatal y territorial
de estructura flexible frente al cuño posterior macroestatal-nacio-
nal, que empero ya puede ser considerado como un sistema en
formación de Estados para el cual la Iglesia Romana constituyó el
marco cohesivo. La comunidad medieval de la fe y de la Iglesia
se traduce más tarde en la sociedad de Estados fundada en contra
tos y en el derecho natural; el derecho de gentes es solamente la
remodelación secular de la comunidad cultural religiosa medieval
basada en el jus divinus.
Las fuerzas motrices que produjeron esta peculiar forma polí
tica de vida, son por un lado, la rivalidad permanente de los Es
tados entre sí, la incesante competencia por el aumento del poder,
pero, por otro, la necesidad moral de los Estados en lucha de re
conciliarse y de encontrar un modus vivendi conjunto para no des
trozar el marco de la comunidad cultural eclesiástico-religiosa y
más tarde el de la sociedad de Estados civilizados cimentada en el
derecho de gentes. En esta estructura político-sicológica que do
mina la totalidad, se basa la disposición general para la génesis
de organizaciones estamentales. En las luchas permanentes, que
no son en modo alguno luchas hasta la aniquilación, sino que se
realizan sólo por la ampliación del poder y diversa clase de venta
jas, los potentados se ven librados regularmente a la buena volun
118
tad de los estratos militar y financieramente capaces de la pobla
ción; y esta buena voluntad debe ser premiada o comprada me
diante la consideración amplia de sus intereses económico-sociales,
pero también con concesiones y libertades de naturaleza política,
tal como se presentan en los estamentos privilegiados y constitu
yen el fundamento de la organización estamental. Los elementos
potentes de la población, que ayudan a construir el Estado, ad
quieren también una participación en su gobierno. Esta es una
consecuencia simple de este tipo de formación del Estado y de po
lítica. Así se formaron las organizaciones estamentales en Francia
e Inglaterra, sobre todo durante la larga guerra por la delimitación
mutua de su esfera de poder en los siglos XIV y XV, de manera
semejante las de los Estados nórdicos en las luchas vinculadas con
la disolución de la Unión Kalmárica en los siglos XV y XVI; la
de Polonia, en la lucha con la Orden Germánica y con Rusia; la
de Hungría, en la lucha con los vecinos sudeslavos; la de los terri
torios alemanes en las luchas internas del Imperio durante el siglo
XV, en las que se fijaron más o menos definitivamente sus lím i
tes. Es significativo que las luchas de Hungría con los turcos y
las de los Estados españoles con los moros no sean ricas de igual
modo en concesiones de privilegios estamentales: eran precisamen
te luchas con los impíos, a las que obligaban simplemente el de
ber de cristiano y la autoconservación. De otro modo era cierta
mente posible que un país o región que no tenía buenas intencio
nes con su potentado, se colocara sin más bajo otro señor, proce
dimiento por el cual se desmembraron los estamentos prusianos
de la Orden Germánica en Polonia o los sicilianos de la casa de
Anjou pasando a Aragón. El derecho de resistencia que los esta
mentos pretendían ejercet de modo más o menos expreso, incluía
la posibilidad de, en caso dado, «pasarse a otro señor».
Una excepción significativa la constituye aquí la situación de
Italia, en la época del Renacimiento, que ha sido considerada
como la forma previa del posterior sistema europeo de Estados.
De las luchas constantes de los Estados particulares entre sí no
resultaron aquí organizaciones estamentales dentro de los Estados
en conflicto. Pero la explicación de ello es evidente: casi todos
eran ciudades-Estado, al menos de los que aquí se trataba, o eran
Estados con estructura completamente municipal. Pero la estruc-
119
Ü
cura municipal excluye en todas partes, como lo hemos visto, la
organización estamental. Aún hay que aludir a otra excepción im
portante, que sin embargo es solo aparente. Se refiere a la época
posterior del sistema europeo de Estados, donde encontramos
como fenómeno concomitante de las luchas —en las que se realizó
el tránsito del conglomerado anterior de configuraciones miniesta
tales a los grandes Estados centralizados— la emergencia precisa
mente del Absolutismo que relega a las organizaciones estamenta
les. Pero ésta es solamente una situación transitoria debida al he
cho de que las organizaciones estamentales se habían convertido
frecuentemente en obstáculo para una formación estatal mayor.
Pero en cuanto la necesidad política requiere la gran configuración
estatal y ésta se realiza, vemos revivir de nuevo el principio repre
sentativo en estos grandes Estados centralizados, al mismo tiempo
que despierta una conciencia política nacional, y este principio ad
quiere la nueva forma de la organización constitucional. Pero no
se puede entrar en detalle en esto por el momento. Es un aconte
cimiento complicado que constituye un tema especial.
Aquí nos interesa principalmente la época anterior, en la que
los Estados nacionales en formación existen simultáneamente de
modo flexible en configuraciones miniestatales dentro del marco
cohesivo de la comunidad cristiana. Y hay que aludir concreta
mente al hecho de que en las luchas rivales que aquí ocurrieron,
la Iglesia Romana favoreció a cada paso, en parte por su política
consciente y en parte por su simple existencia y por los conflictos
en que se vio mezclada a causa de sus intenciones hierocráticas,
aquel proceso de la formación de Estados y el proceso conexo de
la formación de organizaciones estamentales.
Aunque la teoría canónica siempre sostuvo la idea de un im
perio universal, la curia contribuyó mucho para impedir que
emergiera un real dominio universal del emperador. Esto se ve en
su esfuerzo exitoso de arrancar reinos como el de Polonia y Hun
gría del poder protector imperial y colocarlos bajo el del Papado,
y más tarde, concretamente en la época de Inocencio III, esto se
deduce de su política planificada que estaba dirigida a lograr que
la mayor cantidad posible de reinos de la cristiandad se colocaran
en dependencia directamente feudal de la Santa Sede, como los de
los normandos en el Sur de Italia, y los de Aragón, Portugal e
120
Inglaterra bajo el rey Juan. El que la curia favorecía directamente
y hasta exigía la institución de organizaciones estamentales es cosa
que vemos en su conducta en Hungría en 1222 hasta 1232 y ade
más en el siglo XIV, lo mismo que en su política en Nápoles
bajo Carlos I y Carlos II. En Hungría se trata del conflicto que
condujo a la sanción de la Bula Dorada por el rey Andreas II. El
rey estaba en curso de convertir a la gran nobleza, mediante una
concesión excesivamente rica de bienes de la corona, en los señores
propiamente dichos del reino, y, contra ello se rebeló la media y
pequeña nobleza de los «sirvientes». La curia se enfrentó igual
mente a la alta nobleza superpoderosa y contribuyó a que el rey
proclamara en 1222 la Magna Charra de Hungría, la llamada Bula
Dorada, que concretamente benefició a la pequeña nobleza. Cier
tamente que, a largo plazo, a la curia no le convino la maquinaria
del derecho de resistencia que se había creado allí. En la renova
ción de la ley en 1232, intentó modificarla en el sentido de que
en el caso de un incumplimiento de sus promesas, el rey debía
ser juzgado y apremiado al cumplimiento de sus promesas por la
autoridad eclesiástica. Cuando en el siglo XIV los dos primeros
Anjou (Carlos Roberto y Luis el Grande) intentaron volver a go
bernar sin participación estamental, fueron ante todo los obispos
quienes se presentaron a la curia en Roma para que interviniera
en favor del restablecimiento de las instituciones estamentales. En
el Reino de Nápoles, la curia presionó fervorosamente ante Carlos
de Anjou para que se reunieran los parlamentos. Las asambleas de
notables que el emperador Federico II convocó ocasionalmente, no
pueden ser consideradas aún propiamente como parlamentos. Car
los de Anjou intentó valérselas sin tales asambleas y se comportó
negativamente frente a las suscitaciones del Papa. Pero bajo su
sucesor, después de que Sicilia había pasado a formar parte de
Aragón, en 1282 y 1283, y bajo las constantes advertencias de la
curia, se realizó el cambio que creó también en Nápoles una otga-
nización estamental
60. Léon Cadier, Essai sur l'administration du royaume de Sicile sous Char
les I" et Charles II d ’Anjou, París, 18 9 1. Habría que señalar todavía que en
Aragón, el gran privilegio general del 3 de octubre de 1283 (Zaragoza), que
fundó firmemente las libertades estamentales, fue una consecuencia de la
121
Pero ante todo, la curia estaba más o menos enredada en todas
las grandes luchas rivales de los Estados entre sí, y podemos de
mostrar su participación en casi todas las grandes crisis que con
dujeron a la formación de las organizaciones estamentales. Cierto
es que en todo ello, la constelación política es muy variable. En
el Imperio Germánico, la querella de las investiduras dio ocasión
a un fortalecimiento de la oposición de los príncipes frente al Em
perador, que debe ser considerada como el fundamento de la liber
tad principesca-estamental. Los conocidos privilegios de Eederico
II para con los príncipes eclesiásticos y seculares de 1220 y 1231
tienen como transfondo igualmente la oposición entre el empera
dor y el papa, y a este último se adhirió aquel tribunal del reino
que, aunque no tuvo consecuencias jurídicas inmediatas, puede
ser considerado con razón como la señal de la futuras organizacio
nes estamentales territoriales. En lucha con la curia, realizan los
príncipes electores en 1338 aquel agrupamiento demostrativo que
constituye una etapa importante en el camino de la organización
formal de los estamentos del Imperio. Para un acto demostrativo
semejante, Felipe IV había reunido en Francia, en 1302, los esta
mentos generales de su reino en la Iglesia de Nótre Dame, con
ocasión de su conflicto con Bonifacio VIII, lo cual igualmente sig
nificó una época en la historia de la organización estamental. Y
en Inglaterra, la Magna Charra de 1215 surgió de la situación po
lítica que se había presentado por el sometimiento del rey proscri
to Juan bajo la soberanía feudal del Papa en 1212 y luego por el
triunfo de la causa papal en la batalla de Bouvines (1214). Frente
al peligro de esta presión doble del rey y del papa, que se mani
festó concretamente ante todo y muy perceptible en la explotación
común de la Iglesia inglesa por los dos poderes, exluyendo las pre
tensiones eclesiásticas propias de los magnates eclesiásticos y secu
lares, se unieron los prelados y los barones bajo la dirección de
aquel arzobispo Stephan Langton de Canterbury, por cuyo nom-
unión de los estamentos contra el rey Pedro III, que había emprendido la
adquisición de Sicilia sin el consejo de los estamentos y por ello había llegado
a tener un conflicto con el papa que condujo al interdictio sobre Aragón (L.
Küpfel, Vmvaltungsgeschichte des Kgr. Aragón z. E. d. 13- Jahrhunderts, Stutt-
gart, 19 15 , pág. 192 ss.
122
bramiento habían disputado antes el papa y el rey, y forzaron la
concesión de la famosa Carta de privilegio, que incluía en primer
lugar la promesa y seguridad de elecciones canónicas libres en In
glaterra. De este modo, no solamente la política expresa, sino
toda la organización hierocrática de la Iglesia Romana favoreció
muy visiblemente la génesis de las organizaciones estamentales en
Occidente. Pero donde no hubo una Iglesia tal, como en casi to
das partes de Oriente, o donde era políticamente débil como en
Rusia, faltaron también tales poderosos impulsos.
Si contemplamos esta relación entre la formación del Estado
y la organización estamental desde el aspecto de la vida interior
del Estado habremos de comprobar la diferencia fundamental en
tre el aparato estatal más antiguo y más extensivo, tal como era
propio de Imperio carolingio y de toda la más antigua Edad Me
dia, y el aparato más nuevo e intenso, que se percibe primeramen
te en los miniestados territoriales no solamente de Alemania, sino
concretamente también de Francia —la Normandía merece aquí
una mención especial— o de los pequeños Estados nacionales que
se le asemejan, como Inglaterta en su antigua configuración. El
aparato extensivo del Estado que se basa, en su funcionamiento,
en una discrepancia entre la dimensión del Estado y los medios
culturales disponibles, se inclina a la materialización del poder y
con ello a un feudalismo que lleva en sí tendencias disolventes.
Pero el aparato y funcionamiento más intensos del Estado superan
este tipo de feudalismo mediante organizaciones objetivo-raciona
les que fortalecen primeramente el factor señorial en la vida del
Estado y que conducen, conservando en parte formas feudales, a
un absolutismo feudal formal. Justamente por ello provocan ade
más una reacción de los elementos corporativos y, de esta manera,
suscitan la formación de organizaciones estamentales.
Inicialmente, el señor se asesora de tiempo en tiempo con el
magnum concilium de sus prelados y barones. Pero luego crea ór
ganos permanentes de su voluntad de dominio en tres autoridades
burocráticas centrales típicas: concilium, ttibunal de corte, cáma
ra de hacienda. Así surge el concilium continuum, al que enton
ces se le contrapone el parlamento de los prelados y de los barones
como corporación separada. Bajo la administración central se orga
niza la administración local correspondiente. Se pone en marcha
123
una actividad del aparato más intensa y racional en la legislación,
politica financiera y administración general del país. Hay que su
brayar enfáticamente la fuerte influencia de la Iglesia en la forma
ción y función de toda esta organización. El padre de la jurispru
dencia inglesa, Bracton, fue un eclesiástico; igualmente el autor
del Dialogus de Scaccario; en Francia, la administración del tesoro
fue dirigida y organizada por los templarios. También la reconfi
guración de la administración local en su paso de la forma de va
sallos a .la forma de funcionarios pudo utilizar el modelo del offi-
cium eclesiástico. La importante institución de los comisarios fue
elaborada en la praxis canonística según el modelo eclesiástico se
cular de los «m issi» carolingios; el derecho romano tiene la más
fuerte participación en la racionalización del aparato estatal. Todas
éstas fueron influencias que solamente pudieron darse en Occiden
te y que, en último término, descansan en la síntesis cultural del
elemento románico y germano, y en la cual la Iglesia se hizo cargo
de la intermediación. En el mundo no cristiano faltan estos im
pulsos completamente; en Rusia fueron al menos muy debilitados
por el espíritu bizantino del cesaropapismo, que tras muchas vaci
laciones, terminó imponiéndose en el siglo XVII.
Esta creciente intensificación del aparato y funcionamiento del
Estado y el consecuente fortalecimiento del factor señorial, insti
tucional, en la vida del Estado, condujo a una reacción más o me
nos visible del espíritu corporativo contra el fortalecimiento par
cial de las instituciones señoriales, especialmente donde se había
conservado viva la antigua idea jurídica original y donde existían
los comienzos de los grupos privilegiados. Gracias a esa reacción
se llegó a la formación de organizaciones estamentales regulares.
En detalle, este proceso se realizó de muy diversa manera. En In
glaterra— donde el absolutismo feudal logró conservar los conda
dos y protegerlos de la descomposición feudal manteniéndolos
como cooperativas de deber y gravamen al servicio del poder del
Estado y asociar a los elementos potentes, privilegiados, para la
colaboración en las crecientes tareas de una administración local
más intensa, se llegó en la esfera de esta administración local a
una síntesis fructífera de los principios señorial y cooperativo, y
el desarrollo del sistema parlamentario aparece aquí como la con
centración progresiva de esta maquinaria administrativa local. En
124
lugares donde bajo reyes elegidos sin poder —frecuentemente fo
rasteros como en Polonia y en Hungría— la nobleza más o menos
privilegiada convirtió a las antiguas asociaciones regionales como
los wojewods y los «commendatos» en dominio de su influencia
estamental; se construyó sobre esta base el sistema estamental,
como una especie de república de la nobleza con cabeza monárqui
ca. A llí donde, como en Francia y Alemania, tras la disolución
de los antiguos condados y asociaciones regionales, la administra
ción local fue reconfigurada en un espíritu patrimonial' y predomi
nó la autoridad burocrática'principesca, se manifiesta más clara
mente la reacción cooperativa como formación de la organización
estamental. Del primitivo derecho de resistencia y de medidas re
presivas bastas van surgiendo por doquier los métodos preventivos
más finos de una colaboración estamental en la legislación, de una
aprobación de impuestos y administración fiscal por parte de los
estamentos y sus órganos, de un sistema de quejas y peticiones
contra los abusos de las autoridades regias. Así surge en sus diver
sos tipos el sistema representativo estamental. Es la forma previa
del moderno sistema «constitucional», que luego conquistó paula
tinamente todo el mundo civilizado y que hoy culmina en el par
lamentarismo que,tras las grandes modificaciones de la estructura
política y social del mundo surgidas de la gran guerra, parece ha
ber entrado en una era de seria crisis. Pero si la organización re
presentativa, en parte ya en las nuevas formas del sovietismo y
del fascismo se ha difundido hoy en toda la Tierra, ello no signi
fica que sea una invención humana-universal, sino que se desarro
lló como fenómeno autóctono en el Occidente cristiano, y precisa
mente en la forma previa de una organicación estamental. Pero
este desarrollo depende de condiciones que se encuentran en una
tan estrecha relación con la marcha entera de la historia universal,
que aquí no se debe hablar de una ley sociológica general, sino
de un desarrollo singular que ciertamente es un desarrollo históri
co que abarca al Occidente entero y cuyo resultado fue transmitido
más tarde a otros países.
125
EL CAPITALISMO MODERNO
COMO INDIVIDUO HISTÓRICO
Informe crítico sobre la obra de Sombart *
127
en mientes su ganancia, eso acontece a través de una «heterogenei
dad de los fines», que ocurre frecuentemente en la vida y en la
historia, (podría llamársela también con una antigua fórmula me
tafísica: armonía preestablecida), que al mismo tiempo satisface
de manera óptima la demanda social.
Creo que esta conceptuación corresponde a la concepción pro
pia y definitiva de Sombart, si bien no coincide en un punto esen
cial con lo que expone en el primer tomo de su obra. De ello se
hablará enseguida.
Este sistema ha relegado a segundo plano en los siglos moder
nos de nuestra historia occidental a las antiguas formas económi
cas, al menos en el campo del comercio y de la industria, y ha
adquirido un dominio tal, que nos hemos habituado a llamar a
toda esta época de la historia de la economía la del capitalismo,
de modo que la palabra ha recibido junto al significado sistemáti
co uno histórico. La idea del capitalismo es, por su origen, una
abstracción intuitiva que primeramente y a base de la observación
económico-social de las masas y de comparaciones histórico-econó-
micas fue deducida del complejo de fenómenos que entran en con
sideración por Karl Marx y, por cierto, que precisamente en el
momento en el que aquél había comenzado a convocar o a justifi
car en virtud de sus defectos la opinión de que a él subyace un
nuevo principio epocal, transformador del mundo. Se sabe cómo
este descubrimiento científico se entrelazó inmediatamente en
Marx con un socialismo proletario orientado a la lucha de clases
y cómo lo siguió utilizando como medio de lucha y de agitación,
para lograr, mediante una revolución social, la dictadura de la cla
se trabajadora. En la medida en la que se desplegó esta agitación,
el valor científico de la comprensión de la esencia del capitalismo
estuvo en peligro no de perderse, pero sí de disminuir fuertemen
te. La significación de esta obra de Sombart en esta segunda edi
ción— tan diversamente mejorada y fuertemente aumentada, que
propiamente constituye una nueva obra—, reside en que avanzan
do tras la huellas de Marx, pero evitando rigurosamente la mezcla
de ciencia y política, emprende el ensayo, sobre la base de inves
tigaciones críticas y experiencias prácticas de otras dos generacio
nes, de exponer teórica e históricamente la esencia del capitalismo
y, con ello, de salvar y aclarar la conquista científica que contiene
128
la obra de Marx, pese a todas las mezclas extrañas. Es conocida
su actitud personal frente al marxismo y a su creador. Siendo jo
ven estudioso, en su pequeño librito Socialismo y movimiento social
en el siglo XIX, de 1896, había utilizado un tono que provocó
extrañeza entre los economistas burgueses y esperanza entre los
marxistas de que el autor, algún día, se colocaría totalmente de
su lado. En la décima edición de 1924, apareció la obra que había
crecido hasta llegar a los dos tomos bajo el título El socialismo pro
letario y contenía un claro rechazo del marxismo y del principio
de la absoluta lucha de clases, fundado en una visión del mundo
y de la vida completamente transformada del autor, que ahora se
había convertido en representante de principios teistas y de una
forma metafísica de pensar. La aversión contra Marx como perso
nalidad, contra su visión del mundo y su agitación política, se
manifestó allí fuerte y desnudamente, si bien permaneció vivo en
el transfondo su respeto intelectual. En el prefacio al tomo final
de la obra sobre el capitalismo, de 1927, este respeto ante el genio
ha pasado a primera línea y ha encontrado una expresión casi exal
tada. Sombart reconoce la grandeza sobresaliente de Marx como
teórico e historiador del capitalismo y elogia la fecundidad de sus
puntos de vista y planteamientos, si bien hoy, y ya por el desarro
llo avanzado del capitalismo, es adecuada una forma de considera
ción completamente nueva y más rigurosa, tomando en cuenta los
hechos, que la que se cultivaba hace dos generaciones, cuando se
trataba de un caos en fermento, con posibilidades ilimitadas.
Sombart quiere en este libro ser considerado como continuador y,
en cierto sentido, completador de la obra de Marx; creo que de
hecho se puede aceptar esta autovaloración en lo referente a los
conocimientos científicos sobre la esencia del capitalismo, por
mucho que puedan ir alejándose los dos autores por lo que respec
ta la visión del mundo, el método, el carácter y la tendencia po
lítico-social.
Ciertamente el capitalismo es concebido aquí en un sentido
tan limitado que de él se separan completamente el socialismo y
el movimiento social que nosotros nos hemos habituado a pensar
conjuntamente con el capitalismo como su necesario complemen
to. Socialismo y movimiento social constituyen el objeto de otra
obra y no son tomados aquí en consideración. Esto es ciertamente
129
un procedimiento curioso y da testimonio de una inclinación pe
ligrosa a llevar la abstracción científicamente admisible y necesaria
hasta el punto de que su creación aparece, en cierto modo, como
una esencia real que existe por sí y que debe ser considerada en
su desarrollo inmanente y autónomo. Tampoco se habla de una
intervención del movimiento social en el desarrollo capitalista
aunque ella es evidente en el tránsito al capitalismo tardío. Sobre
esto habrá de hablarse más adelante; por lo demás, la información
crítica sobre esta obra de Sombart no tiene por qué ocuparse con
el socialismo proletario y las diversas objeciones que se han pre
sentado contra él. El capitalismo moderno es principalmente una
historia de la empresa capitalista, de su estructura, de su función,
de sus metamorfosis.
La obra evita fundamentalmente toda tendencia económico-
política y político-social. No es, por ejemplo, una apología del
capitalismo, al que juzga más bien mucho más sobriamente, casi
podria decirse: más despiadamente que Marx quien, como cree
Sombart, vio en él siempre algo así como la «Santa Madre» que
llevaba en su entraña al «niño redentor del mundo», el «Estado
del futuro». Siguiendo a Max Weber, Sombart ha realizado con
rigurosa coherencia la separación fundamental entre la esfera del
ser y la del deber ser, entre la realidad en la historia y en el pre
sente y la imagen deseada del futuro. El juicio ético de sucesos
económicos, la finalidad política en los problemas que ellos con
tienen, tienen su cabal razón y derecho; pero no deben ser mezcla
dos con la tarea de la impresión científica, que es la única que
aquí se trata de cumplir. La desgraciada etización de la considera
ción económica es fuente de mucha confusión. La tarea científica
es: comprender la esencia del capitalismo; ésta es completamente
diferente de la cuestión ética: ¿es el capitalismo justo o no? y tam
bién de la cuestión política: ¿es posible prescindir de él, y cómo?
