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Instituto Científico Técnico y Educativo (ICTE)

Licenciatura en Filosofía.

Materia: Historia de la Filosofía Moderna II.


Profesor: Mtra. Ágata Pawlowska.
Alumno: José Isidro Simitrio Cruz García.
Lectura: Kant (Dialéctica trascendental)
Fecha de entrega: 13 de octubre de 2018.

EL IDEAL EN GENERAL.

Mediante los conceptos puros del entendimiento, no podemos representar objeto alguno,
ya que nos faltan entonces las condiciones de su realidad objetiva, no hallándose en tales
conceptos más que la mera forma del pensar. Pueden ser presentados en concreto si los
aplicamos a fenómenos, ya que es en éstos donde encuentran la materia para constituirse
en conceptos empíricos, que no son otra cosa que conceptos del entendimiento in
concreto. Las ideas, en cambio, se hallan todavía más alejadas de la realidad objetiva que
las categorías, ya que no podemos encontrar ningún fenómeno que permita
representarlas en concreto. Contienen cierta completud a la que no llega ningún
conocimiento empírico posible. Con las ideas la razón persigue tan sólo una unidad
sistemática a la que intenta aproximar la unidad empírica posible sin jamás conseguirlo
plenamente.
Pero más todavía que la idea parece alejarse de la realidad objetiva lo que llamo el
ideal. Entiendo por éste la idea no sólo in concreto, sino in individuo, es decir, una cosa
singular que es únicamente determinable, o incluso determinada, a través de la idea.
Lo que para nosotros constituye un ideal, para Platón era una idea del
entendimiento divino, un objeto particular de la intuición pura de éste, lo más perfecto de
cada una de las especies de seres posibles y el arquetipo de todas las reproducciones
fenoménicas.
Debemos confesar que la razón humana no sólo contiene ideas, sino también
ideales que, a diferencia de los platónicos, no poseen fuerza creadora, pero sí fuerza
práctica, y la perfección de determinadas acciones encuentra en ellos su base de
posibilidad.
Los conceptos morales no son conceptos de razón enteramente puros, ya que se
basan en algo empírico (placer o dolor). Sin embargo, en relación con el principio
mediante el cual la razón pone límites a la libertad, que carece en sí de leyes, pueden
muy bien servirnos como ejemplos de conceptos puros de razón. La virtud, y con ella la
sabiduría humana en toda su pureza, constituyen ideas.
El sabio es un ideal, esto es, un hombre que sólo existe en el pensamiento, pero
que corresponde plenamente a la idea de sabiduría. Así como la idea ofrece la regla, así
sirve el ideal, en este caso, como arquetipo de la completa determinación de la copia. No
poseemos otra guía de nuestras acciones que el comportamiento de ese hombre divino
que llevamos en nosotros, con el que nos comparamos, a la luz del cual nos juzgamos y
en virtud del cual nos hacemos mejores, aunque nunca podamos llegar a ser como él.
Aunque no se conceda realidad objetiva a esos ideales, no por ello hay que tomarlos por
quimeras. Al contrario, suministran un modelo indispensable a la razón, la cual necesita el
concepto de aquello que es enteramente completo en su especie con el fin de apreciar y
medir el grado de insuficiencia de lo que es incompleto.
Así ocurre con el ideal de la razón, que siempre tiene que basarse en
determinados conceptos y servir de regla y arquetipo. Muy distinto es el caso de las
creaciones de la imaginación. Son como monogramas que sólo presentan rasgos aislados
y no determinados por ninguna regla que pueda señalarse; son más una especie de
esbozo que flota entre distintas experiencias que una imagen determinada; algo así como
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lo que los pintores y fisionomistas dicen tener en la cabeza y que no es, por lo visto, sino
un bosquejo, no comunicable, de sus producciones o incluso de sus valoraciones. Tales
representaciones pueden llamarse, aunque sea sólo de modo impropio, ideales de la
sensibilidad, ya que han de ser el modelo inalcanzable de intuiciones empíricas posibles
sin ofrecer, a pesar de ello, ninguna regla susceptible de explicación ni de análisis.
La razón, por el contrario, persigue con su ideal la completa determinación según
reglas a priori.

EL IDEAL TRASCENDENTAL. ( PROTOTYPON TRANSCENDENTALE).

