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Introducción
En el proceso de construcción/reconstrucción de los Estados nacio-
nales latinoamericanos, durante el siglo xix, se desplegaron diferentes
formas de representar a la nación y a sus habitantes, que dan cuenta de la
manera como se intentó establecer el orden republicano. Las imágenes y
conceptos que se emplearon para aludir a los diversos pobladores de las
nacientes repúblicas dan indicios de las prácticas a través de las cuales se
diseñaron estrategias de inclusión o marginación social particulares.
En el presente trabajo se estudiarán tres de los conceptos principales
que se utilizaron para representar a los pobladores en el siglo xix en Co-
lombia: raza, historia y civilización, analizando cómo tales conceptos
operaron en la definición de subjetividades y funciones particulares para
grupos sociales y culturales específicos. El interés concreto es examinar
el proceso de configuración de un modelo de representación sobre los
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habitantes del territorio nacional a través del cual se otorgó un lugar difer-
enciado a ciertos individuos y comunidades en la historia y en la cultura
nacional, de acuerdo con su pertenencia racial, regional, religiosa, política y
social. Para tal fin se analizarán algunos de los escritos de Miguel Antonio
Caro, teniendo en cuenta tanto las representaciones de los pobladores que en
ellos se desplegaron, como los medios a través de los cuales circularon. Así
no sólo se estudiarán los textos de este autor sino, en la medida de lo posible,
las polémicas dentro de las cuales se desarrollaron.
El escrito está dividido en tres partes: en la primera, se hace una reflex-
ión sobre los conceptos de raza y civilización; en la segunda, se elabora una
aproximación hacia la manera como Caro configuró la idea de una historia
nacional, y, en la tercera, se especifica cómo este autor constituyó la imagen
de un tipo nacional por excelencia que tenía como complemento una repre-
sentación de los grupos marginados a partir de la cual se legitimaron ciertas
prácticas de integración social como las misiones2.
2 Algunos de los borradores del texto que aquí se presenta fueron discutidos en el seminario sobre
Miguel Antonio Caro realizado en el Instituto Pensar; mi reconocimiento a todos los participantes
por sus observaciones y sugerencias. Agradezco a María Camila Díaz Casas por los comentarios
realizados al texto así como por el apoyo en la investigación documental. Mi gratitud también a
Miguel Ángel Urrego por la revisión general de la última versión del texto.
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3Miguel Antonio Caro, “La raza latina”, en Obras completas, t. i, Bogotá, Instituto Caro y
Cuervo, 1962, pág. 734.
4 “Gobineau dividió la variedad humana en tres ‘razas’: la brutal, sensual y cobarde ‘raza de los
negros’; la débil, mediocre y materialista ‘raza de los amarillos’ y, por último, la ‘raza blanca’, in-
teligente, enérgica y llena de coraje” (Hering Torres, 2007: 16). En relación con la apropiación
de estas ideas en Colombia véanse Safford, 1991, y Arias Vanegas, 2005.
5 Caro, op. cit., pág. 737.
6 Ibíd., pág. 735.
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8 “La raza latina”, El Tiempo, 18 de julio de 1871, año x, núm. 482, trimestre 1.
9 Ibíd.
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10 Ibíd.
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11 En 1881, el gobierno nacional conformó la Comisión Científica Permanente que tenía como
objetivo recorrer el país para completar el trabajo iniciado por la Comisión Corográfica. Para
tal fin se encargó al argelino Manuel Manó como director y a Jorge Isaacs como secretario. La
Comisión fue desintegrada a un año de iniciadas sus labores debido a que Manó resultó ser, al
decir de algunos, un embaucador con el cual el resto del equipo tuvo grandes diferencias y dados
tales sucesos el Secretario de Instrucción Pública decidió poner fin a la Comisión y, por tanto,
rescindir el contrato que tenía con Isaacs. En un principio el autor de María fue comisionado
para recorrer los estados de Magdalena y Bolívar, sin embargo la cancelación temprana de su
contrato hizo que sólo pudiera cumplir su cometido en Magdalena. Isaacs realizó sus estudios
en dicha región entre septiembre de 1881 y agosto de 1882 prestando especial atención a las
tribus indígenas que habitaban la Guajira, la Sierra Nevada de Santa Marta y la denominada
Serranía de los Motilones. El presente texto se basa en la siguiente edición: Jorge Isaacs, Las
tribus indígenas del Magdalena, Bogotá, Sol y Luna, 1967. (El original fue publicado en Anales de
Instrucción Pública, 1884).
