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The Old Dude’s Ticker (El Corazón del Viejo)

Stephen King y Edgar Allan Poe

Stephen King era “El Carbonizado” en 1982

En los dos años posteriores a mi matrimonio (1971-1972), vendí casi una docena de relatos a varias
revistas para hombres. La mayoría fueron compradas por Nye Willden, el editor de ficción de
Cavalier. Esos relatos fueron importantes suplementos para los magros ingresos que estaba ganando en
mis trabajos de doble turno, uno como profesor de inglés de colegio secundario y el otro como
empleado de La Nueva Lavandería Franklin, donde lavaba sábanas de motel. Aquellos no eran buenos
tiempos para los relatos de ficción de horror (No había habido realmente buenos tiempos para el
género de ficción en América desde que los cómics habían muerto), pero vendí una casi
ininterrumpida serie de los míos, nada mal para un desconocido escritorzuelo sin agente de Maine, y
como mínimo tenía la sensatez de estar agradecido.

Dos de ellos, sin embargo, no se vendieron. Ambos eran bazofia. El primero fue una moderna revisión
del relato de Nikolai Gogol “The Ring” (mi versión fue llamada “El Hechizo”, creo). Ese se ha
perdido. El segundo fue el que sigue a continuación, un relato demencialmente revisionista de “El
Corazón Delator”, de Poe. Pensé que la idea era natural: Un enloquecido veterano de Vietnam mata a
su anciano benefactor como resultado de un síndrome de stress post-traumático. No estoy seguro que
problema puede haber tenido Nye con él; me encantaba, pero lo devolvió con una breve nota “No Para
Nosotros”. Le di una triste mirada final, luego lo puse en una gaveta del escritorio y fui a por otra cosa
Yació en la mencionada gaveta hasta que fue rescatada por Marsha De Filippo, que lo encontró en una
pila de viejos manuscritos consignados en una colección de mi material en la Raymond Fogler Library
de la Universidad de Maine.

Estuve tentado de emparcharla, el slang de los setenta está bastante fuera de época, pero resistí el
impulso, decidiéndome a dejarlo ser como era entonces, parte sátira y parte afectuoso homenaje. Esta
es su primera publicación, y no hay mejor lugar que Necon, que ha sido la mejor convención de horror
desde su comienzo, popular, alentadora, y a buen tiempo por donde se la mire. Si leyéndolo te
diviertes la mitad de lo que me divertí escribiéndolo, ambos estaremos bien pagados. Creo. Espero que
algo de la febril intensidad de Poe se haga presente aquí… y espero que el maestro no esté dando
demasiadas vueltas en su tumba.

Steve King

Si... asustado… Estaba jodidamente asustado. He estado de esa manera desde que volví de Vietnam.
¿Lo entiendes? Pero no soy un “Sección Ocho”. Lo que pasó allá no me jodió la cabeza. Volví de
Vietnam con mi cabeza bien tranquila por primera vez en mi vida. Entiéndelo. Mis orejas son como
radares. Siempre tuve buen oído, pero desde Vietnam… escucho todo. Escucho a los ángeles en el
cielo. Escucho a los demonios en los pozos más profundos del infierno. ¿Así que cómo puedes decir
que soy algún tipo de jodido caso psiquiátrico? Escucha, te contaré la historia completa. ¿Crees que
estoy loco? Escucha que tan cuerdo estoy.

No puedo contarte como tuve la idea, pero desde que la tuve, no pude derribarla. Pensaba sobre ella
día y noche. No había realmente nada con que pincharla. No tenía ningún caso contra el viejo. Yo lo
entendía. Nunca se burló de mí o fue grosero. Sí, tenía pasta, pero no estoy interesado en eso. No
desde Vietnam. Creo que pudo haber sido su… si, su ojo. Jesús, como el ojo de un buitre. Azul pálido,
con cataratas. Y sobresalía. ¿Entiendes lo que estoy diciendo? Cuando me miraba, se me helaba la
sangre. Así de loco me ponía. Así que, poco a poco, me fui convenciendo de eliminarlo y librarme de
ese ojo para siempre.
Bueno, ahora entiende esto. ¿Tú crees que estoy loco, no? Y la gente loca no sabe nada. Ronda por ahí
con baba deslizándose fuera de su boca, apuñalando “espaldas mojadas” como ese tipo Corona, cosas
de ese estilo. Pero deberías entenderme. Deberías haber visto que tranquilo estaba. Estaba siempre un
paso adelante, hombre. Aventaja a ese viejo por nueve millas. Fui súper amable con él toda la semana
anterior a matarlo. Y todas las noches, cerca de la medianoche, giraba el picaporte de su puerta y la
abría. ¿Silenciosamente? ¡Más vale que te lo creas! Y cuando estaba lo suficientemente abierta como
para pasar mi cabeza, metía esta linterna de bolsillo con el vidrio totalmente tapado salvo por un
pequeño pedazo en el medio. ¿Me sigues? Entonces asomaba mi cabeza. Te partirías al ver cuan
cuidadoso era asomando mi cabeza. La movía realmente lenta, así que no podía despertar al viejo. Me
tomaba una hora, creo, meter mi cabeza lo suficientemente adentro como para poder verlo yaciendo en
su camastro. Así que dime… ¿Piensas que algún “Sección Ocho” sería capaz de lidiar con eso? ¿Eh?
¡Pero entiende esto! Cuando mi cabeza estaba en la habitación, encendía la linterna de bolsillo.
Lanzaba un único rayo y yo lo centraba en ese ojo de buitre. ¡Hice eso siete noches seguidas, hombre,
siete noches! ¿Puedes entender esa acción? Lo hice cada noche a la medianoche, pero el ojo estaba
siempre cerrado y no podía caerle encima. Por que era el ojo. Y cada mañana entraba a su dormitorio y
le palmeaba la espalda y le preguntaba como había dormido. Toda esa bosta de bondad. Así que creo
que ves que debería haber sido un tipo pesado para creer que todas las noches lo estaba chequeando
mientras estaba despierto. Así que entiéndelo.

