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ISBN: 978-84-283-3485-3
Depósito legal: M-14.415-2013
Impresión: Impulso
Impreso en España
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algún fragmento de esta obra.
aUTORA
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS........................................................................................................................................... 10
PRÓLOGO.............................................................................................................................................................. 11
PRESENTACIÓN.................................................................................................................................................... 15
5
6.2.3. Uso de los modelos teóricos en el trabajo social...................................................... 133
6.2.4. Visión de conjunto de los modelos teóricos del trabajo social............................ 135
MANUALES Y ENSAYOS
6
Índice
9.3. Aspectos metodológicos y operativos de los modelos teóricos de trabajo social:... 244
9.3.1. Modelos clásicos................................................................................................................... 245
9.3.2. Modelos recientes................................................................................................................ 254
ESTRUCTURA Y CARACTERÍSTICAS DEL PROCESO METODOLÓGICO EN TRABAJO SOCIAL.... 265
10.1. Características fundamentales del método en trabajo social:........................................ 266
10.1.1. Unitariedad: globalidad e integración metódica................................................. 266
10.1.2. Enfoque y perspectiva ecológico-sistémica: trabajo social de red y
en red.................................................................................................................................... 267
10.1.3. Métodos combinados: exigencia de una mirada compleja.............................. 269
10.1.4. Centralidad del sujeto, empatía y enfoque participativo.................................. 273
10.1.5. Interdisciplinariedad y trabajo en equipo............................................................... 274
10.1.6. Las actitudes básicas en la aplicación del método: flexibilidad y
sensibilidad........................................................................................................................ 275
10.2. La estructura metódica que subyace en todo proceso de intervención social........ 276
10.3. Las acciones-clave del proceso de intervención en trabajo social y las
principales técnicas y procedimientos metodológicos..................................................... 282
ACCIONES-CLAVE DEL PROCESO DE INTERVENCIÓN SOCIAL............................................................ 289
11.1. El diagnóstico social....................................................................................................................... 290
11.1.1. Cuestiones básicas acerca del significado y alcance del diagnóstico........... 291
11.1.2. Cómo hacer un diagnóstico social............................................................................. 296
11.1.3. Consideración metodológica final sobre el diagnóstico social....................... 336
11.2. El diseño de proyectos de intervención.................................................................................. 340
11.2.1. Algunas precisiones conceptuales previas............................................................. 340
11.2.2. Guía para elaborar proyectos...................................................................................... 345
11.2.3. Consideración metodológica final sobre el diseño de proyectos.................. 365
11.3. La ejecución del proyecto o puesta en práctica de las actividades programadas... 367
11.3.1. El trabajo en equipo........................................................................................................ 367
11.3.2. Capacidad ejecutiva........................................................................................................ 369
11.3.3. Trabajo en grupo y uso de las técnicas grupales.................................................. 371
11.3.4. Formación y transferencia de tecnología social................................................... 378
11.3.5. Uso de la documentación............................................................................................. 380
11.4. La evaluación de programas y proyectos de intervención social.................................. 382
11.4.1. Cuestiones conceptuales sobre la evaluación....................................................... 383
11.4.2. El proceso de evaluación............................................................................................... 388
11.4.3. La necesidad de una evaluación pluralista y participativa............................... 399
7
A mi hijo RICARDO,
que me ha dado la fuerza, la energía y el apoyo necesarios
para hacer este trabajo, en circunstancias muy poco favorables.
Sin duda, la fuerza del amor nos permite lograr lo que parece imposible.
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AGRADECIMIENTOS
MANUALES Y ENSAYOS
Son muchas las personas que, sin ser conscientes de ello, me han acompañado y apoyado en
la larga andadura de pensar y escribir este libro.
Primeramente, quiero recordar a mis profesoras y profesores de trabajo social de la Escuela
de Asistentes Sociales de Alicante, donde inicié mi formación profesional, y a quienes segura-
mente di demasiados quebraderos de cabeza: ahora que yo soy profesora les comprendo mu-
cho mejor y quiero agradecer públicamente lo que me aportaron con su esfuerzo.
Al profesor de la Universidad Complutense, y sobre todo amigo, Francisco Alvira, quiero
agradecer su apoyo incondicional en todos los proyectos académicos que he emprendido des-
de que tuve el privilegio de contar con su dirección en mi tesis doctoral. Sin duda le debo a él,
en gran parte, la exigencia y la pasión por el rigor metodológico.
También quiero recordar a todos mis estudiantes universitarios de grado y posgrado, de to-
das las universidades en las que he tenido la oportunidad de trabajar, tanto en Europa como
en América Latina: muchos de ellos me han permitido adecuar mejor mi experiencia profesio-
nal a los procesos de aprendizaje. La riqueza de aprender es comparable con la riqueza de en-
señar, y yo aprendo también siendo docente.
Pero, sobre todo, quiero agradecer a las personas que, desde tan diversas procedencias,
horizontes culturales, lugares y momentos, he podido conocer y de las que tanto he aprendi-
do durante mi vida profesional. Sin ellas, este texto nunca hubiera podido ser escrito.
De manera especial quiero agradecer a Demetrio Casado y Daniel Buraschi la revisión críti-
ca del texto, pues sus comentarios y sugerencias me han permitido mejorar y precisar no po-
cos aspectos del mismo.
Sin duda es un honor que Natividad de la Red, Premio Nacional de Trabajo Social, a quien
tuve el privilegio de conocer cuando yo era solo una estudiante principante (siendo ella una
prestigiosa profesora de trabajo social), haya aceptado prologar el libro con un texto tan nece-
sario como profundo y hermoso.
Por último, pero no por ello menos importante, quiero agradecer al Consejo General del
Trabajo Social su apoyo editorial en la publicación de esta obra. Sin su estímulo en el último
año, seguramente no lo hubiera terminado de escribir. Es para mí un gran honor, como traba-
jadora social española, que este libro forme parte de una nueva colección del Consejo General
del Trabajo Social, en esta nueva etapa editorial que se inicia con la publicación de mi obra. De
algún modo, al aceptar el generoso ofrecimiento del Consejo para publicarla, he querido ren-
dir un humilde homenaje a esta profesión que tanto amo desde que era una adolescente. Ten-
go otros títulos universitarios y profesionales, pero siempre me sentiré, por encima de todo,
trabajadora social.
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PRÓLOGO
PRÓLOGO
Este libro sobre trabajo social ve la luz en unas circunstancias marcadas por una de las crisis
más intensas de los últimos años. Sabido es que el trabajo social se encuentra particularmente
implicado en situaciones carenciales. Y una crisis como la actual conlleva crisis económico-fi-
nanciera, según algunos; es producto de manejos y especulaciones bancarios para otros; y en
la opinión de muchos aparece como causa de la crisis el cambio o metamorfosis del sistema,
de la cultura, de los valores. Junto a esa crisis, está también la de las relaciones, que dibujan un
porvenir incierto, brumas y desánimos, inseguridad, crecientes desigualdades, discriminacio-
nes e injusticias. Y ante tales crisis, los gobiernos parecen haberse quedado sin ideas, los dere-
chos sociales parecen tambalearse, ofreciendo su cumplimiento cada vez mayores riesgos en
contextos democráticos de corto recorrido.
Practicar el trabajo social en contextos donde aumentan las desigualdades y donde las re-
laciones cada vez son más difíciles, supone enfrentar nuevos desafíos y exponerse a nuevos
riesgos. Porque se sitúa en una primera línea de aplicación de las políticas sociales, necesitará
mayores recursos para dar cumplidas respuestas desde unos servicios sociales acordes al avan-
ce de las necesidades sociales y el surgir de otras nuevas.
Por otra parte, el trabajo social como disciplina viva y enraizada en la realidad social, y es-
pecialmente en situaciones sociales complicadas, ni puede ni debe inhibirse ante la situación
crítica que se deriva de la actualidad socioeconómica y de los efectos negativos que acarrea.
Antes bien, debe reanimar las posibilidades de acción de los profesionales, para que la inter-
vención social regenere la difícil coyuntura que atraviesan diferentes grupos sociales.
Asimismo, al trabajo social le corresponde implicarse constructiva y activamente, y partici-
par en el proceso de influencia y orientación sociopolítica desde la coherencia con la realidad
cívica y social, así como poner sus capacidades y posibilidades al servicio del desarrollo de los
derechos y los deberes de la ciudadanía. Es el desafío al que debe responder: contribuir a que
avance tanto el desarrollo de la protección social como el bienestar comunitario responsable
y promocional.
Es así como resulta innegable la contribución del trabajo social al cultivo, al desarrollo y a la
fecundidad de la democracia en áreas y contextos en los que la problemática resulta más acu-
ciante. Y ello se constata al considerar la posición y perspectiva que le facilita hacer una parti-
cular lectura, y realizar un análisis pormenorizado de aquellas realidades y ámbitos a los que
no llegan por los cauces normales las previsiones de las políticas sociales y de las mismas or-
ganizaciones sociales.
De ahí se deriva la función contributiva del trabajo social. Y por eso explica que se reclame
su presencia cuando surgen parcelas amenazadas por condiciones de vulnerabilidad; cuando
se generan procesos de exclusión, y allí donde la concreción de la política social y los servicios
sociales plantan tienda.
Los fines que se plantea el trabajo social son y serán, por su valor intrínseco, dinámicos y
provocativos. Su trayectoria es y será ondulante y accidentada. Cada logro es un paso, una
aportación que ofrece más que una conquista. La gravidez de cada nueva circunstancia es
como una llamada al alumbramiento de una intervención, protagonizada por factores origina-
les, novedosos, imprevisibles y amplios. Y también por relaciones intersubjetivas de personas,
11
grupos y comunidades, donde se implican múltiples factores individuales y colectivos; y desde
donde se posibilita la evolución de unos servicios sociales comprometidos en el desarrollo de
MANUALES Y ENSAYOS
12
PRÓLOGO
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conjunción sea posible, entre lo profesional y lo académico y docente, desde el propio ámbi-
to del trabajo social, en diálogo interdependiente con otras ciencias y contextos afines. Libros
MANUALES Y ENSAYOS
como este animan a la esperanza de que el trabajo social sabrá encontrar respuestas de inter-
vención social oportunas en las complicadas situaciones actuales.
Los trabajadores sociales son buenos profesionales en la intervención social y están bien
situados para la solución de problemas desde la experiencia práctica acumulada. Soluciones
que se irán enriqueciendo con la “sabiduría práctica” y desde la sistematización del trabajo
diario como fuente de conocimiento, que va más allá de la casuística y produce la necesaria
agregación y contraste, en la elaboración del enriquecimiento de un conocimiento específi-
co como nutriente progresivo de una intervención social más fundamentada, y una formación
básica y continua más acorde con la complejidad de las respuestas de las personas y situacio-
nes con las que trabaja.
Con esa trayectoria, el trabajo social encontrará además mejores oportunidades, no solo
para ser más eficiente en el cumplimiento de los derechos sociales allí donde no llegan, no
se concretan o llegan con más dificultad; encontrará también mejores oportunidades para la
traducción de las políticas sociales a proyecto operativo. Desde la posición privilegiada de la
realidad en la que interviene, podrá además ser agente activo de dichas políticas sociales y
proporcionar contribuciones valiosas al diseño de las mismas, de acuerdo con el surgir y evo-
lución de necesidades sociales y con la implicación de la ciudadanía como agente activo en la
superación de las mismas.
La presentación que nos ofrece la autora en las primeras páginas de su obra, nos orienta
en los contenidos que encontramos en las sucesivas partes y los respectivos capítulos de cada
una de ellas. La estructura clara y definida nos permite acercarnos al tema o punto que nos in-
terese, por lo que se nos presenta de este modo como importante libro de consulta. Consul-
ta en la que pueden encontrar cumplida respuesta tanto profesionales de diversos ámbitos
y campos, como alumnado y profesorado de trabajo social, válido para diversas asignaturas.
La autora recoge como entradilla en el capítulo 3 una cita de A. Cortina que concluye: “Es
tiempo, pues, no de despreciar la vida cotidiana, sino de introducir en ella la aspiración a la ex-
celencia”. Después de leer su obra podemos afirmar que la doctora Aguilar se sitúa, desde el
trabajo social, en ese tiempo, lo que indudablemente merece nuestra admiración y agradeci-
miento.
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presentación
PRESENTACIÓN
Comencé a escribir este libro hace diez años. Quizás demasiado tiempo para una obra me-
todológica y técnica, y quizás poco tiempo para una obra que pretende ser un compendio
sistemático de los aspectos conceptuales y metodológicos de nuestra disciplina y nuestra pro-
fesión desde una perspectiva internacional comparada, pero también desde la reflexión a par-
tir de la propia práctica.
La decisión de iniciar su escritura no fue voluntaria (como en el resto de mis obras) sino im-
puesta, ya que empezó como una exigencia académica: el borrador de la primera parte y algu-
nos aspectos de la segunda constituyeron parcialmente mi proyecto docente para la cátedra
de trabajo social que ahora desempeño. Después de aquel primer borrador académico, finali-
zado a comienzos de 2003, cada año hacía una revisión y ampliación del texto para que fuese
útil a mis alumnos, pero cada año pensaba que faltaba algo, sobre todo en la parte metodoló-
gica, técnica y de aplicación a la práctica. Estas consideraciones sobre las limitaciones de lo es-
crito, hicieron que –de tanto en tanto– modificara, actualizara e incorporase nuevos elementos
en el texto. Aún hoy, cada vez que lo reviso, siento que es más lo que falta que lo que contie-
ne, pero prolongar en el tiempo su escritura hace cada vez más dificultosa la tarea de actuali-
zación, que nunca se termina.
En cierta ocasión me dijo Edgar Morin que al escribir un libro siempre se tiene la sensación
de no acabarlo nunca, porque nunca se considera acabado o cerrado, y porque siempre que
se revisa lo escrito se desea modificar algo. Yo tengo también esa sensación, y especialmen-
te en esta obra en la que, a diferencia de mis libros anteriores (que fueron escritos en no más
de dos años cada uno de ellos) siempre reescribo lo que leo cada vez que lo reviso. Pero Mo-
rin también me dijo que hay que decidir en un momento dado cerrar el manuscrito y entre-
garlo al editor, porque escribir un libro es como echar a rodar en una ladera una pequeña bola
de nieve: si no la paras a tiempo, arrolla a su paso todo cuanto encuentra y termina sepultán-
dolo todo.
Una década creo que es tiempo suficiente para que esta “bola de nieve” haya tomado for-
ma, sin agrandarse hasta el punto de ser “indigerible” por el/la lector/a1. Debo confesar, no
obstante, que en el último momento he decidido eliminar dos capítulos finales que había es-
crito: uno sobre la investigación científica en trabajo social, y otro sobre el futuro del trabajo
social en el tercer milenio. Si no los hubiera eliminado, la extensión del libro hubiera sido tal,
que dudo haber encontrado editor dispuesto a arriesgarse con la publicación de semejante
“ladrillo”.
El libro ha sido escrito de acuerdo a una lógica secuencial, según la cual cada capítulo se
apoya en el anterior. Pero para compensar al lector por la, quizás excesiva, extensión de esta
obra, el libro también puede leerse “a la carta”, consultando aquellas partes que interesen, sien-
do legibles y comprensibles aunque no se hayan leído otras páginas previas. Salvo algunos
capítulos en los que se hace mención a reflexiones de capítulos o párrafos anteriores (cuyas
páginas están pertinentemente indicadas), la mayor parte de los capítulos pueden leerse por
1
A partir de este momento utilizaré el neutro cuando sea posible o el masculino genérico para hacer referencia a perso-
nas de ambos sexos, a fin de evitar que el uso permanente de el/la, los/las haga farragoso este texto, ya de por sí extenso.
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separado. Además, en esta obra habrá capítulos que de forma completa pueden interesar a
profesores o estudiosos de la materia, mientras que para un estudiante solo sirvan como mate-
MANUALES Y ENSAYOS
rial de consulta de forma parcial. Se trata por tanto, de un libro con pretensión de utilidad para
un público diverso: estudiantes, profesores, profesionales e investigadores. Espero que cada
cual pueda encontrar en las páginas que siguen lo que busca y necesita conocer. He tratado
de utilizar un lenguaje sencillo y didáctico, aunque sin excluir el rigor y precisión necesarios en
una obra de esta naturaleza. Espero que los lectores sepan disculpar la posible oscuridad que
pudieran encontrar en ciertas partes del texto.
El texto que he elaborado es una reflexión sistemática que he construido a partir de mi pro-
pia experiencia profesional en diversos países y continentes, del conocimiento que he podi-
do adquirir de experiencias de otros colegas de diversas procedencias y trayectorias, así como
de la consulta de numerosas fuentes documentales y personales. Las experiencias formativas
en las que he participado a lo largo de mi medio siglo de vida (ya sea como educadora o como
educanda, según la clásica terminología freireana), sin duda también han contribuido al enri-
quecimiento de este texto.
El trabajo que sigue a continuación consta de dos grandes partes, dividida cada una, a su
vez, en varios capítulos. La primera parte está dedicada a la conceptualización del trabajo so-
cial y la segunda se dedica al estudio de su metodología.
La primera parte tiene por objetivo encuadrar conceptualmente el trabajo social. Para ello,
se abordan cuestiones tales como su objeto, objetivos, principios y ética, naturaleza disciplinar,
definición, marco contextual en que desarrolla la actuación (y que depende del modelo de po-
lítica social y de servicios sociales en que se inserte) y base teórica de la disciplina.
La segunda parte tiene un mayor desarrollo, y versa sobre la metodología del trabajo so-
cial. Se tratan aquí cuestiones generales sobre metodología, método y técnica. A continuación
se realiza un análisis diacrónico de la metodología del trabajo social, según la evolución his-
tórica de sus métodos. Sin duda es necesario conocer el pasado para comprender el presente,
pero también es preciso analizar cuál es la situación actual de la metodología del trabajo so-
cial, a partir de los factores que en la actualidad están incidiendo en ella, y de las influencias
que recibe. Por este motivo, continúa el trabajo con una exposición detallada de la situación
actual, en la que se ofrece un panorama de los enfoques y escuelas metodológicas existentes
actualmente en diferentes países de nuestro entorno, analizando las propuestas metódicas
de sus autores más significativos. Incluyo también un análisis de los modelos teóricos y me-
todológicos en trabajo social, ya que su influencia y utilización es creciente. Esto permitirá te-
ner una mejor y mayor comprensión de la situación en España y sus perspectivas de futuro. A
partir de estos análisis, planteo mi propia propuesta metodológica, en el apartado dedicado
a estructura y características del método en trabajo social. Expongo, en primer lugar, las que
considero características fundamentales del método en trabajo social. Posteriormente, pre-
sento un desarrollo de las acciones-clave que la estructura metódica propuesta comporta, y
muestro también los principales procedimientos técnicos que pueden emplearse en el proce-
so de intervención.
Pienso, sincera y profundamente, que el trabajo social en este tercer milenio ha de ser, ne-
cesaria e indefectiblemente, un trabajo social emancipatorio y participativo, pues solo de este
modo nuestra profesión podrá contribuir a la construcción de otro mundo posible. Ahora bien,
todas las ideas, propuestas y reflexiones que escribo en este libro son cuestiones para el deba-
16
presentación
te en las que expreso mi postura a día de hoy. Pero como tengo más dudas e incertidumbres
que certezas sobre algunos asuntos, deberán tomarse muchas de mis reflexiones más como
invitación al diálogo y como iniciación de un debate siempre abierto.
Decía el poeta Jorge Semprún, en la última etapa de su vida, que había perdido todas sus
certidumbres pero conservaba todas sus convicciones. A mí me pasa lo mismo: muchas de las
propuestas conceptuales y metodológicas de este texto seguramente las vaya modificando a
medida que mi vida, mi contexto y mi reflexión crítica sobre ambos cambien también… Pero
de lo que no tengo ninguna duda es de lo siguiente: si creemos que otro mundo más justo y
más humano es realmente posible (y yo lo creo), el trabajo social que realicemos, como pro-
fesionales y como personas, debe ser acorde y debe ayudarnos a avanzar hacia ese horizonte.
Este libro que ahora tienes en tus manos pretende ser una modesta contribución para acercar-
nos a ese horizonte.
En un lugar de La Mancha,
entre el 28 de enero de 2002
y el 7 de septiembre de 2012.
mariajose.aguilar@uclm.es
http://mariajoseaguilaridanez.wordpress.com
http://es.linkedin.com/in/mariajoseaguilaridanez/
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PRESENTACIÓN INSTITUCIONAL
Uno de los objetivos planteados desde el área de publicaciones e investigación del Consejo
General del Trabajo Social es la realización de manuales de calidad que reviertan en beneficio
de la profesión, fruto de esta apuesta hemos llevado a tus manos este manual, “Trabajo Social:
Concepto y Metodología” sobre trabajo social, y sobre metodología en trabajo social.
Toda intervención social tiene una estructura metodológica implícita, o como indica la
autora: “está configurada metodológicamente por la integración y fusión de diferentes com-
ponentes o momentos de una estrategia básica y general de actuación. Esta estrategia o es-
tructura metódica básica subyacente, no es sino el resultado de la aplicación del método
científico en un primer momento de investigación, y en un segundo momento, de planifica-
ción-intervención, para culminar con la evaluación”.
Entendemos que en sí mismo este manual contribuirá a reforzar al trabajo social como dis-
ciplina de ciencias sociales a través de su método científico como principio organizador de la
reflexión intelectual previo a la intervención. Una de las pretensiones de este manual es que,
a través de su contenido, se refuerce la identidad del trabajo social y se incida en la mejora de
la calidad de la intervención directa de los profesionales del trabajo social, es decir, en la com-
prensión y explicación de la realidad social sobre la que intervienen pudiendo aplicar sus pro-
pias conclusiones a la praxis profesional.
La obra tiene dos partes bien diferenciadas: la primera sobre la conceptualización del tra-
bajo social reflejada en los primeros seis capítulos y la segunda sobre la metodología misma. Si
bien destacamos de esta obra su lógica secuencial, ya que enlaza cada capítulo con el siguien-
te hilando el desarrollo sin cambios bruscos, podemos afirmar que cada capítulo podría leerse
por sí mismo sin necesidad del resto.
La primera parte tiene por objetivo encuadrar conceptualmente el trabajo social, por lo
que se concretan cuestiones tales como su objeto, objetivos, principios y ética, la naturaleza
disciplinar y su definición. Así como la base teórica de la disciplina y el marco contextual en
que desarrolla la actuación y que depende del modelo de política social y de servicios socia-
les en que se inserte.
La segunda parte tiene un mayor desarrollo sobre la metodología del trabajo social, trata-
do cuestiones generales: método y técnica, para posteriormente realizar un análisis diacrónico
de la metodología del trabajo social, según la evolución histórica de los métodos del trabajo
social.
La actividad de la autora habla por si misma, ya que Maria José Aguilar lleva más de vein-
te años realizando multitud de publicaciones de gran calado y relevancia en esta materia, sin
duda desde el Consejo General del Trabajo Social hemos querido impulsar esta publicación
porque creemos que es básico proporcionar manuales que repercutan en toda la profesión, ya
sean estudiantes o profesionales de cualquier ámbito de intervención, pues apostamos por li-
bros de calidad como éste, donde se compendia lo más sustancial de una materia.
21
El trabajo social nació a partir de una práctica que se fue tecnificando y logró desarrollos
metodológicos propios. Se profesionalizó con el surgimiento y desarrollo de las políticas so-
MANUALES Y ENSAYOS
ciales, a la par que buscó fundamentación científica para dichas intervenciones profesionales.
Y a lo largo de este recorrido, ha elaborado teorías operativas propias, a partir de la síntesis y
aplicación de otras teorías científicas generales, de ordinario procedentes del ámbito de la so-
ciología y la psicología, de acuerdo con los valores y principios propios del trabajo social y su
aplicación metodológica.
Durante ese recorrido de algo más de un siglo, como profesión de ayuda en el ámbito de
lo social, el trabajo social se ha enriquecido con las aportaciones de otras disciplinas y se ha
modificado y transformado como consecuencia del contexto histórico. Además, ha realizado
también contribuciones a otras profesiones de ayuda y a otras disciplinas de intervención so-
cial de más reciente aparición, aunque no siempre haya sido justamente reconocida esta cir-
cunstancia.
Este camino no ha estado exento de obstáculos y dificultades, y con no poca frecuencia, al
trabajo social se le ha exigido una legitimación intelectual que ya había obtenido política y so-
cialmente, gracias al desarrollo de las políticas sociales y a la construcción del llamado Estado
de bienestar. En los países latinos, mucho más que en los anglosajones, el trabajo social ha te-
nido que debatirse y luchar por encontrar un espacio propio de conocimiento (que no de in-
tervención), lo que ha originado no poco desarrollo bibliográfico sobre cuestiones tales como
el concepto de la disciplina, su objeto de conocimiento-intervención, y hasta sus objetivos úl-
timos.
En esta primera parte del libro intentaré, sintética y modestamente, una aproximación con-
ceptual al trabajo social, realizando –en la segunda parte– un desarrollo algo más amplio de
las cuestiones concernientes a su metodología.
22
CAPÍTULO 1
OBJETO DEL TRABAJO SOCIAL
OBJETO DEL TRABAJO SOCIAL
MANUALES Y ENSAYOS
Todas las profesiones de ayuda se inician como una respuesta a la insatisfacción de necesi-
dades humanas. Estas formas de ayuda profesional emergen cuando las personas que ex-
perimentan algún sufrimiento o un desarrollo insuficiente de algún aspecto de su vida, no
encuentran en las redes naturales de ayuda una respuesta adecuada a sus necesidades. Médi-
cos, maestros y otros grupos profesionales inician su aparición y reciben la aprobación social
cuando desempeñan funciones específicas de ayuda. “Hubo un tiempo en que cada profesión
podía responder a numerosas necesidades humanas. Por ejemplo, el clérigo tradicionalmen-
te proporcionaba ayuda tanto espiritual como social. Sin embargo, el cada vez más necesa-
rio conocimiento especializado para proveer servicios de ayuda efectivos ha producido una
proliferación de profesiones de ayuda, cada una con sus especializaciones” (Morales y Shea-
ford, 1992).
Pero ¿cuáles son esas necesidades a las que cada profesión de ayuda debe responder? Bá-
sicamente la gente tiene dos necesidades fundamentales: “La primera es poseer seguridad;
esto es, amar y ser amado, relacionarse con otros, y tener confort material. La segunda es ex-
perimentar el crecimiento para alcanzar la madurez desarrollando el máximo potencial de uno
mismo” (Brill, 1985). Semejante amplitud en la definición de necesidad no sirve para enfocar
adecuadamente la emergencia de las profesiones de ayuda. Demasiados conocimientos y ha-
bilidades se requieren para que cada persona pueda satisfacer adecuadamente ese espec-
tro de necesidades. Una descripción más precisa de necesidades, propuesta también por Brill
(1985), ayuda a clarificar, en una primera aproximación, algunas de las profesiones de ayuda,
entre las muchas que hoy existen:
• Necesidades físicas: funcionamiento de las estructuras físicas y los procesos orgánicos del
cuerpo (Medicina y Enfermería).
• Necesidades emocionales: sentimientos o aspectos afectivos de la conciencia que son ex-
perimentados subjetivamente (Psicología).
• Necesidades intelectuales: capacidad para un pensamiento ilustrado, racional e inteligen-
te (Educación).
• Necesidades espirituales: deseo de significación en la vida que trascienda la propia vida
en la Tierra (Religión).
• Necesidades sociales: capacidad para establecer relaciones satisfactorias con otros (Tra-
bajo Social).
Mientras que las profesiones de ayuda tienden a organizarse alrededor de un tipo de necesi-
dad, existen excepciones como por ejemplo la psiquiatría, en la que tanto las necesidades emo-
cionales como las físicas –y su interacción– son el foco central del servicio profesional. Pero el
incremento de las profesiones de ayuda produce un solapamiento cuando se proveen servicios
a personas que experimentan más de un tipo de necesidad, lo que inevitablemente acarrea pro-
blemas para definir los límites profesionales. Profesiones u ocupaciones cercanas al trabajo social
24
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
han ido emergiendo en nuestro entorno, como la terapia familiar, el asesoramiento, la terapia
ocupacional, la mediación, la educación social o la animación sociocultural, que obligan a dedi-
car una energía considerable a establecer los límites profesionales. Esta actividad es importante
porque identifica cada profesión, permite diferenciarla de otras profesiones, ayuda a perfeccio-
nar la formación y los programas de aprendizaje profesional, las actividades de investigación y el
desarrollo del conocimiento profesional apropiado. Evidentemente, la naturaleza de los servicios
que se proveen, las necesidades de los usuarios atendidos y el modelo profesional adoptado in-
fluirán en la orientación y la emergencia de una profesión. Todo ello, sumado a las aspiraciones
de esa profesión por encontrar su lugar entre el resto de las profesiones, produce un impacto im-
portante en las elecciones que se hacen durante las diversas fases de su desarrollo.
En el ámbito del trabajo social, y siempre a partir de la práctica profesional de ayuda, to-
das las cuestiones relativas al objeto de estudio e intervención se han planteado en torno a
las necesidades y su satisfacción, habiéndose realizado interesantes aportaciones al respecto.
De acuerdo con la evolución de la profesión y la disciplina en el conjunto de las ciencias socia-
les, se han ido introduciendo matizaciones y modificaciones en las reflexiones sobre el objeto
del trabajo social: Así, por ejemplo, hay una corriente de pensamiento y acción que estable-
ce como objeto del trabajo social las necesidades sociales y su satisfacción; otra que plantea
como objeto del trabajo social la persona en situación-problema, incluyendo el entorno como
parte integrante de dicho objeto, o aquellos que plantean el problema social como objeto de
la disciplina. Más recientemente, de acuerdo a la Teoría General de Sistemas, se ha propues-
to que el objeto del trabajo social debe ser el sistema de relaciones de la persona en cuestión.
En algunos contextos concretos (América Latina) se ha propuesto como objeto del trabajo so-
cial a la “persona-oprimida”2. Aunque, desde mi punto de vista todas estas conceptualizaciones
que enseguida analizaré en detalle, responden a la confrontación de la práctica profesional
con las necesidades humanas atendidas, es cierto que condicionan y conllevan tipos de prácti-
ca profesional bastante diferenciados, además de responder a orientaciones teóricas diversas
e incluso a marcos ideológicos de referencia distintos.
Para un estudio ordenado del tema que nos ocupa, utilizaré dos criterios simultáneos de
análisis: primero el cronológico, que nos permitirá comprender los cambios que se han ido su-
cediendo en nuestra profesión y ámbito disciplinar en lo que a la definición de su objeto se
refiere; segundo, el geográfico, que nos permitirá examinar las variaciones del objeto en la
práctica profesional en distintos contextos. Junto con este “rastreo histórico”, analizaré algunas
propuestas recientes que diversos autores españoles han realizado, para finalizar con mis pro-
pias conclusiones provisionales, que ayuden a comprender mejor las orientaciones metodoló-
gicas del trabajo social propuestas.
En primer lugar, debe tenerse en cuenta que, “el trabajo social ha elaborado a lo largo de
su historia distintas concepciones de su objeto de estudio. El pluralismo cognoscitivo así lo ha
2
No abordaré esta conceptualización del objeto ya que no ha tenido una trascendencia generalizada más allá del contexto
latinoamericano, y en el entorno latino europeo solo fue considerado en España y Portugal, coincidiendo con las etapas de
transición política en ambos países. Mantengo, además, la tesis de que tales conceptualizaciones no tuvieron una influencia
sostenida en nuestro entorno sino, más bien, efímera y fruto de condiciones contextuales específicas. Solo las propuestas
sobre el objeto que formuló el grupo de la Universidad Católica de Chile han tenido trascendencia en el tiempo, por lo que
haré un desarrollo de esta conceptualización específica. No obstante lo anterior, las propuestas metodológicas que aportó
esta corriente sí serán analizadas con detalle en la segunda parte.
25
justificado y la ausencia de una teoría rigurosamente sistemática mantiene el debate abierto”
(Red, 1993). Puede identificarse una primera definición del objeto del trabajo social “centrado
MANUALES Y ENSAYOS
en el hombre y, en relación a él, en las formas de previsión y control del comportamiento hu-
mano para adaptarlo a la sociedad dentro de la cual se desenvuelve. El hombre era el objeto,
en tanto en él concurrían problemas sociales, y el objetivo se centraba en paliar las disfuncio-
nes sociales” (Red, 1993).
Una segunda conceptualización del objeto del trabajo social, entendido como “el ser huma-
no en situación total” es la que plantea Bowers (1950)3, a partir del análisis de las definiciones
de trabajo social formuladas hasta finales de los cuarenta. Así, el objeto del trabajo social de
caso podía ser: a) cualquier individuo, b) una clase particular de individuo, c) algo relacionado
con el individuo, pero que es capaz de ser abstraído e identificado aparte de él. En la prime-
ra acepción el objeto es la persona que solicita ayuda (modernamente diríamos más bien el
sujeto-cliente). En la segunda, hace referencia a tipos de personas, tales como “personas des-
ordenadas socialmente”, “individuos desajustados”, “personas con problemas”, etc. En la terce-
ra acepción, se afirma que son las relaciones sociales las que constituyen el objeto del trabajo
social. En resumen, según Bowers, el objeto del trabajo social lo constituyen el individuo y sus
relaciones sociales, es decir, “el ser humano tal como existe en la realidad, esto es, en su situa-
ción total. Y no solo el individuo y sus relaciones sociales, sino en conexión con todos los fac-
tores de su ambiente. El individuo en desajuste social o socialmente desadaptado no será el
único objeto del tratamiento del Servicio Social de Casos, sino cualquier persona cuyo ajuste
a todo o a cualquier parte de su ambiente físico, social o cultural, pueda ser resuelto más sa-
tisfactoriamente a través de la competencia profesional” (...). El concepto de “persona-en-su-si-
tuación” como unidad gestáltica ha sido desarrollado también por F. Hollis (1964), especialista
en problemas de relaciones interpersonales, quien piensa que el término “situación”, dentro de
la expresión mencionada, implica casi siempre una situación humana: familia, amigos, empre-
sa, etc., por lo que se trata de relaciones del individuo con grupos, o con miembros de grupos,
ya sea en comunidades o instituciones. M. Richmond (1917) también dedicó un extenso capí-
tulo de su Social Diagnosis a la familia como grupo que era necesario conocer en la situación
individual, además del conocimiento necesario de las instituciones de la comunidad y otros
grupos y miembros del ambiente total de la persona (Hill, 1970). En sentido parecido se expre-
san Hamilton (1982) y Perlman (1971). La primera resalta las dimensiones subjetiva y objetiva
de la realidad del sujeto, en mutua interacción y sin separación posible. Perlman, por su parte,
hace hincapié en ambas vertientes, indicando que, además de que el problema sea percibido
y comprendido por el observador, también ha de ser sentido y experimentado por la persona
que lo sufre, con sus particulares vivencias.
3
Referido exclusivamente al casework, Bowers realizó, en su tesis de graduación por la Universidad de Ottawa en 1949, el
análisis más exhaustivo sobre la naturaleza del trabajo social de caso.
26
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
Este tipo de conceptualización del objeto del trabajo social ha sido criticado por diversos
autores en nuestro país (Red, 1993; Escartín, 1992 y Zamanillo, 1999) ya que se mueve excesi-
vamente “en torno a la persona que sufre desajustes, sin relacionar todos los elementos que
deben configurar el objeto: lo personal, el medio, la situación, los objetivos y los modos de in-
tervención profesional. En realidad, la diferenciación entre lo objetivo y lo subjetivo es solo
aparente, y el acento en lo patológico casi se hace exclusivo” (Red, 1993). “Se podría deducir
que para Perlman el objeto del trabajo social lo constituye aquel tipo de problemas de relación
interpersonal en los que la persona puede ser ayudada a restablecer su ajuste y buen funcio-
namiento como ser social. Asimismo cabría deducir que, al trabajar con ese objeto, se deben
considerar las dimensiones reales y sentidas del problema. Esta concepción del objeto hace
abstracción de la complejidad de lo social, al moverse únicamente en torno a la persona que
porta el problema” (Zamanillo y Gaitán, 1991). Dicho en otras palabras, esta conceptualización
del objeto del trabajo social solo puede conducir a un objetivo: restaurar o mejorar el funcio-
namiento social del individuo, aunque sin detenerse en los procesos de interacción social, tal
como plantea Bartlett: “El funcionamiento social de las personas en las situaciones vitales, vis-
tas con empatía y considerable objetividad, en términos del significado de las situaciones para
la auto-realización y el crecimiento de los individuos, con una atención balanceada tanto de
los factores internos como externos, que afectan a su funcionamiento” (Bartlett, 1964). Como
dicen Zamanillo y Gaitán (1991), las concepciones del objeto del trabajo social constituyen una
variación entre dos categorías: el individuo (desajustado, anómico o con cualquier problema)
y el problema situacional de la persona.
Dicho en otras palabras: el objeto del trabajo social puede ser entendido como “la repercu-
sión en las personas de los problemas sociales”, o bien como “los problemas sociales derivados
de la sociopatología o de la situación de dependencia y subdesarrollo. Obviamente, de una y de
otra posición se derivan modos distintos de encarar la acción del trabajo social” (Kruse, 1972)4.
No obstante las críticas anteriores, una concepción del objeto del trabajo social como la exa-
minada precedentemente, incluyendo el concepto de “situación” tal como ha sido definido his-
tóricamente por el trabajo social, “está en la línea de la más avanzada psicología que concibe al
sujeto no solo atravesado por factores intrapsíquicos sino también situacionales” tal como ex-
presa Bleger5. Así, la vieja disociación entre factores ambientales e individuales queda resuelta al
centrar la atención del objeto en la interacción entre el individuo y la situación. Todo ello cons-
tituye una versión más actualizada de la tradicional formulación del objeto del trabajo social.
A partir de la década de los sesenta, comienza a tomar fuerza un nuevo planteamiento del ob-
jeto del trabajo social, centrado en la respuesta a las necesidades sociales, a través del empleo
4
Volveré a retomar este asunto en el capítulo 6, por las implicaciones teóricas que conlleva y las consecuencias que acarrea
en la definición de la base teórica del trabajo social como disciplina científico-tecnológica.
5
“Las cualidades de un ser humano derivan siempre de su relación con el conjunto de condiciones totales y reales. El conjun-
to de elementos, hechos, relaciones y condiciones, constituye lo que se denomina situación, que cubre siempre una fase o un
cierto período, un tiempo” [Bleger, J. (1996). Psicología de la conducta, Buenos Aires, Paidós. Citado por Zamanillo (1999).].
27
de ciertos recursos. No debemos olvidar que el factor que legitimaba en sus orígenes la acción
profesional era cualquier problema social derivado de una situación de necesidad o carencia
MANUALES Y ENSAYOS
de los individuos, grupos o comunidades. Para muchos de los autores de la época, la razón úl-
tima del trabajo social era la satisfacción de necesidades por sí misma (Konopka, 1963; Frie-
dlander, 1969; Kohs, 1969) o vinculada a problemas sociales (Hamilton, 1940; Younghusband,
1971; Aylwin, 1980).
En general, y tanto para la mayoría de los autores latinos6 como para una parte de los an-
glosajones7, el objeto de intervención profesional lo constituyen las necesidades sociales,
situándose en el espacio generado por el proceso de tránsito entre la necesidad y su satisfac-
ción. Algunos de ellos, además, lo plantean entre la demanda de una población y la respues-
ta a través del servicio que otorga la institución. Este tipo de planteamientos llevaron a definir
en nuestro país sintéticamente el objeto del trabajo social en la fórmula del “binomio necesi-
dades-recursos”.
En España, la idea de satisfacer necesidades, vinculada o no con la solución de problemas,
se extiende de forma generalizada entre el cuerpo profesional más tardíamente que en otros
países de nuestro entorno, a través de la difusión del libro Introducción al bienestar social, de
Las Heras y Cortajarena (1979), que fue la primera obra editada por la asociación profesional
de la época, la FEDAAS8. Esta obra, considerada por la mayoría de los profesionales de esos
años como “la” obra de referencia del trabajo social español, constituyó un aporte y un avance
para la construcción del Estado de bienestar (como era su pretensión9), pero como toda obra
que no es sometida a crítica, nos ha conducido –en mi modesta opinión– a un callejón sin sa-
lida. ¿Por qué hago esta afirmación? En primer lugar, porque una de las propuestas centra-
les del libro, a saber, la vinculación permanente entre necesidades y recursos, ha condenado
a la mayoría de los profesionales del trabajo social en el sistema público de servicios socia-
les a intervenciones asistenciales y paliativas como meros aplicadores y gestores de recursos
de las demandas de la población atendida. Veamos algunas de las críticas que se han plan-
teado a esta conceptualización del objeto del trabajo social, que fue definido por las autoras
de la siguiente manera: “El campo de la intervención profesional es la acción social; su objeto
las necesidades sociales en su relación con los recursos aplicables a las mismas; su objetivo el
bienestar social; y su marco operativo, los servicios sociales”.
Desde mi punto de vista, esta concepción del objeto de intervención profesional es cues-
tionable, ya que concibe la actuación profesional únicamente dentro del binomio necesi-
dades-recursos, lo que constriñe enormemente las posibilidades de ayuda y atención social
propias del trabajo social, además de fragmentarla y reducirla a la gestión de recursos y pres-
6
Aylwin (1980); Di Carlo (1983); Rubí (1990); Escartín (1992); Red (1993); Escartín y Suárez (1994).
7
Lee (1930); Towle (1945); Greenwood (1957); Schwartz (1969); Howe (1980); Brill (1985); Leighinger (1987); Brieland
(1987); Johnson (1992); Morales y Sheaford (1992); DuBois y Krogsrud (1992); Trattner (1994). Los autores anglosajo-
nes, como examinaré más adelante, consideran tanto la satisfacción de necesidades como el funcionamiento social par-
te del objeto de intervención del trabajo social. Las diferencias entre ellos son más bien de énfasis en uno u otro enfoque.
Se ha construido, además, un consenso generalizado en el mundo anglosajón acerca de la necesidad de integración de am-
bos enfoques, siendo la teoría de los ecosistemas sociales la que proporciona el marco adecuado para la integración teóri-
ca y práctica de ambos planteamientos.
8
Federación Española de Asociaciones de Asistentes Sociales.
9
Este aporte fue posible, más que por la bondad de la obra, por el hecho de que el partido político que más tarde ganaría
las elecciones generales hizo suyo como programa de gobierno una parte significativa de los planteamientos de esta obra,
siendo nombrada responsable de su ejecución en el gobierno del Estado una de sus autoras.
28
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
taciones, condenando al trabajo social al “círculo vicioso” entre los recursos y los resultados10.
Pero tuvieron que pasar más de veinte años para poder leer reflexiones críticas a la misma. A
saber: no se define nunca de forma precisa el concepto de necesidad ni el concepto de recur-
so, lo que lleva a una ambigüedad tal que llega a identificarse la necesidad con los recursos11.
Algunos autores (Zamanillo, 1999) han criticado también el hecho de que dichos conceptos
sean referentes empíricos y descriptivos y no teóricos y analíticos, además de que la mayor
parte de la obra es fundamentalmente política. “El objeto definido en torno al concepto de
necesidades sociales es más propio de la materia de servicios sociales, mientras que el traba-
jo social, por su parte, es una disciplina que abarca muchos más aspectos que el de la política
social” (...). Por otra parte, “al circunscribir el objeto de trabajo social al binomio necesidades-
recursos, se dejan fuera una serie de problemas psicosociales derivados no de la falta de re-
cursos en sí misma, sino de los conflictos originados por la propia situación, como pueden ser,
entre otros: toxicomanía, enfermedad mental, problemas de convivencia familiar, etc. Y, lo que
es más, se tiende así a homogeneizar la intervención social y contribuir a la uniformización de
los colectivos (...). Hoy, en una mirada retrospectiva, se puede ver que la definición así plan-
teada ha creado un tipo de ejercicio profesional muy restringido a la gestión de los recursos y
a problemas de identidad en los trabajadores sociales”. Anteriormente, en 1984, Porcel y Ru-
biol “comenzaron a rehusar la definición que pone énfasis en relacionar las necesidades con
los recursos aplicables a las mismas, fundamentando la acción del trabajo social en un proceso
socioeducativo que ya se encuentra en Mary Richmond” (Zamanillo, 1999). También esta con-
ceptualización del binomio necesidades-recursos ha sido criticada por expertos en servicios
sociales procedentes de campos profesionales distintos al trabajo social, atendiendo a las con-
secuencias prácticas que ha tenido en la definición de necesidades por parte del sistema pú-
blico español de servicios sociales (López-Cabanas y Chacón, 1997)12.
10
“La ingeniería social se sostiene sobre la existencia de un círculo virtuoso que la modernidad estableció entre técnica
y eficacia (a más técnica más eficacia), entre recursos y resultados (a más recursos más resultados) entre el poder y el or-
den (a más poder más orden), entre la técnica y el bienestar (a más tecnificación más bienestar), entre la potencia y la fe-
licidad (a más potencia más felicidad), entre la fuerza y la cohesión social (a más fuerza más cohesión social). Este mito
de la modernidad se realiza hoy cuando se cree que un conflicto se soluciona con más presencia policial, o que una gue-
rra se resuelve con más ejército, o que la seguridad ciudadana se soluciona con más jueces, o que el trabajo social se re-
suelve con más recursos, a más presupuesto mejores resultados. Este círculo virtuoso se ha extendido a todos los ámbitos
de la realidad como un campo magnético que coloniza las prácticas y conforma el imaginario de la intervención” (García
Roca, 2007:49-50).
11
Ello ha generado aberraciones tales como el “etiquetado” de los problemas/necesidades en los dictámenes y valora-
ciones profesionales, en términos del recurso aplicable (o no) a los mismos. O, como afirma De Sandre, hay una repre-
sentación de las necesidades que responde a intereses claramente institucionales y conlleva implicaciones fuertemente
ideológicas. [Cf. De Sandre, I. (1983). “Soggetti e cambiamento sociale”, en Bianchi, E., Dal Pra Ponticelli, M., De San-
dre, I. y Gius, E. Servizio sociale, sociologia, psicologia. Ripresa di un debattito teorico, Padova, Fondazione Emanuela
Zancan].
12
Teniendo en cuenta esta perspectiva, que ha inspirado las leyes autonómicas de servicios sociales y la gestación del Plan
Concertado, M. López-Cabanas y F. Chacón plantean las siguientes críticas: “En primer lugar, el establecimiento de estas
necesidades [se refieren a las cuatro necesidades que define el Plan Concertado: necesidad de acceder a los recursos para
facilitar la igualdad de oportunidades, de convivencia para la realización personal, de integración social para la superación
de la marginación y de solidaridad social para prevenir las desigualdades y discriminaciones sociales] corresponde a cri-
terios básicamente políticos, sin estudios técnicos que los sustenten. En segundo lugar, no se sigue el proceso lógico en la
planificación (detección de necesidad-planificación de actuaciones para resolverla), sino que en sentido inverso, estas ne-
cesidades parecen ser una explicación a posteriori de las actuaciones ya preexistentes en el Sistema de Servicios Sociales.
En tercer lugar, se confunden necesidades de diferente entidad, la necesidad de solidaridad no es tanto una necesidad so-
cial que se haya de cubrir, sino una necesidad de la sociedad para poder atender al resto de las necesidades. Por último,
29
Se ha constatado, pues, cómo esta formulación del objeto ha producido una tendencia
importante hacia la burocracia, como muy bien ha expresado E. Guillén: “La implantación de
MANUALES Y ENSAYOS
como pusieron de manifiesto López-Cabanas y Gallego (1989), estas necesidades serían responsabilidad de todo el sistema
de bienestar y no solo del de servicios sociales, que al arrogárselo en exclusiva limita la posibilidad de realizar actuaciones
integrales” [Cf. López-Cabanas, M. y Chacón, F. (1997), Intervención psicosocial y servicios sociales. Un enfoque participa-
tivo, Madrid, Síntesis].
13
Cfr. Zamanillo, T. (1999). “Apuntes sobre el objeto del trabajo social”, en Cuadernos de Trabajo Social, 12:13-32.
30
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
tar social” (Ituarte, 1988)14. El trabajo social “se caracteriza por la intervención simultánea con la
persona y el ambiente, en las recíprocas interacciones orientadas a satisfacer las necesidades
sociales”... y su objeto (entendido como el fin de una operación determinada), “es todo aque-
llo de la realidad (del ser o del valer) que estudia científicamente para transformarlo median-
te su peculiar actuación” (Red, 1993). Según Escartín, el trabajo social “tiende a dar respuesta a
las necesidades y tiene el conflicto social como campo de acción específico”, por lo que su ob-
jeto, “es decir, aquello con lo que y para lo que trabaja, es lo social, hombre y sociedad, y, más
concretamente, el conflicto, la necesidad, el problema resultante de la tensión entre las necesi-
dades humanas, potencialidades, iniciativas, y entre los recursos o posibilidades de realización
de aquellas que impone la realidad para determinados sujetos en determinadas circunstancias
socio-históricas. Más en concreto, el objeto del trabajo social es el tratamiento de las dificulta-
des nacidas de la tensión entre necesidades y recursos, entre potencialidades humanas y po-
sibilidades de realización de estas, poniendo a este fin en juego conocimientos y habilidades
profesionales dirigidos a modificar situaciones” (Escartín, 1992).
No obstante las matizaciones anteriores, realizadas a la definición del objeto como bino-
mio necesidades-recursos, siguen siendo frecuentes las referencias en nuestro entorno al he-
cho de que es la dinámica entre necesidades y recursos lo que constituye el objeto (o parte del
objeto) del trabajo social. Según Escartín, el objeto de intervención del trabajo social es: “Un
sujeto individual, grupal o colectivo, que plantea una necesidad y demanda su satisfacción, a
través de la solicitud de un servicio institucional/profesional” (1992). Así, para algunos autores,
el objeto del trabajo social se construye con la práctica, en el tránsito entre la necesidad y la sa-
tisfacción, y su producto significa el logro de los objetivos que la sociedad se ha marcado para
contribuir a la construcción de la misma y su organización (Mendoza, 1990). De acuerdo con
estos planteamientos, el objeto de intervención del trabajo social es el hombre determinado
por una necesidad que emprende su búsqueda para satisfacerla, poniendo en juego su diná-
mica humana y su experiencia de movilización social (Red, 1993).
Una de las escuelas latinas de más larga tradición y que ha realizado aportaciones más rele-
vantes y sistemáticas a este campo es, sin duda, el grupo de la Universidad Católica de Chile,
liderado hasta su muerte por Nidia Aylwin. Haré un breve recorrido por sus planteamientos,
14
En un artículo posterior, esta autora afirma: “El objeto del trabajo social es la persona humana, a nivel individual, fami-
liar, grupal o comunitario, que se encuentra en una situación-problema que se produce, se manifiesta o incide en su inte-
racción con el medio, impidiendo o dificultando el desarrollo integral de sus potencialidades en relación a sí mismo y a su
entorno y que precisa de una intervención profesional sistematizada para el tratamiento y/o resolución de esa situación-
problema; y ese mismo medio, que debe prevenir la aparición de situaciones-problema y ofrecer los elementos necesarios
para el logro del desarrollo integral del ser humano y la consecución del bienestar social”. En lo sustancial es semejante
–aunque con matizaciones– a la de 1988, aunque por su extensión resulta algo farragosa. Cf. Ituarte Tellaeche, A. (1990).
“Trabajo social y servicios sociales”, en Documentación Social, 79:57-58.
31
hasta llegar a su propuesta más elaborada de definición del objeto del trabajo social, entendi-
do este como “problema social”.
MANUALES Y ENSAYOS
Una de las primeras reflexiones, publicada en 1971, establecía que el objeto en que esta
tecnología social actúa son las situaciones sociales o fenómenos sociales, las que debe modifi-
car enfocándolas como una totalidad, es decir, considerando todas las variables que se dan en
esa situación y prestando atención a las situaciones micro sociales, las que deben ser conside-
radas en una perspectiva macro social (Aylwin y Rodríguez, 1971). Al año siguiente, las reflexio-
nes de este grupo se centraron en la dificultad para definir un quehacer propio del trabajo
social que lo diferenciase de otras profesiones, porque –como bien advierte Casas (1989)–, el
problema social, como objeto de intervención, no es exclusivo del trabajo social. Se visuali-
za así el trabajo social como una instancia integradora de elementos que aportan las diferen-
tes ciencias sociales para el logro de la transformación en una práctica social concreta. Pero no
será hasta 1975 cuando esta escuela plantee la definición del trabajo social como disciplina,
identificando su objeto como “los sectores sociales que tienen limitaciones para la satisfacción
de sus necesidades básicas y que necesitan de un agente externo para enfrentar y superar su
situación” (Aylwin, Briceño, Jiménez y Lado, 1974). También se utilizó la formulación que pro-
pone como objeto del trabajo social “las personas, grupos y comunidades en su problemáti-
ca vital de la vida cotidiana, enfocada en el contexto integral del desarrollo” (López y Lardinois,
1971). En un intento de mayor conceptualización, Gissi plantearía más tarde: “El trabajo social
tiene en su peculiaridad disciplinaria un ‘objeto material’ que es ‘lo social’ –la sociedad en cual-
quiera y todas sus manifestaciones– y un ‘objeto formal’ que es la transformación a nivel indi-
vidual, micro y macrosocial, de algunos problemas sociales, apuntando a un objetivo general
de bienestar de cada uno y todos los miembros de la sociedad en relación con el desarrollo
social pleno en todos sus aspectos (...) pero lo disciplinariamente peculiar del trabajo social
–como en toda otra ciencia social– es su objeto formal, esto es, la transformación a diferentes
niveles y en diferentes áreas de lo social” (Gissi, 1976). Y, ya a finales de los setenta, asumiendo
la propuesta de Amengual, esta escuela define el objeto del trabajo social como: “el recorte a
cualquier nivel de la realidad donde un sujeto requiere o procura dar una respuesta unitaria o
coherente a la totalidad de los problemas que plantean sus relaciones con el medio para sub-
sistir y perfeccionarse humanamente” (Amengual, 1979).
Teniendo en cuenta todas estas reflexiones precedentes, se define como objeto de acción
del trabajo social el “problema social”, bien entendido que el objeto de la ciencia no es dado
sino construido, y construido contra el sentido común, esto es, no está formado por relaciones
reales entre las cosas sino por relaciones conceptuales entre problemas (Bourdieu, Chambo-
redon y Passeron, 1976). Así pues, el primer paso en este proceso es la definición provisional
del objeto, “que sustituye la noción de sentido común por una elaboración conceptual que se
aproxima a una primera noción científica del objeto”.
A partir de la definición de problema que elabora M. Bunge (1975)15, Aylwin entiende que
todo problema social es un obstáculo para la obtención de una meta e implica una relación
entre un sujeto y un objetivo, y lo define como “la dificultad existente en una sociedad para sa-
15
El término “problema” expresa una dificultad que se presenta en una situación práctica o teórica y que no puede resolver-
se automáticamente, sino que requiere de una intervención específica al nivel de la investigación y/o de la acción [Cf. Bun-
ge, M. (1975), La investigación científica, Barcelona, Ariel.].
32
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
tisfacer las necesidades básicas de sus miembros”. Siendo de naturaleza social, “porque se re-
fiere a las relaciones entre el individuo y la sociedad, porque se manifiesta en conductas que
tienen consecuencias sociales, porque su presencia genera preocupación social y porque tras-
ciende el ámbito del individuo y de sus relaciones inmediatas, proyectándose hacia grupos
numéricamente considerables o a la sociedad entera y haciendo referencia a la estructura de
esta” (Aylwin, 1980). Por ello, “existe un problema social cuando hay un juicio compartido acer-
ca de lo inadecuado de una condición social, definiéndola como un problema que requiere
solución y, por ende, es necesario actuar para modificarla, mejorarla, e incluso, erradicarla” (Ba-
rros, 1976; cit. por Aylwin). Sin embargo, la autora relaciona indefectiblemente la noción de
problema con la de necesidad, al afirmar que “el problema social es la manifestación de una
carencia que afecta a sectores considerables de la población, impidiéndoles satisfacer sus ne-
cesidades básicas y lograr el pleno desarrollo de sus potencialidades humanas”. Define la nece-
sidad humana como “un requerimiento fisiológico y psicológico del ser humano que persiste
en el tiempo”, y esta necesidad así definida tiene el carácter de básica o esencial cuando de su
“satisfacción dependen que el hombre pueda desarrollarse como persona”, por lo que toda so-
ciedad tiene la obligación de satisfacerla.
Más allá de las posibles insuficiencias de esta conceptualización, que vuelve a necesitar del
concepto de necesidad para definir el objeto, uno de los hallazgos más interesantes del tra-
bajo lo constituye la referencia al trabajo de Mallmann (1977) que entronca con el plantea-
miento posterior –también de origen chileno– de la corriente denominada “desarrollo a escala
humana”16. A diferencia de los planteamientos tradicionales de Towle (1945) y Maslow (1954),
para Mallmann las necesidades humanas son invariantes, pero sí varían la calidad y cantidad
de los satisfactores que los individuos y colectivos necesitan para satisfacerlas, sean estos bie-
nes, servicios o relaciones. De este modo, cuando los satisfactores sociales no alcanzan para
cubrir las necesidades básicas, nos encontramos con un problema social. Por ello, “en un senti-
do genérico, toda dificultad que se origina en la insatisfacción de una necesidad básica es un
problema social”. Realiza, así, Aylwin un análisis del origen estructural de los problemas socia-
les, ya sea en la esfera económica, sociopolítica o cultural del sistema social global. Por ello el
origen de los problemas sociales, aunque estos se manifiesten individualmente, siempre está
en la sociedad; y aún el origen de los problemas individuales puede tener su expresión u ori-
gen social, ya que –según Wright Mills (1961)– “un problema social implica muchas veces una
crisis en los dispositivos institucionales y con frecuencia también implica lo que la teoría mar-
xista llama contradicciones o antagonismos”.
Finaliza Aylwin sus reflexiones con algunas consideraciones acerca de la complejidad del
problema social, y sus relaciones con el trabajo social y otras disciplinas que también trabajan
con problemas sociales. Dice así: “El problema social, definido como objeto de acción, no es
exclusivo del trabajo social: muchas disciplinas y profesiones se preocupan tanto del estudio
como del tratamiento de determinados problemas sociales. Cada una de las ramas de las cien-
cias humanas profundiza en el conocimiento de un determinado tipo de problemas sociales,
y al mismo tiempo diferentes tecnologías se preocupan del estudio y tratamiento de algunos
problemas específicos: la medicina, los de salud; la arquitectura, los de vivienda; la pedago-
Cf. Max-Neef, M., Elizalde, A. y Hopenhayn, M. (1986). Desarrollo a escala humana: Una opción para el futuro, Uppsala,
16
33
gía, los de educación, etc. ¿Qué sería lo distintivo al trabajo social en el estudio y tratamiento
de ese objeto? Según William Reid (1977; cit. por Aylwin), lo sería la perspectiva totalizada des-
MANUALES Y ENSAYOS
34
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
17
Debemos recordar en este punto que la construcción teórica y científica del objeto (objeto formal) se realiza establecien-
do relaciones conceptuales, de manera no trivial. [Cf. Bourdieu, P., Chamboredon, C. y Passeron J. (1976). El oficio de soció-
logo, Madrid, Siglo XXI; y Wagensberg, J. (1985). Ideas sobre la complejidad del mundo, Barcelona, Tusquets.].
