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NEOLIBERALISMO Y POLÍTICA DE DISPONIBILIDAD (1)

Por Henry A. Giroux*

(http://www.henryagiroux.com/)

*Pedagogo y crítico cultural. Ha sido profesor en las universidades de


Pennsylvania, Miami, Tufts y Boston, entre otras. Actualmente ejerce la docencia en
la Mc Master University, Ontario, Canadá. Ha publicado numerosos libros y artículos
sobre pedagogía, cultura y política educativa. Entre ellos, Cruzando límites:
trabajadores culturales y políticas educativas (1997) La escuela y la lucha por la
ciudadanía: Pedagogía crítica de la época moderna (1998). Obtuvo en 1995 el
premio Gustav Myers como uno de los mejores libros sobre derechos humanos en
los Estados Unidos.

SINOPSIS

En este artículo, el autor investiga las consecuencias del modelo neoliberal en la vida
cotidiana, y su correlato en la cultura del consumo y la pedagogía de la opresión. Analiza
cómo el neoliberalismo emplea una política cultural que norma sus propios valores y se
desentiende de las responsabilidades éticas y sociales de las consecuencias que generan
las relaciones de mercado para quienes quedan excluidos y son considerados
“descartables”.
De este modo, postula que la teoría neoliberal y su práctica dan lugar al reemplazo del
contrato social por un contrato de mercado en el que los derechos políticos están
estrictamente limitados, los derechos económicos están desregulados y privatizados, y los
derechos sociales son reemplazados por el deber individual y la confianza en sí mismo.
Se ha instalado una política cultural, un lenguaje y un modelo educativo, promovidos por
poderosas corporaciones mediáticas, que refuerzan la idea de que el bien público, la
justicia social, los valores no transables y los compromisos a largo plazo son indeseables
porque no implican sólo una carga financiera sino también un avance sobre el individuo.

Como los consumidores que inundan la sociedad norteamericana, los inmigrantes, los
refugiados, los desempleados, los sin techo, los pobres, la juventud y los discapacitados,
están relegados a una zona fronteriza de invisibilidad creada por una combinación de
desigualdad económica, racismo, colapso del Estado de Bienestar y la brutalidad de una
sociedad militarizada, todo lo cual “designa y constituye una cadena de producción de
poblaciones superfluas y residuos humanos” (Bauman, 2004, 6).

Las consecuencias diarias de la racionalidad neoliberal y la globalización negativa van


más allá del poder frecuentemente analizado del capital financiero; de la separación de
una política basada en el estado-nación del poder de corporaciones globales; de la
desregulación de las corporaciones; de un militarismo emergente, y de otros registros
económicamente derivados del poder corporativo y estatal. El neoliberalismo también
emplea una política cultural cambiante, hasta moribunda, que norma sus propios valores y
se desentiende de las responsabilidades éticas y sociales de las consecuencias de las
relaciones de mercado en expansión y de aquellas [relaciones] humanas siempre
excluidas. Como forma de capital biológico, penetra todos los aspectos del orden social y
“cuando se utiliza como una forma de gobernabilidad” (Brown, 2005, 39), intenta regular,
dar forma, guiar, construir y afectar la conducta de la gente. Bajo el neoliberalismo, el
poder económico y político se extiende más allá de la producción de bienes y la
legislación de las leyes. En tanto el neoliberalismo se torna biopolítico, los límites de lo
cultural, lo económico y lo político se vuelven porosos y se diluyen, comparten la tarea,
aunque de diferentes maneras, de producir identidades, bienes, conocimiento, modos de
comunicación, afectos, y todo otro aspecto de la vida social y el orden social (Foucault,
2003; Rose, 2007). El neoliberalismo produce una particular visión del mundo y moviliza
una colección de prácticas pedagógicas en una variedad de sitios con el objeto de normar
sus modos de gobernar, sus posiciones subjetivas, formas de ciudadanía, y racionalidad
(Ferguson y Turnbull, 1999, 197-198). Más aún, como forma de una pedagogía pública
opresora, el neoliberalismo extiende y disemina “valores de mercado a todas las
instituciones y acciones sociales, [y] prescribe la ciudadanía de un orden neoliberal”
(Ferguson y Turnbull, 1999, 42).