La octava noche estuve incluso más calmado. El minutero en mi reloj avanzaba más rápido que de
costumbre. Y me sentía… filoso. ¿Sabes? Preparado. Como en Vietnam, cuando era nuestro turno de
patrullar de noche. Era como un gato. Me sentía colocado. Allí estaba, abriendo la puerta, poco a poco,
y el estaba yaciendo allí, probablemente soñando que bailaba con su nieta. ¡Quiero decir, él ni siquiera
sabía! ¿Gracioso? Mierda, a veces reía hasta gritar de sólo pensar en eso. Comencé a reírme de la idea.
Tal vez me escuchó, porque comenzó a removerse. Probablemente piensas que huí de allí, ¿no? De
ninguna manera. Su habitación siempre estaba oscura como el agujero del culo de un gato -siempre
bajaba las persianas porque le tenía miedo a los drogadictos- y yo sabía que no podía ver hasta la
puerta, así que seguí empujando para abrirla, un poco más cada vez.

Metí mi cabeza y estaba preparándome para encender la vieja linterna de bolsillo cuando esta golpeó
contra el filo de la puerta. El viejo se sentó en la cama, gritando “¿Quién está ahí?”.

Me mantuve quieto y dejé mi boca cerrada. ¿Lo entiendes? Durante una hora no me moví. Pero
tampoco escuché que se volviera a recostar. Estaba sentado en su cama, cagado de miedo, oyendo. De
la manera en que solía hacerlo yo algunas veces en Vietnam. Un montón de tipos acostumbraban a
hacerlo de esa manera, pensando que esos tipos de pijamas negros, arrastrándose a través de la jungla,
a través de la oscuridad.

Lo oí gemir, sólo un pequeño gemido, pero supe cuan asustado estaba. No era la manera en que gimes
cuando te lastimas, o la manera en que los viejos amigos a veces gimen en los funerales. Ah-Ah. Es el
sonido que haces cuando tu cabeza está totalmente jodida y te están empezando a saltar los circuitos.
Conocía ese sonido. En Vietnam, de noche, solía estar de esa manera a veces. No hay nada malo en
eso, muchos tipos estaban así. Ninguna “Sección Ocho” con respecto a eso. Sube de tus entrañas como
ácido, poniéndose peor en tu garganta, asustándote tanto que tienes que poner tu mano en tu boca y
morderla como una pata de pollo para evitar gritar. Sí, yo conocía el sonido. Sabía cómo ese viejo se
estaba sintiendo y sentí pena por él, pero, por dentro, también me estaba riendo. Supe que había estado
despierto desde el primer sonido. Asustándose más y más. Estuvo tratando, tú sabes, de alejarlo, pero
no pudo hacerlo. Estuvo diciéndose a sí mismo, “Era el viento alrededor de los aleros”. O tal vez un
ratón. O un grillo. Si, era un grillo” ¿Entiendes? Estaba tratando de calmarse con toda esa clase de
mierda. Pero no estaba bien. Porque La Muerte estaba en la habitación con él, ¡Yo! La Muerte estaba
olisqueando su vestido de noche de viejo, ¡Yo! Estaba sintiendo eso. No me veía o me escuchaba, pero
me sentía.
Después de esperar por un largo rato sin escucharlo volver a tumbarse, decidí iluminarlo. Así que
encendí la linterna y ese único rayo se disparó desde el vidrio enmascarado y aterrizó justo sobre ese
jodido ojo.

