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Psicoanálisis Inédito

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Lacan en joyceano*
Jacques Aubert

Se requiere cierto tiempo para tomar dimensión del trabajo de Jacques Lacan con la obra de Ja-
mes Joyce. No obstante, Jacques-Alain Miller aprovechó la oportunidad de un trabajo grupal, sin
duda el primero sobre este tema, para desplegar, desde su prefacio a Joyce avec Lacan, la di-
mensión teórica, comenzando por esclarecer la última enseñanza. Conocemos la repercusión.

¿Cuándo viene a París?

¿Pero qué decir de la relación de Lacan con Joyce, de la cual, siendo yo mismo algo joyceano, fui
testigo? ¿De qué verdad, de qué saber podría ser depositario? Lacan, evocando la contingencia
de ese momento, habla de destino, hecho de casualidades que nos trenzan, añadiendo que todo
eso depende de que hablamos.1 Es un recordatorio de lo acontecido. Al ir a verlo a fines de enero
de 1975, planteé que, sabiendo que él tenía «qué decir sobre Joyce», se presentaba una buena
oportunidad para «romper una serie de cosas» escritas sobre Joyce y sobre su obra: después de
todo, el laberinto tan querido por Joyce, con su artesano, constituían la paradoja de lo que se
rearma desarmándose. En un segundo plano de mis intenciones, me había motivado una lectura,
y un poco de trabajo grupal, de los Escritos, y más recientemente de «Lituratierra»,2 apropiado
para interpelar a alguien que había dejado reposar los veranos en Finnegans Wake y en sus No-
tebooks preparatorios, al mismo tiempo que se interrogaba sobre el programa que Joyce se había
planteado a comienzos de siglo.

Había convocado ambos nombres de Joyce y de Lacan en un mismo lugar, la Universidad, llama-
do entonces a reunir gente que venía un poco de todas partes, de aquí y de allá [de briques et de
brocs] (ladrillos [briques] de Tim Finnegan el albañil, jarras [brocs] para llevar cargadas en el Uli-
ses), así como del Seminario, reunión que reservaría para todos una sorpresa del jefe, del jefe del
Maestro. Precisamente, habiendo dimensionado desde el comienzo la influencia de la Universidad
sobre Joyce, y para decirlo todo, esta dependencia recíproca que es una característica central de
su proyecto, Lacan había extraído de eso sus consecuencias jugando el juego. Había comenzado,
es momento de decirlo, por consultar concienzudamente toda la más reciente literatura en cues-

*
El artículo original fue publicado en la revista La Cause Freudienne N° 79 “Lacan au miroir des sorcières”,
Navarin Éditeur, París, septiembre 2011, pp. 43-48. Puede descargarse aquí: http://goo.gl/EJQj5z

Jacques Aubert dirigió la edición de Joyce en la Pléiade. Fue para Lacan el interlocutor privilegiado en lo
concerniente a Joyce. Es miembro de la ECF.
1
Cf. Lacan, J., «Joyce el Síntoma», El Seminario, libro XXIII, El Sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2006, p.
160.
2
Cf. Lacan, J., «Lituratierra», Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, pp. 19-29.
1
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tión, de la cual cita varios títulos en la primera versión de «Joyce el Síntoma»:3 yo no perdía oca-
sión de hacerle conocer, a su solicitud, algunos de esos autores, como James Atherton o David
Hayman. A decir verdad, él no había esperado a ese momento ni a esa ocasión, lo recordaba en
su conferencia para quienes habrían pensado que desembarcaba en terreno desconocido; hacía
tiempo que leía, no solamente las obras de Joyce, sino en torno a ellas.4

Antes de responder a mi solicitud, lo sabemos ahora gracias a «R.S.I.», fue unos días a Londres a
sumergirse en la lengua del Imperio, en la que Joyce había puesto tanto afán en roer, de un modo
que Lacan simuló imitarlo en «Joyce el Síntoma». Volveremos sobre este asunto.

