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DIMENSIÓN MÍSTICA

Vida mística. La fase de la vida mística no se distingue de la oración mística, aunque esto no
significa que el fenómeno místico pueda ser abarcado totalmente por ella; el paso a esta fase se
caracteriza por la purificación pasiva en la Noche Oscura, una aridez tanto en la vida ordinaria
como en la oración: la persona no encuentra gusto o consolación en las cosas de Dios, se cree no
servir al Señor y no se puede meditar discursivamente.
El paso a la vida mística se caracteriza por el distanciamiento de los sensible para ir en
busca del mundo de lo escondido y lo substancia, aquí la intuición de la diversidad de las cosas
de este mundo comienza a buscar la unidad absoluta y trascendente, al Uno. Al objeto místico
corresponde una conciencia mística, propia de quienes pasan del mundo sensible a la realidad
trascendente, a la que se llega a través de un esfuerzo de purificación y superación de la
conciencia ligada a los sentidos y a la actividad racional, esta conciencia implica un
conocimiento diverso: simple, intuitivo, personal e incomunicable por medio del lenguaje
común y es parecido a la percepción estética, por lo que al Absoluto se le designa con términos
como ser, bondad, amor, belleza…; además hay que decir que la conciencia mística no se reduce
a conocimiento, sino que se trata sobre todo de la unión existencial con el Absoluto, vivida a
nivel ontológico.
Tipología de la vida mística. No existe una definición formal y unívoca de la vida mística,
pues esta comprende sí un aspecto objetivo, pero también uno subjetivo. En general, la vida
mística centrada sobre el objeto, concibe al Absoluto como la substancia del universo, por su
parte, la mística centrada sobre el sujeto le percibe como el objeto del que el sujeto depende
según el modo en que lo concibe y con el que guarda una relación basada preferentemente en
las actitudes interiores. Tipología de la mística cristiana. La mística cristiana se diferencia
profundamente de la general, pues el Absoluto al que tiende la aspiración mística se muestra
como personal, trascendente, íntima y dinámica, porque Dios comunica al sujeto su propia
Persona.
Las vías de la interioridad. No hay diferencia entre la búsqueda del Absoluto y el proceso
de interiorización, sino que tienen un mismo centro: Dios, con quien el alma guarda una relación
interpersonal llegando a su plenitud en Cristo. En la conformación con Cristo, único Mediador,
se esconden todos los tesoros de sabiduría y conocimiento, en él llega a plenitud la Alianza
esponsal. En la mística apostólica se realiza la unión con Cristo redentor, cuya misión se
prolonga en la Iglesia a través del apostolado, se trata de una vida impregnada de una
participación afectiva y efectiva de la acción de Dios en el mundo.
Aún con la variedad de formas que puede adquirir la vida mística hay una actitud mística
fundamental, el abandonar la subjetividad de la propia aprehensión espiritual para acceder a la
percepción desde Dios, de quien se alcanza un conocimiento confuso y general más allá de
conceptos y símbolos.
La oración mística. Oración en la que el cristiano experimenta a Dios mediante la
percepción de su presencia activa en el alma. En efecto, en la oración de quietud, desde la
psicología, el cambio más notable en la forma de orar ocurre en la pasividad de la voluntad, aquí
la mente entra en el misterio de Dios por acción de la gracia, que mueve a la persona desde lo
más profundo de sí hacia el gozo en Dios, lo que trae como consecuencia un recogimiento
profundo y una repugnancia en la que la persona siente no orar a pesar de hacerlo.
En la pasividad ocurre en el alma un doble movimiento en donde el proceso místico es
invertido al normal, pues primero la voluntad es movida por el Espíritu Santo y el intelecto
iluminado directamente, pero luego es el intelecto discursivo el que se aplica al misterio,
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además, no se trata de que en el primer momento haya ausencia de operaciones mentales, sino
de que la iniciativa pertenece a Dios tanto al inicio como al final, lo que ayuda a adquirir sentido
de gratuidad del amor de Dios. Otra característica de la pasividad es la novedad, se vive una
nueva relación intencional con Dios como nuevo modo de conocimiento afectivo y cognitivo, en
el primero se experimenta la relación con Dios en su presencia en lo más íntimo de la persona
que provoca una infusión de amor, nueva fuerza y esperanza, en el segundo, se tiene un
conocimiento general y confuso de Dios.
Naturaleza teológica de la oración mística. Como se ha dicho, la vida mística posee una
modalidad subjetiva que constituye un problema al momento de definirla, al respecto la
doctrina dominica menciona que desde la Escritura el contacto espiritual con Jesús se atribuye
al Espíritu Santo, cuya acción se verifica en la vida contemplativa y en la vida apostólica. Aunque
todo cristiano recibe la caridad al participar de los dones del Espíritu Santo, no todos llegan a
experimentar la pasividad propia y la acción de Dios, ello implica cierto tipo de conocimiento
que pertenece a pocos, lo que no significa que sea un don extraordinario, aquí se relacionan dos
elementos, el psicológico y el teológico, el primero insiste en la modalidad de la conciencia vivida
por los místicos y el segundo sobre la substancia de la vida mística.
El paso a la contemplación. La oración discursiva se caracteriza por los procesos
mentales que se mueven de la superficie al centro, de los sentidos al conocimiento intelectual y
a la voluntad, sostenido por la gracia, mientras que la contemplación se caracteriza por la
pasividad y simplificación de los procesos mentales, va del centro donde habita Dios y se
extiende hacia afuera, el paso de aquella a esta implica la desestructuración del proceso mental
e implica un período de turbación profunda donde la conciencia no encuentra una percepción
firme, por lo que hay sufrimiento físico al sentirse impedido e impotente para aplicar la
inteligencia a los misterios, y sufrimiento moral, donde el alma se juzga frívola y alejada del
Señor. Además, la imaginación, inteligencia y voluntad viven una libertad sin significado preciso
al no encontrar materia para ejercer su actividad propia.
El paso de la contemplación a la oración mental es típico de la búsqueda espiritual del
Medioevo y hay tres signos que indican cuando renunciar a la meditación activa: cuando ante el
pensamiento o la palabra se experimenta disgusto, cuando sintiendo o captando cualquier cosa
no se siente placer alguno y se experimenta crecer el hambre de Dios. Existe una oposición total
entre meditación y contemplación, pero también hay verdadera continuidad, pues es el único
diseño de Dios, el paso de una a otra puede darse de dos formas, bien como un cambio total o
en alternancia.
Acto místico. Para captar mejor la naturaleza de la contemplación se necesita
confrontarla con la luz de la fe, pues si bien, aquella da al alma una forma particular de percibir
la realidad desde Dios por la presencia activa del Espíritu en el alma, la luz de la fe permite
percibir la realidad espiritual y formular juicios evangélicos descubriendo el auténtico sentido
de Dios y de los misterios de la salvación.
Los místicos conocen a Dios por una intuición intelectual imperfecta de la esencia divina
provocada por el acto místico por el que se adhiere afectivamente a su objeto, aunque aclarando
que no es Dios mismo, sino Dios a través de la mediación de su relación vital con el alma humana,
por esto mismo, el amor tiene una función importante en la unión contemplativa, es el principio
de unión interpersonal entre el alma y Dios, esto comporta un sentimiento de presencia de las
tres divinas Personas.
La articulación del conocimiento y del amor en la experiencia espiritual no es uniforme
en la experiencia mística, pues los procesos de la vida elevada presuponen la desestructuración

