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Fuente: Dictionnaire de la géographie et de l’espace des sociétés, Jacques Lévy

et Michel Lussault (dir.), Belin, Paris, 2003, pp. 907-912

Traducción: Jerónimo Díaz

Territorio
Territoire, Territory, Territorium

Definición de Jacques Levy

Espacio de métrica topográfica.

El término “territorio” es de uso reciente en el vocabulario especializado de la geografía


y las demás ciencias sociales. Dentro de la producción francófona podemos identificar la
entrada “oficial” con la edición de 1982 de los encuentros de Géopoint: “Los territorios de la
vida cotidiana”. Desde entonces, los usos y significados se han multiplicado hasta generar una
verdadera dificultad para la comunicación entre investigadores. Es posible resumir esta
polisemia en nueve definiciones. Empezaremos por exponer las ocho primeras para después
generar una crítica general y, así, proponer una novena definición.

Ocho definiciones (o usos)

1. No se usa. Esta elección fue dominante durante la fase modernista de la renovación


de la geografía (Harvey, 1969; Auriac, 1983). “Espacio” daba una coloración más matemática
y desde luego más científica, mientras que “territorio”, por el contrario, se identificaba con la
continuidad del excepcionalismo, el de la imposible comparación de las situaciones. Esta
tendencia sigue vigente entre aquellos que prefieren utilizar la palabra “espacio” y que de vez
en cuando utilizan la palabra “territorio” como su sinónimo, sin significado particular.
2. Un sinónimo o casi sinónimo de “espacio”. Se trata de la elección inversa, en la
misma época y hasta tiempos recientes (Scheibling, 1994): algunos desconfiaban de las
connotaciones abstractas, deslindadas de la historia, de la palabra “espacio” y preferían
“territorio” por estar más enraizado en las realidades no exclusivamente geográficas, como la
historia; el término “espacio” pudiendo entonces servir de vez en cuando como un substituto.
Se encuentra también un uso alternado de ambos términos dentro de los mismos textos.
3. Un sinónimo de “lugar”. Se trata de un uso reciente en geografía pero sobre todo
en economía y en ciencia política. En estas disciplinas la palabra “territorio” aparece de forma
espontánea cuando se busca designar lo referente al espacio, particularmente cuando se desea
subrayar la especificidad de ciudades o regiones dentro de amplios conjuntos nacionales,
continentales o mundiales. El “territorio” reemplaza “lo local” con la ventaja de poder
designar objetos de diversos tamaños, cosa que no permite, para los no-geógrafos, la palabra
“lugar”. En Francia, los sentidos 2 y 3 se han difundido recientemente bajo la influencia del
redescubrimiento, por parte del mundo político, de la importancia de los espacios
infranacionales. Frente a un “espacio” connotado tecnocrático, el “territorio” designa entonces
un “espacio cuya dimensión histórica e identidad crean una especificidad que puede constituir