La completa determinación es un concepto que nunca podemos exponer en concreto y en


su totalidad. En una idea cuyo único asiento es la razón, que es la que impone al
entendimiento las reglas de su uso completo.
Esa idea, en cuanto concepto primario, excluye gran cantidad de predicados que
ya están dados como derivados de otros o que no pueden coexistir y, por otra, que se
depura hasta resultar un concepto determinado completamente a priori, convirtiéndose así
en el concepto de un objeto particular que se halla completamente determinado por la
mera idea, debiendo denominarse, pues, ideal de la razón pura.
Por lo que el ideal es para la razón el arquetipo (prototypon) de todas las cosas. Al
ser éstas, en su conjunto, copias (ectjpa) deficientes, toman de él la materia de su
posibilidad, y aunque se aproximen al mismo en mayor o menor grado, siempre se
quedan a infinita distancia de él.
Así, pues, toda posibilidad de las cosas se considera derivada. Sólo la de aquello
que incluye en sí toda la realidad se toma como originaria.
De ahí que el objeto del ideal, objeto que sólo se halla en la razón, se llame
también ser originario. En la medida en que ninguno, se halla por encima de él, se
denomina ser supremo y, en la medida en que todo se halla, en cuanto condicionado,
sometido a él, ser de todos los seres. Pero todo ello no significa que exista una relación
objetiva entre un objeto real y otras cosas, sino la relación entre una idea y unos
conceptos. Todo ello nos deja en una ignorancia total acerca de la existencia de un ser de
perfecciones tan extraordinarias.
Tampoco puede decirse que un ser originario conste de muchos seres derivados.
En efecto, cada uno de éstos lo presupone y no pueden, por tanto, constituirlo. El ideal del
ser originario ha de ser, pues, concebido como simple.
Por tanto, el derivar todas las demás posibilidades de este ser originario no puede
considerarse, hablando con propiedad, como una limitación de su realidad suprema y
como una especie de división de la misma, ya que en este caso se tomaría el ser
originario por un mero agregado de seres derivados, lo cual es imposible, según lo dicho,
y ello a pesar de que lo representáramos así en el tosco esbozo inicial.
Todas las cosas se basarían entonces, no en el ser supremo como totalidad, sino
como fundamento; la diversidad de las cosas no descansaría en la limitación del ser
originario mismo, sino en todas sus consecuencias, de las que nuestra sensibilidad
entera, así como toda la realidad fenoménica, formarían parte, ya que no pueden
pertenecer, como ingredientes, a la idea del ser supremo.
El concepto de semejante ser es el de Dios, concebido en sentido trascendental.
El ideal de la razón pura es, pues, el objeto de una teología trascendental, tal como antes
se ha indicado ya.

LOS ARGUMENTOS DE LA RAZÓN ESPECULATIVA EN ORDEN A PROBAR LA


EXISTENCIA DE UN SER SUPREMO.
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El modo natural de proceder de la razón humana es. Primero llega al convencimiento de


que existe algún ser necesario. En éste reconoce una existencia incondicionada. Luego
busca el concepto de lo que es independiente de toda condición y lo encuentra en aquello
que constituye, a su vez, la condición suficiente de todo lo demás, es decir, en aquello
que contiene toda realidad. Pero el todo ilimitado es una unidad absoluta, e implica el
concepto de un ser particular, es decir, el concepto del ser supremo. De ello infiere que
éste, en cuanto fundamento primario de todas las cosas, existe de modo absolutamente
necesario.
No hay más que tres modos posibles de demostrar la existencia de Dios a partir de la
razón especulativa.
Todos los caminos que se han propuesto a este respecto comienzan, o bien por la
experiencia determinada y por la peculiar condición de nuestro mundo sensible, que
conocemos a través de tal experiencia, y se elevan desde ella, conforme a las leyes de la
causalidad, hasta la causa suprema fuera del mundo; o bien se basan simplemente en
una experiencia indeterminada, es decir, en la experiencia de alguna existencia; o bien,
finalmente, prescinden de toda experiencia e infieren, completamente a priori, partiendo
de simples conceptos, la existencia de una causa suprema.
La primera demostración es la físico-teológica, la segunda, la cosmológica y la
tercera, la ontológica. No hay ni puede haber más pruebas.

IMPOSIBILIDAD DE UNA PRUEBA ONTOLÓGICA DE LA EXISTENCIA DE DIOS.