Se hizo evidente de golpe que el asunto lo atrapaba, ya que su respuesta tomó la forma lacónica,
muy a su manera, tan discreta como cargada de insistencia: «¿Cuándo viene a París?». Fue rápi-
damente comprendido que el teléfono tenía que funcionar y que debía presentarme en París tan
pronto como fuera posible, aunque el Seminario no fuera mencionado, a punto tal que no lo fre-
cuenté antes del año siguiente. Lo sucesivo mostrará que su intervención se inscribía en conso-
nancia con su trabajo, con sus topes, incluso con sus residuos, subrayados por su «¡No me cul-
pe!», en su bolsa de basura, rags and bones, huesos que roer y jirones de papel («Curo, luego
limpio»,5 dirá) .

Asimismo, echó un vistazo sobre uno o dos huesos que, por mi parte, había envuelto como pude.
Esos huesos procedían «de la boca del caballo» Joyce: boca que permaneció abierta a las oracu-
lares epifanías que se supone que comenzaban, a través de Aristóteles y Santo Tomás, con un
discurso del «después del arte», para designarlo como tarea posible por parte de tales pensado-
res contemporáneos. Mi convicción se sostenía en una continuidad radical de su escritura, contra
toda apariencia, de Dublinenses al Finnegans Wake, y en que había que tomar en serio el pro-
grama enunciado desde 1903. Éste había planteado una dialéctica que representaba una praxis
de la escritura que, viniendo de lo poético y pasando por lo dramático, debía culminar en la verdad
de una estética; pero al mismo tiempo había que constatar el naufragio de esta estética en el
enigma del goce, a pesar del apoyo aportado por Santo Tomás: el cuestionamiento se encontraba
de ese modo desplazado del lado de las motivaciones de esta misma escritura. Haciéndose eco
de una observación sobre algunas resonancias hegelianas perceptibles en el fondo de estos tex-
tos, Lacan insistió en decirme, al despedirme ese día, en el umbral, que él «debía mucho a He-
gel». Mucho: no el saber absoluto ni mucho menos. Y eso concernía a más de uno.

La escritura y la voz

3
Cf. Lacan, J., «Joyce el Síntoma (I)», op. cit., p. 159-166.
4
¿Al menos la edición pirata americana del Ulysses – título original –, que distinguí en sus estantes? Pe-
queña anécdota.
5
N. de la T.: Je panse donc j’essuie es una expresión homófona a la locución cartesiana Je pense donc je
suis, “Pienso, luego existo”.
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No se trataba, por supuesto, de libros leídos o no, por él, por Joyce, o por los joyceanos. El saber
en causa estaba entre los libros, entre las páginas de los libros, entre sus líneas. Entre las de los
libros publicados, leídos y traducidos, se trataba de discernir cómo el último, Finnegans Wake,
abordaba, así como a una lengua, la inglesa, a lalengua misma de las lenguas.

Los libros publicados y leídos. Y primero, lisa y llanamente, lo ha dicho y repetido, los de Adrienne
Monnier, en la calle del Odéon, en la Maison des Amis des Livres,6 donde Lacan conoció a Joyce,
dirá. De aquí en más, se encontró específicamente entre Ulises y Finnegans Wake, es decir en lo
posterior a un libro que desembocaba en el cuestionamiento de la línea de uno en el otro: Work in
progress, con su nombre en el limbo, anterior a su nombre de bautismo ocultado hasta 1939.
Work in progress, publicado a partir de fines de los años veinte en la revista Transition de Eugene
y Maria Jolas – Maria, amiga suya, que con toda inocencia yo había asociado, dos años antes, a
la preparación del Simposio, antes de solicitarle pronunciar el discurso de apertura del Gran Anfi-
teatro de la Sorbonne.

Por haberse encontrado entre esos libros, se desprende que Lacan haya sido joyceano durante un
buen tiempo antes de ser lacaniano. Es como recuerdo de esos tiempos que renovará en 1976
una relación de antaño: Armand Petitjean – a quien había conocido a través de Roger Caillois, su
compañero de preparatoria7 – había escrito en los años treinta varios artículos sobre Joyce8 y pre-
parado todo un estudio sobre Finnegans Wake con la complicidad de su autor. Pero Lacan y yo
debimos constatar que el entusiasmo de Petitjean lo llevaba ahora hacia la ecología. Solo restaba
que, desde junio de 1975, Lacan retomara los viejos tiempos y sus escritos: pero aquí punto de
nostalgia, más bien la recuperación, el vendaje, de una motivación.