18
Desde el punto de vista lógico, y aplicando la teoría de conjuntos, si un concepto forma parte del otro, solo existen dos re-
laciones posibles (inclusión o igualdad). Es decir: uno forma parte del otro, o bien es idéntico al otro; lo que no parece ser
cierto, a juzgar por las propias definiciones que de ambos conceptos se han venido examinando. Siendo el conjunto P (Pro-
blema) y N (Necesidad): si N forma parte de P, entonces |N ⊆ P|; y si P forma parte de N, entonces |P ⊆ N|. Si |P = N|, no se
puede intentar relacionar ambos conceptos (sería la relación de un concepto consigo mismo, con su sinónimo). Si |N ⊊ P|,
habrá que identificar los elementos restantes de P, que no pertenecen a N. Estos posibles elementos, no han sido identifica-
dos en las definiciones de problema que se han examinado hasta ahora, por lo que parece útil proponer que |N ⊈ P|. Ahora
bien, podríamos estudiar otras alternativas no consideradas hasta ahora, como por ejemplo: |N ⋂ P| ≠ ∅. En ese caso, existe
relación entre N y P, siendo |P ≠ N| pero existiendo elementos compartidos entre N y P. Operación formal a realizar: iden-
tificar y describir los elementos comunes entre P y N, y los elementos propios de P y los propios de N. Mi tesis es esta: ne-
cesidad y problema son conceptos diferentes que no pueden incluirse mutuamente en sus respectivas definiciones, pero que
pueden compartir ciertos elementos comunes, sin perder la especificidad de cada concepto en sí mismo.
35
En las definiciones de “problema social” pueden diferenciarse dos grandes perspectivas: La
perspectiva objetiva acentúa los criterios objetivos perjudiciales de los problemas, aunque estos
MANUALES Y ENSAYOS
no sean siempre identificados por sectores sociales amplios como situaciones que podrían o de-
berían ser cambiadas. La perspectiva subjetiva, en cambio, establece que solo puede considerar-
se la existencia del problema social cuando un grupo social significativo define y percibe algunas
condiciones como problema, poniendo en marcha acciones para resolverlo (Rivas, 1997). En el
campo sociológico, inicialmente predominó la perspectiva objetiva: Merton (1971) lo define des-
de el enfoque de la desorganización social como “una situación que viola una o más normas ge-
nerales compartidas y aprobadas por una parte del sistema social”; mientras que Kohn (1976) lo
formula como “un fenómeno social que tiene un impacto negativo en las vidas de un segmento
considerable de la población”. Desde las teorías del conflicto social, los problemas sociales se en-
tienden derivados de la desigual distribución de los recursos y el poder en la sociedad, emergien-
do solo cuando uno o varios grupos sociales alcanzan el poder necesario para hacer público que
sus intereses no están siendo atendidos de forma adecuada (López-Cabanas y Chacón, 1997). Po-
demos observar que estas dos últimas definiciones coinciden en gran medida con la conceptua-
lización del problema social como objeto elaborada por Aylwin, que se examinó anteriormente.
En la perspectiva subjetiva se sitúan definiciones constructivistas como la de Blumer (1971),
para el que los problemas sociales no tienen existencia por sí mismos, sino que son producto de
un proceso de definición colectiva. Los problemas sociales se definen cuando un número o una
proporción significativa de personas identifican o reconocen unas situaciones sociales como in-
deseables, siendo imprescindible, además, que esas personas tengan el poder suficiente como
para transmitir su percepción a otros sectores sociales. Según Blumer, el desarrollo de un proble-
ma social es un proceso de construcción complejo en el que hay implicadas acciones e interaccio-
nes entre actores sociales e instituciones públicas, siendo los agentes principales en la definición
de un problema social: los medios de comunicación social, los movimientos sociales, expertos e
investigadores, élites y grupos de poder, personas con influencia o relevancia social, la opinión
pública, la administración pública, etc. Otras definiciones posteriores han tratado de integrar am-
bas perspectivas: “Un problema social es algún aspecto de la sociedad (condición objetiva) acerca
del cual un amplio número de personas están preocupadas (condición subjetiva)” (Henslin, 1990).
En todo caso, desde la perspectiva sociológica, el problema social siempre ha estado más
o menos vinculado a las teorías del cambio y el conflicto social –y en mayor medida a estas úl-
timas– en tanto que actualmente solo se califica como cambio social a la “transformación ob-
servada en el tiempo, que afecta, de una manera no efímera ni provisional, a la estructura o al
funcionamiento de la organización de una colectividad dada y modifica el curso de su historia”
(Rocher, 1973). A pesar de que algunos autores (Moore, entre otros), entienden que cabe en
esta definición el cambio a pequeña escala, esta no es una concepción compartida hoy día por
la mayoría de los autores. Sí constituyen aportaciones relevantes al tema que nos ocupa las
cuestiones que las teorías del cambio social desarrollan en torno al “motor del cambio”: cau-
sas, razones, factores, mecanismos, etc., que considero de interés para comprender la natura-
leza del problema social como objeto de intervención. En este sentido, tanto las elaboraciones
teóricas sobre los tipos de cambio social (evolución, ciclos y procesos19), como sobre los fac-
19
Entre los sociólogos que interpretaron el cambio y el dinamismo social como evolución destacan: Compte, Spencer, Marx
y Tönnies, entre otros. Los que lo interpretaron en términos cíclicos fueron: Spengler, Toynbee y Sorokin. Y, entre los que
36
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
tores del cambio (endógenos y exógenos20) pueden ser de cierta utilidad. En terapia sistémi-
ca, por ejemplo, el análisis de los ciclos vitales, de los factores tensionantes o de los fenómenos
de persistencia y cambio como realidades complementarias, está fuertemente emparentado
con los análisis macrosociológicos del cambio social mencionados. Asimismo, la idea de “cam-
bio” como objetivo del trabajo social, está presente en la obra de la mayoría de los autores la-
tinos y anglosajones.
Por lo que respecta al conflicto social, la idea de situación-problema, aparece también vin-
culada en algunos de autores de trabajo social a la idea de conflicto, ya sea de manera direc-
ta y radical –entendiendo la intervención social como lucha cultural21– (García Roca, 1987); ya
sea de forma indirecta: asociando el conflicto a la tensión entre necesidades y potencialidades
(Escartín y Suárez, 1994), o asociando el conflicto a la relación entre las exigencias evidencia-
das y las respuestas personales, colectivas e institucionales (Dal Pra, 1987 y 1994). Las reflexio-
nes que sobre el objeto del trabajo social hace Zamanillo también se inscriben en esta línea, al
proponer como abstracción teórica del objeto la noción de “malestar”, que “significa el conflic-
to, lo desfavorable, contraproducente, intolerable, contrario. Se trata de un conflicto que sur-
ge entre una situación alienante para los individuos, que necesita ser reconducida a otra en la
que las condiciones de mejora y oportunidad tengan lugar”. De este antagonismo entre ambas
situaciones puede surgir la reacción de los individuos, la generación de estímulos y la recon-
versión de circunstancias adversas en favorables; proceso que ha de ser ayudado por “sistemas
expertos”, entre los que se encuentra el trabajo social (Zamanillo, 1999). En este sentido, con-
flicto y crisis se pueden convertir en oportunidades vitales. Veamos algunas aportaciones de la
teoría sociológica al respecto.
Aprovechando las ideas de Weber y Simmel, Lewis Coser –que está considerado como uno
de los más importantes teóricos del conflicto– lo define así: “Una lucha con respecto a valores
y derechos sobre estatus, poderes y recursos escasos, lucha en la cual el propósito es neutrali-
zar, dañar o eliminar a sus rivales” (Coser, 1961). El conflicto no es otra cosa que un tipo de rela-
ción social (Weber), que forma parte de la propia interacción social (Simmel). Es más, en tanto
que modalidad de interacción social, es una forma de “socialización”: “Si toda acción recípro-
ca entre hombres es una socialización, la lucha, que constituye una de las más vivas acciones
recíprocas y que es, lógicamente, imposible de limitar a un individuo, ha de constituir necesa-
riamente una socialización” (Simmel, 1967). Este hallazgo me parece harto relevante para un
análisis del objeto del trabajo social, pues establece la existencia de conflictos (problemas)
finalmente utilizaron el concepto de cambio social para explicar la dinámica social, destacan especialmente: Weber, Mer-
ton, Kahn, Bendix y Nisbet.
20
La sociología hoy favorece la tesis de que todos los cambios son mixtos, es decir, exógenos y endógenos, si se les consi-
dera desde una perspectiva temporal prolongada. Comienzan siendo endógenos, pero al desarrollarse afectan no solo a las
reglas de funcionamiento del sistema a que pertenecen, sino al entorno de este, provocando su reacción, con lo que acaban
siendo exógenos. [Cf. González-Anleo, J. (1994). Para comprender la sociología, Estella, EVD].
21
García Roca rescata el valor de los componentes cualitativos de la marginalidad, que como forma de representaciones
populares la alimentan y reproducen. Por ello, reivindica la función desmitificadora de toda intervención social: la des-
mitificación de la normalidad (como primer mito que crea la marginalidad); la lucha contra los mecanismos ideológicos
(como dispositivos culturales que consolidan la marginalidad, sea mediante la atomización, sea mediante la generaliza-
ción); y la lucha contra los climas irracionales que retroalimentan la marginalidad (el pragmatismo, por ejemplo). “En
consecuencia, toda intervención social posee inevitablemente un componente de lucha cultural y si carece de ella la inter-
vención es acrítica e ingenua”. [Cf. García Roca, J. (1987), “Metodología de la intervención social”, en Documentación So-
cial, 69:27-52].
37
como condición del desarrollo y la evolución. Más tarde, Dahrendorf, vuelve a plantear el con-
flicto como condición para la evolución y el desarrollo de la sociedad22. Idea que coincide con
MANUALES Y ENSAYOS
la definición que Bogardus hace de los problemas sociales. Para este último autor, los proble-
mas sociales son las situaciones de que se toma conocimiento y se procuran resolver como
condición del equilibrio y de la continuidad de la organización social. Podemos constatar que
una conceptualización de este tipo rebasa, con mucho, la noción de insatisfacción de necesi-
dades, y nos obliga a vincularlos a su contexto estructural. Esto hace que, para poder describir
y comprender los problemas existentes en una situación determinada, sea necesario conside-
rar el contexto, ambiente, entorno y clima social en que dichos problemas existen, identifican-
do los actores y factores asociados a los mismos23. Para definir el objeto y la metodología de
toda intervención social, García Roca nos recuerda la importancia de considerar previamente,
entre otras cuestiones, los rasgos estructurales de la sociedad actual donde esa intervención
se realiza. Son la complejidad, la conflictividad y el carácter sistémico, los tres rasgos principa-
les de la misma que condicionan la autocomprensión y la transformación de las prácticas so-
ciales, las estrategias y las técnicas de intervención. Centrándonos en el tema del conflicto, el
autor nos dice: “La conflictividad determina en primer lugar una nota característica de la inter-
vención social, a saber la imposibilidad de localizar en un solo punto la causa total del conflicto
o del malestar. Solo una grave simplificación puede considerar focalizado en una sola dimen-
sión el origen del problema, y en consecuencia solo una peor simplificación podrá postular
que en un solo instante se produzca el bienestar. En su lugar, la conflictividad obliga a recono-
cer el carácter plurifocal de los conflictos, y de los procesos de trabajo –lentos y costosos– que
implica cualquier estrategia social” (García Roca, 1987). Es, precisamente, esta dimensión del
conflicto social (que es a la vez económico, político y cultural), la que obliga a desarrollar, siem-
pre de forma simultánea como requisito de efectividad: a) una acción asistencial, orientada a
paliar los efectos del conflicto; b) una acción promocional, de carácter necesariamente preven-
tivo; y c) una acción solidaria, de apoyo a los esfuerzos de organización como sujetos colecti-
vos del pueblo marginado.
Quiero finalizar estas reflexiones sobre el problema social, como objeto en sí mismo del tra-
bajo social, reiterando que en mi opinión y por las razones expuestas, los problemas sociales,
desde el punto de vista conceptual, no necesariamente están siempre relacionados con la in-
satisfacción de una necesidad, es más, los problemas sociales suelen ser parte de los procesos
22
Dahrendorf ha centrado su obra en el conflicto y el cambio, analizando este último desde una perspectiva no funciona-
lista. El fundamento del conflicto social es mantener y fomentar la evolución y cambio de las sociedades y de sus partes. La
finalidad de los conflictos sociales es mantener despierto el cambio histórico y fomentar el desarrollo de la sociedad. Para
Dahrendorf, el conflicto social es supra-individual y puede haber conflicto entre los siguientes cinco tipos de unidades: en-
tre roles sociales, entre grupos sociales, entre sectores sociales, entre sociedades o asociaciones, y entre organizaciones su-
pranacionales. Sus obras más relevantes sobre estas cuestiones, escritas en 1957, son Homo Sociologicus y Las clases sociales
y su conflicto en la sociedad industrial.
23
Tanto los trabajos de Coser (sobre tipos de conflictos y sus diversas funciones) como los de McIver, los de Boudon y Bou-
rricaud (sobre el conflicto y la teoría de los juegos), los de Bartoli (caracterización y perfil de los conflictos), los de Olsen
(acerca de las fuentes del conflicto) y Kriesberg, constituyen aportaciones teóricas de gran interés para su aplicación prác-
tica en el análisis de los problemas sociales. Para una revisión de las diferentes teorías del conflicto y el cambio social, véa-
se: Nisbet, R. (1979). Cambio social, Madrid, Alianza; Etzioni, A. y Etzioni, E. (1968). Los cambios sociales: fuentes, tipos y
consecuencias, México, FCE; Einsenstad, S.N. (1970). Ensayos sobre el cambio social y la modernización, Madrid, Tecnos;
Coser, L. (1961). Las funciones del conflicto social, México, FCE; Kriesberg, L. (1975). Sociología de los conflictos sociales,
México, Trillas.
38
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
de desarrollo. Procesos que avanzan, precisamente, a medida que aparecen y se resuelven di-
chos problemas. Puede ser frecuente que una necesidad insatisfecha o mal satisfecha termi-
ne generando un problema, pero la emergencia del mismo como tal, pasa por otros factores
que ya se han analizado. Además, pueden existir situaciones-problema que no necesariamen-
te estén producidas o tengan su origen en una necesidad mal satisfecha, tal como ha sido ex-
puesto. Ejemplos de esta última posibilidad hay muchos en el campo del trabajo social: “De
ordinario, pueden surgir problemas cuando existen conflictos de intereses entre diferentes ac-
tores sociales, cuando las medidas y acciones que se realizan no responden a intereses direc-
tamente relacionados con la situación que padecen las personas, cuando las personas deben
enfrentarse a situaciones y acontecimientos inesperados y no deseados, cuando se ven obli-
gadas a solucionar un cierto número de cuestiones que sobrepasan su capacidad subjetiva de
afrontamiento, cuando surgen situaciones estresantes, cuando los procesos de socialización
no han sido potenciadores del desarrollo personal y social sino que lo han deteriorado seria-
mente, etc.” (Aguilar y Ander-Egg, 2001). Esta distinción entre necesidad y problema, también
señalada por algunos expertos24, no solo tiene una importancia conceptual: su diferenciación
es clave en el terreno de la práctica profesional si se quiere abordar una solución efectiva a los
mismos.
El desarrollo de las ciencias sociales, paralelo a las sucesivas crisis socioeconómicas que tuvie-
ron lugar a partir de los años treinta, aumentaron y ampliaron los problemas sociales. “El entor-
no, el contexto de vida en su sentido más amplio, cobra cada vez más importancia, de manera
que alrededor de los años sesenta se hace ya difícil mantener una única explicación lineal e in-
dividual del origen y mantenimiento de los problemas, sin tener como referencia, de un modo
u otro, la sociedad en la que los individuos se hallan inmersos. La psicología social, las terapias
de grupo, la teoría de los sistemas aplicada a las terapias familiares, por ejemplo, abren el ca-
mino para una nueva comprensión de la realidad. Paralelamente [tal como hemos examinado
anteriormente], las teorías sociológicas del cambio y el conflicto adquieren una particular re-
levancia para la contemplación de la sociedad como un sistema abierto, dinámico, plural, en
constante cambio y transformación” (Escartín y Suárez, 1994).
Además, la perspectiva del desarrollo humano –particularmente los trabajos de U. Bronfen-
brenner (1988)–, junto con la teoría de los sistemas sociales, hicieron que en el trabajo social
los problemas empezasen a ser considerados como patologías y desórdenes, que se insertan y
proceden de otros desórdenes de la comunicación y de otros conflictos sociales más amplios.
Según Watzlawick, Beavin y Jackson (1997), los problemas sociales se presentan como desór-
denes o patologías, como síntomas que ponen de manifiesto el desequilibrio (negativo o pa-
24
Esta distinción entre necesidades y problemas también ha sido advertida por J. M. Rueda, cuando diferencia la necesidad
(él la entiende como carencia de algo) de la afección (la presencia de un rasgo o factor social que sabemos que es perjudi-
cial, indeseable, etc.) [Cf. Rueda, J.Mª (1993). Programar, implementar proyectos, evaluar, Barcelona, INTRESS.].
39
tológico) de un sistema social, de la dirección que adoptan sus cambios, o de los modos de
resolver las inevitables crisis y las necesarias adaptaciones25.
MANUALES Y ENSAYOS
La importancia del enfoque sistémico en trabajo social ya fue ampliamente sostenida des-
de finales de los sesenta26, particularmente por Anderson y Carter (1969), Heffernan, Shutt-
lesworth y Ambrosino (1988), siendo el concepto de sistema uno de los fundamentales para
el trabajo social (Garvin y Tropman, 1992; Cavagnino, 1992). Pero antes de examinar cómo la
teoría de los sistemas sociales ha modificado las construcciones sobre el objeto del trabajo so-
cial, es preciso analizar, siquiera someramente, qué se entiende por sistema27, y qué significa
un enfoque sistémico.
En la ya clásica obra editada por Buckley (1968), el sistema se define como “un complejo
elemento de componentes directa o indirectamente conectados en una red causal, estando
cada uno de ellos conectado con el resto, de manera más o menos estable, durante un de-
terminado período de tiempo” (Anderson y Carter, 1967). Es decir, “un todo unitario y orga-
nizado compuesto por dos o más partes (elementos, componentes o subsistemas) que, por
su misma naturaleza, constituyen una complejidad organizada” (Aguilar y Ander-Egg, 2001).
Los sistemas son entidades que procesan materia o energía, que procesan información, o las
tres cosas a la vez, tal como sugiere Miller. Desde este punto de vista, pueden ser sistemas
los individuos, las familias, las organizaciones, las comunidades o las sociedades; aunque es-
tas entidades tienen algo que no aparece en el concepto de sistema: historia. Las unidades
en que interviene el trabajo social tienen historia, y lo que ocurra hoy o mañana, depende
en parte de lo que haya ocurrido en el pasado28. Existen tres características básicas de los sis-
temas:
– Totalidad o globalidad (dimensión holística). Significa que el todo no es reducible a la
suma de las partes (las propiedades del todo no las posee ninguna de las partes), y que
las partes no se explican sino en el todo que las constituye. Es decir, un sistema está
constituido por partes interrelacionadas, pero la totalidad que constituye un sistema no
se explica por la propiedad de las partes analizadas y conocidas aisladamente; ni las pro-
piedades de las partes se explican por las propiedades del todo.
– Dinamismo, ya que los elementos que constituyen la totalidad están en permanente in-
teracción e interdependencia.
– Complejidad, en cuanto es considerado como un organismo cuya existencia ofrece ca-
racterísticas distintivas de cada hecho o momento de evolución del propio sistema.
En cuanto a los diferentes niveles de sistemas, estos se han categorizado de dos formas: E.
Morin (1981) sistematiza cinco niveles (subsistema, sistema, suprasistema, ecosistema y meta-
sistema). U. Bronfenbrenner (1988), desde la perspectiva ecológica del desarrollo humano, dis-
tingue cuatro niveles:
25
Cf. Watzlawick, P., Beavin Bavelas, J. y Jackson, D. D. (1997). Teoría de la comunicación humana. Interacciones, patologías
y paradojas, Barcelona, Herder.
26
Cf. Hearn, G. (Ed.) (1969). The General Systems Approach: Contributions toward an Holistic Conception of Social Work,
New York, Council of Social Work Education.
27
Para L. von Bertalanffy, que fue el primero en utilizar la expresión Teoría General de Sistemas en 1937, un sistema es un
conjunto cuyos elementos están en interacción. [Bertalanffy, L. (1979), Perspectivas de la teoría general de sistemas, Ma-
drid, Alianza.].
28
Rapoport llama evolución a la historia del sistema [Ver Rapoport, A. (1968). “Forward”, en Buckley, W. (Ed.). Modern
Systems Researchfor The Behavioral Scientist, Chicago, Aldine.].
40
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
– El macrosistema que, a veces, se llama la escala macrosocial. Constituye el marco gene-
ral más englobante.
– El exosistema: se trata de un marco más inmediato, donde el individuo o grupo desarro-
lla su vida, pero en el que no interactúa “cara a cara”. Sin embargo, en ese marco “pasan
cosas que les afectan” o que inciden en sus vidas. En este ámbito se da una multiplicidad
de planos y niveles de intercambios, interacciones y retroacciones en las que están in-
mersos aquellos que son los destinatarios de los programas, actividades o servicios so-
ciales.
– El mesosistema, constituido por el conjunto de microsistemas que configuran redes de
interacciones y que supone que el individuo o grupo actúa en una multiplicidad de
marcos.
– El microsistema, donde los individuos y grupos actúan “cara a cara”. Es un ámbito de cer-
canía vital, como es la tarea en el aula dentro de una escuela, la relación en el seno de
una familia, etc.
Respecto al enfoque sistémico, también llamado enfoque de sistemas, consiste en la apli-
cación a un determinado ámbito, de la teoría general de sistemas; de ahí que a veces también
se le llame teoría de sistemas aplicada. Este enfoque se caracteriza por enfatizar el análisis del
sistema total (en vez de las partes o subsistemas componentes), y por esforzarse en conseguir
la eficacia del sistema total (más que a mejorar la eficacia de las partes o subsistemas). Puede
aplicarse tanto al mejoramiento de sistemas, como al diseño de nuevos sistemas. Aplicado al
ámbito del trabajo social, podríamos decir que en la intervención profesional directa (con in-
dividuos, familias, grupos y comunidades), se trataría de lograr un mejoramiento del sistema;
mientras que en la intervención indirecta, podrían darse ambas posibilidades (mejoramien-
to del sistema y diseño de nuevos sistemas). Ahora bien, según Johnson (1992), en el ámbito
del trabajo social individualizado Hartman (1970) hace la distinción entre el enfoque de siste-
mas sociales y el uso de la teoría de sistemas sociales, ya que poseen distinta terminología. En
el enfoque, el sistema se entiende como una totalidad compuesta por las interrelaciones e in-
terdependencias entre las partes, considerando especialmente los límites entre subsistemas;
es decir, se consideran las partes, el todo, el ambiente y las relaciones que existen entre ellos
(Dehoyos y Jensen, 1985). En cambio, la teoría de los sistemas sociales es utilizada por los tra-
bajadores sociales para dar significado y conceptualizar las conexiones y relaciones entre las,
aparentemente, diferentes entidades: individuos, familias, pequeños grupos, agencias/institu-
ciones, comunidades y sociedades.
En cualquier caso, el enfoque sistémico revela una sensibilidad teórica particular; consis-
tente en privilegiar, al analizar y abordar los fenómenos humanos, cinco conceptos: el concep-
to de interacción (los fenómenos aislados no existen, deben ser considerados en la interacción
con otros fenómenos); el concepto de encuadre, que delimita una totalidad o sistema (un fenó-
meno no es comprensible si no es situado en un conjunto que conviene delimitar); el concep-
to de causalidad circular (cada fenómeno es tomado en un juego complejo de implicaciones
mutuas de acciones y de retroacciones); el concepto de funcionamiento homeostático, en tan-
to que juego reglamentado del sistema delimitado (cada sistema de interacciones tiene sus
propias reglas de funcionamiento que constituyen una fuerza propia que se reproduce), y el
concepto de paradoja (cada fenómeno es a la vez autónomo y obligado, organizado y organi-
zador, informante e informado y conviene tenerlo en cuenta) (Mucchielli, 2001).
41
Este reconocimiento del carácter sistémico de la sociedad ha sido acompañado –como in-
dica García Roca– de una auténtica revolución conceptual en el ámbito del análisis social29. Las
MANUALES Y ENSAYOS
aplicaciones que de la teoría general de sistemas hicieron a las ciencias humanas G. Batenson
y H. Laborit, han abierto una perspectiva ecológico-sistémica que “permite resituar a los indi-
viduos en su ambiente considerándolos como participantes de uno o más sistemas que a la
vez les conciernen y les explican”. Desde la perspectiva sociológica, los trabajos de “E. Goffman,
H. Becker y K. Erikson han insistido sobre el proceso de inducción por el grupo social que lleva
a una carrera desviante”. De acuerdo con ello, la categoría de interrelación adquiere una cen-
tralidad indiscutible en el campo de la intervención social, desplazando cualquier intento de
considerar un comportamiento o acción como realidad independiente. “Es necesario ocuparse
de los subsistemas, examinar las informaciones, discernir los papeles, los mecanismos, las re-
glas que entran en juego y los circuitos de retroalimentación del sistema. Es necesario poner
en juego los factores, tanto individuales como económicos, culturales, políticos y jurídicos. Las
intervenciones se inscriben más sobre los contextos y sobre los ecosistemas que sobre los in-
dividuos (...) el carácter sistémico de la realidad desplaza el objeto material de la intervención:
sobre qué o quién se actúa en la lucha contra la marginación. Hay una respuesta inmediata e
ingenua que actúa sobre el sujeto marginado. La respuesta es engañosa y tremendamente
ideológica. Hasta que no se entienda que no debe actuarse directamente sobre la carencia no
se entra a trabajar críticamente en el campo de la marginación. Los análisis sobre los estigmas
y la retroalimentación cuando se trabaja sobre carencias están absolutamente validados en la
discusión científica.” (García Roca, 1987).
No obstante las lúcidas reflexiones anteriores, debemos recordar que la teoría de sistemas
se sitúa dentro de un paradigma funcionalista, lo que ha llevado a una formulación más gene-
ralizada –y menos crítica que la de García Roca–, acerca del objeto de la intervención en traba-
jo social. Ya en 195530, se determinaba el “funcionamiento social” como propósito central del
trabajo social, y la “intervención” como el modo de aumentarlo o mejorarlo31. El funcionamien-
to social se intensifica cuando las personas se sienten satisfechas con ellas mismas, sus roles de
vida y su relación con los otros (Skidmore, Thakeray y Farley, 1991). Desde esta perspectiva, son
las necesidades del individuo, junto con las de otros individuos y sistemas sociales significati-
vos en la situación, las que constituyen el objeto del trabajo social, considerando de manera
especial los factores ambientales que obstaculizan el funcionamiento social32. Para la escuela
de Palo Alto, un sistema es un conjunto de interacciones que dan sentido a una acción que se
29
Como bien señalan Heffernan, Shuttlesworth y Ambrosino, es necesaria una teoría que delimite o encuadre la compren-
sión de los problemas de bienestar social, que sea inclusiva, generalizable y testable. Y el marco de referencia sistémico/eco-
lógico reúne estos atributos. Para una exposición más detallada sobre la utilidad y el valor que este encuadre teórico tiene
para el bienestar social y la práctica profesional del trabajo social, véase: Heffernan, J., Shuttlesworth, G. y Ambrosino, R.
(1988). Social Work and Social Welfare. An Introduction, St. Paul, West Publishing Co., especialmente el capítulo 3; y Cavag-
nino, G. (1992). Modello sistemico e analisi dei servizi, Roma, NIS.
30
The Curriculum Study, citado por Skidmore, R. A., Thackeray, M. G. y Farley, O. W. (1991). Introduction to Social Work,
(5.ª ed.), Engelwood Cliffs, Prentice Hall.
31
En su definición oficial de 1973, la NASW establece que el propósito o misión del trabajo social es restaurar y mejorar el
funcionamiento social.
32
Una clasificación de tipos de funcionamiento social, por los que puede verse afectado el sistema-cliente (ya sea un indivi-
duo, familia, grupo, organización, comunidad o sociedad) es la que proponen DuBois y Krogsrud (1992): funcionamiento
social adaptativo, poblaciones en situación de riesgo, inadaptación social, problemas sociales que afecten al funcionamien-
to social.
42
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
inserta en él. Una acción, una comunicación, es decir, una interacción, analizada por sí sola no
tiene sentido. De este modo, “un segmento aislado de comportamiento es (como en el juego
del ajedrez) formalmente indecidible, es decir, está vacío de sentido... Si caemos en la cuenta
de que, en una comunicación, el comportamiento a de uno de los participantes –sean cuales
sean sus ‘motivos’– suscita como respuesta el comportamiento b, c, d o e del otro, pero excluye,
por el contrario, de manera total el comportamiento x y z, resulta posible formular un teore-
ma metacomunicacional que explica el movimiento que se ha efectuado” (Watzlawick, Beavin
y Jackson, 1997).
El planteamiento sistémico ha estado siempre muy vinculado a la perspectiva ecológica a
la que antes se hacía referencia. Según el enfoque ecológico nada sucede de un modo aisla-
do, ni nadie (ni nada) actúa en completa independencia. En la realidad social existe una com-
plicada red de intercambios y retroacciones, a la que puede aplicarse una de las leyes de la
ecología que dice: todo está relacionado con todo, o todo está relacionado con lo demás. Este
enfoque o perspectiva es válido para los modelos de intervención social. El tratamiento de los
problemas (sean estos individuales, grupales o colectivos) debe tener en cuenta los efectos, in-
teracciones y retroalimentaciones que existen entre los diferentes subsistemas (Aguilar y An-
der-Egg, 2001).
Para la mayoría de los autores de trabajo social que se inscriben en esta perspectiva de
análisis e intervención profesional, el enfoque ecológico y el enfoque sistémico son coinci-
dentes ya que ofrecen una perspectiva similar en el modo de pensar la realidad. Esta com-
plementariedad de los enfoques sistémico y ecológico ha llevado a un abordaje integrado,
denominado ecológico-sistémico o ecosistémico, que tiene en cuenta tanto los atributos del
sistema como las leyes de la ecología, y en ambos la idea de interrelación tiene una centralidad
indiscutible. La perspectiva sistémico-ecológica de la realidad es un enfoque válido para todos
los niveles (desde el individuo y la familia hasta los grandes colectivos, pasando por los grupos,
asociaciones, organizaciones, etc.). Esta visión comprende, asimismo, un cuerpo integrado de
conceptos que incluye una concepción teórica y una dimensión metodológica y práctica. En
cuanto perspectiva teórica, pone de relieve, entre otras cosas, que –aun conociendo todas las
propiedades de cada parte– no se puede comprender el todo que las incluye, porque para ello
falta algo. Ese algo son las propiedades del todo, emergentes de las partes, pero que es dife-
rente de la suma de las partes. En cuanto a la dimensión metodológica y práctica de este enfo-
que, es básico y fundamental comprender la producción de efectos sinérgicos entre las partes,
es decir, la acción que sobre cada aspecto o componente del sistema produce una concurren-
cia de efectos sobre los otros, reforzando y potenciando las actividades de cada uno de ellos.
De acuerdo con este enfoque ecológico-sistémico, la relación individuo-entorno sobre la
que actúa el trabajo social, constituye “una circularidad de la influencia entre los elementos
del complejo sistema en el cual el individuo o el grupo se sitúa como ‘uno’ de los elementos.
El trabajador social33 no entra en relación con un individuo, sino con un sistema más o me-
nos complejo, más o menos articulado en subsistemas, y se convierte en uno de los elemen-
tos que interactúan con los demás”, y el objetivo del proceso de ayuda, si bien es terapéutico,
sobre todo es educativo, pues se trata de un proceso de aprendizaje social (Dal Pra, 1994). Se-
gún este enfoque, el objeto de la intervención del trabajo social es sobre todo “la interacción
33
Asistente social en el original.
43
recíproca o ligamen que media entre las cualidades y las exigencias humanas y las cualidades
y exigencias ambientales”. El trabajo social, por tanto, no tiene que ver con el individuo aisla-
MANUALES Y ENSAYOS
34
En 1923, W. Thomas desarrolló la noción de “definición de la situación”, que constituyó –junto con la de desorganiza-
ción– uno de los conceptos centrales de la sociología norteamericana durante varias décadas. El individuo actúa en función
del entorno que percibe de la situación con la que debe enfrentarse. Puede definir cada situación de su vida social por me-
dio de sus actitudes previas, que le informan sobre tal entorno y le permiten interpretarlo. La definición de la situación de-
pende a la vez del orden social tal como se presenta al individuo y de su historia personal. Siempre hay una rivalidad entre
la definición espontánea de una situación por un individuo y las definiciones sociales que la sociedad le proporciona. Por
ello insistió tanto en la necesidad de recoger, entre los actores sociales, relatos de primera mano, autobiografías, cartas, etc.,
que permitieran acceder a la manera en que los individuos “definen las situaciones”. (Nótese el paralelismo en el uso de téc-
nicas cualitativas de recogida de datos, entre la propuesta de Thomas y el trabajo social). Thomas dio un ejemplo famoso
de lo que hay que entender por “definición de situación”: “Muy a menudo, existe una gran diferencia entre la situación tal
como los demás la ven y la situación tal como esta le parece a un individuo... Por ejemplo, un hombre había matado a va-
rias personas que tenían la desdichada costumbre de hablar a solas por la calle. Basándose en el movimiento de sus labios,
él se imaginó que le insultaban y se comportó como si esto fuera cierto. Si los hombres definen sus situaciones como rea-
les, estas son reales en sus consecuencias”. Lo importante, por tanto, es cómo define cada persona su situación, no cómo la
define el sistema experto o el agente externo, pues la situación que realmente tiene consecuencias es la definición del sujeto,
por más errónea que esta pueda parecer desde otro punto de vista. Aplicado este “teorema de Thomas” a la interpretación
diagnóstica, podemos afirmar que la forma de encuadrar un problema, determina la forma de resolverlo o enfrentar-
lo. [Vid. Thomas, W. y Thomas, D. S. (1928). The Child in America, New York, Knopf.] Para un análisis detallado sobre las
cuestiones ontológicas que implica la definición de lo social, incluida la situación social, véase la clásica reflexión de Reca-
sens Siches, L. (1997). La definición de lo social, Buenos Aires, Lumen-Humanitas.
35
En este apartado desarrollaré sintéticamente los principales postulados de este enfoque, siguiendo fundamentalmen-
te los trabajos de Elizalde (1991 y 1992) y Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn (1986). Dado que en las tres obras citadas
se producen constantes referencias mutuas, para no hacer farragoso el texto, omitiré las referencias, salvo que se trate de
otros autores o textos diferentes a los mencionados y que responden a mis propias reflexiones y opiniones personales so-
bre el tema.
44
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
El típico error que se comete en los análisis acerca de las necesidades humanas es que no
se explicita la diferencia esencial entre lo que son propiamente necesidades y lo que son los
satisfactores de esas necesidades. Es indispensable hacer una distinción entre ambos concep-
tos por motivos tanto epistemológicos como metodológicos. Por ejemplo, la alimentación, la
vivienda y el abrigo son satisfactores de la necesidad de subsistencia. Al igual que la educación
formal o informal, la investigación, la estimulación precoz o la meditación son satisfactores de
la necesidad de entendimiento. O que los sistemas sanitarios, la prevención y la higiene lo son
de la necesidad de protección.
Las personas somos seres de necesidades múltiples e interdependientes. Por ello las nece-
sidades humanas fundamentales deben entenderse como un sistema en que las mismas se in-
terrelacionan e inter-retro-actúan, pero en el cual no cabe establecer linealidades jerárquicas.
La dinámica interna del sistema que se manifiesta a través de simultaneidades, complemen-
tariedades y compensaciones, no debe considerarse como absoluta. Es preciso reconocer un
umbral pre-sistema, por debajo del cual la urgencia por satisfacer una determinada necesidad
llega a asumir características de urgencia absoluta.
De acuerdo con este enfoque, podemos definir las necesidades humanas fundamentales
como el conjunto de condiciones de carencia y privación claramente identificadas y de validez
universal, inherentes a la naturaleza del hombre y para cuya resolución este tiene potenciali-
dades. Estas necesidades se han conformado históricamente y hoy constituyen un valor gene-
ralizado en cualquier cultura. Su satisfacción integral es esencial, y se da mediante un proceso
de interrelación cuyo producto va a definir la calidad de vida de los individuos y los grupos so-
ciales. Las privaciones en cualquiera de estas necesidades universales pueden desencadenar
patologías diversas, y la privación en varias o todas ellas produce un efecto sinérgico o poten-
ciador del impacto de esas privaciones. Esto sugiere que es poco satisfactorio el señalamiento
de una sola privación para explicar un único efecto; o intentar resolver un problema solamen-
te con la atención a una necesidad o parte de ella, puesto que los efectos son también integra-
les en las personas y los grupos sociales36.
Los satisfactores, en cambio, son los modos particulares que cada sociedad o sistema uti-
liza para satisfacer las necesidades universales. Cada cultura tiene un cierto tipo, cantidad y ca-
lidad de satisfactores socialmente definidos. La diferencia en las posibilidades de acceso a los
diversos satisfactores de cada una de las necesidades humanas, provoca diferencias cultura-
les y sociales en las condiciones de vida de las poblaciones. Así, por ejemplo, la subsistencia es
una necesidad de validez universal. Sin embargo, las formas que el ser humano acepta como
válidas en un momento dado para alcanzar la subsistencia son satisfactores.
De estas conceptualizaciones se derivan dos postulados básicos. Primero: las necesidades
humanas fundamentales son finitas, pocas y clasificables. Segundo: las necesidades humanas
fundamentales que el enfoque propone, son las mismas en todas las culturas y en todos los
períodos históricos. Lo que cambia, a través del tiempo y de las culturas, es la manera o los me-
dios utilizados para la satisfacción de esas necesidades.
Cada sistema económico, social y político adopta diferentes estilos para la satisfacción de
las mismas necesidades humanas fundamentales. En cada sistema, estas se satisfacen (o no
36
Este enfoque de las necesidades, desde la perspectiva del desarrollo a escala humana, implica insertarse dentro del para-
digma sistémico, tal como señalan sus autores.
45
se satisfacen) a través de la generación (o no generación) de diferentes tipos de satisfactores.
Precisamente esa elección de determinados satisfactores es lo que define una cultura 37. Por
MANUALES Y ENSAYOS
tanto, lo que está culturalmente determinado no son las necesidades humanas fundamenta-
les, sino los satisfactores de esas necesidades. El cambio cultural es una consecuencia –entre
otras– del abandono de satisfactores tradicionales y su reemplazo por otros nuevos y dife-
rentes.
Sin embargo, no existe una correspondencia biunívoca entre necesidades y satisfactores38.
Un satisfactor puede contribuir simultáneamente a la satisfacción de diversas necesidades o, a
la inversa, una necesidad puede requerir de diversos satisfactores para ser satisfecha. Ni siquie-
ra estas relaciones son fijas: pueden variar según el tiempo, lugar y circunstancias. Una formu-
lación de este tipo obliga a reinterpretar el concepto de pobreza, tradicionalmente formulado
en términos de umbral de ingreso económico. Así, desde la perspectiva del desarrollo a escala
humana se habla de pobrezas (de subsistencia, de afecto, de entendimiento, de participación,
de identidad, etc.), como dimensiones de la pobreza humana. Pero, además de los atributos de
cada tipo de pobreza, cada una de ellas genera patologías, cada vez que se rebasan límites crí-
ticos de intensidad y duración.
Las necesidades revelan de la manera más apremiante el ser de las personas, ya que aquel
se hace palpable a través de estas en su doble condición: como carencia y como potenciali-
dad. Comprendidas en un amplio sentido, y no limitadas a la mera subsistencia, las necesida-
des patentizan la tensión constante entre carencia y potencia tan propia de los seres humanos.
Concebir las necesidades tan solo como carencia implica restringir su espectro a lo puramen-
te fisiológico, que es precisamente el ámbito en que una necesidad asume con mayor fuerza y
claridad la sensación de “falta de algo”. Sin embargo, en la medida en que las necesidades com-
prometen, motivan y movilizan a las personas, son también potencialidad y, más aún, pueden
llegar a ser recursos. La necesidad de participar es potencial de participación, del mismo modo
que la necesidad de afecto es potencial de afecto. Comprender las necesidades como caren-
cia y potencia, y comprender al ser humano en función de ellas así entendidas, previene contra
toda reducción del ser humano a la categoría de existencia cerrada. Así entendidas las necesi-
dades –como carencia y como potencia– resulta impropio hablar de necesidades que se “satis-
facen” o que se “colman”. En cuanto revelan un proceso dialéctico, constituyen un movimiento
incesante. De allí que quizá sea más apropiado hablar de vivir y realizar las necesidades, y de
vivirlas y realizarlas de manera continua y renovada. En la obra de A. Maslow, El hombre auto-
rrealizado (1993), se encierra una conceptualización semejante a esta, aunque formulada des-
de el punto de vista psicológico: las personas nacen con unas potencias y posibilidades que
será preciso estimular y desarrollar a lo largo de la vida, para llegar a ser plenamente humano,
para llegar a la autorrealización. En este sentido, necesidad y potencia expresan esas áreas de
desarrollo potencial humano.
37
Las necesidades humanas fundamentales de una persona son las mismas en una sociedad consumista que en una socie-
dad ascética. Lo que cambia es la elección de cantidad y calidad de los satisfactores y/o las posibilidades de tener acceso a
los satisfactores requeridos. Para una comprensión más profunda sobre este aspecto, se recomienda visionar el premiado
documental sobre obsolescencia programada titulado: “Comprar-tirar-comprar” (RTVE, 52 min.) (Disponible en nume-
rosos enlaces de youtube y otros canales de Internet, por ejemplo: https://vimeo.com/23524617 )
38
Que es el tipo de relación que implica la formulación del binomio necesidades-recursos, anteriormente examinada en el
apartado 1.3. de este capítulo.
46
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
39
La construcción de una economía humanista exige, en este marco, un importante desafío teórico, a saber: entender
y desentrañar la dialéctica entre necesidades, satisfactores y bienes económicos. Esto, a fin de pensar formas de orga-
nización económica en que los bienes potencien satisfactores para vivir las necesidades de manera coherente, sana y
plena.
47
Matriz de necesidades y satisfactores (Elizalde, 1992)
Necesidades según
MANUALES Y ENSAYOS
categorías
existenciales
Necesidades Ser Tener Hacer Estar
según categorías
axiológicas
1/ Salud física, salud 2/ Alimentación, 3/ Alimentarse, 4/ Entorno vital,
mental, equilibrio, abrigo, trabajo... procrear, descan- entorno social...
Subsistencia solidaridad, humor, sar, trabajar...
sociabilidad...
5/ Cuidado, adap- 6/ Sistemas de segu- 7/ Cooperar, pre- 8/ Contorno vital,
tabilidad, auto- ros, ahorro, seguri- venir, planificar, contorno social,
nomía, equilibrio, dad social, sistemas cuidar, curar, de- morada...
Protección solidaridad... de salud, legislacio- fender...
nes, derechos, fami-
lia, trabajo...
9/ Autoestima, 10/ Amistades, pa- 11/ Hacer el amor, 12/ Privacidad, in-
solidaridad, res- rejas, familia, ani- acariciar, expresar timidad, hogar,
peto, tolerancia, males domésticos, emociones, com- espacios de en-
Afecto generosidad, re- plantas, jardines... partir, cuidar, culti- cuentro...
ceptividad, pasión, var, apreciar...
voluntad, sensuali-
dad, humor...
13/ Conciencia crí- 14/ Literatura, 15/ Investigar, es- 16/ Ámbitos de
tica, receptividad, maestros, método, tudiar, experi- interacción for-
curiosidad, asom- políticas educacio- mentar, educar, mativa: escuelas,
Entendimiento bro, disciplina, nales, políticas co- analizar, meditar, universidades, aca-
intuición, raciona- municacionales... interpretar... demias, agrupacio-
lidad... nes, comunidades,
familia...
17/ Adaptabilidad, 18/ Derechos, res- 19/ Afiliarse, coo-
20/ Ámbitos de inte-
receptividad, so- ponsabilidades, perar, proponer, racción participativa:
lidaridad, disposi- obligaciones, atri- compartir, discre-partidos políticos,
Participación ción, convicción, buciones, trabajo... par, acatar, dia- sindicatos, aso-
entrega, respeto, logar, acordar, ciaciones, iglesias,
pasión, humor... opinar... comunidades, vecin-
darios, familias...
21/ Curiosidad, 22/ Juegos, espec- 23/ Divagar, abs- 24/ Privacidad, inti-
receptividad, táculos, fiestas, traerse, soñar, midad, espacios de
imaginación, des- calma... añorar, fantasear, encuentro, tiempo
Ocio preocupación, hu- evocar, relajarse, di- libre, ambientes,
mor, tranquilidad, vertirse, jugar... paisajes...
sensualidad...
25/ Pasión, volun- 26/ Habilidades, 27/ Trabajar, inven- 28/ Ámbitos de
tad, intuición, ima- destrezas, método, tar, construir, idear, producción y re-
ginación, audacia, trabajo... componer, diseñar, troalimentación:
racionalidad, auto- interpretar... talleres, ateneos,
Creación nomía, inventiva, agrupaciones, au-
curiosidad... diencias, espacios
de expresión, liber-
tad temporal...
48
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
Podemos decir que para atender cada necesidad existen satisfactores muy diversos. Estos
pueden ser:
• Violadores o destructores: tienen un efecto paradójico ya que, al aplicarlos con la intención
de satisfacer una determinada necesidad, aniquilan en realidad la posibilidad de hacer-
lo imposibilitando (por sus efectos colaterales) la satisfacción adecuada de otras necesi-
dades. El atributo especial de estos satisfactorias es que son impuestos (por ejemplo: el
armamentismo, la censura, el exilio, el machismo, el terrorismo, la esterilización involun-
taria o el maltrato intrafamiliar).
• Pseudo-satisfactores: son elementos que estimulan una falsa sensación de satisfacción de
una necesidad determinada. Su atributo especial es que generalmente son inducidos a
través de la propaganda, publicidad u otros medios de persuasión (algunos ejemplos de
este tipo de satisfactores son la limosna con relación a la necesidad de subsistencia, las
modas en relación con necesidad de identidad, el adoctrinamiento con relación a la ne-
cesidad de entendimiento, los símbolos de estatus en relación con la necesidad de iden-
tidad, la prostitución con relación a la necesidad de afecto, o las drogas de todo tipo con
relación a las necesidades de identidad y ocio).
• Inhibidores: son aquellos que, por el modo en que satisfacen –generalmente sobresatisfa-
cen– una necesidad determinada, dificultan seriamente la posibilidad de satisfacer otras
necesidades. Su atributo es que, salvo excepciones, se hallan ritualizados, en el sentido
que suelen emanar de hábitos arraigados. Es el caso, por ejemplo, de la escuela autori-
taria con respecto a la necesidad de entendimiento, y las necesidades de participación,
creación o libertad; la familia sobreprotectora y la dependencia afectiva con respecto a la
necesidad de protección, y las necesidades de participación, creación, identidad y liber-
tad; o el de la “telebasura” respecto al ocio y las necesidades de entendimiento, creación
e identidad; o la permisividad ilimitada respecto a las necesidades de participación, pro-
tección, afecto e identidad; o la burocratización de las instituciones en relación con las
necesidades de participación, libertad y creación.
• Singulares: que apuntan a satisfacer una sola necesidad, siendo neutros respecto a la sa-
tisfacción de otras. Su principal atributo es el de ser institucionalizados, sea desde el Es-
tado o la sociedad civil, ya que frecuentemente son generados por instituciones. Suelen
ser característicos de los programas sociales tradicionales, por ejemplo, los programas de
49
suministro de alimentos, de vivienda, seguros sociales, medicina curativa, espectáculos
deportivos, etc.
MANUALES Y ENSAYOS
• Sinérgicos: que son los que, por la forma en que satisfacen una necesidad, estimulan y
ayudan a la satisfacción simultánea de otras necesidades. Su principal atributo es el de
ser contrahegemónicos en el sentido que revierten las racionalidades dominantes, como
la competencia o la coacción. Satisfactores de este tipo son, por ejemplo, la lactancia ma-
terna, los juegos didácticos, la producción autogestionada, las organizaciones comuni-
tarias democráticas, la televisión cultural, los viajes culturales, la democracia directa, la
promoción de la salud, la educación ambiental, el voluntariado social, el transporte públi-
co no contaminante, los programas de ocio nocturno alternativo para jóvenes, o un pro-
grama de promoción de huertas orgánicas intensivas destinado a familias pobres.
Aplicado al ámbito de la intervención profesional en trabajo social, este enfoque nos seña-
la que es preciso identificar cuáles son las necesidades para las cuales no existen satisfactores
sinérgicos ni singulares, pudiendo haberlos. Lo que implica, por tanto, no solo conocer qué fal-
ta y de qué se carece, sino el modo en que se atienden esas necesidades de las personas y el
papel que esa atención cumple en el desarrollo humano, entendiendo las causas que coadyu-
van a ese modo de satisfacción. Las patologías generadas por la privación de una o varias ne-
cesidades, constituirían los problemas sociales. Además, un enfoque de este tipo nos obliga a
reconceptualizar también la idea de recursos, habitualmente considerada de un modo reduc-
cionista. Así, por ejemplo, es preciso conocer, identificar y emplear en la intervención “otros” re-
cursos alternativos más allá de los convencionales, como son40:
– Nivel de conciencia social (fundamento de proyectos colectivos y generador de respon-
sabilidades comunitarias).
– Cultura organizativa y potencial de gestión, representada por el potencial organizador
desarrollado por la comunidad y sus experiencias de dirección anteriores. Es lo que
A. Hirshman llama “principio de conservación y mutación de la energía social” (1983
y 1986).
– Potencial tecnológico (creatividad popular y tecnologías tradicionales apropiadas).
– Energía solidaria, es decir, capacidad de ayuda mutua.
– Potencial de calificación y entrenamiento (ofrecido a través de asociaciones, ONG, etc.)
– Capacidad de compromiso y dedicación de las personas, de manera voluntaria y altruista, y
que movilizan ayuda de otras organizaciones.
– Donaciones financieras de instituciones y personas solidarias con el sufrimiento humano.
Además del concepto de “recursos alternativos”, el enfoque propone la utilización del
concepto de “oportunidad” como potencialidad. Ejemplos de oportunidades podrían ser la
existencia de “brechas intersticiales” en el sistema dominante, o la existencia de situaciones
históricas que puedan debilitar los poderes fácticos.
Esta reconceptualización de los recursos no solo es posible sino necesaria. Es preciso rom-
per las barreras convencionales de recursos que representan el mundo de manera unidimensio-
nal. Y es fundamental superar la ideología de la escasez que invisibiliza todo lo que es abundante
y empuja a acumular todo lo que es escaso. Es imprescindible superar la concepción del juego
40
Otros recursos no convencionales de valor histórico-antropológico son: las redes sociales y sistemas de valores, la memo-
ria colectiva, la identidad cultural y la cosmovisión.
50
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
suma cero41 que gobierna lo económico y lo político, y que tiene repercusiones perversas en lo
social: “Si tú ganas yo pierdo, si yo gano tú pierdes”. Es necesario que todos ganen y nadie pierda,
poniendo en marcha “juegos cooperativos”, aunque –en mi opinión (Aguilar, 2001a)– siempre ha-
brá que tener en cuenta ciertas reglas de la “lógica de la acción colectiva”, que tan acertadamen-
te formuló M. Olson (1971)42. Según la teoría de la elección racional, en el problema de cómo se
gestan soluciones cooperativas a los problemas colectivos también tienen importancia las iden-
tidades comunitarias y redes solidarias previas, establecidas en una dimensión estrictamente so-
cial, como recursos movilizables a favor de la acción colectiva ubicada en una dimensión pública
(Taylor, 1987 y Tilly, 1978), además del tamaño de los grupos, como ya se ha advertido43.
Hemos examinado diversas concepciones del objeto del trabajo social, a la luz de diferentes
teorías y concepciones del ser humano y la sociedad. Como ha podido verse en el análisis an-
terior, la mayor parte de las propuestas han obedecido a diversos marcos de referencia teóri-
cos y a los contextos históricos concretos en que dichas conceptualizaciones se han realizado.
41
La teoría de los juegos que elaboraron Neumman y Morgenstern (popularizada por la difusión en cine de la vida de J.
Nash), consiste en un método matemático para resolver cuestiones competitivas, teniendo en cuenta las relaciones recí-
procas de las estrategias en la toma de decisiones de todos los competidores. En su aplicación, la teoría de los juegos pre-
tende desarrollar criterios racionales para la elección de una estrategia. Desde el punto de vista del conflicto social, lo más
interesante es la distinción entre juegos (modelos) de suma constante y no constante. En los primeros, sumadas las ganan-
cias de todos los jugadores, habrá siempre una constante fija independientemente de la estrategia adoptada (esa constan-
te puede ser cualquier número, pero si es cero, nos encontramos frente a un juego suma nula o suma cero, en el que no se
crea riqueza y solo hay transferencia, los intereses de los jugadores son, por ello, siempre opuestos: lo que gana uno pier-
de el otro). También hay conflictos de suma negativa, donde las ganancias de todos los jugadores son inferiores a las pér-
didas totales de todos ellos. También hay conflictos de suma positiva, en los que ganan todos los jugadores, aunque en este
tipo de juegos no se excluye el conflicto (cuando un jugador “barre para dentro” o “gorronea”). Los juegos de cooperación
pura son poco frecuentes. Las mejores estrategias de uso y generación de recursos en el trabajo social son siempre las de
suma positiva.
42
El hecho de que el compromiso y participación de la gente sea mayor en el seno de grupos pequeños con un fuerte com-
ponente de autoayuda, se fundamenta en la “dificultad de pasar mecánicamente de los intereses individuales a la acción
colectiva”, ya que “cuanto mayor sea el grupo, menor será el incentivo individual para perseguir el fin colectivo” (Aguiar,
1990). La explicación que ofrece Olson a esta tesis es la siguiente: A) Cuanto mayor es el grupo menor resulta el beneficio
individual neto que se obtiene del bien colectivo. B) Cuanto mayor es el grupo menos posibilidades tiene de ser privilegia-
do. C) Cuanto mayor es el grupo mayores son los costes de organización, no pudiendo impedir la aparición de “gorrones”
(free-rider). Ahora bien, el problema de la cooperación y la acción colectiva tiene, ante todo, un carácter dinámico y estra-
tégico. La teoría de los juegos ha constituido, sin duda, un importante impulso para la comprensión de este aspecto. El “di-
lema del prisionero” ilustra adecuadamente las complejidades reales de la acción colectiva: en primer lugar, son acciones
que se prolongan durante el tiempo (la repetición del dilema puede hacer surgir/aprender la colaboración); en segundo lu-
gar, la participación del individuo depende en gran medida de lo que hagan los demás.
43
Ha sido A. Sen (1986) quien ha puesto en evidencia las limitaciones de la teoría puramente económica de la conduc-
ta humana, al incluir el altruismo como parte de la solución de los problemas de la acción colectiva y la cooperación. Y J.
Harsanyi (1955) ha propuesto que a la hora de examinar las preferencias de los individuos se distinga entre las preferencias
subjetivas (sobre la base de intereses personales) y las preferencias éticas (“de acuerdo con consideraciones sociales imper-
sonales exclusivamente”). Sen (1982 y 1986) establece tres tipos de preferencias, dependiendo de las diversas combinacio-
nes posibles, que identifica con tres tipos de juegos: egoísmo (dilema del prisionero), simpatía (juego de la seguridad) y
compromiso (juego de la consideración por los demás).
51
En bastantes casos no existe contradicción entre las diversas maneras de conceptualizar el
objeto del trabajo social, y más bien ha sido el énfasis en uno u otro aspecto lo que ha impreg-
MANUALES Y ENSAYOS
44
En este sentido, son varios los autores que constatan en la mayoría de las definiciones la referencia a dos elementos inter-
actuantes (la persona y su medio) y una orientación hacia la resolución de problemas sociales o la prevención de los mis-
mos. [Cf. Acebo, A. (1992). Trabajo social en los servicios sociales comunitarios, Madrid, Siglo XXI.].
45
La teoría del aprendizaje social difiere de la del refuerzo porque pone el acento en los mecanismos del aprendizaje ob-
servacional, del autocontrol y de los “factores cognitivos” para la adquisición y la utilización de los comportamientos so-
ciales.
46
Según Dilthey (1942), la empatía es un método descriptivo que “consiste en revivir en la imaginación las situaciones sig-
nificativas para los protagonistas sociales. La empatía es la simpatía intelectual por la cual somos capaces de comprender
las vivencias de otro sin por ello sentirlas de manera real en nuestra propia afectividad”. Scheler (1950) muestra que esta
suerte de “intuición afectiva” o de “intuición proyectiva” se funda sobre una capacidad humana de “comprensión” inme-
diata del otro en cuanto ser humano. C. Rogers (1972), considera la empatía como la esencia de la actitud no directiva de
comprensión el otro. A diferencia de la simpatía (que es una identificación cuasi emocional) la empatía es la comprensión
intelectual de las vivencias de la persona, la capacidad de sumergirse en el mundo subjetivo del otro, de participar en su ex-
periencia tanto cuanto lo permiten la comunicación verbal y no verbal... de captar la significación personal de las palabras
del otro, mucho más que de responder a su contenido intelectual... Se trata de una sensibilidad alterocéntrica, de una sen-
sibilidad social, de una receptividad de las reacciones del otro, de una participación en la experiencia del otro sin limitar-
se a los aspectos puramente emocionales de una aprehensión de la experiencia desde el punto de vista de la persona que lo
experimenta... Y todo ello, sin dejar de ser emocionalmente independiente. [Cf. Mucchielli, A. (Dir.) (2001). Diccionario de
métodos cualitativos en ciencias humanas y sociales, Madrid, Síntesis.].
47
E. Fromm realiza un brillante y lúcido análisis de lo que él llama la “patología de la normalidad”, en su obra Psicoanáli-
sis de la sociedad contemporánea: en una sociedad enferma, el individuo totalmente “normal” también lo está; por lo que
52
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
vigentes de que vuelvan a la “normalidad” del camino recto (perspectiva correccional, en la de-
nominación de Matza, 1981). Intervenir significa estar convencido de que las personas (todas
las personas, incluidas por supuesto las marginadas), independientemente de sus dificultades,
tienen potencialidades que pueden ser desarrolladas. “Ya no importa tanto corregir y contro-
lar cuanto escuchar lo que la marginación comunica a través de su mutismo, su agresividad,
su violencia o su conducta desviada” (García Roca, 1987). Desde esta perspectiva, la historia, la
vida y el contexto, son más importantes que el problema y la carencia a la hora de definir es-
trategias de intervención. El mundo de las significaciones es tan relevante como los compo-
nentes objetivos de la situación, porque “el acto social no es ‘objetivo’ ni está condicionado
únicamente por la situación social; se produce dentro de un contexto simbólico que interpre-
ta la situación, en el sentido definido por Thomas y al que ya se ha hecho referencia” (García
Roca, 1987). Y, ya en el acto mismo de la observación, hay una definición de la situación que
llevará a que los implicados construyan su propia identidad (Berger y Luckmann, 1968, cit. por
García Roca).
Entendido el objeto como la parte de la realidad social en que se focaliza la acción de una
determinada ciencia o disciplina, y considerando todas las reflexiones críticas precedentes, me
atrevo a proponer como definición del objeto del trabajo social la siguiente48:
Las necesidades humanas y los problemas sociales son dimensiones necesarias para lograr
ese desarrollo potencial como ser humano, y la mejora y evolución social como grupo o colec-
tividad. Y es, precisamente, la existencia de estas “personas-sujetos en situación de necesidad”
o “personas-sujetos en situación-problema o de cambio”, lo que justifica la intervención del tra-
bajo social; sobre todo cuando en esa interacción entre el “sujeto-en-su-situación” y el entorno
se evidencian fenómenos de malestar psicosocial, como consecuencia de interrelaciones sisté-
micas entre condiciones socioestructurales y condiciones subjetivas vivenciadas por el sujeto.
A veces se ha confundido el objeto con los diferentes sujetos de la intervención, tal como
ocurre en la tradición italiana (Dal Pra, 1987 y 1994; Bianchi, Dal Pra, De Sandre y Gius, 1983).
una cierta desadaptación y desviación del sistema es saludable. [Cf. Fromm, E. (1978). Psicoanálisis de la sociedad contem-
poránea, México, FCE.].