1
un recurso para el desarrollo local”. Es el caso, por ejemplo, en Michel Marié (1986) o en
Pierre Veltz (1996).
4. Una opción epistemológica. Se busca en este caso distinguir lo real del concepto.
El “territorio” corresponde al espacio socializado, el “espacio geográfico”, es decir la
construcción intelectual que permite pensarlo. El objetivo es afirmar el carácter social del
objeto y al mismo tiempo evitar confundir lo real del discurso que intenta volverlo inteligible
(cf. Territorio según Jean Paul Ferrier).
5. Un espacio controlado-limitado. Esta definición nos remite al sentido más antiguo
y por mucho tiempo dominante del término. Se trata de un espacio al que corresponde la
lógica del Estado, con su profundidad interna y sus fronteras externas. Este sentido fue
renovado por trabajos recientes como los de Robert Sack (1986) o de Bertrand Badie (1995) y
es sobre todo común en ciencia política y en relaciones internacionales.
6. Una metáfora de la animalidad. Posteriormente a los trabajos en etología, lo que
era una herencia del mundo social pasó al campo de la biología para regresar nuevamente a
las ciencias humanas (ver por ejemplo Robert Ardrey, 1966). La oposición entre especies
“gregarias” (protegidas por el grupo) y “territoriales” (protegidas por su control de un
espacio) es sin duda estimulante para abordar los fenómenos sociales. El territorio se
convierte entonces en un espacio de control exclusivo, obtenido eventualmente mediante
modos no-violentos. Ejemplo: “Yo invito, están ustedes en mi territorio”.
7. Un espacio “apropiado”. En base a la definición precedente, que es bastante
precisa, cierto número de geógrafos franceses han creído poder generalizar el término a la
idea de “apropiación”. El territorio sería un espacio que dispone, de alguna manera, de un
atributo de posesión o identificación. En una variante reciente, el territorio se convertiría en el
componente identitario, o inclusive imaginario, de cualquier espacio (cf. Territorio según
Bernard Debarbieux).
8. Una periodización histórica. Una clasificación fácil, propuesta sobre todo por
Christian Grataloup, consiste en recortar la historia de la geografía en tres momentos: el del
“medio” (milieu), ligado al naturalismo lamarckiano; el del “espacio”, que rompe con el
excepcionalismo a través de un espacialismo cartesiano con una dominante geométrica; y
finalmente el “territorio”, marcado por la consideración de los efectos geográficos de la
identidad de los individuos y de los grupos. Contrariamente al sentido anterior, el territorio ya
no es un elemento dentro del género “espacio” sino una alternativa que corresponde a otro
estrato y a otra iniciativa interpretativa dentro de la geografía.

Una crítica necesaria

Estas ocho definiciones tienen cada una sus ventajas. Responden a concepciones
generales de la geografía (4) o a problemáticas más precisas (5 y 6). Todas poseen cierta
coherencia. Sin embargo todas tienen sus defectos. Las cuatro primeras tienden en los hechos
a inmovilizar el término, ya sea refutándolo o bien dándole un significado excesivamente
general. Es también el caso de la definición 7 que parece bastante específica pero que, en la
práctica, se refiere a todo espacio social: ¿qué objeto social (es decir también natural) no es,
de alguna manera, apropiado? Es una tautología decir que los hombres y las sociedades hacen
suyas las realidades geográficas, que las fabrican, las utilizan o simplemente que las pueden
reconocer. La dimensión imaginaria está efectivamente presente en todo espacio: las cosas
hablan y las palabras pesan, algo que, como muchos admiten, se encuentra de manera
imbricada y no jerarquizada. A menos de que uno se refiera a un materialismo muy
“materialista” y que considere las representaciones como simples “super-estructuras”, la
definición 7, en sus diferentes variantes, aparece como una idea interesante en el sentido que
abre pistas, pero cuestionable por su falta de envergadura. Las definiciones muy precisas
tienen efectivamente el inconveniente de bloquear el “territorio” en un sentido restringido,

