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Licenciatura en Filosofía.
EL IDEAL EN GENERAL.
Mediante los conceptos puros del entendimiento, no podemos representar objeto alguno,
ya que nos faltan entonces las condiciones de su realidad objetiva, no hallándose en tales
conceptos más que la mera forma del pensar. Pueden ser presentados en concreto si los
aplicamos a fenómenos, ya que es en éstos donde encuentran la materia para constituirse
en conceptos empíricos, que no son otra cosa que conceptos del entendimiento in
concreto. Las ideas, en cambio, se hallan todavía más alejadas de la realidad objetiva que
las categorías, ya que no podemos encontrar ningún fenómeno que permita
representarlas en concreto. Contienen cierta completud a la que no llega ningún
conocimiento empírico posible. Con las ideas la razón persigue tan sólo una unidad
sistemática a la que intenta aproximar la unidad empírica posible sin jamás conseguirlo
plenamente.
Pero más todavía que la idea parece alejarse de la realidad objetiva lo que llamo el
ideal. Entiendo por éste la idea no sólo in concreto, sino in individuo, es decir, una cosa
singular que es únicamente determinable, o incluso determinada, a través de la idea.
Lo que para nosotros constituye un ideal, para Platón era una idea del
entendimiento divino, un objeto particular de la intuición pura de éste, lo más perfecto de
cada una de las especies de seres posibles y el arquetipo de todas las reproducciones
fenoménicas.
Debemos confesar que la razón humana no sólo contiene ideas, sino también
ideales que, a diferencia de los platónicos, no poseen fuerza creadora, pero sí fuerza
práctica, y la perfección de determinadas acciones encuentra en ellos su base de
posibilidad.
Los conceptos morales no son conceptos de razón enteramente puros, ya que se
basan en algo empírico (placer o dolor). Sin embargo, en relación con el principio
mediante el cual la razón pone límites a la libertad, que carece en sí de leyes, pueden
muy bien servirnos como ejemplos de conceptos puros de razón. La virtud, y con ella la
sabiduría humana en toda su pureza, constituyen ideas.
El sabio es un ideal, esto es, un hombre que sólo existe en el pensamiento, pero
que corresponde plenamente a la idea de sabiduría. Así como la idea ofrece la regla, así
sirve el ideal, en este caso, como arquetipo de la completa determinación de la copia. No
poseemos otra guía de nuestras acciones que el comportamiento de ese hombre divino
que llevamos en nosotros, con el que nos comparamos, a la luz del cual nos juzgamos y
en virtud del cual nos hacemos mejores, aunque nunca podamos llegar a ser como él.
Aunque no se conceda realidad objetiva a esos ideales, no por ello hay que tomarlos por
quimeras. Al contrario, suministran un modelo indispensable a la razón, la cual necesita el
concepto de aquello que es enteramente completo en su especie con el fin de apreciar y
medir el grado de insuficiencia de lo que es incompleto.
Así ocurre con el ideal de la razón, que siempre tiene que basarse en
determinados conceptos y servir de regla y arquetipo. Muy distinto es el caso de las
creaciones de la imaginación. Son como monogramas que sólo presentan rasgos aislados
y no determinados por ninguna regla que pueda señalarse; son más una especie de
esbozo que flota entre distintas experiencias que una imagen determinada; algo así como
Instituto Científico Técnico y Educativo (ICTE)
Licenciatura en Filosofía.
lo que los pintores y fisionomistas dicen tener en la cabeza y que no es, por lo visto, sino
un bosquejo, no comunicable, de sus producciones o incluso de sus valoraciones. Tales
representaciones pueden llamarse, aunque sea sólo de modo impropio, ideales de la
sensibilidad, ya que han de ser el modelo inalcanzable de intuiciones empíricas posibles
sin ofrecer, a pesar de ello, ninguna regla susceptible de explicación ni de análisis.
La razón, por el contrario, persigue con su ideal la completa determinación según
reglas a priori.
mismo, su concepto depurado, tan necesario a toda teología, sólo puede ser extraído de
la teología trascendental.
sus elementos (en cuanto estudio de nuestra naturaleza interior) posee un valor nada
insignificante por sí mismo, a la vez que constituye incluso una obligación para el filósofo;
teniendo en cuenta todo esto, era necesario indagar minuciosamente todas estas vanas
elaboraciones de la razón especulativa hasta sus fuentes primeras.
Y dado que en este caso la ilusión dialéctica no sólo es engañosa en lo que se
refiere al juicio, sino que es, además, tentadora y natural —como lo será siempre—
incluso en lo que toca al interés puesto en este juicio, me ha parecido aconsejable
redactar detalladamente las actas de este proceso, por así decirlo, y archivarlas en la
razón humana con el fin de prevenir errores de esta clase en el futuro.