48
Esta definición que se elabora y propone, independientemente de que pueda o no ser compartida por el lector/a, debería
considerarse al menos como definición operacional a los efectos de comprensión del alcance que en esta obra se otorga al
objeto del trabajo social. Dicho en otras palabras: en el presente texto debe entenderse esta definición del objeto del trabajo
social como válida, al menos en el contexto de esta obra, en la que será entendido siempre de esta forma.
53
Para evitar equívocos, quizá sea conveniente aclarar cuáles pueden ser –desde mi punto de
vista– algunos de esos posibles sujetos de intervención.
MANUALES Y ENSAYOS
Si consideramos como punto focal del trabajo social las necesidades, problemas y/o cambios
que, expresados en el nivel micro y meso social (individuos, familias, grupos o comunidades) se
producen justo en el punto de interrelación entre las personas-en-situación y su entorno, pode-
mos decir que el trabajador social puede operar, intervenir o colaborar con diferentes tipos de suje-
tos. Sin pretender ser exhaustiva, algunos ejemplos de estos posibles sujetos serían los siguientes:
• Individuos y familias:
– en situación-problema
– o en situación de cambio
– o con necesidad de ayuda externa
• Grupos de personas que:
– presentan algún problema social compartido
– o se constituyen con fines sociales de ayuda o solidaridad
– o se constituyen para modificar o transformar algún aspecto de su realidad social, para
mejorar la calidad de vida de su comunidad/sociedad
– o conforman una “comunidad de intereses”
• Comunidades de base territorial en las que:
– convive o habita la población que es objeto de atención por parte del programa, ser-
vicio o institución
– o cuyo entorno o medio sociocultural condiciona y/o co-genera problemas sociales, o
bien es potencial ámbito de resolución de problemas y necesidades
De una manera gráfica, podría quedar expresado este “punto focal” del trabajo social, de
acuerdo con el siguiente gráfico (adaptado de Morales y Sheaford, 1992):
Situación problema
o de cambio
TRABAJADOR intervención
SOCIAL
PERSONA
O GRUPO
ENTORNO
54
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
Pero, como bien señalaron Estruch y Güell (1976), “la función social y el objeto real de una
profesión se determinan mutuamente, ya que se necesita una cierta contrapartida social, fru-
to de una necesidad sentida o de una especialización exigida por la división del trabajo, para
que pueda darse el reconocimiento por parte de la sociedad como base del objeto específi-
co de la profesión”. Así pues, y para completar esta definición del objeto, parece oportuno que
nos detengamos a examinar con cierto detalle cuáles son los objetivos y funciones del traba-
jo social.
55
CAPÍTULO 2
OBJETIVOS Y FUNCIONES
DEL TRABAJO SOCIAL
OBJETIVOS Y FUNCIONES DEL TRABAJO SOCIAL
MANUALES Y ENSAYOS
Cuando se aborda esta cuestión en trabajo social, a veces ha sido frecuente recurrir a formu-
laciones vagas y generales tales como: promoción humana, desarrollo social, mejoramiento
social, promoción social, etc. Considero que este tipo de proposiciones, lejos de ayudar a es-
clarecer los fines del trabajo social, pueden contribuir a confundir, dado que podrían aplicar-
se a una variada gama de actividades sociales, incluidas las no profesionales. Razón por la cual
no me detendré a analizarlas.
Son bastantes los autores que, en nuestro entorno, definen de manera mucho más pre-
cisa la finalidad del trabajo social. Por ejemplo, según N. de la Red (1993), el objetivo del tra-
bajo social es la “facilitación del acceso a los recursos de los individuos-grupos-comunidades
que plantean demandas o carencias socialmente reconocidas de responsabilidad públi-
ca”. De acuerdo con la formulación de Dal Pra (1987), la finalidad principal del trabajo social
es la contribución para que las instituciones destinadas a responder a las demandas socia-
les en un determinado territorio puedan llevar a cabo sus competencias de modo cualifica-
do, profesionalmente idóneo, y respondiendo a las exigencias reales de la población. Ambos
planteamientos definen bien el objetivo último del trabajo social aunque a mi juicio, en estas
proposiciones, pareciera que la función principal del trabajo social se ciñe a la esfera de lo re-
conocido como responsabilidad pública, excluyendo del enunciado de finalidades las posibles
acciones del trabajo social en los ámbitos no públicos (privado, voluntario y ámbitos mixtos).
Conviene pues examinar también otras propuestas y reflexiones sobre el tema.
En el trabajo social español, Casado y Guillén (2001) identifican cuatro grandes objetivos
tácticos:
• Asistencia: aunque el cometido tradicional de la acción asistencial era conservar viva
a la persona carenciada, en la actualidad ha experimentado otros desarrollos median-
te técnicas de información y orientación, ayuda psicológica y psicosocial, asesoramien-
to, seguimiento o acompañamiento de apoyo y mediación social. La ayuda psicoafectiva
y el apoyo personal se pueden realizar tanto mediante prestaciones técnicas directas
como de forma comunitaria, promoviendo la relación de los usuarios de estas prestacio-
nes con entornos sociales cooperantes (familia extensa, vecindad, asociaciones, clubes,
escuelas de adultos, etc.). Dentro de este objetivo, podemos situar la intervención técni-
ca que se ofrece a través de servicios como la ayuda a domicilio (tanto en su modalidad
de ayuda en actividades de la vida diaria, mantenimiento físico, psicoafectivo, comida a
domicilio, video y teleasistencia), los centros residenciales (diurnos y nocturnos), hoga-
res funcionales, pisos tutelados y acogimiento familiar. Aunque en muchos de estos ser-
vicios no se realiza exclusivamente una acción asistencial, sino también rehabilitadora o
de integración.
• Rehabilitación e integración: la rehabilitación es un objetivo de orientación regenera-
cionista (intento de recuperación de cualidades o capacidades perdidas) por la que se ex-
ploran y activan las potencialidades subsistentes en una situación inicialmente negativa
58
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
49
A finales de años noventa el propio Demetrio Casado publicó un texto donde se evidenciaba que la sustitución del térmi-
no “integración” por el británico de “inclusión” no tiene validez en relación a los significados de ambas palabras en caste-
llano. [Cfr. D. Casado (1999). Imagen y realidad de la acción voluntaria, Barcelona. Hacer.].
59
puede caracterizarse por su variabilidad, ha mantenido desde hace más de un siglo su pro-
pósito fundamental: servir directamente a las personas en estado de necesidad y, al mismo
MANUALES Y ENSAYOS
50
Mantengo el original por razones semánticas, ya que en castellano no existen términos exactamente equivalentes (en sen-
tido y significación) a caring y curing. Aunque en el texto intento hacer una explicación de su alcance en nuestro idioma.
51
Counseling en el original. En español esta expresión es equivalente a la acción de consejo y asesoramiento, en una rela-
ción de ayuda.
60
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
52
Incluyo este término, que debería estar en el diccionario, después de leer el interesante artículo de Adela Cortina titulado
“Aporofobia”, en diario El País, 07-03-2000. Disponible en: www.etnor.org/html/pdf/adela/200200766.pdf
53
Aunque la glosa respeta en lo sustancial el texto de los autores citados, debo advertir que he sustituido el vocablo “cliente”
del original y sus derivados, por el de “personas” y/o “sujetos de ayuda”, a fin de traducir el texto de un modo más coheren-
te con mi pensamiento. Asimismo, he introducido algunos agregados y precisiones que se corresponden con mi reflexión
personal sobre el tema.
61
5. Identificar, estudiar y analizar los problemas colectivos (también mediante un pro-
ceso de generalización respecto a las situaciones problemáticas individuales) a fin de
MANUALES Y ENSAYOS
Como bien advirtió Talcott Parsons, uno de los elementos claves para entender y compren-
der cualquier sistema es, sin duda, el concepto de función, que nos informa del porqué de
los fenómenos que ocurren. Ahora bien, aplicado al análisis de las profesiones, no siempre se
emplea el término función con un solo significado. Así, por ejemplo, en el campo del trabajo
social, la mayoría de los autores que han analizado sus funciones no definen del mismo modo
el concepto. Rubí, por ejemplo, distingue entre función y rol, entendiendo por función “una se-
rie de actividades organizadas para satisfacer o ejecutar un fin u objetivo, y rol, como el papel
que se ejerce en una determinada situación social” (1990). Es decir, para esta autora, la función
especifica y concreta el rol. En cambio Ander-Egg, al diferenciar función y rol, entiende la pri-
mera como “la acción y el ejercicio propio de un campo profesional”, siendo los roles profesio-
nales equivalentes a las tareas o acciones específicas por las cuales se desarrolla una función.
Para este autor, “el término rol designa sociológicamente el comportamiento que, en una so-
ciedad dada, debe esperarse de un individuo, habida cuenta de su posición o estatus en esa
sociedad. En sentido más restringido se habla de roles profesionales haciendo referencia a
aquellos comportamientos y uniformidades de conducta que desempeñan –y que otros espe-
ran desempeñen– aquellos que ejercen una determinada profesión” (Ander-Egg, 1996).
Si hacemos un breve repaso histórico acerca de lo que se han ido considerando funciones
específicas del trabajo social, podemos referirnos, en primer lugar, a la Federación Internacio-
nal de Trabajadores Sociales, que en su Asamblea General de 1976, celebrada en Puerto Rico,
señaló que las funciones del trabajo social consisten en:
– Ayudar a las personas a desarrollar sus capacidades, que les permiten resolver los pro-
blemas sociales, individuales y colectivos.
– Promover la facultad de libre elección y adaptación y de desarrollo de las personas.
– Abogar por el establecimiento de servicios y políticas sociales justas, o de alternativas
para los recursos socioeconómicos existentes (Rubí, 1990).
Según Boeglin (1978), el objetivo del trabajo social es “la humanización del hombre y la so-
cialización de las relaciones humanas”, por lo que las funciones a desarrollar deben ser las si-
guientes:
– Apoyo, que permita al hombre un equilibrio con la sociedad.
– Mediación, entre las personas y las unidades sociales.
– Denuncia, de situaciones injustas.
– Defensa, de los derechos humanos.
– Presión, sobre las personas y autoridades, para mejorar las relaciones sociales y la parti-
cipación comunitaria.
62
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
Entendidas las funciones, como la acción y el ejercicio propio del campo profesional del
trabajador social, considero que en el complejo campo de la intervención social en que dife-
rentes profesiones y disciplinas deben ponerse en juego de forma cooperativa, hay que dife-
renciar lo que podrían ser funciones profesionales compartidas con otras profesiones sociales,
y lo que podrían ser funciones más específicas del trabajador social. Esta distinción me parece
útil, ya que en el ámbito de los servicios sociales y de la acción social, los trabajadores sociales
no somos ni los únicos profesionales que intervenimos, ni la única disciplina que se pone en
acción. Identificar, por tanto, algunas de esas funciones que pueden ser compartidas con otros
profesionales en una intervención interdisciplinar, puede evitar no pocas confusiones o discu-
siones corporativas estériles.
• Gestor de políticas sociales. Acción que comprende la realización de actividades muy
diversas en la prestación de diversos servicios sociales, aparte de las específicas como tra-
bajador social. Investigación, planificación, gestión, administración y evaluación de ser-
vicios y programas son algunas de las acciones que el trabajador social puede compartir
con otros profesionales en el desarrollo de esta función.
• Animador social. La animación sociocultural o socioeducativa es una cualificación ne-
cesaria para la práctica del trabajo social y de otras profesiones sociales, que consiste en
impulsar y generar acciones que potencien a las personas, grupos y comunidades me-
diante su participación activa en la solución de sus problemas. Esta función se desarrolla
ayudando y colaborando con las personas para que aumenten sus conocimientos, habi-
lidades y destrezas a fin de que puedan resolver sus propios problemas, realizando una
“transferencia de tecnologías sociales”. El trabajador social es en el desarrollo de esta fun-
ción un catalizador de procesos de cambio; y procura los medios para que las personas y
las instituciones asimilen constructivamente los cambios sociales.
• Dinamizador comunitario. Facilita el acceso a ámbitos de participación social; fomen-
ta el asociacionismo y la creación de grupos; asesora a grupos y organizaciones; estimula
nuevas formas de participación social; ayuda a las personas a descubrir factores alienan-
tes y de deshumanización social. Promueve la creación y el fortalecimiento de redes so-
ciales, especialmente de redes de apoyo y solidaridad social.
• Reformador de instituciones-Defensor activo de derechos. Promueve cambios insti-
tucionales para mejorar su funcionamiento, valorando las carencias y limitaciones de los
servicios, y sugiriendo reformas en la organización y funcionamiento de los mismos, para
hacerlos más útiles y eficaces a la situación de los usuarios. Ejerce la defensa activa de los
derechos de las minorías, sobre todo cuando estas no pueden hacer oír su voz por en-
contrarse en una posición de subalteridad. Presiona para la modificación legislativa y la
ampliación del reconocimiento de derechos civiles, sociales y culturales.
Para el desarrollo de estas funciones compartidas, el trabajador social realiza tareas de in-
formación, formación, apoyo (material, personal, emocional, motivacional), seguimiento, acom-
pañamiento, dinamización social, coordinación y seguimiento, sensibilización y movilización
social, administración de programas y servicios sociales, planificación, gestión y evaluación.
En cuanto a las funciones específicas del trabajador social, se pueden identificar las si-
guientes:
• Gestor y mediador entre personas e instituciones. Ofrece servicios de sostén y ayu-
da a personas en situación de dependencia, emergencia o marginación social (ya sea
63
proporcionando asistencia para la solución del problema, generando conductas de au-
toayuda o creando y utilizando redes de heteroayuda). Presta servicios sociales directos,
MANUALES Y ENSAYOS
sean estos básicos o especializados. Gestiona y actúa como mediador relacionando al in-
dividuo, familia, grupo u organización con las instituciones prestadoras de servicios, y
procura que obtengan de manera efectiva los servicios y recursos más apropiados a su
necesidad. Informa y orienta sobre los recursos institucionales disponibles (servicios, le-
gislación, etc.); sobre los servicios que ofrece (facilitando la accesibilidad a los mismos y
la participación de los usuarios); y canaliza y deriva a otros servicios y recursos externos
o fuentes alternativas de ayuda cuando es apropiado. En el desarrollo de esta función, el
trabajador social ha de ser un experto: tanto en el establecimiento de la “relación de ayu-
da” como en la “gestión de caso” (Case Management), en tanto que proceso de colabora-
ción y provisión de servicios por parte de un profesional que valora las necesidades de la
persona y su familia, y en colaboración con estos, aconseja, articula, coordina, monitori-
za, evalúa y defiende las necesidades e intereses de los mismos, proponiendo “paquetes
de medidas y/o servicios acorde a las necesidades cambiantes de las personas atendidas”
(NASW, 1992).
• Asesor-orientador-consejero social. Asesora a individuos, grupos u organizaciones
para buscar alternativas que permitan satisfacer sus necesidades sociales básicas; orien-
ta a la gente para organizar sus actividades con miras a la consecución de determinados
objetivos tendentes a la resolución de problemas y la satisfacción de necesidades; ayuda
a realizar más efectivamente los servicios existentes y a poner en contacto con ellos a las
personas y grupos; hace posible que los individuos y organizaciones de base conozcan
los procedimientos y estrategias que les permitan utilizar los servicios sociales existentes.
• Terapeuta social. Mediante la utilización de diversos enfoques teórico-metodológicos
el trabajador social puede desarrollar tratamientos e intervenciones sociales de diver-
sa índole, encaminados a lograr la restauración de capacidades y roles de funcionamien-
to social satisfactorio de las personas a las que atiende. Esta función se puede identificar
plenamente con el objetivo estratégico de tratamiento (curing) descrito en la primera
parte de este capítulo.
• Investigador de problemas, necesidades y conflictos sociales, e identificador de re-
cursos y potencialidades para la acción. Diseña y realiza investigaciones aplicadas para
realizar diagnósticos sociales; estudia y analiza la situación de las personas y grupos afec-
tados por necesidades y problemas; analiza los recursos y necesidades de los propios
programas y servicios sociales. Busca e identifica situaciones inhumanas inaceptables, in-
dividuales y colectivas, en su ámbito de actuación; identifica recursos que pueden servir
de ayuda a las personas o que pueden tener una incidencia positiva en el proceso de so-
lución de problemas. Detecta las fortalezas y potencialidades de las personas y es capaz
de ponerlas en acto, desarrollando diferentes estrategias de empoderamiento.
• Movilizador de recursos externos e internos, institucionales, técnicos, materiales, fi-
nancieros y, sobre todo, humanos. Identifica las potencialidades humanas de individuos,
grupos y comunidades y promueve su utilización y desarrollo en actividades de servicio
y cooperación social. Facilita y promueve la participación de la misma gente en el estu-
dio de sus necesidades, la toma de decisiones para afrontarlas y la organización para lle-
varlas a cabo. Trata de generar procesos de toma de conciencia social ante problemas y
64
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
65
CAPÍTULO 3
PRINCIPIOS Y VALORES: LA DIMENSIÓN
ÉTICA DEL TRABAJO SOCIAL
PRINCIPIOS Y VALORES: LA DIMENSIÓN ÉTICA DEL TRABAJO
SOCIAL
MANUALES Y ENSAYOS
Frente al ethos burocrático de quien se atiene al mínimo legal pide el ethos profesional la
excelencia, porque su compromiso fundamental no es el que le liga a la burocracia, sino a
las personas concretas, a las personas de carne y hueso, cuyo beneficio da sentido a cual-
quier actividad e institución social. Es tiempo, pues, no de despreciar la vida corriente, sino
de introducir en ella la aspiración a la excelencia.
Adela Cortina (2000a)
Toda acción, y todo comportamiento humano, está orientada por valores, ya se trate de una
acción espontánea o deliberada. Asimismo, toda acción y comportamiento profesional está
orientado por un sistema de valores que determina su finalidad última (télos) o misión; siste-
ma que ayuda a establecer en cada momento y contexto histórico lo que caracteriza un “buen”
ejercicio profesional. Por otra parte, como muy bien nos advierte A. Cortina (1996), “no hay
ningún saber humano en el que no introduzcamos valoraciones”. Incluso si hacemos algo tan
modesto como aclarar el significado del término “bueno”, estamos introduciendo el modo de
entenderlo y usarlo de la cultura en que hemos sido educados, y, por lo tanto, estamos prescri-
biendo a la gente qué tiene que entender por “bueno” (Apel, 1985). Todo esto es lo que consti-
tuye la dimensión ética de una profesión54. La ética de las profesiones tiene un empeño común
a todas ellas, que es hacer excelente la vida cotidiana, esto es, buscar la excelencia en la vida
corriente inmunizándolas frente a los males más endémicos como son: la burocratización, el
corporativismo y la endogamia.
Toda profesión es una actividad social que presta un servicio específico a la sociedad en
que se ejerce, de forma institucionalizada, y que exige contar con unas aptitudes determina-
das para su ejercicio y con un peculiar interés por la meta que esa actividad concreta persigue.
Por ello, como advierte A. Cortina, al ingresar en su profesión todo profesional se comprome-
te a perseguir las metas de esa actividad social, independientemente de los móviles privados o
motivaciones personales para incorporarse a ella. Estas metas sociales son las que otorgan sen-
tido y legitimidad social al ejercicio de esa profesión, constituyéndose como bienes internos
a ella. Bienes que ninguna otra profesión puede proporcionar, por lo que solo la persecución
o logro de dichos bienes puede justificar ese ejercicio profesional. Solo la meta da sentido a la
profesión, y solo cuando los motivos personales o privados concuerdan con esa meta se con-
vierten en razones: los motivos individuales nunca pueden ser razones legítimas o convertir-
se en argumentos que justifiquen la acción profesional si no tienen por base la exigencia de la
meta profesional. Porque “cuando los motivos desplazan a las razones, cuando la arbitrariedad
impera sobre los argumentos legítimos, se corrompe una profesión y deja de ofrecer los bienes
que solo ella puede proporcionar y que son indispensables para promover una vida humana
54
Hortal define como profesión “un conjunto de actividades ocupacionales en las que de forma institucionalizada se pres-
ta un servicio específico a la sociedad por parte de un conjunto de personas específicamente preparadas y facultadas para
ello, y que se dedican de forma estable a estas actividades obteniendo de ellas su medio de vida” [Cf. Hortal, A. (1994). La
ética profesional en el contexto universitario, Madrid, UPCO.].
68
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
digna. Con lo cual pierde su auténtico sentido y su legitimidad social. Por eso importa revitali-
zar las profesiones, recordando cuáles son sus fines legítimos y qué hábitos es preciso desarro-
llar para alcanzarlos. A esos hábitos, que llamamos “virtudes”, ponían los griegos por nombres
aretai ‘excelencias’. “Excelente” era para el mundo griego el que destacaba por respeto a sus
compañeros en el buen ejercicio de una actividad. “Excelente” sería aquí el que compite consi-
go mismo para ofrecer un buen producto profesional, el que no se conforma con la mediocri-
dad de quien únicamente aspira a eludir acusaciones legales de negligencia” (Cortina, 2000a).
La ética profesional incluye tres dimensiones inseparables que la constituyen como tal:
la dimensión teleológica (télos o bienes internos), la dimensión deontológica y la dimensión
pragmática (Hortal, 1994). Examinaré a continuación los aspectos más relevantes de cada una
de ellas, en su aplicación al trabajo social.
55
Es significativo de esta situación el hecho de que las publicaciones españolas sobre ética, valores y trabajo social sean re-
lativamente recientes. Salvo el número monográfico que la Revista de Treball Social dedicó al tema en 1988 (n.º 112), no ha
sido hasta mediados de los noventa cuando hemos asistido a un cierto y modesto auge editorial sobre el tema. Entre las pu-
blicaciones más relevantes de las pasadas décadas en nuestro país, cabe destacar las siguientes: los números monográficos
que, tanto la Revista de Treball Social (n.º 146, 1997) como la Revista de Servicios Sociales y Política Social (n.º 41, 1998), de-
dicaron al tema de la ética en trabajo social; el trabajo colectivo que, coordinado por F. J. Bermejo, publicó la Universidad
de Comillas en 1996, titulado Ética y trabajo social, que ha constituido una obligada referencia en la mayoría de los traba-
jos posteriores publicados; la traducción de la obra de S. Banks en 1997, Ética y valores en trabajo social, editada en 2005
por Paidós; y las de D. Salcedo Megales, Autonomía y bienestar. La ética del trabajo social (Comares, 1998), y Los valores en
la práctica del trabajo social (Narcea, 1999). Entre las publicaciones nacionales más recientes podemos citar el trabajo de J.
García Roca (2001). “Trabajo Social”, en A. Cortina y J. Conill (dir.) 10 palabras clave en Ética de las profesiones, EVD, Este-
lla; A. Ballestero, Dilemas éticos en Trabajo Social (Eunate, 2006) y el libro de M.ª J. Úriz, A. Ballestero y B. Urien, Dilemas
éticos en la intervención social. Una perspectiva profesional desde el Trabajo Social (Mira, 2007).
69
En un sistema democrático pluralista, el conjunto de valores es también plural; sin em-
bargo, para una convivencia ciudadana es preciso considerar la existencia de algunos valores
MANUALES Y ENSAYOS
56
La moral cívica consiste en unos mínimos compartidos entre ciudadanos que tienen distintas concepciones del hombre y
distintos ideales de vida buena. Los contenidos de esta moral civil son: los derechos civiles y políticos derivados de la liber-
tad, los derechos económicos y sociales derivados de la igualdad, y los derechos derivados de la solidaridad, que junto con
la actitud dialógica que permite conciliar el universalismo y el respeto a la diferencia (y evita caer en el “dogmatismo irra-
cional” y el “relativismo inhumano”), configuran las coordenadas que dan sentido a esa moral de mínimos. [Cf. Cortina,
A. (1996). El quehacer ético. Guía para la educación moral, Madrid, Santillana; (1997). “Ética, moral y comportamiento”, en
Revista de Treball Social, 147: 23-35; y (2000b). La ética de la sociedad civil, (4.ª ed.), Madrid, Anaya.].
57
Como bien ha sido señalado por Sannicola, en el contexto eurolatino los valores relacionados con la persona en su di-
mensión comunitaria y en su relación con la comunidad-sociedad se enfatizan más y se interpretan de manera diferente a
la experiencia anglosajona. [Cf. Sanicola, L. (1991). “Tecnica e valori nel servizio sociale: un problema irrisolto”, en Cellen-
tani, O. Facchini, F. y Guidicini, P. Op. Cit.]. No debemos olvidar, como ya ha sido advertido, que los valores y principios no
se formulan ni actualizan en abstracto, sino en contextos y momentos históricos concretos, que condicionan su evolución.
[Cf. Bermejo, F. J. (Coord.) (1996). Ética y trabajo social, Madrid, UPCO.].
58
“El trabajador social actúa siempre sobre dos dimensiones simultáneamente: la dimensión personal en la relación con el
usuario y la dimensión institucional” [Dal Pra, M. (1987b). “Una professionalità in evoluzione: dall’assitenza ai servizi so-
ciale”, en Crespi, F. Guidicini, P. y La Rosa, M. (Eds.). Conoscenza sociale e servizi sociali, Milano, FrancoAngeli.].
70
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
jetivos del trabajo social, intrínseco al hecho de que se ayuda a “personas”. Como bien señala
Bianchi, los valores que desde el principio el trabajo social ha hecho propios, tales como el res-
peto, la igualdad, la confianza en las capacidades de las personas, etc., son expresiones de “in-
tuiciones humanitarias”, de una cultura “democrática”, de constataciones desde la praxis. Pero
también tienen connotaciones históricas y geográficas y pueden dar origen a respuestas di-
ferentes y no unívocas, pudiendo incluso permanecer como afirmaciones abstractas (Bianchi,
1994). Los valores deben orientar y traducirse en principios operativos (dimensión deontológi-
ca) y procesos de actuación (dimensión pragmática).
Por lo que respecta a esta primera dimensión finalista o teleológica de la ética de una pro-
fesión, el télos es la meta, el fin, el objetivo que toda actividad social se propone alcanzar, sus
bienes internos. Esto supone plantearse explícitamente –tanto a nivel personal-profesional,
como colectivo-profesional– la pregunta acerca de cuál es el télos de la actividad profesional,
el fin último de lo que se hace, es decir, ¿para qué sirve el trabajo social?
Según Bermejo (1996), solo quienes hayan reflexionado con hondura sobre la finalidad de
lo que hacen, podrán realizar un trabajo éticamente cualificado, es decir, un “buen” trabajo. Di-
cho en otras palabras, un buen profesional es aquel que reflexiona sobre el fin de su profesión
y se propone decididamente encarnarlo en su vida profesional. Por lo que todo trabajador so-
cial debe plantearse el télos de su práctica profesional, la finalidad o misión, el servicio que pre-
tende prestar a la sociedad al realizarla, el bien intrínseco que pretende obtener con ella.
Algunos autores, como MacIntyre (1987), formulan el concepto de práctica de manera que
este puede aplicarse a cualquier profesión: “Tipo de actividad cooperativa desarrollada por
personas conforme a pautas establecidas por una cierta tradición, buscando obtener determi-
nados bienes intrínsecos a ella”. Así, las prácticas tienen un arraigo social (se desarrollan den-
tro de un colegio profesional o de una comunidad científica) y se rigen por criterios de calidad,
según los cuales se define lo que es un buen profesional (trabajador social en nuestro caso).
Cada práctica recoge y prolonga una tradición abierta y se orienta a la búsqueda de los bie-
nes intrínsecos por los que se define. Y son bienes intrínsecos a una práctica –según MacIn-
tyre– aquellos que solo pueden obtenerse ejerciendo la práctica correspondiente conforme a
las pautas y usos sancionados por la comunidad que lleva a cabo esa práctica. Es decir, el bien
intrínseco solo se consigue haciendo bien la práctica correspondiente, por lo que solo se pue-
de ser un buen profesional ejerciendo bien la propia práctica (Bermejo, 1996). Solo apelando a
este fin puede justificarse o juzgarse si una actuación profesional merece aprobación o desa-
probación ética (Hortal, 1994), y solo quiénes son capaces de alcanzar estos bienes intrínsecos
pueden ser calificados como buenos profesionales.
Considerando las diversas formulaciones que históricamente se han realizado en el campo
profesional del trabajo social, así como las aspiraciones contenidas en ellas, Bermejo propone
una formulación tentativa del télos específico del trabajo social: “Todos aquellos que se dedi-
can a esta tarea profesionalmente buscan últimamente la construcción de una sociedad en la
que cada individuo pueda dar el máximo de sí mismo como persona, de tal modo que su
tarea consistirá tanto en la potenciación de las capacidades propias de los usuarios para
vivir en sociedad como en el intento de remover los obstáculos sociales que impidan su
realización” (1996, subrayado mío).
Es importante considerar este aspecto teleológico de la ética, porque orienta al profesional
sobre por qué hacer algo, antes de que este se plantee lo que debe hacer o cómo debe actuar
71
en cada situación concreta. Aspectos estos relacionados con las dimensiones deontológica y
pragmática de la ética profesional, que examinaré brevemente a continuación.
MANUALES Y ENSAYOS
Esta dimensión está orientada por los fines, pero se refiere a deberes, normas e imperativos.
Los deberes profesionales son aquellas posibilidades que cada profesional asume, dentro del
colectivo del que forma parte, en orden a la realización efectiva de la finalidad que caracteri-
za a su práctica profesional (Bermejo, 1996). Desde este enfoque, las obligaciones profesio-
nales no pueden separarse de los fines de la actividad, y ello constituye la motivación moral
principal de la conducta profesional. En otras palabras, “el modo correcto de entender la deon-
tología profesional no es considerarla como una especie de recuento de deberes externos o
disposiciones jurídicas a las que el profesional se vea obligado a ajustar su conducta, sino que
se traducirá en la asunción personal, en la propia conciencia del profesional, de los principios
éticos inspiradores de la conducta profesional” (Cordero, 1988). Este enfoque nos permite di-
ferenciar, por tanto, entre un profesional “correcto” y un “buen” profesional: el primero se limita
a hacer las cosas según la norma, el segundo, disfruta, además, haciéndolo porque está moti-
vado para ello. Es decir, “solo quienes, además de cumplir con su deber, alimentan su deseo de
realizar en su vida la finalidad esencial de su cometido, pueden ser considerados buenos pro-
fesionales en un sentido pleno” (Bermejo, 1996).
Si la meta, fines, misión, télos o bienes intrínsecos nos vienen dados, la deliberación en el
seno del colectivo o cuerpo profesional solo puede referirse a los medios para alcanzar tales
fines, es decir, al establecimiento de reglas o normas de conducta que regulen la actividad
profesional. Esta dimensión deontológica podemos definirla como un conjunto de reglas y
principios que rigen determinadas conductas del profesional de carácter no técnico, ejercidas
o vinculadas, de cualquier manera, al ejercicio de la profesión y a la pertenencia al grupo pro-
fesional; por lo que se trata de un conjunto organizado y sistemático de obligaciones que con-
ciernen a quienes detentan un determinado ejercicio profesional.
La dimensión deontológica de la ética profesional suele expresarse en los códigos de ética
o códigos deontológicos. En trabajo social las primeras formulaciones en este ámbito se reali-
zaron entre finales de los cincuenta y principios de los setenta. Cabe recordar por su influencia
en nuestro entorno las siguientes59: la de Naciones Unidas en el III Estudio Internacional sobre
Formación para el Servicio Social, de 1958; las propuestas de Harriet Barlett y Helena Junquei-
ra hechas en 1958; la de Luis C. Mancini de 1960; Walter Friedlander en 1963; el Documento
de Araxá de 1967; la formulación de Marie A. Rupp en 1969; y la de Hilda Catalán en 1971. Es-
tas y otras reflexiones confluyeron en la formulación del Código internacional de ética profesio-
nal para el trabajo social adoptado por la Federación Internacional de Trabajadores Sociales en
1976, que fue ratificado por el Consejo de Europa en 1985. Los principios generales que se re-
cogen en este código hacen referencia a:
59
Una exposición detallada estas primeras propuestas puede consultarse en Ander-Egg, E. (1996). Introducción al trabajo
social, (3.ª ed.), Buenos Aires, Lumen-Humanitas.
72
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
73
Según N. de la Red (1993), son tres los valores básicos del trabajo social: la dignidad, la liber-
tad y la sociabilidad. Estos valores se traducen en cinco principios básicos y cuatro operativos60:
MANUALES Y ENSAYOS
En 1994, E. Bianchi considera que, según la finalidad del trabajo social y los valores que lo
orientan, pueden resumirse en dos los principios fundamentales:
– La autodeterminación de los usuarios como sujetos de las intervenciones, a quienes hay
que apoyar y ayudar a tomar una decisión, y a realizar experiencias que refuercen su ca-
pacidad de elección.
– La personalización de las intervenciones, entendida no solo como utilización diferenciada de
recursos sino, sobre todo, como capacidad de considerar a los usuarios como sujetos portado-
res de necesidades y recursos, que saben individualizarlos, o pueden ser ayudados a hacerlo.
Una de las últimas declaraciones internacionales de la FITS hace referencia a los valores del
trabajo social desde la perspectiva internacional. En la reunión general celebrada en Montreal
en julio de 2000, la FITS adoptó la nueva definición de trabajo social, que también fue asumida
con posterioridad por la Asociación Internacional de Escuelas de Trabajo Social (IASSW). Esta
definición finaliza haciendo referencia a los principios de los derechos humanos y la justicia
social, como fundamentales para el trabajo social. En septiembre de 2001, en el Congreso In-
ternacional de Trabajadores Sociales celebrado en Santiago de Cuba, la presidenta de la FITS,
Imelda Dodds, realiza un comentario en su discurso, referido a estas cuestiones. Es el siguiente:
“El trabajo social surge de los ideales humanitarios y democráticos, y sus valores se basan en el
respeto a la igualdad, el valor y la dignidad de todas las personas. Desde sus comienzos hace
más de un siglo, la práctica del trabajo social se ha centrado en hacer frente a las necesidades
humanas y desarrollar el potencial humano. Los derechos humanos y la justicia social consti-
tuyen la motivación y la justificación de la acción del trabajo social. En solidaridad con quienes
están en desventaja, la profesión lucha por mitigar la pobreza y liberar a los vulnerables, ex-
cluidos y oprimidos, para promover su inclusión social. Los valores del trabajo social están ex-
presados en los códigos de ética profesional nacionales e internacionales”61.
El más reciente Código deontológico de la profesión de diplomado en Trabajo Social en Espa-
ña data de 2012, y dedica el capítulo segundo a la exposición de los diecisiete principios ge-
nerales de la profesión62:
60
Una reflexión pormenorizada y actualizada de las propuestas de Natividad de la Red acerca del porqué y el para qué de
la ética en trabajo social se recomienda especialmente. Cfr. Red, N. de la (2008). “¿Por qué y para qué la ética profesional
en trabajo social?”, en I Jornadas de trabajo social. Una mirada ética a la profesión, pp. 55-64, Vitoria-Gasteiz, UPV-EHU.
Disponible en versión blog: http://etikagizartelangintzan.blogspot.com/2008/05/por-qu-y-para-qu-la-tica-en-trabajo.html
y texto completo en: http://www.gizarte-langintza.ehu.es/p260-content/es/contenidos/informacion/jornadas_congresos_
cursos/es_jornadas/adjuntos/Publicaci%C3%B3n%20Jornadas%20Etica.pdf
61
Extraído de: http//:www.ifsw.org
62
Extraído de: http//:www.cgtrabajosocial.com/consejo/codigo_deontologico
74
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
75
13. Autodeterminación como expresión de la libertad de la persona y por lo tanto de la
MANUALES Y ENSAYOS
Esta tercera dimensión de la ética profesional contiene una serie de pautas concretas que re-
gulan la actuación ordinaria y un método capaz de orientar al profesional en las situaciones
problemáticas que puedan presentarse. Dicho en otras palabras, ofrece posibilidades de res-
puesta a la pregunta: ¿qué debe hacerse en una situación concreta, habida cuenta de la finali-
dad y los deberes concretos que regulan la práctica profesional?
Se trata en esta dimensión, por tanto, de aprender a resolver ciertos dilemas y a tomar de-
cisiones profesionales que en ciertas ocasiones aparecen como conflicto de valores, principios
u obligaciones que hacen dudar al profesional sobre el modo de actuación más adecuado. Los
problemas, conflictos o dilemas éticos “surgen cuando y donde la gente tiene que ocuparse de
la vida humana, de su supervivencia y su bienestar. En esas actividades se implican diariamen-
te los trabajadores sociales” (Loewenberg y Dolgoff, 1985). Los dilemas más frecuentes en la
práctica del trabajador han sido sintetizados por estos autores en los siguientes:
– Conocimiento profesional versus derechos del usuario. El trabajador social debe tomar la
mejor de las decisiones basado en el conocimiento y la experiencia profesional, pero al
mismo tiempo está comprometido a respetar los derechos del usuario a escoger lo que
él cree mejor para sí mismo.
– Obligaciones y expectativas en conflicto. Las decisiones que toma el trabajador social
tienen en cuenta múltiples obligaciones, demandas y expectativas que provienen
de roles opuestos, tales como clientes, colegas, supervisores, contratantes, socie-
dad, etc.
– Consentimiento informado. Una buena práctica requiere que las decisiones estén basa-
das en el consentimiento informado del usuario, pero este raramente entiende todas las
implicaciones y consecuencias de las elecciones a que se enfrenta.
76
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
77
ción y su tratamiento, factores intrínsecos a la intervención, factores extrínsecos a la interven-
ción profesional y dilemas en torno a las relaciones entre el trabajador o trabajadora social y
MANUALES Y ENSAYOS
los usuarios. El factor relativo a la información agrupa los dilemas relacionados con el mane-
jo de datos relevantes, la revelación o no de datos de la historia social y datos personales, el
deber o no de informar a terceras personas, la confidencialidad, el modo de realizar informes,
decir o no toda la verdad y, finalmente, el modo de obtener el consentimiento informado por
parte de los usuarios (…). Los factores intrínsecos a la intervención incluyen aspectos como:
duración del tiempo de intervención, distribución de recursos disponibles, contraprestaciones
económicas o materiales, conflicto de intereses, abuso de poder y respeto a la autonomía del
usuario (…). El tercer grupo de dilemas éticos se refiere a lo que hemos llamado factores ex-
trínsecos a la intervención, incluyendo temas relativos a la información que se da a los medios
de comunicación, la incompetencia de otros profesionales, la asistencia a juicios y la respon-
sabilidad por actuaciones que han perjudicado a un colega (…). Finalmente, el cuarto factor
agrupa los dilemas vinculados al tipo de relación que se establece entre trabajadores sociales
y usuarios. En ocasiones, este tipo de relación va más allá de los límites estrictamente profesio-
nales” (Ballestero, Úriz y Viscarret, 2012). Conviene recordar, no obstante, que para el abordaje
y resolución de una parte de este tipo de dilemas, el código deontológico establece la necesa-
ria preeminencia de unos principios y reglas sobre otros. Es decir, algunos de los dilemas iden-
tificados como tales en este estudio, no serían propiamente tales, sino más bien dilemas entre
los principios, reglas y normas deontológicas y criterios personales de actuación que plantean
dudas al profesional sobre la forma de actuar, bien sea por desconocimiento del Código o de
sus formas de aplicación; o por desconocimiento y falta de habilidades en la aplicación de la
dimensión pragmática de la ética profesional.
Ahora bien, dado que en muchos casos –y en otros diferentes a los aquí expuestos que
puedan presentarse– ni los principios ni las normas son suficientes para tomar decisiones, Ber-
mejo (1997) considera necesario utilizar un cierto método para enfrentarse a los casos más
complejos. Aplicando el método empleado en la bioética que propone D. Gracia (1989), y
adaptándolo al trabajo social en sucesivos trabajos (Bermejo, 1996 y 1997), su esquema puede
resumirse en los siguientes pasos:
1. Considerar el dilema en función de la dimensión teleológica, es decir, del sistema de re-
ferencia moral (finalidad del trabajo social: potenciar las capacidades del usuario y re-
mover los obstáculos sociales que le impiden una buena relación social).
2. Considerar el dilema en función de la dimensión deontológica:
– Primero: según los principios morales que hagan referencia más directa al caso, uti-
lizando por este orden: la corrección subjetiva (según el sujeto de decisión), la correc-
ción objetiva (según el resto de implicados) y la jerarquización de principios prima
facie según lo anterior.
– Segundo: según las consecuencias morales, positivas y negativas, de tipo subjetivo
(para el sujeto de decisión), y objetivo (para los demás implicados), a fin de identifi-
car la existencia o no de conflicto en las consecuencias (en caso de haberlo se aplica-
rá, sin duda, el principio escogido prima facie).
3. Toma de decisión moral, resolviendo el proceso en el orden siguiente:
– Resolución del conflicto de consecuencias.
– Relación de las consecuencias con los principios.
78
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
79
CAPÍTULO 4
NATURALEZA Y DEFINICIÓN
DEL TRABAJO SOCIAL
NATURALEZA Y DEFINICIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
MANUALES Y ENSAYOS
El trabajo social como disciplina científica, al igual que otras (pedagogía, medicina, inge-
niería, etc.), está orientado a la práctica, a la solución de problemas. Se trata de un saber
complejo, no autónomo, que aplica una síntesis de conocimientos provenientes de diversas
ciencias (sociología y psicología, fundamentalmente) que confluyen en su objeto de inter-
vención. Por ello, no son pocos los autores que han caracterizado el trabajo social como tec-
nología social (E. Ander-Egg, N. Aylwin, García y Melián, E. Bianchi, M. Dal Pra Ponticelli, N. de
la Red, por nombrar algunos de los más frecuentemente citados en nuestro entorno). Pero
antes de adentrarnos en el análisis de la naturaleza científico-tecnológica del trabajo so-
cial, quizás convenga distinguir claramente las diferencias existentes entre técnica y tecno-
logía.
82
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
63
Un análisis riguroso y detallado de los “ingredientes filosóficos” (aspectos conceptuales) de la tecnología, sean estos gno-
seológicos, ontológicos, axiológicos o éticos, puede verse en Bunge, M. (1980). Epistemología, Barcelona, Ariel.
83
Como advierte uno de los primeros autores que en trabajo social aplicó la distinción de
Bunge entre ciencia y tecnología, “si las teorías científicas, al proporcionar una explicación ra-
MANUALES Y ENSAYOS
cional, son un modo de organizar de manera sistemática y significativa las observaciones, aná-
lisis e interpretación de la realidad, las tecnologías representan una forma de intervención
deliberada, fundamentada científicamente. Subyaciendo a las teorías están los paradigmas o
modelos y, dando intencionalidad a todo lo que se hace se encuentra una concepción filosófi-
ca o ideológica, entendidas como orientación evaluativa de la acción”. (Ander-Egg, 1997). Esta
naturaleza disciplinar científico-tecnológica del trabajo social no tiene por qué coadyuvar a un
modelo de intervención social tecnocrático o de ingeniería social, como tampoco es incompa-
tible con una concepción humanista de la acción social. Más bien al contrario, ya que el trabajo
social posee unos bienes internos propios (su télos o misión) que exigen un compromiso éti-
co con la transformación social y el fortalecimiento de las personas en situación de vulnerabi-
lidad, dificultad social o subalteridad.
Teniendo en cuenta las reflexiones precedentes, defino la tecnología social como un conjunto
de conocimientos científicos, fundamentados teórica y metodológicamente, acerca de proce-
sos y procedimientos específicos de intervención social, cuya aplicación siempre está intencio-
nalmente orientada a la modificación de algún aspecto de la realidad social, determinado por
sus bienes internos.
Al igual que el resto de las tecnologías, la tecnología social tiene algunas características
fundamentales:
• Está enraizada en las ciencias, en este caso en las ciencias sociales, que le sirven de fun-
damento científico-teórico, y a las que, a su vez, contribuye a desarrollar con los conoci-
mientos generados por la investigación científica llevada a cabo en el ámbito de dicha
tecnología.
• Se atiene a las exigencias del método científico, tanto en los procesos de investigación
como en los de intervención propiamente dichos. Estas exigencias tienen que ver más
con el rigor y la sistematicidad en los procesos de intervención, así como con la visión
compleja de la realidad, que con la razón instrumental, el cartesianismo, el mecanicismo
o el positivismo, que son solo algunas de las muchas formas posibles (simplistas y reduc-
cionistas, por otra parte), de concebir la ciencia.
• Supone el conocimiento y el dominio de habilidades y procedimientos operativos, ya
que integra en sí misma las técnicas dentro del marco de estrategias de acción y proce-
sos de intervención.
Las tecnologías sociales no tienen en sí mismas una finalidad expresa en cuanto al ti-
po de transformación social que quieren realizar. Las finalidades últimas son un com-
ponente que va más allá de la ciencia, del método y la tecnología, y se expresan en térmi-
nos teleológicos, de misión profesional o bienes internos, como ya se ha examinado en el
capítulo anterior. Aunque los métodos de intervención social actúan frecuentemente a ni-
vel micro y meso social, en la dimensión teleológica subyace siempre un modelo de so-
ciedad que se quiere alcanzar. Una sociedad en la que, como prescribe la misión o bienes
84
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
internos del trabajo social, cada persona pueda desarrollar sus potencialidades como ser
humano.
De acuerdo con las afirmaciones de una de las escuelas que más influencia ha tenido en el tra-
bajo social latino: “Definido el trabajo social como tecnología, es preciso señalar que se trata
de una tecnología social, porque su objeto de acción se ubica en el ámbito de la realidad so-
cial, lo cual se constituye también en objeto de otras tecnologías sociales, si bien cada una de
ellas se plantea objetivos diferentes y utiliza elementos teóricos y métodos lógicos específicos
que le aportan tanto las distintas disciplinas del conocimiento como sus propios hallazgos teó-
ricos empíricos”(Aylwin, Briceño, Jiménez y Lado, 1974). Es decir: “se identifica el trabajo social
como una tecnología social porque aplica los conocimientos de las ciencias sociales a la reali-
dad con el fin de transformarla y, al enfocar científicamente los problemas prácticos, va hacien-
do surgir nuevos conocimientos que, a su vez, son un aporte a las ciencias sociales” (Aylwin y
Rodríguez, 1971). Dentro del contexto europeo, autores relevantes como Bianchi o Dal Pra,
otorgan también importancia al carácter tecnológico del trabajo social (Bianchi, 1988 y 1994;
Dal Pra, 1983 y 1987; García y Melián, 1993).
N. de la Red, por su parte, ofrece una distinción aplicada al trabajo social, entre tecnología
social y práctica: “La tecnología social, en trabajo social, implica seleccionar, con el mayor ri-
gor y adecuación, aquellas teorías y técnicas que permitan responder, del modo más eficaz y
eficiente posible, a la interacción entre las necesidades y recursos sociales; a la vez, se postula
saber por qué, entre varias posibilidades, se opta por una actividad concreta y no por otra. La
práctica constituye, por una parte, el modo de verificar la validez y oportunidad de la teoría y
la tecnología social en una situación determinada; y, a la vez, nos proporciona nuevos interro-
gantes y aportaciones a sucesivos procesos teóricos” (Red, 1993).
Algunos autores establecen ciertos paralelismos entre práctica y técnica social; y entre pra-
xis y tecnología social: “Del mismo modo que distinguimos la técnica de la tecnología, diferen-
ciamos la práctica social de la praxis social, estableciendo una equivalencia con los conceptos
de técnica y tecnología” (Ander-Egg, 1996). Para este autor, la tecnología puede considerarse
equivalente a una praxis social ya que ambas implican la teoría que guía y orienta la transfor-
mación de la realidad: “El trabajo social es una tecnología social, cuyas funciones específicas
son la implementación de políticas sociales y la educación, promoción y animación social y
prestación de servicios sociales realizados con alcance asistencial, preventivo o de rehabilita-
ción. A través de estas acciones se procura desatar un proceso de promoción del autodesarro-
llo interdependiente de individuos, grupos y comunidades, según sea en cada caso el ámbito
de actuación” (Ander-Egg, 1989).
El trabajo social, al igual que otras disciplinas profesionales, es para Dantas una tecnología
social: “Las profesiones (...) constituyendo un tipo de actividad específicamente humana, pue-
den ser consideradas como una praxis. Y como tal, las profesiones presentan la característica
esencial de ser un tipo de actividad humana en la que el conocimiento y la acción se integran
dialécticamente, en función de propósitos prácticos de modificación de cosas o situaciones
reales”(Dantas, 1970).
85
Pero el trabajo social no siempre ha sido definido según su naturaleza. Ni tampoco ha estado
considerado siempre como una tecnología social. A veces ha sido definido como simple actividad,
MANUALES Y ENSAYOS
o como un arte, otras –la mayoría de las veces– como profesión, a veces como proceso, otras como
servicio y las más recientes que acabamos de examinar como tecnología social64. Veamos a conti-
nuación, en un breve repaso histórico, algunas cuestiones relativas a la definición del trabajo social.
Casi en los comienzos de la profesión, Walter Pettit (1925), en una reunión de la National Con-
ference of Social Work decía que “en el trabajo social estamos todavía en la zona entre dos
luces de una terminología indefinida”. Actualmente, casi un siglo después, a veces podría afir-
marse algo parecido. Si revisamos la literatura sobre estos temas, nos encontramos con alguna
confusión en el uso de estos términos, máxime cuando, siguiendo una tradición francesa, bel-
ga e italiana, las expresiones “servicio social” y “trabajo social” se han utilizado indistintamente.
Cabe recordar que las primeras directoras de las escuelas de Trabajo Social en EE. UU. y Europa
eran de la nacionalidad del país concreto en que se ubicaban, mientras que en América Latina
fueron belgas y francesas (países donde se utilizaba la expresión “servicio social”) y alemanas
(en donde se empleaba un término equivalente a trabajo social). Virginia Paraíso (1969 y 1995)
ha explicado por qué la expresión “servicio social” tuvo predominio sobre “trabajo social” en
ciertos países. El uso de la palabra “servicio” con preferencia a “trabajo”, que es la traducción li-
teral del vocablo inglés work, es una expresión peculiar del espíritu latinoamericano. En el caso
de España, la utilización de abundante bibliografía latinoamericana hizo que se empleara la
expresión “asistencia social” (más al uso hasta los años ochenta) como equivalente a “servicio
social”, y más recientemente a “trabajo social”.
La expresión “trabajo social” se utiliza para designar o hacer referencia a tres aspectos ínti-
mamente relacionados, aunque de naturaleza y alcance diferente, a saber:
• Una práctica: esto es, un conjunto de acciones que se emprenden para ayudar a las per-
sonas. Con este alcance se utiliza la expresión “trabajo social” para aludir a formas opera-
tivas de intervención sobre la realidad social65.
• Una profesión: es decir, un grupo profesional reconocido, legitimado socialmente y au-
torizado por los poderes públicos, con expectativas y fines sociales. Con este alcance se
emplea la expresión para hacer referencia a un colectivo o cuerpo profesional (los traba-
jadores sociales)66.
64
N. de la Red realiza un análisis histórico de algunas de estas definiciones, según el cual, dependiendo del momento histó-
rico, se ha definido y/o conceptualizado el trabajo social de una forma u otra: de 1870 a 1930, como ayuda técnica; de 1930
a 1960, como actividad precientífica; de 1960 a 1980, como profesión específica; de 1980 a 1990, como etapa de intentos de
reconceptualización. [Cf. Red, N. de la (1993). Aproximaciones al trabajo social, Madrid, Siglo XXI].
65
Este alcance es similar al de acción social, tal como se utiliza en Francia y es empleado en España por Cáritas. Con este
primer alcance, la expresión tiene un significado amplio, ya que alude a las acciones que realiza una persona que pretende
ayudar a otras, sea profesional o no, remunerado o voluntario, actúe o no desde una organización.
66
En Francia, se utiliza la locución “trabajo social” y “trabajadores sociales” para designar el conjunto de todas las profesiones
que intervienen en el campo social (asistentes sociales o asistentes en servicio social, psicólogos sociales, educadores especia-
lizados, animadores socioculturales, consejeros familiares, agentes de desarrollo local, monitores de ocio y tiempo libre, etc.).
86
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
El trabajo social es una actividad ideada para ayudar a una mejor adaptación mutua
de los individuos y de su entorno social. Este objetivo se logra mediante el empleo
de técnicas y métodos destinados a que los individuos, grupos y comunidades pue-
dan satisfacer sus necesidades y resolver sus problemas de adaptación a un tipo de
sociedad que se halla en proceso de evolución, así como por medio de una acción
cooperativa para mejorar las condiciones económicas y sociales. (NN. UU., 1960)
El trabajo social es una actividad llevada a cabo bajo una óptica concreta: La in-
tervención social, es decir, una acción organizada y desarrollada intencionalmen-
La expresión “asistentes sociales” y “asistentes en servicio social” es la que se emplea para referirse a lo que en España, Portu-
gal y otros países latinos llamamos “trabajadores sociales”. Es de esperar que con la implantación del Espacio Europeo de Edu-
cación Superior, se tienda a una cierta homogeneización de denominaciones profesionales en los graduados universitarios.
67
Una exhaustiva recopilación de definiciones del trabajo social puede encontrarse en: Alayón, N. (1984). Definiendo al tra-
bajo social, Buenos Aires, Humanitas.
87
te para modificar unas condiciones sociales consideradas como no deseadas y en
orden a mejorar la calidad de vida, la autonomía y la solidaridad. Esta actividad
MANUALES Y ENSAYOS
• El trabajo social como profesión, quehacer o servicio profesional que se presta en de-
terminadas situaciones problemáticas: aquí se incluyen muchas de las definiciones,
entre otras, las del I Congreso Panamericano de Servicio Social, Friedlander, Romero y
Sitja.
Podríamos definir el trabajo social como una profesión cuya finalidad es lograr, a
través de su utilización, de sus técnicas científicas, el desarrollo y crecimiento de
las potencialidades del hombre, capacitándolo para tomar conciencia acerca de su
problemática vital, proyectándose hacia su solución, mediante la utilización de los
recursos personales y sociales. (Romero, 1976)
• El trabajo social como proceso de ayuda lo definen, entre otros: Leonard, Dal Pra Ponti-
celli y Escartín.
El término trabajo social (sirve) para denotar los procesos utilizados por las agen-
cias de bienestar para ayudar a los individuos, los grupos o las comunidades a
88
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
La intervención del trabajo social se puede definir como un proceso de ayuda realiza-
do por un profesional colocado en el contexto de un sistema organizado de servicios,
en general de tipo público, dirigido a individuos, grupos o sujetos colectivos, tenden-
te a activar un “cambio” tanto en el modo de situarse de los individuos, de los grupos o
colectividades frente a los problemas que los afectan o de los cuales tienen intención
de hacerse cargo, como en la relación entre las exigencias evidenciadas y las respues-
tas personales, colectivas e institucionales, por activar o ya disponibles. (Dal Pra, 1987)
• El trabajo social como tecnología social. Así lo definen Aylwin y Rodríguez (1971), Ander-
Egg (1989), Bianchi (1988 y 1994), Dal Pra (1983 y 1987) o N. de la Red (1993) en las definicio-
nes que ya se citaron anteriormente al referirnos a la naturaleza tecnológica del trabajo social.
Estas conceptualizaciones, lejos de ser contrapuestas, entiendo que son complementarias
en muchos casos, ya que ciertos autores que ponen el énfasis en el componente de servicio,
proceso o acción profesional, consideran que el trabajo social es una tecnología social y/o un
proceso de ayuda. Más bien se trata de definiciones, en cierto modo convergentes, que enfati-
zan uno u otro aspecto del trabajo social, ya sea como actividad profesional, como proceso de
intervención o como disciplina. Unas definiciones ponen el acento en el propósito, misión u
objetivos del trabajo social, otras definiciones enfatizan las funciones, y otras el tipo o natura-
leza de las actividades profesionales. En mi opinión, las diferencias entre estas definiciones del
trabajo social son un reflejo de dos cuestiones: el momento histórico en que han sido elabora-
das, y la preferencia por enfatizar unos aspectos sobre otros de quienes las formulan (sean au-
tores individuales u organismos nacionales e internacionales).
La FITS, entendiendo que la definición de trabajo social adoptada en 1982 antes citada no
abarcaba la diversidad de matices del trabajo social en el contexto internacional, propone una
nueva definición en 2000, tratando de abarcar esa diversidad, aunque sin perder el significado.
Esta definición del trabajo social, que también fue adoptada por la Asociación Internacional de
Escuelas de Trabajo Social (IASSW) es la siguiente:
“La profesión del trabajo social promueve el cambio social, la solución de problemas
en las relaciones humanas y el fortalecimiento y la liberación de las personas para
incrementar el bienestar. Mediante la utilización de teorías sobre el comportamiento
humano y los sistemas sociales, el trabajo social interviene en los puntos en los que
las personas interactúan con su entorno. Los principios de los derechos humanos y la
justicia social son fundamentos para el trabajo social” (FITS, 2000).
89
En la misma línea de la definición de la FITS, aunque –en mi opinión– con un carácter mu-
cho más operativo, se encuentra la definición de trabajo social de la NASW (1973): “El trabajo
MANUALES Y ENSAYOS
social es la actividad profesional que se realiza para ayudar a individuos, grupos o comuni-
dades a mejorar o restaurar su capacidad de funcionamiento social y crear condiciones fa-
vorables para esa meta. La práctica del trabajo social consiste en la aplicación profesional de
valores, principios y técnicas del trabajo social a uno o más de los siguientes fines: ayudar a la
gente a obtener servicios tangibles; consejo y psicoterapia con individuos, familias y grupos;
ayudar a comunidades o grupos a conseguir o mejorar servicios sociales y sanitarios; y parti-
cipar en procesos legislativos importantes. La práctica del trabajo social requiere conocimien-
tos de conducta y desarrollo humano; de instituciones sociales, económicas y culturales, y de
la interacción de todos estos factores”.
Es interesante hacer notar cómo las dos últimas definiciones citadas tienen elementos
prácticamente idénticos (lo que podría hacer pensar en acuerdos históricos de fondo y en con-
sensos internacionales generalizados en la profesión); otros muy semejantes, aunque formula-
dos de forma detallada o general (debido al carácter nacional o internacional de la definición);
y otros propios y exclusivos del organismo que lo define (lo que estaría relacionado más bien
con contextos de referencia práctica). Sin embargo, no hay referencia en estas definiciones a la
naturaleza disciplinar del trabajo social, debido, posiblemente, a que todavía no hay un acuer-
do internacional al respecto. Mi reflexión personal sobre el asunto, como indicaba al inicio del
capítulo, es que el trabajo social es una disciplina científica orientada a la acción, y por tanto
de naturaleza tecnoaxiológica.
90
CAPÍTULO 5
MARCO DE REFERENCIA CONTEXTUAL
DEL TRABAJO SOCIAL
MARCO DE REFERENCIA CONTEXTUAL DEL TRABAJO SOCIAL
MANUALES Y ENSAYOS
68
Aunque muchos autores equiparan el Estado social con el Estado de bienestar, García-Pelayo ha establecido con claridad
la diferencia entre ambos. Es el Estado social una forma de ordenamiento colectivo que permite (y necesita) el desarrollo
de políticas sociales. El Estado de bienestar será una de las formas posibles de Estado social. Es decir, todo Estado de bien-
estar es un Estado social, pero no todo Estado social será un Estado de bienestar. La característica central del Estado de
bienestar es, según Mishra (1992), la “institucionalización del papel del gobierno en la prevención y alivio de la pobreza y
en el mantenimiento de un adecuado nivel de vida mínimo para todos los ciudadanos. Esto implica una intervención acti-
va y progresiva a cargo de la nación –es decir, del gobierno– para contener las desigualdades”. Cf. García-Pelayo, M. (1992).
Las transformaciones del Estado contemporáneo, Madrid, Alianza.
92
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
dos a él adictos a realizar determinadas reformas sociales” (Heyde, 1931). Es decir, la primera
formulación de una política social como responsabilidad del Estado es asumida por temor al
avance del socialismo. Por ello, no debe extrañar el hecho de que la primera vez en la histo-
ria que un Estado toma medidas de protección social, estas sean promovidas por un gobier-
no conservador.
Como ya he señalado en un trabajo inédito69, lo que de verdad interesa no es que los tra-
bajadores tengan seguridad social, sino que las ideas socialistas no avancen, pues debemos
recordar que el 1875 el socialismo de cátedra y el socialismo marxista se fusionan en el cé-
lebre programa de Gotha, lo que supuso el nacimiento político de la socialdemocracia. (...)