“Por lo dicho hasta aquí se comprende con facilidad que el concepto de un ser
absolutamente necesario es un concepto puro de razón, es decir, una mera idea cuya
realidad objetiva dista mucho de quedar demostrada por el hecho de que la razón la
necesite. En realidad, tal idea, que indica simplemente cierta completad inalcanzable,
sirve para limitar el entendimiento, más que para extenderlo a nuevos objetos. Nos
encontramos aquí con el caso extraño y absurdo de que, por una parte, parece algo
urgente y correcto el inferir una existencia absolutamente necesaria a partir de una
existencia dad en general, pero, por otra, todas las condiciones requeridas por el
entendimiento para hacerse un concepto de tal necesidad se oponen a ello.”
“En todos los tiempos se ha hablado de un ser absolutamente necesario, pero ha
habido menos preocupación por comprender si es posible –y cómo lo es- concebir
simplemente una cosa semejante, que por demostrar su existencia. Es, por supuesto,
muy sencillo dar una definición nominal de este concepto diciendo que el ago cuyo no-ser
es imposible.”
“En efecto, el hecho de rechazar por medio de la palabra “incondicionado” todas
las condiciones que son siempre indispensables al entendimiento para considerar algo
como necesario, dista mucho de hacernos comprender si pensamos algo o quizá nada en
absoluto a través del concepto de un ser incondicionadamente necesario.”
“Mi respuesta es: habéis incurrido ya en contradicción al introducir –ocultándola
bajo el nombre que sea- la existencia en el concepto de una cosa que pretendíais pensar
desde el punto de vista exclusivo de su posibilidad. Si se admite vuestro argumento,
habéis obtenido una victoria, por lo que parece. Pero en realidad no habéis dicho nada, ya
que habéis formulado una simple tautología.”
“Nada puede añadirse, pues, al concepto, que sólo expresa la posibilidad, por el
hecho de concebir su objeto (mediante la expresión “él es”) como absolutamente dado.
De este modo, lo real no contiene nada que lo posible. Cien táleros reales no poseen en
absoluto mayor contenido que cien táleros posibles. En efecto, si los primeros contuvieran
más que los últimos y tenemos, además, en cuenta que los últimos significan el concepto,
mientras que los primeros indican el objeto y su posición, entonces mi concepto no
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expresaría el objeto entero ni sería, consiguientemente, el concepto adecuado del mismo.


Desde el punto de vista de mi situación financiera, en cambio, cien táleros reales son más
que cien táleros en el mero concepto de los mismos (en el de su posibilidad), ya que, en
el caso de ser real, el objeto no sólo contenido analíticamente en mi concepto, sino que se
añade sintéticamente a tal concepto (que es una mera determinación de mi estado), sin
que los mencionados cien táleros quedan aumentados en absoluto en virtud de esa
existencia fuera de mi concepto.”
“Así, pues, sea cual sea el contenido de un concepto, tanto en su cualidad como
en su extensión, nos vemos obligados a salir de él si queremos atribuir existencia a su
objeto.”
“Todo el esfuerzo y el trabajo invertidos en la conocida prueba ontológica
(cartesiana) de la existencia de un ser supremo a partir de conceptos son, pues inútiles.
Cualquier hombre estaría tan poco dispuesto a enriquecer sus conocimientos con meras
ideas como lo estaría un comerciante a mejorar su posición añadiendo algunos ceros a su
dinero en efectivo.”