En primer lugar, sus escritos, puesto que acepta la reedición de su tesis9 en ese preciso momento
(mi ejemplar dedicado lleva la fecha del «23.VI.75», una semana después de la intervención en la
Sorbonne). El añadido de los Primeros escritos sobre la paranoia de comienzos de los años treinta
– «Escritos “inspirados”. Esquizografía», «El problema del estilo y la concepción psiquiátrica de las
formas paranoicas de la experiencia», y «Motivos del crimen paranoico: el crimen de las hermanas
Papin» – es de importancia. Las referencias a las obras de escritores contemporáneos, especial-
mente surrealistas, André Breton, Paul Éluard, Benjamin Péret y Robert Desnos,10 distan de ser

6
Ahora tenemos la posibilidad de identificar al menos unos cuantos de sus lectores, gracias al estudio de
Laure Murat, Passage de l’Odéon. Sylvia Beach, Adrienne Monnier et la vie littéraire à Paris dans l’entre-
deux-guerres, Paris, Fayard, 2003.
7
Precisión aportada por la Sra. Mure-Petitjean, su hija.
8
Cf. especialmente Petitjean, A., «Signification de Joyce», Études anglaises, I, septembre 1937, p. 405-417,
que analiza la lengua de Work in progress.
9
Cf. Lacan, J., De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, seguido de Primeros escritos
sobre la paranoia, Siglo XXI editores, Buenos Aires, 1976.
10
Cf. : Breton, A., «Le Manifeste du surréalisme», Œuvres complètes, I, Paris, Gallimard, coll. Bibl. de la
Pléiade, 1988 ; Desnos, R., Corps et Biens, Paris, Gallimard, 1968 ; Breton, A. & Éluard, P., L’Immaculée
Conception, Paris, Corti, 1991 ; Éluard, P., «152 proverbes mis au goût du jour en collaboration avec Ben-
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anecdóticas y manifiestan el lazo entre la enfermedad mental y «las producciones plásticas y poé-
ticas».11 Lacan subraya allí, por ejemplo, que «la lectura en voz alta revela el rol esencial del rit-
mo».12 Esos post-scriptum a la tesis recordaban a los lectores de 1975 este ensayo precoz de
Lacan sobre las problemáticas de la escritura y de la voz, y sus enredos.

No menos destacable es el modo en el cual, al comienzo de «Joyce el Síntoma», introduce la


cuestión del arte y del artista en sus confines, deslizando el nombre de Claude Cahun, 13 otra asi-
dua de la librería, cuyo taller sabemos que frecuentaba en los años veinte, en el n° 70 bis de la
calle Notre-Dame-des-Champs.14 Había encontrado allí una artista para el goce enigmático, en
ruptura con su nombre – «Lucie Schwob» no era tan elocuente como Cahun, o «Caín» como po-
día oírse – así como con su cuerpo puesto en juego en intensos autorretratos, collages, montajes,
performances y otras puestas en escena, especialmente de su identidad sexual para la cual el
neutro era para ella el fondo de la cuestión: Cahun hacía al caso. ¿Al caso del Uno, entonces?

Poner a trabajar el goce

Hacia mediados de los años veinte, con la publicación de los primeros fragmentos de Work in pro-
gress, se echó a correr el rumor respecto a Joyce: ¿había perdido la cabeza? El propio Ezra
Pound se lo preguntaba. Joyce, a quien no le encantaba el rumor, no se contentó con afirmar que
podía escribir como todo el mundo – a saber, por ejemplo, una novela a lo Paul Bourget15 –, hizo
lo posible para dar argumentos en sentido contrario. Primero, publicando en 1927 los poemas de
estilo bastante clásico reunidos en Pomes Penyeach, luego teledirigiendo la serie de estudios Our
Exagmination round his Factification for Incamination of Work in Progress.16 Es en este último tex-
to – ¿y tal vez en esa época? –, que Lacan pudo descubrir el juego de palabras sobre letter y lit-
ter,17 ya que el último texto de la recopilación era una litter agresiva, en un estilo que se supone