Esta es la diferencia fundamental frente al procedimiento de
Marx, en el que un apasionado querer perturba constantemente el
conocimiento científico y finge un desatollo de lo real que sigue
de hecho los impulsos subjetivos y las imágenes deseadas del pen
sador. El método dialéctico en su aplicación al mundo histórico
fue un instrumento dócil para ello. Sombart lo limita fundamen
talmente a los fenómenos espirituales y rechaza su validez para la
130
realidad histórica; pues también en la realidad histórica juegan un
papel importante los fenómenos espirituales. Sobre ello me he ex
presado no hace tiempo detalladamente en esta revista^. No es
posible eliminar intelectualmente las catástrofes de la historia, aun
cuando ellas nunca interrumpen y destruyen completamente la
continuidad del acontecer. Tampoco ellas faltan en la historia de
la economía; ellas tampoco son producidas por complejos causales
puramente económicos, y así se encuentran en relación con las
grandes transformaciones políticas, como lo demuestra el ejemplo
de la Guerra Mundial, que ciertamente no puede ser interpretada
desde dentro como una catástrofe económica según el esquema
marxista, pero que de todos modos significó un impacto catastró
fico también para el capitalismo. Sombart tiene en mientes más
un desarrollo evolutivo que revolucionario-catastrófico. Pero no lo
concibe naturalistamente, sino de manera realmente histórica: esto
es, como la aproximación paulatina de la realidad a la idea, for
mulando, por cierto, la importante reserva de que la idea no debe
ser considerada como la causa eficiente del proceso de desarrollo.
De todas maneras, la idea no debe entenderse plenamente y sin
más en sentido nominalista, como la abstracción intuitiva que de
ducimos de un complejo social-histórico de fenómenos. Al menos
hay varios lugares en el libro que aluden a la suposición de una
realidad trascendente de las ideas, lo cual tiene que relacionarse
con la actitud metafísica adoptada recientemente por el autor. En
este punto de vista no puedo seguirlo, y me parecce también que
el mismo no es cabalmente conciliable con los principios de una
«sociología comprensiva», tal como subyacen por lo demás a su
método. En mi opinión, la «idea» del capitalismo no es otra cosa
que el «tipo ideal» del sistema económico, deducido de la realidad
por nuestro intelecto, esto es, es una construcción teórica, verifi
cada por una consideración histórica detallada. Y el desarrollo his
tórico del capitalismo no es otra cosa que la serie coherente de
transformacines que tuvo que soportat la vida económica de una
etapa anterior para poder llegar a ser el sustrato de una abstracción
131
tal; pero, al mismo tiempo, es la suma de otras transformaciones
que, a su vez, lo alejan de este tipo ideal y lo llevan a una etapa
nueva y desconocida. Por eso, la división en capitalismo tempra
no, alto capitalismo y capitalismo tardío, que subyace en la obra,
resulta ser una consecuencia necesaria de la forma de consideración
ideal-típica que también en la historia del arte, de donde posible
mente fue tomada, se basa en los mismos presupuestos.
Justamente esta forma de consideración implica, al mismo
tiempo, una unión muy fecunda de historia y sistema, de empirie
y teoría, que tan sólo fue realizada en la nueva edición reelaborada
y con la cual fue dirimida definitivamente la antigua disputa me
todológica entre la dirección «teórica» y la «histórica» en la eco
nomía. Esta unión no es una fusión de las dos formas de conside
ración; más bien se la evita rigurosamente como fuente de oscuri
dades y de errores. Un complejo de fenómenos se descompone y
construye primeramente de modo racional, es decir, conceptual
mente, para encontrar el tipo ideal que le subyace; con esta forma
teórica de consideración se liga luego la empírico-histórica que
muestra si y en qué medida los acontecimientos reales por averi
guar corresponden a la imagen ideal-típica del objeto y cómo se
realizó genéticamente la coincidencia. Así, la teoría económica y
la historia de la economía están estrechamente entrelazadas, sin
que la una sea perturbada o falsificada por la otra. Este es el mé
todo que Sombart aprendió de Max Weber y que se puede aplicar
con provecho y se ha aplicado frecuentemente de hecho, si bien
sin dilucidación expresa, por así decir entre bastidores, en otras
disciplinas, en las que los conceptos fundamentales teóricos se tie
nen que unir con las indagaciones empíricas de un decurso histó
rico, por ejemplo, en la historia político-social de la Constitución.
Capitalismo significa pues, al mismo tiempo, un sistema econó
mico que ha de construirse teóricamente y una época de la historia
de la economía que hay que investigar empíricamente.
En el suceso histórico de que se trata, las fuerzas operativas
son simplemente los hombres vivos, naturalmente no como indi
viduos aislados, iguales, sino en su relación social recíproca, en
su acción social; ante todo, pues, los sujetos directivos de la eco
nomía, los empresarios. El sujeto del acontecimiento histórico,
que aparece como fenómeno de masas, no es pues el «capital».
132
como en Marx, como un poder secreto y sobrehumano con una
ley propia de desarrollo y además ley natural, sino el hombre crea
dor de la economía, concretamente los empresarios con sus moti
vos, fines y medios humanos comprensibles, cuya acción social
produce con su cooperación los movimientos que Marx expone
como una especie de automovimiento del capital en desarrollo dia
léctico. Marx mismo no estuvo ciego ciertamente ante la verdad
de que finalmente todo lo que ocurre en la vida de la economía
tiene que pasar por el medio del espíritu humano; pero descuidó
o reprimió esta verdad como evidente y no sacó las consecuencias
necesarias porque consideró como axioma la determinación de la
acción social por las circunstancias; y así llegó al rudo objetivismo
de su teoría sobre el autodesarrollo del capital, que es tratado
como una esencia real, como una «substancia» y convertido en
sujeto del desarrollo de la historia económica. Frente a ello, el
concepto de capital de Sombart no es sustancial, sino funcional,
dependiente del trabajo y del rendimiento del empresario. El ca
pital es para él simplemente el sustrato material de una empresa
económica moderna que propiamente se llama «capitalista» por
que Marx, que le dió el nombre, partió del capital; pero que es
suficiente y claramente definida, sin recurrir al concepto de capi
tal, como la empresa que emerge de las aspiraciones de ganancia,
en contraposición a la forma precapitalista dirigida a satisfacer la
demanda. Creo que en este procedimiento no se puede encontrar
una «petitio principii», al menos no si con Sombart se rechaza la
definición del «capital» como medio de «producción». Pues el he
cho de que el empresario moderno posea los medios de produc
ción, forma parte de la conceptuación que Sombart realiza del tipo
de empresa que está en consideración; si los «medios de produc
ción» son idénticos con «capital», habría entonces que comprobar
que la definición de una empresa moderna tal no se logra sin el
recurso al concepto de «capital». Una consecuencia de esta con
cepción del capitalismo es, por lo demás, que la adquisición de
dinero por intereses de préstamo y usura debe quedar rigurosa
mente excluida y con ello, al mismo tiempo, todo el capitalismo
de finanzas y explotación que precisamente en la Antigüedad jugó
un papel tan significativo. Sombart rechaza totalmente el concep
to de «capitalismo financiero». Esto me parece una desviación
133
problemática de un uso del lenguaje ya introducido y no elimina-
ble, que ha reducido a un denominador común el concepto priva
do-económico y social-económico del capitalismo.
Así concebido, el capitalismo moderno es un fenómeno único,
singular en la historia universal. Sombart lo llama directamente
un «individuo histórico». No encuentra nada semejante ni en la
Antigüedad ni en la Edad Media propiamente tal ni en las cultu
ras no europeas. A llí donde se muestran esbozos, no llegaron sin
embargo a su desarrollo y formación, y menos aún influyeron de
m
cisivamente en la vida de la economía. El capitalismo es un pro
ducto de la historia de Occidente; más aún, es el aspecto económi
co de esta historia. Justamente por ello, la obra de Sombart tiene
interés eminente. Es, en cierto sentido, realmente una historia eu
ropea comparativa de la economía desde la época de Carlomagno
■ i'ñ í hasta la guerra mundial de nuestros días. Y ciertamente historia
de la economía en un sentido diferente al tradicional. Las grandes
exposiciones panorámicas que tenemos hasta ahora, como las de
1 '■ ij'ii
Inama, Levasseur, Cunningham, Kowalewski, son principalmente
historia de instituciones: de formas económicas del derecho, de
sistemas estatales de la vigilancia y política económica y de la po
lítica comercial. Sombart, en cambio, tiene en mientes la vida
económica misma: los sistemas económicos y las formas de econo
mía, la mentalidad y las formas de acción de los sujetos creadores
de la economía, en último término el «espíritu» que vive en la
economía y las formas que produce. Junto al Estado con su acti
vidad directiva y ordenadora (que ciertamente es relegada dema
V siado a segundo plano), se le concede a la técnica, con plena ra
zón, su significación fundamental. Así surge propiamente una
«historia de la economía» en lugar de una historia económica del
derecho.
Por otra parte, hay que destacar ciertamente que no es empero
una historia propiamente tal de la economía la que ofrece la obra
de Sombart, sino más bien el marco sociológico para ella. Hemos
llamado a la obra una historia europea comparativa de la economía.
Pero se puede comparar con una doble finalidad: primeramente,
para destacar lo general que subyace a todos los fenómenos espe
ciales, pero también para individualizar y precisar más nítidamen
te lo especial. Lo que Sombart hace en esta obra, y ciertamente
134
con plena conciencia y con claro propósito, es solamente lo prime
ro: quiere hacer patente los fundamentos generales, la construc
ción, el decurso del desarrollo europeo de la economía, con ricos
detalles tomados de las fuentes, con rasgos vivos y memorables,
pero solamente las líneas fundamentales generales que describen
la vida económica de todos los pueblos del ámbito cultural de Oc
cidente, no la vida misma de la economía de los diversos pueblos
en su especial peculiaridad, en sus luchas recíprocas y en sus inter
dependencias. Pero aquí está muy lejos dé la idea de sustituir por
una tal historia general de la economía de Occidente la historia
especial de la economía de los diversos pueblos y países, hacerla
superflua o subestimarla de alguna manera. Por el contrario: desea
animar y suscitar tales exposiciones especiales; desea proporcionar
el marco al historiador de la economía propiamente tal, marco en
el que puede colocar su imagen percibida y proyectada especial
mente; desea ofrecerle puntos de vista bajo los cuales esta imagen
debe ser vista y proyectada si quiere deslindarse cabalmente del
horizonte del desarrollo general de la economía. Esta es, en el fon
do, una actitud sociológica, no histórica. Pero la obra no es pura
mente sociológica en este sentido. Lleva en sí, en su generalidad,
un fuerte rasgo histórico, y ciertamente porque no extiende el
marco de la consideración general más de lo que admite la posibi
lidad de concebir la totalidad como un individuo histórico, y por
que este individuo histórico —el capitalismo moderno en su desa
rrollo a partir de la vida económica feudal-artesanal de la Edad
Media—, es a su vez algo especial en comparación con otras for
mas autóctonas de la economía de los pueblos del ámbito cultural
no europeo, y muestra su historia especial del desarrollo que en
esta obra se hace patente precisamente articulada según las dos
grandes épocas del temprano y del alto capitalismo.
En este contexto es instructiva una comparación con los últi
mos trabajos de Max Weber, en los que se han tenido en conside
ración detalladamente también todas las grandes culturas, concre
tamente las asiáticas. En la teoría sociológica de los tipos, que
bajo el título Economía y sociedad apareció en la serie Grundriss der
Sozialokonomie, el autor renuncia completamente al establecimiento
de un contexto histórico; y en sus cursos sobre «Historia de la
economía», los primeros tres capítulos que tienen qu^vef'c&n^los
135
fenómenos pre-capitalistas, han sido articulados y agrupados prin
cipalmente y renunciando a la continuidad histórica según puntos
de vista sistemáticos; tan sólo en el capítulo cuarto, en el que se
trata la génesis del capitalismo, comienza una exposición propia
mente histórica, y al mismo tiempo se estrecha el horizonte, antes
tan amplio, y se reduce ahora a los pueblos occidentales. Sombart,
en cambio, se limita de antemano a lo que aconteció en el ámbito
cultural occidental; dicho más exactamente, sólo a lo que sucedió
en los antiguos pueblos romano-germánicos de Ranke; pero esto
lo capta, con razón y claridad convincentes, como un contexto
unitario y con sentido, que constituye una totalidad individual y
que, por ello, tiene una historia. No desea exponer el «capitalis
mo» como una forma general de la economía, sino el «capitalismo
moderno» tal como se ha desarrollado en y con el moderno mundo
histórico de Occidente. Precisamente, esta limitación a un fenó
meno total individual, confiere a la obra de Sombart un fuerte
rasgo histórico, pese a que el objeto de su generalidad es una abs
tracción sociológica. Deseo comparar lo que Sombart ha logrado
para la historia de la economía con lo que significa el derecho
general del Estado o la teoría general del Estado, tal como la ela
bora Jellinek, por ejemplo, para la hisroria política de la Consti
tución. También aquí, la relevancia general elaborada para un
contexto general histórico-sistemático sólo pudo lograrse por la li
mitación al «Estado moderno», tal como se formó en Occidente
desde el fin de la Edad Media. El es fenómeno paralelo del «capi
talismo moderno» de Sombart.
Naturalmente que esta forma de consideración lleva consigo
el peligro, en uno y en otro caso —haciendo caso omiso de la
inevitable disminución de una concreta visión panorámica, que
por lo demás Sombart de todas maneras ha tratado de evitar— de
que la abstracción parcial bajo un punto de vista especializado,
sea social-económico o jurídico-político, seduce a construir un
contexto de sentido que está dominado solamente por este punto
de vista y muestra un desarrollo inmanente, sea jurídico o econó
mico, en el cual no se hace plenamente justicia a factores que in
tervienen desde fuera. Me parece que Sombart no ha podido evitar
este peligro. En su esfuerzo por mostrar contextos puramente eco
nómicos, no valoró en toda su significación los factores políticos.
136
Cierto es que siempre subraya que el «Estado» es uno de los fun
damentos del capitalismo, y valora en alto grado muchas de sus
instituciones, como por ejemplo el ejército; pero se trata siempre
sólo del Estado particular en sí, en el aislamiento artificial que
prefiere la teoría del Estado desde Aristóteles, no del mecanismo
dinámico de la gran política en el que los Estados singulares tan
sólo forman su configuración y su estructura y que para la econo
mía tiene también relevancia fundamental. No es sólo un simple
vicio literario decir que la historia del comercio es en gran parte
la historia de luchas y negociaciones políticas, como comprueba
Sombart con desagrado en la Historia del comercio del Levante, de
Heyd; la historia de la economía tiene que contar en todas partes
con los factores políticos, y estos se colocan impositivamente en
primera línea, por cierto a causa de su importancia decisiva, de
tal modo que lo puramente económico sale perdiendo. Pero en
cuanto que Sombart excluye fundamentalmente de su considera
ción comparativa todo este mecanismo político, todas las cuestio
nes sobre la balanza comercial y la política tarifaria, todas las ten
siones relacionadas con ello, las rivalidades, las guerras comercia
les de los pueblos, corre el peligro de pasar por alto o, al menos,
de descuidar un aspecto esencial sin el que el capitalismo moderno
no puede ser entendido en toda su significación, es decir, que des
de el comienzo hasta el presente, se halla en la más estrecha unión
con la política nacional de poder de los Estados, sea que utilice
y exija más del poder del Estado como instrumento de esta polí
tica de poder, sea que el Estado mismo tienda a aprovechar, en
interés comercial, esta política de poder y las posibilidades que
ella le ofrece. Ésta no es solamente una constelación ocasional,
sino que forma parte de la esencia propia interna del capitalismo
moderno. No es otra cosa precisamente que el aspecto económico
de la vida moderna del Estado y de los pueblos. Su teoría es la
razón de la economía junto a la de razón de Estado. Está ligada
esencialmente con el sistema moderno de Estados y con su polí
tica.
137
II
138
historia del mercantilismo muestra en numerosos casos que el au
tor intelectual originario de las empresas capitalistas, por ejemplo,
un príncipe, estaba animado por el motivo de la satisfacción de la
demanda a través de empresarios locales, así por ejemplo Federico
el Grande cuando introdujo en Prusia la industria de la seda. Lo
que ciertamente le importaba aquí en primera línea era dirigir las
ganancias que hacían los comerciantes y productores extranjeros
con la venta de mercancías de seda en sus provincias, a las arcas
de sus súbditos e indirectamente a las del Estado —aquí es notoria
también la aspiración de ganancia— pero estas ganancias sólo po
dían lograrse en cuanto existiera una demanda y se la pudiera sa
tisfacer; para averiguarla se creó entonces una estadística de la de
manda, basada en la averiguación de las mercancías extranjeras
gravadas por el impuesto al consumo. Aquí pues se encuentra al
comienzo de la economía capitalista una especie de economía pla
nificada. En cuanto a los empresarios se les garantiza en cierto gra
do el mercado interno mediante aduanas y prohibiciones de impor
tación, se les abre una perspectiva de ganancia sobre una base de
cálculo, si bien no completamente segura. Pero allí donde la forma
de producción capitalista emergió de una raíz incontrolada, apare
ce entonces —por carencia de una estadística planificada de la de
manda— en la apreciación de la demanda que ha de satisfacerse y
de las ventas que se esperan, un momento de especulación. Mien
tras más fuerte, tanto más amplio es el mercado con el que tiene
que contar el productor. Aquí se ve que es la ampliación del mer
cado la que condiciona el capitalismo. En el mercado local, lim i
tado a la ciudad, predomina el negocio con los clientes; en la venta
al extranjero se trata también de «satisfacción de la demanda de se
res vivientes», pero que son desconocidos y no están en relación
personal con el productor. El género y el volumen de la demanda
que han de satisfacerse son inseguros y oscilantes; con esto, ingresa
en el negocio la especulación. Y como ésta trae consigo riesgo, por
una parte, estimula, por otra, el deseo de una ganancia lo más alta
posible, más allá de la medida de la alimentación. Con esto se de
sencadena la aspiración a la ganancia, que siempre existía latente.
Naturalezas que están obsesionadas por ella y que no encontrarían
satisfacción en la alimentación burguesa, se lanzan ahora al nego
cio y se convierten en empresarios capitalistas.
139
I
Me parecce que Sombart mismo sugiere al lector esta concep
ción en el tercer tomo de su obra (1927), pero sin modificar ex
presamente la exposición de principio del primer tomo (1916) y
sin tener en cuenta las objeciones que se le hicieron. ¿Se ha pro
ducido aquí un cambio en su concepción, que no ha sido equili
brado completamente? Quiero creerlo. Entre la aparición del pri
mero y del tercer tomo hay un lapso de nueve años.
III
140
deliberadamente, loá descuida Max Weber o los rechaza, con la
excepción del fervor de la invención y los descubrimientos que
para él no tiene ninguna significación fundamental. Weber conci
be el capitalismo como un fenómeno surgido puramente de la bur
guesía y subraya muy fuertemente las influencias de una conducta
metódica de la vida y ligada a la religión, tal como estaba fundada
en la «ascésis intramundana» de las sectas protestantes, la de los
puritanos ante todo; influencias en la mentalidad económica y
profesional de los círculos decisivos capitalistas de empresarios,
concretamente en Inglaterra y en Escocia. Sombart no da mucha
importancia a tales influencias. No contradice la tesis de Weber;
la considera válida concretamente para los herejes y forasteros que
fueron expulsados o que emigraron por causas religiosas, pero li
mita su significación en general a la génesis del espíriru capitalis
ta. En cambio conjura el «espíritu de Fausto» y subraya el carác
ter puramente mundano del impulso de infinitud que subyace al
capitalismo. Piensa, evidentemente, más en los «Merchant adven-
turers» y en los rivales ingleses de los conquistadores, los Drake,
los Raleigh, los Hawkins, que en los puritanos. Sombart traslada
el capitalismo del horror de la alimentación burguesa a la plena
corriente de la historia, en la que nacieron también, al mismo
tiempo, el Estado moderno y la religión reformada. Pero concibe
a la Reforma muy estrecha y parcialmente cuando ve en ella sola
mente la liberación de los individuos de las barreras que antes lo
rodeaban; se trataba a la vez de nuevos y fuertes lazos y hasta cier
to punto de la generalización del ideal ascético. Y también des
pierta dudas la caracterización del Estado moderno; pero sobre eso
se hablará más adelante. Hay que decir aquí todavía algo sobre
el origen del «espíritu capitalista». Suena algo místico cuan4o
Sombart lo hace emerger hacia finales de la Edad Media «del fon
do profundo del alma europea», como algo ya no más deducible.
En esto, como también en el espíritu fáustico, se siente uno leyen
do o recordando a Spengler, pero hay que notar empero que la
prioridad aquí está del lado de Sombart. El «alma europea» suena
más a romanticismo que a «sociología comprensiva», como tantas
cosas más en este libro. El hecho de que ella sea tratada como una
esencia real, de la que emana el «espíritu capitalista» —igual
mente sustancializado de modo algo masivo— no me parece cabal-
141
mente satisfactorio para las pretensiones de una forma científica
de pensar, tal como la dominante por lo menos hasta ahora. Tra
tándose de fenómenos puramente espirituales como los de la reli
gión, el arte, la ciencia, puede renunciarse según una frase de Ni-
codemus a una deducción causal; pero tratándose del espíritu que
actúa en la economía, esto no me parece igualmente permitido.
Aquí no se trata de las funciones que Hegel resume bajo la desig
nación de «espíritu absoluto». Aquí, el «espíritu» se sienta en
cierto modo sólo como cochero en el pescante y dirige la yunta
de las energías de trabajo; pero en el fondo del coche se sienta la
previsión material de la vida —en el caso del capitalismo es el
afán de ganancia del empresario— y ésta determina hacia dónde
debe ir el viaje. Pero el camino que conduce a la meta aspirada
está dibujado previamente, por una parte por la cécnica y las po
sibilidades de organización del trabajo inauguradas por ella, y, por
otra, por las costumbres, las leyes y las instituciones, que condi
cionan la configuración socio-económica de esta organización del
trabajo. El «espíritu» juega en toda esta relación teleológica sólo
un papel subordinado, como servidor de los intereses materiales.
No le corresponde a la dignidad que puede exigir cuando se trata
de valores y funciones puramente espirituales, absolutos. Pero
ciertamente, la «mentalidad económica» —que en el caso del ca
pitalismo está orientada a la mayor ganancia posible para la em
presa privada— debe ser diferenciada del «espíritu» que, como
«ratio», tiene que proporcionar y aplicar los medios adecuados
para la realización de esta aspiración. Pero esta «mentalidad eco
nómica» tampoco pertenece a los fenómenos espirituales, ante los
cuales podemos satisfacernos con la frase de Paracelso: «el espíritu
se presenta donde quiere». Lo que Sombart llama el «espíritu del
capitalismo» es una conjunción de los dos y en el fondo solamente
una abreviatura retórica —ciertamente muy impresionante, plásti
ca y concisa— de un complicado contexto síquico-social que no
se puede sustancializar o personificar sin sucumbir a la plasticidad
poética de un mito platónico. Es evidente que este espíritu capi
talista sólo podía surgir en el mundo cultural de Occidente por
que sólo aquí existía la medida de actividad, iniciativa y respon
sabilidad personales que forma parte de una empresa capitalista.
En las culturas orientales, como en la de China, falta este factor
142
de la personalidad directiva económica, y ciertamente porque,
como creo, la organización social fue dominada aquí hasta el pre
sente por las asociaciones de parentela, que en Occidente fue des
truida relativamente temprano. También el sistema indio de cas
tas es, en el fondo, sólo una remodelación de la antiquísima orga
nización de parentela. Pero con este predominio de la organización
de parentela se relaciona también el hecho fundamental de que en
las culturas orientales no se llegó ni a la formación de una comu
nidad urbana ni a una iglesia organizada que abarcara también a
los laicos; esas son, sin embargo, las dos columnas más importan
tes de la civilización occidental. Además, es comprensible que la
emergencia más fuerte del afán de ganancias frente a la mentalidad
económica medieval esté vinculada en Occidente con el tránsito
de las relaciones de status a las de contrato, de la «comunidad»
a la «sociedad», y especialmente también con la desaparición de
ciertos lazos eclesiásticos y urbano-económicos. El problema con
siste, principalmente, en saber cómo ha de comprenderse que este
despliegue más libre de las personalidades creadoras de la econo
mía haya conducido precisamente a la peculiar organización del
trabajo que conocemos como capitalismo moderno y en la que los
empresarios y los trabajadores recibieron primeramente su forma
ción especificamente capitalista.