IMPOSIBILIDAD DE UNA PRUEBA COSMOLÓGICA DE LA EXISTENCIA DE DIOS


“La prueba cosmológica, que vamos a examinar ahora, conserva el lazo entre la
necesidad absoluta y la realidad suprema, pero, en lugar de inferir la necesidad de la
existencia a partir de la realidad suprema, como hacía la prueba anterior, infiere, a partir
de la incondicionada necesidad, previamente dada, de un ser, la realidad ilimitada del
mismo. En este sentido, la prueba sigue una vía de argumentación, no sé si racional o
sofística, pero al menos natural.”
“El argumento es el siguiente: si algo existe, tiene que existir también un ser
absolutamente necesario. Ahora bien, existo al menos yo. Por consiguiente, existe un ser
absolutamente necesario. La menor contiene una experiencia. La mayor infiere la
existencia de lo necesario a partir de una experiencia en general. Así, pues, la prueba
arranca de la experiencia y no procede, por tanto, enteramente a priori u ontológicamente;
si recibe el nombre de cosmológica, se debe a que el objeto de toda posible experiencia
se llama mundo.”
“Toda la fuerza demostrativa contenida en el llamado argumento cosmológico no
consiste, pues, en otra cosa que en el argumento ontológico, construido con meros
conceptos; la supuesta experiencia es superflua; tal vez puede conducirnos al concepto
de necesidad absoluta, pero no demostrar tal necesidad en una cosa determinada. En
efecto, tan pronto como pretendemos hacerlo, nos vemos obligados a abandonar toda
experiencia y a buscar entre los conceptos puros cuál de ellos contiene las condiciones de
posibilidad de un ser absolutamente necesario.”
“El modo más fácil de ver todas las falacias de una deducción consiste en
exponerlas en forma silogística. He aquí tal exposición.
Si la proposición que afirma que todo ser absolutamente necesario es, a la vez, el ser
realísimo (lo cual constituye el nervus probandi de la prueba cosmológica) es correcta,
tiene que ser convertible, como todos los juicios afirmativos, al menos per accidens.
Consiguientemente, tenemos: algunos seres realísimos son, a la vez, seres necesarios.
Ahora bien, un ens realissimum no se distingue en nada de otro, y lo que es aplicable a
algunos de los contenidos en este concepto es también aplicable a todos. Por
consiguiente, puedo (en este caso) también convertir la proposición simpliciter, con lo cual
tendremos: todo ser realísimo es un ser necesario. Ahora bien, como este última
proposición sólo está determinada por sus conceptos a priori, el simple concepto de ser
realísimo tiene que implicar ya la necesidad absoluta de ese mismo ser, que es
precisamente lo que el argumento ontológico sostenía y lo que el cosmológico no quería
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admitir, a pesar de que el primero subyacía solapadamente a las conclusiones del


segundo.”

DESCUBRIMIENTO Y EXPLICACIÓN DE LA ILUSIÓN DIALÉCTICA EN TODAS LAS


PRUEBAS TRASCENDENTALES DE LA EXISTENCIA DE UN SER NECESARIO
Si bien la prueba cosmológica se basa en una experiencia en general, no parte de
ninguna propiedad especial de tal experiencia, sino de principios puros de razón relativos
a una existencia dada por medio de la conciencia empírica en general; incluso llega a
abandonar esta línea para apoyarse en simples conceptos puros.
Llama poderosamente la atención el que, si suponemos que algo existe, no
podamos eludir la conclusión de que algo existe de modo necesario. El argumento
cosmológico reposaba sobre esta inferencia perfectamente natural. Sin embargo, si tomo
un concepto cualquiera de una cosa, veo que nunca puedo representarme la existencia
de ésta como absolutamente necesaria; que nada me impide, sea lo que sea lo que
existe, pensar su no-ser; que, consiguientemente, si bien tengo que suponer algo
necesario en relación con lo existente en general, no puedo pensar ninguna cosa
particular como necesaria en sí. Es decir, nunca soy capaz de completar el regreso a las
condiciones del existir sin admitir un ser necesario, pero tampoco puedo nunca arrancar
de él.
Pero de ahí se sigue que debemos suponer lo absolutamente necesario como
exterior al mundo, puesto que sólo tiene que servir de principio de la mayor unidad posible
de los fenómenos, en cuanto fundamento supremo de éstos, unidad a la que nunca
podemos llegar en el mundo, ya que la segunda regla nos obliga a considerar todas las
causas empíricas de la unidad como derivadas.

IMPOSIBILIDAD DE LA DEMOSTRACIÓN FISICOTEOLOGICA


“Una vez que se ha llegado a admirar la grandeza de la sabiduría, del poder, etc.,
del creador del mundo y que no se puede ir más allá, se abandona de repente este
argumento basado en elementos empíricos y se pasa a la contingencia del mundo,
inferida, ya desde el principio, a partir del orden y finalidad del mismo. Sin otro apoyo que
este contingencia, se pasa después, sirviéndose exclusivamente de conceptos
trascendentales, a la existencia de un ser absolutamente necesario, para pasar luego del
concepto de necesidad absoluta de la primera causa al concepto enteramente
determinado o determinante de dicho ser necesario, es decir, al concepto de una realidad
omnicomprensiva. El argumento físicoteológico se atasca, pues, a medio camino, salta
desde su dificultad a la demostración cosmológica y, como ésta no es más que un
argumento ontológico solapado, culmina su propósito gracias a la razón pura, a pesar de
haber negado al comienzo que tuviese nada que ver con la razón pura y de haber
señalado que todos sus pasos se basarían en demostraciones empíricas evidentes.”
“Así, pues, a la hora de demostrar la existencia de un único ser originario como
ens summum, la prueba físicoteológica se basa en la cosmológica y ésta, a su vez, en la
ontológica. Teniendo en cuenta que la razón especulativa no posee otro camino fuera de
estos tres, resulta que el argumento ontológico, basando exclusivamente en conceptos
puros de razón, es el único posible, si es que cabe siquiera demostrar una proposición tan
superior a todo uso empírico del entendimiento.”