2
cuando en su aceptación común se trata de una palabra banal que contiene una función
genérica muy amplia e incluye una masa de objetos casi igual de extensa que la palabra
“espacio”. Fundamentalmente, la idea de apropiación es parte constitutiva de toda la
especialidad humana. El hecho de nombrar es ya una apropiación, y es cuestionable el
pretender que las apropiaciones de baja identificación (por ejemplo el área de influencia de
una empresa) estén exentas de apropiación. La idea desarrollada por Claude Raffestin según
la cual, a diferencia del espacio, el territorio estaría asociado con la “semiosfera”, es decir el
universo de la producción de sentido, implica excluir del campo de la geografía al “espacio”,
puesto que no existe espacio humano exceptuado de significado. Admitamos simplemente
que existe una multitud de apropiaciones, individuales, colectivas, comunitarias,
organizacionales o institucionales, y que todas engendran relaciones específicas de
pertenencia reciproca entre habitante y espacio habitado. De la misma manera, cuando
Bernard Elissalde (2002) intenta darle una consistencia más contemporánea a la noción,
difícilmente sostenible, de apropiación, distingue tres “pilares” o “facetas”: la
“identificación”, la “intencionalidad” y la “organización”. ¿Pero qué espacio no es ni
identificable, ni objeto de intencionalidad, ni organizado? Se puede llegar a pensar que la
“geografía de los territorios” muy poco difiere de la simple geografía, a menos de que se
cultive la quimera de una geografía “no-territorial” que trataría de un universo sin actores.
Agreguemos que el mismo tipo de interés por los espacios subjetivos y las identidades
espaciales en la geografía anglófona, ha conducido al empleo de la palabra “lugar” (“place”)
para este tipo de objetos. Ello es criticable por las mismas razones que se criticó la
confiscación del “territorio”. Aún más absurdo es cuando llegamos a traducir “lugar” por
“territorio”, o inversamente; dos términos a la vez elementales y fundamentales que, sin
embargo, ningún geógrafo puede considerar como sinónimos. Esta dificultad revela el
problema de las palabras ligadas a ciertas corrientes o sensibilidades académicas que se
transforman en términos del vocabulario común. No es molesto decir que el interés por los
espacios imaginarios se ha encarnado en las palabras “territorio” o “lugar”. Mas sin embargo
se vuelve embarazoso cuando se pretende llegar, de manera “salvaje” y sin una visión de
conjunto, a reconstruir todo el legado del léxico de la geografía. De hecho, este mecanismo
“predador” que consiste en crear enclaves semánticos en vez de proceder por medio de vastas
reconstrucciones, no es propio de la geografía. Es característico de aquellas innovaciones que
aún no han recorrido el camino hasta lo más profundo de un paradigma disciplinario. Así,
para muchos, el “territorio” sigue siendo una palabra mágica, una suerte de “pasaporte” que
sirve para mostrar el interés que uno aporta a las identidades y a los lenguajes, dispensándose
al mismo tiempo de llevar a cabo un esfuerzo crítico e integrador que tome en cuenta el resto
de las producciones. Si “territorio” fuese el contrario de “espacio”, ello significaría que
estaríamos legitimando sin mayor esfuerzo la concepción geométrica, a-social y a-histórica de
éste, agregándole por pura simetría un ligero humanistic. Es ésta la catástrofe epistemológica
que conviene evitar.
Finalmente, a pesar de su interés taxonómico, la interpretación diacrónica (8) también
desemboca sobre algunas dificultades. El hecho de caracterizar el momento presente como
aquel de los “territorios” o los “lugares” no debe dispensarnos de intentar colocar estas
nociones dentro de un dispositivo de clasificación riguroso y coherente. Términos tan
fundamentales como “territorio” y “lugar”, puesto que son lingüísticamente sencillos y
claramente espaciales, no pueden ser evacuados ni tampoco deben ser utilizados de manera
restrictiva o demasiado específica. Si no se logra distinguir claramente el acercamiento
histórico del epistemológico, se corre el riesgo de caer en el universo de las glisposiciones1,
que son esas oposiciones resbaladizas que hacen carcajear a los Cacopedistas de Humberto
Eco: macho/adulto, local/natural o consanguíneo/cazador.