jamin Péret», Œuvres complètes, Paris, Gallimard, coll. Bibl. de la Pléiade, 1968. Textos citados por Lacan
en las páginas 379 y 380 de la [versión francesa] de la obra De la psicosis paranoica…, op. cit.
11
Lacan, J., «El problema del estilo y la concepción psiquiátrica de las formas paranoicas de la experien-
cia», De la psicosis paranoica…, op. cit., p. 336.
12
Lacan, J., Levi-Valensi, y Migault, P. (1932), «Escritos inspirados: esquizografía», Anales Médico-
Psiquiátricos, París, 1932.
13
«LOM cahun corps et nan-na Kun», in Autres écrits, Paris, Seuil, 2001, p. 565. N. de la T.: El deslizamien-
to al que se refiere el autor solo se halla en la versión francesa de Joyce el síntoma, puesto que cahun con-
serva homofonía con qu’a un, “que tiene un”. La expresión completa fue traducida en la versión castellana
como «LOM quetiene un cuerpo y notiene más Keuno» y se encuentra en Otros escritos, op. cit., p. 591.
14
Cf. Leperlier, F. Claude Cahun. L’exotisme intérieur, Paris, Fayard, 2006, p. 222-223.
15
Recuerdo de Nino Frank. Cf. Portraits of the Artist in Exile. Recollections of James Joyce by Europeans,
Ed. by Willard Potts, Seattle, University of Washington Press, 1979, p. 93.
16
Beckett, S. & al., Our Exagmination round his Factification for Incamination of Work in Progress, Paris,
Shakespeare and Company, 1929.
17
Cf. Lacan, J., «El Seminario sobre “La carta robada”», Escritos 1, Siglo XXI editores, Buenos Aires, 1971,
p. 36-37, nota 11.
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joyceano, dirigida al autor de parte de un tal Vladimir Dixon, del cual muchos pensaron inmedia-
tamente que no era otro que el propio Joyce…

La negación de locura por parte del Joyce de esos años se acompañaba de la insistencia en la
unidad, la continuidad de su obra.18 Pero esos no son sino esbozos superficiales de la perspectiva
continuista que es fundamentalmente la suya, y que se extiende entonces a la textura misma de
su escritura. Tanto una como otra son inseparables de la universalización que se atribuye a su
última creación: cuando habla de mantener trabajando a los universitarios más allá de su vida te-
rrenal, se ve bajo una mirada «católica», como al menos lo testimonia su alegría por verse incluido
por el Osservatore Romano. Mientras que anteriormente consideraba una estética que pudiera
decir lo verdadero sobre el goce, pasó a localizar el saber en el lugar de la verdad, cuestión de
poner a trabajar el goce. Eso no impidió que retomara y pusiera manos a la obra en los elementos
de sus intuiciones iniciales, así como también en su puesta en forma. Lo poético allí se manifiesta
en la importancia del ritmo y de las modulaciones de la voz. Su lugar en la lectura siempre nece-
saria del texto de Finnegans Wake mantiene la referencia a lo dramático, lo cual Joyce encontrará
inevitable al escuchar, en la Sorbonne, a Marcel Jousse poner en escena sus targoumim y comen-
tar sus tesis sobre los verbomotores: es así también como la risa, ausente de su querida Poética,
vuelve a tener cabida.19 Una nueva Ciudad de Dios propuesta a Roma, ese lugar donde antaño,
durante una breve estadía desafortunada, ayudado por su cuerpo, había finalmente comprendido
Dublín.

