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 Beto Ortiz

 Periodista

Con el ánimo exclusivo de joder, esta semana tuiteé: “Al que pida que se prohíba La
Paisana Jacinta habría que recordarle que Paco Yunque de Vallejo refuerza los estereotipos
del cholito víctima”. ¡Sacrilegio! Todas las viudas del vate se histerizaron, se vinieron en
sangre. A todas las Georgettes Phillipart de la web se les rompió la fuente de la impresión.

¡Maldito maricón racista! Bah. Si solo hubiera escrito cuentos llorones, Vallejo ya estaría
en el olvido. Y nunca hubiera sido el monstruo que es ni habría escrito la poesía imposible
que escribió si no le hubiera tocado ser el cholo choleado, resentido y marginado que fue.
He ahí el germen de su genio. Si Paco Yunque –el niñito víctima de bullying que vive
obedeciendo y ahogado en llanto- era más o menos rosadito, me importa tanto como
averiguar si Bob Esponja es gay. Les recuerdo que Paco Yunque tampoco existe.

El otro día, Julio Arbizu tuiteó orgulloso que su hijita se había negado a leer un libro escrito
por Garrido Lecca porque “ella no leía a corruptos”. (Que ni se acerque a “Alicia en el país
de las maravillas” porque ya sabemos de qué pie cojeaba Lewis Carroll).

El hecho de que un hombre sea un envenenador no prueba nada en contra de su prosa. Pero
hay ciertas cositas que deberán apestarte si quieres membresía en el selecto club de los
letraheridos. Deberá apestarte, por ejemplo, que Pedro Suárez Vértiz venda más libros que
Vargas Llosa. Pedrito es farándula. Y la farándula apesta, ¿manyas? Como les ha apestado
siempre Risas y Salsa, Ferrando, Magaly, los cómicos ambulantes y toda la pop culture que
culposamente consumen a escondidas.

Yo opino que aquí lo único que apesta es toda esta fatua argollita intelectual, esta elite
culturosa tan torreja. ¡Hay que recolectar firmas! ¡hay que hacer un plantón! ¡Satanizar!
¡Prohibir, prohibir! Parecen fanáticos religiosos. Parecen el Ku Klux Klan. Cómo les
encanta prohibir.

Puedo darme el lujo de decirlo porque a mí no me pagan por masturbarme en público para
que me aplaudan los Rimbauds de cabina internet ni los grandes pensadores del “Juanito”.
Yo soy el niño Humberto y crío peces entre los muebles de mi sala, ¿me recuerdan? Me
llamo Humberto Grieve y soy muy cruel porque soy blanco. La vida es así. Yo lo leí en
Vallejo que solo admite una única interpretación, la mía: los blancos son malos, los cholos
son buenos. Los ricos son malos, los pobres son buenos. Mis amigos son decentes, tus
amigos son corruptos.

Yo soy el niño Humberto y a mí nadie me escuelea porque yo aprobé Lengua I con 18 en la


de Lima y con la Mauchi, alucina.

Y como mi papá es amigo de la ministra de Cultura me han invitado este miércoles al


Parque Salazar donde estaré leyéndoles Trilce XVIII, alucina. Yo soy el niño Humberto y
entro siempre gratis al cuadro de honor porque le robo su talento al prójimo y a mí nunca
nadie me castiga. Analícenme este, almitas pías.
Este es un tweet (real) que publicó ayer Beto Ortiz: "Paco Yunque denuncia la desigualdad! La
Paisana refuerza el discurso hegemónico! Les tengo noticias: ni Paco Yunque ni La Paisana existen.
Fin". Es increíble que alguien que suele venderse como escritor (aunque en su calidad de
periodista se vende con más frecuencia) piense que esa idiotez va a concluir con las críticas. Lo que
ese tweet dice, literalmente, es que los textos literarios y los programas de televisión no sirven ni
para denunciar problemas sociales ni para reforzar discursos de desigualdad. Claro, la única forma
en que tal cosa puede ser cierta es que los programas de televisión y las obras literarias no tengan
significado alguno y por lo tanto no transmitan ninguna idea. Sospecho que el universo entero es
así para Beto Ortiz, que parece súbitamente incapaz de entender tanto los programas cómicos que
sus patrones le ordenan defender como los cuentos infantiles. No dudo que esos programas y esos
cuentos no influyan en Ortiz porque para influir en él tendría que ser capaz de interpretarlos,
aunque fuera en un nivel básico. Un periodista que dice que los textos y las imágenes no tienen
consecuencias en la imaginación de quienes los consumen es un nuevo tipo de idiota, inédito en el
mundo, una especie novedosa, un escritor de opinión sin opinión, un comentarista sin nada que
decir, alguien que alguna vez se quiso presentar como un agitador irreverente y se ha convertido
en un anestesiólogo neuronal. Uno mira su ridícula, bochornosa y servicial entrevista con Alan
García y lee estas cosas y entiende: Beto Ortiz ya no existe, ya no escribe, ya no piensa, es una
antena retransmisora con la mano abierta, que pide más plata, y por eso es el periodista estrella
en el periodismo más miserable y decadente del mundo.