Pero la política social nace también (y sobre todo se va a desarrollar después) por la presión
de las luchas y de las reivindicaciones obreras y artesanas (el movimiento de los tejedores
de Lyon, en Francia, y el cartismo en Inglaterra, fueron algunas de las luchas iniciales en esa
dirección). También hay que señalar la influencia de grupos cristianos, así como ciertas pro-
puestas que surgen en el pensamiento filosófico y social de la izquierda. En su nacimien-
to, y para el caso de Alemania, confluyen la acción de las asociaciones obreras (socialistas y
neutrales), la influencia de los llamados “católicos sociales” y, de forma muy significativa, las
enseñanzas y propuestas de los “socialistas de cátedra” que inspiran a la Asociación Gene-
ral de los Trabajadores alemanes, y dan lugar a la creación de la Unión para la Política Social,
en octubre de 1872. En torno a esta Unión se asocian algunos de los más conocidos socia-
listas de cátedra, que abonarían el terreno para una de las primeras formulaciones de la po-
lítica social (Schmöller, Roscher, Nasse, Wagner, Bucher, Goltz, Scönberz, Brentano, Schaffle,
etc.). Hemos de recordar en este punto, que el canciller Bismarck tenía simpatías por las te-
sis de los socialistas de cátedra, y particularmente por las propuestas de Lasalle (García Co-
tarelo, 1986).
Según otro análisis posterior de R. García Cotarelo (1987) acerca de los factores detonan-
tes y coadyuvantes del Estado del bienestar, entre los antecedentes que están en el origen
de la política social también hay que mencionar la legislación fabril inglesa de la primera mi-
tad del siglo xix, y las propuestas socialistas francesas: fundamentalmente la idea de Louis
Blanc de organizar un ministerio de trabajo y la creación de unos “talleres nacionales” en
1848, como forma de lucha contra el desempleo, que era “una síntesis del seguro de paro y
de generación pública de empleo en forma rudimentaria” (García Cotarelo, 1986). También
es preciso mencionar la influencia de algunas ideas de los socialistas fabianos (particular-
mente de los Booth) y la misma doctrina social de la Iglesia y su referente más importante:
la Rerum Novarum de 1891. En lo que respecta a la evolución del socialismo, también con-
viene considerar la importancia del programa de Gotha (en 1875) y las propuestas revisio-
nistas de Plejánov (en 1895) acerca de las funciones del Estado (se empieza a considerar la
posibilidad de que el Estado pueda ser un instrumento que favorezca a las clases trabaja-
doras, por lo que no sería necesaria su abolición previa, como planteaban los socialistas
revolucionarios)70.
69
Para todo lo referente al origen de la política social, seguiré básicamente mi propia elaboración: M.ª J. Aguilar Idáñez,
Origen del Estado de Bienestar (inédito), trabajo de investigación elaborado y presentado dentro del seminario de doctora-
do: Origen, desarrollo y situación actual del Estado de bienestar, a cargo del Prof. Ramón Cotarelo, UCM, 1989.
70
Un buen análisis de la evolución del movimiento socialista puede encontrarse en el clásico, y siempre actual, libro de J.
Schumpeter, Capitalism, Socialism and Democracy, Harper, New York, 1962.
93
Ahora bien, la política social tal como hoy se concibe (sistemas de seguridad social y de
protección social de base no contributiva), tiene otro antecedente remoto e indirecto71 en el
MANUALES Y ENSAYOS
Poor Law (‘derecho de pobres’) inglés de 1601, así como en las sucesivas reformas del mismo
que culminaron en 1834 con el Nuevo derecho de pobres. Hago esta afirmación porque, ade-
más de las medidas de protección pública a los trabajadores (que se inician en los países eu-
ropeos occidentales a partir del Wohlfahrtstaat alemán guillermino-bismarckiano), la política
social contiene elementos que se configuran también a partir de las primeras medidas legales
represivo-asistenciales, destinadas a los “pobres” no trabajadores. En este sentido, el Poor Law
constituye el antecedente más significativo. Por cierto que la institución por excelencia del De-
recho de pobres y del Nuevo derecho de pobres, las Workhouses o casas de trabajo, constituían
una materialización organizacional de las medidas legales adoptadas por el Estado inglés, de
represión/asistencia a los problemas de la pobreza, si bien su organización y gestión fueron
encomendadas a una institución privada (la Iglesia anglicana) por medio de las parroquias. Así,
también podríamos constatar este hecho como primer caso en la historia en que una dispo-
sición legal de los poderes públicos se descentraliza y delega, en su prestación, a una entidad
privada. Estaríamos, pues, ante el primer caso de un programa “social” frente a la pobreza (sin
entrar a valorar su carácter represivo) que, además, es “privatizado” por el Estado. Como puede
constatarse –y quizá sea una ironía de la historia–, las propuestas neoconservadoras y neolibe-
rales en materia de política social, que enseguida analizamos y que están de plena actualidad,
no sean tan “novedosas” como pretenden ser (Aguilar, 1989). En definitiva, lo que quiero desta-
car es que la política social nace y se configura a partir de las primeras medidas de protección
a los trabajadores (que surgen en Alemania) y de las primeras medidas públicas de acción or-
ganizada frente al hecho de la pobreza (que se originan en Inglaterra). En líneas generales, las
dos corrientes de pensamiento y acciones públicas que en materia social inician la política so-
cial moderna cronológicamente son:
– La que nace como una forma de enfrentar los problemas de la pobreza. Este enfoque,
cuyo antecedente remoto es el Poor Law, tiene en Beatrice Webb (precursora de la inves-
tigación social), la denominada Bluebook Sociology, los Booth y otros precursores del
trabajo social a sus primeros defensores.
– La que surge con las primeras medidas de protección a los trabajadores industriales.
Fundada en la situación del mercado de trabajo, para proteger de los excesos a una de
las partes, no consideró inicialmente a las personas que quedaban fuera del mismo.
La necesidad de constituir un mercado de trabajo permanente, acorde a las exigencias del
desarrollo económico; el resultado de las luchas y reivindicaciones de los trabajadores; la ex-
tensión del sufragio universal; y las diversas medidas de asistencia a los pobres confluyeron en
el surgimiento de la política social. Si bien en sus orígenes la política social fue más bien un co-
rrectivo para evitar relaciones sociales conflictivas (principalmente entre patronos y obreros),
atenuar las tensiones y resolver situaciones de emergencia social adquirió con el tiempo una
perspectiva y una concepción más amplia.
Con posterioridad, la política social se desarrolló a través del reconocimiento de los dere-
chos sociales, la presión política de partidos políticos una vez establecido el sufragio universal
Cf. Montoro, R. (1997). “Fundamentos teóricos de la política social”, en Alemán, C. y Garcés, J. (Coord.). Política Social,
71
Madrid, McGraw-Hill.
94
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
Dependiendo del enfoque elegido, se puede hablar de distintos tipos y modelos de políticas
sociales. P. Donati (1984) hace referencia a tres tipos de modelizaciones. Un primer tipo de mo-
delos entiende la política social de cuatro formas posibles:
• La política social como caridad. La más primaria y elemental desde el punto de vista
histórico. Tiene un carácter caritativo y asistencial, basado en principios humanitarios y
no de ciudadanía, como forma ética. Es un remedio puntual y pasajero.
• La política social como garantía de control social, que se configura como un proce-
dimiento para estabilizar la relación entre los ámbitos productivo e improductivo de la
sociedad (Higgins, 1980), sin poner en peligro la estabilidad del sistema. Al Estado le co-
rresponde el papel de garante del orden social, que debe satisfacer las necesidades mí-
nimas de los grupos sociales que puedan provocar una rebelión social. Es un modelo
pragmático e interesado con connotaciones clasistas (Montoro, 1997).
• La política social como mecanismo de reproducción social, o concepción materialis-
ta (Greffe, 1975). La política social es un medio de intervención estatal dirigida no tanto
a cubrir las necesidades mínimas, sino de control y reproducción social. Offe y Lenhardt
(1979) la han expresado como la “resolución estatal del problema de la constante trans-
formación del no asalariado en asalariado”.
• La política social como realización del derecho social de ciudadanía, salvaguardan-
do el orden civil y político. Esta política social “opera dentro de un marco jurídico-político,
alejada de reflexiones ideológicas, e implica una concepción global que contempla todas
las fuerzas y agentes sociales. Ahora, la política social está dirigida a la totalidad de la so-
ciedad” (Montoro, 1997).
Un segundo tipo de modelos, que emplean criterios de clasificación distintos a los anterio-
res, son los que plantean Titmuss, Rodríguez Cabrero y Estivill. Rodríguez Cabrero (1982) dis-
tingue cuatro concepciones que tienen consecuencias teóricas y prácticas significativas para
la formulación de las políticas sociales:
• La política social liberal, expresada en el liberalismo económico de Hayek y Friedman,
cuyo “punto de arranque es la crítica del crecimiento de los sectores públicos y la ex-
pansión de los servicios sociales en las economías capitalistas desarrolladas”. Los valores
72
Un análisis detallado de las bases teóricas y económicas del Estado de bienestar puede consultarse en: Rodríguez Cabre-
ro, G. (1992). “Fundamentos teóricos de la política social”, en Política social y Estado del bienestar, Madrid, Ministerio de
Asuntos Sociales; y Picó, J. (1987). Teorías sobre el Estado del bienestar, Madrid, Siglo XXI.
95
fundamentales son la libertad, el individualismo y la desigualdad. Los derechos sociales
“alteran la capacidad natural del mercado de asignar eficientemente los recursos, siendo
MANUALES Y ENSAYOS
96
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
Con posterioridad al análisis de Rodríguez Cabrero, Jordi Estivill (1985), partiendo del su-
puesto de la “pérdida de los papeles” de las políticas sociales, considera que en el horizonte
de los países centrales se perfilan cuatro grandes modelos con sus respectivas políticas so-
ciales:
• El modelo liberal-reaccionario, cuyo autor más representativo es M. Friedman, en el
que la política social “tiene principalmente la opción meritocrática, es decir, que ha de
insistir sobre los méritos y capacidades de cada uno”. Para este autor, la política social
tiene un carácter parasitario, a la vez que constituye un colador importante del presu-
puesto. Lo que hay que hacer, de acuerdo a este modelo, es limitar drásticamente el gas-
to social.
• El modelo liberal-equilibrio, representado fundamentalmente por Galbraith que, sin
abandonar las intuiciones fundamentales de Keynes y de Beveridge, introduce la idea del
carácter selectivo y subsidiario de la política social, mediante la disminución relativa del
gasto social y una mejor selección de las prioridades.
• El modelo socialista, cuyo autor más identificable, según Estivill, es M. Questiaux, que
defiende el carácter prioritario de la intervención del Estado sobre la vida social, y la in-
tervención pública como un elemento fundamental de resolución de las necesidades so-
ciales.
• El modelo alternativo, más difícil de definir pero que, en todo caso, se puede caracteri-
zar por el acento que pone en la capacidad de autorresolución y autoorganización de los
ciudadanos frente a las necesidades sociales.
Si analizamos estas dos clasificaciones precedentes, referentes a modelos de política so-
cial, está claro que tanto Rodríguez Cabrero como Estivill coinciden plenamente al identificar
los dos primeros modelos. Rodríguez Cabrero introduce más matices en el modelo reformis-
ta, y Estivill, al hablar de modelo alternativo, no explica en qué consiste el mismo, pero llama la
atención, o permite incluir en este modelo, todas las reformulaciones que se están producien-
do en la política social, como consecuencia del desarrollo de las “nuevas iniciativas sociales” y
de las propuestas alternativas que introducen la dimensión ecológica en los problemas de la
política económica y social.
El propio Estivill ha confeccionado un cuadro-síntesis de los diferentes modelos de polí-
tica social que reproduzco a continuación por su interés comparativo. Ahora bien, la lectura
que ha de hacerse del mismo debe considerar las nuevas circunstancias que los países viven
actualmente, como consecuencia de la hegemonía del modelo neoliberal. Este modelo, cada
vez más dominante, tiene consecuencias que condicionan el desarrollo de las políticas socia-
les, tales como: la consideración no prioritaria (y en algunos casos marginal) de la política so-
cial en no pocos países; y la transferencia o adscripción a la esfera benéfico-privada de muchas
competencias que anteriormente se asumían desde las políticas públicas, como expresión de
la política social. En el caso español –como advierte Garcés–, el Estado de bienestar se encuen-
tra amenazado, y son varios los factores que “están contribuyendo a modificar sutilmente no
solo las estructuras de protección, sino también su sociología” (...). “En estos momentos, no so-
lamente el sistema público de servicios sociales está seriamente amenazado, sino el contrato
social en sí mismo y la legitimación de las instituciones del Estado y de los propios partidos po-
líticos” (Garcés, 2000). Con estas precauciones, pues, debemos “leer” el cuadro elaborado por
Estivill.
97
Cuatro modelos de política social (Estivill, 1985)
MANUALES Y ENSAYOS
Liberal-
Liberal-Equilibrio Socialista Alternativo
Reaccionario
Sistema socio- Capitalismo Capitalismo Capitalismo versus Mixto
económico Socialismo
Ideología Neoliberalismo Liberalismo social Socialdemocracia Diversidad
Libertad individual Democracia pluralista Distribución igua- Liberación in-
Finalidad litaria dividual y co-
lectiva
Resultados Modernización Avance social Autonomía y
Legitimación
placer
Mercado y beneficios Mercado y Estado Estado
Motor económico
privados
Individuos y familia Individuos y colectivos Administración públi- Individuos y co-
Motor social
ca y ciudadanos lectivos
Papel del Estado Mínimo Subsidiario Intervencionista Mínimo
Política económica Monetaria (oferta) Keynesiana Keynesiana
Política social Meritocrática Selectiva Igualitaria
Volumen/carácter Disminución/privado Aumento contenido/ Aumento/público Aumento/priva-
de los servicios lucrativo juego entre público- do-social
sociales privado
Empresarial Empresarial/funcio- Funcionarial Social
Tipo organización
narial
Tipo usuarios Clientes Clientes/ciudadanos Ciudadanos Personas
No participación Sí participación Sí participación po- Participación/
Relación usuarios
lítica autogestión
Importancia de Disminución Aumento contenido Aumento Disminución
profesionales del
trabajo social
En cuanto a los modelos de política social, numerosos y reconocidos autores españoles han
escrito sobre ellos (Garcés, 1996; Ochando, 1999; Alemán y García, 1999) aparte de los ya ci-
tados. Pero sin duda, la clasificación de Richard Titmuss sobre modelos de política social es la
más clásica y conocida internacionalmente. Este autor distingue cuatro modelos de política so-
cial (Titmuss, 1981): residual, basado en el logro personal-resultado laboral, institucional-redis-
tributivo y total o estructural. Veamos brevemente su tipología.
• Modelo residual. Esta formulación se basa en la premisa de que existen dos caminos
“naturales” a través de los cuales pueden ser satisfechas las necesidades del individuo: el
mercado privado y la familia. El Estado solo interviene ex post en caso de que fallen am-
bas vías, es decir, cuando el mercado o las redes naturales de solidaridad no están en con-
diciones de satisfacer las necesidades o atenuar los problemas. Incluso entonces, dicha
intervención debe hacerse de forma temporal, con el propósito principal de “ayudar al in-
dividuo para que se ayude a sí mismo”. Modelo típico de la concepción liberal más orto-
doxa, supone un mínimo de intervención del Estado en la prestación de servicios sociales.
98
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
• Modelo basado en el logro personal-resultado laboral. Según este modelo, cada uno
debe ser capaz de satisfacer sus propias necesidades a través del esfuerzo personal y de
su trabajo. Llamado también adquisitivo-realizativo, de acuerdo con esta concepción, el
Estado solo interviene para introducir correcciones en las disfunciones del mercado.
• Modelo institucional-redistributivo, que considera el bienestar social como el valor de
máximo relieve que debe ser asegurado de manera universal. El Estado debe proporcio-
nar servicios generales fuera del mercado basándose en el principio de necesidad. Se
trata de prevenir los efectos del cambio social a la luz del principio de igualdad social,
discriminando positivamente a favor de aquellos cuyas necesidades son mayores, o que
están en situación de desventaja social.
• Modelo total o estructural, de planificación pública, por el que se tratan de satisfacer
las necesidades básicas de todos los individuos de forma universal. Caso extremo opues-
to al primer modelo en el que la intervención del Estado sería máxima y nula del resto de
los actores.
Como advierte el mismo Titmuss (1981), estos “modelos constituyen únicamente aproxi-
maciones más amplias de las teorías de los economistas, filósofos, estudiosos de la ciencia
política y sociólogos. Sin duda alguna, se pueden desarrollar muchas variaciones... Sin embar-
go, estas aproximaciones sirven para indicar las diferencias principales –los límites del espec-
tro de valores– entre los distintos puntos de vista sobre los medios y los fines de la política
social”.
Un tercer tipo de modelos de política social más recientes, y casi siempre referidos a mo-
delos de Estados de bienestar, son los de Offe y Lenhardt, Esping-Andersen, y Leibfried. Offe y
Lenhardt (1979) distinguen entre el modelo formalista (que se prescribe sin interesarse por
el resultado), el modelo normativo (que además de prescribir, constata la discrepancia entre
norma y resultado), y el modelo materialista (que aborda el planteamiento y el resultado de
la política social partiendo de la trama material de las relaciones sociales de clase y de poder)
(Montoro, 1997).
El “enfoque de los regímenes del bienestar” propuesto por Gøsta Esping-Andersen (1993 y
2000), ha sido el más influyente en el debate conceptual y metodológico de los últimos lustros.
Según este enfoque, los Estados de bienestar se caracterizan por una constelación de encajes
institucionales de carácter económico, político y social. La tipología elaborada por este soció-
logo danés se basa principalmente en el análisis de tres grandes áreas: las relaciones entre Es-
tado y mercado, la estratificación, y la desmercantilización. Por lo que hablar de un “régimen
de bienestar” denota que, en la relación entre Estado y economía, está entremezclado siste-
máticamente un complejo de rasgos legales y organizativos. Además, hay una dimensión ma-
crocomparativa dado que existen rasgos –o un rasgo determinante– comunes a varios países,
que les hace similares en su “lógica del bienestar”73. Así, distingue entre:
– El Estado de bienestar liberal, que atiende a la lógica del mercado, por lo que los servi-
cios sociales son fundamentalmente privados (caso de Estados Unidos, Canadá y Aus-
tralia).
73
Entre las críticas a este enfoque figuran la ausencia de consideraciones axiológicas y culturales, así como el análisis de re-
laciones causales más de carácter continuo y estático que dinámico u orientado al cambio social e institucional. Cf. con la
crítica a su obra realizada por L. Moreno, en el primer número la Revista Española de Sociología, 1: 185-188.
99
– Estado de bienestar conservador/corporativo, propio de regímenes autoritarios, donde
el papel básico de la política social es evitar el conflicto social. El Estado suele cumplir un
MANUALES Y ENSAYOS
100
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
timo estadio de los servicios sociales. Por otra parte, se plantea el problema de cómo mante-
ner la autonomía de estas tres esferas sin que se constituya una especie de “escalera” perversa
(perversa porque desresponsabiliza y diluye el escalón anterior). En este sentido, el modelo
historicista tiene en germen otro problema como es el de la “colonización”. Es decir, que las ca-
racterísticas de un sector se traspasan al otro, al no rescatar la autonomía de los tres escena-
rios. Aquí se plantea entonces el problema del “reparto” entre los tres agentes.
Para responder a este problema, el mismo autor propone la necesidad de un modelo mix-
to, a agregar a la tipología en cierto modo dual de Titmuss (residual e institucional). García-
Roca (1992), defiende la necesidad de este modelo, ya que “el modelo institucional no se ha
consolidado a pesar de haber sido consagrado por las últimas leyes de sanidad, de educación
y de servicios sociales”, más bien ha sido superado solo a nivel retórico, mediante declaracio-
nes. Se trata, por tanto, de un modelo de posible de transición, entre el modelo residual y el
modelo institucional. Sintéticamente, las diferencias principales entre estos tres modelos, se
resumen en el cuadro siguiente.
101
En torno a entidades. En torno a instituciones y En torno a la atención pri-
centros. maria, servicios especiali-
Organización
MANUALES Y ENSAYOS
zados y promoción de la
salud.
La solidaridad primaria, las Disposiciones legales y reglas Promoción de las propias
prestaciones individuales, burocráticas; servicios profe- capacidades e iniciativas;
los medios filantrópicos. sionales basados en el saber fomento del asociacionis-
Medios del técnico. La comunidad es mo y de la implicación co-
objeto. Existen clientes. munitaria. La comunidad es
sujeto, ella misma es el re-
curso. Existen ciudadanos.
Refuerzo de la autonomía Mejora en la eficacia y efi- Autogestión y capacidad
individual y normalización ciencia de los servicios y de colectiva para gestionar las
Evaluación
de las relaciones familiares. las prestaciones. respuestas y renovar los ob-
jetivos.
102
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
del bienestar, ante la insuficiencia de las acciones de la familia y el mercado para corre-
gir desigualdades y evitar la pobreza. Para este “pragmatismo liberal” lo ideal es un siste-
ma mixto de bienestar, que incluya la intervención privada, la intervención pública y las
organizaciones sociales, aplicando a su vez el criterio de la máxima descentralización po-
sible.
• La socialdemocracia, cuyo rasgo definitorio es la ponderación por igual de dos valores,
libertad e igualdad, aparentemente antagónicos en otras ideologías74. “A mitad de cami-
no entre los intervencionistas norteamericanos y el denominado socialismo real viene a
consolidarse en un contexto europeo occidental con el nombre de socialdemocracia en
los últimos cuarenta años. Su apoyo a los sistemas de bienestar es absoluto”. Esta ideolo-
gía, que como indica Garcés “apuesta por la igualdad, la libertad y la solidaridad”, encuen-
tra en el Estado del bienestar el “instrumento perfecto” para intervenir en la consecución
de una situación de igualdad que no restrinja las libertades. Según esta perspectiva, el
mercado solo responde a la demanda, y no a la necesidad, por lo que es necesario el in-
tervencionismo estatal que modifique esta demanda, respondiendo así, indirectamente,
a la necesidad. La necesidad de aumentar la igualdad entre las personas, constituye un
supuesto funcional en esta ideología, ya que ayuda a mantener la cohesión social y ate-
nuar conflictos sociales. Las diferentes versiones ideológicas y políticas de este socialis-
mo euroccidental, dependen del grado relativo deseable de igualdad que se propugne.
Y, como bien señala Garcés, “altruismo, cooperación y participación constituyen la trilogía
desiderativa de los sistemas de bienestar que actúan mediáticamente en la consolida-
ción y profundización de la cultura democrática (...). Los tres valores se erigen como me-
didas sociopolíticas capaces de transformar una sociedad capitalista, y, por consiguiente,
es responsabilidad de un gobierno hacerlas suyas a través de las instituciones”. Se trata,
en definitiva, de “instrumentalizar al Estado para el cambio”, siendo función de los servi-
cios sociales: “1) compensar a las personas y grupos por las injusticias sociales del capita-
lismo y a aquellos que por sí mismos no son capaces de acceder al bienestar; 2) distribuir
y redistribuir recursos intergeneracionales; 3) promover la solidaridad; 4) satisfacer las ne-
cesidades sociales inherentes a la misma naturaleza humana; 5) conseguir la integración
social, y 6) ayudar al Estado a aumentar el control social” (George y Wilding, 1985; cit. por
Garcés, 2000). Se descarta así cualquier versión del principio de subsidiariedad, apostan-
do por el universalismo de los sistemas de protección.
• El marxismo. En esta corriente de pensamiento sitúa también Garcés a algunos de
los autores citados como representativos de la corriente reformista neomarxista, tales
como: Miliband, Laski, O’Connor y Offe. Partiendo de una concepción materialista de
la historia y un determinismo económico, los conflictos de clase solo pueden desapa-
recer con la eliminación del sistema capitalista. Cambio que, necesariamente, ha de te-
ner un carácter revolucionario. Corresponde al Estado asegurar la igualdad y protección
social (justicia intrínseca). Pero como un aumento indefinido de los servicios de bienes-
tar llevaría al déficit fiscal del Estado, la contradicción estriba en que “el capitalismo no
74
Han sido numerosos los ensayos y estudios acerca de la compatibilidad o incompatibilidad de los principios de igualdad
y libertad, de igualdad y solidaridad. Un análisis especialmente interesante sobre estas cuestiones, que recorre la tradición
sociológica, política y filosófica al respecto, es el trabajo de Norbert Bilbeny (1989), “Igualdad y principio de solidaridad”,
en Sistema, 92:117-122.
103
puede vivir ni sin ni con el Estado de bienestar”. “La ideología marxista descarta así un
sistema de servicios sociales privado y sometido a los arbitrios y cánones del mercado
MANUALES Y ENSAYOS
104
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
75
Particularmente interesantes y recomendables son las obras siguientes: Okitikpi, T. y Aymer, C. (2010). Key concepts in
Anti-discriminatory Social Work, London, Sage; Bhatti-Sinclair, K. (2011). Anti-Racist Practice in Social Work, London, Pal-
grave-MacMillan; Lavalette, M. (Ed.) (2011). Radical social work today. Social work at the crossroads, Bristol, The Policy
Press; Fook, J. (2012). Social Work. A Critical Approach to Practice (2nd ed.), London, Sage.
105
ma social que resulta de conductas y nivel de aspiraciones de los individuos (modelo residual);
en el modelo institucional se trata de un problema estructural y de clases sociales.
MANUALES Y ENSAYOS
De forma sintética, las diferencias más importantes entre ambos modelos quedan refleja-
das en el cuadro siguiente, elaborado a partir de un esquema didáctico presentado en 1990
por García Roca76. La reformulación posterior del autor (1992), referida a modelos de política
social que ya ha sido presentada, obligaría a revisar su propio esquema alusivo a modelos de
servicios sociales, agregando un tercer modelo de servicios sociales correspondiente al mode-
lo mixto de política social. Ha de considerarse, no obstante, que la propuesta de tres modelos
de política social es posterior a esta propuesta de modelos de servicios sociales77.
76
Material fotocopiado y entregado en el Máster de Gerencia de Servicios Sociales (Madrid, 1990), sin título. Elaboración
propia.
77
Cf. García Roca, J. (1992). Público y privado en la acción social. Del Estado de bienestar al Estado social, Madrid, Popular.
106
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
Aunque pareciera que un mayor desarrollo del modelo institucional impediría la vuelta
hacia el residualismo, ya se han hecho serias advertencias en sentido contrario: “El modelo
institucional pende un hilo, es contingente y solo crece en circunstancias favorables; no ha au-
mentado la conciencia social y por lo tanto asistimos a una vuelta del residualismo, traído por
las distintas formas de la teoría neo-conservadora” (Mishra, 1989). Es este tipo de situación la
que lleva a plantear la necesidad de un modelo mixto de política social (y por ende de servi-
cios sociales) que permita implementar la transición entre el modelo residual y el institucional,
del que todavía estamos alejados.
Quedan por definir nuevos modelos de servicios sociales, más adaptados a la realidad es-
pañola, y posiblemente a definirse en función de los papeles otorgados a cada uno de los ac-
tores implicados, y, sobre todo, considerando la función y actividades que hayan de estar en
manos de la iniciativa social y la iniciativa privada. Ya se han elaborado reflexiones sobre este
denominado “modelo pluralista” del bienestar, analizando la situación española78.
¿Qué clase de Estado de bienestar es compatible con la sociedad postindustrial? Para
responder brevemente con palabras de Esping-Andersen (1998): aquella que reorganice las
relaciones entre la familia, el mercado, el trabajo y el Estado. ¿Por qué? Primero: la familia pos-
tindustrial se aleja de la norma de la familia de posguerra, incrementándose el número de
mujeres trabajadoras, el número de divorcios, etc. Por tanto, es necesaria una fuerte red de ser-
vicios sociales de cuidado. Segundo: el mercado laboral postindustrial no estará caracterizado
por el homogéneo tipo de clase trabajadora de la posguerra, que era punto de referencia de la
política social. El cambio tecnológico y la economía de servicios producirán mayor heteroge-
neidad y polarización, por lo que será difícil mantener el principio de universalidad. Y, al mis-
mo tiempo, crecen los trabajos precarios y mal pagados, con la posible aparición de una nueva
clase baja en riesgo de inadecuada protección social.
“Uno de los mayores retos del Estado de bienestar postindustrial es cómo reconciliar esta
dualidad de pobreza y privilegio. En otras palabras, la cuestión es cómo desarrollar un nuevo
modelo de solidaridad para la política de bienestar”. Los debates contemporáneos, “sugieren
tres principales respuestas a esta pregunta. La primera, y más radical, defiende una forma de
78
Cf. Casado, D. (1986). El bienestar social acorralado, Madrid, Marsiega; (1998). Políticas de servicios sociales, Buenos Ai-
res, Lumen-Humanitas; (2002). Reforma de los servicios sociales, Madrid, CCS; García Roca, J. (1992). Público y privado en
la acción social. Del Estado de bienestar al Estado social, Madrid, Popular; Cobo Suero, M. (1993). Contribución a la críti-
ca de la política social, Madrid, UPCO; Roldán, E. (2001). ¿Hacia un sistema mixto de bienestar social? La evolución de los
servicios sociales en España, Madrid, Universidad Complutense; Moreno, L. y Pérez, M. (1992). Política social y Estado del
bienestar, Madrid, Ministerio de Asuntos Sociales; Sarasa, S. y Moreno, L. (1995). El Estado de bienestar en la Europa del
Sur, Madrid, CSIC.
107
garantizar unos ingresos mínimos a todos los ciudadanos. Esta estrategia proviene de las pe-
simistas proyecciones que dudan de la capacidad de la sociedad para proporcionar pleno em-
MANUALES Y ENSAYOS
pleo. La segunda, considerablemente más en concordancia con los puntos de vista políticos
de la actualidad (izquierda y derecha), propone un mayor cambio de los recursos públicos des-
de los pasivos ingresos de mantenimiento hasta una formación activa del capital humano y el
empleo. Esta segunda estrategia asume que el principal problema reside en la educación, en el
entrenamiento y en la cualificación. La tercera aboga por una estrategia de flexibilización a tra-
vés de los mercados y de la desregularización, el punto de vista típico de la experiencia ameri-
cana job miracle. Mientras haya alguna duda de cómo mejorar la capacidad de la economía de
adaptarse y competir, no hay duda de que esto produce unos altos costes sociales, en térmi-
nos de pobreza y falta de igualdad” (Esping-Andersen, 1998).
El trabajo social ha contribuido a concretar la política social, en los ámbitos de mayor des-
igualdad, y converge con ella en la evaluación de la eficacia de la respuesta a las necesidades
que no pueden ser ajenas al Estado de Derecho, y a los derechos y deberes de los ciudadanos
(Red, 1997). En este contexto, es donde se inserta la acción del trabajo social, pues si el cam-
po principal de intervención profesional son los servicios sociales, y estos constituyen un ins-
trumento de la política social, nuestra disciplina y profesión debe estar a la altura de los retos
y desafíos que se confrontan.
108
CAPÍTULO 6
BASE TEÓRICA DEL TRABAJO SOCIAL
BASE TEÓRICA DEL TRABAJO SOCIAL
MANUALES Y ENSAYOS
El trabajo social, al igual que otras muchas profesiones y disciplinas, dispone de un cuerpo sis-
temático de conocimientos teóricos, que produce y desarrolla. Por un lado, existe una teoría
de la práctica: el saber que proviene de la descripción e interpretación de la realidad ope-
rativa, basado en procesos observacionales e inductivos, que originan una serie de enuncia-
dos generales empíricos. Por otro lado, existe una teoría para la práctica, constituida por las
aportaciones teóricas que las ciencias sociales pueden ofrecer al trabajo social. La base o fun-
damento teórico del trabajo social, está formado por ambos tipos de teorías. En este capítulo
examinaré, en primer lugar, algunas teorías de referencia para la práctica del trabajo social, se-
gún las clasificaciones, tipologías y análisis de diversos autores. Posteriormente, se abordarán
las teorías de la práctica, que se concretan en una serie de modelos teóricos del trabajo social.
También denominadas teorías que contribuyen al trabajo social (theories contributing to so-
cial work), estas teorías de referencia “llaman la atención sobre aspectos de los fenómenos hu-
manos y los diferentes enfoques nos proporcionan formas de comprensión distintas. Algunas
teorías o enfoques nos sirven más para cierta clase de datos. Consecuentemente, cada teoría
puede poseer méritos propios y no necesariamente contradecir la exactitud de alguna otra
teoría en la explicación de los hechos o en el abordaje de los problemas sociales. De hecho,
cada teoría nos resulta útil al presentarnos una parte de la información en el rompecabezas ex-
tremadamente complejo de las situaciones sociales” (Rubí, 1990).
Son tres las obras españolas que tratan, de manera más o menos amplia, estas cuestiones
referidas a las teorías de las ciencias sociales que se utilizan en trabajo social: el libro de C. Rubí
(1990) plantea el tema de manera genérica y breve; las obras de T. Zamanillo y L. Gaitán (1991)
y N. de la Red (1993) lo abordan de manera más extensa y con más profundidad. Otra obra de
gran interés, en este caso italiana, dedicada de forma exclusiva al tema y a sus repercusiones
en la formación de trabajadores sociales, es la de E. Bianchi, M. Dal Pra Ponticelli, I. De Sandre
y E. Gius (1983). También el francés H. Pascal (1981) y los norteamericanos Ch. Garvin y L. Trop-
man (1992) dedican en sus obras capítulos específicos de gran interés al asunto. Considerando
estas seis obras, además de las aportaciones de M. Payne (1991) y N. Coady (2008), se puede
tener una idea bastante completa de las teorías de referencia más importantes y significati-
vas para la práctica del trabajo social. Realizaré, por tanto, una breve presentación de las mis-
mas, identificando aquellas teorías de referencia más utilizadas en nuestro país, como soporte
o base teórica del trabajo social.
Rubí clasifica las teorías en dos grandes grupos: sociológicas y psicológicas. El primer gru-
po de teorías las ordena según dos criterios: el tipo de solución teórica que ofrecen a los pro-
blemas sociales fundamentales, y su aparición cronológica. Los autores y teorías sociológicas
que, según Rubí, han tenido mayor influencia en el trabajo social, han sido:
110
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
111
riores de la psicología psicodinámica que influyeron en algunos modelos teóricos de tra-
bajo social.
MANUALES Y ENSAYOS
112
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
so de reforma social, que también está implícito en el trabajo social). Destaca Zamanillo
la centralidad del concepto de interrelación en la obra de Mead, como precursor sistémi-
co, así como su sentido de la unidad individuo-sociedad; lo que le lleva a reconocer las
raíces del actual “trabajo social en redes” en la obra de Richmond, así como su perspec-
tiva sistémica.
• Enfoques psicologistas clínicos. La escasa importancia que los pragmatistas otorgaron
al conflicto social, provocó un cisma teórico y práctico en el trabajo social, marcando
dos líneas de intervención claramente definidas y un tanto reduccionistas: la psicológi-
ca, centrada en el trabajo de casos al estilo norteamericano, y la sociológica centrada en
el trabajo comunitario, más propia del estilo británico. En la obra de G. Hamilton se man-
tiene la idea de que es el “individuo en situación” el objeto del trabajo social, por lo que
las condiciones externas del sujeto son motivo de intervención profesional. Sin embar-
go, el trabajo social de caso tomaría una tonalidad mucho más clínica y psicoterapéutica
de corte individualista, con la influencia del psicoanálisis y otras escuelas psicodinámicas
de la personalidad. Así, el concepto de transferencia y la importancia de la relación profe-
sional como instrumento de intervención son indiscutibles (Perlman, 1957); influidos, sin
duda, por la “teoría de la voluntad” de O. Rank.
• Enfoques sociológicos comunitario y dialéctico. Si el elemento psicológico del traba-
jo social proviene del mundo anglosajón, la dimensión colectiva (grupal y comunitaria)
se consolida y adquiere perfiles propios, a partir de la década de los sesenta desde los
países iberoamericanos. Del movimiento de reconceptualización proceden –en opinión
de Zamanillo– las principales contribuciones teóricas, metodológicas y prácticas del tra-
bajo social en su dimensión colectiva y participativa. Realiza Zamanillo un breve repaso
de la obra de Ander-Egg y Kruse (1984) referida a los diversos Congresos Panamericanos
de Servicio Social, en que se analiza la transformación conceptual del trabajo social y la
preocupación cada vez más central por los problemas estructurales, o, mejor dicho, por
la dimensión estructural (no individual o personal) de los problemas sociales. El objetivo
del trabajo social sería, pues, “lograr que el sujeto haga una crítica reflexiva para transfor-
mar las estructuras sociales, y conseguir así su emancipación. Para llenar el vacío teóri-
co que tiene la disciplina, estos autores [los reconceptualizadores] proponen trabajar con
un enfoque dialéctico. En él se acentúan los aspectos dinámico-conflictivos del cambio
social; las teorías de la acción; la necesidad de transformación del orden social; la teoría
crítica, etc.” (Zamanillo y Gaitán, 1991). La argumentación es clara: desarrollo y subdesa-
rrollo son dos caras de una misma realidad, no se trata de una cuestión de “atraso”; sa-
lir del subdesarrollo, la dependencia y la marginalidad solo es posible mediante cambios
sociales radicales y estructurales. La “teoría de la dependencia”, desarrollada por autores
como P. Sweezy, A. Gunder Frank, Th. Dos Santos, E. Faletto, o el propio E. Cardoso79, fue
el marco teórico referencial que ofreció las categorías fundamentales del análisis social:
dependencia y liberación. Estas teorías calaron no solo en el trabajo social, sino en otros
ámbitos de intervención social como la educación de adultos, donde el pensamiento de
79
Obviamente, el expresidente de Brasil no suscribiría hoy sus propias teorías de los años sesenta, que fueron algunas de las
que impactaron y contribuyeron a una “lectura crítica de la realidad” entre los economistas, sociólogos y trabajadores so-
ciales más lúcidos de la época.
113
P. Freire incorporaría la categoría de liberación al proceso educativo. Más recientemente,
el pensamiento de Freire, a través de la educación popular, terminaría influyendo en el
MANUALES Y ENSAYOS
114
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
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Por los recursos y la organización:
• Política económico-social. El trabajo social y la economía se conjugan, según N. de la
MANUALES Y ENSAYOS
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PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
En nuestro país, y en las dos últimas décadas, el trabajo social profesional ha tenido que
confrontar problemas derivados de la modificación político-institucional y socio-cultural, lo
que ha obligado a profundizar contenidos y métodos, ha planteado nuevos interrogantes a
viejos problemas, e interrogantes tradicionales acerca de nuevos problemas: sobre la natura-
leza misma de la teoría del trabajo social y sobre su relación con las disciplinas de apoyo o so-
porte, además de las diversas teorías al interior de estas.
A finales de los setenta se produjo una cierta revisión crítica de las teorías sociológicas y psicoló-
gicas que tradicionalmente fueron la base del trabajo social, coincidiendo en España con la llamada
transición política. Este “abandono de las viejas teorías” se contrapuso con una notable atención a
los procesos socio-políticos y a las dinámicas institucionales, lo que –sin duda– ha influido sobre el
trabajo social, encaminándolo claramente en la búsqueda de una nueva síntesis teórica.
Desde el punto de vista teórico, junto a posiciones de rechazo de la teoría, se visualiza tam-
bién una actitud receptiva hacia las nuevas contribuciones teóricas de la sociología y la psicolo-
gía (sea en la fase de interpretación de la realidad, sea en la fase operativa de intervención), pero
con el riesgo recurrente de una asumción acrítica de las mismas, y de una aceptación de contri-
buciones contradictorias entre sí. Y si hay algo claro, especialmente entre los docentes de trabajo
social, es la necesidad de una profundización en la confrontación crítica entre las diversas tesis.
En el libro de Bianchi, Dal Pra, De Sandre y Gius (1983), se recogen las aportaciones, deba-
tes y conclusiones que, sobre el tema de las contribuciones teóricas de la sociología y la psico-
logía al trabajo social, tuvieron lugar en un seminario especializado, realizado en septiembre
de 1982. No se trata tanto de una recopilación-explicación de las diversas teorías de referen-
cia para el trabajo social, sino de una revisión crítica de las mismas, un abordaje de las nuevas
teorías que en estas disciplinas están surgiendo y que pueden ser de utilidad para el trabajo
social. Se trata, como el mismo título de la obra indica, del relanzamiento o reanudación del
debate teórico entre el trabajo social, la sociología y la psicología, centrado en tres temas no-
dales del trabajo social: las necesidades, la relación interpersonal y el cambio. Estos tres
grandes temas, que han sido abordados tanto desde la perspectiva sociológica como de la psi-
cológica, se afrontan en este debate a tres niveles: el conocimiento de los contenidos que han
influido en el trabajo social (que coinciden básicamente con lo examinado hasta ahora); el va-
lor cognoscitivo de las diversas teorías, es decir, su capacidad de interpretación de la realidad;
y su relación con los objetivos ético-políticos de la intervención social y del trabajo social. El
primer nivel, y en parte el segundo, fueron objeto de presentaciones sistemáticas, el tercero,
en cambio, fue el objeto de debate del seminario.
H. Pascal (1981), por su parte, realiza un análisis de las diversas influencias de las ciencias
humanas en el trabajo social, en el marco de la configuración metodológica del trabajo social
que se fue produciendo a partir de los conocimientos sociológicos y psicológicos disponibles:
“La metodología del trabajo social se construye, pues, a partir de los conceptos teóricos de las
ciencias humanas. En sus actos profesionales en relación con el asistido, el trabajador social ac-
túa condicionado por sus referencias teóricas”, lo que ha sido demostrado por M. Richmond
(1922). Pascal selecciona entre las diversas teorías sociológicas, psicológicas y psicosociológicas,
las que considera de mayor influencia en el trabajo social. Así, las clasifica del siguiente modo:
• Teorías sociológicas. Incluye aquí el funcionalismo, el estructuralismo, la escuela de Chi-
cago y el culturalismo, el interaccionismo simbólico, la teoría de sistemas y el marxismo;
ya que todas ellas proporcionan las claves explicativas para comprender los fenómenos y
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procesos sociales (estructuras, instituciones y normas), además de brindar herramientas
de análisis para ubicar el trabajo social dentro del campo social y examinar el papel que
MANUALES Y ENSAYOS
80
El análisis de H. Pascal sobre las teorías psicológicas que han influenciado el trabajo social no incluye la línea cognitivis-
ta que se desarrolló en los años ochenta (justo a partir de la publicación de su obra) y que es dominante en la actualidad.
81
Cf. Lewin, K. (1988). La teoría del campo en la ciencia social, Barcelona, Paidós.
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PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
cia social, y problemas sociales) tratan esencialmente con el mismo asunto, la conducta e
interacciones entre las personas. Pero sus campos de interés, aunque con intersecciones,
son también diferentes”. Por lo que respecta a la relación entre el trabajo social y las diver-
sas ciencias sociales, Garvin y Tropman consideran que ha existido una cierta ambivalencia:
“Por un lado, la profesión no solo necesita la teoría científica, también precisa de métodos
científicos. Y el trabajo social ha tenido una larga relación histórica con varias disciplinas de
las ciencias sociales, especialmente la sociología y la psicología. Por otro lado, también hay
tensión: los trabajadores sociales hacen, los científicos sociales reflexionan; los trabajado-
res sociales desean cambiar el mundo, los científicos sociales desean comprender el mun-
do; los trabajadores sociales se dedican al mundo, los científicos sociales se alejan del mundo;
el trabajo social busca soluciones prácticas a los urgentes y angustiosos problemas humanos,
los científicos sociales buscan encajar todas las piezas que permitan adivinar el puzle humano
[destacado en el original]. Pero, a pesar de estas diferencias, cada una necesita de las otras
aunque mantengan las distancias. El trabajo social necesita de las ciencias sociales ideas e
instrumentos. Esta relación es obvia. Lo que quizá sea menos obvio es por qué las ciencias
sociales necesitan al trabajo social. Como mínimo hay tres razones: 1) Anomalías (casos in-
dividuales anómalos) que se encuentran en la práctica del trabajo social que las ciencias so-
ciales no pueden explicar, y que de este modo surten cambios en las ciencias sociales. 2) El
trabajo social práctico proporciona un locus para testar ideas de las ciencias sociales. 3) Los
problemas complejos (acontecimientos colectivos) han mostrado los límites de la ciencia”
(Garvin y Tropman, 1992).
Después de examinar las relaciones entre la ciencia social y el estudio los problemas socia-
les, ambos autores introducen su análisis de las vinculaciones entre ciencias sociales y traba-
jo social, con una revisión histórica del pensamiento social que precedió a las contribuciones
teóricas propiamente dichas. Entre estos antecedentes y precursores del pensamiento social
Garvin y Tropman mencionan a Platón y Aristóteles (como fundadores del pensamiento occi-
dental); Adam Smith y su obra La riqueza de las naciones que posteriormente utilizaría Darwin
en su teoría evolucionista; Auguste Compte, como fundador del positivismo, la sociología y el
humanismo, cuya obra Curso de filosofía positiva y su sistema de principios del positivismo to-
davía constituyen hoy día conceptos básicos que utilizan los trabajadores sociales, aunque a
menudo no se entienda su procedencia histórica.
En cuanto a las contribuciones de la teoría de la ciencia social al trabajo social, Garvin
y Tropman las clasifican según niveles y mecanismos causales. Así, en el nivel individual, des-
tacan las aportaciones teóricas de:
– Sigmund Freud. En trabajo social esta influencia se siente tempranamente y se traduce
en un primer estudio amplio de Bertha Reynolds (1942).
– B. F. Skinner, que desarrolló la teoría conductista a partir de los trabajos de Paulov, y cu-
yas aplicaciones terapéuticas abarcan no solo la modificación del comportamiento, sino
que incluyen elementos de auto-control, y algunas de sus técnicas se emplean en labo-
res de consejo y asesoramiento.
– J. Piaget, cuya teoría sobre el desarrollo humano del pensamiento y los componentes
afectivos constituyen una gran ayuda para comprender el enfoque del ciclo de vida y las
diferentes fases del desarrollo evolutivo de la persona.
En el nivel de familiar y de grupo, destacan los desarrollos teóricos de:
119
– Kurt Lewin. Pionero del estudio de los grupos pequeños y de otras áreas de interés para
el trabajo social, tuvo un gran impacto en el trabajo social ya que sus investigaciones
MANUALES Y ENSAYOS
82
En nuestro entorno, la influencia de A. Zander en el trabajo social con grupos ha tenido como fuentes más relevantes su
obra conjunta con D. Cartwright, editada por primera vez en castellano en 1971, Dinámica de grupos. Investigación y teo-
ría, México, Trillas; y su trabajo sobre entrenamiento de grupos. La difusión de las ideas de Zander y Lewin ha sido posi-
ble también gracias a la edición de la obra de M. Shaw en castellano, en 1979: Dinámica de grupo. Psicología de la conducta
de los pequeños grupos, Barcelona, Herder; y, en general, a través de la mayoría de las obras clásicas (editadas en la Biblio-
teca de Psicología de la editorial Herder) de K. Antons (1978). Práctica de la dinámica de grupos; E. H. Schein y W. G. Ben-
nis (1979). El cambio personal a través de métodos grupales; y B. Schäfers (1980), Introducción a la sociología de grupos.
83
Cf. S. D. Alinsky (1979), “Of Means and Ends”, en F. Cox et. al. Strategies of Community Organization, Itasca, Peacock; M.
Rokeach (1979), Understanding Human Values, New York, The Free Press.; R. Cloward y L. Ohlin (1960), Delinquency and
Opportunity, Glencoe, The Free Press.
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PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
– Erving Goffman y sus tres obras principales: Presentation of Self in Everyday Life (1959), As-
ylums (1961) y Stigma (1963), donde su análisis de los conceptos de estimulación y estigma-
tización son la base intelectual que inicia el movimiento hacia de desinstitucionalización.
– Rosabeth Kanter, primera mujer editora del Harvard Business Review, y cuyas obras Men and
Women of the Corporation (de 1977) y The Change Masters (en 1983), junto con otros traba-
jos, introducen el análisis de género y el análisis del cambio en el estudio de las organizacio-
nes. Muchas trabajadoras sociales que buscan cambiar el trabajo social en sus instituciones
y comprender las dinámicas de género que hacen que haya un número desproporciona-
do de hombres en cargos ejecutivos y de dirección, estudian estas contribuciones teóricas.
A nivel comunitario, Garvin y Tropman señalan, desde las contribuciones teóricas de
Georg Simmel referidas al conflicto y el cambio social84, los estudios y trabajos de la escuela de
Chicago, fuertemente emparentados con la intervención comunitaria85, o la perspectiva de la
desorganización comunitaria en la obra de Robert Cooley Angell, y los trabajos de Leonard Co-
ttrell y su concepto de competencia interpersonal versus la competencia comunitaria86.
En lo que respecta al nivel de la sociedad global, las contribuciones teóricas más relevan-
tes son las de Karl Marx, Max Weber, W. E. DuBois y Margaret Mead. Otros pensadores sociales
que Garvin y Tropman mencionan como influyentes en el trabajo social norteamericano son:
la antropóloga Ruth Benedict, el politólogo Harold Lasswell, el sociólogo Amitai Etzioni y, en
general, tanto los estudiosos del bienestar social (como Titmuss, Gilbert, Wilensky, Zald y Mar-
tin, y otros, con sus estudios sobre fines, funciones y causas del Estado del bienestar) como
los investigadores de la dinámica de las poblaciones (por ejemplo, los trabajos de Rainwater y
Weinstein sobre las relaciones entre el tamaño de la familia y la pobreza).
En su análisis de las contribuciones y relaciones entre las ciencias sociales y el trabajo so-
cial, Garvin y Tropman destacan también las aportaciones provenientes de los métodos de la
ciencia social, particularmente de las estadísticas sociales (desde los trabajos de E. Durkheim,
pasando por los Booth, los Lynd, H. Bahr, la escuela de Chicago, Gallup o Harris), los métodos
cuantitativos, los métodos cualitativos y la lógica del diseño de la investigación científica.
Ahora bien, uno de los puntos de mayor interés de la reflexión de Garvin y Tropman, lo
constituye, en mi opinión, el dedicado a analizar las contribuciones de la investigación en
trabajo social. Hago esta afirmación porque, de ordinario, se suelen señalar –con mayor o me-
nor extensión– las contribuciones teóricas y científicas recibidas por el trabajo social; sin em-
bargo, es mucho menos frecuente encontrar referencias acerca de las contribuciones que la
investigación de trabajo social ha realizado para el enriquecimiento de otras ciencias sociales.
Se da la paradoja en no pocas ocasiones, de que los trabajadores sociales utilizan perspecti-
vas teóricas de las ciencias sociales a las cuales ha contribuido a desarrollar el trabajo social de
campo, siendo ignorada totalmente esa circunstancia. Son varios los trabajos publicados so-
bre las contribuciones de la investigación en trabajo social (Tripodi, Fellin y Meyer, 1983; Maas,
84
Ya analizadas en el primer capítulo.
85
La Universidad de Chicago era una universidad joven en la que ya existía una Escuela de Trabajo Social antes de la crea-
ción del Departamento de Sociología. El emplazamiento en esta ciudad de grupos problemáticos, junto con la presencia de
los trabajadores sociales de campo, hicieron emerger el análisis de los problemas urbanos. El American Journal of Sociology
se fundó alrededor de 1900, y poco después se creó The Social Service Review, dependiente del Departamento de Sociolo-
gía y más tarde de la School of Social Service Administration. Estas circunstancias hicieron que, desde su inicio, hubiera una
fuerte mixtura en las materias sociales, entre teoría social e intervención social.
86
Las contribuciones de L. Cottrell no han tenido una gran relevancia en el trabajo social europeo.
121
1978; Polansky, 1960) a partir de los cuales Garvin y Tropman detallan su análisis, siguiendo el
mismo esquema de niveles que el empleado para el análisis de las contribuciones de la teo-
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ría social al trabajo social. Así, en el nivel individual mencionan los trabajos de Hunt y la Uni-
versidad de Chicago sobre motivación, capacidad y oportunidad, y los de Meyer, Borgatta y
Jones sobre efectividad del casework. En el nivel familiar y de grupo se encuentran los traba-
jos del propio Garvin (1981), los de R. Vinter y su concepto de tratamiento de grupo (1974), o
los de Hartman y Laird (1983) que introducen ideas de análisis intercultural en el trabajo so-
cial familiar. En el nivel organizacional también se cita el trabajo que Vinter realizó en 1966 con
dos sociólogos (Street y Perrow), titulado Organization for Treatment, con claras influencias de
Goffman, pero con aportaciones totalmente originales en lo que se refiere a procesos y proce-
dimientos. A nivel comunitario las aportaciones han sido numerosas desde mediados de los
cincuenta, y al trabajo clásico de Murray G. Ross (1967) hay que agregar el famoso estudio de
Buell, de 1952, titulado Community Planning for Human Services.
La clasificación de teorías para el trabajo social que propone Nick Coady (2008), siguiendo
la distinción clásica de R. Merton, se sintetiza en tres tipos o niveles cuya aplicación puede ser
simultánea en la práctica, pues el uso de una teoría de cierto nivel no imposibilita, sino que es
totalmente compatible, con el uso de otra teoría de un nivel diferente:
• High-level, o meta-teorías, donde podrían incluirse, por ejemplo, la teoría de los siste-
mas ecológicos, las teorías del desarrollo, etc.
• Mid-level, o teorías del alcance medio para la práctica, como el counselling, la teoría fe-
minista, antiopresiva, etc.
• Low-level, constituido por las teorías de aplicación específica referidas a problemas es-
pecíficos o colectivos concretos de población (teorías sobre el envejecimiento, la drogo-
dependencia, etc.).
Turner (1979), por su parte, advierte que, de las treinta y cinco declaraciones que se presen-
tan como sistemas de componentes del trabajo social (teorías, modelos teóricos, perspectivas
teóricas aplicadas, etc.) ninguna puede llegar a ser “el” cuerpo de teoría de la disciplina. Este
autor agrupa las teorías en cinco grandes clústeres o tipos:
• Teorías que ayudan a entender la identidad psicosocial del sujeto87.
• Teorías que ayudan a entender aspectos del sistema social del sujeto.
• Teorías que ayudan entender el sistema social para responder a las necesidades del sujeto.
• Teorías fuera de la profesión que pueden adoptarse para comprender al sujeto.
• Teorías de la profesión para saber qué hacer en determinadas situaciones de los sujetos.
Este autor se plantea si es la teoría o la técnica lo que afecta a la gente en la práctica pero,
dado que hasta ahora ningún cuerpo de pensamiento ha sido rechazado por el sistema de tra-
bajo social, tanto las teorías como las técnicas deberían usarse selectivamente (Turner, 2011).
Otra ordenación de este tipo de teorías, más utilizada en las facultades de trabajo social es-
pañolas, ha sido la de Malcom Payne (1991), si bien hay que recordar que su libro no ha sido
el primero en publicarse en castellano sobre este tema88. Paradójicamente, su clasificación de
87
“Cliente” en el original.
88
Aunque los primeros textos en castellano sobre modelos teóricos se publicaron mucho antes que el libro de Payne (me re-
fiero a los textos de Ricardo Hill (1994), Mathilde Du Ranquet (1981, traducido en 1996) y Elisa Pérez de Ayala (1999), el
hecho de que estos no se hayan reeditado cuando en nuestro país los estudios universitarios de trabajo social se han exten-
dido y consolidado, posiblemente explique –en parte– la mayor difusión y referencia a la clasificación del autor británico,
122
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
los diferentes modelos teóricos anglosajones89 del trabajo social, ha tenido mayor influencia
en nuestro país que las propuestas de otros autores latinos, razón por la cual me centraré más
en el análisis de su propuesta. De las teorías de referencia para el trabajo social que examina90,
este autor señala aquellas que tienen diferente aplicabilidad en la práctica profesional. Para ex-
plicarlo, hace dos tipos de distinciones de las teorías. En su primera clasificación, diferencia en-
tre: teorías amplias (que ofrecen un sistema de pensamiento capaz de cubrir toda la práctica
del trabajo social, como serían las teorías: psicoanalítica, conductista, sistémica y las ideas eco-
lógicas y cognitivas) y teorías amplias inclusivas que aceptan la inclusión de perspectivas y
métodos extraídos de otras teorías; sería el caso del enfoque ecológico y sistémico. Su segun-
da distinción comporta una triple categorización de las diversas teorías:
• Teorías específicas, son las que ofrecen ideas y técnicas que pueden beneficiar al traba-
jo social, cualquiera sea la teoría que se utilice; como por ejemplo, la teoría de la comu-
nicación.
• Teorías de perspectiva, que ofrecen un modo de ver el mundo y en especial el cambio
personal y social. Dentro de esta categoría están las teorías humanistas, existencialistas y
las radicales/marxistas. Algunos también consideran en este tipo la teoría general de sis-
temas y las teorías y enfoques ecológicos.
• Teorías de aplicación, es decir, aquellas extensamente aplicables junto con algunas téc-
nicas específicas. Por ejemplo: el trabajo de intervención en crisis, los trabajos centrados
en la tarea, y los de potenciación y defensa.
El cuadro comparativo que sintetiza estos nueve grupos de teorías analizados por Payne
es el siguiente91:
en detrimento de otros autores latinos. También conviene recordar la publicación previa al texto de Payne del libro de M.ª
José Escartín (1992), así como el posterior de Jesús Viscarret (2007).
89
Según M. Payne, la historia escrita del trabajo social y toda su producción intelectual “se refiere a los países de la Europa
occidental y a Norteamérica”. Si hay que hacer alguna crítica de fondo a la obra de Payne es precisamente esta: su ignoran-
cia acerca de la historia escrita y la producción intelectual del trabajo social en el resto del mundo. Eso sí, en lugar de reco-
nocer tal desconocimiento, se limita a decir que todo lo producido en Europa occidental y Norteamérica “muy bien puede
ser apropiado en cualquier otra parte (del mundo)”. Sobran comentarios acerca del sesgo etnocéntrico y contenido de cor-
te neocolonialista de sus afirmaciones y no es este el lugar para comentar las mismas. [Cf. M. Payne (1995), Teorías con-
temporáneas del trabajo social. Una introducción crítica, Paidós, Barcelona, p. 27]. Para un análisis más profundo sobre el
denominado “Trabajo Social Internacional” como instrumento de imperialismo intelectual véase: J. Midgley (1992). “Is In-
ternational social Work a One-Way Transfer of Ideas and Practice Methods from the United States to Other Countries?”,
en E. Gambrill y R. Pruger (Eds.). Controversial Issues in Social Work, Boston, Allyn & Bacon; y J. Midgley (1981). Profes-
sional imperialism: Social Work in the Thrid World, London, Heinemann Educational Books. En todo caso, es justo reco-
nocer que el propio Malcom Payne, ha manifestado públicamente en un reciente foro académico internacional realizado
en España, las limitaciones de sus planteamientos al desconocer la producción escrita en otras lenguas diferentes al inglés
y publicadas en países periféricos. [M. Payne (2011). Teorías del y para el Trabajo Social, Conferencia pronunciada el 15 de
diciembre de 2011, en el I Congreso Internacional sobre la construcción disciplinar del Trabajo Social a propósito del nue-
vo grado, Universidad de Deusto, Bilbao.].
90
El autor amplía en obras posteriores el número de teorías de referencia o teorías de la práctica llegando a establecer hasta
once grupos de teorías (psicodinámica, problem-solving, intervención en crisis, comportamental, desarrollo social o pedago-
gía social, perspectiva de fortalezas, humanista-existencial, empoderamiento-defensa, teoría crítica, feminista, y antidiscri-
minación-sensibilización cultural). Sin embargo, no establece claramente las fronteras y límites entre los nuevos grupos de
teoría que incorpora a su clasificación original, manteniendo zonas compartidas, por lo que el cuadro comparativo resulta-
ría en la actualidad más confuso que el inicial que se reproduce. [Cfr. M. Payne (2011). Humanistic Social Work: Care prin-
ciples in Practice, Basingstone, Palgrave-Macmillan; y (2011) Citizenship social work with older people, Bristol, Policy Press].