Sombart ha intentado, pues, construir ciertamente el contexto
síquico-social de que aquí se trata, haciendo surgir el espíritu ca
pitalista de una unión del espíritu «burgués» con el espíritu
«fáustico». Podemos aceptar sin más el espíritu burgués, del que
Max Weber quería deducir el capitalismo, como fenómeno histó
rico por lo demás ya conocido. Pero ante el espíritu «fáustico»,
que es un condimento original de Sombart, queremos poner un
signo de interrogación. Su nota característica ha de ser el «im pul
so a la infinitud» que, al mismo tiempo, señala su parentesco con
el espíritu del «Estado moderno». Pero ni en el uno ni en el otro
caso puede aceptarse el «impulso a la infinitud» como nota carac
terística. El parentesco sociológico interno entre la vida del Estado
y la de la economía se basa en otro fundamento, sobre el que se
hablará todavía.
El espíritu de empresa y el afán de ganancias explican de ma
nera insuficiente el proceso síquico-social por el que surgió el «es
143
píritu capitalista». Lo que importa es investigar las condiciones y
posibilidades objetivas, de las que ellos dependen en su actividad.
Ahí hay concretamente dos puntos de importancia. Primeramente
la circunstancia de que estas energías no pueden operar ilimitada
mente como, por ejemplo, en la antigua economía de esclavitud
y explotación, sino que más bien están ligadas a un ordenamiento
jurídico que, en principio, sólo admite el trabajo libre y, por lo
demás, erige algunas barreras; que en consecuencia están forzadas
a una actividad racional e intensa en el marco de una organización
metódica del trabajo. Pero luego también la existencia o génesis
de instituciones y situaciones sociales objetivas que hacen posible
un éxito comercial para los pioneros de tal actividad, y que esti
mulan en otros la imitación, de modo tal que se logra la acepta
ción de esta manera de economía y se generaliza. De esto forma
parte, ante todo, la otganización de un mercado mayor, que fun
cione bien. Cierto es que el mercado surge con el sistema econó
mico mismo; pero la posibilidad objetiva de su génesis es un pre
supuesto indispensable para la actividad de los empresarios; y esta
posibilidad depende de otros factores que no son puramente eco
nómicos, ante todo de una medida suficiente de segutidad y pro
tección jurídicas y de un desarrollo correspondiente del sistema
de comunicación, lo cual no se realiza sin la intervención del Es
tado. El mercado que, con sus variables posibilidades de venta y
ganancias, es constantemente el medio indispensable de orienta
ción del emptesario capitalista, patticipa fuertemente desde el
principio en la formación del peculiar espíritu del que tiene que
estar animado el empresario si quiere tener éxito. La mentalidad
económica depende considerablemente de la existencia y de la fun
ción del mercado. Tal vez se podría decir: la economía de consu
mo directo está condicionada por la carencia de un mercado regu
lar, esto es, de una organización del tráfico en general; la de la
artesanía está condicionada por la naturaleza del mercado local,
urbano con su demanda fácilmente calculable, poco modificable,
de clientes orientados tradicionalistamente; la del empresario capi
talista empero está condicionada por la génesis y formación de un
mercado supralocal, regional o nacional en la época temprana del
capitalismo, y por el entrelazamiento de las economías nacionales
en un mercado mundial, en la época del alto capitalismo. Al pri
144
mer estadio corresponde el motivo de la satisfacción natural de la
demanda del sujeto económico; la «alimentación» campesina; al
segundo corresponde el sostenimiento adecuado de la vida burgue
sa, del artesano (la «alimentación» burguesa); al tercero, la aspira
ción de ganancias del empresario capitalista en la forma limitada
que admitió el mercantilismo; al cuarto estadio corresponde el
afán ilimitado de ganancia del empresario del alto capitalismo,
pero que finalmente y con la progresiva formación del mercado
mundial está sometido a su vez a muchos lazos que surgieron de
la economía misma del capitalismo.
Una condición previa más de la génesis de la organización ca
pitalista del trabajo y del espíritu capitalista que se ha formado
de ella es la existencia o la génesis de una numerosa clase de tra
bajadores libres y desposeidos que por la preocupación por su sub
sistencia están obligados a ofrecer al empresario su fuerza de traba
jo por un salario que será tanto más bajo, cuanto más numerosa
sea esta clase y más apremiante la oferta. También esta condición
previa y la posibilidad de éxito de los primeros capitalistas depen
de, además, de factores políticos. Fuera de las devastaciones de la
guerra, que juegan en todas partes su papel, en Alemania, concre
tamente en la época de la Guerra de los Treinta Años, la causa
principal de esta transformación social fue la disolución de la or
ganización rural del trabajo y la propiedad de la Edad Media que
liberó del terruño una parte de la población, que hasta entonces
había sido el «revestimiento del terreno», llevándola al mercado
del trabajo. En todas partes influyó decisivamente aquí la legisla
ción estatal, y también la política; la consideración de las necesi
dades de la guerra y la defensa juega en estas circustancias frecuen
temente un papel decisivo, como en Francia en 1793, y en Prusia
en 1807 y 1812.
En estas circunstancias objetivas no se trata de exigencias oca
sionales y marginales del capitalismo, sino de condiciones funda
mentales para su formación y la posibilidad de su éxito. El proceso
social que Sombart sustancializa bajo el nombre de espíritu capi
talista, depende ampliamente de tales circunstancias externas.
145
IV
146
la que y por la que opera el nuevo espíritu. Para dominar los po
deres de la naturaleza, este nuevo espíritu tiende a reconfigurar la
técnica; y el impulso implícito en él de adquirir dinero y poder
lo conduce a los yacimientos de metales preciosos que explota. Los
tres campos están en estrecha relación interna: el Estado promueve
constantemente al perfeccionamiento de la técnica en interés m ili
tar; y también a causa de la importancia de los depósitos de me
tales preciosos, estimula un aumento de la producción de metales
preciosos. Las dos cosas, fomentadas por el Estado, son a su vez
condición para el desarrollo progresivo del Estado mismo. Sin un
cierto estado de la técnica y sin la producción de metales preciosos
en América, sin las corrientes de plata y oro que venían del Nuevo
Mundo, no hubiera llegado a su formación el Estado moderno con
sus ejércitos, sus funcionarios, su moneda, su crédito estatal y su
sistema de impuestos. Pero todo esto, es decir. Estado, técnica y
metales preciosos son condiciones fundamentales para la eficacia
exitosa del espíritu capitalista y consecuentemente para el capita
lismo moderno mismo. El nuevo Estado crea para el capitalismo
el nuevo mercado: el ejército y su demanda dan una suscitación
poderosa para la producción capitalista; el Estado cuida de que
haya orden y disciplina en la economía; mediante su política ecle
siástica, crea al «hereje» y al «forastero» con su función específica
para la vida económica capitalista; mediante su política mercanti-
lista contribuye al fomento y al apoyo de las empresas capitalistas;
con su política colonial dio vida a las primeras grandes empresas
modernas en las plantaciones que antes se cultivaban con trabajo
de esclavos. La nueva técnica posibilitó la producción y el trans
porte en gran escala, y ella crea nuevos procedimientos y nuevas
industrias. Los metales preciosos dan al mercado, por su cantidad,
una dirección favorable; con ello intensifican el espíritu capitalista
en su afán de adquisición y en su cálculo. Estado, técnica y meta
les preciosos logran conjuntamente la génesis de la riqueza bur
guesa; y ésta, influye favorablemente a su vez, junto al Estado,
con su demanda cortesana y bélica y gracias a la aparición del lujo,
en la reconfiguración de la demanda de bienes con las ventas en
gran escala, tal como las necesita el capitalismo; estimula la acti
vidad de los empresarios también en círculos extraburgueses y
contribuye así al aburguesamiento de la nobleza.
147
Todo esto lo produce la época del capitalismo temprano, en
la que la influencia del Estado en la vida de la economía es tan
fuerte que en algunas partes se le puede adjudicar una especie de
conducción. Es una época de transición entre la condición medie
val precapitalista y la condición ya formada y altamente capitalista
de la economía. Mezcla y ambigüedad se encuentran por doquier:
en el carácter de los empresarios lo mismo que en el de los traba
jadores, en las formas de funcionamiento de la empresa, en la téc
nica, en la organización del comercio y el tráfico, en el derecho
y en las costumbres, en el espíritu y en las formas. Con una inten
sificación general de las fuerzas productivas se une una transforma
ción del tradicionalismo en racionalismo, de la economía unitaria
en la de la sociedad, de una configuración orgánica en una confi
guración mecánica de las relaciones humanas, de una mentalidad
económica ceñida en una más libre, de una conducción sometida
en una condición más libre de la economía. En suma, el desarrollo
de la economía durante la época del capitalismo temprano signifi
ca la preparación de la objetivación de rodas las relaciones origina
riamente establecidas personalmente o con carácter personal. Pau
latinamente penetra en todas partes la idea de la ganancia honrosa;
el estilo de los negocios se caracteriza por el ideal del rentista,
que está en el transfondo, por la aspiración del gran provecho con
la venta relativamente pequeña, por la temerosa conservación del
secreto del negocio, por una cierta estabilidad de la vida de la
economía; el mercado conoce ciertamente interrupciones en las
ventas, pero todavía no la coyuntura expansiva; el sistema de co
municaciones está bajo el signo del correo; la venta de bienes cul
mina en las compañías transatlánticas de comercio. En la produc
ción de bienes, surge el sistema de almacén con las «manufactu
ras», que en modo alguno deben ser consideradas, como todavía
creía Marx, como «precursoras» de las «fábricas», sino que surgen
junto con éstas, en cuanto que se designa como «fábricas» a las
empresas en las que se usan y aplican el fuego y el marrillo. Se
presenta un desplazamiento de la ubicación de la industria; se re
configura la relación de trabajo; ya se perciben los comienzos de
las grandes empresas, frecuentemente bajo el funcionamiento de
empresas del Estado. El proceso total de la economía nacional en
cuanto tal se hace consciente en la teoría y la praxis en los conduc
148
tores del Estado y de la economía; el sistema del «mercantilismo»
es la expresión de este hecho importante. Se extienden y se inten
sifican las relaciones económicas internacionales; comienza la lucha
por los metales preciosos; la balanza comercial juega su papel en
el comercio interestatal.Todo el nuevo sistema produce un fortale
cimiento general del poder del Estado pero, al mismo tiempo, un
aumento de la riqueza. Los antiguos estamentos se repliegan pau
latinamente ante las nuevas clases de la sociedad. Pero los obstá
culos políticos y también técnicos, propios de este sistema econó
mico, se hacen notar más frecuentemente: el devastamiento de los
bosques amenaza, por la creciente carencia de madera, detener el
progreso económico. Tan sólo la supresión de estos obstáculos en
unión con nuevas conquistas técnicas conduce luego a la época del
alto capitalismo.
Naturalmente, no se puede trazar nítidamente un lím ite del
alto capitalismo, como tampoco pudo hacerse frente a la época
precapitalista. Sombart oscila entre los años sesenta del siglo
XVIII y la mitad del siglo XIX. En el lapso primeramente men-
dionado comienza a realizarse el impulso hacia el alto capitalismo
en los centros económicos más avanzados de Europa. En el segun
do ya se ha completado en todas partes. Es decir: el nuevo espíritu
capitalista que a lo largo de mucho tiempo se hallaba en lucha
con el espíritu medieval de la artesanía y con el de la alimentación
burguesa, se impuso definitivamente en este momento y se con
virtió en el principio dominante que también reconfiguró las for
mas de la vida económica.
El motor principal para el impulso de la economía parte aquí
del campo de la técnica. El proceso recibió su empuje principal
mente de la invención del estampado en las telas que dio vida a
una venta masiva como no la había habido antes. La fuerte de
manda de telas de algodón blanco para estampar condujo a la in
vención del plomo artificial mediante ácido sulfúrico, y esto pro
dujo una industria química de gran futuro. A ello se agrega, ade
más, la aplicación del procedimiento de coque, que llevó a su
cumbre la explotación de hierro en las empresas mineras. Esos fue
ron los precursores de la industria mecánica del siglo XIX, que
jugaron un papel epocal en la industria inglesa del algodón de
fines del siglo XVIII; a la máquina de tejer, a la máquina de pre
149
parar el algodón sigue finalmente el telar mecánico. El papel del
Estado y de la política pasan a segundo plano frente a la técnica.
Pero Sombart lo subestima quizá cuando le niega toda significa
ción a la revolución inglesa y a la francesa para el impulso del alto
capitalismo. Por cierto, estos movimientos no provocaron directa
mente el impulso capitalista. Pero sí tuvieron una parricipación
considerable en el ritmo y la dirección en que se realizó dicho
impulso, y por cierto que en un sentido bastante diferente en cada
uno de los dos países. En Inglaterra, las dos revoluciones del siglo
XVII, concretamente la última de 1688, llevaron al gobierno a
aquellos estratos de la población que estaban representados en el
parlamento; y estos estratos tenían interés en el fomento de la for
ma capitalista de empresa, concretamente en la agricultura y en
el comercio al por mayor. Fue un fenómeno nuevo el que desde
el tránsito del siglo XVII al XVIII, las grandes familias de los
W higs, cuyas cabezas tenían su escaño en la cámara alta, también
participaran en los negocios de las compañías transatlánticas de
comercio. La antigua política comercial «bullionista» del siglo
XVI, que ante todo trataba de llevar los metales preciosos al país
y mantenerlos allí, y por cierto en interés del poder del Estado,
ya había comenzado antes de la revolución a transformarse en la
política comercial propiamente «mercantilista», que no tenía es
crúpulos, bajo ciertas circunstancias —también concretamente
para los negocios de la compañía comercial oriental-india—, en
exportar plata para obtener mercancías de más alto valor. Pero tan
sólo desde la fundación del Banco de Inglaterra (1694), que no
hubiera sido posible sin la revolución, y con el desarrollo del cré
dito estatal fundado en la confianza de los capitalistas, el antiguo
principio del atesoramiento de los metales preciosos perdió su va
lidez y dio campo a un movimiento más libre del comercio. Tan
sólo ahora se impone el principio de la balanza comercial como
medida del bienesrar del pueblo. Guillermo III de Orange, quien
fue llamado al trono por la Revolución, se convirtió en el jefe de
la gran lucha contra Francia, en la que estaba en juego el dominio
del comercio y del mar. Una poderosa expansión colonial y marí
tima creó en la época de los Walpole y de los Pitt los fundamentos
del imperio inglés. No solamente se permitió la exportación de
cereales, sino que se le dio pleno impulso mediante el Corn Boun-
150
ty Act de 1689, que mantuvo su vigencia durante todo el siglo
XVIII. Se querían precios ventajosos para el agricultor, y también
se los obtuvo. Con ellos estaba ligada, al mismo tiempo, una cier
ta estabilidad. El precio favorable del grano invitó a la extensión
del cultivo. En la segunda mitad del siglo XVIII, en la época del
dominio de los Torys, aumentaron poderosamente los «cercados»,
es decir, la repartición de los terrenos comunes y la unión de los
campos separados. Ello se realizó, en parte, por la discusión en el
(parlamento entre los hacendados y las comunidades, y en parte,
por numerosísimos «privatbills». Como en la partición de los te-
' trenos comunes se aceptó el principio de que la medida del prove
cho logrado hasta entonces debía ser decisiva, esta reglamentación
benefició a los grandes propietarios, que pudieron entonces hacer
(Valer su fuerza de capital, y en cambio, perjudicó la gente menu-
’ da, para quien el trozo mínimo que recibió no ofrecía ninguna
compensación por la pérdida de los indispensables terrenos comu-
•¡nes. Muy pronto cedieron ante la tendencia absorbente del gran
propietario. Desapareció entonces el antiguo campesino inglés,
(que se abastecía por su cuenta. En su lugar surgieron los latifun
dios de la alta nobleza con las grandes fincas de arrendamiento
' que trabajaban agrícolamente de modo racional y que producían
, para el mercado. Así hizo su entrada entonces en Inglaterra el ca-
i pitalismo agrario. A partir de ese momento, una gran parte de la
; población campesina se lanzó a las ciudades y a las regiones indus
triales. La floreciente industria algodonera encontró aquí los tra
bajadores baratos que necesitaba. Durante el siglo XVIII ya no se
, cumplieron estrictamente —y con el tiempo desaparecieron com
pletamente— las limitaciones de la libertad de residencia y del
.(cambio de ocupación industrial, tal como habían sido fijadas por
las leyes de los siglos XVI y XVII. Los jueces de paz dejaron tam
bién de fijar de riempo en tiempo los salarios, cosa que era propia
mente su tarea. Ya no se requería una fijación de los salarios má
ximos —que era de lo que se trataba aquí originalmente— en
vista de la fuerte oferta de trabajo y de la tendencia decreciente
de los salarios; y nunca se llegó a la fijación de salarios mínimos,
como hubiera sido deseable en interés de los trabajadores. Durante
la guerra francesa en la época de la Revolución, cuando los salarios
bajaron completamente y los precios de los víveres subieron al
151
mismo tiempo, se introdujo desde 1795 la mala costumbre de que
los trabajadores del campo recibieran regularmente ayuda para po
bres como complemento de su salario, notoriamente insuficiente
para su manuntención. La prohibición de coalición de 1800 fue
decretada en un momento de pánico político, precisamente en esta
guerra. Desde las dos revoluciones del siglo XVII, Inglaterra ofre
ce pues la imagen de un país en el que los empresarios capitalistas
en la ciudad y en el campo se apoderan del gobierno y dictan las
leyes según sus intereses. La larga guerra con Francia —que fue
una consecuencia de la Revolución Francesa— llevó al colmo esta
política del interés capitalista y a su conclusión, la fundación del
imperio colonial. En la Revolución Inglesa, Cromwell realizó, al
menos provisionalmente, la unión de Inglaterra, Escocia e Irlanda
en un territorio estatal unitario, con la que ya habían soñado los
Estuardos; y aunque la restauración volvió a disolver la unión, la
unidad se logró como meta política y económica bajo el dominio
del parlamento, —consecuencia de la Revolución— en dos etapas,
1707 y 1801, de modo que desde entonces Inglaterra forma un
mercado unitario.
También en Francia fue tan sólo la Revolución la que perfec
cionó el mercado nacional unitario que como se sabe, pese a los
esfuerzos de Colbert, no se había realizado completamente en el
Anden Régime. Y también aquí, una legislación económico-libe
ral creó condiciones favorables, sin las cuales hubiera sido imposi
ble el impulso hacia el alto capitalismo. Pero en un punto impor
tante se diferencia muy significativamente el efecto de la Revolu
ción Francesa del de la Inglesa. No admitió dicha revolución el
desarrollo de un capitalismo agrario, que inicialmente estaba tam
bién aquí en marcha. Los documentos pertinentes, así como la
historia económica de la Revolución Francesa, están tan sólo en
curso de publicación, ^ y no permiten un juicio concluyente en
detalle. Pero el resultado citado surge ya claramente y ha sido ex-
152
presado enfáticamente por Henri Sée"*. La Revolución Francesa
protegió eficazmente al pequeño estamento de minicampesinos,
que el régimen feudal había oprimido ciertamente, pero también
conservado, de la absorción por los más grandes y ricos campesi
nos, y así se han mantenido hasta el presente. Su economía fue
ciertamente no menos atrasada que la de los yeomen ingleses; su
conservación no se puede explicar por motivos puramente econó
micos. Fueron precisamente una política y una administración las
que en Francia realizaron la obra de la reforma agraria; ella favo
reció ciertamente la repartición de terrenos comunes, pero no la
forzó en todas partes; en ello aceptó el principio del número de
cabezas, no la de la medida actual del provecho real como en In
glaterra. Así protegió a los campesinos de la tendencia a la absor
ción por parte de las grandes haciendas, en tanto que la política
parlamentaria de Inglaterra los sacrificó precisamente en aras de
estos intereses. Los efectos para el desarrollo capitalista en su tota
lidad fueron muy significativos. Inglaterra se convirtió en el país
clásico del alto capitalismo, en tanto que Francia se retrasó en el
desarrollo. En Francia, el campesino se quedó en su terruño, el
éxodo rural no fue tan fuerte como en Inglaterra (o también en
Alemania). La atracción hacia la ciudad y hacia la industria fue
mucho menos fuerte; la oferta de trabajo fue mucho menor para
el empresario capitalista; el impulso hacia el alto capitalismo, que
finalmente ocurrió también aquí, no destruyó como en Inglaterra
(y más tarde también en Alemania) el equilibrio entre la industria
y la agricultura, de modo que Francia sigue siendo un país que
se basta económicamente en medida mucho mayor que algún otro
de los grandes países europeos. Esto no es un hecho puramente
condicionado por lo económico, sino un efecto político de la Re
volución. En medida más fuerte que el capitalismo industrial se
desarrolló en Francia el capitalismo financiero de los bancos y de
la bolsa. También esto fue una consecuencia de las circunstancias
políticas que se basan en la Revolución. Primeramente, la econo
mía de asignaciones conmovió completamente la moneda y produ
jo una reestratificación de las clases pudientes. Luego, las contri-
153
buciones que Napoleón arrancó a los países europeos sometidos
trajeron una inmensa contribución de capital que equilibró aque
llas pérdidas y preparó un terreno favorable a la especulación fi
nanciera. Esta inclinación hacia el capitalismo financiero dominó
también la política colonial de reparaciones de Versalles.
Finalmente, hay que llamar la atención sobre el hecho de que
Napoleón y sus guerras, que fueron la consecuencia de la Revolu
ción Francesa, y el establecimiento final del dominio británico del
mar y del comercio, que constituye su resultado, tienen una sig
nificación, que no se puede sobrevalorar, para el desarrollo del
mercado mundial y por lo tanto también para el impulso del ca
pitalismo en el siglo XIX. Tampoco visto desde este aspecto, el
capitalismo es un fenómeno puramente económico, sino un fenó
meno políticamente condicionado en un sentido eminente de la
palabra.
154
ción, de poder, de actividad en general, se hace cada vez más apa
sionado; la racionalización económica progresa y empuja a la obje-
tivización de todas las relaciones personales de trabajo y de nego
cios. Desde la época de la economía de crédito y de las sociedades
anónimas, el empresario ya no está ligado a la posesión de dinero;
la selección tiene lugar en un círculo más amplio; emerge lo pu
ramente empresarial. Al mismo tiempo, tiene lugar un desplaza
miento racial hacia los círculos germano-judíos y un cambio brus
co de la visión del mundo. Los motivos religiosos de la época del
capitalismo temprano pierden su significación; surgen en su lugar
la fe en el progreso, la voluntad de éxito, un optimismo inque
brantable, una conciencia del deber burgués-capitalista (que apa
rece como secularización de sentimientos que antes estaban cimen
tados religiosamente), pero también el espíritu inescrupuloso del
negocio, y, pese a la importancia de la personalidad del conduc
tor: la objetivización del espíritu capitalista, que facilita la difu
sión del sistema. Los fundamentos siguen siendo, en primer línea,
el Estado y la técnica.