CRÍTICA DE TODA TEOLOGÍA FUNDADA EN PRINCIPIOS ESPECULATIVOS DE LA


RAZÓN
Si entiendo por teología el conocimiento del ser originario, se trata, o bien del
conocimiento basado en la simple razón, o bien del basado en la revelación. La primera
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concibe su objeto, o bien a través de la razón pura, mediante simples conceptos


trascendentales, y se llama teología trascendental, o bien lo concibe, a través de un
concepto tomado de la naturaleza (de nuestra alma), como inteligencia suprema, y
entonces debería llamarse teología natural. Quien sólo admite una teología trascendental
se llama deísta; quien acepta, además, una teología natural recibe el nombre de teísta. El
primero admite que podemos conocer en todo caso la existencia de un ser originario
mediante la mera razón, pero sostiene que nuestro concepto del mismo es sólo
trascendental, a saber, el de un ser que posee toda la realidad, pero que no podemos
determinar más detalladamente. El segundo afirma que la razón es capaz de determinar
más detalladamente el objeto por analogía con la naturaleza, a saber, como un ser que, a
través del entendimiento y la libertad, contiene en sí el fundamento primario de todas las
demás cosas. Aquel se representa, pues, una simple causa del mundo (quedando sin
decidir si lo es por necesidad o lo es libremente); éste se representa, en cambio, un
creador del mundo.
La teología trascendental, o bien intenta derivar la existencia del ser originario a
partir de una experiencia en general y se llama cosmoteología, o bien cree conocer la
existencia de dicho ser sin apoyo de experiencia ninguna, por medio de simples
conceptos, y se llama ontoteología.
La teología natural infiere las propiedades y la existencia de un creador del mundo
partiendo de la constitución, orden y unidad que encontramos en ese mismo mundo, en el
cual tenemos que suponer dos clases de causalidad, con sus reglas, es decir, la
naturaleza y la libertad. La teología natural se eleva, pues, desde este mundo a la
inteligencia suprema, considerándola como el principio de todo orden y perfección, ya
sean naturales, ya sean éticos. En el primer caso se llama teología física; en el segundo,
teología moral.
Y es justo decir que el deísta cree en Dios, mientras que el teísta cree en un Dios
vivo.
Un conocimiento teórico es especulativo cuando se refiere a un objeto o a
conceptos de un objeto que no pueden ser alcanzados en ninguna experiencia. A él se
opone el conocimiento de la naturaleza, que no se refiere a otros objetos o predicados de
objetos que a los susceptibles de darse en una experiencia posible.

La teología trascendental sigue poseyendo, independientemente de toda su insuficiencia,


un importante uso negativo, siendo una permanente censura de la razón, al no ocuparse
ésta más que de ideas puras que, precisamente por serlo, no permiten que se las mida
sino a escala trascendental.
En efecto, si la suposición de un ser supremo y omnisuficiente, como inteligencia
suprema, proclamara su validez indiscutible desde otra perspectiva —tal vez la práctica—,
sería de la mayor importancia determinar con exactitud este concepto en su perfil
trascendental, como concepto de un ser necesario y realísimo, eliminando cuanto se
opone a la realidad suprema, cuanto pertenece al simple fenómeno (al antropomorfismo
en sentido amplio) y haciendo desaparecer, al mismo tiempo, todas las afirmaciones
contrapuestas, sean ateas, deístas o antropomórficas.
El ser supremo se queda, pues, en mero ideal del uso meramente especulativo de
la razón, aunque sea un ideal perfecto, concepto que concluye y corona el conocimiento
humano entero y cuya realidad objetiva no puede ser demostrada por este camino, pero
tampoco refutada.
La necesidad, la infinitud, la unidad, la existencia fuera del mundo (no como alma
del mundo), la eternidad sin condiciones de tiempo, la ubicuidad sin condiciones de
espacio, la omnipotencia, etc., no son más que predicados trascendentales y, por ello
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mismo, su concepto depurado, tan necesario a toda teología, sólo puede ser extraído de
la teología trascendental.