91
La traducción que presento es propia, ya que entiendo que la versión editada en castellano, en 1995, al ser excesivamen-
te literal no se ajusta fielmente a las expresiones técnicas al uso en trabajo social.
123
MANUALES Y ENSAYOS
Fuerte énfasis Variado uso de la teoría psi- Fuerte énfa- No es crucial, Fuerte énfasis; diag- La familia es el ori- Explicaciones
coanalítica, poco uso de la so- sis en la pero puede nóstico y modelo mé- gen del problema de los oríge-
ciología y de otras psicologías; relación proporcionar dico. Las necesidades y centro del trata- nes personales
Psicodinámico
algún uso pragmático de otros una referencia internas son un factor miento; la comu- de los proble-
conceptos para el trabajo importante nidad es menos mas. No se
importante usan técnicas
Fuerte énfasis Se utiliza la psicología del yo, Sí, pero am- No es crucial Fuerte énfasis en el La familia y otras Solo para
Erickson, con algunos aspec- bas utilizan diagnóstico o la eva- ayudas se necesitan resolver
Intervención
tos sociales, para atender pro- contratos y luación para el tratamien- problemas es-
en crísis,
blemas derivados de la crisis. actividades to de la crisis; los as- pecíficos
centrada en la
Para el modelo centrado en la pectos sociales no
tarea
tarea, se utiliza cualquier tipo se cuestionan
de información útil
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Fuerte énfasis Aprendizaje de la teoría, inclu- Importante, No es crucial Se da importancia a Los problemas so- No como ob-
yendo el aprendizaje de la teo- pero el énfa- la realización de cui- ciales no se conside- jetivo; accio-
ría social. Mínimo recurso a la sis se pone dadosos diagnósticos ran importantes; se nes creíbles y
Conductista
sociología en los pro- y valoración de la si- utiliza la ayuda fa- explicaciones
cedimientos tuación miliar disponibles
específicos
Sí, pero el indivi- Teoría General de Sistemas, Se necesi- El sistema (lo Algún énfasis en la Familia y comunidad Puede ser una
duo es considera- pero admitiendo otras ideas tan relacio- contextual) evaluación y en las ne- son sistemas impor- función impor-
De sistemas do como parte de sociológicas y psicológicas nes, pero no es importante cesidades socialmen- tantes tante
un sistema más solo con el para la inter- te definidas por el
amplio cliente vención sistema
Fuerte énfasis Filosofías existencialistas con Fuerte én- No es crucial Importancia de la pro- No importante, es No importan-
una tónica subjetiva; los co- fasis pia autorrealización fuertemente indivi- te, lo principal
Humanista nocimientos objetivos son los y del conocimiento dualista son los objeti-
menos importantes de las necesidades in- vos del propio
ternas cliente
Principales aportaciones Contexto
Necesidades a Sostenimiento de Apoyo
Teorías Individualización teóricas que utiliza de la Relación organiza-
definir estructuras (Defensa)
sociología y la psicología cional
Sí, pero enfatiza la Se recurre a la psicología social Las técnicas No es crucial El comportamiento No importante No importan-
interacción social y los conoci- social definido no es te, pero se
De la y personal mientos son importante utilizan ex-
comunicación lo más im- plicaciones
portante específicas dis-
ponibles
Sí, pero con én- Principalmente las teorías cog- Sí, pero con No es crucial, No es crucial, pero el Fuertemente indivi- No son un
fasis en el apren- noscitivas del aprendizaje énfasis en el pero contri- rol del cliente es im- dualista objetivo, el
dizaje y en la trabajo del buye al cono- portante centro de la
Cognitiva
adaptación al en- cliente cimiento de actividad es el
125
torno los problemas cliente
del cliente
Sí, pero en gene- Sociológica; poco desarrollo Si, para pro- Fuerte énfasis Importante pero mu- Elementos crucia- Importante
ral son aplicadas de la psicología mocionar y en el poder, chas necesidades son les de los orígenes como una es-
Marxista- ideas sobre la cau- compartir, clase y as- comunes a las clases y resolución de pro- trategia pro-
Radical sa social de los pero no para pectos orga- sociales blemas visional que
problemas el cambio nizativos del conduce a un
personal trabajo cambio social
Sí, pero la opre- Sociológica; explicación psico- Sí, especial- Fuerte énfa- Importante, especial- Importante como Aspecto cen-
sión social es la social de la opresión mente para sis, importan- mente para combatir fuente de ayuda y tral de la teoría
Potenciación y
principal caracte- vencer obs- te para tratar estereotipos apoyo mutuo; la co-
apoyo
rística de la expli- táculos problemas de munidad es lo más
cación organización importante
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
El uso que puede hacerse de estas teorías en trabajo social es múltiple: por una parte, nos
proporcionan un marco de referencia o encuadre de la práctica que nos permite organizar
MANUALES Y ENSAYOS
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PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
Si recordamos la definición del trabajo social aprobada por la FITS en el año 200092, po-
demos identificar claramente cuatro componentes o elementos en la misma: los objetivos o
propósitos del trabajo social; las disciplinas intelectuales que se utilizan (relacionadas con la
conducta humana y los sistemas sociales), el punto focal de la intervención profesional; y los
valores que nos inspiran u orientan la acción. Todas las teorías que se utilicen en trabajo social
deberían incluir elementos que hagan referencia a estos cuatro componentes, si bien el modo
en que estos se combinen dependerá en buena medida de las particularidades del contexto
nacional o regional en que se lleve a cabo la práctica93.
El papel del trabajador social académico (investigador y docente) es clave en este aspecto.
Hagamos un paralelismo con el campo de la medicina: del mismo modo que un médico clíni-
co-generalista (que pasa consulta) necesita de los avances que microbiólogos o bioquímicos
producen para hacer mejor su trabajo, sin la experiencia de estos médicos de familia los bió-
logos tampoco sabrían qué tipo de problemas o aspectos requieren de innovación científica.
De igual modo, los académicos investigadores del trabajo social y los profesionales de la prác-
tica necesitan trabajar juntos, pues cada ámbito disciplinar contribuye a los otros con sus co-
nocimientos y pericia técnica, reconociendo las especialidades y diferencias entre cada uno de
ellos. “A través del respeto y apoyo mutuo, pueden producirse más progresos y avances de los
que ya han sido realizados” (Garvin y Tropman, 1992). En este sentido, considero que la realiza-
ción de investigaciones en las que los esfuerzos de los investigadores académicos se articulen
con los esfuerzos de los trabajadores sociales que están en la práctica profesional, será la mejor
manera de hacer avanzar significativamente la disciplina del trabajo social. Las sinergias e in-
ter-retroacciones que este tipo de investigaciones conjuntas puede llegar a generar, nos podría
garantizar que los resultados de la investigación se apliquen y sean de utilidad para resolver y
mejorar problemas prácticos, a la vez que nos aseguraría que la energía y esfuerzos invertidos
en la investigación disciplinar no cayesen en el “saco roto” de lograr exclusivamente el aumen-
to del currículo investigador, sino que se realizaran investigaciones relevantes que contribuyan
al desarrollo y la innovación social. Pero, como bien advierte Turner (2011), los trabajadores so-
ciales académicos, debemos para ello cultivar una serie de cualidades: estudiar el mundo fuera
de la academia, tener una comprensión amplia de la profesión (teorías y métodos), una com-
prensión respetuosa de la gama de teorías existentes, conocer los clústeres de teorías, y ser
conscientes de nuestra responsabilidad como académicos (en la investigación y la docencia).
92
Véase capítulo 4.
93
Según M. Payne, los diferentes regímenes de bienestar han creado cuatro formas amplias de trabajo social en la práctica
internacional: el social work (centrado fundamentalmente en ayudar a las personas a gestionar sus relaciones sociales, que
sería el trabajo social propio de países como Canadá y Estados Unidos); el social care (centrado en la provisión de servi-
cios públicos, en la prestación de ayuda, de cuidados y/o de asistencia social en el sentido amplio del término, que sería el
tipo de trabajo social de una buena parte de países europeos); el social development (centrado en el desarrollo social y por
tanto muy relacionado con la economía, la solidaridad y el medio ambiente; fomentar la resiliencia y responder al cambio
social serían aspectos centrales de este tipo de trabajo social, propio de muchos países del llamado Tercer Mundo); y la so-
cial pedagogy (que es el trabajo social entendido como educación social o educación cultural, focalizado en los procesos
socioeducativos, la educación personalizada, el desarrollo de las personas en situación de desventaja a través del bienestar
y mediante el uso de métodos educativos para lograr la liberación). [M. Payne (2011). Teorías del y para el Trabajo Social,
Conferencia pronunciada el 15 de diciembre de 2011, en el I Congreso Internacional sobre la construcción disciplinar del
Trabajo Social a propósito del nuevo grado, Universidad de Deusto, Bilbao]. La cita se corresponde a las anotaciones y tra-
ducción libre que de su intervención yo misma he realizado, por lo que es muy posible que no se corresponda literalmente
con la transcripción de dicha conferencia que los organizadores del congreso tienen previsto publicar.
127
6.2. Teorías para la práctica y teorías de la práctica: modelos
teóricos del trabajo social
MANUALES Y ENSAYOS
Como señala Dal Pra, “en el trabajo social la teoría no representa un conocimiento por el cono-
cimiento, sino un conocimiento orientado a la operacionalidad” (1987). Cuando “el trabajador
social toma en consideración la teoría, su finalidad es desarrollar y perfeccionar una estructura
intelectual por medio de la cual se quiere comprender y manejar la compleja muchedumbre de
hechos encontrados en el transcurso de su acción, de modo tal que se pueda deducir la natura-
leza de la intervención y se puedan prever los efectos... no se trata, por tanto, de un conocimien-
to por el conocimiento, sino de un conocimiento en función de una utilización” (Turner, 1979). A
fin de utilizar, como esquema de referencia intelectual para la acción, el bagaje de conocimiento
teórico procedente de la teoría de las ciencias sociales y de la teorización de la praxis, el trabajo
social, en el transcurso de su desarrollo disciplinar ha puesto a punto diversos modelos teóricos.
128
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
vo, sino por lo general el normativo a través del cual se seleccionan los caminos concretos que
hay que utilizar en la praxis. La teoría en la que se apoya el trabajo social es por ello en parte
“descriptiva” (que es una subespecie de la teoría ideográfica); tiende a dar explicaciones gené-
ticas o sistemáticas de un fenómeno investigando sus causas y condiciones. Sin embargo es
también parcialmente “operativa” (lo que es otra subespecie de la teoría ideográfica) y trata por
tanto los problemas reales, significativos, esto es, perceptibles emotivamente y sensiblemente,
y tiende a dar explicaciones sistemáticas o funcionales.
Hablando de teoría en el ámbito del trabajo social ya he mencionado que los autores anglo-
sajones utilizan dos términos “teoría de la práctica” (practice theory) y “teoría para la práctica”. La
teoría de la práctica es una teoría operativa y metodológica que se fundamenta en la mayoría
de los casos, en procesos observacionales-inductivos que originan una especie de enunciados
obtenidos de generalizaciones empíricas. Es el saber que se obtiene de la descripción e inter-
pretación de la realidad operativa (Curnock y Hardiker, 1979). En cambio, cuando nos referimos
a la teoría para la práctica nos colocamos en el nivel normativo del saber, es decir, se constru-
yen modelos de análisis y de intervención para la práctica a través de una confrontación con las
teorías ideográficas de las ciencias sociales que se refieren al ámbito de orientaciones nomoté-
ticas generales, y que ya han sido examinadas en la primera parte de este capítulo.
La formulación de modelos teóricos para la práctica del trabajo social es una operación com-
pleja que debe tener en cuenta diferentes variables y sus relaciones recíprocas. Las variables
que se deben tener presentes son (Dal Pra, 1985 y 1987):
2. Teorías
aplicadas
4. Modelos teóricos para la práctica del
trabajo social
5. Operatividad:
Proceso metodológico, cursos de acción,
instrumentos, técnicas
129
• Los principios y los valores del trabajo social como, por ejemplo, el respeto a la perso-
na humana, la ayuda para el desarrollo de su personalidad y de su autonomía, la igualdad
MANUALES Y ENSAYOS
130
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
vamente formulado que llega a ser un instrumento conceptual para aplicar a la práctica, para
verificar continuamente con esta y para confrontar con las nuevas adquisiciones de las cien-
cias sociales.
Los modelos teóricos para la práctica del trabajo social, en efecto, no son algo estáti-
co sino que evolucionan en el tiempo, ya sea en relación con el cambio que experimenta la
práctica, ya sea en relación con la evolución de la teoría. El proceso descrito resulta ser, por
lo tanto, un proceso circular en evolución dinámica; el impulso a la puesta en movimiento
continuo del proceso puede partir de cada elemento del sistema delineado. Se trata cier-
tamente de un proceso de carácter general que lleva a menudo a la formación de modelos
que pueden tener una continuidad en el tiempo y su propia generalidad; sin embargo pien-
so que se puede hipotetizar la presencia de tal proceso en la operacionalización práctica
concreta de un profesional, sobre todo si se encuentra frente a situaciones nuevas e impre-
vistas no generalizadas todavía por modelos. Se trata en el fondo de un proceso de acumu-
lación del saber.
Este proceso tiene, además, que ser garantizado por la presencia sistemática de un ele-
mento, esto es de un procedimiento metodológico correcto y sistemático en la realización
de la experiencia. Solo la presencia de este elemento, que se vuelve por tanto central y fun-
damental, puede permitir al profesional generalizar y repetir lo que está haciendo; dando
origen a la formación de una teoría práctica desde la cual, generalmente, se vuelve a pos-
teriori, a las bases teóricas relativas a las ciencias sociales, y por tanto también al proce-
so para la formulación de modelos. Otro elemento fundamental está representado por los
principios y por los valores del trabajo social que en la práctica cotidiana deben guiar al tra-
bajador social en los procesos de análisis y de intervención. El profesional es guiado por la
claridad de los principios y de los valores (y agregaría también de los objetivos que, basán-
dose en ellos, se pueden formular) en la búsqueda de las bases teóricas que son coherentes
con ellos y se llega (asociando conjuntamente los cuatro elementos del proceso en una re-
lación lógica y coherente) a la formulación de modelos generalizados y utilizables en el pla-
no operativo.
El proceso que se ha delineado debe tener en cuenta, para ser válido, sobre todo la cohe-
rencia interna entre teorías nomotéticas y teorías ideográficas (descriptivas y operativas) de las
ciencias sociales y la utilización, en el plano operacional, de las indicaciones o directrices que
de ellas surgen. Por ejemplo, no es correcto seguir una orientación centrada en la causalidad
circular (que es coherente con los principios y valores del trabajo social) y luego utilizar direc-
trices metodológicas y operativas obtenidas de teorías operativas que se refieren a una orien-
tación de causalidad lineal.
Del mismo modo no es correcto, por ejemplo, utilizar indicaciones operativas sacadas de
las teorías psicológicas que se refieren a la teoría del Yo y luego, en el plano del modelo de tra-
bajo social que se propone, referirse a técnicas que, utilizando preferentemente el concepto
de inconsciente y la influencia determinante de las experiencias inconscientes infantiles, llevan
a la formulación, por ejemplo, de una valoración de la situación que descuida el aquí y el ahora
de las fuerzas actuales del yo. Queda todavía mucho camino por hacer en esta dirección por-
que no siempre en los modelos elaborados en el campo del trabajo social es evidente tal cohe-
rencia interna entre las diferentes variables ni son claramente explicados los asuntos de base a
los que aquí se hace referencia.
131
Es necesario, sin embargo, prestar atención al hecho de que la teoría del trabajo social,
como el resto –más o menos– de las teorías de las ciencias sociales, se reelaboran teniendo en
MANUALES Y ENSAYOS
132
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
En este punto podríamos preguntar para qué sirve la teoría en la práctica del trabajo social.
Con frecuencia ha habido desacuerdo acerca del uso de la teoría en el ámbito del trabajo so-
cial; se llegó inclusive a decir que el trabajo social es un “arte” cuya realización está confiada a
la improvisación, a la fantasía, a la intuición. Pero lentamente ha madurado la idea de que eran
necesarios esquemas de referencia teóricos que orientasen la práctica; esto se debe al hecho
de que el trabajador social, con el progreso del Estado de bienestar, se ha ido introduciendo
cada vez más en el sistema asistencial público, sometido, por tanto, a controles cualitativos y
cuantitativos de su propia actuación.
Además, en un sistema organizado de recursos, por lo general de carácter público, el tra-
bajador social se ha encontrado interviniendo con otros profesionales a los que debía dar ra-
zones sobre el modo en que se fundamentaba el propio trabajo. La importancia de una sólida
base teórica se ha vuelto, por tanto, y sobre todo en estos últimos años, cada vez más evidente
y se han comenzado a elaborar modelos teóricos para la práctica del trabajo social como ins-
trumento indispensable para un trabajo eficaz y correcto. Un esquema de referencia teórico
permite al profesional hacer la propia intervención predecible, es decir saber qué tipo de re-
sultados puede esperarse de la propia acción; está en condiciones por tanto de suministrar ex-
plicaciones sobre lo que ha hecho o tiene intención de hacer.
Por otra parte, los modelos teóricos ayudan al trabajador social a individualizar, confrontar
y explicar situaciones nuevas sobre la base de generalizaciones que es posible hacer de una
práctica conducida por un riguroso y sistemático proceso metodológico. Es un soporte ópti-
mo para el profesional reconocer, a través del uso de modelos teóricos, las semejanzas o las
diferencias entre las variadas experiencias de modo tal, que puede afrontar de manera dife-
renciada, pero también personalizada, las diversas situaciones sin tener que actuar por ensa-
yo y error.
Además, la posesión de sólidas bases teóricas ofrece al trabajador social un notable sopor-
te de tipo psicológico; le da confianza, seguridad en el propio modo de actuar con el usuario,
le da la sensación de estar a la altura de la situación y esto puede resguardarlo del desencade-
namiento de esos procesos psicológicos típicos de la relación usuario-profesional en los que
el trabajador social inseguro, obtiene seguridad tan solo de la dependencia del usuario, no
consiguiendo así alcanzar el objetivo del trabajo social, que es el desarrollo de la autonomía y
responsabilidad del usuario mismo. Por otra parte, el estar seguro de lo que se está haciendo
permite al trabajador social ponerse en un plano de igualdad con los otros profesionales de la
acción social, sobre todo en situación de grupo.
133
El trabajador social, especialmente en España, ha sufrido siempre una situación de in-
ferioridad y de marginalidad respecto a otros profesionales, por el hecho de que siempre
MANUALES Y ENSAYOS
134
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
94
“Objetos de intervención” en el original. Como ya he advertido en el primer capítulo, en la tradición italiana se de-
nomina “objetos de intervención” a lo que en la tradición hispano-portuguesa y americana se denomina “niveles de
intervención”, y que yo considero debería nombrarse “sujetos de intervención”, ya que las personas (individual o colecti-
vamente) en ningún caso pueden seguir siendo consideradas “objetos de ayuda” sino “sujetos colaboradores” del proceso
de ayuda e intervención (lo que implica su reconocimiento como agente, autor y actor del proceso, el relato y el proyec-
to de acción).
135
Ahora bien, coherentemente con el hecho de que, todavía hoy, el trabajo social sigue sien-
do una intervención de tipo “generalista” –y por tanto, unitaria–, que toma en consideración y
MANUALES Y ENSAYOS
95
En el capítulo 9 se realiza un desarrollo teórico y metodológico, más aplicado a la intervención, de los principales
modelos para la práctica del trabajo social. Aquí presento solo una breve síntesis, donde pueden apreciarse las diferen-
cias y puntos de contacto entre estos diversos modelos teóricos de intervención en trabajo social, según mi propia ela-
boración.
136
96
Dimensión
Modelo Ubicación Teorías de
o nivel de Autores Categorías Técnicas propias que
teórico- referencia referencia que Esquema metodológico
intervención relevantes principales desarrolla
operativo histórica96 utiliza
profesional
Solución de 1957 H. Perlman Psicología del yo, Aprendizaje social – Expresión – Coloquio interno
problemas stress, mecanismos – Reflexión – Relación profesional
de defensa, rol social. – Decisión – Uso de servicios
Ideas cognitivas
Psico-social 1964 F. Hollis Diversas teorías psi- Mecanismos de de- – Estudio – Sostén
coanalíticas fensa, insigth –D iagnóstico psico-social – Influencia directa
137
– Tratamiento (directo y de – Catarsis (o ventilación)
ambiente) – Análisis de la realidad
Individual-
(La entidad se desvanece) – Trabajo de ambiente
familiar
Funcional 1967 R. Smalley Neo-freudianas, fun- Afirmación del yo, Se supera el esquema clási- – Clarificación
damentalmente crecimiento psicoló- co Estudio-Diagnóstico-Trata- – Análisis del problema
O. Rank gico e impulso creati- miento, porque todas las fases – Sostén empático
vo, integración del yo son terapéuticas. También se – Expresión de senti-
supera la separación entre tra- mientos propios
tamiento directo e indirecto
(Importancia de la entidad y la
negociación)
96
Se identifica la fecha del primer libro, editado por el autor de referencia más antiguo, de cada uno de los modelos. En los casos en que aparecen dos fechas, la última toma como
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
referencia la publicación de la obra de otro autor contemporáneo también relevante, que se menciona.
MANUALES Y ENSAYOS
Dimensión
Modelo Ubicación Teorías de
o nivel de Autores Categorías Técnicas propias que
teórico- referencia referencia que Esquema metodológico
intervención relevantes principales desarrolla
operativo histórica96 utiliza
profesional
Centrado 1968 a 1972 E. Studt, W. Teorías del aprendi- Tarea, cambio Intervención breve sobre fac- – Contrato
en la tarea Reid y L. zaje social tores controlables, con gran – Comprensión y estí-
Epstein (Influencia de protagonismo de la entidad: mulo
Perlman) – E specificación del problema – Sostén
– Contratación – Compromiso
–P lanificación de la tarea
–A nálisis y superación de obs-
táculos
– E xperimentación y actividad
guiada
–R evisión de la tarea
– Conclusión
138
Ecológico- 1969 a 1979 W. Gordon y Teorías transacciona- Ambiente nutritivo, –D efinición de la necesidad- – Transiciones en el ci-
Individual- existencial C. Germain les entre persona y ciclo vital, identidad problema en tres áreas: ciclo clo vital
familiar ambiente personal, competen- vital, tareas o competencias, – Uso del espacio-tiempo
(cont.) Teorías del ecosiste- cia y autonomía, es- y relaciones interpersonales – T erapia relacional
ma social y de redes pacio vital, distancia –D efinición de objetivos y pla-
Teorías humanistas personal nificación de la intervención
– Intervención
Socio- 1972 a 1982 D. Jehu, E. Behaviorismo Modificación del – F ase inicial de valoración pre- – Refuerzo positivo
comporta- Thomas y B. comportamiento liminar – Extinción
mental Sheldon (No acepta los con- – F ase de modificación o man- – Refuerzo diferencial
ceptos de desarrollo y tenimiento del compor- – Modelado de res-
crecimiento persona- tamiento (utilización de puesta
les, propios del traba- técnicas socioconductistas y – Penalización
jo social) mediadores) – Refuerzo negativo
– F ase conclusión y verificación – Aprendizaje por imi-
tación
– Juego de roles
Unitario o 1973 H. Golds- Teorías ecológico-sis- Proceso de aprendi- Estrategia: – Aumento y utilización
de aprendi- tein, M. Si- témicas y otras teo- zaje social – E studio y valoración de recursos materiales
zaje social porin rías holísticas (no Influencia profesional Fijación de objetivos – Acciones didácticas
moleculares) de la e intervención en el – I ntervención, conclusión y – Guía y dirección
persona, teorías cog- sistema: intencional, verificación – Reflexión sobre pensa-
nitivas y de sociali- consciente, estratégi- Diana: miento y acción
zación ca y relacional – Individuo – Observación rela-
(Influencia del mo- Relación profesional – F amilia o grupo cional
delo de solución de de socialización de – Comunidad – Experimentación de
problemas, de los aprendizaje Fases operativas: nuevos comporta-
modelos existencia- – I nicial (contacto) mientos
les y del modelo cen- –C entral (tratamiento)
Individual- trado en la tarea de – Final
familiar Reid)
(cont.) Sistémico o 1973 A. Pincus y Teoría General de Sis- Interacción perso- Intervención profesional a tres – Empleo de recursos
integrado A. Minahan temas, perspectiva na-ambiente, cambio niveles: naturales, formales y
ecológica. programado –D el individuo sociales
(Influencia del mo- –D e la relación – Negociación del con-
139
delo de solución de –D e los sistemas trato entre sistemas
problemas y del mo- Proceso: – Formación y funciona-
delo centrado en la – Contacto miento del sistema de
tarea) – Influencia ayuda
–A dvocacy
Este modelo supera la subdi-
visión en métodos, y otras di-
cotomías habituales de otros
modelos de intervención
Solución de 1930 G. Coyle, H. Teorías cognitivas El grupo es instru- – Preparación Diversas técnicas gru-
problemas Phillips, y E. mento de desarro- – I nicio del trabajo con el pales y de dinámica de
o de fines Ryder llo democrático para grupo grupo
sociales la adquisición de una – Trabajo sobre problemas y
Grupo
“ciudadanía” respon- asunción de competencias
sable y creativa, que en el exterior del grupo
lucha por afirmar los – Valoración y conclusión
propios derechos
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
MANUALES Y ENSAYOS
Dimensión
Modelo Ubicación Teorías de
o nivel de Autores Categorías Técnicas propias que
teórico- referencia referencia que Esquema metodológico
intervención relevantes principales desarrolla
operativo histórica96 utiliza
profesional
Terapéutico 1963 G. Konopka, Psicología dinámi- El grupo es un ins- –D iagnóstico individual y de – Escucha, observación
R. Vinter ca (E. Erickson y E. trumento de ayuda, grupo, mediante escucha, y empatía
Fromm) socialización, apren- observación y empatía – Sociodrama, psicodra-
Teorías sobre el rol dizaje y crecimiento – Valoración del grupo y fija- ma y sociometría de J.
social (W. Norton) personal ción de objetivos Moreno
Dinámica de grupo, – Tratamiento, mediante la re- – Diversas técnicas gru-
sobre todo en su ver- lación profesional, la relación pales y de dinámica
sión psicodinámica de los miembros del grupo, de grupo
Sociodrama y socio- la comunicación verbal y no
metría de J. Moreno verbal, y la elección intencio-
Grupo Teorías sociológicas nada del medio ambiente y
(cont.) (Simmel, Durkheim) su reacción
140
Teorías funcionalistas
Interaccio- 1930 a 1971 C. Kaiser, W. Teoría de sistemas. El grupo es el campo – Preparación Diversas técnicas gru-
nista o de Schwartz y Teoría del campo de de desarrollo y me- – Inicio del trabajo con el grupo pales y de dinámica de
recipro- E. Tropp K. Lewin. Teorías psi- diación del funcio- – Trabajo sobre problemas y grupos
cidad co-sociales de la per- namiento personal asunción de competencias
sonalidad (Adler, y social, ya que exis- en el exterior del grupo,
Fromm, Sullivan) te una relación orgá- – Valoración y conclusión
nica-sistémica entre
el individuo y la so-
ciedad.
Organiza- 1925 a 1967 W. Pettit y Influencia de la es- Coordinación de ser- No propone un esquema me- Diversas técnicas de pla-
ción comu- M. Ross cuela de Chicago de vicios, creación de todológico específico del mo- nificación, coordinación
nitaria ecología humana. servicios, gestión delo, pero distingue tres tipos y gestión participativa
Comunidad Teorías norteame- de orientaciones: de conteni- de servicios.
ricanas sobre el do determinado, de contenido Acción inter-grupal.
desarrollo y progra- general y de proceso
mación de servicios.
Desarrollo 1956 NN.UU. (en- Teorías del subdesa- Desarrollismo – E studio de la comunidad – Técnicas de investiga-
comunitario foque de- rrollo (Myrdal, Lebret, Esfuerzo conjunto en- –P lanificación de proyectos ción social y de plani-
(exógeno) sarrollista o Rostow, etc.) tre la población y el – Ejecución ficación
externo) gobierno – Evaluación
Planifica- 1957 a 1965 R. Duocas- Teoría del cambio Planificación, proyec- – E studio de la comunidad y – Entrevistas y coloquios
ción social tella (gru- planificado, de R. tos comunitarios, par- diagnóstico comunitario con la comunidad
po CESA) y Lippitt. ticipación –P rogramación: diseño de – Técnicas de planifica-
Equipo Plan programas y proyectos para ción social y desarrollo
CCB la comunidad de proyectos y centros
– E jecución de proyectos sociales
– Evaluación – Educación de adultos
Desarrollo 1963 a 1965 E. Ander- Sociología crítica, Concientización, mo- Ander-Egg – Investigación-Acción-
comunita- Egg y M. con influencias de la vilización, liberación, – I nvestigación participativa Participativa
Comunidad rio (endó- Marchioni Escuela de Frankfurt. participación popular, –D iagnóstico comunitario y – Transferencia de tec-
141
(cont.) geno) (enfoque de Trabajo social como participación social y autodiagnóstico nologías sociales
recursos in- acción liberadora, de ciudadana –P lanificación participativa de – Educación popular
ternos) E. Ander-Egg. Peda- proyectos comunitarios – Técnicas grupales de
gogía del oprimido – E jecución e implementación diagnóstico, planifica-
y educación como – E valuación participativa ción estratégica y eva-
práctica de la liber- Marchioni luación
tad, de P. Freire. Teo- – E studio o conocimiento de la – Foros comunitarios
rías del cambio y el realidad – Círculos de cultura
conflicto social. En- –A udición e individualización – T écnicas participativas
foque de la planifi- de los problemas de educación popular
cación estratégica. – I ntervención inicial – Coloquios
Enfoque dialéctico. – I ntervención ordinaria
Teorías del actor so- – I ntervención intercomunita-
cial insertas en este ria o de zona
enfoque.
PRIMERA PARTE CONCEPTUALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL
MANUALES Y ENSAYOS
Dimensión
Modelo Ubicación Teorías de
o nivel de Autores Categorías Técnicas propias que
teórico- referencia referencia que Esquema metodológico
intervención relevantes principales desarrolla
operativo histórica96 utiliza
profesional
De redes de 1965 F. Riessman Teorías ecológicas y Red social No propone un esquema me- – Sociometría y análisis
solidaridad sistémicas. Influencia Autoayuda y hete- todológico específico del mo- de redes
o apoyo de las teorías socio- roayuda delo Se utilizan los grupos de – Técnicas de grupos
social lógicas de Durkheim, Helper therapy prin- autoayuda, ayuda mutua y he- self-help
Thomas y Znaniecki, ciple teroayuda
Park, Burguess y Mc-
Kenzie Influencia de
las conceptualizacio-
nes de Cobb, Gott-
142
lieb, Caplan y Killilea.
Comunidad Influencia del enfo-
(cont.) que existencial de
trabajo social de C.
Germain
Acción 1970 J. Rothman Teorías sociológicas Negociación No propone un esquema me- – Educación de adultos
social de estructura social Toma de decisiones todológico específico del mo- – Animación social y
y poder político, teo- Educación delo cultural
rías del consenso y Animación – Entrenamiento en ha-
conflicto. Teorías so- bilidades sociales
ciológicas y psicoló-
gicas del grupo y la
comunidad
SEGUNDA PARTE
METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
145
CAPÍTULO 7
ACERCA DEL MÉTODO
Y LA METODOLOGÍA
ACERCA DEL MÉTODO Y LA METODOLOGÍA
MANUALES Y ENSAYOS
7.1. Metodología
Para una mejor comprensión de lo que hoy se entiende por metodología y de los problemas
que comporta, quizás convenga comenzar con algunas consideraciones acerca del nacimiento
y primer desarrollo de las preocupaciones metodológicas97. Hasta el siglo xvi en el tratamiento
de los problemas (formulados desde el punto de vista filosófico) prevalecía la lógica aristotéli-
ca: la forma de adquirir conocimientos se hacía a través de la lectura de libros y el comentario
de textos. Todo esto realizado con gran respeto por los argumentos de autoridad. Hubo excep-
ciones, no acordes con el espíritu y el estilo de conocer de la época, como fueron Alejandro
Magno, Roger Bacon, Leonardo da Vinci, a los que habría que agregar Copérnico, Vesale y Gil-
bert, precursores de una nueva manera de abordaje de la realidad, que culmina y adquiere for-
ma con Francis Bacon y René Descartes.
Quince años antes que Descartes publicara El discurso del método (que como se sabe es
uno de los libros que más han influido en la configuración del pensamiento moderno), Fran-
cis Bacon, en el Prefacio de la Instauratio Magna Scientiarum, hizo el esbozo y presentación de
lo que sería el método de la ciencia. Intentó liberarla, según él decía, de “dos clases de asaltan-
tes: los que la desvirtúan con frívolas disputas, refutaciones y vana palabrería, y los que la es-
tropean con sus experimentos de ciegos, con sus tradiciones auriculares y con sus imposturas”.
Para Bacon, el conocimiento y el pensar deben mirar la realidad más que los textos. Preocupa-
do por una nueva lógica, escribe el Novum Organum. En esta obra se plantea la necesidad de
coleccionar hechos, acumular datos, multiplicar las observaciones y los experimentos, antes de
formular axiomas, proposiciones y enunciados generales. El Novum Organum se elabora, pre-
cisamente, contrapuesto a la lógica formal de Aristóteles, que sus discípulos habían recogido
bajo el nombre genérico de Organum. Con Descartes se inaugura la edad de la autonomía de
la razón y del conocimiento humano, al mismo tiempo que se plantea por primera vez la nece-
sidad de un método para los descubrimientos científicos. Este proceso culmina a fines del Re-
nacimiento (siglo xvi) con Galileo y Newton, y da lugar a la aparición de la ciencia en el sentido
moderno de la palabra, cuyas notas fundamentales son su carácter racional y empírico.
Resulta evidente que la preocupación por el método y la metodología fue engendrada
como consecuencia de las condiciones objetivas derivadas de la gran expansión y progreso
de las ciencias, especialmente de la astronomía y la geometría (que de algún modo se redes-
cubren en el Renacimiento) y el desarrollo logrado por la matemática. Kepler la aplica a la in-
vestigación de la naturaleza y más tarde Galileo la ampliaría, articulando la mecánica como
teoría matemática del movimiento de los cuerpos en general. En ese contexto intelectual se
97
En el desarrollo de este epígrafe utilizo algunos de los comentarios y revisiones que realicé a los manuscritos de tres obras
de Ander-Egg: (1992). Reflexiones en torno a los métodos del trabajo social, México, El Ateneo; (1997). Metodologías de ac-
ción social, Buenos Aires, ICSA; y, (1997). Métodos del trabajo social, Buenos Aires, Espacio. El hecho de haber formado
parte del mismo equipo de investigación entre 1980 y 2000, hace inevitable las referencias a su obra (que, en parte, ha sido
también conjunta hasta finales de los noventa). Para evitar reiteraciones bibliográficas que hagan farragoso el texto, realizo
ahora esta aclaración general, indicando en el texto únicamente las citas bibliográficas literales.
148
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
hizo necesario desarrollar nuevos procedimientos e instrumentos para hallar caminos de acce-
so a la realidad. Precisamente, fue este uno de los problemas básicos que preocuparon a Bacon
y a Descartes cuando plantearon la cuestión “del mejor camino para llegar a un conocimiento
efectivo y a la vez riguroso de la naturaleza”, y para encontrar nuevos procedimientos e instru-
mentos que fueran vías de acceso a la realidad.
Así nacen –en la historia del pensamiento humano– las preocupaciones expresas por el
método. Reconocida la racionalidad (y la libertad para expresarla) como ingredientes cons-
titutivos de la esencia humana, los problemas relacionados con el método adquirieron un
formidable desarrollo de cara a lograr un mejor conocimiento del mundo y para aplicar los co-
nocimientos en orden a la satisfacción de problemas prácticos. Un tanto ingenua o entusias-
tamente, se esperó que la metodología proveyese de un conjunto de reglas, que a modo de
un recetario, permitieran resolver problemas científicos. En la actualidad, la metodología tie-
ne propósitos más modestos: dar pautas y evaluar los procedimientos a utilizar con arreglo a
la racionalidad científica.
Actualmente la metodología ha ido adquiriendo un amplio desarrollo en una doble di-
mensión: como fundamentación teórica de los métodos, esto es, como “ciencia del método”, y
también como estrategia de la investigación que indica el orden lógico del proceso de investi-
gación. Todo ello teniendo en cuenta la naturaleza y especificidad del ámbito de aplicación de
los métodos y técnicas. El propósito de toda metodología no es el de ofrecer reglas para cono-
cer, sino una “lógica del descubrimiento” expresada en un conjunto de métodos que se opera-
cionalizan en técnicas y procedimientos. En este sentido, cuando nos planteamos la enseñanza
de la metodología del trabajo social, se hace referencia al estudio de los diferentes métodos,
técnicas y procedimientos propios del trabajo social.
Sin embargo, todo método y toda metodología en cuanto establecen –como diría Lakatos–
“sistemas de reglas de juego científico”, están condicionados por cuestiones que subyacen a
los problemas estrictamente metodológicos, tales como: cuestiones ontológicas, gnoseológi-
cas (o de teoría del conocimiento), lógicas, epistemológicas y paradigmáticas (o relativas a la
matriz disciplinaria).
Cuando se hace referencia a la metodología (como estudio del método), se suele utilizar
este término con dos alcances diferentes:
• En unos casos, se alude al estudio de los métodos en sí, es decir, el estudio del conjunto
de actividades intelectuales que, independientemente de los contenidos específicos, es-
tablece los procedimientos lógicos, formas de razonar, operaciones y reglas que, de una
manera ordenada y sistemática, deben seguirse para lograr un fin dado a resultado. Este
fin o resultado puede ser el conocer y/o el actuar sobre un aspecto o fragmento de la rea-
lidad. (En la segunda parte de este libro, donde se aborda la metodología del trabajo so-
cial, lo hago con este alcance).
• En otros casos se designa el estudio de los supuestos ontológicos, lógicos, epistemológi-
cos, semánticos, gnoseológicos, paradigmáticos y modelísticos, que subyacen en la for-
mulación de los procedimientos y procesos que ordenan una actividad establecida de
manera explícita y repetible con el propósito de lograr algo. Ahora bien, como explica
Lalande (1988) en su diccionario filosófico, la palabra epistemología designa en inglés lo
que se llama teoría del conocimiento o gnoseología. En francés y español se distingue
entre epistemología y gnoseología, pero esta distinción no es usual en italiano. Para Bun-
149
ge (1980) epistemología y filosofía de la ciencia, en cuanto “rama de la filosofía que es-
tudia la investigación científica y su producto, el conocimiento”, son la misma cosa. Para
MANUALES Y ENSAYOS
Morin (1988) la relación entre epistemología y las ciencias cognitivas es extraña. Para las
ciencias cognitivas, la epistemología es una de las ciencias que ellas abarcan; para la epis-
temología, las ciencias cognitivas son algunas de las ciencias que ella examina. Morin,
por su parte, establece una relación recursiva entre esos dos puntos de vista. Toda esta
breve referencia pone de relieve la existencia de desacuerdos en cuanto al uso de esta
terminología.
Si pretendemos analizar la significación de una metodología de acción/intervención social,
es importante formular una serie de preguntas: ¿Cuál es su marco teórico referencial? ¿Qué fi-
nalidades persigue? ¿Cuál es su intencionalidad? ¿Cuáles son los actores sociales implicados
en la metodología? ¿Cuál es la importancia relativa de cada uno de ellos? ¿Qué expresiones de
conciencia social manifiestan? ¿Qué reacciones provoca en los grupos vinculados al poder o
que detentan el dominio en el ecosistema social, ya sea económico, social, político, cultural o
ideológico? Las respuestas a estas cuestiones (aun cuando no se trate de un listado exhaustivo
de las mismas) dan un perfil bastante claro y definido de una metodología –de cualquier me-
todología– aplicada a la acción social. La tarea de formulación, o reformulación, de métodos
en el trabajo social implica dar respuesta a una serie de cuestiones previas. Considero signifi-
cativas algunas de las que propone Ander-Egg (1997a y b):
• Como cuestión preliminar a toda elaboración metodológica, hay que explicitar y precisar
adecuadamente cuáles son los objetivos del trabajo social en cuanto forma de interven-
ción social, o sea, el para qué de la acción a desarrollar. Estos objetivos determinan una
concepción del trabajo social que, en última instancia, depende de supuestos metateó-
ricos subyacentes, ya sea concebidos en términos de ideología, cosmovisión, modelo de
desarrollo, proyecto político o paradigma.
• Se ha de tener en cuenta que el trabajo social es una tecnología social fundamentada
científicamente, es decir, un conjunto de reglas prácticas y procedimientos específicos
que, mediante la aplicación del conocimiento y el método científico a objetivos prácti-
cos, se traduce en una serie de acciones o actividades concretas. A través de ellas se pre-
tende mantener, modificar o transformar algún aspecto de la realidad social, buscando
resultados específicos que se expresan en objetivos y metas pre-establecidas.
• Todo método se apoya en una teoría social, psicológica, política, antropológica, pedago-
gía o económica (según sea el ámbito de intervención). Desde ese marco se hace la lec-
tura/interpretación de la realidad sobre la que se va a actuar y de la situación-problema
que se quiere cambiar. Todo ello configura esa “amalgama” teórica que constituye el mar-
co teórico referencial de todo trabajo social que pretenda tener un fundamento cientí-
fico. Los diferentes procedimientos de intervención profesional del trabajo social tienen
este tipo de fundamentos científicos, y ellos han dado lugar a los modelos teóricos para
la práctica del trabajo social.
• Otra cuestión a considerar es todo lo referente a la necesidad de tener conocimientos
de la metodología, en el sentido más general, es decir, en el nivel de lógica de las cien-
cias. Se trata de tener un dominio adecuado del modo de abordar la realidad de acuerdo
a las exigencias del método científico, de los procedimientos empíricos y de los instru-
mentos operativos orientados al conocimiento de la realidad que se quiere conocer y
150
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
151
que se tenga de la finalidad del trabajo social y del proceso de cambio social. Consecuente-
mente con todo lo indicado, habida cuenta de los factores y aspectos interrelacionados, pode-
MANUALES Y ENSAYOS
7.2. Método
Si analizamos etimológicamente la palabra método, vemos que deriva de las raíces griegas
méta y odos. Méta (‘hacia’, ‘a lo largo’) es una proposición que da idea de movimiento y odos
significa ‘camino’. Por esto, en su estructura verbal, la palabra método quiere decir “camino ha-
cia algo”, “persecución”, o sea, esfuerzo para alcanzar un fin o realizar una búsqueda.
En sentido amplio y en el uso corriente, la palabra designa el orden que debe seguirse en
los procesos que quieren lograr un fin dado o un resultado deseado. De ahí que el método
pueda definirse como “el camino a seguir mediante una serie de operaciones, reglas y procedi-
mientos fijados de antemano de manera voluntaria y reflexiva, para alcanzar un determinado
fin que puede ser material o conceptual” (Ander-Egg, 1995).
Digamos –como otro aspecto del método– que este también debe considerarse ligado a
un dominio específico o particular. Así se habla del método de la física, del método de la bio-
logía, del método de la sociología o del método del trabajo social, etc. Cada uno de estos do-
minios hace referencia al modo de actuar en diferentes ámbitos de intervención científica o
tecnológica. Según sean las problemáticas específicas, comporta objetivos específicos y una
manera de proceder más o menos propia. No hay, pues, un método común, pero hay requisi-
tos básicos a todo método que pretende tener un fundamento científico.
Para una mejor comprensión de lo que son y no son los métodos, puede decirse que ellos
ayudan a una mejor utilización de los medios para acceder al conocimiento de la realidad, o
bien, a fijar de antemano una manera de actuar eficaz y racional con el propósito de operar so-
bre un aspecto de la realidad y evaluar los resultados de la acción.
Todo método tiene un carácter instrumental, de ahí que ningún método lleve, por sí mis-
mo, al conocimiento o a la acción más eficaz, ni a la mejor manera de evaluar los resultados.
Un método es una guía, un indicador de caminos, un modo de aproximación, y no un conjun-
to de certezas apodícticas, ya sea en relación con el conocimiento o con las acciones concretas
que se han de emprender para lograr un determinado objetivo. Ningún método es un camino
cierto para llegar a un objetivo. Más todavía, en ciertos casos es necesario cambiar de méto-
do para el progreso científico. Si siempre se utilizaran los mismos procedimientos, deberíamos
pensar en un estancamiento metodológico. En otras palabras es lo que los metodólogos ex-
presan diciendo “que la relación método-objetivo y método-fin, no es unívoca sino aleatoria”.
152
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Podemos establecer que, de acuerdo con los distintos fines (sean estos cognitivos u opera-
tivos), y de acuerdo con la naturaleza del fenómeno o hecho a estudiar, hay diferentes méto-
dos. Sin embargo, no hay que incurrir en el error de pensar que para cada fin existe un método
único. Sí puede afirmarse, en cambio, que entre todos los métodos hay uno que puede ade-
cuarse mejor al fin propuesto. Tampoco debe pensarse que los métodos son totalmente trans-
feribles, como durante mucho tiempo algunos creyeron poder trasladar los métodos de la
física a las ciencias sociales. Puede decirse que el método científico, en cuanto conjunto de
procesos sistemáticos, es el modo de proceder propio para todas las ciencias y disciplinas cien-
tíficas, pero su aplicación se hace sobre fenómenos de diferente naturaleza y los procedimien-
tos específicos son diferentes.
Ahora bien, la noción de método cubre varias significaciones. En primer lugar, se habla de
método a nivel filosófico: se trata de la acepción más amplia, general y global del término.
Con él se hace referencia al conjunto de actividades intelectuales que –con prescindencia de
los contenidos específicos– establece los procedimientos lógicos, formas de razonar, reglas,
etc., que permiten el acceso a la realidad a captar. A este nivel se habla de diferentes métodos:
inductivo, deductivo, empírico, racionalista, nomotético, ideográfico, intuitivo, fenomenoló-
gico, trascendental, dialéctico, semiótico, axiomático, cualitativo, cuantitativo, experimental,
clínico, reductivo, genético, estadístico, comparativo, comprehensivo, materialista, funcional,
estructural, histórico, formalista, etc. Y, en otras circunstancias, la expresión método se utiliza
referido a una esfera particular, como cuando se habla del método psicoanalítico, o del mé-
todo sociométrico. Y referido a nuestra disciplina, cuando hablamos de método del trabajo so-
cial. Si hago referencia a esto, que aparentemente puede parecer una erudición innecesaria,
es para que no se caiga en la simplificación (bastante generalizada entre algunos profesiona-
les) de creer que el método se reduce a este o aquel procedimiento en particular, de ordinario
vinculado a preferencias ideológicas y, en otros casos, a adhesiones fetichistas respecto de al-
gún método en particular.
Es importante señalar, a los propósitos de este trabajo, que la palabra método se puede uti-
lizar con un doble significado (Ander-Egg, 1995):
– Como estrategia cognitiva: en este caso el método consiste en aplicar una serie de co-
nocimientos lógicos a fin de adquirir nuevos conocimientos sobre hechos o fenómenos
observados.
– Como estrategia de acción: el método consiste en aplicar una serie de procedimientos
operativos, que se traducen en acciones y actividades humanas intencionalmente orien-
tadas a la transformación de una determinada situación social.
En el primero de los casos se alude a los métodos de investigación social, y en el otro, a los
métodos de intervención social propiamente dichos. Esta distinción no implica que no existan
elementos comunes entre ambos, ya que ninguna metodología de intervención social (el mé-
todo considerado como estrategia de acción) puede prescindir de métodos y procedimientos
para adquirir conocimientos acerca de la realidad. Estos conocimientos sirven y son necesa-
rios para tener una mejor comprensión de la realidad con el propósito de realizar aplicaciones
prácticas basadas en dichos conocimientos.
Para cerrar estas consideraciones en torno al concepto de método, me parece oportuno
transcribir un pasaje de uno de los pensadores contemporáneos que más ha ayudado a es-
clarecer todo lo que concierne a la investigación, el método y la epistemología: “La manera
153
de proceder característica de la ciencia se ha dado en llamar el método científico. El nombre es
ambiguo. Por una parte es merecido porque tal método existe y es eficaz. Por otro lado la ex-
MANUALES Y ENSAYOS
presión método científico es engañosa, pues puede inducir a creer que consiste en un conjunto
de recetas exhaustivas e infalibles que cualquiera puede manejar para inventar ideas y poner-
las a prueba”. Y termina Bunge diciendo: “El método no suple al talento sino que lo ayuda. La
persona de talento crea nuevos métodos, no a la inversa” (Bunge, 1980).
7.3. Técnicas
154
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
155
CAPÍTULO 8
EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LOS
MÉTODOS DE TRABAJO SOCIAL
EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LOS MÉTODOS DE TRABAJO SOCIAL
MANUALES Y ENSAYOS
Habitualmente, cuando se habla de los métodos del trabajo social, no se hace referencia a los
métodos en general, ni al método científico en particular, sino al método profesional. Con esta
expresión se alude a las formas de actuación que tienen “como fin la obtención de determi-
nados resultados prácticos, la modificación de cosas o situaciones reales. La materia a ser or-
denada ya no es solamente el pensamiento humano, puede incluir también las actividades
prácticas. El problema metodológico en el ámbito de las profesiones se refiere fundamental-
mente al orden que debe seguir, en las operaciones y procedimientos lógicos y prácticos para
obtener los resultados de modificación de situaciones reales” (Dantas, 1970).
Pero los métodos profesionales no nacen de manera espontánea, ni se elaboran repen-
tinamente. Son el resultado de un proceso. El ayudar a la gente (durante siglos una acción
social espontánea), se fue tecnificando hasta transformarse en una profesión. Y al constituir-
se como profesión, los procedimientos se formalizaron dando lugar a los métodos de ac-
tuación.
Los diferentes métodos del trabajo social también son parte de un proceso. Y dentro de
ese proceso se han ido configurando los llamados métodos clásicos: caso, grupo y comunidad.
Hasta la segunda década del siglo xx, se puede decir que el trabajo social se encontraba en una
etapa pre-profesional. Como es común con otras profesiones existían algunos procedimientos
de actuación que, de una manera poco formalizada, se habían ido elaborando a través de ex-
periencias sucesivas. Las situaciones-problema derivadas del proceso de industrialización, la
urbanización y los rápidos cambios sociales, demandan de una acción personal e institucional
más eficaz. Como consecuencia de ello, las formas de intervención social se van formalizando,
en el sentido de ir siendo más sistemáticas. Por una parte, las prácticas se organizan de acuer-
do a criterios metódicos y, por otro lado, se utilizan y aplican los conocimientos de varias cien-
cias humanas, especialmente de la sociología y la psicología, al mismo tiempo que las pautas,
criterios y exigencias del método científico se comienzan a aplicar a los métodos de interven-
ción social98.
La constitución de una metodología del social work representó una evidente ampliación
y mejoramiento de las formas tradicionales de acción social. En efecto, la idea de “método de
trabajo social” implica que se pretende ir más allá de la simple experiencia de una o varias ac-
ciones emprendidas para realizar tareas de asistencia social. Con la propuesta de un trabajo
metódico, o si se quiere de un método, se pretende que las acciones que se realicen tengan un
principio organizador y una coherencia y coordinación operativa.
En los años veinte se establece el que se ha considerado primer método profesional (caso
social individual); a mediados de los años treinta el trabajo social de grupo es admitido formal-
mente como el segundo de los métodos profesionales; luego queda consagrado el tercero de
los métodos clásicos: organización de la comunidad.
98
Uno de los trabajos más detallados sobre la evolución del trabajo social como disciplina puede consultarse en la tesis
doctoral de Miguel Miranda (2003): Pragmatismo, interaccionismo simbólico y trabajo social. De cómo la caridad y la filan-
tropía se hicieron científicas, Tarragona, URV [Disponible en:
http://www.tesisenred.net/bitstream/handle/10803/8406/tesis_completa.pdf?sequence=22].
158
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Si bien a veces se habla del “método de caso”, la expresión correcta y completa es “caso social
individual”, o “caso individual”. Con esta expresión se designa la ayuda social que se presta a ni-
vel individual utilizando una serie de procedimientos que configuran el llamado método de
caso social individual. Ha sido el primer método que fue sistematizado dentro de la profesión.
Su aparición corresponde a la etapa de tecnificación de la beneficencia que se inicia en Euro-
pa, principalmente en Inglaterra en donde se comienzan a utilizar, en la asistencia a los pobres
y a los socialmente desposeídos, una serie de procedimientos formalizados. Esto se da funda-
mentalmente en las Sociedades de Organización de la Caridad (COS) que luego adquirieron
gran desarrollo e importancia en los EE. UU., no solo como forma institucionalizada de ayuda a
los necesitados, sino porque las COS constituyen el ámbito en donde fue posible ir avanzando
en la formalización de los procedimientos a seguir en el trabajo social.
No debemos olvidar que el método de caso se elaboró teniendo en cuenta el modelo clí-
nico-terapéutico de la medicina. Durante muchos años este modelo influyó decisivamente en
la configuración y desarrollo de la metodología del trabajo social y sus componentes básicos
son: estudio, diagnóstico y tratamiento (Richmond, 1917). De ahí que se haya denominado
“modelo clínico-normativo” y que algunos consideren que fue formulado de esa manera, por
los trabajos que Mary Richmond realizó con el médico Dr. Richard Cabot.
Aunque su primera obra es de 1917 (Social Diagnosis101) con la publicación en 1922 del li-
bro de Mary Richmond What is Social Case Work? (1922), se fundamenta y se sistematiza la me-
todología del caso social individual, definida por esa autora como “el conjunto de métodos que
desarrollan la personalidad, reajustando consciente e individualmente al hombre a su medio”.
Si analizamos la obra de Mary Richmond, y las noticias que tenemos de su práctica, resulta
bastante evidente que ella nunca consideró el “caso individual” en cuanto tal, es decir, descon-
99
Estos llamados “métodos auxiliares” del trabajo social han tenido esta consideración en la tradición norteamericana del
trabajo social, y no tanto en la tradición latina.
100
Para un estudio exhaustivo de la evolución histórica del trabajo social, véase: Miranda (2003), Ander-Egg (1984a), Moix
(1980), y Trattner (1994).
101
La primera edición completa en castellano de esta obra clásica y fundante del trabajo social, la ha realizado el Consejo
General del Trabajo Social de España en 2005.
159
textualizado de su entorno. Había en ella una perspectiva sociológica en el abordaje de los
problemas individuales. Sin embargo, la creciente influencia que, a partir de los años veinte,
MANUALES Y ENSAYOS
va adquiriendo el psicoanálisis en los EE. UU., también se pone de manifiesto en el case work.
Como consecuencia de ello, a partir de entonces adquirió una orientación predominantemen-
te psicologista. Tratándose de un método para tratar “casos individuales” no podía descuidar la
dimensión psicológica, pero lo que ocurre es que todos los problemas del individuo se plan-
tearon en términos de “desórdenes en el funcionamiento intrapsíquico, debido a la fuerte in-
fluencia de la teoría psicoanalítica: ansiedad incontrolable, culpabilidad, defensas paralizantes
y temas libidinosos y agresivos que dañaban las relaciones interpersonales” (Hill, 1986). Esto
condujo a que en la práctica profesional se prescindiese, o más frecuentemente, no se valora-
sen suficientemente los condicionamientos del entorno familiar, vecinal y social del “caso”. En
suma: el método limitó y acotó demasiado su perspectiva de análisis.
De esta forma el psicoanálisis se transforma en el sustento y base científica, o si se quiere
decir en otros términos, en el marco referencial del método de caso social individual en sus orí-
genes. Esto aporta nuevas dimensiones y perspectivas a los profesionales de este campo, y el
case work adquiere una fuerte coloración terapéutica: trabaja con los componentes emocio-
nales de la persona que demanda ayuda y apela a todos los recursos de la personalidad de la
misma, tanto para analizar la situación del usuario, como para programar su tratamiento.
Desde el punto de vista práctico se otorga una gran importancia, como procedimiento
operativo, a la capacidad de “relación” (relationship). Como explico un poco más adelante al ha-
blar de rol del trabajador social en el método de caso, esto hace a la índole misma del método.
Para la preparación del diagnóstico y tratamiento se tiene en cuenta cuál es la situación del in-
dividuo con su familia, y cómo esta ha influido en la formación de la personalidad. Además, los
trabajadores sociales que tienen una cierta formación psicoanalítica, están “atentos” en la reali-
zación de sus diagnósticos, por incorporar la influencia que pueden tener las constelaciones o
procesos psíquicos inconscientes que, si bien actúan sobre la conducta, escapan a la concien-
cia, pues el individuo no se da cuenta de ello.
Una de las tendencias psicoanalíticas que selló durante unas décadas el método de caso,
quedó expresada en el libro de Virginia Robinson, A changing in social case work (1930), cuyo
título es representativo por sí mismo. Superando la perspectiva y enfoque de inspiración freu-
diana ortodoxa, Robinson enfatiza las potencialidades de la persona para salir de su situación
y para utilizar los recursos apropiados de cara a resolver sus propios problemas. Durante este
período (1925/40 aproximadamente), muchos trabajadores sociales son ocupados en hospi-
tales, y de manera especial, en hospitales psiquiátricos y para atender problemas familiares.
Es interesante destacar, además, que esta orientación psicologista produjo también su im-
pacto (no podría ser de otra manera) en lo estrictamente metodológico: se abandonan los
procedimientos de encuesta social y se adoptan los que son más propios de la psiquiatría (de
manera particular la entrevista). Era el corolario lógico y natural del marco teórico en que se in-
sertaba el trabajo social de caso.
Sin embargo, la depresión del año 1929 y la crisis posterior hicieron sentir sus efectos
también sobre el enfoque del método de caso: comenzaron a llamar la atención los factores
económicos y sociales que hasta entonces se consideraban, de hecho, irrelevantes para el tra-
tamiento del caso individual. Los problemas producidos como consecuencia de la inseguridad
económica orientaron la acción hacia la familia, más que al individuo aislado.
160
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Los nuevos problemas que plantea la sociedad norteamericana van modificando el en-
foque que adquirió el método bajo el impacto del psicoanálisis: comienzan a llamar la aten-
ción los factores que, en el tratamiento del caso, están más allá del individuo. Tanto es así que,
en 1940, aparece el concepto de caso psico-social, acuñado por Gordon Hamilton, en su libro
Theory and practice of social case work. Más de una década después, en una edición revisada
del libro, la misma Hamilton plantea la necesidad de vincular el trabajo social individual con
los problemas generales de la política social, puesto que “no es posible resolver con éxito pro-
blemas de interrelación si se carece de una sana estructura económica y política”. Sin embargo,
en la práctica el método mantiene su preponderancia psicologista.
Terminada la segunda guerra mundial, el caso social individual focaliza su atención sobre
una nueva problemática, aunque siempre con la perspectiva y el instrumental psicoanalítico, a
saber: la conexión entre el “yo” y las exigencias del mundo externo. Esto queda puesto de ma-
nifiesto en el artículo publicado por Swithun Bowers (1949), quien propuso una definición del
case work que tuvo una gran aceptación entre sus colegas norteamericanos. Dice así: “Arte que
utiliza los conocimientos aportados por la ciencia de las relaciones humanas y la práctica de
los contactos sociales, con el fin de movilizar los recursos de la persona al objeto de provocar
una mejor adaptación del cliente a su medio”.
Muy parecida es la definición de la Encyclopedia of Social Work: “Restituir, revitalizar o re-
construir el funcionamiento social de individuos y familiares con problemas en sus relaciones
interpersonales o con el medio ambiente”.
Durante este período de influencia psicoanalítica en el casework se fueron perfilando dos
orientaciones o modelos principales:
• La diagnóstica o modelo clínico-normativo de inspiración freudiana ortodoxa que apli-
ca los principios del psicoanálisis, tanto para realizar el diagnóstico, como en el tratamien-
to y/o procedimiento de tipo clínico. Esta perspectiva o enfoque teórico se introduce en
el social work fundamentalmente a través de Anna Freud y se expresa –en el campo es-
trictamente profesional del trabajo social– a través de Helen Perlman y Florence Hollis.