La política económica interna experimenta una plena transfor
mación debida a las reformas liberales. Pero estas reformas no de
ben ser consideradas como la causa del impulso del alto capitalis
mo; son solamente un fomento de su génesis, que más bien se
remontar a las fuerzas motrices mencionadas más arriba. En la
vida industrial se trata propiamente sólo de un aligeramiento de
obstáculos existentes antes por la distancia; en el comercio —y
muy especialmente en la agricultura—, se trata de la posibilita-
ción de un funcionamiento racional y, con ello, de una condición
previa del alto capitalismo. Muy generalmente, el fortalecimiento
de la protección jurídica y de la seguridad, ral como aparece en
esta época, es naturalmente una condición previa para el fuerte
despliegue de la vida de la economía. Es falso —como lo hacen
muchos autores y concretamente también en Norteamérica— atri
buir el alto capitalismo a una conducta ilegítim a de los sujetos
de la economía. Por inescrupuloso que pueda ser el espíritu de
negocio, debe sin embargo ceñirse a los límites jurídicos y en ge
neral, lo ha hecho también.
En la política exterior comercial, el episodio del libre comer
cio de 1860 a 1876 está motivado por el interés inglés en la ex
155
portación, que dejó de lado el antiguo temor por la competencia.
Desde los años ochenta, el neomercantilismo es la expansión carac
terística de la nueva situación. A la expansión económica se suma
el imperialismo político. Pero Sombart rechaza la tesis marxista
de que el imperialismo es simplemente una función del capitalis
mo. La vida política sigue más bien sus propias leyes.
En la técnica, lo esencial es el nuevo espíritu científico. Éste
conduce al paso de las materias auxiliares orgánicas a las inorgáni
cas, a la explotación de las riquezas minerales que se encuentran
acumuladas en la tierra. El carbón y el acero se convierten en el
fundamento de la nueva técnica. La máquina inicia su avance
triunfal. Nuevos procedimientos revolucionan el proceso de pro
ducción creando nuevos medios de producción. El decurso de este
ascenso avanza a saltos, es revolucionario.
Se persigue la construcción de la forma económica del alto ca
pitalismo según los siguientes puntos de vista: capital, mano de
obra, ventas.
El capital es la suma del valor de trueque que sirve de base
material a la empresa, el capital social. Es, primeramente, el de
una empresa individual; la suma de todos los capitales individua
les concebida como unidad da por resultado el concepto de capital
en sentido social. En este capital se encuentra naturalmente una
gran parte del plusvalor (ganancia) de la fase procedente de la pro
ducción. En el plusvalor debe verse el punto propiamente intere
sante para la empresa capitalista. Reina una discrepancia funda
mental de opiniones sobre la cuestión de si el plusvalor tiene la
tendencia a subir o bajar. Ricardo y la llamada economía política
clásica afirman lo último, Marx y los socialistas aseveran lo prime
ro. Según Sombart no se puede hablar de una tendencia constante
general de este tipo. Las dos partes tienen razón, pero sólo cuando
se trata de determinados lapsos históricamente condicionados.
Fuera de la formación del plusvalor, en el proceso de aprove
chamiento tiene lugar la reproducción del capital. Ésta es, o bien
una reproducción simple, cuando sólo se sustituye lo consumido,
o una reproducción ampliada, cuando del plusvalor se toma un
complemento que se agrega al capital reproducido, o es finalmen
te una reproducción en una escala ampliada cuando se amplía y
refuerza el aparato de producción. Mediante una investigación his
156
tórica comprueba Sombart que en la época del alto capitalismo
opera la doble tendencia a la reproducción ampliada y a la repro
ducción a escala ampliada. La aspiración de los empresarios de ele
var las cuotas de plusvalor encontró una barrera en la resistencia
de la clase trabajadora, que supo imponer un aumento de los sala
rios dentro de ciertos límites. No quedó más nada que hacer que
aumentar la masa del plusvalor a través de una mayor intensidad
del trabajo. Eso ocurrió precisamente por la reproducción amplia
da del capital. El hecho de que ésta estaba dispuesta a una repro
ducción a escala ampliada, esto es, a un fortalecimiento y exten
sión del aparato de la producción, se debe a que, como consecuen
cia del desarrollo revolucionario de la técnica en esta época, el apa
rato del medio de trabajo tuvo que ser frecuentemente modifica
do, perfeccionado, ampliado. El empresario individual obligó a
ello también a la competencia. Pero la posibilidad de una aplica
ción exitosa de estos medios residía en el fuerte aumento de la
población en este lapso, que provocó una creciente demanda de
bienes de consumo.
El surgimiento o el aumento del capital monetario- conduce
en la época del alto capitalismo sólo en parte, a través del estadio
del capital potencial (es decir, una suma de valor de trueque en
sí) al capital actual (es decir, al determinado para la producción).
Con esto se reduce el papel del ahorro. El crédito permite crear
directamente capital actual sin el acto del ahorro, (ciertamente
sólo con el transfondo de todos los ahorros recogidos en los ban
cos). Para la creación de capital potencial por ahorro han de tener
se en cuenta principalmente las grandes fortunas, cuyas fuentes
han de buscarse en a) la renta raíz de las propiedades inmuebles;
b) en las ganancias de la especulación, en el agio, en emisiones y
semejantes y c) en las ganancias extras de las empresas capitaliza
das. La condición previa para ello reside en la extensión de la pro
ducción social y en una intensificación de la productividad social
en general. Pero la medida de la formación de capital potencial
está condicionada por la medida de rentabilidad que se aplica. En
este aspecto, la protección jurídica y la seguridad que garantiza
el Estado moderno son tan importantes como la expansión y obje-
tivización del espíritu burgués, que después de la desaparición de
los antiguos tipos «puritanos» burgueses de la época temprana se
157
convierte en el espíritu general del negocio y, por ejemplo, actúa
con especial éxito en la formación de reservas para el negocio, en
la política de dividendos de las sociedades anónimas. La transfot-
mación del capital potencial en capital actual es facilitada por la
creación de efectos de valores y el comercio con ellos en la bolsa.
Se pone de relieve especialmente la significación creadora del «cré
dito de libranza» para la economía capitalista. Liberó al empresa
rio de la necesidad de la posesión de dinero y con ello produjo
por primera vez en esta época el tipo puro de empresario. Junto
a la técnica, el crédito llegó a ser el medio más importante del
fomento del capitalismo en el siglo XIX. En este contexto se su
braya también la importancia del hecho de que, gracias a la mayor
producción de dinero desde mediados del siglo XIX, la economía
crediticia recibió un impulso y respaldo sin los que no sería ima
ginable su desarrollo. A través del sistema de crédito, dicha eco
nomía ha colaborado decisivamente en el auge que adquirió el alto
capitalismo en la segunda mitad del siglo XIX. Se la considera
directamente como presupuesto de su despliegue.
La obtención del capital material, que requiere la economía
en esta época, ocurre de tres maneras: 1. por el desarrollo de la
economía, que incluye intensificación de la productividad, inten
sidad, rentanilidad, o por mejoramiento del sistema de transpor
tes; 2. por el cultivo de nuevos terrenos y, en general, por la crea
ción de nuevos fundamentos de la producción; 3. por la explota
ción de los tesoros de carbón y de minerales que yacen acumulados
en la tierra. Esta explotación es necesarimente explotación des
tructiva, y conduce al agotamiento de las riquezas acumuladas.
La economía no vive ahora como antes de los frutos, sino de la
sustancia que ella consume. Éste es un proceso único en la histo
ria, y tiene enorme significación para el siglo XIX. En este con
texto se ponen de relieve las inmensas consecuencias de la revolu
ción de los transportes y comunicaciones a través de los ferrocarri
les, los barcos de vapor, el telégrafo etc. Su significación para el
capitalismo se basa ante todo, en la expansión y animación del
mercado, en la emergencia de un comercio mundial y de un mer
cado mundial, en la posibilidad de cubrir la creciente demanda
158
mientos sociales, en la reestratificación de la creciente población
y en el desplazamiento de la ubicación de la producción.
La segunda gran cuestión, la de la mano de obra, da ocasión
para la presentación del problema demográfico. Pues aquí, el gran
hecho de un aumento enorme de la población forma el horizonte
de la historia económica del alto capitalismo. Se rechaza la teoría
«naturalista» de Malthus, pero igualmente la teoría «economicis-
ta» de Marx, quien según el procedimiento de Sismondi enseña
que el proletariado crece más velozmente que la demanda de apro
vechamiento del capital y que ésta es la causa propiamente tal de
la existencia del «ejército de reserva industrial». De todos modos,
se pone de relieve el progreso que consiste en que Marx no preten
de elaborar una ley demográfica general, sino solamente una que
debe valer para una época determinada, precisamente la del capi
talismo. Se reconoce la existencia de un «ejército de reserva indus
trial»; sería necio querer negarla, pues la estadística la pone en
evidencia. Pero se la explica de otra manera. La cuestión no con
siste en que la dimensión promedio absoluta del proletariado sería
simplemente una función del capitalismo, como lo pretende Marx;
pero ciertamente, la evacuación periódica de fuerzas de trabajo y
con ella una relativa superpoblación está fundada en la esencia de
la economía capitalista y de sus coyunturas variables. No se trata
pues de una ley demográfica sino de una teoría sociológica que,
sin embargo, no puede ser formulada brevemente. Dicha teoría
concluye en que hay tendencias sólo histórica y espacialmente con
dicionadas que dominan los movimientos demográficos, y estas
son ciertamente diferentes para los diversos estratos de la sociedad,
para los trabajadores proletarios y para la burguesía propietaria.
Ellas sólo constituyen un sistema de posibilidades que resulta de
la cooperación de factores biológico-técnicos, sicológicos y econó
mico-sociológicos. También en la época del alto capitalismo hay
aún fuerzas de trabajo esclavas, concretamente negros, en Sudáfri-
ca y en otras partes, si bien sólo bajo la envoltura de contratos
anormales, pero principalmente tenemos que ver solamente con
fuerzas de trabajo libres. Lo que importa primeramente es su can
tidad. Sombart diferencia la población suplementaria que proviene
de la disolución de los antiguos ordenamientos sociales y que en
contró acogida en la industria, y la población residual que provie
159
ne de la multiplicación de la población, de la relación entre la
tasa de natalidad y la tasa de mortalidad. Subraya enfáticamente
el hecho estadísticamente demostrable de que el fuerte aumento
de la población en el siglo XIX es por lo general una consecuencia
de la disminución de la tasa de mortalidad, no del aumento de la
tasa de natalidad, y que ello se debe principalmente al mejora
miento de las instalaciones higiénicas. Más enredado que el pro
blema de la cantidad es el de la adecuación de la mano de obra
para la economía capitalista. Se trata aquí de la acomodación lo
cal, técnica y económica de los hombres y las exigencias del siste
ma capitalista. Bajo el primer punto de vista se tratan los fenóme
nos conocidos, que produjeron un inmenso cambio de la población
en todos los países; la superpoblación inicial y la paulatina evacua
ción de las tierras llanas; el éxodo a la ciudad, el nacimiento de
los diversos tipos modernos de la gran ciudad: ciudad de comercio
y de tráfico, ciudad industrial; las migraciones internas de los tra
bajadores del campo y de los de las minas. En la acomodación
técnica se trata de lo que Sombart designa con una expresión, en
mi opinión no precisamente adecuada, esto es, la «desanimación»
o «intelectualización» de los hombres, es decir, de su plena disci-
plinación que, en parte, conduce a la automatización total de
modo que los trabajadores aparecen como tuercas de la gran má
quina de la empresa. Esto es lo que necesita el capitalismo y lo
que de ellos pide y lo que se pudo imponer sólo lentamente y con
grandes dificultades. Pero, finalmente, se logró; el espíritu del
capitalismo penetró también en la clase trabajadora, y también la
comprensión de que este cambio favorece sus intereses vitales.
Sombart subraya aquí la colaboración del factor religioso, de aque
llo que Max Weber llamó la ascésis intramundana de las sectas
protestantes. Lo reconoce para los trabajadores en mayor medida
que para los empresarios. Esta acomodación técnica de la clase tra
bajadora tiene como trasfondo la amplia disgregación del proceso
de trabajo, la especialización de los trabajadores en trabajos parcia
les. Como se sabe, en Norteamérica ha surgido, gracias a estudio
sos como Parson y Münsterberg, una ciencia especial que median
te un experimento sicológico (test) comprueba o excluye de ante
mano la adecuación de los trabajadores para ésta o aquélla especia
lización. La acomodación económica finalmente tiene que ver con
160
la cuestión de los salarios. Aquí Sombart demostró, con ayuda del
material norteamericano de censos, que desde 1850 hasta 1914,
los salarios en general aumentaron considerablemente, pero que la
tasa de ganancia de los empresarios aumentó mucho más fuerte
mente que los salarios: la clase trabajadora pues se había acomoda
do a la necesidad de explotación del capital.
El problema más difícil en el alto capitalismo es el de las ven
tas. La teoría marxiana de la acumulación había afirmado como
se sabe: la acumulación progresiva del capital —es decir, el cons
tante fortalecimiento y la constante ampliación del aparato de los
medios de producción, de las instalaciones del capital fijo— opera
una reducción del fondo de los salarios, y con ello, subconsumo
y superproducción. A causa de este mal inextinguible y constante
mente creciente, creía Marx, sucumbiría el capitalismo. De entre
los marxistas posteriores fue ante todo Rosa Luxemburg quien de
fendió y precisó esta teoría. La causa de que todavía no se hubiera
llegado al derrumbamiento profetizado por Marx, quería encon
trarla Luxemburg en las relaciones de los círculos económicos to
davía no dominados por el capitalismo, como, por ejemplo, de
los países exóticos, pero también los de los campesinos y artesa
nos, de los latifundistas y otros círculos económicos no orientados
por el capitalismo. La teoría de Marx, decía ella, tiene validez
solamente para el mundo económico completamente dominado
por el capitalismo. Sombart ha llevado a cabo esta diferencia rigu
rosa y sistemáticamente en una investigación histórico-estadística.
Diferencia entre la demanda exógena y la endógena, esto es, un
mercado externo y uno interno que no están separados externa y
geográficamente sino internamente según el punto de vista de si
solamente presentan capitalistas y trabajadores o también otros
elementos que no caen bajo esta categoría. Entre los estratos com
pradores exógenos se cuentan aquí entre otros, los Estados y las
corporaciones públicas con su demanda constantemente creciente.
En esto comprueba una tendencia creciente de la demanda exóge
na, pero también de la endógena, y ciertamente no sólo por lo
que respecta a los medios de producción (máquinas, instalaciones),
a los que el ruso Tugan-Baranowski quería reducirlos, sino preci
samente también en lo referente a los medios de consumo de la
clase trabajadora. A diferencia de la falsa ley de bronce de los sa-
161
larios de Lasalle, que el marxismo abandonó por cierto tiempo, se
obtiene de las estadísticas de Francia, Inglaterra y Norteamérica
el importante resultado de que en el curso de los últimos cien
años aproximadamente los salarios reales de los trabajadores en la
industria aumentaron bastante más del doble, de modo que a fina
les de esta época (poco antes de la gran guerra), el poder adquisi
tivo de los salarios de los trabajadores era el doble del de cien
años antes. Pero en el mismo lapso, el rendimiento efectivo del
trabajo, medido en horas de trabajo, creció en la misma cantidad,
debido al aumento de la productividad del ttabajo, tal como se
infiere de otros materiales. La paralelidad de estos dos procesos
tiene en realidad gran importancia. Ello muestra que el salario
del trabajo se ha multiplicado con el rendimiento del trabajo (con
dicionado socialmente). Sin embargo, no se puede afirmar que en
el mismo lapso, los trabajadores hayan recibido la misma partici
pación en el producto social total que al comienzo. La comproba
ción arriba mencionada hecha con ayuda del censo norteamericano
muestra más bien que las ganancias de los empresarios crecieron
más fuertemente que los salarios de los trabajadores. Sombart bus
ca el motivo para ello en el intercambio con los compradores del
mercado exógeno, esto es ptincipalmente de los países exóticos,
de los campesinos, los artesanos (¿no debían contarse aquí tam
Il bién los funcionarios del Estado y a los demás que tienen sueldo
fijo?). Es una versión general del hecho comprobado ya en otro
lugar, de que el campesino ruso tiene que ayunar para que el tra
bajador europeo occidental y el norteamericano puedan saciarse.
Pero, a toda la teoría de la acumulación de Marx contrapone Som
bart el argumento contundente de que ninguna ampliación de la
producción capitalista es concebible sin el empleo de nuevas masas
trabajadoras y que consecuentemente la acumulación del capital
lleva consigo siempre un antídoto: concretamente la demanda cre
ciente de los nuevos asalariados, que protejerá al capitalismo del
derrumbamiento.
Entre todos estos procesos y situaciones de la economía hay
una relación de sentido y finalidad que Sombart designa como la
«marcha de la economía capitalista» y que naturalmente tiene es
pecial interés para la concepción histórica. Ésta consiste en que el
«sentido» o la finalidad objetiva social de la explotación económi-
162
ca, esto es, la satisfacción de la demanda de una totalidad que
está dada por el volumen del mercado, se logra por la aspiración
de ganancias de las empresas privadas individuales en cuanto éstas
se otientan por la formación de precios en el mercado conociendo
así la demanda existente que busca satisfacción, y también las po
sibilidades de ganancia que se pueden esperar para la empresa pri
vada en esta satisfacción. La fijación de precios en el mercado ope
ra pues como regulador en el mecanismo de la economía capitalis
ta. El empresario debe calcular hasta donde alcancen los datos;
más allá de ellos tiene que especular: ahí surge un riesgo que se
procura limitar.
Así resultan los puntos de vista: demanda-metcado-empresa, en
cortespondencia con los tres grados de la economía: consumo, cir
culación y producción. Estos tres complejos de problemas son tra
tados con pureza ideal-típica y luego se los considera en su configu
ración histórica. Para la comprensión del cuño que han recibido en
la realidad histórica sirven las formas de movimiento, especialmen
te elucidadas, del proceso económico en la época del alto capitalis
mo: la competencia, la coyuntura y la uniformidad. La competen
cia, el grado propiamente tal de impulso del movimiento emetge
bajo una triple forma: como competencia de rendimiento en el con
curso material por la calidad y la baratura de las mercancías; como
competencia de sugestión, en la propaganda, y finalmente, en ciet-
tos casos, como competencia de poder. La coyuntura en su forma tí
pica de coyuntura de expansión tiene importancia decisiva pata el
alto capitalismo, no solamente pot el impulso que ella trae consigo
sino también por el decaimiento que le sigue necesatiamente y pot
el cambio que de este modo se produce de la vida económica. El im
pulso pone en tensión las fuerzas especulativas, amplía el campo de
actividad por la esperanza de ganancia, aumenta el capital en la for
ma de acumulación en cuanto los salarios monetarios de los traba
jadores no aumentan en la misma medida en que suben los precios
de las mercancías, en cuanto el plusvalor sube más fuertemente que
el salario. El decaimiento estimula a su vez, por la preocupación por
la conservación de la empresa ampliada, a esforzar las capacidades
calculatorio-organizativas. Así como allí se realiza un progreso ex
tensivo, aquí se produce uno intensivo, y el cambio periódico cuida
que los dos lados se formen uniformemente.
163
En el decaimiento de la coyuntura se eliminan periódicamente
fuerzas de trabajo que ya no se necesitan: así surge el «ejército de
reserva industrial», que evita un aumento exagerado de los sala
rios. Todo esto es, pues, favorable para los intereses y el fomento
del capitalismo. El resultado de este proceso es entonces una cre
ciente uniformidad en la vida económica, lograda por la igualdad
de las metas, de los medios y de las condiciones. Y esta uniformi
dad es producida por la racionalización que constituye el principio
propiamente vital del alto capitalismo. Por esto, se entiende tanto
la actividad subjetiva racional de los empresarios como la organi
zación objetiva, material, racional de los establecimientos, siendo
aquí el interés capitalista de ganancia el valor regulativo al que
todo está referido. Así se llega a la racionalización de la demanda
de bienes con la tendencia a la uniformidad, es decir, a la deman
da de bienes uniformes, cuya fabricación responde ai interés del
capitalismo; la creación de modas por los empresarios es una de
las tesis predilectas de Sombart. Así se llega a la racionalización
del mercado, es decir, a su ampliación e iluminación por los anun
cios de los negocios y el sistema de comunicaciones y noticias en
general, a la objetivación de las formas de negocios, a la raciona
lización de la formación de precios. El sistema de seguros busca
reducir el riesgo. La aspirada unión del mercado de mercancías es
lograda por los consorcios de los empresarios y la unión del mer
cado del trabajo por los sindicatos de trabajadores.
A diferencia de la teoría marxiana de la crisis, Sombart com
prueba históricamente y fundamenta racionalmente para la segun
da mitad del siglo XIX y la época siguiente una tendencia cre
ciente a la estabilización de la coyuntura. Entre las causas, se enu
meran también intervenciones legales, como la legislación sobre
protección del trabajador, que contribuye a la retardación del rit
mo del impulso. Pero lo principal sigue siendo la voluntad de los
empresarios mismos de estabilizar la coyuntura. En ello pretende
ver Sombart un fenómeno de envejecimiento del capitalismo. La
racionalización y este resultado para el mercado le parecen, por
una parte, la meta final del alto capitalismo, pero, al mismo tiem
po, el comienzo de su paso a la época del capitalismo tardío.
Hasta ahora, la racionalización de las empresas se ha realizado
sólo imperfectamente, desde el punto de vista de la ratio capitalis-
164
ca, por significativos que puedan parecer precisamente aquí los
progresos. Las formas de los negocios de las empresas se han con
figurado de una manera cada vez más complicada por la densa red
de las sociedades anónimas y por la financiación de empresas ex
tranjeras por parte de los bancos. Entre las formas de empresas o
establecimientos, la fábrica ha llegado a ser el tipo dominante, si
bien han surgido al lado de las antiguas industrias domésticas ago
nizantes nuevas industrias de este tipo y también nuevas manufac
turas junto a las antiguas. Pero en la fábrica dominan la especia-
lización progresiva y la combinación tanto en las funciones (pro
ducción, transporte, comercio) como en la obra objetiva, el
«ramo», en los consorcios y «trusts». En contraposición a la teoría
marxiana de la concentración —según la cual la concentración de
las empresas capitalistas crece ilimitadamente hasta que ella de
por sí conduce a la toma de posesión por parte de la «sociedad» —
se comprueba (histórico-estadísticamente y luego también con
consideraciones racionales) que la concentración no progresa ni ili
mitadamente ni de modo uniforme en todos los campos; de nin
guna manera por ejemplo en la agricultura, pero tampoco en to
dos los ramos industriales, y que más bien aquí es decisivo el res
pectivo optimum de la dimensión del establecimiento, que varía
según los distintos ramos. Las fusiones, los consorcios y los trusts
encuentran finalmente una barrera en el propio interés capitalista.
En Norteamérica, el movimiento de concentración parece haber
llegado a la cumbre según el censo de 1904 y desde entonces se
encuentra estacionado.