Estaba bien abierto y yo me enfurecía más y más con solo mirarlo. Miré cada detalle de él. Este
desvaído y polvoriento azul con esa gruesa porquería blanca sobre él que lo hacía ver como la
sobresaliente yema de un huevo poché. Me daba escalofríos, hombre, no puedo mentirte. Pero, mira,
no podía ver nada más de su cara o cuerpo. Porque enfocaba la linterna directamente en ese maldito
ojo.

¿Y no te dije que lo que llamas locuras es precisamente lo que me mantiene en contacto conmigo
mismo? ¿No te dije cuan nítida se había vuelto mi audición desde Vietnam? Y lo que vino hacia mis
oídos fue este leve, rápido ruido. ¿Sabes a que se parece ese sonido? ¿Has visto alguna vez un
escuadrón de Policías Militares en un desfile? Todos usan guantes blancos, y todos portan estas
pequeñas y cortas porras en sus cinturones. Y si uno de ellos saca su porra y comienza a golpearse la
palma de la mano, hace un sonido parecido a ese. Recuerdo eso de Vietnam, y de Fort Benning donde
me entrené, y del hospital donde me metieron después que volví a casa. Seguro, tenían Policías
Militares. Guantes blancos. Porras cortas. Golpeando esas porras cortas en esas palmas blancas…
blancas, como la catarata en el ojo del viejo. Sabía que era ese sonido, ahí en la oscuridad. No era
ningún golpea-cabezas militar. Era el corazón del viejo. Me ponía incluso más loco, igual que el batir
de un tambor haría a un soldado sentirse más bravo.

Pero todavía me mantenía tranquilo. Casi no respiraba. Sostenía firme la linterna. Trataba de ver cuan
firme podía sostener ese único rayo de luz en el ojo. Su corazón estaba latiendo cada vez más rápido.
Podía oírlo, ¿me estás entendiendo? Seguro que podía. Más rápido y más rápido, más fuerte y más
fuerte, sonaba como un regimiento entero de Policías Militares golpeando sus porras contra sus
palmas. ¡El viejo debía estar verde de miedo! Se hacía más fuerte ¿entiendes lo que estoy diciendo?
¡Más fuerte a cada segundo! ¿Me sigues? Te dije que estaba asustado, y lo estoy. Y en el medio de la
noche, en la reptante quietud de esa casa grande y vieja, ese sonido realmente me llegaba. Pero todavía
me contenía. ¡Se hacía más fuerte… más fuerte! Pensé que su corazón le iba a reventar. Y entonces
pensé: “¡Hey, entiende esto, los vecinos van a oírlo! Tienen que hacerlo. ¡Tengo que hacerle cerrar la
jodida boca!” Dejé escapar un grito y le arrojé la linterna y crucé la habitación como O. J. Simpson.
Gritó una vez, pero eso fue todo. Lo arrojé al piso y volteé la cama sobre él. Entiende lo que estoy
diciendo. Comencé a alegrarme de cómo estaban yendo de bien las cosas. Todavía podía oír su
corazón, pero ese no era el caso, de ninguna manera. Nadie iba a oírlo, con esa cama encima.
Finalmente, se detuvo. Empujé la cama a un costado y miré el cadáver. Si, estaba muerdo. Muerto
como una piedra. Puse mi mano sobre su corazón y la dejé ahí por cinco, diez minutos. Nada. Su ojo
no iba a molestarme nunca más.

Si todavía piensas que soy un “Sección Ocho”, analiza lo calmado que estuve deshaciéndome de su
cadáver. La noche estaba bien entrada, y yo trabajé rápido, pero en silencio. Silencio era la palabra
clave. ¿Comprendes? Silencio. Lo corté en pedazos. Le corté la cabeza y los brazos y las piernas.

Levanté tres de los listones de madera del piso del dormitorio y deposité sus pedazos bien abajo. Puse
nuevamente los listones tan cuidadosamente que ningún ojo en el mundo, si siquiera el suyo, podría
detectar algo fuera de lugar. No hubo nada que lavar, ni siquiera una simple mancha de sangre. Fui
demasiado astuto como para eso. Lo trocé en la bañera, ¿entiendes? ¡Ja! ¿Entiendes esa escena? ¡Ja!
¡Ja! Podidamente genial ¿no?

Para entonces eran las cuatro de la mañana, todavía oscuro como a la medianoche. Sonó el timbre de
la puerta. Bajé para abrir y me sentía bien. ¿Por qué no? Era la policía. Tres de ellos. Estaban
calmados. Uno de los vecinos había oído un grito.