12 Ibíd., pág. 11.
13 Ibíd., pág. 160.
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winiana, que interpretaba la evolución del hombre como una escala de perfec-
cionamiento que avanzaba desde un estadio animal hacia uno humano cada
vez más apto. El querer ver en un pictograma indígena el eslabón perdido era
algo difícil de comprobar, pero tal afirmación no era uno de los elementos
centrales del texto de Isaacs; sin embrago, Caro utilizó dicho pasaje como
uno de los ejes sobre los cuales construyó su polémica con el autor de María,
tanto así que, como ya se mencionó, su artículo se titulaba El darwinismo y
las misiones.
Para este político conservador era deplorable ver a un poeta convertido
en un seguidor de Darwin que admitía que el hombre provenía de un mono.
Los argumentos que Caro utilizó en esta ocasión para refutar a Isaacs com-
prendían tanto elementos morales como una crítica que apelaba a saberes
distintos, entre ellos la biología y la psicología:
14 Miguel Antonio Caro, “El darwinismo y las misiones”, en Obras completas, t. i, op. cit.,
pág. 1.064.
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dose —en este caso— en saberes más cercanos a las ciencias del espíritu que a
las ciencias naturales, reconocía la existencia de diferentes estadios de civi-
lización de acuerdo con el grado de complejidad que cada sociedad tenía:
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En lo referente al problema del origen del hombre los dos autores tenían
posiciones radicalmente distintas: Isaacs era evolucionista y Caro monogeni-
sta. Lo interesante es que a pesar de estar ubicados en posiciones opuestas con
respecto a este tema y de adscribir a tradiciones políticas enfrentadas (Caro
era conservador e Isaacs liberal), la noción que tenían sobre el concepto de
raza, apenas si se diferenciaba: para Caro, Isaacs era originario de las razas
del mundo antiguo mientras que los indígenas del Magdalena eran hombres
americanos, pero eso no los hacía físicamente distintos, sino culturalmente
diferentes; Isaacs, por su parte, prácticamente no utilizó en su texto el con-
cepto de raza más que para referirse a algunos rasgos físicos particulares de los
indígenas de la Sierra, pero tal concepto no estaba necesariamente asociado
al grado de civilización que se le atribuía a dichos indígenas. Para uno y otro
autor los indígenas del Magdalena eran salvajes, no por sus características
físicas sino por unas condiciones históricas y sociales particulares.
Ahora bien, aunque Caro suponía la superioridad de la civilización oc-
cidental sobre las civilizaciones indígenas, concebía al interior de la primera
una diferenciación, también jerarquizada. En el texto La nueva civilización,
publicado en 1875 en El Tradicionalista, nuestro publicista discutía el con-
cepto de civilización en el seno de una polémica entablada alrededor de un
artículo publicado en el Diario de Cundinamarca cuyo tema central era la
situación política en Ecuador:
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Para Caro existía una civilización verdadera que era la católica y una
falsa que era la moderna heredera del protestantismo. Desde esta perspec-
tiva el concepto de civilización era adjetivado transformando su significado:
la falsa civilización se equiparaba a la barbarie en tanto se había desviado
del camino al perder a Jesucristo como fundamento. En este sentido Caro
no tenía una visión estrictamente lineal y progresiva de la historia, sino que
asumía que en algún momento se podía retroceder hacia la barbarie. En todo
caso se suponían unos estadios de civilización inferiores y otros superiores,
pero la permanencia en los segundos no era automática sino respondía a la
posibilidad de mantenerse en la civilización verdadera que llevaba hacia un
progreso moral:
19 Miguel Antonio Caro, “La nueva civilización”, en Obras completas, t. i, op. cit., pág. 625.
20 Ibíd., pág. 628.
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21 Para una reflexión sobre el debate decimonónico en torno a la idea de progreso en Colombia
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30Al respecto Caro afi rmaba que “[l]a religión católica fue la que trajo la civilización a nuestro
suelo, educó a la raza criolla y acompañó a nuestro pueblo como maestra y amiga en todos tiem-
pos, en próspera y adversa fortuna” (“La religión de la nación”, en Obras completas, t. i, op. cit.,
pág. 1.044.
31 Caro, “La Conquista”, op. cit., pág. 33.
32Miguel Antonio Caro, “El 20 de julio de 1810”, en Artículos y discursos. Bogotá, Iqueima,
pág. 176.