En salvaguarda del bienestar general de la nación


prohíbase terminantemente, desde las cero cero
horas del lunes, todo lo siguiente .

Prohíbase al ciudadano Alfredo Benavides Gastello llevar a cabo la caracterización del


personaje de “Beto Tortís” por considerarlo profundamente ofensivo, grotesco, denigrante y
atentatorio contra mi dignidad humana, mi susceptibilidad moral, mi acrisolada reputación,
mi endeble estabilidad emocional, mi confundida masculinidad y mi baja autoestima. Dicho
personaje hace vil escarnio de mi intachable imagen de prócer de la libre expresión y de mi
sólido prestigio obtenido con sangre, sudor y lágrimas a lo largo de 25 años de
indesmayable ejercicio del periodismo serio, ponderado y culiestrecho. El ciudadano
Benavides, compatriotas, me ridiculiza sin misericordia ante mi público cautivo, mellando
gravemente mi credibilidad al extremo que ha terminado por diluir mi imagen y fusionarla
con la de mi vulgar imitación. Cada vez son más las personas que, distraídas, me confunden
con mi clon. ¿Creen ustedes acaso que es bonito ir caminando por la calle y que a uno le
griten “siguiente preguntaaaa”? ¡¿O peor aún: ”Es verduraaa”?! No, peruanos y peruanas,
esta nociva caricatura lesiona mi buen nombre pues cada vez son más quienes piensan que,
en verdad, salgo a la calle ataviado con capa roja y coronita. Piensan también que me creo
el rey del guaguancó. No es justo pues, país. Creen que realmente apellido Tortís.

Prohíbase a tan nefasto sosias por una infinidad de nobilísimas razones. No vaya a pensarse
que es este el caprichito de un ególatra que pretende prohibir algo solamente porque a él no
le gusta, no, hermanos y hermanas, no. Al humillar, zaherir, desdorar a Beto Ortiz, el
personaje de Beto Tortís humilla, zahiere, desdora a todas las personas que cargan a cuestas
el terrible drama del sobrepeso y, al mismo tiempo, humilla, zahiere, desdora también a
todas las personas LGTB del Perú. ¿O es que acaso no se habían dado cuenta? La enorme y
silenciosa comunidad gorda de la gran Lima, por ejemplo, esa tremenda masa informe, ¿se
sentirá acaso reivindicada en sus derechos al comprobar que la televisión insiste en
presentar a la gordura como un permanente motivo de burla, de vejamen, de bullying? ¿Es
que acaso los gordos solo servimos para que se rían de nosotros? ¿Qué cosa somos? ¿Los
nuevos enanos? Ejem. Perdón: ¿Somos las nuevas “personas pequeñas” que solamente nos
contratan en los programas cómicos para ser el hazmerreír de la mal llamada gente normal?
Pregúntense conmigo: ¿Dónde está el enano comentarista económico de Canal N? A ver,
díganme. ¿Por qué no hay una mujer obesa conduciendo “Panorama”? Esto no puede
continuar. Prohíbase terminantemente la cruel e inhumana utilización de enanos y de
gordos en programas cómicos. Basta ya. Ahora bien, ya hablando en tercera persona, que el
ciudadano Ortiz haya admitido ser parte de la población LGTB, (se dice así, ¿no?), es
asunto suyo y a nadie más debe importar siempre que trate de disimularlo y no nos lo ande
recordando todo el tiempo. Sin embargo, consideramos aquí que su doble Beto Tortís
distorsiona la realidad. Así como a los tolerantes nos exaspera la intolerable Paisana Jacinta
porque es una paisana demasiado paisana y el alienante Negro Mama porque es un negro
demasiado negro, creemos que Beto Tortís es demasiado Tortís. Ya se malea ya. Y con ello
contribuye a reforzar en el inconsciente colectivo los estereotipos de la cultura hegemónica:
cimienta la idea de que ser LGTB implica necesariamente comportarse como un estilista
unisex, disforzado y laberintoso siendo que, en la vida real es humanamente imposible ser
tan cabro. (Créanme. No se puede. Es inútil. Lo he intentado). Ahora bien, a fin de que la
muy respetable comunidad de estilistas unisex, disforzados y laberintosos del Perú no se
sienta aludida por la oración anterior y, sin ningún ánimo de generalizar, queremos dejar en
claro que nos estamos refiriendo, en realidad, a uno en particular: al señor Fulvio Carmelo.
Bueno es culantro pero no tanto. Mal ejemplo. Prohíbase terminantemente a Fulvio
Carmelo. Que alguien llame al Serenazgo.