Sonó como si alguien se hubiera cortado o algo así. El tipo llamó a la policía. No tenían orden de
cateo, pero ¿me importaría si daban una mirada por el lugar?
Me alegré. No tenía de que preocuparme ¿no? Les dije que entraran. El grito provino de mí, dije. Una
pesadilla. Tenía muchas de ellas. Veterano de guerra y bla – bla –bla. Lo estás entendiendo, puedo
verlo. Dije que el viejo se había ido a su casa de campo por un tiempo. Los llevé por toda la casa. Les
dije que miraran en cualquier lugar que quisieran. Sin transpirar. Después de un tiempo los llevé a su
dormitorio. Abrí su escritorio, les mostré que el efectivo que guardaba en la caja fuerte todavía estaba
allí. También su reloj, y el anillo de rubí que usaba a veces. Nada tocado, nada ni siquiera fuera de
lugar. Busqué unas sillas y les dije que se sentaran y descansaran sus pies. Yo, realmente, estaba
volando. Estaba colocado. Entiende esto, puse mi propia silla justo sobre el punto en que el viejo,
podríamos decir, se había hecho pedazos. ¡Ja! ¡Ja!

Los polis estaban satisfechos. Estaban recibiendo mis buenas vibraciones, creo. Se sentaron y empezó
el parloteo, donde había estado destinado en Vietnam; así que ahí; nosotros estuvimos allí; cuantos
años estuve allí; hombre, que mierda; ya conoces la escena. Fui todo lo bueno que se supone debe ser
un Boy Scout, valiente, respetuoso, alentador. Pero no pasó mucho tiempo hasta que empecé a
quebrarme y a desear que se marcharan. Mi cabeza me estaba empezando a doler, los oídos me
zumbaban. De la manera en que me sentía cuando me mandaron de regreso, de regreso a ese hospital.
Fatiga de combate, dijeron. ¡A la mierda con eso! Y ellos sentados allí, me refiero a los polis,
parloteando. Dong Ha, Saigón, Da Nang, toda esa basura escalofriante. El zumbido en mis oídos se
hacía más agudo. Más agudo. Hablé más y más para librarme de él, pero se me estaba viniendo más y
más encima, más y más como… como si no estuviera para nada en mis oídos.

Podía sentir que empalidecía. Pero hablaba incluso más rápido, y más alto, también. De todas maneras
el sonido se hacía más fuerte. Era un sonido bajo, rápido… como un montón de Policías Militares
golpeando sus porras contra sus palmas enguantas en blanco. Estaba teniendo problemas para
conservar la respiración, pero los polis no parecían notarlo. Hablé más rápidamente, pero el sonido se
puso peor. Todo un batallón de Policías Militares ahora… ¡whap! ¡whap! ¡whap! ¡Jesús! Empecé a
discutir sobre toda clase de pequeñeces con ello, que colina estaba allí, quien comandó que cosa, no
sé. El sonido todavía empeoraba. ¿Por qué mierda no se marchaban de una vez? Empecé a caminar
nerviosamente por el piso, atronando arriba y abajo, como si algo que alguno de los polis hubiera
dicho me hubiera molestado, pero el ruido se hizo peor. ¡Oh, Cristo! ¿Qué podía hacer? Me enfurecí.
Los insulté. Les dije que sus madres eran prostitutas, y sus tíos también eran sus padres. Comencé a
refregar la silla en la que estaba sentado, haciéndola rechinar sobre las tablas, pero todavía podía oírlo
a pesar de todo el ruido que yo estaba haciendo. Un carnoso, pulsante sonido, como porras golpeando
contra palmas cubiertas con guantes blancos de algodón. ¡Se hacía más fuerte, más fuerte, más fuerte!
Y los policías continuaban sonriendo y hablando mierda. ¿Tú crees que tal vez ellos no lo escuchaban?
¡Dios! ¡No, de ninguna manera! ¡Ellos lo escuchaban! ¡Ellos sospechaban! ¡Ellos sabían! ¡Ellos se
estaban burlando! Lo pensé entonces y lo pienso ahora ¡Nada podía ser peor que la manera en que me
sonreían! ¡No podía soportarlo! ¡Si no gritaba me moriría! Y todavía podía escucharlo, Policías
Militares, como los que estaban destinados en el hospital, el hospital donde me llevaron luego de que
estrangulé al teniente, el lugar del que me escapé. Policías Militares, millones de ellos; porras,
golpeando, golpeando, más fuerte, más fuerte; guantes blancos de algodón, ese sordo, rápido, carnoso,
fuerte sonido.

“¡Deténganlo!” les grité, “¡Deténganlo! ¡Lo admito! ¡Yo lo hice! ¡Levanten las tablas! ¡Aquí, aquí!
¡Es su corazón! ¡Es el latido de su horrible corazón!”.

Declaración tomada el 14 de agosto de 1976. La investigación confirmó que el sospechoso, quien se


hacía llamar Richard Drogan, es de hecho, Robert S. Deisenhoff, quien escapó del Hospital de
Veteranos Quigly (Ohio) el 9 de abril de 1971.

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