La configuración interna de los diferentes establecimientos se
caracteriza principalmente por la cientifización de la dirección de
la empresa según el sistema de Taylor; por abstracción, generali
zación y objetivación de principios de empresa probados surge una
ciencia de las empresas que puede ser enseñada y aprendida, en
tanto que antes, tales principios se conservaban y cuidaban y
transmitían como secreto de negocio, frecuentemente también es
taban ligados a personalidades individuales directivas y con ellas
podían perderse bajo ciertas circunstancias. El núcleo más íntimo
de este proceso es lo que Sombart designa con expresión no certera
en mi opinión como «espiritualización de la empresa». Bajo tal
designación entiende el establecimiento y la objetivización de con
165
quistas y rendimientos y obras personales como un sistema objeti
vo de instituciones y organizaciones. Todo lo personal aquí lo lla
ma «alm a» y en contraposición a ello supone un «espíritu» que
tiene una existencia independiente, sin ser empero viviente. Pero
este supuesto contradice tanto al uso ordinario como cientifico-si-
cológico del lenguaje. Este supuesto se basa evidentemente en una
equiparación inadmisible de «espíritu» y «configuración espiri
tual». No hay espíritu que no sea viviente; pero cuando se designa
la obra de arte de una organización empresarial como «espíritu»,
se lleva a cabo un cambio de significación inadmisible para la ter
minología científica, como ciertamente lo ha realizado el lenguaje
común cuando en inglés dicho lenguaje deduce de «ingenium»
«engine», máquina, a lo cual subyace una especie de fetichismo
en cuanto se presenta al «espíritu» como si habitara y obrara en
cierto modo en su configuración, la rriáquina. La diferencia entre
«alm a» y «espíritu» en este sentido es fundamental para la con
cepción o, al menos, para la terminología de Sombart. Él diferen
cia no solamente las antiguas empresas del capitalismo temprano
de las nuevas del alto capitalismo según este punto de vista, sino
también las más antiguas formas de la economía del campesino y
el artesano como «animizadas», («seelsam», de «seele», alma; n.
del t.) del capitalismo que tiende a la «intelectualización». Yo
preferiría decir en vez de «alm a» «personalidad» y en vez de «in
telecto» «objetividad» o «institución», En la presunta «intelec
tualización» se trata de hecho, no de otra cosa que de la organiza
ción, de la «institucionalización», es decir, de la creación de un
sistema de instituciones que regula normativamente el trabajo en
la empresa y en cierto grado, hasta lo mecaniza y automatiza.
Este sistema es triple: un sistema de administración, un siste
ma de cálculo y un sistema instrumental. El sistema de adminis
tración tiene que ver con la organización del trabajo en sentido
estricto: con la desmembración en secciones (comercial, técnica,
despacho de la empresa), con la «normación», es decir, la disolu
ción del rendimiento del trabajo en movimientos sencillos (según
el «sistema de Taylor») y en la formulación de reglamentos sobre
ello, y finalmente con el envío de las instrucciones desde el despa
cho central, que pone en marcha la empresa según el principio de
lo «inapelable». El sistema de cálculo regula la contabilidad y el
166
control según puntos de vista científico-prácticos. El sistema ins
trumental reúne, según el modelo de Henry Ford, la maquinaria
de la empresa en una unidad. Todo este proceso de la «espiritua
lización» de la empresa, como dice Sombart, de institucionaliza
ción u objetivización como prefiero decir, tiene naturalmente sus
límites. Su importancia consiste en el ahorro de costos, en la po
sibilidad de control, en la independencia del empresario con res
pecto a relaciones y casualidades personales.
Junto a la «espiritualización», la «densificación» de la empre
sa juega un papel importante en el decurso de la racionalización.
Por «densificación» entiende Sombart la intensificación del des-
pliege de energía en la dimensión dada de las empresas: se trata
pues de intensificación a través del aprovechamiento económico de
espacio, materia y tiempo. Como medios impulsores se pueden
tomar aquí en consideración: más fuerte control de los trabajado
res o métodos especiales de paga como el salario por trabajo a des
tajo o aceleración de la maquinaria, como en Ford, por el trabajo
«en serie». La importancia de esta intensificación para el interés
capitalista consiste concretamente en la reducción del tiempo de
conversión del capital. En este punto, Sombart tercia en la cono
cida disputa entre Lexis y Bohm-Bawerk, de los cuales el primero
pretende reconocer en la economía capitalista una tendencia a la
reducción, y el otro una tendencia dominante al alargamiento del
proceso económico. Según Sombart, ambos tienen razón, pero
cada uno sólo en parte. Aquí existe una peculiar antinomia: el
empresario capitalista busca en su afán de ganancias acortar el pro
ceso. Pero eso lo lograr solo si primeramente lo prolonga, a través
de la adquisición de máquinas y el equipamiento del aparato de
producción. Una vez que esto está en marcha, tiende entonces a
aprovechar económicamente el aparato mediante la reducción del
proceso. Así, la institucionalización y la intensificación operan al
ternativamente contra y en conjunción recíproca, para lograr la
racionalidad más alta posible de la emptesa.
167
VI
168
la edad senil, pero sí los presuntos mejores años» del hombre, en
los que han pasado el impulso y la tormenta de la juventud y el
flujo de la vida llega a un tranquilo deslizarse, y en donde se ma
nifiesta aquí y allí ya una cierta fatiga. Creo que las pruebas que
da Sombart en el curso de la exposición para esta concepción me
recen la mayor atención. Pero el juicio que se desliza en la com
paración con las edades de la vida, no me parece científicamente
inofensivo. Ante todo, llama la atención que Sombart se satisfaga
con comprobar simplemente los signos notorios de una transfor
mación de la estructura, sin hacer el ensayo de su explicación cau
sal. ¿Es la analogía biológica algo más que una metáfora? ¿Se es
pera que entendamos sociológicamente estos signos como «fenó
menos de envejecimiento»? En una serie de esos signos es evidente
que son una consecuencia del movimiento social que movió al Es
tado a poner en marcha, para evitar los crecientes peligros de la
lucha de clases, una legislación político-social que penetró al capi
talismo con las ideas normativas de los socialistas de cátedra y de
los cristianos sociales, que aminoró el craso y exclusivo afán de
ganancia e impulsó al establecimiento de una estructura constitu
cional de las empresas. Eso no se menciona; y ello es una conse
cuencia de que en esta obra sobre el capitalismo no se habla si
quiera, de acuerdo a su programa, del socialismo y del movimien
to social. Otros signos, como la tendencia a preferir el acuerdo a
la lucha, podrían volverse comprensibles en virtud de transforma
ción de la formación de Estados y de las tendencias imperialistas
desde la guerra, quizá también por las lecciones de la guerra mis
ma y la compresión de la irrentabilidad de una competencia inter
nacional demasiado tensa. También aquí se percibiría una influen
cia de las relaciones políticas generales del mundo en la economía,
que en la obra más se rechaza que se busca. Teniendo en cuenta
la importancia que otorga Sombart al «espíritu» en su periodiza-
ción, tiene que llamar la atención que aquí, en el tránsito al capi
talismo tardío, sólo hable de fenómenos individuales y junto a eso
de una fatiga de la elasticidad económica en general, sin hacer el
intento de determinar posirivamente y de llamar por su nombre
al nuevo espíritu que entra ahora en lucha con el espíritu capita
lista y que, probablemente, en el futuro será el dominante. Es
evidente que para él no puede ser el espíritu del «socialismo pro
169
letario». Éste es según Sombart, solamente la conttadicción o, si
puedo hablar gráficamente, la sombra del capitalismo; es fuerte al
máximo cuando éste se halla en pleno esplendor; con él desapare
ce. Pero ciertas nuevas corrientes del socialismo, como las hace
patente el libro de Hendrik de Man, señalan, lo mismo que el
movimiento de la juventud de nuestros días 7 las «ideas normati
vas» en la más reciente vida capitalista de la economía, menciona
das por Sombart, otra dirección en la que surge en vez de la lucha
de clases el principio de solidaridad; en vez de la competencia na
cionalista exagerada, el principio del libre comercio y, en general,
en vez de la lucha cruenta por la existencia, que no impera ilim i
tadamente pero que causa muchos sacrificios innecesarios, un nue
vo ideal de comunidad que podría convertirse en el fundamento
moral de una economía planificada que supere al capitalismo. El
capitalismo constituye en cierto sentido el tránsito de las antiguas
formas comunitarias de la economía medieval a la forma caracteri
zada individualistamente de la sociedad de la modernidad. Pero
en la vida social no solamente tiene lugar un progreso de la «co
munidad» a la «sociedad», sino también una síntesis de «socie
dad» y «comunidad» en una grada más alta del desarrollo y, por
cierro en unión con la ampliación de los círculos sociales. (Este
punto de vista de la ampliación de los círculos sociales, del que
concretamente hace uso Paul Sander de modo no siempre digno
de aprobación, merece en mi opinión más atención que la que
Sombart le concede.) Cuando un círculo social se extiende, se pro
duce enronces primeramente un desencadenamiento de la indivi
dualidad atada; se derrumban los antiguos ordenamientos, los
nuevos se forman tan sólo lentamente, y en la época intermedia
se sustituyen por relaciones puramente individuales de tipo jurídi
co o moral o simplemente fáctico, en las que consiste precisamen
te el tejido de la «sociedad». Pero en cuanto los nuevos ordena
mientos se afirman paulatinamente y llenan el círculo social ma
yor, surje con esta integración simultáneamente una nueva necesi
dad de comunidad, que por cierto ya no conduce a formaciones
surgidas naturalmente (como familia, parentela, vecindario) sino
a asociaciones más artificiales, «alianzas» (en el sentido de Schma-
lenbach como una de las tres categorías sociológicas junto a «co
munidad» y «sociedad»), tal como lo fueron ya en el Bajo Imperio
170
Romano las comunidades cristianas, de las que surgió la Iglesia,
o los acuerdos elegidos y las corporaciones juramentadas de la
Edad Media agonizante, concretamente en las ciudades, pero tam
bién fuera de las mismas, por ejemplo en Suiza, como, además,
el «Covenant» en la Revolución Inglesa, la «federación» en la
Francesa (de modo semejante también en la norteamericana) como
fundamento de la nueva formación comunitaria nacional-estatal,
o por fin, en el presente, las asociaciones obreras y los sindicatos
en la industria que son más que simple medio táctico de lucha,
en parte con la tendencia al acuerdo internacional sobre los intere
ses de los trabajadores y los empresarios; además, las «asociacio
nes» y «círculos» que se forman en torno a un conductor espiri
tual carismáticamente dotado, el sistema organizado de los parti
dos políticos, las formaciones nacionales-supranacionales de aso
ciaciones y órdenes, tal como en el fascismo y en el sovietismo
han llegado a tener grandes y poderosos efectos. Todo esto estuvo
y está penetrando por el espíritu de la comunidad en contraposi
ción a las relaciones puramente contractuales de las personas indi
viduales entre sí, y sería ciertamente posible que del fermento
caótico del presente naciera en el futuro un espíritu de comunidad
que tuviera eficacia, también por encima de las naciones, y que
pudiera convertirse en porrador de una economía planificada que
sustituyera al capitalismo.
Como se dijo, Sombart no habla de este nuevo espíritu. No
analiza la cuestión de si este espíritu se anuncia y en qué dirección
apunta. Y, sin embargo, ella es una consecuencia insoslayable de
toda su construcción fundada en el método ideal-típico. Cuando
habla de «capitalismo tardío» se presupone, teniendo en cuenta
su forma de construcción, que no solamente surge una fatiga del
espíritu capitalista, sino también la lucha con un nuevo principio
espiritual. Si la brevedad del trecho recorrido en la nueva vía no
permite todavía denominar y caracterizar este principio, se vuelve
dudoso entonces el derecho a hablar del ingreso en una nueva
época.
El capitalismo, que al comienzo del siglo XX ha llegado a su
cumbre, no es en modo alguno el único sistema económico que
impera en el mundo moderno, como lo supone habitualmente el
marxismo. El sistema capitalista es tan sólo el sistema predomi
171
nante y no en la medida que habitualmente se cree. Con ayuda
de las estadísticas industriales calcula Sombart que en Alemania
y en Europa occidental en general cerca del 25 al 30% de los asa
lariados trabaja en ese sistema, en Rusia solamente el 10%, en los
Estados Unidos de Norteamérica 40%, en suma, pues, un cuarto
hasta un tercio. Junto al capitalismo hay que considerar evidente
mente los otros sistemas de la economía. Existen en todas partes
restos de la economía de consumo directo que no son numérica
mente constatadles. La artesanía se ha conservado aún en gran me
dida, por cierto no precisamente en la industria artística, como
se esperaba inicialmente, pero por lo demás sí en las empresas lo
calizadas e individualizadas lo mismo que en los trabajos de repa
raciones. Sombart calcula como resultado sorprendente que a co
mienzos del siglo XX aproximadamente la mitad de los asalaria
dos trabajan en la artesanía. Desde luego, que la grada intermedia
de los empresarios pequeños se coloca entre la artesanía y la em
presa capitalista propiamente tal.
Aquí no se ha tenido en cuenta la agricultura. Ella no es te
rreno favorable para la empresa capitalista. La economía campesi
na sigue siendo, en general, el más grande e importante de todos
los sistemas económicos. En el globo entero, dos tercios de la hu
manidad viven en economía campesina. Se la puede caracterizar
según tres grandes zonas: en el Oriente (China, Japón, India
oriental, Rusia), situación precaria, oprimida de los campesinos
como consecuencia de los altos impuestos y bajos precios de los
productos. «El campesino ruso tuvo que ayunar para que el traba
jador europeo-occidental pudiera saciarse». En Europa, donde
Francia tiene aún cinco millones de establecimientos campesinos
y Alemania 5 millones y medio, su situación es precaria, pero so
portable. La devastadora usura en el campo ha desaparecido bas
tante, gracias concretamente a las instituciones cooperativas. En
el Occidente colonial (Estados Unidos de América, Canadá, Aus
tralia), hay un bienestar inconteniblemente descendiente a causa
de los precios de cereales en baja desde los años setenta del siglo
pasado; al «farmer» norteamericano tampoco le va bien.
Sombart define la economía cooperativa (en vez de la determi
nación conceptual habitual puramente jurídica) como una unión
libre de personas, de sujetos de la economía sin propiedades, con
172
el fin de mejorar su situación económica mediante una organiza
ción de gran empresa. Esta se presenta bajo la forma de coopera
tivas de crédito, producción y consumo. El primero y el último
ramo se han desarrollado fuertemente, el segundo, sin significa
ción considerable para la economía, tiene mayor importancia para
la agricultura, concretamente para el campesinado (cooperativas
lecheras, etc). Aquí, la consideración es preferentemente moder
no-estadística. No se menciona un episodio tan interesante como
el experimento con los «Ateliers nationaux» en París en 1848,
aunque no es solamente un hecho de la historia francesa de la eco
nomía. La significación fundamental del sistema de cooperativas
es grande. Ciertamente que hasta ahora sólo ha conquistado un
sitio modesto junto a los otros sistemas económicos, pero es sus
ceptible de ser ampliado.
La economía cooperativa se presenta o bien como intervención
del Estado en la economía mediante protección del trabajo, seguro
social, legislación fiscal, o en la forma de empresas públicas de
los Estados, de las asociaciones municipales y de grandes ciudades
o recientemente también de «empresas mixtas-públicas» de diver
sa estructura, como el antiguo Banco del Reich o la Empresa Eléc
trica Renano-Westfaliana en Essen o la Central Lechera en Mann-
heim.
Según Sombart, tampoco ha de esperarse para el futuro el do
minio exclusivo de uno de estos sistemas, ni un cambio catastró
fico en el predominio de un sistema o una pronta configuración
progresiva que lleve a las formas precapitalistas de la economía o
a un fin del capitalismo por carencia de materias como carbón o
hierro. En caso de que se agotaran las reservas de combustibles,
se podría posiblemente recurrir a la energía solar al servicio de la
vida de la economía. Según su opinión, el desarrollo no será catas-
rrófico, sino que se realizará lentamente. El sistema capitalista de
la economía dominará por mucho tiempo ramos importantes de
la vida económica, concretamente aquéllos en los que la técnica
sigue siendo revolucionaria, en los que hay que satisfacer tareas
variables, en los que se trata de artículos especiales. En general
perderá el predominio, soportará limitaciones e intervenciones por
parte de los poderes públicos, y será penetrada cada vez más por
ideas normativas. Se hará más pausado y ponderado; las fuerzas
173
motrices perderán tensión, desaparecerá el «impulso fáustico», los
sujetos económicos «engordarán» como en todas las naciones que
han sido pioneras hasta ahora, como actualmente en Inglaterra.
Habrá que esperar para saber si los alemanes, los norteamericanos
y los judíos constituirán una excepción; ello no es muy probable;
a esta causa personal se agrega un desarrollo objetivo: aumento de
la estabilidad, poca flexibilidad de la maquinaria, descenso del
crecimiento demográfico. Qui2á se produzca un desplazamiento
del centro de gravedad de la vida económica hacia las razas de
color. Pero, según Sombart, si algún día también los chinos, los
malayos, y los negros tienen su capitalismo éste será algo diferente
del «capitalismo moderno» que conocemos, pese a muchos rasgos
semejantes; pues se basará en fundamentos completamente dife
rentes a los de esta configuración individual occidental. Pero, ¿por
qué ha de llamarse a este futuro sistema económico, que las razas
de color pondrán en marcha alguna vez con ayuda de la energía
solar, «capitalismo»? ¿No se encuentra en toda la sistemática de
esta obra la alusión a algo nuevo? En el «capitalismo tardío» no
solamente se agota la fuerza motriz de los antiguos factores; se
prepara también algo nuevo que alguna vez sustituirá al capitalis
mo. En este punto, Sombart es, como ya se ha señalado, muy
cuidadoso y reservado; y ello es comprensible en vista de su crítica
del socialismo proletario. De todos modos, ve en la economía pla
nificada una meta a la que se dirige el desarrollo actual. La conci
be como gran empresa sin cabeza capitalista y cree que alguna vez
se impondrá por la voluntad de los trabajadores y de los consumi
dores más pobres; la posibilidad para ello está dada en todas las
industrias con técnica y demanda estables. Entonces, el capitalis
mo y el socialismo ya no serán muy diferentes. Lo que importa
es el modo de trabajo, que en los dos casos sería el mismo. Alma
o espíritu: ésta es también aquí su consigna. Prefiero decir en
cambio: empresa personal o institucional. Los tres sistemas econó
micos «animizados», esto es, aquellos en los que la empresa se
basa en factores personales, se mantendrán en parte, en opinión
de Sombart: la economía de consumo directo al menos en la esfera
doméstica, la artesanía, si bien no incondicional y fundamental
mente en su existencia actual muy significativa (no contando aquí
al pequeño mercader), el campesino en fuerza creciente; la agricul
174
tura no puede en general ser practicada de modo puramente capi
talista.
VII
175
cluyendo las relaciones y las luchas de política exterior. Estoy de
acuerdo con la concepción fundamental de Sombart sobre la rela
ción entre Estado y economía: según ella, ni el capitalismo produ
jo el Estado moderno ni el Estado moderno el capitalismo; más
bien los dos provienen de una raíz común. Pero subraya, demasia
do en mi opinión, el desarrollo independiente y autónomo de los
dos, si bien acepta su paralelismo e influencia recíproca. En mi
opinión, la unidad existente en la raíz no cesa después; la política
y la economía son sólo dos lados o aspectos del mismo proceso en
el que se desarrolla la civilizción. Sombart se limita principalmen
te a la consideración del Estado moderno en su existencia indivi
dual, y cuando habla del carácter interestatal de la política en ge
neral, no puedo aceptar sus opiniones sin reserva. Dos veces carac
teriza en su obra el espíritu del Estado moderno: una vez en el
primer tomo, en el que tiene a la vista el Renacimiento y la época
del siglo XVI hasta el XVIII, y la otra, en el tercer tomo, en el
que se trata principalmente del siglo XIX. Una vez aparece el
«Estado moderno» como puro Estado de poder y policía; otra,
bajo una forma diferente en cuanto que a este concepto del Estado
concebido realistamente y de cuño antiguo se le contraponen ideas
liberales modernas, surgidas de una manera nominalista de pen
sar, y estas líneas liberales reconfiguran el Estado. La primera vez,
el «Estado moderno» es equiparado con el «Estado regio» y con
el «Estado absoluto» (lo que ciertamente designa al mismo tiempo
la «soberanía», no solamente el absolutismo monárquico). La ca
racterística distintiva frente al Estado medieval es ésta: la pobla
ción —ciertamente más numerosa que la que estaba unida en la
ciudad o la región—, está sometida al mandato de poder por vo
luntad del señor, sin un lazo interior comunitario. La unión es
mecánica, no orgánica; es creada, no ha crecido espontáneamente;
está dominada por puntos de vista racionales. Fuertes personalida
des individuales se convierten en tiranos y se amplían así hasta
transformarse en la idea del Estado: el « l’Etat c’est moi» adquiere
el significado de «Moi c’est l’Etat». Así como la persona del prín
cipe se desprende del Estado, así la posición de la autoridad pro
voca la separación de Estado y pueblo (por pueblo no ha de enten
derse aquí evidentemente el «pueblo del Estado», sino la «comu
nidad del pueblo crecida orgánicamente»; pero, ¿podría ésta exis-
176
tir alguna vez sin autoridad?). Esto libera al Estado de una atadu
ra. Ahora puede «extenderse ilimitadamente», como corresponde
a la «infinita aspiración de poder», con ayuda del mecánicamente
«ampliable ilimitadamente ejército masivo»; se convierte en puro
Estado de poder y en el interior en «Estado policía» en cuanto su
voluntad es «fuente de lo viviente». Ésta es la esencia del «Estado
absoluto». Es claro que ésta es una construcción ideal-típica de la
que no se puede esperar que corresponda totalmente a algún Esta
do de la realidad histórica. Ella sólo pretende resumir en una ima
gen gráfica los nuevos rasgos característicos del Estado moderno
que se encuentran aquí y allí. Pero también así se la debe contra
decir en muchos trozos. Un tipo ideal no debe convertirse en ca
ricatura. Si el Estado moderno estuviera estructurado realmente
tal como se lo describe aquí, no se podría entonces comprender
su posterior desarrollo hacia el Estado nacional con organización
representativa. Con ello se relaciona también la notoria unilatera-
lidad de la característica de la época más reciente del Estado mo
derno en el siglo XIX, en la que se pasó por alto precisamente lo
principal, esto es, la formación del Estado nacional. El Estado
moderno no carece en modo alguno de un lazo interno comunita
rio, tampoco en su nacimiento al finalizar la Edad Media. Som
bart se ciñó muy exclusivamente al reino siciliano de Federico 11 ^
y a los Estados tiránicos italianos del Renacimiento. Pero las raí
ces más fuertes del Estado moderno se encuentran evidentemente
—pese a la autoridad de Jacob Burckhardt— en Inglaterra y en
Francia. Y estos países muestran, desde el siglo XIV, una imagen
esencialmente diferente de la que dibuja Sombart. Pero, ante
todo, quiero en este contexto objetar la noción también expresada
reiteradamente en la obra de Sombart de que el Estado moderno
, estuvo animado, 'en su esencia interna, por una «aspiración infini-
I ta de poder» y orientado a una «extensión ilim itada». La aspira
ción de poder fue ciertamente característica de él, pero «ilim ita
da» no lo fue propiamente; y la «extensión ilimitada» no se en-
I' contraba en el ámbito de las posibilidades o, cuando más, sólo en
5. Para su estudio hay por lo demás una bibliografía actual mejor que
; la que utilizó Sombart, quien cita solamente la tesis doctoral de Hans W ilde,
I" de 18 69. Sólo menciono a Winkelm ann, Gaspar, Niese, Cadier, Trifone.'-U
el ámbito de la colonización ultramarina. En Europa, donde los
Estados modernos se formaron en luchas rivales entre sí, la ten
dencia a la extensión encontró pronto firmes barreras. No se puede
exagerar el impulso de conquista del que Sombart habla frecuen
temente. También existió en épocas anteriores y con frecuencia en
medida mucho mayor. Las expediciones de los reyes franceses a
Nápoles sólo continúan la política de expansión medieval de los
emperadores Sraufen. Al comienzo de la nueva era, Inglaterra se
distanció de la expansión en terreno francés. También la «monar
quía universal española», que en Italia aventajó a los franceses,
no llegó a la posesión de los Países Bajos por medio de la conquis
ta y debe su gran fama más a las posesiones ultramarinas. El rasgo
característico de la vida moderna de los Estados europeos consiste
más bien en el deslinde más firme y en la consolidación de los
Estados individuales y en el surgimiento de un reducido número
de «grandes potencias» que en permanente rivalidad entre sí cons
tituyeron finalmente —tras numerosas guerras y tratados de paz—
un sistema de Estados que siempre tiende a una situación de equi
librio del poder y en el que la idea del derecho de gentes, la forma
secularizada de la comunidad medieval de cultura y fe de la Iglesia
occidental, se contrapone a un impulso ilimitado de poder y de
conquista. Con el Estado moderno surge también una sociedad eu
ropea de Estados, que ciertamente aún está muy lejos de construir
una comunidad real de derecho internacional, pero que está ani
mada por un espíritu diferente del de los pueblos de la Antigüe
dad que siempre tendieron a la monarquía universal; y este espí
ritu de una solidaridad latente, basada en el cimiento de una co
munidad cultural cristiana, fue el que evitó constantemente la for
mación de una monarquía universal como la del Imperio Romano.