Como quien no quiere la cosa20

Hemos aprendido que el Joyce del período de entreguerras y del entre-ambos-libros estaba en
resonancia con el Lacan de «R.S.I.» que encuentra a Joyce en 1975. En resonancia, y sabemos
que eso tiene sus ecos, no remite sino a un fragmento de lo que ha sonado. Había dado un primer
paso: entre esquizofasia y esquizografía intervenía la letra. En la sesión del 17 de diciembre de
1974, recalca: «El lenguaje, ¿de dónde puede venir eso? ¿Viene solamente a taponar el agujero
constituido por la no relación constitutiva de lo sexual? Nunca dije eso – porque la no relación solo
se sostiene en el lenguaje. El lenguaje no es un simple tapón, es eso en lo que se inscribe la no
relación».21 Más precisamente: «de lo real no hay otra idea perceptible que la que da la escritura,
el trazo de lo escrito». Que Finnegans Wake plantee la cuestión ¿Joyce estaba loco?22 no tiene

18
Cf. Portraits of the Artist in Exile…, op. cit., passim.
19
Se recuerda la anécdota: Nora se irritaba al oír a Jim reír mientras escribía Work in Progress: ¡¿qué rela-
ción?! Cf. Portraits of the Artist in Exile…, op. cit., p. 255.
20
N. de la T.: En el original, mine de r’ien, literalmente “disimuladamente, como quien no quiere la cosa”,
donde la utilización deliberada del apóstrofe está a los fines de resaltar su terminación coincidente con la del
término joycien, “joyceano”.
21
Lacan, J., El Seminario, libro XXII, R.S.I., clase del 17 de diciembre de 1974, inédito.
22
Cf. Lacan, J., El Seminario, libro XXIII, El sinthome, op. cit., capítulo V.
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nada de sorprendente: que yo haya respondido tan equivocadamente muestra cuánto podemos
afirmarnos en un Joyce todavía atomizado.

Tal vez hubo un arrepentimiento: más que los surrealistas convocados, el caso Cahun, con sus
exploraciones tan avanzadas del goce, habría podido cuestionar la orientación de la tesis, como lo
da a entender la contratapa, donde se señala y hace oír la inflexión de voz de Lacan: «Tesis publi-
cada no sin reticencia. Por pretextar que la enseñanza pasa por el rodeo de mediodecir la verdad.
Añadiendo: a condición de que, rectificado el error, esto demuestre lo necesario de su rodeo. Que
este texto no lo imponga, justificaría la reticencia.»23 En pocas palabras, ¿no le convenía hacer un
lugar, junto a la paranoia, a la perspectiva de la esquizofrenia transmitida por la «esquizografía»?
Es allí donde podía comenzar la perspectiva continuista de las lenguas, de lalenguas que se intra-
ducen continuamente. Por lo tanto es preciso asombrarse de que Lacan haya jugado el juego al
que Joyce invitaba, escribiendo, reescribiendo «Joyce el Síntoma» en joyceano, antes de solici-
tarme, con insistencia pero sin éxito, que lo tradujera al inglés. Era una cuestión de estilo: para ser
tomada en serio.24

Es por eso que este título, «Lacan joyceano», y la tarea que me han propuesto, tiene con lo que
interrogarse, muy especialmente sobre ese ano que viene, parece que de la nada, a hacer lazo y
calificar de algún modo uno y otro, designando al mismo tiempo las lenguas, y el goce de su pues-
ta en juego. Es esto lo que, como quien no quiere la cosa, intenté localizar, a falta de ponerlo en
práctica. «Un hueco siempre futuro» al que hacer sonar.25

Traducción: Lorena Buchner.

23
Lacan, J., De la psicosis paranoica…, op. cit., contratapa.
24
Cf.: la introducción de Hervé Castanet en À partir de quand est-on fou? Études cliniques, La Rochelle,
Himeros, 2008 & el artículo de François Leguil, «Sur le style, ou “It’s my folly the making of me”», Ornicar ?,
n° 50, 2003, p. 43-60.
25
N. de la T.: El autor parece aludir a un fragmento del poema «El cementerio marino» de Paul Valéry, que
enuncia: “¡Entre el vacío y el acontecimiento puro, / oigo el eco de mi grandeza interna / amarga, sombría y
resonante cisterna, / que hace sonar en el alma un hueco siempre futuro!”
6

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