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del proceso mental ordinario, con todo, la vida mística lleva al recogimiento hacia el interior del
alma, lo que la conduce a la unión interior por el descubrimiento de su naturaleza original como
imagen de Dios. Esta experiencia mística es vivida como experiencia de una presencia personal
total ofrecida al conocimiento y al amor, pero requiere del esfuerzo total del místico con todo lo
que es; a partir de esto es que surge un lenguaje simbólico.
Percepción del misterio. La operación mística en relación al conocimiento de Dios es la
percepción vital del Misterio de salvación, la participación y percepción de una realidad
espiritual y viva al alma, una relación vital con el Dios salvador que se manifiesta en Cristo, esto
lleva al místico a un sentido de grandeza como hombre creado a imagen de Dios en Cristo.
La manifestación de los misterios. Solo el alma que busca la unión con Dios puede gozar
de las noticias de Dios porque es la unión la que transmite las noticias y el misterio central que
se conoce es el de la Encarnación redentora, pero para entrar en el conocimiento concreto y
transformador es necesario participar de los sufrimientos de Cristo, tener experiencia de la
pasión, y el alma, desea penetrar en el conocimiento de Dios, pues ella es la esposa, cuya creación
radica en el amor de Dios, por ello mismo la humanidad pertenece al misterio de la Encarnación,
donde se manifiesta el amo divino.
Psicología de los místicos. La vida mística se acompaña de fenómenos paranormales que
dan testimonio de tensiones psicológicas, además, parece eliminar los procesos sensibles
normales. El proceso de purificación. El alma ocupada en la adhesión a Dios opera sin tener
mayor necesidad de la participación de los sentidos, en la noche del espíritu el uso del intelecto
es purificado y sometido por la voluntad a la luz de la fe, la memoria abandona el apoyo en la
vida espiritual pasada para apoyarse en la misericordia divina y la voluntad se purifica a través
de la caridad.
Los fenómenos paranormales. Estos fenómenos no tocan la esencia de la vida mística
cristiana y no pertenecen a ella exclusivamente, y aún cuando no se puede negar la posibilidad
de la intervención directa de Dios en estos signos extraordinarios, siguen siendo secundarios,
ambiguos y peligrosos, de hecho, desaparecen y disminuyen en la vida espiritual más elevada.
La mayor parte de los fenómenos psicosomáticos se deben a la autosugestión o disrupción de la
conciencia.

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