1
NdT. Glisposiciones viene de la palabra glisser, que significa resbalar.

3
Una elección estratégica

Estas críticas serían menos severas si existieran otras palabras que reflejaran las
nociones recientemente valorizadas por la geografía. Entre la frenética producción de
neologismos (que perturban la comunicación científica interna y externa) y la aceptación de
términos demasiado amplios e imprecisos (que impiden la capitalización terminológica de la
innovación), no es fácil hallar el camino adecuado y es necesario admitir cierta arbitrariedad.
Seleccionando la palabra “territorio”, en el sentido de un espacio de métrica topográfica, uno
no se plantea la idea de que, al fin y al cabo, otras opciones hubieran sido posibles. Parece que
es más fácil recurrir a la palabra “territorio”, haciendo referencia a una gran familia de
espacios (incluyendo los que abordan las definiciones 5 y 6), sin tener que limitarse al objeto
seleccionado. Y es que esta familia abarca todos los objetos de métrica continua (no
forzosamente uniforme), oponiéndose a otra gran familia de métricas, éstas topológicas, que
son las redes. Contrariamente a la palabra “superficie”, que emana de la geometría,
“territorio” se sitúa claramente en el campo de los espacios propios al mundo social. En otro
registro, la utilización de los términos “areolario” (“aréolaire”) o, más fantasioso aún, “areal”
(“aréal”) para referirse a los espacios de métrica topográfica, parece inadecuada por ser
demasiado técnica frente a palabras como “red”, que a la vez es simple y que claramente
pertenece al vocabulario de la vida en sociedad. Siendo que se trata de una distinción
elemental (entre “red” y “territorio”), no es necesario multiplicar sus atributos. Los atributos
relativos a los límites (frontera, topológico; confín, topográfico) apelan a otro principio de
clasificación: podemos encontrar, tanto en los territorios como en las redes, espacios con
límites imprecisos y espacios con límites evidentes. De ahí que exista la posibilidad de cruzar
distintos criterios si se parte de una clasificación de las métricas (ver p. 608 del diccionario).
El modo de utilización, de organización, de gestión de un espacio por un individuo, un
grupo o una organización, parece involucrar otro criterio aún distinto. Los espacios
controlados de acceso exclusivo son más o menos identificables (Estados, “zonas tampón” de
individuos…) y constituyen sólo una parte de los objetos geográficos que podemos encontrar
hoy en día en el mundo. Es por ello que, a mi parecer, no hay que darles un lugar
preponderante en las taxonomías.
Se entiende mejor cómo la opción estratégica elegida permite evidenciar la amplitud
de fenómenos ajenos al “país”, ese territorio delimitado – terruño o espacio estatal – que ha
ocupado el campo de visión de los geógrafos durante demasiado tiempo. La mancuerna
territorio/red presenta la ventaja de poner sobre un mismo plano, de comparar, de articular
ambos términos sin reducir las redes, como se ha venido haciendo, a puros soportes
materiales, o por el contrario, convirtiéndoles en meras abstracciones desligadas de la noción
de distancia. Las redes aparecen cada vez más como espacios practicados, que compiten o se
complementan con los territorios, pero que en todo caso son comparables con éstos. Un
fenómeno como la globalización se vuelve más legible cuando se comparan las escalas
respectivas de los territorios y las redes. Esta definición del territorio, extensa pero precisa,
permite finalmente ver la importancia de la territorialidad (sin confundirla con la noción de
identidad espacial) en cierta cantidad de procesos como la urbanidad, la vida de los Estados, o
también, de una manera que no se confunde con la anterior, la construcción y la circulación de
las legitimidades políticas. Puesto así, el territorio no resume la especialidad humana sino que
se constituye como una dimensión intrínseca de ésta.
La manera que hemos utilizado para definir el territorio tiende hoy a ganar terreno. Es
una razón más para pensar que esta elección permite responder a las exigencias del
pensamiento geográfico contemporáneo, desde diferentes campos, sobre diferentes objetos de
estudio y a diferentes escalas.

4
ARDREY Robert, The Territorial Imperative, New Cork, Atheneum, 1966. AURIAC
Franck, Système économique et espace, Paris, Economica, 1983. BADIE Bertrand, La fin
des territoires, Paris, Fayard, 1995. ELISSALDE Bernard, “Une géographie des territoires”,
L’Information Géographique, n° 3-2002, p. 193-205. HAGGETT Meter, L’analyse spatial
en géographie humaine, Paris, Armand Colin, 1973 (1ère ed. Anglaise, 1968); Geography : A
Modern Síntesis, New Cork, Harper Internacional, 1972. HARVEY David, Explanation in
Geography, London, Edgard Arnold, 1969. MARIE Michel, “Penser son territoire : pour une
épistémologie de l’espace local”, in AURIAC Franck & BRUNET Roger (dir.) Espaces, jeux
et enjeux, Paris, Fayard, p. 143-158, 1986. SACK Robert David, Human Territoriality. Its
theory and history, Cambridge, Cambridge University Press, 1986. VELTZ Pierre,
Mondialisation, villes et territoires. L’économie d’archipel, Paris, PUF, 1996.

