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TRIBUNA:NOTICIAS DE ABAJO / 7
Algo de eso había proclamado Cristo en la cruz, "No saben lo que hacen",
mientras que Sócrates había gastado su vida en insistir en el punto
complementario, "Se creen que sí lo saben" (nadie hace mal sabiendo que haga
mal); y es además casi una trivialidad, eso de que se hacen cosas sin saber lo que
se hace, que cualquiera del pueblo llano podía haberlo dicho en cualquier
momento de descuido. Pero ahí está la gracia de los descubrimientos
verdaderos: en decir lo que la gente diría si se la dejara hablar (esto es, si no se la
convirtiera en individuos, o sea idiotas, que sabe cada uno lo que sabe), sólo que
poniendo, como Freud, una apasionada constancia en llegar, a través de una
riqueza de observaciones despiadadas sobre los prójimos y sobre uno mismo, a
formular la evidencia por una precisión hiriente, que pueda rasgar el velo de las
ideas particulares con que informa Dios las almas.
Lenguaje popular
¡Cómo no vamos a guardarle a Freud especial agradecimiento los que tanto
hemos usado esa evidencia para ponerla en relación con el lugar donde yace el
lenguaje mismo popular, la razón común, que permite que hablemos sin
necesidad de pararnos a saber cuáles son las organizaciones sintácticas de frase
que empleamos ni con qué reglas se combinan los fonemas para formar las
palabras que nos salen!
Gracias a esa despreocupación (imagínese usté que tuviera que andar pensando
la fonémica y sintaxis de cada improperio que pronunciara, que no tiene usté ni
idea, macho) podemos hablar de las cosas libremente, para decir las más de las
veces, es cierto, las idiocias que está mandado, pero de vez en cuando, no: de vez
en cuando, dar acaso con la fórmula de poesía feliz que ruede por muchas bocas
y oídos al servicio de la gente, o dar con razonamientos que rasguen, como los de
Freud, el velo de las mentiras en que el Poder, estatal y personal, se asienta, y
descubran por vislumbre algo de lo que late por debajo, lo que cualquiera sabe y
nadie dice, porque... ¡cualquiera sabe!, ¿verdá usté?
Con eso se ponía en obra la doble operación de hacer el habla placentera, con el
placer de lo exacto y ordenado (placer análogo, sólo que más primitivo, al que
nos dan los números) y, a la vez, hacerla descubridora: descubridora, lo primero,
del tiempo, de esa cárcel y cadena a que están las vidas humanas condenadas;
que ya con el solo latido rítmico de la voz por debajo de las palabras o razones,
esa condena del tiempo, que en la vida corriente se oculta al venderse como
natural, se insinuaba poderosamente y se revelaba; a la par luego con ese latido y
por él constantemente inspiradas, podían las palabras o razones dar de vez en
cuando con fórmulas del sentido que hicieran temblar las ideas dominantes y
revelaran por la herida algo de la mentira de nuestro mundo.
Hechizo de la poesía
Sueno, pues también de esa gracia de la poesía (y peligro acaso para el Orden
establecido) ha querido privarlo a usted el Señor en su progreso: lo que le venden
a usted por poesía es, ya sabe, una cosa liberadá (siga V. aprendiendo lo que es
libertad, amigo) de los números del ritmo, que, sin haber sonado, nace ya escrita,
destinada a no sonar nunca (ya oye lo que pasa cuando se la quiere hacer sonar a
la fuerza, en medio de las letras de canciones para masas, que ya usted oye a lo
que suenan, las muy cabronas) ni a jugar para los corazones de la gente el juego
mortal del tiempo: en su texto, pasar no pasa nada: se dicen cosas y apenas
pretende distinguirse de otros textos literarios por lo semántico, ciertas
imágenes, agudezas evocativas o tímidas figuras retóricas que parezcan menos
propias de artículos o novelas. En suma, se le ha dado el cambiazo de aquel juego
por esas dos cosas que, no sin su razón, van juntas: la fe en el significado y la
creencia en la persona; por ejemplo, la del poeta, cuyo nombre sepulta la poesía,
como lápida inmortal con que el Señor va, en la Historia de la Literatura, a
premiarle por su servicio de falsificación y conformidad.
Una de las formas de la poesía era aquel artilugio del teatro, que hoy, al igual que
todo lo demás, encuentra usted muerto en mera literatura, montando todavía a
la tablas trabajosamente (porque es parte también de la Cultura, ésa que a la
gente corriente no le sirve de nada, pero al Estado y Capital de tanto), para sobre
ellas exponer asimismo algún significado, argumento, mensaje, idea o genialidad
expresiva (del pobre autor o del potente metteur en scène, da igual), o sea lo
mismo que podía usté haber mucho mejor recibido leyéndoselo en su camita; en
fin, cualquier cosa que ocupe el puesto de aquello de que le han privado y que era
toda la gracia del juego teatral, el ritmo peculiar de la acción, dramática, otra vez
el juego mortal con y contra el tiempo, que, al presentar aritméticamente
exagerado lo automático y contado y medido de los pasos y las pasiones y las
mudanzas de las máscaras personales y el silabeo de sus palabras, revelaba por
lo bajo (sin necesidad de significarlo) el automatismo de los movimientos de la
vida, la cadena y esclavitud de las horas y los días, que en la vida cotidiana le
vendían como naturalezas o naturalidad y libertad personal de usted; y así, al
revelar la servidumbre, producía en el público aquel aliento de liberación que en
la pedantería reinante seguía citándose con el nombre de kátharsis con que
Aristóteles aludiera a ello.
Presentar a los hombres danzando como títeres, movidos por maquinaria y por
los hilos de lo alto, era lo que ya desde antes de Homero se hacía con los
muñecos grandiosos de la epopeya y lo que luego se seguía haciendo en la
tradición teatral viva, lo que en las más humildes celebraciones de los cómicos
ambulantes se ofrecía: títeres para el pueblo: revelación, venganza y liberación,
por medio de la imitación rítmica de las acciones y movimientos.
Catarsis
Y además, sobre el robo que le han hecho de esas artes y fiestas rítmicas de la
poesía y el teatro, es sobre lo que se monta el negociazo cultural de Capital y
Estado: el gran negoció con el tiempo vado, si, que se engendra en el Trabajo
inútil de hacer lo que está hecho, pero que se mantiene con los implementos de
la diversión (o sea, venderle el tiempo vacío siempre como llenado, o sea,
aburrirle a usté sin que se dé ni cuenta), ya sabe, televisión, discotecas, agencias
de turismo, máquinas tragaperras... Poco sitio le dejan para la vida.