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Para ilustrar la presente crisis científica, me permito usar una imagen literaria, la
que nos regala Hermann Hesse en su novela "El juego de los Abalorios".
En el imaginario Estado de Castalia, el protagonista es elegido para estudiar
arduamente todas las ciencias nobles en una de las universidades más prestigiosas. Sus
estudiantes y docentes eran célibes, ya que dedicaban toda su vida la investigación
interdisciplinaria. Una federación de universidades organizaba anualmente unas
competencias llamadas el "Juego de los Abalorios", que consistían en tomar un tema
bello y complejo, como por ejemplo la "casa japonesa", e investigarlo desde todas las
disciplinas estudiadas, como las matemáticas, física, astronomía y arquitectura, hasta la
gramática y la música, pero no como artes, sino como reveladoras de estructuras
elementales. Esto generaba certámenes de producción intelectual, con un cúmulo de
ponencias y tesis que competían encarnizadamente con el mayor rigor académico.
Ganaba la universidad cuyos investigadores disertaba mejor sobre las necesarias
homologías que otorgaban a la realidad una unidad de sentido, la de ser un gran
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Autores como Illia Prigonine, Edgar Morin, Basarab Nicolescu e Immanuel Wallerstein, y declaraciones de principios como los de
“la Carta de la Transdisciplinariedad” (Chueque, María Graciela et al., 2001).
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Instituciones como Asociación Americana para el Desarrollo Científico, la UNESCO y su Cátedra Itinerante; en América Latina la
CLACSO y FLACSO, y autores y conceptos regionales de los que da cuenta Segrera, Francisco López (2004).
sistema. La imagen es una de las más brillantes idealizaciones de lo que podría ser una
sociedad, unas personas y un Estado puestos a hacer ciencias sistemáticamente… la
ciencia como religión de Estado.
Pero la alegoría encierra sus ironías. Los “abalorios” son solo cuentas de cristal de
color para formar collares, un adorno bello pero inútil. Tan trivial como el ciencias
básicas o el humanismo clasicista, encerrados en un noble hálito de discusiones
irrelevantes para los acuciantes problemas contemporáneos. En el "Juego de los
Abalorios" solo podían intervenir lo que llamaríamos ciencias duras o lógicas formales
(como la gramática), disciplinas que estudian estructuras elementales para elaborar un
gran sistema de funcionamiento racional y necesario, pero no cabían los saberes que
asumen la contingencia, la indeterminación de lo humano. Estaban censuradas la
historia y desestimadas la psicología y la política, porque consideraban que trataban de
contingencias sujetas a interpretación. Los jerarcas universitarios y los ministros de
Estado eran quienes definían ese campo de competencias que legitimaba unos saberes
y desestimaba otros, definía que era hacer ciencia, quienes la hacían, sobre que
estudiarían y que prestigio social adquirían. Excluir como ciencias a las disciplinas de la
interpretación, y particularmente, las que cuestionan el juego del poder, termina
construyendo un concepto de ciencia “neutra” que evita la libertad y la responsabilidad
como problemas éticos relevantes.
Podemos darnos cuenta que la crisis de las ciencias no es solo una cuestión de
quien tiene la verdad (dimensión epistemológica), sino que supone un intercambio
social donde lo relevante es el poder y la política, aunque éstas sean negadas
(dimensión social). Pensado desde este lugar, la crisis de la ciencias no es más que una
“crisis de ortodoxias”, y la proliferación de paradigmas permite la creación de un espacio
social de luchas que posibilitan realmente una “progresiva cientificidad”.
Para aclararnos esta situación crítica, veamos algunos conceptos de la comunidad
científica analizada como campo social.
No hay que olvidar que las disciplinas no son una “maldición que hubiera caído
sobre un previo conocimiento unificado” (Follari, 2002), sino una división analítica del
trabajo científico moderno, que permitió logros tecnológicos que aún siguen
transformando la sociedad y la cultura. Pero cada disciplina no solo es una delimitación
epistemológica, sino también la constitución de una porción de la comunidad científica.
Y si bien no se puede reducir la dimensión epistemológica a la social, si podemos
comprender que en cada disciplina estos componentes tienen diverso peso, y definen
posiciones diferenciales de las instituciones y profesiones que se dedican a ellas.
Por este motivo, cuando se declara la autonomía de una disciplina, se enuncian
algo más que un objeto y métodos de estudio. Se defiende un campo de competencias
sociales en pugna. Claro es que no sería científico eliminar todas las delimitaciones
disciplinares propias de una división racional del trabajo, volviendo a formas pre-
disciplinares del saber, como nos advierte Follari (2002), pero tampoco podemos decir
que es la única forma posible de división del trabajo de producción de cultural.
Parafraseando, podemos decir que “otra ciencia es posible”.
Guiados por esta inquietud de indagar alternativas viables a necesidades reales,
la pluridisciplinariedad e interdisciplinariedad surgen a mediados del siglo XX.
Pluridisciplinar es la investigación de un objeto por medio de varias disciplinas a la vez,
aportando a la disciplina matriz metodologías y conocimientos más amplios.
Interdisciplinar en la transferencia de métodos de una disciplina a otra, al menos en tres
grados: en su aplicación, en su epistemología o en la gestación de una nueva disciplina
(Chueque et al., 2001).
Siguiendo estas distinciones, podemos ver que la novedad de la
transdisciplinariedad está en su pretensión de ser no solo un “entre” o “a través” de las
diferentes disciplinas, sino un “más allá” de toda disciplina. Su definición genérica es ser
un “un sistema común de axiomas para un conjunto de disciplinas” (Thompson Klein,
J.). Trata de integrar lo que hasta ahora la modernidad ha disociado, la separación entre
ciencia y cultura, o mejor, entre cultura científica y cultura humanista. Significa
reconocer que hay problemas sociales que por su complejidad (ecología, salud,
educación, empresas, etc.) exigen métodos y conocimientos que no solo superan los
límites de las disciplinas, sino que exigen asumir juicios de valor que pueden aportar las
artes y las diversidades culturas locales.
¿Pero es posible elaborar un saber que, elaborado desde juicios de valor o pautas
culturales nativas, sea considerado conocimiento científico?
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Pagina web UNIDA
Bibliografía.
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Segrera, Francisco López, “Abrir, impensar, y redimensionar las ciencias sociales
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Chueque, María Graciela; Bazán, Irene Olga del Valle; Lamas, Marta;
Griffero, María de la Mercedes; Díaz, Patricia; “la inter y transdisciplinariedad:
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Thompson Klein, Julie, “Transdisciplinariedad: Discurso, Integración y Evaluación”
en: Luis Carrizo (trad), Mayra Espina Prieto, Julie T. Klein,
Transdisciplinariedad y Complejidad en el Análisis Social,
(http://www.claeh.org.uy/archivos/Documento_MOST_TransdisciplinariedadyComplej
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Follari, Roberto A., “¿Relevo en las ciencias sociales latinoamericanas? (Estudios
culturales, transdisciplinariedad e interdisciplinariedad)” en: Revista PCLA - Volume 3
- número 2: janeiro / fevereiro / março 2002. UNESCO - Brasil