• La funcional o modelo de crisis basada en la “teoría de la voluntad”, versión psicoanalí-
tica que tiene su origen en el pensamiento de Otto Rank. Este discípulo de Freud, consi-
derando que el tratamiento psicoanalítico era lento y de extensa duración, propuso las
llamadas “terapias breves”, que luego se operacionalizaron en el social work a través de la
obra de Virginia Robinson antes mencionada.
Estas dos corrientes son dominantes en el método de caso, hasta que se inicia la influencia
del conductismo, que sirve de fundamento a lo que se ha denominado el modelo socio-con-
ductista. Este enfoque tiene su marco referencial en la escuela psicológica fundada por John
Watson y otros fisio-psicólogos norteamericanos. Definida la psicología behaviorista por Wat-
son como “la ciencia de las acciones recíprocas que se ejercen por estimulación, ajuste y res-
puesta entre su organismo y su medio”, su influencia se expresó en el caso social individual, en
una nueva forma de tratamiento.
Como marco teórico y como propuesta operativa, el behaviorismo se apoya en los siguien-
tes supuestos:
– Todo lo que realmente puede conocerse de la persona humana es su comportamiento
observable; el método introspectivo es fútil e ilusorio, puesto que las ciencias humanas
deben limitar su estudio a la observación del organismo en situación.
161
– Todo hecho psicológico, especialmente todo comportamiento, se reduce a la pareja es-
tímulo-respuesta (los estímulos pueden ser externos o internos).
MANUALES Y ENSAYOS
– Todo comportamiento puede ser modificado en la forma deseada; las técnicas de “modi-
ficación de conducta”, elaboradas por B. E. Skinner aplicadas al trabajo social, son el me-
jor ejemplo de ello.
– Todo comportamiento social es comportamiento aprendido y puede ser modificado por
los mismos medios.
Quizá las obras que mejor expresen la traducción del behaviorismo al social work, son dos li-
bros publicados en 1967. Uno en los EE. UU., Socio-Behavioral Approach and Aplication to Social
Work, de Edwin J. Thomas; y otro publicado en Inglaterra, de Derek John, Learning Theory and So-
cial Work. En el caso de los países de habla española, tuvo una gran influencia entre los partidarios
de este enfoque, el trabajo de Edwin Thomas (1968) titulado Selected Sociobehavioral Techniques
and Principles: An Approach to Interpersonal Helping, que fue publicado en el primer número de la
Review of Social Work, y posteriormente traducido y publicado como libro en Argentina.
Después de los años cincuenta, la creciente aplicación del método a la terapia familiar, con
la intervención de los trabajadores sociales en equipos interdisciplinares, da lugar al llamado
modelo de comunicación-interacción que, en los años ochenta, está fuertemente influencia-
do por el enfoque sistémico.
Tanto el enfoque sistémico, como la psicoterapia centrada en el cliente de Carl Rogers,
a fines de la década de los ochenta, dan una nueva tonalidad o perspectiva al método de caso.
El primero contextualiza la situación del caso individual; el segundo acentúa la importancia de
potenciar la acción de la misma persona, para poder superar su situación.
En España el caso social individual ha tenido siempre –salvo raras excepciones– una menor
tonalidad psicoanalítica, aunque ha mantenido un cierto enfoque psicosocial. Quizás la defini-
ción del caso social individual propuesta por la Asociación Nacional de Asistentes Sociales de
Francia, refleja más claramente lo que ha sido la práctica de este método no solo en Francia,
también en España, Portugal e incluso América Latina. Dice así: “Una ayuda total que, en todos
los casos, tiene en cuenta los factores psicológicos con el fin de hacer eficaz todo tipo de ayu-
da material, financiera, médica o moral” (ANAS, 1957).
En nuestro entorno, el trabajo social con casos, más que un tratamiento de la persona, ha
sido –y es todavía en muchas ocasiones– un procedimiento o modo de enseñar a la gente el
mejor aprovechamiento de la ayuda material, financiera, sanitaria o emocional que se le podía
prestar. Este método suele reducirse en bastantes ocasiones, como advierte Virginia Paraíso, “a
impartir algunas enseñanzas, a ayudar a la gente en sus trámites administrativos, a efectuar la-
bores de referencia y enlaces y, otros tipos de servicios de ayuda que dejan de ser medios para
convertirse en fines” (Paraíso, 1969). En otros casos, se trata de proporcionar una atención y
cuidados de naturaleza psicosocial a la persona y su entorno, a fin de que esta pueda enfren-
tar situaciones problemáticas, de conflicto, crisis, desequilibrio o inadaptación social. En este
sentido, los dos conceptos ingleses caring y curing examinados en el primer capítulo (Mora-
les y Sheaford, 1992), sintetizan el tipo de acción profesional y los objetivos propios del traba-
jo social de caso102.
102
Aunque fuera de este análisis histórico, considero pertinente en este punto hacer referencia a la acción profesional de
“gestión de caso” o Case Management; que entiendo podríamos considerar (al menos en España y otros países de nuestro
162
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Según algunos de los autores que son, de alguna manera, los clásicos en la primera etapa
de formalización de este método, los componentes operativos o fases del mismo son las si-
guientes:
Presentado de una manera casi esquemática, pero indicando sus aspectos sustanciales, el
método de caso se articula de acuerdo al siguiente esquema operacional:
• Se parte del supuesto que la persona potencialmente puede ser sujeto y objeto de su
propio desarrollo, en consecuencia se espera que tome alguna iniciativa para salir de su
situación, en ciertas circunstancias esa iniciativa se toma “inducida”, “sensibilizada” o “mo-
tivada” por el trabajador social.
• El proceso se inicia cuando alguien solicita ayuda a una institución, sea esta ayuda un
servicio o una prestación con la que el demandante cree poder resolver su problema o
necesidad. En algunos casos la institución, a través del trabajador social, toma la inicia-
tiva.
• Al realizarse esta entrevista de solicitud el usuario expone el problema (o lo que él cree
que es su problema) y el trabajador social toma la información, elabora una ficha, docu-
mento o expediente según el caso. En algunas instituciones existen formularios a este
efecto, en otras se toma nota de los antecedentes.
• Desde esta primera fase es importante establecer una relación/comunicación adecua-
da con el usuario, la que comporta dos cuestiones fundamentales: revelar verdadero in-
terés por la persona y garantizar el secreto de lo que se trata.
• Se estimula al sujeto/usuario para analizar su situación y reconocer su problema, pero,
sobre todo, para que tome la iniciativa de cara a resolverlo, o a comenzar a hacer algo
para resolverlo.
entorno), como una versión actualizada y/o adaptada del tradicional trabajo social de caso, en nuestras sociedades indus-
trializadas, con una población creciente en situación de dependencia funcional cada vez más cronificada. Para el caso de
España, considero que esta “gestión de caso” es una “asignatura todavía pendiente”, a pesar de los esfuerzos que se vienen
realizando para promover su conocimiento e implementación práctica. Para una profundización de la “gestión de caso”
es de gran interés el n.º 25-26 de la revista Políticas Sociales en Europa, dedicado monográficamente a “Gestión de caso (y
métodos afines) en servicios sanitarios y sociales” (2009); así como el libro dirigido por Demetrio Casado en 2008, titu-
lado Coordinación (gruesa y fina) en y entre los servicios sanitarios y sociales; ambos publicados en Barcelona por la edito-
rial Hacer.
163
• Esta entrevista-solicitud que suele tener cuanto más una hora de duración, no solo ha de
servir para que la persona exponga su problema, en algunos casos ya puede comenzar el
MANUALES Y ENSAYOS
tratamiento del caso y orientarlo en la resolución del mismo. Como no siempre el proble-
ma puede ser solucionado en esta primera entrevista, se acuerdan los próximos pasos a
dar, o sea, programar su tratamiento.
• El tratamiento o seguimiento del caso puede ser muy variado, de acuerdo al problema
y las características del usuario. Puede exigir tanto visitas domiciliarias como que la per-
sona siga concurriendo a la oficina de trabajo social. Lo sustancial del trabajo en esta fase
es orientar la búsqueda de los medios disponibles para la solución de problemas.
• Dentro de la tradición de utilización de este método, suele ser siempre el mismo traba-
jador social el responsable de todas las actuaciones de cada caso particular. Solo por
excepción y circunstancias muy especiales se puede cambiar el trabajador social respon-
sable de un caso.
• Ya metido en el tratamiento del caso, se presentan dos problemas organizativos: estable-
cer el cupo (case-load) de casos que cada trabajador social puede tratar; y saber organi-
zar el archivo de trabajo.
• Por último, como en todo tratamiento está el fin del proceso: se cierra el caso, ya sea por-
que está resuelto el problema, porque se ha llegado al límite de un período dispuesto por
la institución para el tratamiento de determinados problemas, o bien porque se produce
un retiro gradual conforme se va resolviendo el problema o satisfaciendo una necesidad.
Por la índole misma de este método, el rol del trabajador social, o si se quiere decir con más
precisión, su presencia personal, juega un papel fundamental dentro del proceso metodológi-
co. Resulta evidente que, por la naturaleza misma del método de caso, las “relaciones interper-
sonales” tienen una importancia central. Es esencial que el trabajador social, en su relación con
las personas que recurren a él, sepa construir un clima de libertad para la expresión personal y
para una mejor exploración, indagación y estudio del caso a tratar.
Estas relaciones interpersonales se pueden definir en términos rogerianos, como una for-
ma de “consideración positiva”, y que en el lenguaje de muchos trabajadores sociales se expre-
sa en términos de calidez humana.
Siendo esto así, la presencia, el modo de ser y el entorno influyen decididamente en el logro
de resultados significativos y positivos. En este punto puede ser de gran ayuda para un buen
desempeño del rol profesional, el trabajo de Jack Gibb (1963) sobre las categorías de conductas
propias de ambientes de ayuda. Gibb desarrolló seis pares de categorías de ayuda y defensivas.
164
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
La actitud descriptiva se expresa en que el trabajador social, recoge los datos e informa-
ción sobre el problema, sin dar juicios de valor sobre el comportamiento del usuario. Y cuan-
do decimos no dar juicio de valor, no me refiero solo a lo que se dice, sino también al tono de
la voz y a la conducta o lenguaje no verbal en general.
En cuanto a la orientación del problema, traducido esto al tratamiento del caso, es la an-
títesis de la manipulación. Se trata de ayudar a diagnosticar el problema, a plantearlo en sus
justos términos y ayudarle a buscar una solución, respetando el derecho de autodetermina-
ción del usuario. Esto supone una conducta permisiva, porque acepta que la persona establez-
ca sus propias metas y tome sus propias decisiones, participando en el análisis de su situación
y en la búsqueda de soluciones para superar a la misma. Por otra parte, el usuario puede acep-
tar o no los consejos y la ayuda que le ofrecen.
Una conducta en las relaciones interpersonales es espontánea cuando no se utilizan es-
tratagemas para persuadir a actuar de manera tal que el otro haga lo que uno quiere. Las tri-
quiñuelas de manipulación, en cuanto son descubiertas, despiertan reacciones defensivas o
de rechazo.
Frente a la neutralidad proclamada por algunos, considero que el trabajador social ha de
tener una conducta empática hacia la persona que acude a él. La empatía, como lo explica Ro-
gers, es “un sentir el mundo interior y personal del otro como si fuera propio”. Esta compren-
sión empática consiste en la capacidad de participar en una realidad ajena comprendiendo las
conductas de los demás, sus motivaciones profundas, sus perspectivas vitales. Esto permite, a
su vez, penetrar los sentimientos, ideas y perspectivas del otro y, por lo tanto, comprender al
otro en lo que este es y comunica.
En la utilización de este método tiene una gran importancia lo que se ha dado en llamar
la destreza en la relación, puesto que más que cualquiera de los otros métodos requiere
de una mayor individualización de cada persona. Para ello hay que saber crear un ambien-
te en el que el sujeto –en cuanto a persona– se sienta en igualdad con el profesional. Si se
establece una relación dicotómica jerarquizada entre el trabajador social y la persona, y se
hace sentir la “superioridad” o “autoridad” del profesional, difícilmente permite que el otro
crezca.
Por último, y este es un aspecto sustancial, la persona que acude con “su” problema, debe
participar en el análisis y solución del mismo, de modo tal que quede ligado a su propio tra-
tamiento. Y en lo que concierne a las orientaciones que proporciona el trabajador social, hay
que desterrar toda forma de certeza absoluta en las mismas; por el contrario, hay que insistir
en la idea de búsqueda conjunta. La persona atendida debe dejar de ser tratada o considerada
“objeto de ayuda” porque lo que realmente ha de ser es un “sujeto colaborador”.
Dicho todo lo anterior sobre el desempeño profesional, en cuanto a las relaciones inter-
personales en el método de caso social individual, cabe preguntar ahora: ¿cuáles son los roles
profesionales desempeñados en la utilización de este método? Teniendo en cuenta lo que se
hace, podríamos hacer un largo listado. Señalamos algunos: receptor de problemas cumplien-
do, a veces, una simple labor de registro administrativo; orientador para que la gente busque
resolver sus propios problemas; gestor, como intermediario entre los usuarios y la institución;
proveedor de servicios; consejero y, en algunos casos, hasta terapeuta.
Estos roles suelen tener un corte asistencial/rehabilitador, con no pocas tareas de gestor,
cuando no simples funciones administrativas y burocráticas.
165
8.1.4. Modelos de trabajo social de caso
MANUALES Y ENSAYOS
Haciendo un balance sintético de la evolución histórica del trabajo social de caso hasta la ac-
tualidad, podemos afirmar que, en el transcurso de su historia, sobre todo en aquellos países
en donde tiene una más larga tradición, se han ido elaborando diversos modelos para la prác-
tica103. En la formulación de estos modelos para la práctica del trabajo social con casos indivi-
duales y familiares se ha percibido, sobre todo en América, la dificultad tanto de orientarse de
modo correcto entre los diversos planteamientos de las ciencias sociales, como de definir el
objeto principal de análisis y de intervención (el individuo, el ambiente social, o ambos). Ini-
cialmente, el interés se centraba en los condicionamientos ambientales, luego, durante los
años veinte, sobre todo con Mary Richmond y bajo la influencia de las ideas freudianas, se
acentuó el estudio de la personalidad humana y se desarrolló un modelo de casework que dio
vida a la orientación llamada “escuela diagnóstica” para subrayar el hecho de que el elemento
central estaba constituido por el diagnóstico psicológico de la personalidad como fundamen-
to para la intervención del trabajo social. Posteriormente los modelos operativos del trabajo
social que se han desarrollado, han mostrado un mayor interés por los aspectos psicosociales
de la personalidad y por los aspectos estructurales que sobre ella influyen, especialmente en
la relación que se crea con la entidad asistencial y sus agentes profesionales. Este impulso ha-
cia la elaboración de estos diversos modelos operativos del trabajo social ha venido, en parte,
de la crisis económica de los años treinta y de las consecuencias que tuvo sobre la elaboración
de proyectos asistenciales públicos y privados realizados precisamente a través de entidades
asistenciales. Pero también, en gran parte, de las ideas neo-freudianas que superando el de-
terminismo de Freud, valorizan los aspectos más propiamente psicosociales, interaccionales
de la personalidad y sobre todo afirman la posibilidad de que “el Yo libre de conflictos” (Hart-
man) interactúe también con el ambiente, sobre la base de un dinamismo interno que lo mo-
tiva y empuja a realizarse a través de la relación con los otros. Se llega así al modelo funcional
que fue influenciado sobre todo por las ideas de Otto Rank y fue inicialmente elaborado por
Virginia Robinson (1930).
Con posterioridad, sobre todo desde los años cuarenta a los sesenta, maduró un nuevo
modelo de trabajo social, que llamaría sobre todo “psicosocial”, en el que confluyeron tanto las
ideas de los neo-freudianos –Ana Freud, Karen Horney, Erikson o Sullivan–, como las de aque-
llos que comenzaban a elaborar una nueva línea de pensamiento que bajo el nombre de psi-
cología humanista, como Rogers y Maslow insisten sobre todo en reconocer en la persona una
serie de potencialidades que pueden ser desarrolladas si se logra encontrar un terreno de cul-
tivo favorable en el propio ambiente familiar y social. También fueron recogidas con interés
las ideas elaboradas en la psicología social, la antropología cultural y la sociología en torno al
103
Tanto en el método de caso como en el de grupo, debo hacer una mención crítica a la que considero ha sido su práctica
real en España. La práctica en nuestro país del trabajo social con casos y grupos me parece que ha sido mayoritariamente
desviada, por burocratizada, de los diversos modelos teóricos. Posiblemente, el éxito corporativo del trabajo social en nues-
tro país en la conquista y configuración de los servicio sociales según un modelo administrativo, ha generado importantes
dificultades para la práctica genuina de la profesión en los niveles individual, grupal y comunitario. En ámbitos privados,
como Cáritas, tampoco se pueden apreciar, en mi opinión, manifestaciones de celo por la práctica genuina del trabajo so-
cial. Me permito esta anotación crítica, porque la docencia en trabajo social no debería tener solo un significado histórico e
informativo, sino también funcional y práctico; sobre todo si queremos evitar el estudio de la disciplina que confiere iden-
tidad a nuestra profesión, sin cuestionarnos su pobre aplicación.
166
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Durante más de veinte años el caso social individual fue el único método profesional recono-
cido. Sin embargo, la práctica del trabajo social con grupos es de muy vieja data. Nace antes
que apareciese el social work como profesión, y se desarrolla luego, en parte desligado de este
campo profesional. Ya en los años veinte los trabajadores sociales utilizaban el trabajo con gru-
pos como forma de intervención profesional en programas de juventud, recreación, organiza-
ción de campamentos de exploradores y en la organización y funcionamiento de los centros
vecinales. Todas estas experiencias van planteando la necesidad de sistematizar las formas y
104
Más conocido en español como “modelo socio-comportamental” o “modelo socio-conductista”, según la traducción que
se realice del término inglés behavior (comportamiento o conducta).
167
procedimientos de trabajar en y con grupos. El group work fue considerado inicialmente como
un “campo de actuación”, luego un “movimiento” y más tarde un “objetivo” o “meta”. Pero a me-
MANUALES Y ENSAYOS
dida que se fue perfilando su enfoque, ámbito y modalidad operativa, fue adquiriendo el ca-
rácter de método específico del trabajo social.
Tres han sido los autores latinos que con mayor profundidad han estudiado la evolución de
este método: N. Kisnerman (1969 y 1998) que analizó los antecedentes norteamericanos an-
teriores a la introducción del método en América Latina; E. Ander-Egg (1984a y 1992) que ha
estudiado su evolución en Norteamérica, Europa y América Latina hasta la década de los ’70;
y M. Moix (1991) que ha centrado sus investigaciones en los autores anglosajones hasta la dé-
cada de los sesenta. Más recientemente, han aparecido diversos artículos y publicaciones so-
bre trabajo social de grupo, en los que se incluyen reflexiones acerca de la historia y evolución
de este método (Domenech, 1998; Escartín, 1992; Rossell, 1998). Todos ellos coinciden en lí-
neas generales en lo relativo a la mención de los principales antecedentes, fases de evolución
y características del proceso histórico del método. A la luz de estos trabajos previos, realizaré a
continuación una breve síntesis histórica del trabajo social de grupo.
8.2.1. Algunos antecedentes: del trabajo con grupos al trabajo social de grupo
Como acabo de indicar, esta modalidad de trabajo no fue considerada –cuando ya se había
institucionalizado y profesionalizado el trabajo social–, una forma de intervención profesional,
aunque el “trabajar con grupos” era un procedimiento utilizado como forma de ayuda desde fi-
nales del siglo xix. Bajo el impulso de ideas humanistas y de preocupaciones éticas, sociales y
religiosas, se inician en Inglaterra a mediados del siglo xix, dos tipos de movimientos que impli-
can un trabajo con grupos, en los que se establece una cierta formalización de reglas de actua-
ción para el logro de determinados objetivos. Por un lado, está el Settlement Movement y por
otro las asociaciones cristianas de jóvenes.
Quizá el antecedente más importante en este campo fue el antes mencionado Settlement
Movement, asociado a los nombres de Toynbee (tío del conocido historiador del mismo nom-
bre) y de Samuel Barnett. En los años ochenta del siglo xix Toynbee, que era profesor de la
Universidad de Oxford, para realizar mejor su tarea de promoción de la gente ocupaba una ha-
bitación alquilada, apenas amueblada, que le permitía vivir inserto en medio del pueblo traba-
jador y en condiciones similares. Su acción consistía, fundamentalmente, en compartir con ellos
la vida en grupo. El canónigo Barnett, fuertemente impactado por la acción de Toynbee, orga-
niza en su parroquia de San Judas, en Londres, un centro vecinal (settlement) al que denomina
Toynbee Hall y que comienza a funcionar en 1884. En esta asociación no se atendían casos indi-
viduales. La actividad fundamental consistía en que los trabajadores, juntamente con estudian-
tes y profesionales sensibilizados, en relación amistosa (no profesional, ni de maestro a pupilo),
organizaban actividades concretas en el campo de la ayuda médica, la educación (especial-
mente de adultos), la organización y funcionamiento de clubes de niños y jóvenes (Moix, 1991).
Dos principios básicos inspiraban la modalidad operativa del Toynbee Hall:
– Los problemas se resuelven mejor dentro del grupo.
– Los grupos organizados compensan a los ciudadanos de la sensación de aislamiento y
soledad que ha traído consigo la revolución industrial.
168
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
En cuanto al espíritu que animaba este trabajo, está resumido en el ideal formulado por
Barnett: “El que ayuda y el ayudado (deben estar) en amistosas relaciones” (The helper and hel-
ped in friendly relations).
Además de la experiencia de los settlements, se desarrolló otro movimiento que, por su
misma práctica, significa tanto la utilización, como la acumulación de una amplísima experien-
cia de trabajo con grupos. Se trata del movimiento que nació bajo la inspiración e impulso de
George Williams, quien movido por preocupaciones éticas y religiosas fundó las Asociaciones
Cristianas de Jóvenes, más conocidas por las siglas YMCA e YWCA. El modo de acción en esta
organización ha sido, y es, la realización de actividades a través de grupos de jóvenes. Apare-
cen luego otros movimientos: Boy Scouts, organización de campamentos, programas de re-
creación, clubes de niños, etc., los cuales dan lugar al trabajo con grupos, realizado con una
cierta formulación de procedimientos. Otras experiencias como los centros judíos, los cam-
pings y los campamentos femeninos, condujeron a un tipo de organizaciones que se denomi-
naron “agencias de trabajo de grupo”. Pero no solo en el campo del trabajo social se desarrolla
el trabajo con grupos, sino también en el ámbito de la educación y de la psicología (casi siem-
pre con propósitos terapéuticos). Como bien lo señaló en su momento Gisela Konopka, “las
sombras de la Alemania fascista aumentaron la luz que las personas interesadas en el trabajo
de grupo habían tratado de arrojar sobre la importancia cualitativa de la vida del mismo (...). La
locura que hacía presa en sociedades enteras en esta época pareció conseguir entre los traba-
jadores de caso una mayor apreciación del grupo y entre los profesionales de este una mayor
consideración de las dinámicas individuales” (Konopka, 1963).
Esta “metodología” influyó en experiencias similares en otros países, especialmente en EE.
UU., en donde adquieren un gran desarrollo los centros vecinales (Settlements Houses). Años
después, en ese mismo país, S. Slavson (a partir de 1912) inicia una aplicación más tecnificada
del trabajo con grupos, cuando comienza su labor con colectivos de niños en las barriadas po-
bres. Con posterioridad, el mismo Slavson, juntamente con J. Lieberman, organiza programas
con grupos infantiles. Las experiencias de ambos van sistematizándose y fundamentándose
científicamente; en 1931 aparece el libro Creative Camping, publicado por ambos y en el que
recogen sus experiencias. Y en 1937, Slavson publica Creative Group Education.
Sin embargo, mucho antes, a comienzos de los años veinte, Mary Richmond y Edward Lin-
deman vislumbran las tendencias hacia el trabajo con grupos: la primera habla de un “tra-
tamiento social” que podría llamarse psicología del grupo pequeño, y Lindeman habla de
algunas modalidades en el trabajo con grupos. Como el trabajo en los Settlements Houses ad-
quiere un gran desarrollo, estos constituyen un importante campo de aplicación del trabajo
con grupos dentro de la experiencia norteamericana.
Tal como ha sido afirmado por estudiosos de la historia del trabajo social (Moix, 1991 y Ander-
Egg, 1984a y 1992), con todos estos antecedentes, alrededor de 1934 se inicia un movimiento
dentro del social work que tiene por finalidad definir la técnica y objetivos de este tipo de tra-
bajo. Y es en el año 1935 cuando la National Conference of Social Work comienza a considerar
169
al trabajo con grupos como una de las ramas del trabajo social y lo pone en igualdad con los
otros tres sectores reconocidos dentro de la profesión, que en ese entonces se denominaban
MANUALES Y ENSAYOS
“caso social”, “organización de la comunidad”, y “acción social”. En ese mismo año los editores
del Social Work Year Book, introducen el group work como una de las cuatro partes del trabajo
social. Todo esto no significa que para ese entonces se haya reconocido como método autó-
nomo y específico de la profesión. Podemos decir que a mediados de la década de los treinta,
el trabajo social con grupos es considerado un modus operandi de la profesión y como una de
las especializaciones básicas, de ahí que se hablara del “trabajador de grupo” (group worker).
En 1936 se fundó la Asociación Nacional para el estudio del Trabajo con Grupos (NAGW),
con el fin de “esclarecer y definir tanto la filosofía como la práctica del trabajo con grupos”. Un
año después Gertrude Wilson presenta a la NASW los estudios realizados por una serie de co-
mités conjuntos integrados por group workers y case workers.
Lo cierto es que el trabajo social con grupos solo fue aceptado como un método propio de
la profesión, a partir de 1936, después que Grace L. Coyle presentó a la Conferencia Nacional
de Trabajo Social el estudio que fundamentó el nuevo método profesional. Esta intervención
constituyó lo que podríamos denominar primera sistematización sobre el método de grupo
como específico de la profesión. En esa histórica presentación, On becoming profesional105, Co-
yle entiende por trabajo social el “uso consciente de las relaciones sociales en el desempeño
de ciertas funciones de la comunidad” y a partir de estos parámetros de referencia profesional
analiza los atributos del group work en cuanto campo de actuación profesional y concluye –en
lo que aquí interesa– que “el trabajo con grupo como método cae dentro del más amplio cam-
po del trabajo social como método de intervención”.
A Coyle podríamos considerarla también como la primera profesora del trabajo social de
grupo. En efecto, desde 1928 en el Western Reserve University of Cleveland, dictó una serie de
cursos que denominó Group Service Training Course. Sin embargo, fue Clara Kaiser quien im-
partió en 1935, de acuerdo con la información disponible, el primer curso expresamente deno-
minado Group Service Work. Se lo enseñaba como método y como área y campo de actuación.
En síntesis, el trabajo social con grupos constituyó inicialmente una práctica social no con-
ceptualizada, que emerge para dar respuesta a diversos problemas sociales. Entre 1937 y 1938
las personas que en EE. UU. trabajaban con grupos se asocian en la NAGW, que en 1946 se in-
corpora a la NASW, precisamente en el mismo año en que Kurt Lewin crea el primer labora-
torio de investigación en psicología social. Si en lo referente al “caso social individual” queda
claro que la primera sistematización del método se la debemos a Mary Richmond, es difícil de-
cir quién es el “iniciador” o “inventor” del “trabajo social de grupo”, en cuanto método autóno-
mo de este campo profesional.
Publicada posteriormente en 1948 como parte del libro editado por H. Trecker: Group Work Foundations and Frontiers,
105
170
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
– Decenio de los veinte: después de varias décadas de trabajo con grupos, en estos años
se realizan los primeros estudios sobre este modo de intervención social, y entre los au-
tores de esos años cabe destacar a W. Newstetter y C. Kaiser en 1920 y a M. Williamson en
1929. Sus estudios se centraron en las actividades de tiempo libre y desarrollo individual
que se efectuaban en los grupos, integrados por individuos “normales”, con una clara in-
fluencia de la educación de adultos.
– Decenio de los treinta: el trabajo social de grupo es aceptado como método específico
y autónomo de la profesión, básicamente como respuesta a los problemas de soledad
derivados del deterioro del tejido social producido por el rápido crecimiento industrial y
el proceso de urbanización. G. Coyle sintetizó en 1939 el pensamiento de la época, al es-
tablecer que el trabajo social de grupos tiende: 1) al crecimiento de individuo normal y
a su ajuste mediante la experiencia de grupo; 2) el desarrollo del grupo hacia fines espe-
cíficos; y 3) a la acción social, cambio social o cambio de la sociedad por la experiencia
de grupo. Estos planteamientos fueron compartidos también por autores como Hawkus,
Newstetter, Campbell, Lieberman, Williamson, Bogardus y Lindenberg.
– Decenio de los cuarenta: período de síntesis en el que el trabajo social de grupo ad-
quiere un perfil propio. En los trabajos publicados en esa década se establecen los dos
aspectos centrales del trabajo social de grupo: la individualización y la socialización. Se
publican varias obras clásicas sobre el tema:
Group Work Foundations and Frontiers, de Harleight Trecker (ed.) (1948)
Social Group Work Practice. The Creative Use of The Social Process, de Gertrude Wilson
y Gladys Ryland (1949).
Social Group Work. Principles and Practices, de Harleight Trecker (1949).
Group Work with American Youth, de Grace Coyle (1949).
Therapeutic Group Work with Children, de Gisela Konopka (1949).
En esta década se hizo evidente el impacto de la psiquiatría sobre el trabajo social de
grupo, al tratar de comprender los valores terapéuticos del grupo para el individuo. De-
bemos recordar que fue en 1946 cuando Kurt Lewin crea el primer laboratorio de psico-
logía social y surge la dinámica de grupos como campo de investigación.
– Decenio de los cincuenta: expansión de la práctica en varias direcciones (hospitales psi-
quiátricos, clínicas de salud mental, escuelas, hogares para niños, ancianos, sindicatos,
planes de vivienda e industria). Hubo ciertas confusiones entre el trabajo social de gru-
po y la psicoterapia de grupos, hasta que en 1951 Gisela Konopka destacó que el énfasis
del trabajo social de grupo debe estar en el ajuste del individuo al grupo y del grupo a la
sociedad (Konopka, 1951). También en 1956 surge el concepto de diagnóstico en traba-
jo social de grupo, a raíz de un trabajo colectivo sintetizado por G. Wilson. En esta épo-
ca eran muy pocos los trabajadores sociales que ejercían actividades de trabajo social de
grupo, y los existentes se centraban en tareas de supervisión de voluntarios y estudian-
tes universitarios que trabajaban con grupos en instituciones diversas. A finales de esta
década Fisher y Vinter plantean la necesidad de refocalizar el trabajo social de grupo ha-
cia los problemas de ajuste social en las relaciones personales y sociales, pues a su juicio
se estaba encaminando excesivamente hacia la socialización y las necesidades expresi-
vas y creativas. En definitiva, el trabajo social de grupo se apartó del enfoque educativo,
poniendo un mayor énfasis en el tratamiento.
171
Continuando el análisis histórico (el efectuado por Resnick solo abarca hasta los años cin-
cuenta), me atrevo a caracterizar la evolución posterior del trabajo social de grupo de la si-
MANUALES Y ENSAYOS
guiente forma:
106
Anteriormente, en 1956, la Unión Panamericana había publicado la traducción de D. Sullivan, Servicio Social de Gru-
po, pero con una circulación en el área latinoamericana. Tanto el libro de Sullivan como el de Fiorentino se inscriben cla-
ramente en un marco referencial funcionalista de ideología católica. Del mismo modo, el libro de la canadiense S. Paré,
Grupos y servicio social, traducido por Humanitas en 1966; o el de H. Johannot, titulado El individuo y el grupo, editado en
Madrid por Aguilar en 1961, son obras con fuerte inspiración católica que, a juicio de un experto como Kisnerman, no han
aportado gran cosa en la construcción del trabajo social, al confundirse en ciertos aspectos con un adoctrinamiento reli-
gioso. [Cf. Kisnerman, N. (1998). Pensar el trabajo social, Buenos Aires, Lumen-Humanitas].
172
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
tor de habla española (argentino, en este caso). Muy poco se conocía en España del trabajo so-
cial de grupo, pero fue un método rápidamente incorporado por los profesionales y enseñado
en las escuelas. Como bien ha sido señalado por Rossell: “Es interesante destacar de qué mane-
ra el trabajo social clínico se desarrolló en nuestro país entre los años 1960-70; esta perspectiva
fue rechazada más adelante durante el cambio democrático por no comprenderse el térmi-
no ‘clínico’, y el interés por esta denominación ha vuelto a surgir en los últimos años principal-
mente por parte de los trabajadores sociales del sector salud y salud mental como muestran
los trabajos de A. Ituarte. Los años sesenta constituyen un momento de expansión del traba-
jo social de grupo. A través de programas educativos de las Naciones Unidas, expertos en los
distintos métodos de trabajo social: individual, grupo y comunidad, se desplazan a otros con-
tinentes con la finalidad de ofrecer formación especializada en los tres métodos de trabajo so-
cial. Estos expertos introducen, en el trabajo social de muchos países europeos, la experiencia
adquirida en distintos ámbitos de la acción social, el conocimiento que sustenta la metodolo-
gía del trabajo social y el estatus que puede alcanzar la profesión dentro de la atención social.
Estas aportaciones fueron asimiladas en cada país, de acuerdo con la evolución que el traba-
jo social había alcanzado en cada uno de ellos, y con la interpretación que de la profesión se
había dado” (Rossell, 1998). También es justo destacar aquí, la importante contribución que la
revista Selecciones del Social Work (versión en español de la homóloga norteamericana y más
tarde rebautizada como Selecciones del Servicio Social) realizó en la difusión del trabajo social
de grupo107.
107
A modo de ejemplo, entre los numerosos artículos publicados en esta década en la revista Selecciones del Social Work,
podemos destacar los siguientes: Frey, L. y Kolodny, R. (1968). “Ilusiones y realidades en el servicio social de grupo”, 1:22-
34; Riessman, F. (1968). “El principio terapéutico de ‘ayudar al otro’”, 1:35-42; Vinter, R. y Sarri, R. (1968). “Fallas de desen-
volvimiento en la escuela pública: Un enfoque de servicio social de grupo”, 2:5-18; Maas, H. (1968). “Influencias de grupo
sobre la interacción cliente-trabajador social”, 3:18-30; Weiner, H. (1968). “El cambio social y la práctica del servicio so-
cial de grupo”, 4:22-30; Hill, R. (1969). “Servicio social de grupo en el ámbito penal”, 8:34-39; Gnecco, M. T. (1970). “La
contribución del trabajo social de grupo en Latinoamérica”, 9:25-33; y Warnes, E. (1970). “Una experiencia grupal en ta-
reas de promoción comunitaria”, 10:30-33. También en otras revistas del continente se editaron artículos de interés, entre
los que cabe destacar: Dupont, R. (1966). “La investigación en servicio social de grupo”, en Revista Universitaria de Traba-
jo Social, 1:29-50.
173
También en América Latina, desde finales de los sesenta, coincidiendo con la etapa de re-
conceptualización, se hacen propuestas metodológicas unitarias o integradas. En el caso de
MANUALES Y ENSAYOS
Argentina, las propuestas de trabajo social de grupo que se inician con Kisnerman a finales de
los sesenta con una fuerte influencia de Konopka, se entroncan fuertemente con la corriente
de psicología social de E. Pichón Riviere y sus Grupos Operativos, y tienen una mayor influen-
cia psicoanalítica, a través de autores como J. Bleger o L. Grinberg, de la escuela de psiquiatría
y psicoanálisis de la Universidad de Buenos Aires. En el resto de los países de América Latina,
donde la influencia de las diversas escuelas psicodinámicas ha sido mucho menor, en el caso
del trabajo social de grupo, este se ha venido integrando frecuentemente en el marco de ac-
ciones comunitarias más amplias, y siempre con una fuerte tonalidad educativa y promocio-
nal, más propia del enfoque del desarrollo comunitario.
En el caso de España, como ya se ha señalado anteriormente, el trabajo social de grupo
se incorpora fundamentalmente en el ámbito de las intervenciones profesionales en centros
e instituciones residenciales (asilos, internados de menores, hospitales, etc.). También se agre-
ga como elemento metodológico y técnico en los Centros Comunitarios que Cáritas Españo-
la promueve a partir de 1968, con objetivos sociales y comunitarios, entendidos como grupos
de acción local, grupos de presión o grupos motor del cambio personal y colectivo. Ya en la eta-
pa de transición política, desde mediados de los setenta, como bien ha sido indicado, “durante
el período de la transición se trabajaba mucho con grupos, principalmente de acción social. En
la confrontación entre una práctica de trabajo social orientado más ideológicamente hacia un
cambio social, y una práctica de trabajo social desde servicios especializados en medicina, salud
mental, o educación con objetivos socioeducativos o socioterapéuticos dirigidos al individuo, se
radicalizaban las diferencias entre ambos, sin tener en cuenta el hecho de que ambos son par-
te de una misma profesión y de un mismo proceso que va del individuo a la comunidad, y de
la comunidad a los individuos que la constituyen, a través de distintos grupos” (Rossell, 1998).
108
A pesar de que la mayoría de las investigaciones norteamericanas publicadas en trabajo social de grupo responde a
enfoques cognitivo-conductistas, los estudiosos del tema afirman la existencia en magnitud significativa de otras inves-
tigaciones que responden a orientaciones teóricas distintas. [Cf. Rossell, T. (1998). “Trabajo social de grupo: grupos socio-
terapéuticos y socioeducativos”, en Cuadernos de Trabajo Social, 11:103-122].
174
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
ello los profesionales deben usar métodos en los que se eviten posiciones de desigualdad
en el saber y en el actuar” (Rossell, 1998). Estos enfoques estarán también emparentados con
las propuestas francesas vinculadas al concepto de “desafiliación” que plantea R. Castel (1984
y 1995).
Por lo que se refiere a España, a partir de finales de los setenta, “en la etapa democrática y
dentro de las redes de programas y servicios sociales que existen, el trabajo social individual y
familiar se ha ido priorizando por encima del trabajo social de grupo y de comunidad. Pero en
los últimos años vemos resurgir un interés por los grupos, con objetivos de intervención socio-
terapéutica, socioeducativa, grupos de acción social, impulsión de grupos de ayuda mutua y el
trabajo en equipo. Los programas de inserción incluyen siempre trabajo con grupos socioedu-
cativos para estimular la motivación, la responsabilidad, para desarrollar habilidades y conoci-
mientos que favorecen la integración social. También se organizan grupos socioterapéuticos
para atender a personas con dificultades diversas: familiares cuidadores, padres de hijos con
problemas, esposas de enfermos, ludópatas, etc.” (Rossell, 1998)109. El trabajo de Allan Brown
(1982), traducido y publicado en catalán (1998), también ha tenido una influencia académica
reciente en el trabajo social con grupos en España, aunque su impacto en el campo profesio-
nal es más lento ya que se está incorporando a través de los profesionales catalanes que pu-
blican sobre el tema.
Si consideramos la evolución del trabajo social de grupo a partir de los años ochenta, en lí-
neas generales podría afirmarse que este método de trabajo social se ha consolidado con una
gran variedad de propósitos:
– Recreativos y de tiempo libre.
– Rehabilitadores, para recuperar capacidades u orientar comportamientos.
– Educativo-correctivos, para ayudar a personas con problemas de conducta.
– Socializadores, en el sentido de adquirir valores y modos de ser útiles en la sociedad.
– Terapéutico-educativos.
– Preventivos, para anticiparse a los problemas antes que estos ocurran.
– Promocionales, para que la gente a través de una acción conjunta, como es la tarea en
grupo, actúe para cambiar su medio y entorno social.
He venido hablando de la evolución del trabajo social con grupos y del trabajo social de gru-
po como método específico de la profesión. Es oportuno sintetizar brevemente su conceptua-
lización: como la misma expresión indica, es una forma de acción social realizada en situación
de grupo que puede perseguir propósitos muy diversos (educativos, correctivos, preventivos,
de promoción, crecimiento personal, etc.), su finalidad última es el crecimiento de los indivi-
duos en el grupo y a través del grupo, así como el desarrollo del grupo hacia tareas específicas
y como medio para actuar sobre ámbitos sociales más amplios. Hay, pues, en el trabajo social
de grupo, dos ideas fundamentales que ya están contenidas en el artículo que Grace Coyle pu-
blicó hace más de medio siglo, en el Social Work Year Book, en 1939:
109
Un buen ejemplo de estas prácticas que van sistematizándose y publicándose lo constituye el dossier monográfico sobre
el trabajo social de grupo que en el número 11 (de 1998), publica la revista Cuadernos de Trabajo Social.
175
– El crecimiento y desarrollo de los individuos mediante la experiencia de grupo.
– El empleo del grupo por sus miembros para propósitos sociales que ellos mismos consi-
MANUALES Y ENSAYOS
Ya sea que el trabajo social esté centrado en el grupo o centrado en la tarea, ¿qué cualificacio-
nes necesita tener el trabajador social para desempeñar adecuadamente su rol profesional?
Tomando como base la clasificación de Ruby Pernell (1962), pero haciendo un desarrollo pro-
pio de este tema, considero que el trabajador social de grupo debe tener dos tipos de cualida-
des/capacidades/destrezas:
• Procedimentales, que entrañan un buen manejo del procedimiento y de técnicas gru-
pales, mejor todavía si –además– conoce las técnicas de dinámica de grupo.
• Interaccionales, que hacen referencia a su implicación personal, a sus cualidades huma-
nas y a la forma de actuar con los otros.
Quisiera advertir que, en lo referente a la capacidad de manejo de procedimientos, digo
expresamente técnicas grupales, y no solo dinámica de grupos. Existe una confusión generali-
zada entre unas y otras técnicas, con incidencias bien significativas en el trabajo social de gru-
110
Son aquellos grupos que organiza el trabajador social para ayudar a las personas que se encuentran en una situación de
conflicto, de crisis, que tienen un carácter principalmente emocional.
111
Son aquellos grupos formados por el trabajador social dirigidos a tratar aspectos que constituyen déficits en sus habili-
dades sociales.
176
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
po. Lo que debe conocer bien un trabajador social de grupo son las técnicas grupales, es decir,
aquellos instrumentos que aplicados al trabajo en grupo, sirven para desarrollar su eficacia y
hacer realidad sus potencialidades. Su objetivo es lograr productividad y gratificación en el
grupo. No hay que confundirlas con las técnicas de dinámica de grupos, cuyo objetivo es hacer
aflorar en un grupo su propia dinámica interna (Aguilar, 2000).
Podría decirse que su rol principal es el de hacer de animador, catalizador o facilitador del
grupo, ya sea que se busque el desarrollo personal de los integrantes o se pretenda realizar
una tarea, y cualesquiera sean los propósitos específicos (educador, rehabilitador, terapeuta,
etc.) que busque como trabajador social. En otras palabras, hay un rol permanente y básico
que subyace a todos los otros roles específicos: ser catalizador/animador de la vida del grupo,
creando y favoreciendo un clima vivificante dentro del mismo, para que cada miembro aporte
voluntariamente su esfuerzo cooperativo y común al logro de los objetivos del grupo: ya sea
mediante la verbalización de conflictos, la expresión de sentimientos y emociones, la solución
de problemas, la estimulación de comportamientos, la clarificación y apoyo, etc. “Para ayudar
al grupo hay que comprenderle, comprender al grupo y el papel que juega cada miembro en
el mismo. Mantener su función de conductor de grupo y no sucumbir a la presión del mismo
que tratará de convertirle en un miembro más para eludir el esfuerzo del trabajo”. Al facilitar la
integración de todos los miembros en el grupo, el trabajador social debe renunciar a toda for-
ma de protagonismo y/o paternalismo: debe estar en su lugar, sin dominar, pero también sin
perder su autoridad. Cuando se trate de ayudar a superar conflictos entre personas y en el gru-
po, el profesional puede clarificar, sintetizar contenidos grupales, confrontar ideas, conceptua-
lizar contenidos e interpretar posiciones (Rossell, 1998). En definitiva, valorar la participación
de todos los integrantes del grupo y ayudar a sacar lo mejor de sí mismos.
Para tener una visión de conjunto de este método clásico del trabajo social, voy a completar su
presentación resumiendo sus principios básicos de actuación, según la autora más reconoci-
da internacionalmente en este campo, G. Konopka, y que han sido totalmente admitidos por
los profesionales y autores que, con posterioridad, han escrito sobre trabajo social de grupo.
Es recomendable la lectura directa de la obra cuyo esquema aquí presento, para comprender
algunos aspectos sustanciales de los principios básicos de actuación, pero teniendo en cuen-
ta, como dice la misma Konopka, que “no hay dos personas que practiquen el trabajo en gru-
po de la misma forma. El trabajo social no quiere producir títeres que sigan estrictamente las
pautas establecidas. El trabajador social de grupo que más ayuda es aquel que puede usar los
principios básicos de un modo creativo y disciplinado” (Konopka, 1963). Dichos principios son:
1. Reconocimiento y subsiguiente acción en relación con la peculiar diferencia de cada
individuo (Individualización en el grupo).
2. Reconocimiento y subsiguiente acción en relación con la amplia variedad de los gru-
pos, en cuanto grupo (Individualización de los grupos).
3. Genuina aceptación de cada individuo con su peculiar fuerza y debilidad.
4. Establecimiento de una relación de ayuda deliberada entre el group worker y los miem-
bros del grupo.
177
5. Estímulo y posibilitación de relaciones de ayuda y cooperación entre los miembros del
grupo.
MANUALES Y ENSAYOS
Todo lo referente al trabajo social de comunidad, tal como hoy se plantea, es el resultado de
la confluencia de dos trayectorias o desarrollos metodológicos separados que, por otra parte,
pretendieron ser respuesta a problemáticas diferentes:
– La Organización de la Comunidad, que surge dentro de la profesión y que tiene su prin-
cipal desarrollo en los Estados Unidos.
– El Desarrollo de la Comunidad, que nace y se desarrolla (al menos inicialmente) fuera del
campo del trabajo social profesional, en un primer momento en países de África y Asia,
luego en América Latina y más tardíamente en Europa.
Al igual que los métodos de caso y grupo, también la “organización de la comunidad”, como
método profesional, nace en los Estados Unidos. Para comprender su gestación como méto-
do de intervención social, si bien se pueden reconocer antecedentes en determinadas acti-
vidades de las COS (Charity Organization Societies), hay que tener en cuenta la problemática
que da lugar a su nacimiento. Para contextualizar la situación y el surgimiento de este méto-
do, tenemos que recordar que en las primeras décadas de este siglo, la sociedad norteame-
ricana es una sociedad con profundos y rápidos cambios sociales. La emigración europea no
solo es un elemento dinamizador, también lleva consigo nuevos problemas: falta de inte-
gración cultural, discriminaciones, problemas de minorías nacionales, racismo, problemas de
178
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
trabajo y todos aquellos que se derivan del rápido proceso de urbanización y de industrializa-
ción. En los años veinte, para atender estos nuevos problemas surgen en los Estados Unidos
los “Consejos de planeamiento de la comunidad”, también llamados “Consejos locales para el
bienestar de la comunidad”, cuyo objetivo era coordinar las actividades de los diferentes gru-
pos o instituciones que actuaban en el nivel local y la cooperación de las agencias sociales
(públicas y privadas) que actuaban en ese ámbito. Importa destacar que este método surge
a partir de una doble problemática: la cooperación y coordinación de las diferentes agencias
de ayuda y como método de trabajo social inter-grupal, como lo plantea Wilbur Newstetler
(Ander-Egg, 1992).
Edward Lindeman (1921) ha sido uno de los primeros en utilizar la expresión “organización
de la comunidad”, para designar aquella “fase de la organización social que constituye un es-
fuerzo consciente de parte de la comunidad para controlar sus problemas y lograr mejores ser-
vicios de especialistas, organizaciones e instituciones”. Como vemos, se plantea la necesidad
del esfuerzo por parte de la comunidad, esto es, se visualiza la participación comunitaria como
contribución a la mejora de servicios y a la solución de problemas. Pocos años después, Walter
Pettit (1925) en el trabajo presentado en la National Conference of Social Work, hace referencia
a los distintos sentidos con que la gente usa la técnica de organización de la comunidad, pero
que en el fondo significa una “forma de ayudar a un grupo de personas a reconocer sus nece-
sidades comunes y a resolver estas necesidades”112. Años después (1928) el mismo Pettit pu-
blica un libro en el que se recogen y estudian las experiencias en este campo: Case Studies in
Community Organization.
Durante el decenio de 1920 la problemática de la organización de la comunidad, es sobre
todo una cuestión de trabajo de coordinación inter-grupal. Pero a partir de la crisis de 1929,
las organizaciones gubernamentales, inspiradas en los principios del New Deal, amplían sus
funciones también en el campo de la acción social. Se produce, por una parte, la creación de
servicios públicos y, por otra, se introducen técnicas de planificación para solucionar los pro-
blemas sociales en el nivel comunitario. En ese contexto, la organización de la comunidad ad-
quiere una mayor significación y los trabajadores sociales tienen cada vez mayor importancia
en los consejos locales.
Durante la década de los treinta, los dos principales hitos que en el desarrollo del método
de organización de la comunidad pueden señalarse, son los siguientes: primero, se publica el
libro de Jesse F. Steiner (1930) que atribuye al método de organización de la comunidad, el ob-
jetivo de atender a los “problemas de adaptación y ajuste social” (objetivo que se atribuía, por
otra parte, al social work en general), mientras que en el plano operativo considera que este
método es “un modo organizado de trabajar que tiende a resolver conflictos y a crear las po-
sibilidades de un progreso consistente”, ayudando al ajuste social de la comunidad conforme
cambian las condiciones existentes113. El segundo hecho a destacar, que revela la importancia
que se le va concediendo a este método dentro de la profesión, es la creación de la Sección
Organización de la comunidad dentro de la NASW, a través de la cual se auspicia la realización
112
Conceptualizaciones muy similares a esta se utilizan actualmente para definir procesos de participación comunitaria.
[Cf. S. Rifkin (1990), Participación de la comunidad en los programas de salud de la madre y el niño y de planificación fami-
liar. Análisis basados en estudios de casos, Ginebra, OMS].
113
No cabe duda que esta definición refleja bastante bien la concepción que se tenía antes de los años treinta (Cfr. Ander-
Egg, 1997b).
179
de estudios e informes sobre este campo de actividad profesional. Se recoge información so-
bre concepciones, definiciones, prácticas, etc. Todo ello culmina en 1939 en el conocido como
MANUALES Y ENSAYOS
Lane Report. En efecto, el informe que Robert P. Lane presentó a la NASW en 1939, The Field of
Community Organization, fue uno de los aportes más decisivos para configurar este método
de trabajo social. En él recoge el trabajo de discusión que se había llevado en seis ciudades, al
mismo tiempo que señala –a modo de síntesis de los diferentes informes– las características
principales de este método, a saber:
– Que la expresión “organización de la comunidad” se refiere tanto a un proceso como a
un campo de actuación.
– Que el proceso de organización de una comunidad o de una parte de ella, es realizado
tanto en la esfera del social work como fuera de ella.
– En el campo del social work el proceso de organización de la comunidad es realizado
por algunas organizaciones como función primaria y por otras como una función se-
cundaria.
– El proceso puede darse en el nivel local, federal y nacional, y también entre estos niveles.
– Las instituciones cuya función principal es la organización de la comunidad, de ordinario
no ofrecen servicios directos a los usuarios (Lane, 1939).
A partir de los años cincuenta, se produce la “maduración” del método de organización
de la comunidad y en la década de los sesenta, por la confluencia de un gran desarrollo de
programas sociales en los Estados Unidos, siendo el más importante el Programa de Acción
Comunitaria, como parte del Plan de War on Poverty. En el plano teórico-metodológico, se pro-
duce un nuevo nivel de elaboración del método de organización de la comunidad. Dos apor-
tes principales es imprescindible destacar:
– La definición del método que hace la NASW
– La obra de Murray Ross
La National Association of Social Work sintetizó los objetivos específicos del método de or-
ganización de la comunidad, en tres grandes cuestiones a saber:
1. Proporcionar a la comunidad o a sectores de la misma, la oportunidad de movilizar sus
recursos para resolver o prevenir problemas sociales:
a. Ofreciendo a los ciudadanos medios para movilizarse, expresarse y para hacer frente
a sus responsabilidades por el bienestar social.
b. Proporcionando medios a las agencias sociales para cumplir eficazmente con sus res-
ponsabilidades respecto de la comunidad.
c. Ofrecer medios a la profesión del trabajo social para cumplir con sus responsabilida-
des comunitarias.
2. Proporcionar medios de interacción entre diferentes sectores de la comunidad:
a. Entre diversos ciudadanos y grupos a quienes les concierne el bienestar de la comunidad.
b. Entre especialistas dentro de la profesión y entre profesionales y el liderazgo de la co-
munidad.
c. Entre especialistas e instituciones (sistema escolar, cuerpo médico, abogados, etc.).
d. Entre la comunidad política y la comunidad del bienestar social.
3. Proporcionar a la comunidad un servicio de planificación del bienestar mediante:
a. El desarrollo de planes de bienestar social.
b. La realización de dichos planes.
180
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
c. Influjo en las políticas de bienestar social y otras políticas públicas relacionadas direc-
ta o indirectamente con el bienestar de la gente.
d. Ayudar a la movilización de una financiación adecuada, gubernamental y volunta-
ria (NASW, 1962).
Dentro de una línea de desarrollo metodológico de la organización de la comunidad, este
documento resume una de las formulaciones más elaboradas y que expresaría el estado en
esa época de evolución de este método.
Otro aporte significativo de este período es la obra de Murray G. Ross, Community Organi-
zation. Theory, Principles and Practice (1967), en la que establecen algunos puntos básicos que
serán referentes de este método durante décadas114.
• Las comunidades pueden desarrollar su capacidad para enfrentar sus propios problemas.
• La gente quiere cambiar y puede cambiar.
• La gente debería participar en la realización, modificación o control de los principales
cambios que tengan lugar en sus comunidades.
• Los cambios en la vida de la comunidad que son auto-aceptados (self-imposed) o auto-
desarrollados por ellos mismos (self-developed) tienen un significado y una permanencia
que no tienen los cambios impuestos.
• Un “enfoque holístico” puede enfrentar exitosamente los problemas que con un “enfoque
fragmentado” no pueden resolverse.
• La democracia requiere participación cooperativa y acción en los asuntos de la comuni-
dad, y la gente debe aprender destrezas que hagan esto posible.
• Con frecuencia las comunidades humanas necesitan ayuda en la organización para hacer
frente a sus problemas, así como algunos individuos necesitan ayuda para enfrentar sus
propias necesidades individuales (Ross, 1967).
Una de las ideas centrales que interesa destacar del método de organización de la comuni-
dad es la importancia otorgada a la participación de la misma comunidad en la modificación
de sus condiciones de vida. El significado y permanencia de los cambios introducidos en la
vida comunitaria con la participación de esta, son sin duda mayores que los inducidos solo ex-
ternamente. Por otra parte, la participación de la comunidad es esencial para el desarrollo de
la democracia, siendo conveniente la implicación de la gente en los aspectos sociales.
A modo de una consideración final acerca de este método diré que, si bien desde comien-
zos de los años treinta se hablaba de organización de la comunidad, hasta fines de esa década
no se tiene el primer debate sobre este procedimiento y hasta 1962 no fue definido como mé-
todo propio del trabajo social.
Por lo que se refiere a los países del llamado tercer mundo, la participación de la comunidad
en los programas de desarrollo, se plantea de forma expresa a fines de la década del cuarenta.
Este movimiento, denominado “desarrollo comunitario” o “desarrollo de la comunidad”, “pro-
pugnaba que los miembros de una comunidad desempeñaran un papel destacado en sus pro-
En mi opinión, los aspectos que señala Murray Ross como esenciales de la “organización de la comunidad”, siguen sien-
114
do totalmente vigentes.
181
pios programas de desarrollo” (Rifkin, 1990). Para adentrarnos históricamente al tema, importa
mucho recordar aquí, que la expresión “desarrollo de la comunidad” fue puesta en circulación
MANUALES Y ENSAYOS
por la Oficina de Colonias Británica. El término fue definido en 1948 durante la conferencia
de verano de Cambridge sobre administración africana, convocada para estudiar las políticas
sociales de las administraciones coloniales; en parte, la definición decía lo siguiente: “El de-
sarrollo de la comunidad... abarca todas las formas de mejoramiento. Incluye el conjunto de
actividades de un distrito, tanto si las lleva a cabo el gobierno como si se trata de órganos no
oficiales” (Brokensha y Hodge, 1969). En definitiva, lo que trataba de designar era el programa
de acción social que realizaban en sus colonias, y que tenía básicamente objetivos educacio-
nales: alfabetización, capacitación laboral, etc., destinados a preparar la fuerza de trabajo que
requería la industria instalada en las colonias.
A partir de los años cincuenta, el desarrollo de la comunidad como técnica de acción social
empleada para mejorar las condiciones de vida de los campesinos, se inicia en los países de
Asia y África. Para ese entonces, siete países ponen en marcha programas de desarrollo comu-
nal y en dos de ellos (India y Pakistán) se establecen programas a escala nacional. Hacia 1952
esta labor está canalizada principalmente a través de los denominados “centros comunales”, y
también a través de la realización de proyectos específicos de:
– Mejoras materiales (construcción de viviendas, carreteras, obras de riego, etc.).
– Organización de servicios (educativos, recreativos, sanitarios).
– Acción comunal (organización de grupos, análisis colectivos de necesidades locales,
creación de comisiones, obtención de asistencia técnica, formación de personal).
Como expresión del modo en que en ese momento se concebía el desarrollo de la comuni-
dad, existe un informe de Naciones Unidas muy significativo, aun en su mismo título: El progre-
so social mediante el desarrollo de la comunidad. Este documento “versa sobre la política –que
se encuentra todavía en etapa de formulación y de experimentación– consistente en promo-
ver el desarrollo sano y equilibrado mediante la acción local”. El desarrollo de la comunidad es
definido como “un proceso destinado a crear condiciones de progreso económico y social para
toda la comunidad, con la participación activa de esta, y la mayor confianza posible en su ini-
ciativa” (NN. UU., 1955).
A mediados de la década de los cincuenta los organismos especializados de Naciones Uni-
das promueven programas de desarrollo comunal: UNESCO (educación de adultos, educación
fundamental), OIT (promoción de cooperativas y de pequeñas industrias locales); FAO (exten-
sión agrícola y labores de economía doméstica y demostración del hogar) y OMS (proyectos
demostrativos de saneamiento rural). Estos datos hablan por sí mismos: bajo la denominación
de desarrollo de la comunidad, se promueven y realizan una gran variedad de proyectos es-
pecíficos.
En 1956 un grupo de expertos de Naciones Unidas sistematiza las diferentes experiencias y
produce un documento básico: Desarrollo de la comunidad y servicios conexos, consagrado to-
talmente a explicar el significado y aplicación de esta técnica social. Algunos han considera-
do este documento como la “carta magna del desarrollo de la comunidad”. En el documento se
propuso una definición que por muchos años ha sido clásica y que dice así: “La expresión de-
sarrollo de la comunidad se ha incorporado al uso internacional para designar aquellos proce-
sos en cuya virtud los esfuerzos de una población se suman a los de su gobierno para mejorar
las condiciones económicas, sociales y culturales de las comunidades, integrar estas a la vida
182
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
del país y permitirles contribuir plenamente al progreso nacional” (NN. UU., 1956). Esta ha sido
la primera definición oficial del desarrollo de la comunidad propuesta por Naciones Unidas, re-
petida en otros documentos internacionales y ampliamente difundida y utilizada entre los es-
pecialistas de este campo. En este documento se mencionan los servicios conexos, que son los
proyectos específicos a través de los cuales se realizan los programas de desarrollo comunal:
servicios de agricultura, servicios de nutrición, servicios de educación, educación fundamental,
servicios de orientación y formación profesional, promoción de cooperativas, artesanías y pe-
queñas industrias, servicios sociales, vivienda, construcción y planificación, y sanidad.