Esta pedagogía pública opresora presente en el discurso neoliberal, es aquella que


declara que todas las dificultades públicas están determinadas individualmente, y todos
los problemas sociales se pueden reducir a soluciones biográficas. Esto es, “metas
colectivas tales como redistribución, salud pública, y el bien público más amplio no tiene
lugar en este paisaje de preferencias individuales” (Needham, 2004, 80). En cambio, la
teoría neoliberal y su práctica dan lugar al reemplazo del contrato social con un contrato
de mercado en el que los derechos políticos están estrictamente limitados, los derechos
económicos están desregulados y privatizados, y los derechos sociales son reemplazados
por el deber individual y la confianza en sí mismo. Junto con el empobrecido vocabulario
de privatización, progreso, y un materialismo exagerado que promete maximizar la
elección y minimizar los impuestos, el nuevo ciudadano-consumidor lucha por retirarse
rápidamente de las esferas públicas que consideran la crítica como un valor democrático,
la responsabilidad colectiva como fundamental para el ejercicio de la democracia, y la
profundización y expansión de las protecciones colectivas como legítima función del
Estado. Delimitado en gran parte por “la exagerada y bastante irracional creencia en la
capacidad de los mercados para resolver todos los problemas”, el ámbito público es
vaciado de los ideales democráticos, los discursos, y las identidades necesarias para
emprender importantes consideraciones tales como “cobertura universal de salud, sistema
de tránsito público, vivienda digna, ferrocarriles nacionales, protección subsidiada para
jóvenes y ancianos, y esfuerzos gubernamentales para reducir las emisiones de carbono.
La lista, por supuesto, no se agota” (Rosen, 2007). Por debajo de estos elementos de
racionalidad neoliberal se encuentra una práctica pedagógica, que alardea de sentido
común, producida, localizada y diseminada entre varias instituciones y centros culturales,
que se extienden desde el ruido estridente de las transmisiones radiales conservadoras a
los salones académicos y la pantalla cultural de los medios de moda.

Como clara forma de gobernabilidad, el neoliberalismo no sólo corrompió la democracia,


destruyó el Estado social [de Derecho], reforzó las condiciones para el surgimiento del
Estado castigo, y socavó cualquier noción viable de bien común, sino que también hizo
insensible a la cultura (Foucault, 1991, 87-104; Lemke, 2000; Ong, 2006). Las políticas
pública y privada de inversión en bienes públicos son desestimadas como “mal negocio”,
del mismo modo que la noción de protección de la gente de las desgracias de la pobreza,
la enfermedad o los golpes al azar del destino, es vista como un acto de mala fe. Los
compromisos a largo alcance son considerados una trampa y la debilidad es ahora un
pecado, castigada por la exclusión social. El mensaje estatal para la población
indeseable: la Sociedad ni te quiere, ni le importas, ni te necesita. Una forma
desenfrenada de darwinismo social ruge a través de toda la cultura, demonizando lo más
vulnerable, tratando la desgracia con desdén, y otorgando legitimidad a un ethos
ferozmente competitivo que ofrece altos premios a los ganadores mientras reproduce una
creciente insensibilidad ante el apremio y sufrimiento de los otros, especialmente aquellos
ahora considerados como superfluos en un mundo en el que los valores de mercado
determinan el valor personal. Hollywood y los Reality en la TV, entre otros sitios culturales,
hacen apología en nombre del entretenimiento, de los trasfondos ideológicos de una
política neoliberal de disponibilidad (Kashami, 2005). Definidas prioritariamente a través
de un discurso de carencia ante imperativos sociales de bienes de consumo,
responsabilidad personal, e hiper individualismo unido a un impulso hacia la
homogenización cultural, poblaciones enteras están expulsadas de los índices
relacionados con la moral. Ni definidas como productoras ni como consumidoras, están
consideradas como productos sin valor y dispuestas, luego, como [si fueran] “sobras del
modo más absoluto y efectivo: nosotros las hacemos invisibles al no mirarlas e
impensables al no las pensarlas” (Bauman, 2004, 27).

No es siempre fácil mantener desechables los cuerpos y las poblaciones, invisibles,


especialmente cuando los registros de clase y de raza se entremezclan con asuntos de
guerra, honor nacional y patriotismo. Un ejemplo obvio es cuando un joven negro y una
juventud morena tratan de escapar de la política de descarte, uniéndose al ejército con la
esperanza de lograr una capacitación laboral y alguna medida de seguridad económica.
Pero tales esperanzas están anuladas por su estatus [de soldados] como carne de cañón
herido diariamente por la violencia callejera, en las rutas, y en los campos de batalla de
Irak y Afganistán y las bolsas con cadáveres, los cuerpos destrozados, y los miembros
amputados.