A este antiguo sistema europeo del equilibrio político, que domi
nó hasta la época de la Revolución Erancesa y de las guerras napo
leónicas, correspondió una razón de Estado que, pese a todo ma
quiavelismo, estaba más dirigida a una unificación y a límites fa
vorables de los Estados que a una expansión ilimitada; también
las guerras, que en modo alguno fueron hechas con ejércitos «am-
pliables ilimitadamente», se caracterizan por una cuidadosa estra
tegia y técnica «metódicas»; todo el espíritu de esta época de la
vida de los Estados —que corresponde a la época del capitalismo
178
temprano— se caracteriza, pese a toda lucha de rivalidad y de po
der, ante todo por una política racional de unificación y equilibrio
en el marco de un sistema de Estados bajo la conducción de las
grandes potencias, y en el interior, por un aparato más intenso y
racional del gobierno y la administración que consolidó y organizó
los Estados particulares y ante todo reunió en cuerpos económicos
más o menos cerrados a estos. La intesificación y la racionalización
del aparato político contrapesan en mucho, en todo caso, el im
pulso de conquista, y de «expansión». Esta es la consecuencia de
que precisamente el impulso de espansión tropezó con barreras in
superables, lo que obligó al desarrollo de las fuerzas internas.
Con la expansión colonial de Inglaterra en el siglo XVIII y
principalmente con Napoleón, llegó un nuevo espíritu a este me
canismo político. El espíritu de expansión aumenta poderosamen
te; consecuentemente con ello, se expande el radio de acción en
la política y en la conducción de la guerra; se acelera el ritmo de
los acontecimientos mundiales. La causa de todo esto es evidente;
es, ante todo, el aumento de la energía, el más fuerte impulso
político que partió de una nación conclusa no solamente hacia
afuera, sino que interiormente había llegado a una autociencia na
cional, como habían llegado a ser Inglaterra y de modo más visi
ble Erancia por sus revoluciones, bajo la conducción de una oligar
quía inteligente o de un dictador genial. Pero la tenaz estructura
del sistema europeo de Estados reaccionó contra este intento de
transformación, de modo que también ahora se volvió a evitar la
monarquía universal y se restableció un equilibrio político, si bien
bajo otra forma y con otra ideología. Ese es el mundo político
que se convirtió en el fundamento del alto capitalismo, cuyo rit
mo borrascoso corresponde exactamente al de la vida política.
Hasta la guerra mundial, mantuvo el rasgo que diferencia la vida
de los Estados de la historia moderna de otros círculos culturales
anteriores y extraeuropeos: esto es, la síntesis del impulso de ex
pansión de los diversos centros de poder en competencia mutua
con la tradición de una comunidad de cultura y civilización que
los abarca a todos, un sistema de Estados coordinados, indepen
dientes, nacionales, en el que la aspiración de poder de los miem
bros individuales provocó por cierto continuas luchas de rivalidad,
pero sin que terminaran nunca con la opresión permanente y plena
179
4
de una parte por la otra. A causa de ello, en los pueblos de Occi
dente se conjuraron todas las energías para una actividad intensa
y fueron forzadas a la organización racional; se produjo un máximo
de poder civilizador que pudo garantizar la protección jurídica y
la seguridad del tráfico por agua y por tierra en una medida hasta
entonces desconocida en la historia universal. Esa es la caracterís
tica de la vida de los Estados de Occidente durante toda la era
del capitalismo. Y tan sólo en esta función dinámica se descubre
la causa interna del sorprendente paralelismo que existe entre el
Estado y el capitalismo: aquí y alli; no la organización planeada
de una totalidad que desde el comienzo aún no existe y que pau
latinamente se va formando en el avance de círculos pequeños a
más grandes, sino un operar con y en contra de la competencia
de muchos centros individuales de energía que —con sus propios
intereses vitales (que tienen exclusivamente en mientes) y pese a
un considerable desperdicio de energía— fomentan finalmente los
intereses comunes de totalidades mayores, tal como se van for
mando paulatinamente y como se amplían constantemente. El es
píritu específico de empresa juega su papel en la vida del Estado,
lo mismo que en la economía. El espíritu de competencia, que
domina toda la maquinaria, obliga allí a una tensión cada vez ma
yor de todas las fuerzas, a una organización cada vez más racional
del trabajo en la institución estatal y en la empresa económica. El
afán de adquisición no puede dominar ilimitadamente en la econo
mía como tampoco el impulso de poder en la vida del Estado:
encuentra su barrera, no solamente en el ordenamiento jurídico,
sino también en las condiciones de la coyuntura. El mercado, por
cuyas posibilidades de precios y ventas se orienta, se amplía si
multáneamente con el proceso de la formación del Estado. El mer
cado nacional está ligado al Estado nacional y el mercado mundial
a los lazos y entrelazamientos internacionales de la política mun
dial. El mercado no es, pues, en modo alguno, creación de la eco
nomía, sino en medida sobresaliente también de ios poderes polí
ticos; en primera línea, por la garantía de la protección jurídica
y de la seguridad de las carreteras y de los mares; pero, al mismo
tiempo, también por el desarrollo de los medios de comunicación
que en ninguna parte fue objeto meramente de la empresa privada
y con mucha frecuencia sirvió más a los intereses militares-políti-
180
eos que a los comerciales. Pero como el mercado es el presupuesto
de la actividad afortunada de la emptesa capitalista, puede decirse
que también el despliegue del espíritu capitalista depende en bue
na parte de su existencia. Pues el fenómeno sicológico masivo que
se designa como espíritu capitalista se basa en que el pioneto de
la empresa capitalista tiene éxito y por ello estimula su imitación,
de modo que su proceder se convierte en fundamento de un siste
ma económico ampliamente difundido y finalmente dominante.
Pero este éxito no sería posible sin las condiciones políticas de la
otganización del mercado; y así puede decirse que el capitalismo
depende, en cierto sentido, de la formación del Estado y de su
función civilizadora. Ciertamente sigue siendo real que la política
no creó al capitalismo, ni mediante el mercantilismo ni por medio
de las reformas liberales del siglo XIX. Pero la política abrió la
vía y preparó el camino a los esfuerzos económicos que condujeron
al capitalismo. La política les creó la posibilidad del éxito sin el
que no hubiera podido formarse el espíritu capitalista; por ello
me siento inclinado a valorar la medida de dependencia del capi
talismo con respecto a la vida estatal moderna de Occidente de
un modo más alto de lo que lo hace Sombart y subrayar enfática
mente la observación de Max Weber sobre la relación entre capi
talismo y Estado nacional moderno. Si el Estado nacional moderno
fuera un Estado comercial cerrado, podría, en caso de necesidad,
prescindir de la empresa privada capitalista; y también si al actual
mercado mundial correspondiera un Estado mundial universal,
por ejemplo, federativo, como una verdadera sociedad de nacio
nes. Pero mientras la economía nacional misma sólo constituya
un tejido de las economías nacionales, es difícilmente imaginable
la posibilidad de una economía planificada, y la función del em
presario privado capitalista es en gran medida indispensable. Esto
confitma ciertamente la concepción de las posibilidades de futuro,
sostenida también por Sombart, sólo que desde un lado diferente
de su argumentación que, por lo demás, es correcta.
A este contexto pettenece también la cuestión del imperialis
mo en la que no coincido completamente con Sombart. Desde lue
go, creo que tiene razón cuando se niega a concebir al imperialis
mo —de acuerdo con el marxismo— simplemente como una fun
ción del capitalismo. Pero aquí existe también una relación inter
181
na, y ésta se puede explicar igualmente por un espíritu semejante
y además por la influencia recíproca de los campos de la política
y la economía, que han llegado a tener una existencia separada;
quisiera subrayar aquí el aspecto político. Existe la semejanza
dada por el hecho de que la palabra imperialismo, lo mismo que
originariamente capitalismo, designa un fenómeno completamente
moderno, para el que debería y podría elaborarse complementaria
mente un estadio temprano, semejante al del capitalismo tempra
no. No puedo compartir tampoco la definición vulgar del impe
rialismo que Sombart acepta, según la cual allí se trata simple
mente de una ampliación de la esfera de poder en un Estado más
allá de los límites del país metropolitano. Esta es la definición de
un imperio colonial, pero no del imperialismo. Países como Por
tugal, los Países Bajos, Bélgica, poseen un gran imperio colonial
que sobrepasa en mucho la dimensión y la población de la madre
patria; y, sin embargo, aquí no se podría hablar de imperialismo.
Del imperialismo forma parte el hecho de que un Estado es una
gran potencia o una potencia mundial y puede practicar la política
cortespondiente. Y esto es precisamente lo principal. Aquí tam
bién hay que superar la concepción estadístico-sustancial —que
se atiene esencialmente a la imagen cattográfica del Estado— por
una concepción dinámico-funcional; y ésta conduce precisamente
a la política de gran potencia o de potencia mundial. Pero en éste
sentido el imperialismo existe desde que hay Estado moderno; más
aún, desde hace mucho más tiempo, como lo indica la acuñación
de la palabra que remite al Imperio Romano. Este gran hecho,
fundamental para el concepto de la «historia universal», ha reper
cutido a través de los siglos de la Edad Media y de la Epoca Mo
derna. Este hecho llegó a convertirse en el modelo nunca nueva
mente alcanzado al que tanto aspiraba la organización jerárquica
de la Iglesia medieval. El imperio medieval fue esencialmente
creación de la Iglesia y, por su intención, un instrumento del po
der espiritual. La Curia romana, logró aproximarse más que nin
gún otro poder, a la idea del dominio mundial según el modelo
del Imperio Romano. En la época del mundo moderno de Estados
se agotó la aspiración a la «monarquía universal», como ya se
dijo, por las luchas de rivalidad que no conducían a esta meta,
pero que precisamente por ello produjeron aquella atmósfera polí
182
tica en la que pudo florecer el capitalismo. Quisiera diferenciar en
esta época tres eras del imperialismo, que corresponden con bas
tante exactitud a las tres épocas del capitalismo en Sombart: 1.1a
época del imperialismo dinástico (siglos XV a XVIII) que corres
ponde al capitalismo temprano, 2 . 1a época del imperialismo na
cionalista desde Napoleón hasta la primera guerra mundial, que
corresponde a la época del alto capitalismo; 3 . 1a época del impe
rialismo federalista que se inicia después de la guerra mundial y
que corresponde a la época del capitalismo tardío. En la primera
época, las grandes dinastías, comenzando con las casas de Habs-
burgo y Valois-Bourbon, son las portadoras del movimiento que
aspira a la supremacía; en la segunda, son los Estados nacionales
cerrados bajo gobernantes usurpadores o legítimos; en la tercera,
serán las grandes configuraciones estatales federativas como el Im
perio Británico, la Unión Norteamericana en la extensión hacia
Panamérica, Francia con sus colonias y sus Estados vasallos como
conductores del tronco europeo continental en rivalidad con Italia
y Rusia con su configuración federativa estatal, las que introduci
rán un principio completamente nuevo de formación de Estados.
Esta época también puede ser caracterizada como imperialismo fe
derativo porque el imperialismo se impone con elementos federa
tivos y en vez del Estado universal monárquico que antes tiene en
mientes una federación de potencias mundiales en la que no im
porta tanto el «dominio» como la «conducción» y el «control»;
la Sociedad de Naciones, como llamamos de modo no precisamen
te acertado a la sociedad de Estados nacionales que tiene su centro
en Ginebra, es una forma previa muy imperfecta de esta organiza
ción del futuro. Imperialismo y federalismo son en sí contraposi
ciones; en la medida en que se imponga el principio federalista,
desaparecerá el imperialismo; pero mientras exista, y en la fotma
en la que existe, contiene él también, lo mismo que su comple
mento el Estado nacional, posibilidades favorables para la supervi
vencia del capitalismo que creció con él y en su suelo.
183
ECONOMÍA Y POLÍTICA EN LA ÉPOCA
DEL CAPITALISMO MODERNO
185
inglesa. Pero me parece que en ello se acentúa muy fuertemente
el punto de vista teórico frenre al propiamente histórico, como
para que un historiador pudiera satisfacerse con la separación plena
y fundamental entre economía y política. En una consideración
preferentemente teórica se relacionan los fenómenos históricos so
ciales con los sistemas culturales separados de la economía, la po
lítica, la religión etc., y también el historiador adquiere plena
comprensión de ellos tan sólo a través de su integración en los
contextos así dados. Pero, junto a esta actitud teórica, es igual
mente legítim a una actitud propiamente histórica, es decir, «his-
tórico-culrural» que reconoce y subraya en rodo momento en los
sujetos que experimentan y actúan en la historia, sean individuos
o asociaciones humanas como, por ejemplo, los pueblos, la unidad
viva a la que confluyen en la realidad los diversos sistemas cultu
rales que sólo hemos diferenciado teóricamente. Economía y polí
tica, religión y arte, ciencia y técnica se relacionan por doquier,
no solamente en la raíz sino en todas las fases de su desarrollo;
ellas muestran en todas partes ininterrumpidamente el mismo «es
tilo»; su unidad viviente constituye lo que puede llamarse «cultu
ra» en el más amplio sentido (con inclusión de la «civilización»).
Pero especialmenre estrecha es la relación entre economía y polí
tica que por ello se la resume en la unidad más reducida de «ci
vilización» a diferencia de la de «cultura» en sentido estricto, de
la cultura de la vida puramente espiritual. Quien exponga la his
toria de un pueblo, diferenciará su desarrollo político y económi
co, pero no de una manera tal que situé la historia de la economía
junto a la historia política sin vinculación interna, sino de modo
tal que pondrá de manifiesto en las diversas fases del desarrollo la
relación enrre la vida económica y la política como dos partes o
aspectos de uno y el mismo proceso histórico de la vida. Veo la
diferencia más profunda entre una consideración de la historia pre-
ferentemenre teórica y una preferentemente orientada por la histo
ria cultural en el hecho de que la una tiene por objeto una unidad
humana, por ejemplo, un individuo o un pueblo. Sin embargo,
las abstracciones de que aquí se trata son de género especial: son
absrracciones intuitivas que, siguiendo a H. Maier llamaremos
«tipos» a diferencia de los «conceptos» de la ciencia natural. For
mas típicas de la vida económica como, por ejemplo, el capitalis-
186
mo moderno llevan fácilmente consigo la noción de un portador
humano viviente, así por ejemplo en Sombart la noción de pue
blos occidentales, más exactamente pueblos «románo-germánicos»
de la época moderna. Por eso, no deja de tener una cierta razón
cuando considera al capitalismo moderno como «individuo histó
rico»; pero, en sentido estricto, el capitalismo es solamente una
manifestación aislada de la vida de este individuo. Precisamente
la categoría de individualidad exige un complemento del segmen
to económico para la redonda totalidad de la plena realidad de la
vida, con lo cual no se puede conciliar la quebradiza separación
de economía y política. ¿Qué es entonces lo que hace que los sis
temas económicos sean al mismo tiempo épocas económicas? Es
el hecho de que estas abstracciones exponen un lado o un aspecto
del proceso histórico general de la vida en una fase determinada.
Por eso creo rambién que una articulación de la historia de la eco
nomía según sistemas económicos no tiene que estar de ninguna
manera en contradicción con la arriculación tradicional según las
grandes épocas de la historia política. Ella le da solamente un sen
tido económico más claro y nítido. En tal sentido, ella significa
ciertamente un progreso científico considerable. Pero esre progre
so no se abandona en modo alguno por el reconocimiento del he
cho de que existe un paralelismo continuo y manifiesto entre las
épocas económicas y las épocas políticas de la historia; y quiero
subrayar este paralelismo precisamente para la época del capitalis
mo moderno y de la vida moderna de los Estados.
Max Weber dijo en una ocasión que en el Estado nacional ce
rrado están contenidas las garantías para la perduración del capita
lismo. Pienso que esto no es correcto si bien Schumpeter ha inten
tado colocar al capitalismo en una contraposición interna al nacio
nalismo; y creo que Sombart no hizo plenamente justicia a esta
relación —quisiera decir destinacional— así como tampoco ha
mencionado siquiera en su panorama del futuro del capitalismo
los presupuestos políticos de su perduración. Su opinión sobre el
problema la ha resumido así: el Estado moderno y el capitalismo
moderno provienen de una misma raíz, pero, tras su separación,
cada uno ha tenido su desarrollo autónomo; este desarrollo es cier
tamente paralelo con muchas influencias y efectos recíprocos, pero
no se puede decir que uno de los dos sea simplemente una función
187
del otro. Esta cláusula general no me satisface plenamente porque
descuida la permanente unidad del desarrollo cultural. Lo que im
porta es l.cómo ha de pensarse esta raíz espiritual común y
2 .cómo han de juzgarse los subsiguientes contextos históricos en
los diferentes estadios del desarrollo. Me parece que aquí se subra
ya demasiado estáticamente la autonomía del desarrollo económi
co, de modo que la influencia del factor estatal es destacada muy
insuficientemente. Cierto es que sigue siendo verdad lo que dice
Sombart, que ni el capitalismo ha producido el Estado moderno,
como han afirmado los marxistas, ni el Estado moderno ha produ
cido el capitalismo, pese a la política económica mercantilista y
a la legislación económica liberal reformista del siglo XIX. Pero
igualmente verdadero me parece que la génesis y la formación del
capitalismo resultarían ininteligibles sin la comprensión de su
condicionamiento por la marcha de la formación de Estados y por
el espíritu de la política en los cuatro últimos siglos. Esta última
verdad corre el peligro de ser oscurecida por la demasiado nítida
delimitación del desarrollo económico frente al político y por la
demasiado fuerte acentuación de la autonomía de la vida económi
ca. La unidad de la historia de la civilización se queda corta, aun
que Sombart también la reconoce fundamentalmente por la acep
tación de un origen común espiritual del Estado moderno y del
capitalismo.
Preguntemos ante todo cómo ha de pensarse este origen co
mún espiritual. Sombart dice: el espíritu del capitalismo proviene
del mismo espíritu que al final de la Edad Media produjo el nuevo
Estado, la nueva religión, la nueva ciencia y técnica. Se refiere,
evidentemente, al espíritu del Renacimiento. Cita el espíritu
faústico para caracterizar el impulso hacia la infinitud que allí im
porta principalmente. Eso está dicho por cierto plástica y concisa
mente, pero desde el punto de vista de la «sociología comprensi
va» no me satisface, además de que de manera casi místico-poética
se dice cómo este espíritu realiza su obra. Si vamos al fondo, en
tonces este espíritu del capitalismo, que en su raíz está relacionado
con el espíritu del Estado moderno, es solamente una sustanciali-
zación del proceso social-sicológico mediante el cual fue producido
el nuevo sistema económico capitalista. Pero este proceso consiste
en que empresarios privados individuales, impulsados por el afán
188
de ganancia, orientándose por las posibilidades del mercado, en
competencia recíproca sin un plan, producen mercancías destina
das a satisfacer la demanda de bienes en una totalidad mayor de
mercados, y que son fabricadas en establecimientos organizados
por los empresarios sobre la base del capital que ellos poseen y
utilizando asalariados libres pero sin propiedades. Cuando tienen
éxito, la considerable ganancia obtenida seduce a la imitación has
ta que su procedimiento se extiende generalmente y relega a se
gundo plano a los sistemas económicos más antiguos. En todo ello
importa esencialmente el éxito que seduce a la imitación; éste de
pende, en primera línea, de que hay que satisfacer una demanda
social apremiante, pero al mismo tiempo depende también de una
serie de condiciones culturales objetivas que no pueden cumplirse
sin la acción del poder estatal. La primera y más importante de
estas condiciones es la garantía de una medida de seguridad y pro
tección jurídicas, sin la que el cálculo capitalista en general no
sería posible; a esto se agrega-el desarrollo de las vías de comuni
cación, de las carreteras, los ferrocarriles, líneas de navegación, la
institución del correo, telégrafo etc. Todo esto no se puede lograr
sin la acción de los poderes públicos. Pero en estas posibilidades
de comunicación y en la garantía de seguridad y protección jurí
dicas se basa la organización y el funcionamiento de lo que se lla
ma un mercado. La extensión y organización del mercado es deter
minante para la génesis del capitalismo. Así como al mercado lo
cal corresponde la artesanía, así también corresponde al mercado
ampliado la empresa capitalista. Pero sin la acción del Estado no
surgen los mercados ampliados. Ellos son un fenómeno concomi
tante del progreso en la formación del Estado. En eso radica una
relación fundamental entre el Estado moderno y el capitalismo
que se hace manifiesta a través de todos los estadios de su desarro
llo. Esto lo ha visto Sombart también, pero en mi opinión no lo
valoró suficientemente, y de ello se hablará inmediatamente.
Pero, haciendo caso omiso de esta cercana vinculación del Es
tado moderno con el capitalismo, el proceso social mediante el
cual surge el capitalismo tiene un parentesco interno sociológico
con el proceso por el cual surge el sistema político del nuevo
mundo de Estados, sea mediante nuevas fundaciones como en las
ciudades-Estado y en los Estados territoriales alemanes e italianos.
189
sea mediante la reconfiguración de los antiguos grandes Estados
como Francia e Inglaterra.