Hasta 1957 el desarrollo de la comunidad solo se realizó en comunidades rurales. Sin embar-
go, el rápido proceso de urbanización que se produce en algunos países subdesarrollados, im-
pulsa su implantación en zonas urbanas. En América Latina los programas de desarrollo de la
comunidad no se llevan a cabo hasta finales de la década de los cincuenta y, desde las primeras
experiencias, revelan la confluencia tanto del enfoque de la “organización de la comunidad” como
del “desarrollo comunitario”. Lo primero se produce como consecuencia de la presencia de exper-
tos norteamericanos en la realización de los primeros programas (que traen el enfoque de la Com-
munity Organization) y, lo segundo, se deriva de la naturaleza de los problemas que se confrontan.
En este continente, la División de Trabajo y Asuntos Sociales de la Unión Panamericana, pro-
mueve, a partir de 1949, la realización de tres seminarios regionales sobre el tema que, de algún
modo, constituyen el “lanzamiento” del desarrollo de la comunidad en América Latina, aunque
la expresión no tuviese un uso muy generalizado. En esos seminarios se tratan cuatro grandes
cuestiones: cooperativismo, servicio social, vivienda y planificación, y educación obrera.
Los libros de la trabajadora social norteamericana Caroline Ware y su presencia personal
son lo más significativo en el desarrollo de este método en América Latina. La Unión Paname-
ricana publicó las dos obras principales de esta autora: Estudio de la comunidad (1952, edición
revisada de la que ya se había publicado en Puerto Rico) y Organización de la comunidad para
el bienestar social (1954). Quizá sea oportuno recordar aquí la definición propuesta por Caroli-
ne Ware sobre Organización de la Comunidad, y que la considera como “un proceso para sus-
citar grupos funcionales de ciudadanos capaces de ser agentes activos y responsables de su
propio progreso, usando para ello como medios: la investigación en común de los problemas
locales, el planeamiento y la ejecución por sí mismos de las soluciones que antes convinieron y
la coordinación voluntaria con los demás grupos y con las autoridades oficiales, de modo que
se obtenga el bienestar total de la comunidad” (Ware, 1954).
Posteriormente, ya en los años sesenta, aparecen las primeras versiones latinoamericanas
del desarrollo de la comunidad. El colombiano Rubén Darío Utria (1960), focaliza la acción co-
munitaria como un aspecto del desarrollo comunal. El argentino Ezequiel Ander-Egg (1964) in-
tentó en esos años un enfoque global, en el que integraba una perspectiva desarrollista con
ciertos aspectos metodológicos de la escuela francesa de economía y humanismo. En versio-
nes posteriores ha reelaborado esas propuestas en una perspectiva de recursos internos (1980
y 1999). El mexicano Ricardo Pozas (1964) elabora una metodología para el estudio de las co-
munidades y, con Herman Kruse (1967), de nacionalidad uruguaya, se da la primera versión
realizada por un trabajador social latinoamericano115. Luego, la economista venezolana Carola
115
Todos los autores latinoamericanos mencionados en este apartado, excepto Kruse, no provienen del campo profesional
del trabajo social, sino de otras profesiones o disciplinas (sociología, antropología, economía, ingeniería, etc.).
183
Ravel (1968 y 1969 y Ravel e Izaguirre, 1968) sistematiza parte de las primeras experiencias gu-
bernamentales de ese país, mientras que Carlos Acedo (1967 y 1968) lo hace desde una orga-
MANUALES Y ENSAYOS
nización no gubernamental.
Entre los años setenta y noventa se publicaron en América Latina numerosas obras sobre
desarrollo de la comunidad, y casi todos los autores son ajenos al campo profesional del tra-
bajo social. Entre los más destacables de este período se pueden destacar: Guillermo Medina,
que hasta mediados de los ochenta fue reelaborando su obra de 1966, Desarrollo de la Comu-
nidad, y cuyo enfoque expresa el pensamiento del CREFAL116. También dentro de esta insti-
tución se publica el libro de Leonard Olen, Evaluando el desarrollo de la comunidad, en 1968.
Entre los aportes metodológicos al desarrollo de la comunidad procedentes del campo de
la antropología, se pueden destacar dos autores: el boliviano Hugo Torres Goitia publica, en
1971, la obra titulada Consideraciones en torno a la programación del desarrollo de la comuni-
dad, en la que intenta aplicar diversas técnicas de programación al desarrollo comunitario.
También escrita por otro antropólogo, debemos citar las obras de Thomas R. Batten, Las co-
munidades y su desarrollo (1963), y la que se editó en España, Preparación para el desarrollo de
la comunidad (1965). Vinculando el desarrollo comunitario con la educación se publica la obra
de Rosendo Escalante y Max Miñano titulada, Investigación, organización y desarrollo de la co-
munidad; y, continuando con la tradición mexicana en este ámbito, en 1985, se edita la obra
de Grissol Ponce de León García, Manual de organización y desarrollo para la comunidad mar-
ginada de las ciudades.
Desde comienzos de los años sesenta, y de una manera cada vez más acentuada, se fue plan-
teando el rol del desarrollo de la comunidad como una forma de contribuir al desarrollo na-
cional. El documento de las Naciones Unidas, Desarrollo de la comunidad y desarrollo nacional
(1963), plantea de manera expresa el papel del desarrollo de la comunidad en el desarrollo
global y las formas en que puede contribuir al desarrollo nacional. Al año siguiente en la reu-
nión de expertos realizada en Santiago de Chile, convocada por la CEPAL (1964) comienza a
visualizarse el desarrollo comunitario como un instrumento clave para lograr la participación
popular en los planes de desarrollo. Se habla también del papel del desarrollo de la comuni-
dad en la aceleración del desarrollo económico y social. Por su parte el Consejo Interamericano
Económico y Social (CIES) en su reunión del año 1962, en una de sus resoluciones recomienda
a los Estados miembros promover el desarrollo de la comunidad, para lograr la participación
activa y consciente de la población en la ejecución de los programas incluidos en la planifica-
ción del desarrollo económico y social de cada uno de los países. Al año siguiente, en otras re-
soluciones, se continúa en esta línea de propósitos: que “el desarrollo de la comunidad esté en
íntima relación con los planes de desarrollo” [...] “que los programas funcionen en estrecha vin-
culación con los organismos nacionales de planificación”.
116
Este centro, dedicado a la educación de adultos, fue creado por la UNESCO para promover la formación de profesiona-
les en el ámbito de la educación y el desarrollo comunitario. Se trataba de un centro internacional de alcance regional (la-
tinoamericano), si bien, en la práctica, tuvo mayor influencia en la zona de México, Centroamérica y países del Caribe. Su
sede se ubicó Páztcuaro (Michoacán, México).
184
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Sin embargo, desde finales del siglo xx, la acción comunitaria se articula con el desarrollo
local (no con el desarrollo nacional) y adquiere mayor importancia en el ámbito de las organi-
zaciones no gubernamentales (perdiendo todo protagonismo en las políticas públicas). La cri-
sis del paradigma desarrollista117 en que se fundamentó inicialmente el desarrollo comunitario
fue uno de los factores-clave de estos cambios.
En los años noventa ya no se habla del papel del desarrollo de la comunidad en la plani-
ficación y ejecución del desarrollo nacional. Las pretensiones son mucho más modestas, y al
mismo tiempo más realistas: no se trata de plantear las contribuciones del desarrollo de la co-
munidad al desarrollo nacional, sino en qué forma, cómo y con qué proyectos específicos se
puede articular esta metodología en la acción local. El desarrollo de la comunidad se visualiza
hoy como una forma de sensibilizar y motivar a la gente para que participe en la solución de
sus propios problemas (especialmente los que está a su alcance resolver).
El desarrollo nacional y la planificación del desarrollo global, son ámbitos de actuación de-
masiado amplios y lejanos para que el “ciudadano común” (que es la mayoría de la población),
pueda participar efectivamente. La gente tiene la sensación de que dentro de las grandes or-
ganizaciones no puede hacer nada y, en consecuencia, si se propone algo a este nivel, se cruza
de brazos, pues sabe que no puede tener ningún protagonismo. En cambio es posible partici-
par, de manera efectiva, en el ámbito local, en las organizaciones de base, en los movimientos
sociales, en las unidades de producción o micro-organizaciones económicas, es decir, en los
ámbitos en donde pueden darse interrelaciones a escala humana. Se trata de aplicar el princi-
pio metódico/pedagógico de la cercanía vital conforme al cual las acciones deben realizarse
en el lugar más cercano a donde está la gente o, lo que es lo mismo, en espacios a escala hu-
mana en donde el individuo puede participar en la definición de la situación-problema me-
diante una investigación participativa, y luego intervenir activamente en la programación de
actividades, en la aplicación de las decisiones adoptadas y en la evaluación de los resultados.
El componente que siempre ha existido en casi todas las propuestas de desarrollo comu-
nitario, ha sido el de la superación de todas las formas de autoritarismo y paternalismo, de
manipulación y mediatización. Hoy esta preocupación por el desarrollo de los procesos de par-
ticipación, culmina en la tendencia a la organización autogestionaria, no de la sociedad global
(que escapa a lo que puede hacerse desde estos programas), sino en el nivel local y en el nivel
de organizaciones y asociaciones.
Otra reformulación significativa es la que se ha dado, respecto de lo que son las relaciones
de los programas de desarrollo de la comunidad y el papel de las poblaciones con la acción gu-
bernamental. Ya he hecho referencia a la definición de 1956 que por muchos años ha sido clási-
ca y que habla de integrar o sumar los esfuerzos de la población a los de su gobierno. El cambio
que se ha producido es con relación a la idea de que “los esfuerzos de una población se suman
a los de su gobierno”. Hoy, la acción comunitaria se desarrolla también, y de manera muy signifi-
cativa, a través de organizaciones no gubernamentales que actúan en el ámbito de la sociedad
civil. En otras palabras, no siempre el desarrollo de la comunidad (en cuanto programa que se
realiza) es un hacer que se suma a los del gobierno. Existen programas impulsados por la admi-
117
Como concepción ingenua en la creencia de las posibilidades de un desarrollo continuado a partir del cambio de actitu-
des y la modificación de ciertas políticas sectoriales. La teoría crítica de la dependencia fue, en el ámbito de la teoría econó-
mica, la que mostró las insuficiencias y limitaciones del desarrollismo impulsado por la CEPAL.
185
nistración pública, pero hay otros muchos que se realizan en el ámbito de la sociedad civil, no
necesariamente concertados con el sector público. Más aún, en determinadas circunstancias, se
MANUALES Y ENSAYOS
trata de actividades que se realizan “a pesar del gobierno”, y aun “en contra de los propósitos que
tiene el gobierno”. También puede darse el caso de que se articulen las acciones que surgen de
la sociedad civil con las responsabilidades del Estado o, al revés, el sector público promueve ac-
ciones que concierta con asociaciones y grupos que actúan en el ámbito de la sociedad civil... Lo
sustancial que aquí quiero destacar es que no se trata solo de acciones articuladas con los go-
biernos, como se deduce de la definición y concepción clásica a la que se hizo referencia: los pro-
gramas de acción comunitaria han ido ganando espacio en el ámbito de la sociedad civil, con el
fin de transformar desde abajo la misma sociedad política y desarrollar nuevos modos de vivir.
En nuestro país, el origen y desarrollo del trabajo social comunitario, si bien recibe influencias
de la organización de la comunidad, se entronca más con el movimiento de desarrollo de la
comunidad; aunque, en la práctica, lo único que se realiza son algunos aspectos de este últi-
mo, como es el de la animación comunitaria, que se mantiene hasta ahora. Digo que se rela-
ciona más con el enfoque del desarrollo de la comunidad, por dos razones principales: las que
hacen a las prácticas concretas y a su inspiración teórico-metodológica.
118
Este apartado se basa parcialmente en un texto previo que se publicó como capítulo del libro-homenaje a Demetrio Ca-
sado: M.ª J. Aguilar (2005). “Aproximación histórica al desarrollo comunitario en España”, en varios autores E. Guillén
(comp.) Sobre problemas y respuestas sociales, Barcelona, Hacer, pp. 11-32. La estructura y orientación, así como algunos
contenidos, son nuevos respecto a esa primera versión publicada.
119
Para un conocimiento más detallado de los orígenes y evolución del desarrollo comunitario en España, es imprescin-
dible la lectura completa de la revista Documentación Social, n.º 6 (tercera época), de abril-junio de 1972, dedicado ínte-
gramente el tema. Particularmente interesantes son los artículos de A. del Valle, El punto de partida del Desarrollo de la
186
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
sobre este tema, junto con las reflexiones valorativas posteriores que “mano a mano” realiza-
ron D. Casado, A. del Valle y la propia M.ª J. Manovel para el Equipo de la Revista de Treball So-
cial (1983)120. El artículo de Manovel tiene, además, la virtud de reflejar en cierta medida, lo que
era el “espíritu del tiempo” en diferentes momentos del trabajo social en España, llamado en
aquel entonces asistencia social. El trabajo de Manovel puede ayudar a situarnos profesional-
mente en una perspectiva histórica y saber –de lo que hoy nadie habla– que la ilusión, la espe-
ranza y la utopía, tuvieron su momento en el trabajo social español.
En este artículo-documento, se distinguen tres grandes momentos del desarrollo de la co-
munidad en España: hasta 1965, de 1965 a 1970 y a partir de 1970. Yo, modestamente, intenta-
ré completar ese recorrido histórico, y me permitiré algunas modificaciones/precisiones.
Comunidad para el proceso de cambio (pp.9-26); M.ª J. Manovel, Objetivos y método del Desarrollo Comunitario en Espa-
ña (pp.27-42); V. Pérez Díaz, Desarrollo Comunitario y Sociedad Global (pp.59-73) y F. Coloma, Algunos programas de De-
sarrollo Comunitario patrocinados por entidades de grupos voluntarios que actualmente se realizan en España (pp.74-86). El
balance de 1983 a que hago referencia se publicó en el n.º 89 de la RTS, número monográfico dedicado el desarrollo comu-
nitario en España y algunas experiencias de Barcelona, y cuya lectura completa es necesaria para conocer la continuación
del proceso histórico, a partir de la época en que Manovel finaliza su análisis.
120
El artículo es el resultado de una entrevista colectiva sostenida por R. Romeu y A. Porcel (miembros del equipo de re-
dacción de la RTS) con D. Casado, A. del Valle y M.ª J. Manovel, que eran los principales especialistas de Cáritas Española
en los años sesenta, en lo que a desarrollo comunitario se refiere. En 2004 primero, y luego en 2012 como revisión crítica
a este texto, recibo valiosas fuentes históricas documentales y datos e informaciones de Demetrio Casado, acerca del papel
de Cáritas en el desarrollo comunitario español. Por ello estoy en deuda con él, aunque cualquier omisión, error o impre-
cisión son de mi absoluta responsabilidad.
187
considero importante destacar algunos hitos del trabajo de Cáritas en este período121,
que bien podríamos denominar “etapa Duocastella”.
MANUALES Y ENSAYOS
En 1957122, Cáritas Española crea su Sección Social, cuya dirección encomienda a Ro-
gelio Duocastella. La misma se dotó de una Sección Social nacional, con un Centro de
Estudios Sociales y de Sociología Aplicada (CESA); y muchas Cáritas diocesanas y parro-
quiales crearon también sus secciones sociales. El objeto y método de la nueva herra-
mienta de Cáritas Española están documentados en el n.º 1 de la que vendría a ser revista
de CESA Documentación Social, (sin fecha; en mi opinión, 1958). El objeto era superar el
modo tradicional pasivo de ayuda social y pasar a la acción participada por los interesa-
dos. El primer paso metodológico es el estudio y la planificación (p. 21), acorde con la
formación de Duocastella. En cuanto a los medios, se dio gran importancia a la forma-
ción de los activadores de la acción social, y se dedica atención principal a los “asisten-
tes y asistentas sociales” (pp. 21 y 22); esta opción estaba facilitada por la conexión de
Cáritas con la mayor parte de las escasas Escuelas de formación de dichos profesionales.
En cuanto a las realizaciones prácticas, se previó que los centros sociales –de suburbio
o barrio y otros– fueran las bases tácticas de acción (p. 23); ello significa que la Sección
Social nacional optaba principalmente por ámbitos de acción locales. El n.º 2 de Docu-
mentación Social (presumiblemente, de 1958) está dedicado a los centros sociales. En la
publicación El desarrollo comunitario en España (Temas Españoles, n.º 502, Publicaciones
españolas, 1969) presenta a los centros sociales como principales exponentes de su obje-
to (el desarrollo comunitario). El emprendimiento que vendría a ser el Plan Social Baza123
–promovido por la Cáritas Interparroquial de dicha ciudad–, aparte de otros anteceden-
tes, tuvo como base la creación del Centro Social, que fue clave desde 1954 hasta 1963,
año este en el que se alumbra el Plan propiamente dicho (p. 17).
Como resumen sintético de este primer período (hasta 1963), podemos decir que llega
a España la idea del desarrollo comunitario, pero esta es asumida solo en algunos sectores,
como Cáritas. Sus objetivos y métodos giran en torno a grandes principios –al menos a nivel
especulativo–, tales como: crear condiciones para el desarrollo económico y social a través de
la participación activa de la población y, en la medida de lo posible, bajo su iniciativa; las acti-
vidades deben responder a cuestiones consideradas esenciales por la comunidad; es preciso
buscar, animar y fomentar a líderes locales; promover la participación de la mujer; los proyec-
tos deben procurar ayudas del gobierno y los organismos dedicados a las actividades de desa-
rrollo de la comunidad, y deben conocer los recursos (gubernamentales o no) que es posible
disponer para hacer más efectivo el trabajo. Hasta 1963 hubo un intento de racionalizar el pro-
ceso de trabajo, lo que se hizo de la mano de técnicos, sobre todo sociólogos, que tenían una
formación teórica de influencia francesa.
121
Para estos dos períodos utilizo la valiosa reseña histórica proporcionada, de manera privada, por Demetrio Casado. Las
citas referenciadas son también suyas.
122
J. Sánchez Jiménez, Cáritas Española 1942-1997. Acción social y compromiso, Cáritas Española, 1998, p. 148.
123
Demetrio Casado, Plan Social Baza. Cáritas Española, 1969.
188
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
de los estudios sobre la pobreza de Demetrio Casado, hasta los informes de FOESSA. En los de-
bates sobre el desarrollo de la comunidad, se ponen de manifiesto dos maneras de entender
el desarrollo de la comunidad: un planteamiento reformista/evolutivo y otro radical/revolucio-
nario. La metodología de uno y otro enfoque difieren, pero ambos admiten que no hay un mé-
todo aséptico, sino que en él está implícita la ideología de quien lo aplica.
En los aspectos prácticos y más operativos, se plantea hasta qué punto es eficaz un progra-
ma de desarrollo de la comunidad no integrado en un proceso de desarrollo nacional. Hay que
recordar que en España, durante ese período, se elaboran los primeros planes de desarrollo.
Otra idea que toma el cuerpo es la de buscar formas de enriquecer la vida asociativa, idea que
tendrá mucha importancia en la década de los ochenta en los programas de animación socio-
cultural. La difusión de la idea del trabajo social comunitario, conduce a que se pase de “la idea
de una promoción social aplicada y dirigida a personas aisladas a una acción global que busca
la raíz de los problemas para la solución radical de los mismos”. Desde esta perspectiva, el de-
sarrollo comunitario permite abordar dos problemas fundamentales: el desarrollo de los más
necesitados a través de la puesta en marcha de sus propias potencialidades y la necesidad de
que todos los hombres sean agentes activos del mundo en que vivimos y se ha de construir.
Creo que en el trabajo social en España, en 2013, convendría volver a reflexionar y plantear es-
tas perspectivas de la acción social, tal como en 1972 –hace cuarenta años– escribía Manovel.
Como síntesis de esta época, esta autora afirma que el desarrollo de la comunidad fue más una
idea, un propósito y apenas unas tímidas realizaciones.
Aunque Manovel no lo menciona en su artículo, considero imprescindible destacar en este pe-
ríodo el Plan CCB (Comunidad Cristiana de Bienes) promovido por Cáritas Española124, que respon-
de a la necesidad de superar el asistencialismo practicado con ocasión de la distribución de la ASA
(Ayuda Social Americana). El éxodo rural de la época, el impulso proporcionado por las ideas de R.
Duocastella, y la creación de “centros sociales” como fórmula de canalización de la participación, la
creación de cooperativas y servicios, son algunas de las realidades de esa época. Una de las reali-
zaciones más conocidas, gracias al estudio de D. Casado (1969) y otras reflexiones posteriores so-
bre el libro de Casado (Gutiérrez Resa, 1993 y 1996), es el Plan Social Baza, ejemplo irrepetible de
lo que sería una actuación comunitaria en una de las zonas más deprimidas de España, y cuyos
logros hoy causarían asombro125. “Sin embargo, la participación local de los habitantes de Baza
en los órganos de dirección y consulta del Plan era inexistente” (Gutiérrez Resa, 1996), a pesar de
que sus opiniones eran en cierto modo tenidas en cuenta a través de la gestión del Centro Social.
124
El régimen de Franco interrumpió la trayectoria española de estudio y abordaje político abiertos de la pobreza masiva
y de la cuestión social. A comienzos de los sesenta Cáritas reemprende la investigación empírica de los problemas sociales
desde un enfoque complejo, por lo que podemos considerar el Plan CCB, como un jalón de la investigación empírica espa-
ñola en problemas sociales. Cf. Casado, D. (1999). “El Plan CCB, jalón de la investigación empírica española en problemas
sociales”, en Revista del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, 20:13-29.
125
“El Plan Social Baza se asemeja a muchos otros proyectos de desarrollo local en su planteamiento y en sus objetivos,
pero se diferencia de casi todos por sus resultados; estos pueden calificarse de espectaculares en algunos sectores. Inci-
diendo sobre un núcleo de unos 10.000 habitantes, el Plan ha creado quinientos puestos de trabajo, ha formado profesio-
nalmente a seiscientos trabajadores, ha construido 230 viviendas, etc.” Además, se creó un Centro Social con servicio de
guardería, bar-hogar, dispensario y club juvenil. Se realizaron actividades de educación de adultos y formación intensiva
profesional que permitió la creación de una cooperativa industrial de tejidos de lana, el proyecto viviendas, la creación de
un matadero y mercado, una central lechera, etc. El único proyecto frustrado fue el de riegos. Hasta agosto de 1968 las in-
versiones realizadas eran de casi 43 millones de pesetas (equivalentes a casi 260.000 euros de aquel año). [Cf. Casado, D.
(1969). Plan Social Baza, Madrid, Cáritas Española-Euramérica].
189
Bien podría denominarse a esta etapa del desarrollo comunitario en Cáritas como “etapa
Guijarro”, que se inicia con el citado Plan CCB126. En 1961, se adopta el acuerdo de que Cári-
MANUALES Y ENSAYOS
tas Española aborde la planificación a escala macro de la respuestas a los problemas y necesi-
dades sociales objeto de su acción. Para ello, el año siguiente se inicia un magno proyecto de
diagnóstico y propuesta de acciones, que rebasaría dicho objeto institucional para extenderse
a toda la demanda social. Este proyecto, liderado por Francisco Guijarro, dejó en segundo pla-
no el enfoque localista de la Sección Social y a ella misma; al cabo de poco tiempo, Duocastella
marchó de Cáritas. En lo que atañe al enfoque local-comunitario, lo ocurrido en Cáritas Nacio-
nal –líder del cambio–, dentro de la Española y en esta etapa puede resumirse así:
1) Se mantuvo CESA y su acción de estudio y asistencia técnica, bien que con menor lide-
razgo que el que le diera Duocastella.
2) Otros servicios centrales continuaron también la línea local-comunitaria, como muestra
la publicación de un libro sobre Los centros sociales, escrito por Antonio del Valle, técni-
co de Cáritas Nacional, y Ramón Echaren127, subdirector general de la misma. Tales ser-
vicios conectaron en su momento con la iniciativa de Marco Marchioni, a la que se le
dedicó el n.º 2 de la revista Documentación Social, segunda época.
3) Se mantuvo el apoyo a los proyectos locales en marcha, como el que sería Plan Social
Baza, y a otros que surgieron después, como el Plan Social Lorca y el Plan Social para los
damnificados por las inundaciones de Granada.
4) El Plan CCB adoptó como una de sus líneas de acción tales planes, algunos de los cuales
fueron incorporados a la publicación del mismo128.
En esta etapa, como señala Manovel, es cuando aparece el mayor número de publicaciones
dedicadas al desarrollo comunitario: no solo llegan a los profesionales las editadas en España,
también las procedentes de Latinoamérica129.
En una valoración de este período, realizada casi 15 años después, Manovel, del Valle y Ca-
sado coinciden al afirmar que el desarrollo comunitario de aquella época se vinculó más con el
trabajo social profesional y tuvo influencias claras de M. Marchioni, y había más buena volun-
tad que planificación y estudio de la realidad. Del desarrollo comunitario llevado a cabo por
Cáritas, estos tres expertos coinciden en señalar tres elementos importantes: el Plan CCB, las
Secciones Sociales de Cáritas, y los Centros Sociales “que eran un foco de actuación comuni-
taria que varía según las etapas que estamos definiendo, pero que conservan una constante
histórica que podemos plantear de la manera siguiente: desde la perspectiva de hoy, contem-
plando la dinámica de los centros, esta no era coincidente con el planteamiento que Cáritas
tenía ante la sociedad, con su propia ideología y con lo que estaba haciendo según su marco
de referencia. Los Centros Sociales eran fuentes de conflictos ya que en la etapa 1960-65 eran
subterfugios a la etapa del franquismo; en la época de 1965-70, los conflictos también preva-
lecen por el marco de referencia que Cáritas, de alguna manera, presenta en su conjunto, y ya
en 1970-75, por la unión que se produce de las acciones comunitarias y la concienciación po-
lítica” (Equipo RTS, 1983).
126
Sánchez Jiménez, 1998, pp. 170 y 171.
127
Euramérica, Madrid, 1965.
128
Cáritas Española, Plan CCB, Euramérica, Madrid, 1965, Tomo II; 1968, Tomo III.
129
Un listado amplio, aunque incompleto, de las publicaciones en castellano que había disponibles en esa época –incluyendo
tesinas realizadas en las Escuelas de Asistentes Sociales–, se encuentra en Documentación Social, n.º 6 (3.ª época), pp.87-93.
190
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
También debemos recordar que en esa época ya coexistían otras iniciativas en el campo
de acción comunitaria, junto con las emprendidas por Cáritas, si bien, en otra línea ideológica
seguramente. Las más destacables son, en mi opinión, las realizadas por el Ministerio de Agri-
cultura en materia de ordenación rural: Extensión Agraria realizó actuaciones a nivel de rela-
ciones personales, y Concentración Parcelaria intervenía desde la ordenación del territorio. El
Ministerio de Vivienda realizó fundamentalmente estudios y algunas actuaciones en materia
de poblados de absorción. En la publicación ya citada El desarrollo comunitario en España, Te-
mas Españoles 502, se reivindica también el parentesco de diversas instancias de acción loca-
les, tales como la Federación Española de Centros Sociales de la Obra Sindical del Hogar, la Red
Nacional de Teleclubs, o la Sección Femenina que fueron otras de las iniciativas de esa época,
ya que, como bien señala Demetrio Casado, “el desarrollo comunitario, aparte del valor técnico
que se le apreciara, era visto como una moda o marca de prestigio” (Casado, 2007).
Haciendo una síntesis de lo realizado hasta 1970, “se diría que fue riquísima en tomas de
conciencia y en iniciativas. Toda esta variedad de iniciativas representaba una duplicidad de
esfuerzos y la valoración de las mismas se recoge en un documento130 que se hace público
en un Seminario Europeo de las Naciones Unidas celebrado en Madrid, hecho que representa
una incorporación de líneas europeas al desarrollo comunitario en España” (Equipo RTS, 1983).
130
Guijarro, F. (1968). “La acción del sector privado en el desarrollo comunitario con especial referencia a las actuacio-
nes de Cáritas Española”. Informe al Seminario Europeo sobre Desarrollo Comunitario Rural, en Plan CCB Tomo III, Ma-
drid, Euramérica.
191
El esquema ideológico que subyace en esa época es de dos tipos: por un lado, el vincu-
lado con el mejoramiento de la situación de la gente, de tipo pragmático y centrado en la
MANUALES Y ENSAYOS
131
El CIDSE era una organización cuya sede estaba en los países centroeuropeos y su objetivo fundamental era la ayuda a
los pueblos del tercer mundo. El CIDSE no tiene estructura en España y nace junto con Justicia y Paz.
132
Los factores que provocaron ese declive fueron: una mayor incidencia política que comenzó a chocar con los plantea-
mientos de Cáritas que vive ciertos procesos como situaciones de descontrol; el replanteo de los propios programas que
lleva un cambio de estrategia (en el sentido de promover el desarrollo institucional y la acción profética, más que la inter-
vención comunitaria directa); la falta de fondos públicos (porque los recursos que aportaba la CIBIS a través del ministerio
fueron retirados: ello representaba unos doscientos millones de pesetas de la época) y privados (porque bajó notablemen-
te el ingreso por cuestaciones); los conflictos provocados por sacerdotes que chocaban con Cáritas y que estaban más poli-
tizados, lo que ocasionó denuncias por parte de los gobernadores civiles que los consideraban elementos pertenecientes a
movimientos clandestinos de izquierda. Es decir, al declive económico se sumó un declive en los planteamientos progresis-
tas de Cáritas (cambio de personal, vaciamiento de la acción, etc.).
192
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
un gran crédito y seguimiento, particularmente entre las asistentes sociales –y algunos otros
profesionales– que acaso buscaran fundir la actividad profesional y el activismo antifranquis-
ta” (Casado, 2007) En los barrios periféricos de ciudades como Barcelona, donde las migracio-
nes interiores provocaron la aparición y expansión del barraquismo (llamado chabolismo en
otras zonas), el trabajo comunitario de algunas asistentes sociales fue pionero en nuestro cam-
po profesional133.
Resumiendo esta etapa: lo que me parece revelador, máxime si se analiza desde lo que se
piensa y hace a comienzos del siglo xxi, es considerar lo que Manovel llama los cuatro puntos
del método de trabajo que determinan sus objetivos y que están en el punto de partida y de
llegada: toma de conciencia crítica, opción liberadora, acciones consecuentes con esa opción,
revisión y evaluación... Al menos las tres primeras cuestiones, hoy están excluidas del lengua-
je del trabajo social español. ¿Qué queda de todo ello? Ciñéndome a las propuestas que son
estrictamente metodológicas, hay cinco grandes cuestiones que plantea Manovel y que hoy
tienen vigencia: abordar los problemas desde una perspectiva global; saber utilizar una “es-
trategia de conflicto”; encuadrar el trabajo comunitario en la idea de un sistema democráti-
co y socializado, en el que el “más ser” no se identifica con el “más tener”; partir de un enfoque
global de la acción que tienda a un cambio radical; afrontar y transformar la realidad desarro-
llando el “valor” del compromiso. Quizás, también en España –en un contexto de euforia– se
hicieron propuestas que iban más allá de lo posible. Pero en ese momento, pienso, ser realista
era pedir lo imposible. Un horizonte utópico de cambios radicales penetraba, inspiraba y mo-
vía todas las propuestas metodológicas del trabajo social.
Manovel en su “breve historia” del trabajo social comunitario en España, junto con las re-
flexiones compartidas con Casado y del Valle, nos revelan que no todo quedaba en propuestas
y nos señalan una serie de realizaciones concretas que se alcanzaban mediante el desarrollo
de la comunidad: formación de grupos, potenciar la aparición de líderes locales, acciones a ni-
vel de barrio y de comarca, desarrollo cultural desde una óptica de cambio radical, experien-
cias cooperativas de desarrollo socio-económico, promoción de grupos sectoriales (en especial
de jóvenes y mujeres), intercambio y confrontación de experiencias y creación de servicios.
133
Para un conocimiento detallado de las experiencias que estas trabajadoras sociales comunitarias llevaron a cabo en esos
años pueden consultarse dos libros recientes autobiográficos, de dos de sus protagonistas: Colomer, M. (2009). El trabajo
social que yo he vivido, Barcelona, Impuls a l’Acció Social y Consejo General del Trabajo Social; y Domènech, R. (2013). Vi-
vencias sociopolíticas y trabajo social. Mi granito de arena, Barcelona, Impuls a l’Acció Social.
134
Como bien señala Rosa Doménech (2013), el trabajo comunitario, que había ocupado un lugar central en el trabajo de
las asistentes sociales, una vez restablecida la democracia, “se transformó, progresivamente, en un catálogo de servicios para
el usuario, en el que los ayuntamientos jugaron un papel muy importante”, se mejoraron las prestaciones, pero “sin ningu-
na relación aparente con la sociedad, con el pueblo al que sirven y sin ninguna repercusión clara en la construcción de una
sociedad más justa, es decir, más participada, con un grado más intenso de responsabilidad personal en su marcha general”.
193
meno de participación y más hermetismo hacia él, a pesar de que existe un poco empobrecido,
pero que existe y no ha muerto. En realidad te puedes encontrar con más dificultades de alien-
MANUALES Y ENSAYOS
to, de apoyo y demás, que las que se podían tener en el año 1974 o 1975” (Equipo RTS, 1983).
Por otra parte, y a partir de las primeras elecciones democráticas locales, comienza a es-
tructurarse un conjunto de servicios sociales de base territorial, primero denominados “comu-
nitarios” o “de base”, y luego llamados “generales” o de “atención primaria”. Es curioso recordar
cómo, en 1979-80, el ayuntamiento de Barcelona, que fue pionero en el desarrollo y puesta en
marcha del modelo socialista de acción social local, incluía expresamente la animación comuni-
taria como una de las principales acciones a desarrollar a través de la recién creada red de servi-
cios sociales descentralizados en distritos. Desde el momento en que se produce el acuerdo (no
oficial, por supuesto) para que el modelo socialista sea desarrollado desde Madrid, a cambio
de la “autonomía política” el grupo catalán de servicios sociales, no vuelve a mencionarse la ac-
ción de dinamización comunitaria, y la conceptualización de estos servicios sociales territoria-
les se construye sobre la base de las prestaciones que luego dieron lugar al Plan Concertado135.
En estos años de la Transición, la mayor parte de los trabajadores sociales con experiencia
en desarrollo comunitario pasaron a trabajar en los servicios sociales públicos, preferentemen-
te locales, y aquellos que habían trabajado como profesionales voluntarios y como partici-
pantes de asociaciones, pasaron en gran parte a la militancia política pública y ocupar cargos
públicos en los primeros ayuntamientos democráticos. Este proceso, lógico y natural por otra
parte, vació de alguna manera los movimientos sociales de base comunitaria, que habían sido
el refugio político de muchos de sus protagonistas durante el franquismo. Este hecho también
puede ayudar a explicar el cierto declive de los programas de acción comunitaria no públicos.
Paralelamente a estas circunstancias, se desarrollaban nuevas experiencias de dinamiza-
ción colectiva, bajo la nueva denominación de “animación sociocultural”. En este nuevo campo
de intervención fuimos muy pocos los trabajadores sociales profesionales que tuvimos un cier-
to protagonismo y que advertimos de sus posibilidades como nuevo modo de acción social
comunitaria. Los responsables corporativos del mundo profesional estaban más preocupados
en esos años por la consolidación de un nuevo estatus de la profesión en el nuevo modelo de
servicios sociales, que por el desarrollo profesional de este nuevo ámbito de intervención136, lo
135
Falta por escribir la historia de los servicios sociales en su vinculación con las personas y dinámicas internas de poder
dentro del PSOE, de sus movimientos y luchas internas, de cómo estas se resolvieron a favor del grupo de Ciriaco de Vi-
cente, con Patrocinio Las Heras a la cabeza, hasta el punto de conseguir un espacio en el grupo de Almunia, una vez este se
situó al frente del Ministerio de Trabajo, de cómo a cambio de este “dejar hacer” en Madrid el grupo catalán exigió autono-
mía para desarrollar su propio modelo sin intromisiones madrileñas, etc. Y de cómo todo ello explica en parte el desarro-
llo legislativo posterior, la concepción y origen no escrito del Plan Concertado, del por qué no se avanzó más en el proceso
de descentralización de los servicios sociales, etc. Quizá sea pronto para escribir esa historia, habida cuenta que todos sus
protagonistas siguen activos en la vida política española.
136
En la primera gran reunión nacional sobre “Animación sociocultural y municipio” que convocó a comienzos de los
ochenta el Ministerio de Cultura, para sorpresa de todos –que esperábamos una reunión minoritaria– la asistencia fue ma-
siva. Se tomó conciencia de la gran variedad y cantidad de programas y proyectos de animación sociocultural que se esta-
ban realizando en España, y se oficializó este nuevo ámbito de intervención, del que los trabajadores sociales profesionales
quedaron, de hecho, autoexcluidos. Solo muy tímidamente, la RTS de Barcelona intentó (n.º 92) llamar la atención sobre
esta posible “injerencia profesional”, al darse cuenta de que lo que se estaba denominando como “animación sociocultu-
ral” no era sino lo que siempre se había denominado trabajo social en desarrollo comunitario. Se me encomendó la tarea
de escribir expresamente para aclarar estos términos, habida cuenta que yo era la única trabajadora social española que
había participado de manera significativa en las primeras acciones formativas de animadores de ámbito nacional e inter-
nacional. La advertencia fue hecha, pero pasó sin pena ni gloria. Más tardíamente, cuando la presencia de educadores so-
194
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
que explica en buena parte la situación actual en la que los principales programas de acción
comunitaria no tienen una presencia muy significativa de trabajadores sociales.
ciales, educadores familiares, animadores comunitarios, animadores socioculturales, educadores de calle, etc., comenzó a
proliferar en el mundo de los servicios sociales, muchos trabajadores sociales empezaron a lamentar que su espacio de ac-
ción grupal y comunitaria estaba siendo ocupado por estos “nuevos profesionales de la intervención social” que estaba re-
legando a los trabajadores sociales a las “tareas de despacho”... Pienso al respecto que nadie pierde un espacio considerado
como propio solo por la invasión ajena. Alguna –o mucha– responsabilidad existe en el propio cuerpo profesional. [Cf.
Aguilar, M.ª J. (1983). “Desarrollo comunitario, animación sociocultural y un intento de aclaración”, en Revista de Treball
Social, 92: 117-120].
137
Véase el interesante ensayo al respecto de A. de Miguel (1979). Los narcisos. El radicalismo cultural de los jóvenes, Bar-
celona, Kairós.
138
Es preciso señalar que el tipo de profesionales más frecuentemente contratados como agentes de desarrollo local han
sido economistas y administradores de empresas. En Castilla-La Mancha, por ejemplo, la primera trabajadora social con-
tratada como agente de desarrollo local lo fue en 1994, en la zona de Belmonte (Cuenca), y esta circunstancia ha tenido un
carácter excepcional, explicado más por el perfil profesional de la persona en cuestión, que por un decidido análisis del va-
lor añadido que un trabajador social pudiera aportar a este tipo de programas.
195
no ha generado nuevas acciones o perspectivas de corte comunitario en la acción asistencial
y de integración, pues su gestión ha sido básicamente de enfoque individual, mediatizada por
MANUALES Y ENSAYOS
la implantación del “contrato de inserción”. Por lo que respecta a la orientación de los servicios
sociales territoriales, llamados comunitarios, el análisis efectuado por Gutiérrez Resa (1996) es
decididamente crítico: “Los servicios sociales comunitarios de la integración en el trabajo, del
bienestar y del reconocimiento público, han dejado de cumplir los tres objetivos señalados. Está
servida la separación entre lo público y lo privado. No es otra la razón de plantear dónde situa-
mos ahora lo que fueron los servicios sociales comunitarios que mantenían la unidad del suje-
to en lo público. (...) En los servicios sociales “estamos siempre a vueltas con la comunidad y con
cuestiones como a dónde dirigirse, qué hacer con los descolgados del sistema productivo, etc.
No existe otra salida que la de reconstruir una comunidad civil con ciudadanos activos, no hay
otro camino que el de autoinstruirse. (...) En el fondo no decimos sino que los servicios sociales
han de seguir manejando los conceptos de comunidad y de integración, solo que la comunidad
es cada vez más compleja, diversa, y la integración ha de ser más flexible, participativa y solida-
ria. En definitiva, servicios sociales que se adapten pero no impuestos a la comunidad”.
Si hacemos un análisis del desarrollo de los servicios sociales locales y de base territorial en
este período, podemos afirmar que la puesta en marcha del Plan Concertado, a partir de 1988,
lejos de contribuir al desarrollo del enfoque o perspectiva comunitaria, más bien lo dificultó.
Como consecuencia –entre otros factores– del régimen de discrecionalidad administrativa de
los servicios sociales de atención primaria en particular, y de la dispar capacidad financiera y
técnica, y voluntad política de las Corporaciones Locales en general. Otro de los obstáculos
que el enfoque comunitario ha tenido, y tiene, para su aplicación práctica en los servicios so-
ciales es el “déficit de desconcentración que se observa en la gestión de ciertos servicios consi-
derados especializados en las comunidades autónomas” (Casado, 2007). A ello hay que sumar,
además, la práctica técnica que ha frustrado la realización de este enfoque comunitario de los
servicios sociales. Como bien nos recuerda Demetrio Casado, “se realiza el enfoque comunita-
rio cuando, sin perjuicio de los apoyos de urgencia, se procura promover apoyos y vínculos de
y con las redes sociales por lo que se propicie la solución autónoma de las necesidades y aspi-
raciones de los usuarios. Se trata de vincular al individuo pobre en relaciones a las redes dis-
ponibles. Sea reparando sus conexiones familiares, sea propiciando su articulación en otras
agrupaciones total o parcialmente comunitarias. Cuando ello no es posible o suficiente, se
plantea la necesidad de armar redes nuevas. Desgraciadamente, predomina la derivación ha-
cia recursos monetarios u otros económicos, así como la dispensación pasivizante de recursos
técnicos de matriz administrativa” (Casado, 2007). De poco o nada sirve que, en las diferentes
leyes de servicios sociales, se haga referencia discursiva al desarrollo comunitario, la práctica –
que es lo que finalmente importa– es lamentablemente y con frecuencia ajena a ello.
En el comienzo del nuevo milenio, el trabajo social comunitario aparece en España, al me-
nos para algunos, como uno de los grandes desafíos para corregir la proliferación y segmenta-
ción de acciones sociales. ¿Será posible intentarlo en un contexto en el que las utopías se han
derrumbado y la ilusión más movilizadora es tener un puesto de trabajo asegurado y de por
vida? Considerando el actual desmantelamiento del Estado de bienestar y de sus grandes sis-
temas consolidados y universales (sanidad y educación) además del maltrecho de los servicios
sociales, ¿será posible esperar una reivindicación del enfoque comunitario desde el interior del
propio sistema de servicios sociales mientras se desmontan sus frágiles andamios?
196
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
197
– Los proyectos iniciales deben emprenderse para atender las “necesidades sentidas” de
la población y, en la medida de lo posible, el programa debe continuar fundándose en
MANUALES Y ENSAYOS
198
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
de mediados de los setenta hasta finales de los ochenta, en parte debido, según mi opinión, a
las condiciones históricas que se atravesaban en nuestro país, y a la influencia del movimien-
to reconceptualizador en aquella época. Tampoco es ajeno el hecho de que Ander-Egg residió
en España desde 1976 y realizó numerosos cursos y conferencias en escuelas y asociaciones
de trabajo social. En el terreno práctico, como ya señalé, este autor ha tenido una mayor in-
fluencia en el ámbito de los programas de animación sociocultural139, donde actualmente si-
gue siendo uno de los autores de referencia en España.
Por todo lo anterior, si excluimos los aportes de Montserrat Colomer, puede afirmarse que,
en España, el trabajo social comunitario fue en sus orígenes un producto de importación.
Ahora bien, en los últimos años se han venido publicando diversos artículos en los que se
retoma la idea del trabajo social comunitario y del imprescindible enfoque comunitario que
toda acción de trabajo social unitario debe comportar (Navarro, 2004): el enfoque o perspectiva
ecológica, el trabajo social de red y el apoyo social, son los tres marcos de referencia teóricos y
metodológicos más relevantes, al menos en lo que a innovación práctica se refiere140. También
se asiste a una cierta revalorización del enfoque participativo141, que nunca debió perderse.
Siempre hubo una doble tradición en el trabajo social norteamericano, aquella de la reforma
social vinculada a agentes no gubernamentales, y la clínico-terapeútica más practicada por
profesionales de agencias públicas. De ellas, la que tuvo mayor influencia teórica y metodoló-
gica en América Latina fue la segunda, a través de expertos y profesores en escuelas y organis-
mos latinoamericanos. De esta forma, el trabajo social desarrolló sus formas de intervención a
través de los métodos de caso, grupo y comunidad, operacionalizados sobre la base del esque-
139
El primer libro de animación sociocultural escrito en España fue el de Ezequiel Ander-Egg, Metodología y práctica de la
animación sociocultural, publicado por la hoy desaparecida editorial Marsiega, en 1977. Ander-Egg dirigió durante más de
un lustro uno de los programas de animación más importantes de nuestro país en aquellos años (el de la Caja de Ahorros
de Alicante y Murcia, hoy CAM), y fue director de los primeros cursos nacionales e internacionales de formación de ani-
madores que se realizaron en España. Su obra sobre animación sociocultural abarca 9 volúmenes, y en el año 2000 amplió
y actualizó sustancialmente su Metodología y práctica de la animación sociocultural, que volvió a publicarse en España por
CCS. A pesar de sus decisivas aportaciones al trabajo social español, considero que la influencia de Ander-Egg en España
es, en la actualidad, más significativa en el campo de la animación sociocultural que en el trabajo social.
140
Es imprescindible reconocer las significativas aportaciones de Silvia Navarro en este ámbito, pues su producción desta-
ca sobre el resto, tanto por cantidad como por su calidad. La mayor y más significativa parte de su obra publicada inicial-
mente como artículos, ha sido revisada y actualizada junto con nuevos textos inéditos en: Navarro, S. (2004). Redes sociales
y construcción comunitaria. Creando (con)textos para una acción social ecológica, Madrid, CCS. Personalmente considero
que, en el momento actual, es la obra más influyente en el trabajo social comunitario español, considerando el hecho de las
numerosas reediciones y reimpresiones que esta obra tiene desde su primera edición.
141
Un año después del texto de Silvia Navarro, se publicó el libro de J. M. Barbero y F. Cortés (2005). Trabajo Comunitario, or-
ganización y desarrollo social, Madrid, Alianza; que representa una síntesis actualizada y con ejemplos del trabajo social comu-
nitario que puede hacerse en el contexto actual con un enfoque participativo. Aunque con algunas ausencias en las referencias
históricas utilizadas, tan significativas como inexplicables, la obra se puede inscribir dentro de este nuevo impulso revalori-
zador de lo comunitario en el ejercicio de nuestra profesión en el inicio del milenio; siempre en la perspectiva del desarrollo
local, pues en lo metodológico esta obra está muy influenciada por la propuesta traducida al francés de Henderson y Tho-
mas. [Cfr. Henderson, P. y Thomas, D. (1987) Skills in Neighbourhood Work, London, Unwin Hyman; y Henderson, Thomas y
Group européen de travail sur le développement social local (1992). Savoir-faire en développement social local, Paris, Bayard].
199
ma diagnóstico-tratamiento. El caso social individual, el trabajo con grupos y la organización
de la comunidad para el bienestar social, durante muchos años constituyeron (y constituyen
MANUALES Y ENSAYOS
aún), el modus operandi propio del trabajo social, denominándose los “métodos básicos”, para
distinguirlos de los “métodos auxiliares” o “complementarios”, que para algunos eran la admi-
nistración y la investigación (otros añadían supervisión). El esquema diagnóstico-tratamiento
supone, por una parte, detectar los problemas en sus manifestaciones y efectos inmediatos,
y sobre el diagnóstico que se realiza de ellos proponer respuestas o soluciones. De ordinario
estos problemas eran explicados y visualizados en términos de causas individuales (psicolo-
gía propia de determinados grupos o sectores sociales), geográficas (de manera particular la
incidencia del clima), de salud física, de raza, etc. Nunca en términos de factores estructura-
les. Y las propuestas de tratamiento e intervención profesional se orientaban a la atención de
los problemas inmediatos, considerados en general como formas de “desajustes sociales” o de
“disfuncionalidades”. Así planteadas las cuestiones referentes a los métodos del trabajo social
(con variantes y desarrollos que se fueron dando a lo largo de casi tres décadas), en América
Latina se produce lo que se llamó el proceso de reconceptualización que, a su vez, incidió en
las reformulaciones metodológicas consecuentes.
Durante casi una década, entre 1965 y 1974, se desarrolla en América Latina el llamado
“proceso de reconceptualización del trabajo social”. Se inicia en los países del cono sur y llega a
extenderse rápidamente en el resto del Continente. Los autores de mayor significación que in-
fluyeron en este proceso fueron el uruguayo Herman Kruse, los argentinos Luis María Früm142,
Ezequiel Ander-Egg, Juan Barreix y Natalio Kisnerman, y el brasilero Seno Cornely. La reflexión
teórica realizada en las escuelas y facultades, así como en los diferentes Congresos Panameri-
canos de Servicio Social, “hizo que se generara el análisis crítico más fuerte de cuantos se han
realizado hasta el presente al trabajo social. No es exagerado decir por nuestra parte que, en la
historia del trabajo social, el problema teórico que planteó la reconceptualización significa un
salto epistemológico similar al dado por los pioneros del trabajo social respecto a la anterior
concepción de la ayuda social. El momento coincide con un replanteamiento similar en Nor-
teamérica. Pero el discurso de los trabajadores sociales norteamericanos carece de la fuerza e
intensidad de la discusión contra la idea tradicional mantenida por los defensores de la recon-
ceptualización. Iberoamérica contesta y reacciona con pasión contra la ‘filosofía pragmática y
empírica del trabajo social de corte funcionalista’. Además, o sobre todo, trata de liberarse del
‘colonialismo cultural e intelectual’ al que se veía sometida” (Zamanillo y Gaitán, 1991).
Cuando en el transcurso de los años sesenta se abrieron nuevas posibilidades en el trabajo so-
cial tradicional y el aire fresco de la reconceptualización fue adquiriendo una fuerza cada vez
142
Luis M.ª Früm fue el primer trabajador social argentino que realizó un trabajo sistemático y serio de integración metodoló-
gica. No pudo tener trascendencia internacional porque, tristemente, fue uno de los primeros “desaparecidos” de la última dic-
tadura militar argentina. Su compromiso personal y su seriedad profesional, sin duda le hubieran llevado a ser uno de los más
influyentes trabajadores sociales. Su primera propuesta fue publicada en dos artículos, por la revista Hoy en el Trabajo Social, que
era en esa época un referente de difusión continental importante. Sirva este reconocimiento como pequeño homenaje a su figu-
ra. [Cf. Früm, L. M. (1970). “Hacia una metodología de la integración/1”, y “Hacia una metodología de la integración/2. Dise-
ños operacionales experimentales o el camino hacia una elaboración del método único”, en Hoy en el Trabajo Social, 18: 53-73.].
200
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
más avasallante, todos los niveles y todos los aspectos del quehacer profesional comenzaron a
ser cuestionados143. Los problemas del método no fueron ajenos a esta revisión crítica después
que se planteó la necesidad de la reconceptualización, uno de cuyos propósitos sustanciales
fue el mejoramiento del desempeño profesional. En los trabajadores sociales más progresistas,
este mejor desempeño profesional se consideró estrechamente ligado a los intereses y necesi-
dades de las clases populares y, en general, al proceso de liberación latinoamericano. De modo
tal que la reformulación metodológica apuntó a dar un salto –en cuanto forma de interven-
ción profesional– de la acción sobre efectos a la acción sobre causas. Así formulado, no caben
dudas que los propósitos eran demasiado pretenciosos. Pero esto significó un nuevo enfoque
en los modos de actuación profesional.
Bajo el peso de estos imperativos (reformular y reconceptualizar), la búsqueda de un nuevo
método del trabajo social adquirió una importancia singular y sustantiva. Las razones que ava-
laban la trascendencia del problema venían dadas por la naturaleza del trabajo social. Como ya
era mayoritariamente considerado, se trataba de una tecnología social con fundamento cien-
tífico y, en consecuencia, su función principal se planteaba fundamentalmente, a nivel de la
praxis. Lógicamente dentro de ese contexto, todo lo que hace al método tendría una significa-
ción indiscutible. Hubo quienes cayeron en la metodologitis, pero muchos más son los que se
quedaron en una forma de reconceptualización en la que parecía que bastaban las buenas for-
mulaciones teóricas y los planteamientos correctos para actuar transformadoramente sobre la
realidad. Mucho hablaban del “para qué”, pero poco decían del “cómo”, seguramente porque
bastantes de ellos nunca tuvieron práctica profesional alguna.
Lo cierto es que en buena parte de los reconceptualizadores se planteó la necesidad de la
reformulación metodológica y algunos propusieron la construcción de nuevas alternativas.
Sin embargo, el problema de la reformulación metodológica no es tan nuevo como parecieron
pretender algunos de aquellos autores, que creyeron encontrar el Nuevo Mundo en el trabajo
social, y que revelaron conocer muy poco la historia y las realizaciones efectuadas en varias dé-
cadas de trabajo social profesional y los intentos de reformulación ya efectuados144. A estos in-
tentos me referiré brevemente, para luego retornar al tema.
Antes de proponerse la reformulación de los métodos del trabajo social en los términos
que se plantearon a partir de finales de los años sesenta, aparecen los primeros antecedentes
en la última parte de la década de los cincuenta y principios de los sesenta, bajo la forma de
tendencia a la unificación metodológica. He aquí cuatro antecedentes principales a destacar.
• El documento publicado en los Estados Unidos por la NASW (National Association of Social
Work), titulado Working Definition of the Practice of Social Work. En este paper se habla de un
método general de trabajo social que implica la superación de la compartimentalización
del caso, grupo y comunidad de la metodología clásica. Por la información de que dispon-
go, esta fue una línea de reformulación en la que no se profundizó demasiado en esa época.
143
Buena parte de las propuestas reconceptualizadoras carecían de base empírica y respondían, en mi opinión, a plantea-
mientos ideológizantes, tan fundamentalistas como aquellos a los que pretendían superar. En no pocos casos, las propues-
tas reconceptualizadoras para la práctica, carecían de base práctica y sus autores no tenían ambajes en declararlo. No haré
aquí mención al proceso de reconceptualización en general (cuestión ampliamente tratada por diversos autores latinoame-
ricanos expertos en el tema) sino a aquellos aspectos o propuestas de naturaleza metodológica.
144
Además de los artículos de la época, para un análisis más detallado del proceso de reconceptualización y sus efectos no
siempre positivos, pueden consultarse: E. Ander-Egg (1984b), El desafío de la reconceptualización, Buenos Aires, Humani-
tas, y (1984c), Achaques y manías del servicio social reconceptualizado, Buenos Aires, Humanitas.
201
• En América Latina aparece una preocupación de reformulación metodológica que se
plantea en términos de constituir un método básico que sirva de soporte a los otros tres
MANUALES Y ENSAYOS
métodos: caso, grupo y comunidad. Quizás la formulación escrita más clara de esta pro-
puesta es el artículo que, en el año 1958, publica Helena Iracy Junqueira y que titula Os
Principios Básicos dos Métodos de Serviço Social. No cabe duda que esta asistente social
brasileña tuvo el mérito de intuir los aspectos metodológicos comunes que subyacen
en los tres métodos clásicos, concebidos como un proceso de intervención que compor-
ta las etapas de estudio/diagnóstico, programación, ejecución/tratamiento y evaluación.
• En el XV Congreso Internacional de la UCISS (Unión Católica Internacional de Servicio So-
cial), en el año 1962, también se habla de sistema integrado, y aunque solo se trata de la
enseñanza de los métodos, no de la práctica, es un atisbo de articular los métodos clási-
cos y de apoyar mutuamente las tres formas operativas, en la medida en que ello fuese
posible. Dentro de esta línea, en América Latina se habla más bien de método integrado
en el que se suprimía la división en caso, grupo y comunidad, atendiendo a las diferentes
fases de todo proceso de intervención (estudio/diagnóstico, programación, ejecución y
evaluación), de ahí que en algunos casos se hablase indistintamente de método integra-
do y de método básico.
• Por último, he de mencionar el III Estudio Internacional de Naciones Unidas sobre forma-
ción de personal para el servicio social. Si bien este estudio fue publicado en 1958, refle-
ja el pensamiento de toda la década precedente. Se dice en él que “el trabajo con caso,
grupo y comunidad no son especializaciones del servicio social, sino aplicación de téc-
nicas comunes del servicio social a individuos, grupos y comunidades” (Van Praag, 1957
y 1958, citado en NN. UU. 1958). Formulación que supone un modo de concebir la me-
todología del trabajo social como existiendo un método único, o para ser fieles a lo que
se dice en el Informe, “existen técnicas comunes” que se aplican luego a los tres métodos
que se consideran específicos de la profesión.
Tras indicar la existencia de estos antecedentes, vuelvo a examinar las consecuencias del
impulso renovador que, en el nivel metodológico, produjo el movimiento de reconceptualiza-
ción: a medida que los trabajadores sociales latinoamericanos en sus exponentes más lúcidos
tenían una conciencia más clara de la problemática concreta de sus países, los métodos tradi-
cionales les fueron pareciendo insuficientes. Se dijo que había “algo” que impedía que los mé-
todos funcionasen en la realidad latinoamericana. Se habló de divorcio entre la formulación
teórica (sobre todo la “importada” de los Estados Unidos) y la realidad práctica. Esto hizo que
algunos trabajadores sociales tomaran conciencia de que los métodos habían sido importados
de forma acrítica, y que estas “copias” resultaban fallidas porque no se habían tenido en cuen-
ta (entre otras cosas) las peculiares condiciones de la realidad, y se soslayaba el componen-
te ideológico/político que subyace en la intencionalidad de toda actuación metódica sobre la
realidad social... Y, como siempre, los problemas se transformaron en una incitación a pensar.
Caso, grupo y comunidad –los métodos clásicos– comenzaron a considerarse como una
forma sectorializada y artificial de enfrentar los problemas propios del ámbito profesional del
trabajo social. Se habló de los contextos condicionantes, de los problemas individuales, gru-
pales y comunitarios, y de la interrelación dinámica, constante e inseparable entre esos niveles
de intervención. Como consecuencia de todo esto, se planteó la necesidad de una sistemati-
zación para llegar a elaborar un método de trabajo social flexible, dinámico y operativo, que
202
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
203
desigualdad en América Latina. Lástima que en un balance general, el platillo de sus falencias
pueda pesar tanto como el de sus aciertos145.
MANUALES Y ENSAYOS
145
Véase E. Ander-Egg (1984c), Achaques y manías del servicio social reconceptualizado, Buenos Aires, Humanitas.
204
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
ochenta y noventa por la editorial Humanitas146. Junto con Kisnerman, Ander-Egg ha sido uno
de los autores de mayor impacto en el trabajo social latinoamericano.
En 1967 se elaboró el Documento de Araxá como resultado del trabajo realizado por 38
asistentes sociales que se reunieron convocados por el CBCISS. Al año siguiente se realizaron
siete encuentros regionales para recoger opiniones sobre el Documento. Todo esto culminó
con el seminario realizado en 1970, del que nació el Documento de Teresópolis. Limitándome
a este documento, reeditado en castellano por Humanitas en 1981 con el título de Metodolo-
gía del Trabajo Social, diré que está integrado por tres trabajos principales cuyos autores son:
Suely Gomes da Costa, José Lucena Dantas y Tecla Machado, complementado por el diálogo
posterior a la presentación de estos los trabajos, informes de grupos y algunas observaciones
sobre el informe. Un esfuerzo conjunto para elaborar una metodología, digno de encomio, por
lo que significó de trabajo colectivo.