EL LENGUAJE DEL NEOLIBERALISMO: MILITARISMO, COMPETITIVIDAD Y


VALORES COMERCIALES

En virtud de que los espacios públicos desaparecen bajo el peso de preocupaciones


comerciales y semi-privatizadas, nosotros perdemos esos espacios públicos en los que
los individuos acceden a un lenguaje para desarrollar identidades democráticas y valores
que no cotizan en el mercado tales como confianza, fidelidad, amor, compasión, respeto,
decencia, coraje y civilidad. Como el neoliberalismo reinventó la relación entre espacio y
capital, esto eliminó aquellas esferas públicas en las que los individuos pueden desarrollar
léxicos para la política en un mundo mercantil aparentemente apolítico y de crecientes
relaciones con las fuerzas armadas. Más aún, a raíz de que las fronteras entre cultura
popular e intereses comerciales colapsaron, los espacios públicos y los privados,
convertidos en mercancías, no proveen un contexto de consideraciones morales ni un
lenguaje para defender las instituciones sociales vitales como bien colectivo. Una
consecuencia es que el neoliberalismo, como una ideología y una práctica, representa la
inquietante victoria de las aspiraciones militares, el poder estructural y los valores
comerciales, sobre aquellas esferas públicas competitivas y sistemas de valores, que son
críticos para una sociedad justa y democrática. Por debajo del actual régimen neoliberal,
las esferas comercializadas parecen ser los únicos lugares disponibles en los que se
puede soñar con ganar una chance para vivir una vida decente o mediar en las difíciles
decisiones que a menudo hacen la diferencia entre vivir y morir.
Placeres mercantilizados, hiper competitividad, codicia, una creciente división entre ricos y
pobres, y un horrible sufrimiento entremezclado en una sociedad que dejó de
cuestionarse a sí misma, permitiendo que los asuntos públicos se disuelvan en un mar de
talk shows, anuncios, y cultura de la celebración. Temas importantes acerca de la política,
el poder, la guerra, la vida y la muerte, se tornan triviales y excluidos del discurso público,
mientras una cultura mediática dirigida por el mercado se esfuerza por complacer a sus
corporaciones de sponsors y por llamar la atención del público que convirtieron en
iletrado.
Las representaciones y los derivados de un ataque neoliberal sobre el imaginario
democrático están en todas partes. Como la sociedad castigada llena cada vez más sus
cárceles, prisiones y penitenciarías con alrededor de dos millones de personas (Davis,
2005; Manza y Uggen 2007; Western, 2007), en su mayoría gente pobre de color, el rol
del Estado castigo y el mundo público y privado de la cultura carcelaria están en extenso
dirigidos por los medios a través de su hábito de reportar noticias y entretenimiento, como
cuando la joven y célebre estrella Paris Hilton fue llevada a prisión por un corto tiempo en
el verano de 2007. La insensibilidad de la cultura también es evidente en las
representaciones visuales dominantes en la industria cultural.
Indiferente a la vergüenza nacional de más de nueve millones de chicos que no tienen
seguro de salud y de los millones más que viven en la pobreza, el informe de los medios
dominantes, sin comentario acerca de todos los aspectos de la existencia diaria, está
mediado por el lente de la mercantilización, y el propio sentido de la intención y la ayuda
está mediada en gran parte por la presunción de que en una sociedad de mercado el
mayor objetivo personal es hacer ganancia. Las historias abundan en la prensa y los
medios en relación con el estilo de vida de ricos y famosos, y la corporación de ejecutivos
se alzó como modelo de la cultura de los negocios, y sus aptitudes de liderazgo
ampliamente indexadas por los obscenos beneficios que reciben con frecuencia.
Abdicando su responsabilidad de participar en la formación de una ciudadanía
participativa e informada, los medios de comunicación dominantes ya no consideran
responsable al poder corporativo y al Gobierno. Por el contrario, funcionan como proclama
y poderosa fuerza pedagógica para legitimar la cultura del neoliberalismo y para crear el
ciudadano consumista. Ansiosos por ser recompensados por los ricos y los poderosos, es
difícil creer que los medios tengan otra meta excepto obtener ganancia para los
inversores. Esto se revela no sólo en el tipo de historias que relatan acerca de la política y
el poder, sino también en cómo definen qué incluyen como conocimiento, arte y cultura
popular.
Mientras tanto, el orden social se torna cada vez más despolitizado, eliminado de la esfera
social y produciendo una política que es banal, registrando poco o casi nada de la
indignación pública aun cuando un presidente en ejercicio miente para justificar una
guerra en Irak; socava las libertades civiles por medio de la creación de un programa que
autoriza el espionaje; suspende el habeas corpus con la aprobación de la Military
Commissions Act [Ley de Comisiones Militares](2) del año 2006; autoriza el secuestro de
los “enemigos del Estado” y el encarcelamiento en prisiones secretas, y desafía la ley
internacional encerrando los “combatientes enemigos” en Guantánamo, el Gulag (3)
norteamericano que simboliza nuestra hipocresía al reclamar por los derechos humanos y
la buena predisposición del gobierno de los Estados Unidos para abandonar cualquier
pretensión de proteger los derechos humanos, la Constitución norteamericana y la
democracia misma (Cole, 2003; Rose, Nicolás, 2006).
Como una forma de pedagogía pública de la opresión, la ideología neoliberal ha
transformado, especialmente en la segunda administración Bush, el significado de
libertad, de identidad, y la verdadera naturaleza de la gobernabilidad. Ahora, una
presidencia imperialista extiende los valores y prácticas del mercado a todas las
instituciones y relaciones sociales, creando una forma de política en la que la inseguridad,
la flexibilidad, la privación, la pobreza extrema, la enfermedad, y la hiper conveniencia, se
volvieron rutina. Los indicios están escritos menos en la historia de las teorías
económicas, que se extienden desde Adam Smith a Friedrich Hayck y Milton Fridman y a
pesar de que las influencias de tales ideas no deberían ser desestimadas, que en los
diversos detalles de la vida diaria que abarcan una representación de la política en la que
las elecciones más importantes –estructuradas en el interior de dinámicas irrestrictas de
inequidad, incertidumbre e inseguridad–están a menudo entre la vida y la muerte, entre
arreglárselas o recluirse en comunidades cerradas. Y más aún, detrás de las distorsiones
y la amnesia social yace una gama de problemas globales impulsados por una ilustre
corrupción corporativa y una fulminante inequidad de riqueza y recursos. Según Jeremy
Rifkin (2005):