Prohíbanse, por discriminatorios, todos esos programas de Educación Física vespertinos.


Esos jóvenes apolos, esas jóvenes sílfides de cuerpos esculturales se han convertido en los
héroes y heroínas de nuestra juventud. Pero, ¿no se han dado cuenta cómo la producción
rechaza a los chicos comunes y corrientes para privilegiar solo a los que encajan en unos
cánones casi helénicos, europeos, absurdos de belleza? ¿Han pensado que será de la
colegiala desangelada que no puede costearse el implante de senos o del calapitrinche que
no tiene para comprarse los esteroides inyectables? La angustia generada por la
imposibilidad de parecerse a ellos no tardará en llegar a extremos de auténtica locura así
que, mejor, prohíbanse, por si acaso. Prohíbase a Fiorella Rodríguez cuya delgadez puede
acomplejar a las televidentes más tacuchi y prohíbase también a Johanna San Miguel para
prevenir la frustración mortal que podrían sufrir sus numerosas fans –sobre todo aquellas a
las que no les alcanza para someterse a una cirugía bariátrica– que pueden llegar a creer que
es posible adelgazar como ella haciendo dieta. Prohíbanse los programas de cocina. Hay
como treinta en el aire. ¿Dónde se creen que están? ¿En París? El Perú es todavía un país
con hambre, compatriotas. ¿Cómo puede la pâtissière Sandra Plevisani pedirle a las
comunidades campesinas de Huancavelica que “pincelen la reducción de albaricoques
sobre la masa phyllo de la tarta? Prohíbanla, por el amor de Dios. El pueblo tiene hambre.
Prohíbanse los comerciales racistas de detergentes de ropa y de piojicidas. Solo se
permitirán aquellos spots donde los personajes con camisas mugrientas o infestados de
piojos sean presidentes de directorio o niños rubios, respectivamente. Si no, no. Prohíbase a
Aldo Miyashiro en particular y, en general, a todo lo chino. Tras exhaustivos análisis
semióticos hemos llegado a la conclusión de que se trata de una astuta campaña política que
se vale de la publicidad subliminal para instalar un chip en el cerebro de los peruanos.
¿Cómo le dicen a Miyashiro? ¿”El Chino”? ¿Se han tomado la molestia de contar cuántas
veces se dice la palabra “chino” en cada uno de sus programas? ¡Decenas, centenares de
veces! Entonces, ¿cuál es el mensaje que recibe ese televidente ya zombie antes de dormir?
¡Chino,chino! ¡Chinochinochino! Otra patraña del Doc puesta al descubierto gracias al
periodismo de investigación. Si lo que la gente está pidiendo es cultura: ¿por qué no
contratan a Marco Aurelio Denegri en “Al Fondo Hay Sitio”? ¿Dónde está el negro
narrador de noticias? ¿Por qué no está toda la televisión peruana subtitulada en quechua?
¿No debería haber un asháninka entrevistando en 3G? ¿Qué porcentaje de las figuras de TV
son discapacitadas? ¿No sería inclusivo que una de las conductoras de los shows femeninos
del mediodía fuera un bello travesti? Gracias, peruanas y peruanos, por haber llenado con
vuestras firmas nuestros planillones. Que así llene la alegría vuestros corazones. Gracias a
ustedes, a partir del lunes, todo esto estará prohibido.

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