También este proceso de la formación moderna de Estados
puede ser considerado como una empresa, como una empresa po
lítica junto a la económica. Al igual que ésta, tiene en común la
circunstancia de que emerge de la iniciativa individual de conduc
tores singulares que desde muchos centros sin plan común actúan
en competencia o rivalidad recíproca en cuanto organizan empre
sas políticas. Mientras que en el conductor económico, el empre
sario, el afán de ganancia y riqueza da el impulso inmediato y
constituye el punto de referencia de la acción, en el empresario
político, el príncipe o el estadista, el impulso inmediato y el pun
to de referencia son el afán de dominio y poder. Pero también
aquí, tal aspiración puede ser afortunada a largo plazo sólo en la
medida en que logra satisfacer al mismo tiempo ciertas demandas
vitales de la mayoría, esto es, servir a metas sociales vitales. En
la empresa económica se trata de la fabricación o distribución de
mercancías de la demanda social respectivamente apremiante de
bienes de consumo. En la empresa política se trata de la creación
y provisión de medios de poder para la garantía de seguridad y
protección jurídicas. En los dos casos domina una peculiar hetero
geneidad de las metas que es característica, en general, de la es
tructura sociológica de la civilización moderna; en cuanto los con
ductores de la economía y de la política tienen en mientes prime
ramente sólo sus propios intereses,adquisición de dinero o de po
der, fomentan al mismo tiempo también intereses generales, esto
es, la satisfacción de la demanda de bienes de consumo socialmen
te necesarios y la garantía de seguridad y protección jurídica sin
las que tampoco puede existir la vida económica. A largo plazo,
sólo se puede ganar dinero si al mismo tiempo se satisface una
demanda social apremiante; y sólo se puede adquirir y mantener
poder en cuando al mismo tiempo se garantizan la seguridad y la
protección jurídicas. Y al revés: la satisfacción de la demanda de
bienes de consumo sociales necesarios sólo tiene lugar por la acti
vidad productiva y en competencia de muchos empresarios priva
dos individuales, y una garantía de seguridad y de protección ju
rídicas en la medida en la que la necesita la civilización moderna
sólo tiene lugar por la organización de la vida política desde mu
190
chos centros de poder individuales y rivales. Las contraposiciones
a ello, que son extrañas a la vida moderna, serían: economía pla
nificada y Estado universal. Hay que tener presente estas contra
posiciones para comprender la peculiaridad de la civilización mo
derna y el parentesco sociológico entre política y capitalismo. En
las dos esferas de la acción social se trata, en el fondo, de la con
cordancia de la estructura sociológica de la relación teleológica en
tre el trabajo individual de los conductores y el efecro social de
provecho de su rendimiento: de un lado, el afán de ganancia o de
poder como impulso directo del rendimiento individual de los
conductores de la economía y el Estado; del otro, la sarisfacción
de la demanda social y la garantía de seguridad y protección jurí
dicas como el efecto provechoso social de este rendimiento. En
esta relación peculiar podemos reconocer en general el rasgo socio
lógico fundamental de la civilización occidental que ciertamente
constituye un producto de la historia común de Occidente más
que una disposición racial originaria de sus pueblos: es la iniciati
va individual de la conducción a través de muchas personas singu
lares la que reconfigura desde el fondo la sociedad; la actividad y
responsabilidad personales de numerosos conductores que saben
organizar racionalmente e intensificar el aparato en el Estado y en
la economía, mientras que en las culturas orientales como China,
con su organización de parentela, o la India, con su sistema de
castas y todos lazos y obstáculos mágicos o religiosos que de ahí
dependen, el crecimiento extensivo de los pueblos no fue acompa
ñado por una intensificación y racionalización de la vida social
porque allí no pudo llegar a tener eficacia amplia una conducción
activa individual y reformadora; más bien predominan aquí las
formas empírico-tradicionales de la economía y de la sociedad bajo
la protección de la organización de parentela y del sistema religio
so de castas. En Occidente, en cambio, después de que en el ám
bito de la cultura mediterránea, la antigua ciudad fusionó las pa
rentelas y su derecho religioso con el derecho de asociación de la
comunidad urbana, el gran poder cultural de la Iglesia cristiana,
en especial de la Católica Romana, produjo en los países continen
tales durante la Edad Media un amplio cambio en su estructura
social, en cuanto que en alianza con las grandes monarquías des
truyó la organización de parentela en todos los pueblos de Occi
191
dente como refugio de usos y supersticiones paganas mágicas y
religiosas o, al menos, las relegó fuertemente. Todo lo que se re
lacionaba con magia y religiosidad fue absorbido por la Iglesia,
que en parte lo fusionó con su culto en cuanto lo eticitó y lo ra
cionalizó. Pero, por ello, la vida profana de los pueblos occidenta
les fue liberada considerablemente de todos los lazos y obstáculos
mágico-religiosas que habían impedido en las culturas orientales
una racionalización e intensificación de la acción económica y so
cial. La Iglesia se hizo cargo primeramente de la dirección en el
gran proceso social de reconfiguración, que gracias a ello se puso
en marcha; y cuando a finales de la Edad Madia, tras el fracaso
de los concilios de reforma, se flexibilizó cada vez más la organi
zación jerárquica y finalmente se perdió la unidad de la Iglesia
Católica Romana, surgió, como producto de este proceso de edu
cación aquella actividad, la aspiración a una vida más intensa y
racional que abarcó todos los campos, y constituyó el rasgo carac
terístico más significativo del espíritu del Renacimiento y de la
Reforma.
Así veo yo este espíritu del que proviene el Estado moderno
y con él el capitalismo moderno. Me parecce que Sombart no lo
interpreta de modo completamente correcto cuando lo caracteriza
con ayuda del «impulso faústico de infinitud». Y con eso se rela
ciona también su caracterización del Estado moderno, que me
brinda una especial ocasión para contradecirlo. El Estado moderno
en contraposición al medieval es para él sencillamente el Estado
absolutista regio: el puro Estado de poder hacia fuera, el Estado
policía que todo lo regula en el interior sin ningún lazo interno
comunitario de la población dominada. Su esencia es, según Som
bart,la expansión ilimitada, el afán infinito de poder: desea con
quistar, dominar. Esta es naturalmente, una construcción ideal-tí
pica que sólo desea destacar los rasgos esenciales; pero tampoco en
cuanto tal es correcta. El tipo ideal no debe convertirse en carica
tura. Sombart se atuvo solamente a los Estados tiránicos del Rena
cimiento italiano; pero, pese a la autoridad de Jacob Burckhardt,
los rasgos verdaderos del Estado moderno se pueden estudiar de
manera considerablemente mejor en los grandes reinos como In
glaterra o Francia, que muestran una imagen esencialmente dife
rente, entre otras cosas: estamentos, parlamentos, asociaciones
192
municipales. Ciertamente, Sombart ha complementado esta carac
terización, que principalmente tiene en cuenta la época del siglo
XVI hasta el siglo XVIII, más tarde (en el tomo tercero) y para
el siglo XIX con la tesis de los dos rostros en la esencia del Estado
en esta época más reciente, que fue producida por las ideas libera
les y su contraposición nominalista al Estado absoluto; pero allí
se pasa por alto lo principal, es decir, el progreso hacia la forma
ción de Estados nacionales que está vinculada con ideas liberales
y significa lo contrario de la disolución nominalista. Sombart no
dice aquí nada nuevo sobre el carácter de la política interestatal;
y justamente su caracterización es objetable. Lo característico de
la política moderna no se encuentra no en el afán de la expansión
ilimitada de poder, sino más bien en la tendencia a un mejor re
dondeamiento y a una más fuerte consolidación de los Estados.
Siempre hay potencias (primero España, luego Francia) a cuya po
lítica se inculpa pretender una monarquía universal; pero lo carac
terístico es que con ella no se imponen. La vida de los Estados
tiene en su totalidad ciertamente más un rasgo intenso y racional
que una tendencia la expansión aventurera. También la guerra tie
ne desde el siglo XVI hasta el XVIII, un carácter metódico, cui
dadosamente operativo. Los ejércitos modernos no son en modo
alguno ilimitablemente ampliadles, como cree Sombart, sino un
instrumento de guerra protegido cuidadosamente. Desde Napo
león ciertamente, desde que ya no son las dinastías sino las nacio
nes las que aparecen como portadoras de la política imperialista
de poder, tienen la política y la guerra un radio de acción más
grande y muestran una significativa intensificación de energía;
pero la esencia de la vida moderna de los Estados, vista en su to
talidad, no se ha modificado por ello. Puede ser que el poder en
sí siga tendiendo a la expansión, que no se autolimite, sino que
sólo pueda ser limitado por otro poder. Pero la estructura de la
vida europea de los Estados implica precisamente que todo poder
es pronto limitado en su expansión. Aquí surge en vez de una
monarquía universal, como en la Antigüedad, un sistema de las
grandes potencias que, pese a todas las perturbaciones, tiende
siempre a un equilibrio del poder. Aquí surge una sociedad de
Estados con un sentimiento latente de solidaridad que, pese a to
das las luchas de rivalidad, siempre ha tenido vigencia. Este sen-
193
timiento de solidaridad proviene evidentemente de la milenaria
comunidad de fe y cultura de la Iglesia cristiana, especialmente
de la Católica Romana en Occidente. Este sentimiento de solida
ridad se ha convertido en el fundamento más importante del dere
cho internacional moderno, que en cierto modo aparece como una
reconfiguración secularizada de aquella comunidad de cultura y fe.
Pero, como todo poder, pronto es reducido a sus límites; está
obligado a dirigir sus fuerzas hacia el interior, a desarrollar intensa
y racionalmente el aparato del Estado y a satisfacerse con el redon
deamiento y la consolidación de su territorio. Este es el veradero
carácter de la vida moderna de los Estados. En ella domina una
constante rivalidad de los Estados individuales entre sí que condu
ce ciertamente a guerras frecuentes pero, por regla general, no a
una sujeción permanente de un pueblo bajo otro, no al dominio
exclusivo de un poder. Precisamente por eso, la rivalidad se con
vierte en una situación habitual permanente, y ella crea en todos
los pueblos de Occidente el máximo de energía de que son capa
ces. En la rivalidad se basa la presión para un aumento cada vez
mayor de la racionalidad y de la intensidad del aparato estatal; y
por ello genera, al mismo tiempo, una medida de seguridad y
protección jurídicas en el mundo como nunca había existido antes
y que constituye un presupuesto fundamental del capitalismo mo
derno.
Una relación fundamental semejante caracteriza también la
vida económica de los pueblos occidentales. El afán de ganancia
no domina ilimitadamente; está limitado por la ley y la costum
bre, y también después de que la moral económica correspondien
te a la sociedad cristiana de la Edad Media, tal como fue formu
lada en los escritos de Tomás de Aquino, se flexibilizó hasta la
disolución. Aquí encontramos ciertamente la aspiración al mono
polio, lo mismo que en la vida política la aspiración al dominio
exclusivo. Pero tampoco el monopolio ha podido penetrar por lar
go plazo en ninguna parte de la vida económica de Occidente. La
situación permanente es más bien la de una competencia infatiga
ble más o menos ruda, que ciertamente expulsa a los competidores
incapaces pero que siempre deja sobrevivir a muchos, de modo
que se evita el peligro del monopolio. La competencia permanente
ejerce aquí más bien una presión para la racionalización e intensi
194
ficación constantes de las empresas; y Sombart ha mostrado en ex
posición penetrante y convincente que allí se encuentra recogida
toda la histora interna del capitalismo. Esta es precisamente la ca
racterística del capitalismo moderno frente a lo que en la Antigüe
dad se designó con ese nombre. Sombart no se ha ocupado de ello,
pero Max Weber ha mostrado la peculiar relación en que se en
cuentra el capitalismo antiguo con la antigua vida del Estado,
cómo él vive de la explotación privada de las relaciones políticas
de dominación en la administración provincial y en los impuestos
y dominios y cómo aquí a la ilimitada explotación económica del
trabajo de esclavos en las plantaciones y minas corresponde com
pletamente la despiadada opresión política de los vencidos que en
las guerras de las ciudades griegas y de la República Romana con
duce regularmente al rapto de hombres y a la depredación de tie
rras y, por ello, alimenta continuamente el capitalismo esclavista,
mientras que los rivales peligrosos son eliminados violentamente
por la destrucción de sus ciudades como Cartago y Corinto; hasta
que finalmente el desarrollo termina en el hecho de que este capi
talismo monopolista es sofocado en la monarquía universal por la
burocratización del aparato del Estado y por cargas estatales exhor-
bitantes. Hay que tener en cuenta esta contraposición a la Anti
güedad para comprender la peculiaridad de la nueva vida de la
economía y de los Estados que constituye el terreno raigal del ca
pitalismo moderno.
Sombart diferencia tres épocas en la historia del capitalismo:
l.e l capitalismo temprano desde el fin de la Edad Media hasta la
segunda mitad del siglo XVIII; es la época que antes —no del
todo adecuadamente— se llamaba mercantilismo; 2 .el alto capita
lismo, que dura un siglo y medio, desde fines del siglo XVIII
hasta la primera Guerra Mundial del siglo XX, que hasta ahora
solía ser llamada directamente la época del capitalismo; 3.el capi
talismo tardío, en el que ha entrado el mundo desde la gran gue
rra. Es una división que evidentemente está tomada de la historia
del arte y que también puede ser aplicada a otros objetos históri
cos. Según me parece, ella se basa en la aplicación del método
ideal-típico. La época del alto capitalismo es la época en que se
realiza plenamente el tipo ideal del capitalismo (lo que Sombart
llama el «espíritu capitalista»); como capitalismo temprano se de
195
signa la época en la que la aproximación a esta meta tiene lugar
paso a paso, mediante las transformaciones del sistema económico
medieval artesanal con su principio de la alimentación burguesa;
capitalismo tardío se llama a la época en la que el desarrollo se
vuelve a alejar del tipo ideal, dirigiéndose a una nueva meta des
conocida. Entendida así, la división es correcta. La considero una
significativa conquista científica. Pero a ello se vincula la analogía
biológica de las edades de la vida y ésta trae consigo un segundo
sentido que tiene que convertirse inevitablemente en fuente de
errores. El capitalismo temprano aparece como la juventud, el alto
capitalismo como la edad de la madurez y vigor, el capitalismo
tardío como la edad de la vejez que se aproxima y de la decaden
cia. Esta analogía es notoria y debe, en mi opinión, ser rechazada,
por más comprensible que pueda ser y por más que haya sido fre
cuentemente aplicada a otros objetos históricos. Para nuestra cues
tión empero lo que importa es si esta división de épocas se apoya,
de alguna manera, en la relación entre Estado y economía. Som-
bart trata de excluir en lo posible esta relación. Su esfuerzo consis
te precisamente en desprender la historia económica de las cadenas
de la historia política, en otorgarle autonomía pura y, consiguien
temente, también en determinar las épocas del capitalismo a par
tir de su propio principio inmanente de desarrollo, no según pun
tos de vista histórico-políticos. Me parece que lo uno no excluye
lo otro, que más bien los dos se motivan recíprocamente y se re
lacionan indisolublemente.
El propio Sombart ha vinculado la génesis del capitalismo con
el gran proceso cultural general por el que el mundo medieval se
transformó en el mundo moderno. Este proceso se cumple sobre
el rrasfondo de la disolución de lo que podemos llamar el imperia
lismo hierocrático de la Edad Media y del tránsito al nuevo impe
rialismo de los Estados modernos, primeramente en la forma del
imperialismo dinástico. Además, Sombart data el comienzo de la
época del capitalismo tardío a partir de la guerra mundial de
1914. También este estadio se inicia con transformaciones políti
cas catastróficas cuyo carácter no puede aún ser determinado con
seguridad; quiero llamarlo el tránsito de la época nacionalista a la
época federalista del imperialismo. ¿No jugó acaso su papel una
transformación política secular de tal tipo en el tránsito del capi
196
talismo temprano al alto capitalismo? Me parece que de hecho tal
es el caso y que este tránsito se relaciona históricamente con el de
la época del imperialismo dinástico a la del imperialismo naciona
lista.
El límite entre las dos épocas del capitalismo es naturalmente
fluido. Según Sombart se encuentra entre el Anal del siglo XVIIl
y la mitad del siglo XIX, abarca pues un lapso de casi cien años.
Es la época en la que las ideas liberales, los exponentes de las re
voluciones inglesa, norteamericana y francesa penetran en la vida
del Estado y de la economía. Pero Sombart valora muy poco su
influencia en el capitalismo. En cambio, acentúa tanto más fuer
temente las nuevas invenciones técnicas que introdujeron la era
de las máquinas. Entre ellas subraya concretamente la invención
de los estampados de telas, que creó un artículo de gran consumo
para la industria algodonera de Inglaterra e inauguró el camino
hacia la explotación en gran escala; el nuevo procedimiento de co
que, que llevó a su punto máximo la explotación en las empresas
mineras y con ello posibilitó la construcción de maquinaria, sien
do ambas invenciones de la segunda mitad del siglo XVIIL
Pero frente a esto se puede argüir que todas estas conquistas
no hubieran podido lograr su pleno efecto sin las grandes transfor
maciones que al mismo tiempo se realizaron en la formación del
Estado, en la legislación y en la política. Aquí ocurre como con
la importancia de la pólvora para la transformación de la conduc
ción de la guerra; esta invención pudo adquirir significación histó
rica tan sólo después de que crearon cuerpos de infantería discipli
nados, tácticos.
Pero todas las tansformaciones políticas y sociales que confirie
ron significación histórica a la nueva técnica se relacionan más o
menos directamente con las revoluciones de Inglaterra, Estados
Unidos y Francia, de modo que aquí se puede hablar de una trans
formación, significativa también para el capitalismo, a través del
siglo de las revoluciones. Ésta es, ciertamente, una opinión que
Sombart combate de la manera más enérgica. Una de sus afirma
ciones más enfáticas es que las revoluciones simplemente no con
tribuyeron en nada al fomento del capitalismo, que no deben ser
tenidas en cuenta para la delimitación entre la época del capitalis
mo temprano y la del alto.
197
La radicalidad de esta afirmación se explica sin duda en parte
a partir de su lucha contra lo que el llama la leyenda de la revo
lución de Marx, concretamente contra la teoría de que el núcleo
de todas las revoluciones ha de buscarse en la lucha de clases. Esta
teoría es, de hecho, parcial y debe por ello ser rechazada. Pero no
se debe pasar por alto que con las revoluciones se realizaron gran
des transformaciones seculares del ordenamiento social que para la
vida económica no carecen en modo alguno de significación: en
Inglaterra la fundación de un dominio expreso de clase de la gen-
try, es dedir, de los hacendados campesinos y urbanos pudientes;
en Francia, la transformación del ordenamiento social en la igual
dad jurídica ciudadana que propiamente creó la arena para las mo
dernas luchas de clases; en Norteamérica, su sistema social indivi
dualista basado en la igualdad de derechos, pero también en las
grandes posesiones, y que al principio no excluyó incondicional
mente la esclavitud.
El efecto más visible de la era de las revoluciones es la intro
ducción de la libertad de movilidad junto con la libertad de resi
dencia y la libertad de domicilio. En Inglaterra ello no ocurrió de
un golpe con la Revolución, pero como consecuencia de las trans
formaciones producidas en la vida política y social por la revolu
ción penetró en la vida inconteniblemente en el curso del siglo
XVIII. En Francia surgió con la Revolución misma, y en todo el
continente está vinculado más o menos directamente, con el mo
delo de la Revolución Francesa. Desde siempre se ha visto en esta
libertad de industria un lím ite frente al sistema mercantilista in
dustrial-policíaco, tutelador. Tampoco Sombart puede dejar de re
conocer su importancia. Admite que despejó y eliminó obstáculos
que cerraban el camino al espíritu de empresa del capitalismo.
Pero hay también otras relaciones más entre la política y el capi
talismo en la era de las revoluciones. Cuando se habla de las revo
luciones no se deben tener presente solamente los sucesos internos
en los respectivos Estados. Con las revoluciones que aquí se toman
en consideración estaban ligadas al mismo tiempo grandes movi
mientos de política exterior y grandes transformaciones que tuvie
ron gran importancia para la vida de la economía y el capitalismo.
La Revolución Inglesa de 1689, que elevó al trono inglés al con
trincante principal de Luis XIV, a Guillermo III de Orange, sig-
198
niñea al mismo tiempo el comienzo de la lucha centenaria con
Francia, gracias a la cual se produjo la «expansión of England»,
la fundación del dominio marítimo y colonial en el siglo XVIIL
La Revolución norteamericana de 1776 trajo consigo la guerra con
Inglaterra por la independencia; ésta no había surgido solamente
del sentimiento del derecho político herido de los coloniales, sino
también de la indignación ante la política colonial inglesa, que
no quería tolerar el desarrollo de una industria propia y de una
flota comercial norteamericanas. No fue sólo una lucha por la li
bertad política, sino también por el futuro del capitalismo nortea
mericano. Pero a la Revolución Francesa se unió la gran época bé
lica vinculada al nombre de Napoleón, que revolucionó todo el
sistema político de Europa y lo transformó permanentemente, y
por cierto en la dirección de la formación de Estados nacionales.
Al mismo tiempo, la terminación de la guerra con Inglaterra trajo
consigo una poderosa ampliación del Imperio Británico. Es evi
dente la significación de este hecho para la génesis del comercio
mundial; y sin éste no cabría pensar siquiera en el impulso hacia
el alto capitalismo. Pero las revoluciones en Inglaterra, Norteamé
rica y Francia tuvieron importancia decisiva para la formación y
consolidación de los grandes mercados nacionales, que constituyen
una importante condición previa para el tránsito a la gran empre
sa, propia del algo capitalismo. En Inglaterra se suele sostener por
cierto que la industria y la economía nacionales se formaron en la
época de Ricardo II. Pero ¿qué quiere decir aquí «nacional»? Se
trata del territorio de la mini-Inglaterra medieval, sin Gales hasta
Enrique VIII, para no hablar de Escocia y de Irlanda, que, hasta
la revolución puritana, fueron considerados como países extranje
ros, tanto económica como eclesiástica y políticamente. En la re
volución puritana, Cromwell los reunió por primera vez como
«Commanwealth of England, Schottland and Ireland». Después
de la Restauración (1660) se desintegró de nuevo esta unión, a la
que ya habían tendido los Estuardos. Los tres países constituyen
según nuestra terminología alemana mercados «territorial-estata-
les», y las leyes de navegación de Inglaterra estaban dirigidas con
tra Escocia e Irlanda tan desconsideradamente como contra Francia
y Holanda. Tan sólo después de la Revolución de 1689, bajo la
égida del parlamento que había recibido ahora el gobierno, se lo
199
gró la unión permanente con Escocia, debido a que las clases ca
pitalistas de aquí y de allí llegaron a un acuerdo sobre navegación.
Así surgió en Gran Bretaña un mercado unitario, y en 1801, du
rante la guerra con Francia, se incluyó a Irlanda en esta unión por
motivos políticos y económicos. Tan sólo ahora el reino insular
anglófono constituyó una unidad económico-política, un gran
mercado protegido para la industria local. La Corona había aspira
do en vano hacia una unión tal. Fue necesario que ocurriera pri
mero la Revolución y el dominio del parlamento logrado por ella
para hacerla posible y para superar las resistencias.
Este mercado aumentado fue protegido, aquí como en otras
parres, por altos impuestos aduaneros de importación. La policía
mercantilista de la industria fue eliminada mucho antes que la
protección mercantilista aduanera, de acuerdo completamente con
los intereses de las clases capitalistas. También la política colonial
sirvió durante largo tiempo aún a estos intereses, que ejercen en
el parlamento ahora una fuerte influencia. Sin la competencia bru
tal y potente que oprimió sistemáticamente la industria textil al
tamente desarrollada de las Indias Orientales, no le hubiera sido
posible a la industria algodonera inglesa, conquistar el mercado
mundial para sus productos.
En Francia, el gran mercado nacional es, evidentemente y de
manera inmediata, una conquista de la Revolución. Tampoco aquí
el Ancien Régime había superado, pese a las reformas de Colbert,
los límites de un conglomerado de regiones de mercado «territo-
rial-estarales»; sólo la región de las «cinq grosses fermes» había
tenido un régimen aduanero unitario. Y la industria no pudo re
nunciar durante mucho tiempo tampoco aquí a la protección
aduanera.
En Norteamérica fue la segunda revolución de 1787 la que
con la nueva Constitución creó también una zona norteamericana
unitaria de mercado. Que la nueva idea de una nación norteame
ricana se impuso entonces por caminos revolucionarios contra los
trece Estados individuales, es hoy la convicción general de todos
los historiadores constitucionales norteamericanos. Los hombres de
Annapolis y de Filadelfia que realizaron esta segunda revolución
fueron guiados empero a la vez por motivos económicos y políti
cos, especialmente por motivos capitalistas. No solamente les im
200
portó asegurar el Estado, sino también la propiedad y su libre dis
ponibilidad. No querían simplemente la unión política por razones
de necesidad del Estado, sino también el tráfico comercial libre en
todo este campo y en vez de la permanente guerra comercial domi
nante entre los Estados singulares que obstaculizaba junto con el
tráfico, concretamente en los ríos, también el impulso de la econo
mía capitalista. Entre ellos se encuentran representantes típicos del
espíritu capitalista; ante todo Franklin, pero también Madison y
aún Washington que era uno de los grandes hacendados de la
Unión y además tenía interés personal en que se estableciera la libre
navegación en el Potomac y en los ríos afluentes del Ohio porque
había inverido gran parte de su capital en las fincas de la región del
Noroeste. La nueva Constitución permitió a los Estados individua
les tener la autorización para regular el comercio dentro de su terri
torio; pero la política interestatal comercial fue confiada al Congre
so de la Unión. Es muy interesante ver cómo se unieron aquí la po
lítica y la técnica para facilitar que se abriera paso el principio de
la unidad. Al capitalismo le importa tanto la técnica de los medios
de transporte como las máquinas industriales. Precisamente en los
días de la convención de Filadelfia, el relojero y mecánico John
Fitch presentó en el Delaware a los miembros de la convención el
22 de agosto de 1787 su barco de vapor recién inventado; y bajo la
impresión de esta invención expresó Madison ya entonces en la con
vención la esperanza que el principio de la unidad de comercio y
tráfico tendría pleno éxito en el futuro. En todos los pleitos surgi
dos más tarde sobre esto, la Corte Suprema decidió consecuente
mente en el sentido del principio de unidad. Así, en esta segunda
revolución se creó el fundamento para el gran mercado interior nor
teamericano que posibilitó un enorme auge del capitalismo.