33 Caro argumentaba que “en cuestiones históricas la verdad está antes que la oportunidad”, de-
fendiendo su posición de cuestionar la fecha del 20 de julio con base en una investigación rigurosa
sustentada en documentos.
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34 Miguel Antonio Caro, “Historia novelesca”, en Artículos y discursos, op. cit., pág. 204.
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42 Para un análisis de la manera como Caro concibe el genio hispano véase Jaramillo Uribe,
2006: 67-70.
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43 Miguel Antonio Caro, “Memorias histórico-políticas del general Posada. Ojeada a los orí-
genes de nuestros partidos políticos”, en Artículos y discursos, op. cit., págs. 246–284.
44 Caro se preguntaba incluso cuán distinta habría sido la suerte de nuestro país si en 1821 Na-
riño hubiese sido elegido como vicepresidente y Santander hubiera sido destinado a la campaña
peruana.
45 Ibíd., pág. 268.
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Ellas son [las tribus del Estado del Magdalena] la sangre rica y
sana de aquella región de Colombia, son germen valiosísimo y
obligado de toda prosperidad allí; y un absurdo y caro sistema de
administración, socaliñas fiscales, torpes abusos, vicios que los
mercaderes importan y estimulan; las irritan, las embrutecen y las
envenenan. Si no se acude muy pronto a combatir el mal, trans-
curridos cuarenta o cincuenta años, casi toda la antigua Provincia
de Santamarta será desierto terrible, dominio de indígenas ya
implacables y feroces (Isaacs, 1967: 12).
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Los indígenas del Caquetá eran, en este caso, bárbaros y salvajes por
la degradación moral en que vivían, y eran signo de ésta unos sentimientos
de familia viciados y la falta de censura sobre lo que Bucheli consideraba
crímenes. El remedio que el articulista de El Precursor de Pasto y Caro pro-
ponían era el restablecimiento inmediato de las Misiones, proceso que se
estaba implementando para la época en que Caro publicó su artículo (1887)
gracias a algunas cláusulas estipuladas en el Concordato firmado entre la
Iglesia y el Estado.
Tal propuesta apuntaba a entregar los territorios en que habitaban las
tribus bárbaras a los misioneros para que ellos se encargaran de establecer allí
un régimen civil y una vez alcanzado el orden, a través de la evangelización
y la reducción a la vida social, se implementaran en tales comarcas las leyes
generales.
Isaacs, en cambio, hacía un llamado a que el Estado tuviera mayor
injerencia en regiones como la Guajira, la Sierra Nevada y la Serranía del
Perijá enviando administradores cultos, filántropos, etnógrafos, arqueólogos
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y hasta misioneros con el fin de vigilar y regular las relaciones que algunos
funcionarios, comerciantes y colonos establecían con los indígenas y que, por
lo general, estaban en detrimento de éstos últimos.
Así, Caro e Isaacs coincidían en la representación que hacían de los
indígenas como salvajes debido a las condiciones históricas y sociales en que
se encontraban y en la necesidad de integrarlos a la sociedad nacional. Sin
embargo la interpretación que hacían sobre las causas de su barbarie y las
propuestas que tenían para llevar a cabo el proceso de integración iban por
vías distintas: mientras Caro creía que la interrupción de la labor civilizadora
de las misiones era la que los había degradado moral y socialmente y que en
consecuencia sólo las misiones podrían ubicarlos en el camino de la civili-
zación, Isaacs culpaba a la violencia de la Conquista, la soporífera inercia de
la Colonia y la zozobra de la República, de su precaria situación y clamaba
por la intervención del Estado y de diferentes tipos de expertos para conseguir
la prosperidad de ellos mismos y de la región del Magdalena.
En última instancia la polémica de Caro con Isaacs tenía que ver tam-
bién —como en su discusiones sobre la Conquista y la Independencia— con
lo concerniente a la interpretación del pasado y la legitimación de las políticas
presentes: si la interrupción de la labor civilizadora de los misioneros era la
que había regresado a estos grupos a la barbarie en que se encontraban antes
de la Conquista, sólo su reanudación los encaminaría de nuevo a la civili-
zación; si por el contrario estos grupos estaban en un estado de civilización
mayor antes de la llegada de los españoles y la Conquista, la Colonia y la
República los habían degradado, sólo la implementación de políticas inéditas
permitiría ponerlos en la senda del progreso.
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Fuentes impresas
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