En el camino me encontré con la localidad de Muxía, que en su momento fue denominada la Zona Cero del desastre del Prestige, y lugar donde se desarrolla gran parte de mi novela, Al Otro Lado de la Tempestad. Aquí era donde Diego Bass se encontraba con Nabor de Baio, el hombre que todos los días visitaba las rocas de los acantilados después de aquel fatídico naufragio.
En el camino me encontré con la localidad de Muxía, que en su momento fue denominada la Zona Cero del desastre del Prestige, y lugar donde se desarrolla gran parte de mi novela, Al Otro Lado de la Tempestad. Aquí era donde Diego Bass se encontraba con Nabor de Baio, el hombre que todos los días visitaba las rocas de los acantilados después de aquel fatídico naufragio.
En el camino me encontré con la localidad de Muxía, que en su momento fue denominada la Zona Cero del desastre del Prestige, y lugar donde se desarrolla gran parte de mi novela, Al Otro Lado de la Tempestad. Aquí era donde Diego Bass se encontraba con Nabor de Baio, el hombre que todos los días visitaba las rocas de los acantilados después de aquel fatídico naufragio.
Tercer día Encuentro ficción y realidad Santuario da Virxe da Barca
Hoy era un día especial en mi viaje por esta tierra.
Dejaba la casa de turismo rural que había reser- vado para mis dos primeros días en A Costa de Morte y emprendía camino con destino a Laxe. En esa localidad montaría mi cuartel general para los próximos días. En el camino me encontré con la localidad de Muxía, que en su momento fue deno- minada la Zona Cero del desastre del Prestige, y lugar donde se desarrolla gran parte de mi novela, Al Otro Lado de la Tempestad. Aparqué el coche
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en una zona próxima al puerto y empecé a caminar
en dirección al Santuario da Virxe da Barca. Este recorrido era el mismo que hacía Diego Bass cuando quería encontrarse con Nabor de Baio, el hombre que todos los días visitaba las rocas de los acantilados, después de aquel fatídico naufragio. Estaba nervioso, impaciente, quería descubrir el entorno en el que se desarrollaba la acción y, sin darme cuenta, ya caminaba acelerando la cadencia de mis pasos. En pocos minutos pude ver ante mis ojos el insigne santuario. Unas lágrimas de emo- ción se derramaron por mi rostro. Fue un emotivo encuentro de realidad y ficción. Por segundos, pude abstraerme de toda vida que fluía a mí alre- dedor y vi a Nabor de Baio sentado sobre las ro- cas, buscando en la profundidad del mar aquella asombrosa ciudad que apareció sin avisar. Des- cansé sobre una de las impresionantes rocas en que se asienta el santuario, y permanecí largo tiempo empapándome de un sinfín de sensaciones y vivencias. No necesitaba hablar, solo dejar pasar el tiempo. Cuando me recuperé de aquel ligero es- tado de vigilia entré a visitar el santuario. De
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nuevo, en el exterior, pasé por debajo de A Pedra
dos Cadrís. Durante un tiempo estuve saltando sobre A Pedra de Abalar, mientras recordaba la noche en que empezó a bramar con aquel ronco alarido, y el cielo se cubrió con ráfagas de fuego que se clavaban como dardos envenados en el mar. Pasé gran parte de la mañana embebido en las escenas del libro y las sensaciones que iba per- cibiendo al recrearme en ellas. Era necesario per- der tiempo en Muxía y dejarme empapar de tantas emociones necesarias. Muxía era un lugar muy im- portante en mi viaje. Pasaba de mediodía cuando decidí que debía seguir camino para llegar cuanto antes a mi nuevo destino: “Casa Arrueiro”, lugar de residencia para los próximos días. Una vez ins- talado, di un pequeño paseo por las dependencias de mi nueva residencia y, una vez más, me felicité por haber acertado con un espacio tan bucólico. Comí en unos de los mesones que hay junto al puerto y, por la tarde, con más tranquilidad, em- prendí camino en dirección a la playa de Traba. Esta playa es muy visitada por turistas extranjeros amantes del surf. El oleaje y la fuerza del agua son
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impresionantes, y difícilmente permiten mantener
una tranquila conversación. En este entorno se encuentra la Laguna de Traba, donde se dice que está enterrada la aldea de Valverde. Después de disfrutar de unas horas de sol, comencé caminar por largo paseo de madera que lleva hasta el mira- dor de la laguna. Desde aquí estuve observando la presencia de algunas aves que habitan en la zona y, una vez más, dejé puertas abiertas a mis fanta- sías, que me llevaron hasta la aldea de Valverde. Dice la leyenda que aquí, debajo de esta aguas, se encuentran ocultos restos de la Atlántida. Can- sado de un nuevo día de viaje, regresé a la casa de turismo rural para cenar en su lujoso comedor y disfrutar del merecido descanso, tras otro largo día de marcha por A Costa da Morte.