APÉNDICE A LA DIALÉCTICA TRASCENDENTAL.


EL USO REGULADOR DE LAS IDEAS DE LA RAZON PURA.
La razón nunca se refiere directamente a un objeto, sino sólo al entendimiento y, por
medio de éste, a su propio uso empírico. La razón no produce, pues, conceptos (de
objetos), sino que simplemente los ordena y les da aquella unidad que pueden tener al ser
ampliados al máximo, es decir, en relación con la totalidad de las series, totalidad que no
constituye el objetivo del entendimiento.
Si echamos una ojeada a nuestros conocimientos del entendimiento en toda su
extensión, vemos que lo peculiar de la razón a este respecto, lo que ella intenta lograr, es
la sistematización del conocimiento, es decir, su interconexión a partir de un solo principio.
Si la razón es la facultad de derivar lo particular de lo universal, puede ser que este
universal sea en si cierto y esté dado, caso en el que no hace falta más que un Juicio que
subsuma para que lo particular quede necesariamente determinado. Es lo que llamaré el
uso apodíctico de la razón.
El uso hipotético de la razón tiende a la unidad sistemática del conocimiento del
entendimiento y esta unidad es el criterio de verdad de las reglas. Inversamente, la unidad
sistemática (en cuanto mera idea) es sólo una unidad proyectada.
De hecho, no se entiende cómo puede haber un principio lógico de unidad racional
de las reglas si no presuponemos otro de tipo trascendental por el que se admita a priori
semejante unidad sistemática como necesaria, como inherente a los objetos mismos.

EL OBJETIVO FINAL DE LA DIALÉCTICA NATURAL DE LA RAZON HUMANA.


Así, pues, la razón pura, que parecía ofrecernos inicialmente nada menos que ampliar
nuestros conocimientos más allá de todos los límites de la experiencia, no contiene otra
cosa, cuando la entendemos correctamente, que principios reguladores.
Así, todo conocimiento humano se inicia con intuiciones, pasa de éstas a los
conceptos y termina en las ideas. Si bien posee, en relación con los tres elementos,
fuentes cognoscitivas a priori que, a primera vista, parecen eludir los límites de toda
experiencia, una crítica completa nos lleva al convencimiento de que la razón, en su uso
especulativo, nunca puede traspasar con estos elementos el campo de la experiencia
posible y de que la verdadera finalidad de esta superior facultad cognoscitiva consiste en
servirse de todos los métodos y de todos los principios de éstos con el único objeto de
penetrar hasta lo más recóndito de la naturaleza, de acuerdo con todos los principios de
unidad posibles —el más importante de los cuales es el de la unidad de fines—, pero sin
rebasar nunca los límites de esa misma naturaleza, fuera de la cual no hay para nosotros
más que espacio vacío. La investigación crítica realizada en la analítica trascendental nos
ha convencido ya suficientemente de que las proposiciones susceptibles de ampliar
nuestro conocimiento más allá de la experiencia real jamás pueden conducirnos más allá
de una experiencia posible.
Si no desconfiáramos incluso de las doctrinas más claras, abstractas y
universales, si no hubiese atrayentes perspectivas que nos incitaran a rechazar la fuerza
de esas doctrinas, sin duda podríamos habernos ahorrado el fatigoso interrogatorio de
todos los testigos dialécticos llamados por una razón trascendente en apoyo de sus
pretensiones.
Teniendo en cuenta que no hay modo de acabar una discusión si no se descubre
la verdadera causa de una ilusión que es capaz de engañar al más juicioso; teniendo en
cuenta, además, que la descomposición de todo nuestro conocimiento trascendente en
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sus elementos (en cuanto estudio de nuestra naturaleza interior) posee un valor nada
insignificante por sí mismo, a la vez que constituye incluso una obligación para el filósofo;
teniendo en cuenta todo esto, era necesario indagar minuciosamente todas estas vanas
elaboraciones de la razón especulativa hasta sus fuentes primeras.
Y dado que en este caso la ilusión dialéctica no sólo es engañosa en lo que se
refiere al juicio, sino que es, además, tentadora y natural —como lo será siempre—
incluso en lo que toca al interés puesto en este juicio, me ha parecido aconsejable
redactar detalladamente las actas de este proceso, por así decirlo, y archivarlas en la
razón humana con el fin de prevenir errores de esta clase en el futuro.

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