Definición de Bernard Debarbieux

Organización de recursos materiales y simbólicos que permite


estructurar las condiciones prácticas de la existencia de un
individuo o de un colectivo social, y que a su vez informa a este
individuo o colectivo acerca de su propia identidad.

Toda definición del concepto de territorio, inclusive la anterior, corre el riesgo de


entrar en contradicción con el resto de las definiciones existentes. Además, junto con la
multiplicación de las aceptaciones que contiene el término en función de las distintas ciencias
sociales, debe considerarse el papel esencial, por no decir emblemático, que juega el territorio
dentro de la geografía francófona contemporánea. A pesar de esto, podemos justificar nuestra
propuesta inicial llevando a cabo un análisis de las principales problemáticas que encierra la
definición conceptual de este término. Estas problemáticas se relacionan con cuestiones de
materialidad, de apropiación, de configuración espacial y de auto-referencia.
• La doble naturaleza, simbólica y material, del territorio. Ciertos usos
contemporáneos de la palabra territorio tienden a subordinar este concepto a la idea de
representación, a tal punto que puede aparecer como una representación más entre otras. El
efecto de esta tentación es obliterar la importancia de la relación a la materia y la sustancia en
toda construcción territorial. Si bien es cierto que la materialidad del territorio no precede a su
representación, constituye en cambio uno de sus componentes. De ahí el interés de considerar
el territorio, junto con Claude Raffestin o Yves Barel, como una realidad “bifacial”, producto
de una eco-génesis por medio de la cual los recursos materiales son movilizados dentro de un
sistema simbólico y de información. Desde esta perspectiva, el territorio es al mismo tiempo
recurso dinámico (producto de un “cara a cara” entre lo material y lo imaginario, escribía
Raffestin (1986)) y figuración (la representación de esta relación).
• El territorio como forma de apropiación. Referirse a la apropiación constituye uno de
los usos más destacados del concepto de territorio. Sin embargo, este otro término no nos
permite resolver gran cosa puesto que sus usos son igualmente diversos. La conceptualización
de la palabra “territorio” dentro de las ciencias políticas y jurídicas, y su posterior
formalización desde la etología, favoreció, en ambos casos, la idea según la cual la
apropiación exclusiva de un territorio por parte un individuo o un grupo es muestra de su
naturaleza territorial. Esta se expresa, por un lado, a través de la soberanía política y, por el
otro, por medio de la agresividad. Más recientemente, la incorporación del concepto de