También en Alemania, donde no hubo ninguna gran revolu
ción, el auge capitalista del siglo XIX se relaciona empero con la
era general de las revoluciones. La unión aduanera que satisfizo la
condición previa más importante para ello, hubiera sido imposible
sin la tendencia desatada por la Revolución Francesa hacia la for
mación de Estados nacionales y sin las conmociones de la era de
las Guerras Napoleónicas junto con la reconsttucción territorial
subsiguiente de los Estados alemanes, concretamente Prusia, y la
fundación de la Federación Alemana.
201
Así pues, el nacimiento de los grandes mercados nacionales y
su entrelazamiento para formar un mercado mundial no se realizó
solamente mediante el desarrollo económico, sino también gracias
a acciones políticas, y éstas se encuentran en estrecha vinculación
con las revoluciones en Inglaterra, Norteamérica y Francia. Ese es
un hecho fundamental para el juicio y la evaluación de la relación
histórica entre Estado y economía, entre política y capitalismo.
Pero quiero mostrar en detalle cuán profundamente influyó la
revolución en Inglaterra y en Francia el desarrollo del capitalismo.
Digo: influyó, no fomentó; pues el planteamiento aludido en las
manifestaciones de Sombart de si las revoluciones fomentaron el
capitalismo, es demasiado estrecha. Se trata de contextos compli
cados en lo que se mezclan influencias obstaculizadoras e impulso
ras.
En Inglaterra se puede hablar ciertamente de manera bastante
explícita de un fomento del capitalismo por la Revolución; quiero
fundamentar esto con algunas referencias, frente a la afirmación
enfática de lo contrario, formulada por Sombart. Se trata en pri
mera línea del capitalismo comercial y agrario; pero, en segunda
línea, también del industrial. En Inglaterra, las revoluciones atra
viesan centralmente la época del mercantilismo; pero el mercanti
lismo tiene antes un rasgo diferente al de después. El mercantilis
mo de los Tudor fue fiscal y monopolístico; a ello se agrega ade
más un rasgo autoritario cristiano-social, representado concreta
mente pot el arzobispo Laúd. En cambio, el mercantilismo del
parlamento después de 1689 fue tal como lo deseaban los estratos
capitalísticamente interesados. El principio fundamental antes de
la Revolución era el atesoramiento de los metales preciosos para
metas políticas. Por eso también estaba prohibida la exportación
de la plata. Cierto es que antes de la Revolución se había hecho
caso omiso de esta prohibición de exportación en beneficio de la
Compañía de las Indias Orientales porque se tenía la esperanza de
que las mercancías compradas con la plata exportada podían ser
vendidas a precios más altos en el extranjero. Pero era una excep
ción de la regla que se mantuvo firme. Esto se modificó tan sólo
después de la Revolución de 1689 y como consecuencia de la con
fianza de los estratos capitalistas en la dirección del Estado, que
desde la Revolución había pasado al parlamento. Con la fundación
202
del Banco de Inglaterra (1694) basado en la confianza de estos es
tratos, y con el nuevo sistema de crédito estatal, que se liga con
aquélla, y que ponía las riquezas del país en todo momento a dis
posición del gobierno se rompió con el principio del atesoramien
to, y tan sólo entonces, el principio de la balanza comercial se
convirtió en el barómetro del bienestar nacional. Desde entonces
data un potente impulso del comercio exterior. Las grandes fami
lias W higs, que representaban en la aristocracia preferentemente
el interés monetario, participaron entonces en las empresas ultra
marinas. Bajo el gobierno parlamentario de un Walpole y un Pitt
se produjo la gran expansión colonial de Inglaterra, cuyo transfon
do fue la guerra con Francia que se había desatado desde 1689.
Más claramente se presenta el efecto sobre las relaciones cam
pesinas. Inmediatamente después de la Revolución, en 1689, se
dictó el Corn Bounty Act que introdujo una prima de exportación
para los cereales, en interés de los agricultores, y, al mismo tiem
po, provocó una estabilización de los precios. Se mantuvo en vi
gencia mientras Inglaterra exportó ceteales, es decit, hasta en los
años 70 del siglo XVIII. El precio de los cereales subió y se man
tuvo relativamente estable. Eso estimuló un cultivo mayor de ce
reales y puso en marcha las «vallas», es decir la repartición de las
tierras comunes y la concentración de los solares. Desde 1707,
pero concretamente en la segunda mitad del siglo XVIII, desde
1760, cuando los Tories que estaban en el gobietno representaban
más los intereses agrarios frente al interés monetario de los
W higs, se procedió mediante acuerdos locales pero también con
numerosos «bilis» privados del parlamento, a la repartición y con
centración de los solares, y por cierto que en interés de los grandes
propietarios y en perjuicio de los pequeños campesinos que no en
contraron sustituto para los derechos de pastoreo, que ahora se
suspendieron, y en los que hasta entonces se había basado su eco
nomía. Los pequeños campesinos no pudieron sostenerse frente a
los grandes propietarios que organizaron intensa y racionalmente
sus establecimientos; se les compraron sus tierras, y emigraron a
las colonias, concretamente a Canadá, y a la industria. Surgieron
entonces latifundios explotados tacionalmente en fotma de grandes
arriendos. Así se desarrolló en Inglaterra el capitalismo agrario
como consecuencia de que los estratos bien provistos de fondos
203
asumieron la dirección política. Ya no se habló de la protección
al campesino, practicaba todavía bajo los Tudor cuando, como
consecuencia de los lucrativos precios del algodón, amenazaron
prevalecer las vallas para la cría de ganado lanar. Esto fue una
consecuencia evidente de la Revolución, que se extendió al capita
lismo industrial. Pues entonces comenzó el éxodo rural de la pe
queña gente sin propiedades, la atracción por la ciudad y las re
giones industriales. Los jueces de paz cesaron de determinar los
salarios de tiempo en tiempo, como les correspondía en realidad
hacerlo. Estas fijaciones de salarios tenían originariamente el sen
tido de salarios máximos. Ahora, teniendo en cuenta la fuerte
oferta de mano de obra y los altos precios de los comestibles, hu
biera sido el momento de modificarlos en el sentido de salarios
mínimos. Pero eso no ocurrió porque los jueces de paz pertenecían
a la clase hacendada, que tenía interés en salarios bajos. Cuando
durante la guerra con Francia los precios de granos subieron cada
vez más y los salarios bajaron más profundamente, se llegó a la
solución desde 1795, de pagar a los trabajadores del campo un
subsidio adicional para pobres. Esto fue habitual durante muchos
decenios. Pero la industria, que ahora había sido liberada de las
limitaciones de la libertad de residencia y del cambio de profesión
industrial, pudo trabajar con salarios bajos; la industria del algo
dón pudo aprovechar las nuevas máquinas y eliminar la competen
cia de la India. Entonces conquistó el mercado mundial.
Completamente diferentes fueron los efectos de la Revolución
en Francia. Durante mucho tiempo no se han conocido bien las
relaciones económicas durante la Revolución. Tan sólo desde
1908, una gran publicación especial de fuentes ha comenzado a
exponerlas^. Aún está incompleta; lo más importante para nues
tros fines es el tomo de Georges Bourgin sobre la ley de reparti
ción de tierras comunes, de 1793. Contiene ciertamente sólo la
elaboración de la ley, no el modo de su ejecución. Pero lo que se
conoce sobre ello muestra claramente que la Revolución sofocó en
la semilla el capitalismo agrario, que también se estaba desarro-
204
liando en Francia. Pese al ideal de la «grande culture», que ya
habían sostenido los fisócratas y que se había realizado en Inglate
rra, en Francia se protegió premeditadamente y se mantuvo el es
tamento de los pequeños campesinos. Henry See'* ha llamado la
atención sobre el hecho de que entonces este estamento era tan
numeroso porque el sistema feudal, que se mantuvo hasta la Re
volución, lo conservó pese a todas las opresiones. Y la Revolución
lo protegió, como se ha dicho, de la absorción por un capitalismo
agrario. Esta es la gran diferencia entre Francia e Inglaterra en la
estructura social (también entre Francia y Alemania, concretamen
te Prusia, si bien en medida menor. Pues una gran parte del esta
mento del pequeño campesino fue sacrificada en Alemania por la
reglamentación desde 1816). En Francia no hubo un éxodo rural
como en Inglaterra, no hubo una tal afluencia de mano de obra
barata a la industria. El campesino se quedó en su terruño, la in
dustria se desarrolló sólo lentamente. Las nuevas leyes de la Revo
lución sobre libertad de residencia y libertad industrial la favore
cieron naturalmente, lo mismo que el mercado nacional más gran
de, pero no puedieron tener como consecuencia un desarrollo tan
rápido como el de Inglaterra. En Francia no se alteró el equilibrio
entre agricultura e industria; esto es aún hoy un elemento esencial
de la fuerza política en Francia. La antigua leyenda de que la Re
volución creó en Francia el numeroso estamento campesino tiene
empero su sentido: no lo creó ciertamente, pero lo conservó y lo
liberó de las cargas feudales; evitó el capitalismo agrario. Esa es
una influencia eminente en el capitalismo en su totalidad, pero
no es por cierto una influencia impulsora, sino obstaculizadora.
También la peculiar inclinación de Francia a la formación de
un capitalismo financiero especulativo y orientado políticamente
se acentúa como consecuencia de la Revolución. La economía de
asignaciones había arruinado la moneda y creado una confusión
general en las relaciones monetarias. Las guerras napoleónicas vol
vieron a curar con sus contribuciones este mal. Los negocios finan
cieros, ligados a ello y a las ventas al ejército, imprimieron al ca-
205
pitalismo durante la larga época bélica una dirección peculiar. La
banca y la bolsa aparecen en primera línea. La especulación tenía
un amplio campo. Esta peculiaridad se ha mantenido en el capita
lismo francés; y ha encontrado una expresión característica en las
condiciones de reparación del dictado de Versalles. Ella penetra
también todo el sistema colonial de Francia. El capitalismo está
ligado más cercanamente con la política de poder, está orientado
más políticamente que en Inglaterra y en Alemania o en Nortea
mérica. Éste es también un efecto de la Revolución.
El resultado de estas consideraciones es que existe una estrecha
relación entre Estado y economía en las tres épocas del capitalis
mo, pero que en cada una de ellas dicha relación tiene una confi
guración especial. La primera época, la del capitalismo temprano,
es básicamente idéntica con lo que antes se solía llamar la época
del mercantilismo. Basta pronunciar esta palabra para caracterizar
la configuración especial de la relación entre Estado y economía,
entre política y capitalismo en esta época: no se trata aquí cierta
mente de la creación de la forma capitalista de economía por el
Estado, pero sí del establecimiento del fundamento sobre el que
pudo desarrollarse, y de su fomento y provechamiento enfáticos
por el Estado. La formación del capitalismo fue fomentada en in
terés del Estado como medio indispensable para el poder político.
El ejército y el atesoramiento de los metales preciosos figuraban
aquí en primera línea. Esto lo ha expuesto Sombart de manera
impresionante. Pero aquí se trata no sólo del fomento mediante
medidas políticas planificadas, sino al mismo tiempo de la satis
facción de una condición sin la cual el capitalismo no hubiera po
dido desarrollarse: concretamente de la creación de un gran merca
do, primeramente de un mercado rerritorial-estatal. La dimensión
del ámbito del mercado no carece de importancia para la esencia
interna del capitalismo. La ampliación del mercado local en un
mercado más grande territorial-estatal, como, por ejemplo, la an
tigua mini-Inglaterra, significa el tránsito de la empresa artesanal
a la empresa capitalista; pero la gran empresa propiamente tal
puede desarrollarse tan sólo en la más alta grada de un mercado
nacional amplio, como en Gran Bretaña e Irlanda. De ahí el carác
ter de transición de esta época que también se manifiesta en la
reglamentación de la competencia y en la protección de las empre
206
sas capitalistas. Es la época de la protección aduanera docente y
de la reglamentación de la industria. La influencia de los empre
sarios capitalistas en el Estado es en esta época pequeña, la in
fluencia del poder del Estado en ellos es tanto mayor. La relación
entre Estado y economía en esta época puede ser designada como
protección capital-política. El cuidado y conservación del capital
y de los intereses capitalistas figuran en primera línea.
En la segunda época, la relación se transforma hasta convertir
se en su inversión. El capitalismo fortalecido, que ahora dispone
de un gran mercado nacional y tiende a la gran empresa, se libera
de los obstáculos que le ha impuesto el Estado; no renuncia aún
en modo alguno a la aduana protectora —el comercio libre sigue
siendo un episodio, 1860-1876—, que parte de Inglaterra y se
apoya en una constelación especial. Pero se libera de muchas de
las intervenciones del Estado y adquiere con la libertad de indus
tria una mayor independencia. Y comienza a influir en medida
creciente en la legislación, la administración y la política. La re
lación entre Estado y capitalismo en esta época puede ser Optima
mente catacterizada tomando en cuenta la estrecha unión con el
principio nacional que adquiere directamente un sentido económi
co. El Estado nacional se convierte en una comunidad económica
de intereses. Es la época propiamente «nacional-económica». Así
como en la época anterior fue el absolutismo la forma dominante
de la vida estatal, así lo es en esta época el parlamentarismo; pero
el parlamenrarismo es la manipulación del capitalismo para el fo
mento político de sus intereses. En la medida en la que estos in
tereses se dirigen a la expansión de la esfera estatal del poder,se
habla de «imperialismo». El imperialismo es, por un lado, la con
tinuación de la antigua «política colonial» que ya en la época del
capitalismo temprano jugó un papel significativo junto a la forma
ción del mercado interior; pero, por el otro lado, es al mismo
tiempo también una continuación de la antigua política de poder
de los grandes Estados, sólo sobre el fundamento ampliado de la
política mundial que corresponde al entrelazamiento de los merca
dos nacionales para formar un mercado mundial que abarca toda
la tierra. El modelo es la formación de las posesiones coloniales
británicas en un imperio mundial unido entre sí por el dominio
de los mares (imperio que naturalmente no tiene en modo alguno
207
el sentido de «imperio universal»). Es indudablemente cierto que
los intereses capitalistas tuvieron una gran influencia en la forma
ción de tales imperios. Sombart no muestra interés especial por
esta cuestión. Se satisface con comprobar que el imperialismo no
es simplemente una función del capitalismo como lo afirman los
marxisras. Soy también de esta opinión. Pero deseo subrayar que
el capitalismo ha tenido influencia en una doble dirección en el
imperialismo: primeramente por el interés del capitalismo indus
trial en un campo lo más seguro posible para la adquisición de
materias primas extranjeras y para la venta de sus productos, pero,
de manera muy especial, por el interés del capitalismo financiero
que efectúa gtandes inversiones en los países exóticos, por ejem
plo, para la construcción de fábricas, plantaciones, minas, plazas
comerciales y puertos con tráfico naviero regular, para la construc
ción de ferrocarriles, telégrafos y otras instalaciones eléctricas.
Para ello se requiere una medida de seguridad y protección jurídi
cas que, por regla general, no le puede proporcionar el poder es
tatal exótico. Pero, pese a todo reconocimiento de esta influencia
del interés capitalista, hay que ceñirse al hecho de que el imperia
lismo no debe su existencia solamente a esas influencias, que lo
mismo que la política colonial, de la que el proviene, tiene un
origen esencialmente político. Esto se muestra claramente cuando
contemplamos el impetialismo de países como Rusia y Francia,
que no nació en primera línea a causa de intereses económicos.
Pero también el imperialismo británico es más antiguo que la ex
pansión capitalista, e igualmente el imperialismo norteamericano,
cuyo precursor fue la doctrina Monroe.
El concepto del imperialismo, tal como circula en general y
como lo aplica Sombart, requiere, por lo demás, de un examen
crítico y de una modificación esencial para que pueda ser realmen
te útil. Habitualmente se entiende por tal, como lo define Som
bart, la expansión de la esfera de poder de un Estado más allá de
los límites del país de origen. Pero ésta es la definición de un
imperio colonial, no la del imperialismo. Si esta determinación
del concepto fuera acertada, entonces los Países Bajos, Bélgica y
Portugal serían ejemplos clásicos del imperialismo. Pues aquí se
ha ampliado la esfera de poder mucho más allá de los límites de
la madre patria. Pero basta con presentar estos ejemplos para ver
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qué es lo que falta en ellos para ser lo que entendemos propiamen
te por imperialismo. Es ante todo la posición y la política de una
gran potencia de nuevo estilo, es decir, de una potencia mundial.
La concepción habitual, que también comparte Sombart, adhiere
demasiado a la noción estático-sustancial de un imperio colonial,
y yo diría, a la imagen cartográfica. Ella debe ser sustituida por
una noción dinámico-funcional, concretamente la de una política
de gran potencia de corte moderno, la de una política de potencia
mundial. El imperialismo no es otra cosa que la continuación de
la antigua política de gran potencia, tal como actuó durante mu
cho tiempo en el sistema europeo de Estados, pero ahora en las
dimensiones mayores del moderno sistema mundial de Estados.
Un imperio colonial ultramarino no es absolutamente necesario
para ello, como lo demuestra el ejemplo de Norteamérica y Rusia.
Tan sólo en esta versión adquiere el concepto de imperialismo
su correcta perspectiva histérico-universal. Ya el nombre alude a
ella. Se refiere el Imperio Romano, a la cuarta y última gran mo
narquía mundial de la Antigüedad. Ciertamente, la estructura de
la vida moderna de los Estados implica que hoy no se trata de un
Estado universal que abarca todo el mundo civilizado, sino de va
rios imperios que compiten y rivalizan entre sí. Lo que hoy llama
mos imperialismo es pues solamente el último y hasta ahora más
alto escalón de la moderna política estatal de poder, estrechamen
te ligado con el capitalismo, pero no simplemente una función de
él. A esta designación le ocurre lo mismo que a la del capitalismo.
Esta se hizo habitual para la fase más reciente del desarrollo capi
talista, después de que Marx hizo el genial descubrimiento de un
sistema económico capitalista precisamente en el momento en que
éste había comenzado a desatrollarse plenamente. Lo que entonces
se llamaba capitalismo simplemente, lo llama Sombart alto capita
lismo. Del mismo modo como construyó complementariamente a
este alto estadio un estadio del capitalismo temprano, debe agre
garse complementariamente al imperialismo actual plenamente
desarrollado un estadio previo: el de la antes llamada política de
las grandes potencias que con toda razón se puede designar como
imperialismo temprano. Este imperialismo temprano fue practica
do por las grandes dinastías europeas que fundaron el sistema de
equilibrio del poder. Ya en la época de Enrique VIII se hablaba
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en Inglaterra de una balanza en cuyos dos platillos oscilaba el peso
de la casa de Francia y el de la de Habsburgo, y en la que Ingla
terra debería ser el fiel de la balanza. Más tarde fueron Francia e
Inglaterra las que se disputaron la preeminencia, y el sistema de
las grandes potencias se amplió por la entrada de Rusia y Prusia
a la pentarquía. Esa fue la época del imperialismo dinástico que
creció estrechamente con la del capitalismo temprano. A esta épo
ca siguió la del imperialismo nacionalista, en la que las naciones,
las antiguas y las recientemente formadas como Alemania e Italia,
se convirtieron en los portadores de estos anhelos imperialistas.
Comienza con la gran expansión colonial de Inglaterra en el siglo
XVIII y llega a su pleno desarrollo con Napoleón. Dominó a Eu
ropa a lo largo de todo el siglo XIX y está estrechamente vincu
lada con la época del alto capitalismo. El ingreso de naciones ex
traeuropeas, como Norteamérica y el Japón, amplía el antiguo es
cenario europeo hasta convertirlo en el de la moderna política
mundial, y a partir de esta época se ha vuelto habitual hablar de
imperialismo. Pero es solamente la última fase, altamente intensi
ficada de un largo desarrollo. La rivalidad de las potencias mun
diales, en modo alguno simplemente su competencia capitalista,
condujo a la crisis de la guerra mundial que, teniendo en cuenta
la estrecha relación entre política y economía, inicia igualmente
una nueva fase del imperialismo y del capitalismo. Podríamos lla
marla imperialismo tardío, en correspondencia con el capitalismo
tardío de Sombart. Pero prefiero designarla como la del imperia
lismo federalista. Pues así como antes fueron las dinastías y luego
las naciones sus portadoras, así también son hoy grandes configu
raciones federalistas, que abarcan varias naciones, las que lo sus
tentan, como el Imperio Británico, una «Panamérica» que está
sólo en proceso de formación, y la Rusia soviética. En el Imperio
británico se ve claramente el caráctet federalista de las nuevas con
figuraciones políticas más grandes. Si los imperialistas ingleses as-
pitaban todavía a comienzos del siglo XX a una federación econó
mica y política más fitme del Empite para llegar a un Estado fe
deral unitario, desde la guerra se decidió que el desarrollo debe
seguir por otros caminos, concretamente por los que conducen a
una configuración federalista que hoy es más una federación de
Estados que un Estado federal. Sería falso interpretar esto como
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un signo de disolución; es más bien un signo de la dirección ge
neral que toma en nuestros días el desarrollo de los Estados mun
diales. Las aspiraciones panamericanas y la Federación de las repú
blicas soviéticas rusas se mueven en esta dirección. También el
problema europeo debe ser considerado bajo este punto de vista.
Por el momento la llamada Sociedad de Naciones sirve a las po
tencias europeas vencedoras, al menos a Francia y a Inglaterra,
como medio para contener a los vencidos y a los neutrales y servir
se de ellos para sus aspiraciones imperialistas. Así, ella es cabal
mente un instrumento propiamente tal del imperialismo federalis
ta. Pero dentro de este amplio marco, el sistema de los llamados
acuerdos regionales muestra claramente las aspiraciones de Francia
e Italia de crear un bloque federal bajo su dirección. También los
disturbios en China deben ser considerados como los dolores que
anuncian el parto de una gran formación estatal federalista que no
ha llegado ciertamente a su meta porque las grandes potencias ca
pitalistas tienen interés en perturbar este proceso que permitiría
que surgiera un terrible rival para ellas.
En la relación entre Estado y capitalismo emerge en esta era
más reciente de modo llamativo, una influencia cada vez más fuer
te del factor político. Ya la época de la carrera armamentista antes
de la guerra fortaleció la influencia del Estado. El creciente movi
miento proletario y los peligros de la lucha de clases, que en todas
partes abtieron el camino a la legislación político-social, han in
fluido en el mismo sentido. Entre los signos de una transforma
ción del espíritu capitalista, que Sombart presenta, aquéllos que
se apoyan en consideraciones político-sociales ocupan un amplio
espacio; no surgieron de por sí del espíritu capitalista, sino que
se basan en buena parte en el efecto de los poderes estatales. La
absorción de la economía por la guerra, la inmensa aniquilación
de capital, el debilitamiento persistente del podet adquisitivo en
la mayoría de los mercados, ha limitado fuertemente la anterior
actividad e independencia del capitalismo. Un rasgo político-so
cial caracteriza la relación entre Estado y economía de manera más
fuerte aún que antes de la guerra. Los comienzos de la formación
supranacional de consorcios siguen el camino de la formación de
Estados. En suma, la época de la guerra y el decenio que ha pasa
do desde entonces no proporcionan prueba alguna de un desarrollo
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económico autónomo del capitalismo que se separe completamente
del Estado y de la política. Más bien muestran que los dos se
relacionan indisolublemente, que son solamente dos lados especia
les o aspectos de uno y el mismo desarrollo histórico.
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