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Mi amigo Anuar me pidió que escribiera una nota sobre nuestra experiencia en la

Fundación. Yo sé que me lo pidió porque está mal visto hablar sobre uno y, en cierta
medida, le incomoda la idea de escribirla él mismo. Así es como se va pasando de boca
en boca la necesidad de narrar la primera persona: la papa caliente de la literatura.
Esta es, quizás, una de las muchas enseñanzas que he recibido en la contiguidad de
nuestros cubículos. Al final, la falta de privacidad ha llegado a tal punto que ni siquiera
es posible esconder para sí ese pequeño pudor que todos guardmos en el sacro rincón
de la vanidad.

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