5
territorio a otras ciencias sociales, y a la geografía en particular, se apoya sobre una
concepción más “liviana” y pacífica de la noción de apropiación: los individuos y los
colectivos sociales se apropian los territorios por medio de registros cognitivos y simbólicos,
sin implementar, en la mayoría de los casos, dispositivos de control y de defensa (que definen
el aspecto “pesado” de la apropiación). Ciertamente la filiación político-jurídica y etológica
permanece muy presente en los trabajos de algunos autores, sobre todo en el de los geógrafos
angloparlantes cuyo vocabulario conceptual se ha ido estructurando de manera específica
(Debarbieux, 1999). Por el contrario, esta filiación ha sido ampliamente rebasada por los
trabajos en lengua francesa, italiana o española, sin omitir que aún pueda resurgir de manera
implícita en determinado momento.
• El territorio como una configuración espacial. La manera de abordar la relación entre
territorio y apropiación tiene incidencias sobre la forma de concebir la relación entre territorio
y espacialidad, así como sobre la manera de identificar los espacios pertinentes de la
territorialidad. Los enfoques del territorio que postulan una fuerte apropiación nos llevan a
pensar el territorio como una entidad única, estrictamente definida y delimitada por el control
que se ejerce sobre el espacio: en este sentido, el domicilio familiar es un territorio, así como
el territorio nacional o los territorios de ciertos grupos sociales, como el de algunas bandas
urbanas en Estados-Unidos o el de grupos étnicos. Por su parte, los territorios individuales y
colectivos vistos desde la psicología social, la sociología y la geografía son territorios de
escalas múltiples que combinan una pluralidad de recursos y de modos de aprovechamiento
de éstos. En este contexto, podríamos asimilar el territorio a una diáspora.
Este planteamiento se confunde con otro que consiste en saber si el territorio se
distingue radicalmente de la red o no. No es raro ver que se opongan estos ambos conceptos,
siendo que el territorio se concibe sobre el modo de la continuidad espacial, similar al “país”
en la geopolítica moderna (supra, Territorio según Jacques Lévy). Este punto de vista es
cuestionable por razones empíricas y conceptuales. Primero, existen territorialidades
“clásicas” que son en realidad redes o archipiélagos, como por ejemplo el territorio francés,
entre la metrópolis y los municipios de ultra-mar. Existen también numerosos territorios
sociales homogéneos que funcionan por medio de redes, como las sociedades polinesias
tradicionales estudiadas por Joel Bonnemaison (1996), o las comunidades rurales de los
Andes. Además, la objeción conceptual se sustenta en el hecho de que todo territorio, incluso
aquel cuyo desarrollo espacial es modesto y continuo (en el sentido de continuidad espacial),
se compone de redes materiales (senderos, avenidas, infraestructuras diversas, etc.) y lo
animan redes sociales. La continuidad espacial de sus componentes no es más que un tipo de
configuración en el que los lugares y las áreas se relacionan por medio de las redes. Dicho de
otra manera, el territorio puede tener forma de área (el territorio como conjunto de puntos y
áreas contiguas), de archipiélago (el territorio reagrupa una serie de áreas disjuntas que se
entrelazan por medio de redes no-territorializadas), o reticular (el territorio se configura como
un conjunto de áreas y lugares disjuntos relacionados por medio de redes territorializadas). La
configuración final depende de los recursos considerados y de las modalidades de su control
práctico y simbólico. Bajo estas condiciones, podemos preguntarnos si la tentación clásica,
que consiste en asimilar al territorio al modo de la continuidad espacial, no es una vicisitud de
la modernidad política y de su propia concepción de la territorialidad, así como del
pensamiento geográfico clásico que prefiere operaciones de recortes, delimitaciones y
ordenamiento de las partes obtenidas por medio de sus propios procedimientos.
• El territorio como auto-referencia. El interés principal del concepto de territorio, y al
mismo tiempo lo que hace su complejidad, es que se requiere tomar en cuenta los aspectos
objetivos, subjetivos y convencionales de manera simultánea. Su naturaleza objetiva es
aquella de su materialidad y de la materialidad de las prácticas para las cuales el territorio es a
la vez producto, soporte y objeto. Su naturaleza subjetiva es aquella de la experiencia
individual (sensible, afectiva, simbólica) que se hace posible gracias a éste. La naturaleza

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convencional del territorio se halla en el hecho de que, a fin de cuentas, un territorio social
sólo es pertinente dentro de un proceso dado, siempre singular y endógeno, de construcción
colectiva de la inteligibilidad del mundo. Visto de esta manera, siempre participa dentro de
una visión del mundo y una representación auto-referenciada e identitaria del grupo que la
construye. Es por medio de las convenciones que lo rodean y mediante la fuerte carga
simbólica que puede llegar a contener, que un territorio adquiere un valor emblemático para
cierto grupo, el territorio del grupo: éste se presenta a través del territorio que reivindica,
mediante las representaciones que le atribuye y que comunica.

BONNEMAISON Joel, Les fondements géographiques d’une identité : l’archipel du


Vanuatu, Paris, OSTROM, 1996. DEBARBIEUX Bernard, “Le territoire : histories en deux
langues. A bilingual (his-)story of territory”, in CHIVALLON Christine, RAGOUET P.,
SAMERS Michael, Discours scientifiques et contextes culturels. Géographies françaises à
l’épreuve post-moderne, Bordeaux, Maison des Sciences de l’Homme d’Aquitaine, p. 33-34,
1999. RAFFESTIN Claude, “Ecogenèse territoriale et territorialité”, in AURIAC Franck &
BRUNET Roger (dir.) Espaces, jeux et enjeux, Paris, Fayard, p. 173-183, 1986.

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