Hoy, mientras las ganancias corporativas están en alza en el mundo, 89 países se


encuentran económicamente peor de lo que estaban en los comienzos de los 90. El
capitalismo prometió que la globalización achicaría la brecha entre ricos y pobres. Sin
embargo, la división se agrandó. Las 356 familias más ricas del planeta disfrutan de una
riqueza conjunta que ahora excede el ingreso anual del 40% de la raza humana. Dos
tercios de la población mundial nunca hicieron una llamada telefónica, y un tercio no
tienen acceso a la electricidad.

Los argumentos éticos y políticos en contra de las grandes inequidades que produce el
neoliberalismo, no asumen en EE.UU. la urgencia que debieran. Los temas económicos,
políticos y sociales ahora se mezclan en un mundo en el que las subjetividades y las
identificaciones se producen en gran parte a través de una política cultural en la que el
bien público y la justicia social están desacreditados porque no implican sólo una carga
financiera sino también la carga de lo íntimo, valores no transables, y compromisos a
largo plazo.

Es importante reconocer, en relación con lo que es nuevo acerca del neoliberalismo, su


habilidad para normar su colección de creencias esenciales y sus exitosos esfuerzos
pedagógicos para enseñar sus teorías y prácticas en una persuasiva noción de sentido
común. Mientras tanto, se las arregla para equiparar intervencionismo estatal con
monopolio, gasto e incompetencia, individualismo digno de un portarretrato y libertad
como conceptos estrictamente de mercado determinados como sinónimos mediante
elección, relaciones de mercado y democracia. Ahora el poder corporativo establece los
términos para la regulación estatal y permite que el desarrollo industrial se abandone a la
sabiduría del mercado mientras la acometida al gobierno monopólico se convierte en
revivido llanto neoliberal para liquidar todo remanente de Estado social [de Derecho].
Contra la mercantilización, la desregulación y la privatización de todo, las esferas
democráticas públicas desaparecen, y con ellas, todo vestigio de valores democráticos,
racionalidad y relaciones sociales.

NOTAS

1) Este artículo original ha sido enviado a la Dra. Adriana Puiggrós por el autor en 2007.
Traducción: Nora Minuchin y Elvira Romera. Edición: Cintia Rogovsky.
2) Impulsada el presidente George Bush (h), con la aprobación del Congreso y sin
ninguna protesta de los medios de comunicación corporativos, la ley Military Commissions
Act se sancionó en 2006 (MCA). La norma permite aplicar la ley militar por igual a los
ciudadanos y no-ciudadanos de EEUU y suspende derechos fundamentales como el de
habeas corpus para cualquier persona juzgada bajo el encuadre de “enemigo combatiente
ilegal”. Basta que una autoridad administrativa estadounidense le defina como tal, sin
necesidad de aportar pruebas. (N. de E.)
3) Acrónimo para Glávnoye Upravleniye Ispravitel'no-trudovíj Lagueréi, (Dirección General
de Campos de Trabajo), el sistema carcelario para prisioneros políticos de la Unión
Soviética stalinista. Se calcula que cerca de 50 millones de personas fueron encarceladas
en estos campos, pero el nombre recién se hizo conocido en Occidente tras la publicación
de Archipiélago Gulag (1973), de Alexander Solzhenitsyn (1918-2008). (N. de E.)

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