Hoy decidí regresar a la carretera que lleva a Fisterra. En el camino, a pocos kilómetros de la casa, me encontré con la impresionante playa de O Rostro. Con el paso del tiempo esta playa presenta un estado virgen, y aún hoy se mantiene a salvo de la intervención especulativa del hombre.
Hoy decidí regresar a la carretera que lleva a Fisterra. En el camino, a pocos kilómetros de la casa, me encontré con la impresionante playa de O Rostro. Con el paso del tiempo esta playa presenta un estado virgen, y aún hoy se mantiene a salvo de la intervención especulativa del hombre.
Hoy decidí regresar a la carretera que lleva a Fisterra. En el camino, a pocos kilómetros de la casa, me encontré con la impresionante playa de O Rostro. Con el paso del tiempo esta playa presenta un estado virgen, y aún hoy se mantiene a salvo de la intervención especulativa del hombre.
Hoy decidí regresar a la carretera que lleva a Fis-
terra. En el camino, a pocos kilómetros de la casa, me encontré con la impresionante playa de O Ros- tro. Con el paso del tiempo esta playa presenta un estado virgen, y aún hoy se mantiene a salvo de la intervención especulativa del hombre. Salvaje y pura, aquí sigo percibiendo la profundidad del mar que me acompaña en esta gran aventura. El agua, pura y cristalina se pierde en el arenal, dejándose mecer en un laberinto de sinuosas trazas. Pasé parte de la mañana perdido en este paraíso, sabía
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que tal vez nunca más volvería a pisar este lugar, y
quise empaparme de las sensaciones que estaba sintiendo. Sentado en una roca, hice un viaje al in- terior de mi mundo. Quería hacer balance de lo que estaban siendo los últimos años de mi vida, necesitaba hacer cambios importantes y anhelaba dejar, en este encuentro con la naturaleza más sal- vaje, asentados los pilares de una nueva etapa que ya estaba empezando a sentir. Mientras toda esta revolución de ideas y pensamientos centraban mi atención, nunca perdí la imagen que me ofrecía un entorno que me llenaba de paz. Desde la playa de O Rostro me dirigí en dirección a CEE, villa y cen- tro neurálgico de la actividad comercial de la zona. Aquí sólo pasé el tiempo necesario para comer y dar un corto paseo por la localidad. Nada de lo que ofrece CEE era de mi interés. Mi viaje era otro, necesitaba descubrir los paisajes más aislados y solitarios de A Costa da Morte, y estos solo po- día encontrarlos al otro lado de la civilización. Como el día anterior no pude visitar el pueblo de Fisterra, decidí seguir camino en dirección a Cor- cubión, donde hice una pequeña parada. Ya en
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Fisterra, paseé por el pueblo, el puerto, y entré a
visitar su moderna lonja. Aún hoy no consigo en- tender el sistema de subastas que utiliza esta gente para vender el preciado tesoro que roban cada jor- nada al mar. Alguien me dijo que la puesta de sol en cabo Touriñan es aún más impresionante de la que se puede presenciar en cabo Fisterra y, como tenía tiempo suficiente, me puse en marcha en di- rección a Cabo Touriñan, que se encontraba en dirección opuesta. Una vez más, el encuentro con las aguas de esta comarca me dejaba una estampa tan sobrecogedora como impresionante. El mar, los afilados acantilados y el viento muestran aquí toda la fuerza y bravura de la naturaleza. Después de dar un paseo por los alrededores del faro, y viendo que aún quedaba mucho tiempo para que Helios empezara su especial travesía por la tierra de Hades, decidí regresar a la playa de Lires y sen- tarme en la terraza que mira al mar. Mi sorpresa fue mayúscula al ver que empezaba a llegar gente y tomaba posición para presenciar una nueva puesta de sol sobre el Océano Atlántico. Llegué a
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la conclusión de que aquí cualquier lugar es exce-
lente para vivir un fenómeno tan impresionante. En silencio, y aún con las imágenes que acababa de presenciar en la memoria de mi retina, decidí regresar a la casa de turismo rural. Ésta sería mi última noche en Lires y Fisterra, mañana empren- dería camino en dirección a Laxe.