No cabe duda que Kisnerman, junto con Ander-Egg, ha sido uno de los trabajadores socia-
les latinoamericanos que más ha escrito en torno a casi la totalidad de problemas del trabajo
social. Su obra de mayor impacto ha sido Servicio social de grupo (1969), pero la obra de refe-
rencia que expresa su aportación al proceso de reconceptualización es Servicio Social Pueblo
(1972), escrita en el momento de pleno auge y apogeo del proceso reconceptualizador. Esta
obra, sin embargo, no es la que ha tenido más proyección e influencia del autor147, pues han
sido otras elaboraciones posteriores las que han sido más influyentes. Al igual que otros auto-
res de la reconceptualización, Kisnerman ha seguido elaborando aportaciones al trabajo social,
y su obra sobre Teoría y práctica del trabajo social (editada en ocho volúmenes por Humanitas)
culmina, sintetiza y articula la totalidad de su obra. A finales de los noventa publicó Pensar el
trabajo social (1998), pero más que metodológica, esta obra es una reflexión constructivista so-
bre la disciplina148.
El trabajo de estas las profesoras y trabajadoras sociales chilenas N. Aylwin de Barros, M.
Jiménez de Barros y M. Quesada de Greppi es, a mi entender, el esfuerzo más logrado para
trasladar a la estructura básica de procedimiento (estudio/investigación, diagnóstico, progra-
mación, ejecución y evaluación), propia del trabajo social, lo que para cada una de estas fases
o momentos de actuación, se ha elaborado en diferentes disciplinas: sociología, pedagogía,
técnicas de investigación, programación, administración y evaluación. Todo ello integrado y
reelaborado desde la perspectiva del trabajo social. Su obra más influyente ha sido Un enfoque
operativo de la metodología del trabajo social, editada inicialmente en 1976 por la Escuela de
Trabajo Social de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y rápidamente difundida en todo
el continente en varias ediciones de Humanitas (1977 a 1982). Esta obra ha tenido una gran in-
fluencia en la metodología del trabajo social español, tanto de forma directa en las décadas en
que fue publicada y reeditada, como de manera indirecta, ya que ha sido un sustrato relevante
en que se han apoyado autoras contemporáneas de nuestro país en sus elaboraciones y pro-
puestas metodológicas. En este sentido, puede considerarse una obra seminal.
146
El hecho de que en los últimos lustros, sus nuevas publicaciones estén dedicados a otros campos diferentes del trabajo
social, hace que podamos considerar su obra referida al trabajo social como conclusa.
147
Esta obra no es la que ha tenido más influencia posterior, pues fue en cierto modo “negada” por razones políticas por el
propio autor, que durante la dictadura militar argentina ocupó un cargo en el Ministerio de Bienestar Social de su provincia.
Una vez reinstaurado el sistema democrático en Argentina, volvió a reeditarse esta obra, que ya puede considerarse un clásico.
148
Su muerte, ocurrida en el momento de escribir este manuscrito, obliga a considerar su obra como conclusa.
205
También es necesario mencionar una de las contribuciones españolas más importantes y
significativas a la reformulación metodológica del trabajo social: la de Montserrat Colomer. An-
MANUALES Y ENSAYOS
terior al libro de las trabajadoras sociales chilenas antes mencionado, tiene un esbozo general
bastante parecido. El trabajo de Montserrat Colomer ha tenido una gran influencia en la ele-
vación del nivel metodológico del trabajo social en España, y sin lugar a dudas, es el punto de
partida de los nuevos caminos o campos operativos que abrió el trabajo social en Cataluña a
comienzos de los años ochenta. El libro sobre Método del trabajo social (1974) de Colomer tie-
ne sus antecedentes en los seminarios celebrados en Manresa y Los Negrales (FEISS, 1973) a
comienzos de la década del setenta cuando el trabajo social español comenzaba a despertar a
nuevas perspectivas. Posteriormente se realizó un seminario en Loyola (se publicó un resumen
en la Revista de Treball Social, RTS, n.º 52) desarrollando cuestiones vinculadas a la metodolo-
gía del trabajo social. Luego, y durante varios años, a través del Grup de Investigació en Treball
Social, GITS (el único centro que tuvo España para la formación de postgrado en esa época), se
promovieron cursos sobre métodos de trabajo social y cuestiones conexas a la práctica del tra-
bajo social. El libro de Montserrat Colomer refleja la culminación de este proceso y, como decía
antes, es el hito más importante que indica el inicio de una nueva etapa del trabajo social en
España. Un año antes, en 1974, publicó una versión sintética en el n.º 55 de RTS, titulada Méto-
do de Trabajo Social. Haré una referencia más detallada a su propuesta en el capítulo siguiente.
149
La situación de América Latina, la propia situación de la profesión con sus falencias y limitaciones, la influencia de nue-
vas orientaciones en las ciencias sociales, el cuestionamiento estudiantil y el descubrimiento de la dimensión política e
ideológica de la acción social; constituyen los factores más significativos que desataron y condicionaron el proceso de re-
conceptualización (Véase E. Ander-Egg, El desafío de la reconceptualización, Buenos Aires, Humanitas, 1984).
206
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
cial en América Latina (la renovación como desafío existencial) e introduce algunas categorías
nuevas dentro de la profesión: “concientización” (concienciación se dirá en España) y especial-
mente la categoría de “liberación” (Ander-Egg habla del trabajo social como acción liberadora
en su versión de 1977) que adquirirá en esos años una centralidad indiscutida dentro del pen-
samiento sociopolítico latinoamericano. Cuando ya el movimiento de reconceptualización ha-
bía perdido impulso y el mismo Ander-Egg señalaba los “achaques y manías del servicio social
reconceptualizado”150, el proceso comienza a ser conocido en España particularmente en el
período de la llamada transición política.
Cabe destacar que de los referentes personales del proceso de reconceptualización, dos de
ellos tuvieron intervenciones personales en España: Ander-Egg y Kisnerman. El primero por-
que residió en nuestro país entre 1976 y 1986, y el segundo con motivo de algunos viajes.
Y, ¿qué nos queda hoy en España, en los comienzos del siglo xxi, de aquel proceso? La si-
tuación social, económica y política de nuestro país cambió mucho desde el período de tran-
sición política, y con ella también cambiaron muchos profesionales del trabajo social. Desde
finales de los setenta comienza el proceso de burocratización del trabajo social en España. Las
ideas de compromiso y transformación aparecen como obsoletas para muchos de los profe-
sionales de cierto renombre en nuestro país. No es de extrañar, por tanto, que a mediados de
los años ochenta prácticamente no quedara nada de aquel proceso que tuvo también su mo-
mento entre nosotros.
En el IX Congreso Nacional de Trabajo Social, celebrado en Santiago de Compostela a fi-
nes del año 2000, el lema central fue “Trabajo Social: Compromiso y Equilibrio”. Treinta años
después del fallido impacto de la reconceptualización, se comenzó a vislumbrar en España un
cambio de ciclo: en ese congreso se dijo que de un período de “compromiso sin técnica” (refi-
riéndose a la época de la transición) se pasó a otro de “técnica sin compromiso” (refiriéndose a
las dos décadas posteriores), por lo que parecía ser ya el tiempo de lograr el equilibrio necesa-
rio entre técnica y compromiso, que nunca debieron ser incompatibles... Hace tiempo, Paulo
Freire nos dijo a quienes acudimos en Buenos Aires a la Conferencia Mundial de Trabajadores
Sociales, que era necesario lograr “coherencia y competencia” si pretendíamos ser útiles para
el cambio. Técnica y compromiso nunca debieron ser considerados incompatibles, porque son
complementarios e imprescindibles… Tuvieron que pasar varias décadas para que en España
el trabajo social volviera a retomar una senda que nunca debió haber abandonado.
150
Cfr. E. Ander-Egg, Achaques y manías del servicio social reconceptualizado, Buenos Aires, Humanitas, 1984.
207
CAPÍTULO 9
SITUACIÓN ACTUAL DE LA
METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
SITUACIÓN ACTUAL DE LA METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
MANUALES Y ENSAYOS
210
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
ces de asumir una práctica coherente (...). No existe la menor proporción adecuada entre, por
ejemplo, el cúmulo de estudios económicos y la efectiva realización del desarrollo; entre el alud
de teorías sociológicas sobre la desigualdad social y la disminución de las discriminaciones cla-
sistas; entre la masa de discusiones psicológicas y la concreción de la felicidad humana; entre la
profusión de recomendaciones pedagógicas y su implantación en la educación“(Demo, 1985).
Toda esta crítica a las ciencias sociales y a sus métodos, incide en las diversas disciplinas y
formas de intervención social, dando lugar a respuestas alternativas como la investigación-ac-
ción-participativa (que aparecerá a finales de los setenta), o la educación popular (que apa-
recerá en la misma época aunque circunscrita al ámbito latinoamericano). La educación de
adultos se revisa profundamente gracias a las aportaciones de Paulo Freire (1970), y el tra-
bajo social –en parte también como consecuencia del proceso de reconceptualización– pasa
por revisiones y críticas profundas, intentando desarrollar nuevas propuestas metodológicas.
No debemos olvidar que, hasta mediados de la década de los sesenta, la apoliticidad y neu-
tralidad política de las ciencias sociales y sus metodologías correspondientes eran ideas ple-
namente vigentes. En este sentido, constituye ya un acervo común de todas las disciplinas de
intervención social, el hecho de que ha quedado claro que “no podemos hacer abstracción de
la dimensión política si queremos comprender nuestro mundo y nuestro tiempo y si queremos
actuar sobre nuestro destino y sobre el destino” (Morin, 1982).
Como muy bien sintetiza García Roca (2000, 2004, 2006 y 2007), el modelo hegemónico de
intervención social, vinculado al proceso de la primera modernidad y la mentalidad ilustrada, y
construido con materiales de las ciencias naturales, se dejó seducir por el sueño de la ingenie-
ría social en todas sus formas, en especial por el mecanicismo y el positivismo, iniciando, de este
modo, el proceso hacia la muerte del sujeto. “En nombre de la ingeniería social, las profesiones se
aliaron con la razón instrumental, calculadora y objetivante y, de este modo, convirtieron su ha-
bilidad profesional en simple posesión de saberes técnicos, que desplazaba el compromiso con
la creatividad y la praxis, con la sensibilidad y el mundo de los afectos. Se dotaron de matrices
lógicas y guías de recursos pero se debilitó el “sentir con las entrañas”; se dejaron tentar por la
dictadura de los protocolos hasta llegar a confundir la acción social con la gestión de un departa-
mento de la administración. Ganaron en planes construidos desde los despachos pero perdieron
en proyectos participativos elaborados con la gente” (2007). El ideal del paradigma racionalista
aplicado mediante la ingeniería social, es lograr el control absoluto sobre el usuario y predecir los
indicadores alcanzables por el aumento cuantitativo de los recursos. De este modo “ha favoreci-
do la disociación entre la cognición y la sensibilidad y ha establecido con la realidad una relación
funcional que lo convierte todo en “recursos”. Nada debe sentir el técnico que pueda distraerle
de sus objetivos; nada debe sentir el profesional que no pueda expresarse en técnicas de inter-
vención; nada debe sentir el trabajador social ante el sufrimiento humano” (2000). El profundo
cuestionamiento crítico a este modelo hegemónico ha sido, sin duda, uno de los principales fac-
tores coadyuvantes a la reformulación metodológica en todos los ámbitos y profesiones sociales.
Otro de los factores que coadyuvaron a la reformulación de los métodos de intervención so-
cial fue, sin duda, la aparición de nuevas concepciones del desarrollo. Este dejó de ser conside-
211
rado como mero crecimiento económico, incorporando las dimensiones sociales, culturales y
éticas, orientado a mejorar la calidad de vida y a desarrollar las potencialidades y recursos de
MANUALES Y ENSAYOS
las personas y los pueblos, sin por ello comprometer las generaciones futuras. La idea de sos-
tenibilidad, desarrollo endógeno, autodesarrollo, desarrollo a escala humana, decrecimiento,
etc., constituyen nuevas concepciones que tendrán una fuerte influencia en los métodos de
trabajo social. Analicemos brevemente este nuevo factor de cambio, pues como dice S. de la
Peña: “Es notable la íntima relación que existe entre los acontecimientos principales de una
época y el contenido de los conceptos relacionados con la idea del desarrollo” (Peña, 1971).
Tanto es así que, antes de que la problemática del desarrollo se formulara en los términos ac-
tuales, fue planteada bajo diversas formas: riqueza, evolución, progreso, crecimiento, desa-
rrollo económico, desarrollo integral y armónico, desarrollo unificado, el “otro” desarrollo, el
desarrollo sostenible y el desarrollo a escala humana. Estas últimas expresiones ponen el én-
fasis en una concepción del desarrollo orientado según las necesidades, ecológicamente sol-
vente, que tienda a una distribución más equitativa de los recursos, personas más saludables,
instruidas y capacitadas, gobiernos descentralizados orientados a promover la participación...
Estas son algunas ideas centrales de la nueva concepción del desarrollo que superó la corte-
dad de miras de los “expertos”, quienes estaban (y aún hoy están), “aprisionados por una teo-
ría del poseer y la extensión de la posesión, cuando en realidad habría que subordinar todo al
“más-ser” y elaborar una teoría y una praxis del “más-ser” que comprendiese la utilización civi-
lizadora del más poseer” (Lebret, 1956).
Esa identificación del crecimiento con el desarrollo, que todavía sigue vigente en el pro-
yecto político y económico de la mayor parte de los países del planeta, se arrastró a otras dua-
lidades conceptuales. Por ello, del mismo modo que el crecimiento no es lo mismo que el
desarrollo, tampoco hay que confundir el nivel de vida (o poder adquisitivo) con la noción de
bienestar social, empleada en España “para referirse a una propuesta de transformación de las
estructuras relacionadas con el tratamiento de las necesidades y problemas sociales. En unos
casos se quiere aludir a una concepción más global y articulada de aquellos. En otros casos se
quiere sugerir un mayor intervencionismo público. No falta el empleo meramente nominalis-
ta de la voz en cuestión” (Casado y Ander-Egg, 1986). El concepto de calidad de vida, es el que
surge a partir de la década de los setenta, como consecuencia de los daños producidos por el
proceso de industrialización y un modelo de desarrollo que ha causado graves daños en el me-
dio ambiente y en grandes sectores de población. Se trata, por tanto, de una reacción frente a
los criterios puramente economicistas, productivistas y cuantitativistas que regían la teoría y
la práctica del desarrollo.
En cierto modo, el concepto de calidad de vida empieza a reemplazar al de bienestar social,
ya que no se trata de lograr “tener” cosas, sino de “ser” más persona. Dicho en otras palabras, la
calidad de vida es un concepto íntimamente relacionado con las posibilidades que tienen las
personas de una determinada población para poder desarrollar en su entorno (sin necesidad
de salir de él) todas sus potencialidades como seres humanos. Para ser operacionalizada, la ca-
lidad de vida debe considerar no solo las relaciones de las personas con los objetos y bienes
económicos y materiales (cuestión ligada más bien al nivel de vida y de consumo), sino funda-
mentalmente las relaciones de las personas consigo mismas, de las personas entre sí, y de es-
tas con su entorno y medio ambiente. Así pues, la calidad de vida se logra cuando se establece
un equilibrio ecológico entre las personas y el entorno, capaz de asegurar la continuidad de
212
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
la vida a la vez que potenciar las posibilidades de las personas en tanto que seres humanos.
La situación que hoy vivimos pone de manifiesto que consumir más no significa vivir mejor y
que la sociedad del “más tener”, no asegura la sociedad del “más ser”. El concepto de calidad
de vida implica y supone un estándar económico que permita satisfacer las necesidades bási-
cas, pero requiere también crear las condiciones y posibilidades reales, para el crecimiento y
desarrollo humano de toda persona, de toda la persona y de todas las personas. Consecuen-
temente con lo anterior, se comienzan a cuestionar los indicadores de desarrollo empleados
para comparar poblaciones, y se inicia un proceso de sustitución de los vigentes por otros de-
nominados de “desarrollo humano”. Un desarrollo humano y social que pretenda ser integral
y sostenible, debe –por tanto– orientarse hacia objetivos de calidad de vida, y no solamen-
te de crecimiento económico y de bienestar social. Estos son necesarios pero insuficientes. Y
plantearse las acciones de desarrollo integral para lograr una mejor calidad de vida, supone –
en los aspectos concretos y operativos–, tomar medidas para: proteger la naturaleza, evitando
rebasar la capacidad de carga de los ecosistemas que la sustentan; humanizar la vida urba-
na (excluyendo todo uso irracional y egoísta del espacio) y dinamizar la vida rural (evitando
el empobrecimiento de la vida social); mejorar las condiciones de trabajo, haciendo que todo
trabajo sea un “trabajo decente”; aligerar el formulismo burocrático, democratizar y aproximar
a las personas la gestión de lo público, priorizando más la gobernanza de los asuntos públi-
cos que el gobierno de los mismos; acrecentar las relaciones interpersonales no mediatizadas
y todo lo que lleva a la realización personal, en un contexto de solidaridad planetaria, interge-
neracional e intercultural; pensar globalmente: todos somos parte de la Tierra y solo tenemos
una, necesitamos tener una conciencia planetaria; y actuar localmente, a escala humana, don-
de sea posible intervenir protagónicamente en instituciones basadas no en el poder sino en la
función. Y, todo ello, de manera tal que unas actuaciones se apoyen y articulen con el resto, a
fin de desatar un proceso de sinergia y potenciación.
Creo que dentro del marco del Estado de bienestar, se identificó la felicidad con la abun-
dancia y lo bueno con el tener más, lo que no ha llevado a disminuir la pobreza, la desigualdad
ni la exclusión (todo lo contrario). El mito de la productividad y el consumismo, propio de las
sociedades modernas y postindustriales no ha sido contestado ni siquiera desde los modelos
socialdemócratas, provocando que nuestras sociedades y sistemas de servicios sociales hayan
hecho de las personas objetos de prestación en lugar de sujetos de su desarrollo personal y
social. Como nos dice García Roca (2006): “La colonización económica de las prácticas sociales
ha hecho que se valoren exclusivamente aquellos recursos, que han sido valorizados moneta-
riamente y puedan ser expresados en unidades presupuestarias o de personal. La prepotencia
de la perspectiva económica ha colonizado todos los ámbitos de la vida y ha logrado que se
considere la escasez como una nota definitoria de los recursos. Pronto los servicios sociales se
reducen a las prestaciones materiales, como es habitual en contextos administrados o en con-
textos mercantilizados, distanciándose de la producción de bienes relacionales. Como presta-
ción se consume con el uso, como relación se recrea a través de los encuentros humanos (…).
Los servicios sociales a futuro han de recuperar el principio comunitario, que se asienta sobre
el desarrollo a escala humana, como una forma de organización distinta de la jerárquica y la
mercantil, que hace del potencial de las personas su recurso más esencial; de este modo, los
servicios sociales no pueden ser oficinas de recursos instrumentales sino que pueden ser pro-
pulsores de un universo cuyo capital son las mismas personas, con sus potenciales y sus inicia-
213
tivas, con su creatividad y sus ilusiones, con su generosidad y sus innovaciones. Los servicios
sociales se hermanan, de este modo, con el desarrollo comunitario, donde la persona carencia-
MANUALES Y ENSAYOS
En el último cuarto del siglo xx los movimientos sociales tradicionales, políticos y sindicales,
se perciben como claramente incapaces de incorporar en sus agendas las nuevas problemáti-
cas y cuestionamientos críticos que van apareciendo en el escenario mundial. Considerando
que desde la década de los sesenta las ideas y el pensamiento ecologista, feminista y pacifis-
ta van extendiéndose y sensibilizando a una buena parte de las sociedades avanzadas, no es
de extrañar que la percepción social de los movimientos sociales “clásicos” se vea como obso-
leta, autorreferencial, y con estructuras organizativas incapaces de incorporar los nuevos aires
del pensamiento crítico.
Como consecuencia de ello, aparecen en la escena mundial, sobre todo a partir de fina-
les de los sesenta, una serie de nuevos movimientos sociales tales como: ecologistas, feminis-
tas, pacifistas, defensores de los derechos humanos, movimientos vecinales, asociaciones de
autoayuda y heteroayuda de nuevo cuño, ONG para el desarrollo, movimientos antiglobaliza-
ción o altermundialistas, etc. En la actualidad los movimientos sociales más potentes a nivel
mundial están centrados en procesos socioculturales y simbólicos. No discriminan entre gru-
pos sociales como lo hicieron los movimientos sociales tradicionales, sino que pretenden cam-
biar conciencias. La edad, la extracción social, el estatus económico o cultural no determina la
214
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
pertenencia a estos movimientos sociales, como lo hicieron en el pasado; porque lo que aglu-
tina es el objetivo de cambio y toma de conciencia. Sin lugar a dudas, hay dos movimientos
sociales que han provocado algunos de los mayores y más significativos cambios en la actual
estructura social a escala planetaria: me refiero a la crisis del patriarcalismo y el ascenso de la
conciencia ecológica.
El patriarcalismo ha sido la estructura fundamental de la sociedad y de la historia, pero
hoy podemos afirmar que ha cambiado la conciencia de las mujeres, porque un porcenta-
je suficiente de mujeres en un porcentaje suficiente de países pueden producir un cambio
en las estructuras mentales. Cambios en la sexualidad, cambios en la personalidad, cambios
en la socialización de los niños, cambios demográficos, cambios en los métodos de repro-
ducción que rompen los esquemas tradicionales que vinculaban sexualidad y reproducción,
etc. El vínculo “familia” y “reproducción biológica de la especie” se ha roto, el cual era uno de
los pilares básicos de la antigua estructura social. Nuevos modos de convivencia y nuevos
modelos de familia, diversos y complejos, aparecen en el nuevo mapa de las relaciones per-
sonales y sociales. Nuevas formas de vivir la afectividad y el desarrollo personal que remue-
ven y modifican relaciones en el campo de la estructura social. El ascenso de la conciencia
ecológica, por su parte, implica cambios en la concepción de las relaciones entre naturale-
za y cultura. Ahora se intenta integrar ideológicamente la naturaleza y la cultura (antagóni-
cas desde las perspectivas clásicas), cambiando otro de los pilares básicos de la estructura
social.
Otra característica de estos nuevos movimientos sociales es que cada vez más funcionan
en red, en redes globales que actúan en base a políticas mediáticas. Esto, que hace algunos
años hubiese sido imposible, ahora es fácil gracias al desarrollo de las tecnologías de la infor-
mación que permiten que se estructuren de esa manera. Todos estos movimientos formulan
un cuestionamiento crítico al sistema sociopolítico desde planteamientos nuevos, que obligan
a reconsiderar las orientaciones de los programas y servicios sociales en general, y la actuación
del trabajo social en particular.
Se abren nuevas perspectivas en el desarrollo y fortalecimiento de la “sociedad civil”, ad-
quiriendo una nueva y destacada relevancia con relación al ámbito de la “sociedad política”.
Aparecen nuevas formas de defensa de los intereses colectivos, y asistimos a un auge de las
organizaciones no gubernamentales de tipo social. Nuevas reflexiones morales y éticas re-
fuerzan estas perspectivas (Giner, 1988 y 1996; Moreno y Doménech, 1987 y 1988; Cortina,
1993, 1996, 1997 y 2000a y b) haciendo que las personas estén legitimadas para recuperar
su papel de sujeto, en detrimento del papel de objeto al que habían venido estando con-
denadas. La iniciativa social aparece como un agente de intervención social de importancia
creciente, y un actor imprescindible en la situación de crisis del Estado de Bienestar para ase-
gurar al menos el mantenimiento de ciertos servicios, y/o mejorar la eficacia de otros. En el
caso de España, hasta 2010, se crean numerosas entidades civiles prestadoras de servicios so-
ciales con financiación pública; aunque está por ver su futuro a medio y largo plazo, dada la
brutal reducción del gasto público social que se está experimentando de manera creciente, y
el escaso papel que estas entidades han tenido, hasta ahora, en el ámbito de los nuevos mo-
vimientos sociales.
En la práctica se ha “renunciado a involucrar en el mundo de los servicios sociales a otros
actores que pudieran aportar sus conocimientos, habilidades y experiencias para formular
215
propuestas que sobrepasen a la gestión estricta de recursos. Con frecuencia, hablar de ser-
vicios sociales significa realizar un proyecto con subvención pública, sometido a la acredita-
MANUALES Y ENSAYOS
ción administrativa (…). A futuro, los servicios sociales pertenecen a esa nueva gestión de lo
social, que desestima la gestión homogénea, burocrática y tecnócrata que enmarca a todos
en categorías jurídico-administrativas. Estará tan lejos del pragmatismo de la gestión como de
la utopía que solo se sustancia en discursos retóricos (…) Realidad y utopía son como dos ca-
ras de la luna: una ilumina y la otra oscurece, solo una puede iluminar si es acompañada de
la oscuridad de la otra que deja en sombra el curso del mundo. Cuando no se sabe unir reali-
dad y utopía, las consecuencias son graves. Se celebra la caída del Estado social, en lugar de
estudiar sus defectos para corregirlo; se abandona la asociación en lugar de hacerla habita-
ble; se distancia de la política en lugar de recuperarla y regenerarla por otros medios” (García
Roca, 2006).
En cualquier caso, habida cuenta de la posible “vuelta a residualismo” a la que estamos
asistiendo, de la mano de políticas neoliberales cada vez más extremas en Europa, cabría la
posibilidad de pensar en una transformación de la iniciativa social vigente, por otra más rela-
cional, cooperativa, realmente participativa y autosostenible, que bien pudiera generarse en
confluencia con los movimientos sociales de personas indignadas que reclamamos una rege-
neración y profundización de la democracia; y un cambio sustancial en el modelo socioeconó-
mico que deje de estar centrado en el lucro, la especulación y la ganancia, para centrarse más
en las personas y la disminución de desigualdades sociales.
Esto da lugar a la aparición de nuevos sujetos y actores sociales, y a nuevos espacios de in-
fluencia (Touraine, 1990). Protesta colectiva, implicación personal y participación ciudadana
son los elementos claves de cualquier movimiento social. Buenos ejemplos de ello son los mo-
vimientos antiglobalización o altermundialistas que se iniciaron en 1998 con la creación del
movimiento ATTAC, continuaron en 1999 con la importante manifestación de Seattle contra
la OMC y se consolidaron a partir del primer Foro Social Mundial de Porto Alegre en 2001151.
En 2011 podemos mencionar las movilizaciones sociales de la llamada “primavera árabe” recla-
mando más democracia y que se han organizado a través de las redes sociales, y el movimien-
to 15-M, iniciado en España y extendido rápidamente a otros continentes (“Ocupemos Wall
Street” y otros similares en diferentes países) que resultan paradigmáticos del tipo de movi-
mientos sociales y nuevos actores que se están situando y posicionando en el escenario de la
acción social. Durante años los participantes en programas de acción comunitaria eran acto-
res residuales, pero en el marco de los movimientos sociales pueden transformarse en actores
significativos. En el terreno estrictamente metodológico, esto supone un mayor compromiso
por el protagonismo de los ciudadanos en la acción social, los servicios sociales y la política so-
cial. El auge de estos nuevos movimientos y organizaciones ha supuesto la búsqueda y desa-
rrollo de métodos y procedimientos más participativos, como forma de potenciar los recursos
humanos y el protagonismo de los sujetos en la acción colectiva. La reclamación de nuevos
espacios y canales de participación más allá de los puramente formales, a pesar de continuar
siendo una “asignatura pendiente” de nuestro sistema público de servicios sociales, exige tam-
bién el desarrollo y la innovación en las formas de intervención profesional y en las estrategias
de intervención y de lucha contra la exclusión.
151
Véase: http://www.attacmadrid.org/d/5/050204114706.php
216
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Desde finales del siglo xx asistimos a un conjunto de acontecimientos históricos que ponen de
manifiesto la imposibilidad de construir un espacio social y unas redes sociales sobre la base
de las dos grandes ideas-fuerza que han vertebrado política, social, económica y culturalmen-
te el mundo actual. Me refiero al individualismo y al colectivismo: el individualismo ha sido
motor y concepto clave en la configuración del mundo capitalista. Su opuesto, el colectivis-
mo, lo fue del mundo denominado comunista o de los socialismos históricos, según los gustos.
Tanto el individualismo como el colectivismo han sufrido una fuerte crisis. No solo en lo políti-
co y económico. Fundamentalmente en el campo de las ideas y en el ámbito de la acción social
hoy parece estar claro que nada puede organizarse con visos de eficacia y capacidad de solu-
ción efectiva de los problemas sobre la base de este dualismo ya caduco.
El desarrollo de los valores propios del individualismo, ha provocado un proceso de darwi-
nismo social que ha generado y genera cada vez más exclusión social y mayor número de ex-
cluidos sociales. Y entre los incluidos, asistimos a la aparición de lo que Emma Fasolo llama la
nueva “pobreza post-materialista”, propia de personas y sociedades que teniendo un grado de
desarrollo económico y bienestar social aceptable, viven aislados, deprimidos y pobres desde
el punto de vista afectivo y social. La depresión será la enfermedad que afecte a mayor número
de personas del mundo desarrollado en nuestro siglo. Este dato no hace sino confirmar la exis-
tencia de nuevos tipos de problemas y de pobrezas. En el otro extremo, podemos comprobar
cómo las sociedades organizadas sobre la base del colectivismo, no solo se han derrumbado
política y económicamente, sino –lo que es más grave– han sido incapaces de eliminar la po-
breza material y la desigualdad social que preconizaban.
En este contexto mundial de derrumbe de las formas tradicionales de organización social,
vuelven a cobrar nueva fuerza antiguos valores un poco olvidados por los espejismos antes
mencionados, como son el valor de lo grupal y el valor de lo comunitario, con importantes re-
percusiones para el trabajo social. El grupo y la comunidad adquieren, en los inicios del siglo
xxi, una nueva centralidad indiscutible. No solo como reconceptualizaciones adaptadas a las
nuevas realidades sociales (grupales y comunitarias) que existen. Estas categorías impregna-
rán cada vez más el discurso de las ciencias sociales y la intervención social y se convertirán en
la nueva razón de ser de las diferentes profesiones y disciplinas sociales.
De manera particular estas categorías cobrarán importancia con relación al trabajo en las
grandes ciudades, donde la existencia de muchedumbres solitarias –como diría Riessman–
hace del grupo y de lo grupal el ámbito privilegiado para afrontar los grandes problemas so-
ciales de nuestra época. En un mundo de comunicaciones masivas convertido en una aldea
virtual, las personas que viven en las grandes ciudades, rodeadas de gentes a las que no co-
nocen y donde los encuentros interpersonales profundos son escasos y difíciles de establecer,
surge la necesidad imperiosa de formar parte de algún grupo. Grupo que se convierte en fuen-
te de apoyo social, afectivo, que ayuda a recobrar el sentimiento de pertenencia perdido en la
masa, a sentirse alguien en un mundo donde pareciera que solo interesa ser algo.
La nueva estructura social de la “sociedad-red” (Castells, 2000), implica transformaciones en
el espacio social. Esta transformación de la estructura espacial es contraria a las predicciones
217
pues hoy más del cincuenta por ciento de la población mundial vive en ciudades y dentro de
quince años serán dos tercios; aunque contrariamente a lo dicho, las ciudades que más rápida-
MANUALES Y ENSAYOS
mente crecen son las de más de un millón y más de diez millones de habitantes. No asistimos a
un fin de la distancia, sino a su transformación en el espacio de la experiencialidad y la funciona-
lidad. Experiencialidad porque vivimos, y viviremos cada vez más, el espacio como experiencia
vital, no como espacio físico (lugar), lo que nos obliga a replantear muchísimas cosas de nues-
tros programas de intervención (desde cómo se concibe a los destinatarios, cómo se difunden
proyectos, cómo se capta al público, etc.). Funcionalidad porque se producen, y producirán cada
vez más, concentraciones espaciales especializadas y articuladas por la comunicación. La ciudad
global está hecha de trozos de ciudades, encarnando una contradicción entre el espacio de los
lugares y el espacio de los flujos. Los grandes centros comerciales y la mercantilización periférica
del ocio consecuente es una prueba de ello. Vivimos en un lugar, trabajamos en otro, comemos
en otro, nos divertimos en otro, compramos en otro y no necesariamente estarán cercanos en el
espacio de los lugares, aunque sí en el de los flujos. Esta contradicción entre espacios nos obliga
a los trabajadores sociales a replantearnos también nuevos ámbitos de intervención profesional.
Además, hoy existe la sensación en todas partes del mundo de que en las grandes or-
ganizaciones no puede hacerse nada, hay una sensación de impotencia y frustración, de
decepción. En cambio, en el ámbito local, en las organizaciones pequeñas, de base, en los mo-
vimientos sociales, sí es posible participar. Hoy la participación y lo comunitario es posible
solo donde existen relaciones “a escala humana”, donde es posible escuchar y ser escuchado,
donde es posible decidir junto con otras personas, y donde es posible actuar e intervenir en
función de las propias decisiones. Esto se concreta en la necesidad de una organización auto-
gestionaria a nivel local, y a nivel de cada organización, dónde esto sí puede ser posible.
Por todo ello, hoy vuelve a ponerse en valor la propuesta inicial del desarrollo comunitario,
cuyo eje central es movilización de recursos humanos de una manera más democrática y hu-
manista: generar procesos de participación ciudadana que contribuyan a formar sujetos/ac-
tores sociales, activos, responsables y solidarios. Y esa participación también se concibe como
“participación en la gestión local de los servicios públicos”, no solo para hacer proyectos que
resuelvan las necesidades y los problemas de una comunidad. En este sentido, la dinamización
comunitaria es también una forma de profundización de la democracia. El respeto a la plurali-
dad y la diversidad, el fomento del diálogo y la cooperación, el apoyo mutuo y la solidaridad,
son valores humanistas que impregnan este nuevo sentido del desarrollo comunitario.
Posiblemente sea el espacio territorial local el que haya posibilitado la concertación entre
lo público y lo privado en materia de bienestar y pueda permitir una mejor articulación entre
los movimientos sociales y la política social local, alentando procesos participativos en los mu-
nicipios. Se ha reconocido que la acción local constituye “un nuevo instrumento de gestión po-
lítica, un mecanismo institucional que relaciona estrechamente el Estado y la sociedad civil, a
través de gobiernos locales autónomos, descentralización administrativa y participación ciu-
dadana” (Castells, 1982). Esta tendencia descentralizadora de los Estados modernos y la pre-
sencia de los movimientos sociales, han contribuido, junto con otros factores, a otorgar una
creciente importancia a la problemática del desarrollo local como ámbito de actuación don-
de los ciudadanos podrían tener alguna incidencia en el diseño de programas y servicios acor-
des con sus necesidades. La idea central del desarrollo local puede resumirse en lo siguiente:
“Lo que puede producirse (o puede solucionarse) en el nivel local, es lo que debe producirse (o
218
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
debe solucionarse) en el nivel local”. Esto significa (o debe significar) una mayor importancia
de la acción municipal en el ámbito de los servicios públicos, un fortalecimiento del poder lo-
cal y mayores posibilidades de participación ciudadana.
Este planteamiento tiene también su incidencia en los métodos de intervención social, ex-
presada en el “principio metódico-pedagógico de la cercanía vital”, como criterio de selección
tanto de ámbitos como de espacios de proximidad para la realización de actuaciones profe-
sionales y la de creación de “estructuras de convivencialidad”. Este postulado o principio ope-
rativo, se expresa en una doble dimensión: las actividades hay que realizarlas en el lugar más
cercano a las personas y, además, deben estar vinculadas a sus propias experiencias prácti-
cas. Todo ello sirve, además, para crear estructuras, ámbitos y espacios para la acción conjunta,
donde las personas asuman responsabilidades y protagonismos para una vida social más per-
sonalizadora y la creación de nuevas solidaridades sociales.
Una vez identificados los factores coadyuvantes a la reformulación metodológica-operati-
va de la intervención social, vamos a examinar cuáles son los enfoques actuales.
Es ya un lugar común entre ciertos autores, afirmar la existencia de un método común en las
ciencias sociales (Red, 1993 y 2000), que no es otro que el método de investigación científica.
En el caso de nuestra disciplina, este método científico de investigación suele ir acompañado
de ciertos métodos de planificación y gestión de la intervención, que han de tener –a su vez–
un fundamento científico. Existe un consenso generalizado en la caracterización de este mé-
todo científico (basado en la objetividad, la actitud crítica, la autonomía y el progreso) y en su
carácter dinámico y adaptativo, en función del enfoque científico del que se parta. Este carác-
ter no lineal ya ha sido advertido por Kuhn en su célebre obra La estructura de las revoluciones
científicas, en la que también se afirma que, no obstante la diversidad paradigmática, existen
criterios generales compartidos por todos los científicos: Se trata de la base racional que sus-
tenta el método científico (Álvarez, 1995; Echevarría, 1989) y que permite la expresión de este
conocimiento científico en forma de problemas e hipótesis, teorías, leyes, clasificaciones y ge-
neralizaciones, reglas y principios, supuestos y postulados, tipologías y modelos (Bunge, 1975).
Así, las características básicas de cualquier ciencia o disciplina científica son: el conocimiento
racional (que puede ser cierto o probable); obtenido de manera metódica y verificado en su
confrontación con la realidad; sistematizado orgánicamente; relativo a objetos de una misma
naturaleza; y, susceptible de ser transmitido (Ander-Egg, 1985). Sin embargo, antes de exami-
nar el proceso metodológico debo advertir que, el trabajo social en la actualidad, se caracteri-
za por un pluralismo teórico y metodológico como nunca antes había tenido.
No obstante lo anterior, y como bien ha señalado M. Beltrán (1986): “No existe algo que pue-
da ser llamado sin equivocidad el método científico, no solo porque la filosofía de la ciencia
219
no ha alcanzado un suficiente grado de acuerdo al respecto, sino porque la práctica de la cien-
cia dista de ser unánime, por otro lado ‘al pluralismo cognitivo’ propio de las ciencias socia-
MANUALES Y ENSAYOS
les... corresponde un pluralismo metodológico”. En cualquier caso, todas las ciencias sociales
comparten, en cierto modo, los mismos problemas epistemológicos, en tanto que el sujeto-
observador-conceptuador forma parte del objeto-observado-conceptualizado. El trabajo so-
cial tampoco es ajeno a este problema. Además, y como ya ha sido advertido (Sierra Bravo,
1984), el problema se agrava cuando el objeto de estudio no es solo el hombre sino que se ex-
tiende a lo social; lo que siempre mediatiza y condiciona de manera apriorística al investiga-
dor social (Piaget, 1979). Por ello, el trabajo social, ha sido sometido a lo largo de su historia,
al igual que las ciencias sociales, a crítica constante en cuanto a su naturaleza científica. “Se ha
constatado que el conocimiento fundamentado del entorno y de lo que existe, no solo sirve
para comprender la realidad, los mundos vitales, la entidad más o menos oscura, sino también
para actuar y dominar los fenómenos explorados. Desde el trabajo social, cabe considerar la re-
flexión epistemológica orientada a:
1) Conocer el mundo y el contexto para intervenir en él (teniendo presente lo dinámico y
cambiante de la realidad social).
2) Dar forma sistemática a los procedimientos cognitivos (actividad científica).
3) Organizar mejor la intervención del hombre sobre la dimensión de la realidad (lo social
y los fines planteados).
En el desarrollo de los fines es evidente que el trabajo social ha estado más ligado a la rea-
lidad y a la adecuación a la misma que al saber y a la aceptabilidad racional” (Red, 2000). En la
actualidad existen diferentes enfoques científicos sobre el trabajo social, en función de la op-
ción paradigmática desde la que se abordan152. Ahora bien, a medida que el trabajo social se
ha institucionalizado y se han ido elaborando diferentes métodos y formas de intervención,
con la crítica y reconceptualización correspondiente, cada vez se constata más la necesidad de
un paradigma integrado que preste atención a lo macro y lo micro, para lo cual la estructura
metódica de intervención por niveles de sistemas parece ser adecuada.
En la actualidad, asistimos a un cierto proceso de integración de la diversidad teórica del
trabajo social, cuya aplicación se produce en el terreno de la metodología. Más allá de las in-
fluencias teóricas que se han producido en función de las épocas y contextos (mayor o menor
influencia del positivismo, la dialéctica, o el enfoque sistémico, por poner algunos ejemplos),
actualmente, “es frecuente que la selección entre las diversas concepciones teóricas se lleve a
cabo conforme a cada caso y según finalidades y funciones. Reconocer esta diversidad no im-
pide, sin embargo, el que se pueda constatar que se ha producido un avance en el marco con-
ceptual adecuado a la complejidad de su ámbito. También hay que reconocer que, dada su
propia naturaleza y su escasa conceptualización teórica, el trabajo social carece asimismo de
la deseable sistematización de la estructura subyacente, aunque recientemente están apare-
ciendo estudios que reflejan un creciente interés por el desarrollo de la teoría en trabajo so-
cial” (Red, 2000). Así, como afirma Howe (1994), el trabajo social, en plena modernidad de la
152
N. de la Red analiza algunos de estos enfoques: tecnológico (Greenwood), sistémico y crítico (Ander-Egg, Escartín,
Campanini, Hill. Juárez, Red, Moix, etc.) y los procedentes de algunos paradigmas sociológicos, tales como: El paradigma
de los hechos sociales, de la definición social, de la conducta social y el paradigma cuantitativo-cualitativo (Alvira, García
Ferrando, Beltrán, Castells, Grawitz, etc.). [Cf. Red, N. de la (2000). “La metodología en el trabajo social desde el marco de
las ciencias sociales”, en CABS, 8:9-32].
220
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
década de los setenta, se esforzó intelectualmente para analizar la amplia gama de actividades
profesionales y encontrar un fundamento común que permitiera identificar un conjunto inte-
grado de métodos que subyaciera a todos ellos. Ello se puede constatar en las obras de Bart-
lett (1970), Siporin (1975), Goldstein (1973), Pincus y Minahan (1973) Specht y Vickery (1977),
McBeath y Webb (1991). En todo caso, el trabajo social se sitúa en una realidad compleja y en
permanente proceso de cambio. Complejidad y cambios en proceso de creciente aceleración,
como primigeniamente señaló Toffler.
Ahora bien, como ocurre en otras disciplinas de las ciencias sociales, las tendencias post-
modernas también están dejando sentir su influencia teórica (aunque todavía no metodológi-
ca) en el trabajo social153. Se trata de planteamientos que, en el caso de España, todavía están
circunscritos a ciertos ámbitos académicos, pero que, sin duda, tendrán una cierta repercusión
en nuestro entorno, aunque con el retraso que nos caracteriza en lo que a “modas intelectua-
les” se refiere154. Uno de los autores que ha contribuido a la introducción en nuestro país de
estos planteamientos ha sido D. Howe (1994), con su célebre artículo Modernidad, postmoder-
nidad y trabajo social, tomando en consideración las reflexiones de Bauman (1992): “Si se asu-
me que el mundo es irreductiblemente pluralista, su dificultad primordial será la de hacer que
los mensajes sean comunicables. De ahí que sea fundamental ser competente en las reglas
de la interpretación correcta”, lo que bien podría definir la función del trabajador social profe-
sional y la del investigador del trabajo social en muchas situaciones en las que se encuentran.
De acuerdo con Howe, “si la actitud de la postmodernidad se define como una actitud crítica,
reflexiva, descentralizada y deconstructiva, entonces del trabajo social también podría decir-
se que ha tomado una actitud postmoderna” reconocible tanto en la teoría como en la prác-
tica actual.
Los efectos complejos de esta actitud en el discurso del trabajo social llevan a una reformu-
lación o fragmentación que se expresa principalmente en cuatro aspectos:
• Pluralismo, entendido como diferencia y multiplicidad, como variedad y conflicto, que
implica la no aceptación de verdades o propuestas pretendidamente universales, a-his-
tóricas y a-espaciales, y que supone aceptar la validez de toda propuesta teórica en su
contexto. Ello exige el examen crítico de las teorías y prácticas pretendidamente válidas y
universales en el trabajo social, que muchas veces no son sino justificación ideológica de
mecanismos de dominación de género, de dominación etnocéntrica o cultural. Una posi-
ción teórica de esta naturaleza implica, asimismo la liberación de los controles que sobre
el trabajo social ejercen las legislaciones y los programas.
• Participación, expresada en la inexistencia de perspectivas prioritarias, verdades esen-
ciales, o autoridades absolutas, en lo que a preferencias y valoraciones se refiere. Por ello,
solo la participación de todos los implicados en las decisiones acerca de lo que ocurre o
debería hacerse es el único modo de definir las verdades, lo que hay que hacer y los jui-
cios prácticos de un modo no opresivo y culturalmente pertinente. La comprensión es
una “actitud constructivista”, como recuerda Klemm (1986) y la verdad es el resultado de
153
Cabe mencionar la última aportación de Jesús Hernández Aristu (2004). Trabajo Social en la Postmodernidad, Zarago-
za, Certeza.
154
Las tesis centrales del postmodernismo personalmente las comparto en los aspectos y con el alcance que aquí se men-
cionan, ya que en otros considero que puede conducir a un nihilismo intelectual y a una situación en el que la peligrosa re-
gla del “todo vale” sea central.
221
la “autoridad cooperativa” (Connor, 1996), el significado lo define el contexto, la situación
en que se encuentran las personas, y el entendimiento no es sino una actividad dialógi-
MANUALES Y ENSAYOS
ca. “La importancia creciente de la participación de los clientes en los hechos que afectan
a sus vidas descentraliza el poder y reparte la capacidad de control que tradicionalmen-
te solo ejercía el profesional. El trabajador social ya no es el único árbitro del significado
de los hechos. Los principios neo-conservadores sobre los derechos y las libertades de
los individuos tanto en su vida personal como en el mercado son el origen de gran parte
del discurso sobre la participación, la potenciación y la elección. De hecho, la invocación
reciente al aumento de participación se ha inspirado más en la política que en la propia
terapia; más en razón de un interés en la justicia que en razón de la psicología interperso-
nal. Las personas deberían conocer sus derechos cuando son tratadas en servicios socia-
les públicos. La justicia social prescribe que los clientes conozcan lo que sucede cuando
ello afecte a sus vidas” (Howe, 1994). Estas libertades personales se oponen a la tenden-
cia del Estado a imponerse y a eliminar las diferencias (Cooke, 1990).
• Poder. Las afirmaciones de Howe no pueden ser más ciertas en este aspecto: “Los análi-
sis postmodernos hacen pensar en que los fundamentos epistemológicos del trabajo so-
cial no han de estar determinados primariamente por el diagnóstico profesional sobre la
naturaleza inherente de la situación del cliente. Ciertamente, los que tienen el poder sue-
len determinar la forma en la que las distintas situaciones se deben entender y qué tipo
de conocimiento es el relevante. Los profesionales son ejemplos de personas que se en-
cuentran en una situación de poder. Son capaces de definir tanto el problema como el
modo de resolverlo, y aun cuando los trabajadores sociales no han tenido éxito en pro-
porcionar remedios a las personas, se han constituido en una parte importante del apa-
rato que patologiza, define y responsabiliza a los clientes en términos de lo que hacen y
de lo que les ocurrirá cuando lo hagan. Al clasificar a los clientes y reunir todos los objeti-
vos del bienestar, los trabajadores sociales desempeñan un papel clave en la regulación
de los miembros marginados y rebeldes de la sociedad” (Howe, 1994). Es curioso com-
probar la gran coincidencia entre estos planteamientos y las críticas al trabajo social tra-
dicional que se realizaron en América Latina durante la etapa de reconceptualización, y a
partir de los años ochenta.
• Actuación. Las reflexiones críticas de Foucault (1981) sobre los modos de imposición del
orden en la premodernidad y la modernidad son la base del análisis de la actuación en
las propuestas postmodernas: así, mientras en la etapa premoderna el orden se imponía
por la fuerza y el dolor sobre el cuerpo, en la modernidad ha primado el control sobre la
mente, a través del Estado y sus habilidades técnicas. Cohen (1985) ha advertido sobre la
vuelta al tratamiento del acto sobre el actor, al tratamiento del delito sobre el delincuen-
te, encontrándose la justicia sustituyendo al bienestar como guía conceptual del trabajo
social. “Lo importante hoy en día es que los actores modifiquen sus actos, pero no curan-
do mentes enfermas, sino mostrando obediencia. Cohen señala que el cambio se debe
conseguir por medio de la conformidad externa y no por una convicción interna. Los in-
conformistas simplemente han de obedecer. La actuación social del individuo es lo que
realmente importa. De ahí que se subraye la importancia de los contratos, la realización
del proyecto y el entrenamiento de las habilidades, en lugar del tratamiento o la reforma”
(Howe, 1994). El trabajo social ha comenzado a dudar del éxito de sus técnicas terapéuti-
222
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
155
La obra de Howe, La teoría del vínculo afectivo para la práctica del trabajo social (1997), cobra una especial relevancia y
se sitúa dentro de los enfoques personalistas y psicosociales de esta perspectiva crítica del trabajo social.
156
La obra de Healy merecería por sí misma un análisis más detallado pero que desequilibraría el texto. Es preciso resal-
tar el hecho de que su investigación constituye uno de los más serios intentos de superación y mejora de los enfoques crí-
ticos y progresistas del trabajo social, realizado desde este mismo enfoque. Si bien utiliza preferentemente a autores como
Foucault y Cixous, y emplea básicamente las teorías postestructuralistas, su análisis comprende también los enfoques más
emparentados con las teorías postmodernas. [Cf. Healy, K. (2001). Trabajo social: Perspectivas contemporáneas, Madrid,
Morata].
157
Cfr. Ander-Egg, 1984c.
223
cas críticas, en vez de constituirse en la verdad acerca de ellas (Foucault, 1995). Como las teorías
“post” críticas estimulan un cuestionamiento radical constante de la actividad del trabajo social
MANUALES Y ENSAYOS
crítico, podemos aprender de sus éxitos y de sus fracasos. En los contextos contemporáneos de
las prácticas del trabajo social, estas ideas pueden fortalecer y diversificar nuestras capacidades
de llevar la justicia social a quienes, en caso contrario, se les negaría” (Healy, 2001).
Voy a estructurar este apartado en función de la naturaleza y amplitud de las propuestas me-
todológicas más relevantes que han tenido cierto impacto en España158, haciendo especial
hincapié en las procedentes de nuestro entorno internacional más cercano. Analizaré las pro-
puestas más recientes de tipo “unitario”, entre las que destaca especialmente la escuela italia-
na. Siguiendo con un recorrido por las propuestas que, no siendo absolutamente unitarias,
plantean procesos de cierta unitariedad en los niveles micro y macro social, examinaré la pro-
puesta de la escuela francesa, que destaca en este tipo de enfoque. Presentaré también las
propuestas metodológicas específicas de origen anglosajón, que se han estructurado tradicio-
nalmente en torno a la construcción de diversos modelos (unitarios y no unitarios). Por último,
finalizaré con las propuestas latinoamericanas e ibéricas, entre las que se sitúa la mía propia.
158
Debo aclarar que mi análisis de las tendencias metodológicas recientes se limita a aquellas que tienen una cierta influen-
cia en nuestro contexto, independientemente de que provengan de otros países o continentes. Excluyo expresamente, por
razones prácticas, el análisis de otras tendencias contemporáneas que no han tenido ningún reflejo –ni siquiera bibliográfi-
co– en nuestro país, por lo que podríamos concluir que no son conocidas, salvo en muy raras excepciones.
159
Como la francesa, por ejemplo, que influenciada en gran medida por la puesta en marcha del Revenu Minimum
d’Insertion, incluye la necesidad de un contrato escrito (estipulado entre el usuario, el trabajador social y el organismo) en
todo proceso de intervención profesional microsocial. Cf. Delage, B. (Dir.). L’évaluation del politiques sociales. Objetifs et
moyens, Talence, Maison del Sciences de l’Homme d’Aquitaine.
224
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
225
a. Individualización-valoración del problema en relación con la situación social más am-
plia en la que se sitúa (perspectiva ecológico-sistémica). Los problemas a destacar
MANUALES Y ENSAYOS
pueden ser de naturaleza: Intrapersonal (para los que se recomienda utilizar esque-
mas conceptuales relacionados con la psicología del yo y con la orientación cogniti-
vista); interpersonal (para los que habrá que recurrir a los principales conceptos de la
psicología social o de la antropología cultural); e intersistémica (en los que habrá que
utilizar conceptos de la teoría de sistemas, la sociología de las organizaciones, el cam-
bio social, etc.).
b. Fijación de los objetivos a través de un proceso que parte de la individualización y el aná-
lisis de las posibles alternativas, la elección de las que son viables, y la definición de las
estrategias y de las tácticas necesarias para ejecutarlas (proceso de toma de decisiones).
Esta fase debe culminar con la redacción de un plan de trabajo y la estipulación de un
contrato.
c. Ejecución del plan. A la autora le parece más oportuno hablar de ejecución del plan que
de intervención, porque la intervención típica del trabajo social, encaminada a ayudar al
usuario a entender y afrontar la situación/problema, empieza desde el primer momen-
to de la relación con el usuario y, por tanto, se realiza también en la fase de individua-
lización y valoración del problema. En este nivel se sitúa el uso de técnicas de apoyo,
insight, información, educación, control, etc., y, el cumplimiento de roles de mediador,
facilitador, formador, defensor, etc.
d. Verificación de los resultados obtenidos en la ejecución del plan en relación con los obje-
tivos a corto y largo plazo fijados. Aun cuando esta tarea valorativa de resultados debe
ser transversal a todo el proceso de ayuda, es preciso establecerla formalmente y debe-
ría llevar a la conclusión del proceso.
Al primero de los supuestos se le denominará “caso-individual”, al segundo y tercer supuestos, les llamaremos “caso-fa-
160
milia”, al cuarto supuesto le denominaremos “caso-grupo”, reservando la expresión “caso-social” para referirnos a ambos
conjuntamente.
226
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
161
Entiendo que un modelo metodológico de intervención en trabajo social debe diferenciarse básicamente de otros por
los métodos, procesos, estrategias y técnicas que propone, y no solo por el objetivo que persigue. En mi opinión, una dife-
renciación en los objetivos últimos está más relacionada con cuestiones de carácter teleológico que con cuestiones de ca-
rácter metodológico.
227
f.
Evaluación de los resultados, es decir, valorar los cambios producidos entre el inicio y el
fin de la intervención, ya sea de manera parcial (en el transcurso de la intervención) o
MANUALES Y ENSAYOS
final.
g. Finalización de la acción: la intervención debe finalizar siempre en el tiempo y el proceso
debe ser cerrado, lo que no siempre se explicita. Esta finalización puede ser prevista en
el contrato, y puede hacerse de diferentes formas (por iniciativa del asistido, por su pre-
establecimiento en el contrato, por finalización planificada, por pase o derivación a otro
servicio, profesional u organismo). Las formas técnicas en que puede hacerse son: espa-
ciamiento de encuentros, elucidar los sentimientos, informar y poner en relación con los
recursos del medio, realizando la evaluación final.
Por lo que respecta al nivel de intervención colectiva, es la acción de los trabajadores socia-
les con una clientela constituida por varios individuos o varios grupos, por lo que incluye la ac-
tuación con grupos (de diversos tamaños), en barrios (o áreas geográficas), e instituciones. Este
tipo de intervención se define con respecto a la dimensión del cliente, y no debe ser confundida
con el trabajo en equipo o las reuniones concertación. Por otra parte, la intervención colectiva
e individual no son opuestas, sino complementarias. Además, la acción colectiva se caracteriza
por la delimitación del lugar de intervención (que puede ser un territorio geográfico o una insti-
tución), así como por la delimitación del tipo de población a la que el proyecto se dirige.
Las propuestas metodológicas francesas de intervención colectiva han sido bien resumidas
en dos libros: L’ intervention collective en travail social, de C. de Robertis y H. Pascal (1987) y la
obra colectiva Actions collectives et travail social: Processus d’action et d’évaluation (Vol. 2) (1989).
Veamos brevemente cada una de ellas.
En la obra colectiva de referencia más utilizada en Francia (VV.AA., 1989), se propone un
proceso metodológico que sigue el esquema unitario clásico: conocimiento del medio (si-
tuación-problema); diagnóstico social; elaboración del proyecto; puesta en práctica de las
actividades y servicios; y, evaluación de las acciones. La novedad de esta obra no es tanto me-
todológica o técnica como de enfoque o estrategia de intervención colectiva. Particularmente
interesantes son las propuestas de:
– Diagnóstico social, como instrumento movilizador y dinámico (Blanc, 1989);
– Elaboración del proyecto (Quagliozzi, 1989), como definición y diseño del ‘querer-ser’
de la comunidad y sus actores, donde las relaciones de asociación o parcería162 son ele-
mento especialmente relevante para su legitimación social y su posibilidad de puesta
en marcha;
– Evaluación de acciones colectivas/comunitarias (Gérard, 1989) que intenta superar con-
ceptualmente el esquema clásico “programa-evaluación”, aunque en el terreno de su
desarrollo metodológico se proponen las pautas clásicas desde el punto de vista téc-
nico.
C. de Robertis y H. Pascal (1987), plantean el mismo esquema metódico de fases que an-
teriormente propusieran para la intervención individual (1981), aunque con las lógicas adap-
taciones en su materialización analítica y técnica a este nivel de intervención. Para ello,
distinguen entre dos tipos de herramientas a emplear en la acción colectiva:
162
La identificación de actores y posibles socios o parceros (partenaires), así como sus intereses en juego (enjeux) configu-
ran un enfoque de elaboración del proyecto muy vinculado con los enfoques de la planificación estratégica.
228
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
163
Enquête, en el original. Suele ser traducido al español como “encuesta”, aunque el alcance francés con el que se emplea
este término en las ciencias sociales es equivalente a “investigación”. Se trata de un uso anglicista del término (procedente
del inglés survey), que puede ser traducido como encuesta y emplearse con un alcance más amplio para referirse a la inves-
tigación social de campo, ya sea que utilice cuestionarios (encuesta en el sentido español restringido del término), entrevis-
tas, observación u otros procedimientos técnicos de recogida de datos.
164
En realidad en la obra se describen tipos de “diseños experimentales”, pero inexplicablemente son denominados como ‘técni-
cas experimentales’, del mismo modo que a los tipos de muestreo se les denomina “técnicas de cuantificación”. [Cf. Robertis, C.
de y Pascal, H. (1987). L’intervention collective en travail social. L’ action auprés des groupes et des communautés, Paris, Centurion.].
229
b. Negociar la entrada o presentarse, ante los grupos de la comunidad, ante las institu-
ciones que trabajan en el barrio, y ante la propia institución para la que se trabaja (a
MANUALES Y ENSAYOS
165
Enjeux, en el original. No existe un término equivalente en español. Puede traducirse como “lo que está en juego”, es de-
cir, los intereses más profundos e importantes de los actores participantes en algo, en este caso un posible proyecto comu-
nitario.
230
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Aunque estas tres últimas autoras son latinas –francesa, italiana y española, respectivamente– su obra se estructura en
166
231
2.ª) Fase de formación del grupo, que conlleva una primera fase de integración, desintegración
y conflicto; una segunda de reintegración o reorganización sintética; y una tercera de funcio-
MANUALES Y ENSAYOS
167
Dentro de esta perspectiva, los enfoques antidiscriminatorios más recientes son especialmente interesantes: Okitikpi, T.
y Aymer, C. (2010). Key concepts in Anti-discriminatory Social Work, London, Sage; Bhatti-Sinclair, K. (2011). Anti-Racist
Practice in Social Work, London, Palgrave-MacMillan; Lavalette, M. (Ed.) (2011). Radical social work today. Social work at
the crossroads, Bristol, The Policy Press; Fook, J. (2012). Social Work. A Critical Approach to Practice (2nd ed.), London, Sage.
232
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
V. Coulshed (1991), por su parte, propone otra clasificación entre las posibilidades metodo-
lógicas de intervención:
– Gestión de casos; basado en el esquema de intervención: entrevista inicial, valoración-
evaluación, registro, consejo-asesoramiento, trabajo en red, y movilización de recursos.
– Intervención en crisis.
– Centrado en la tarea.
– Psicosocial.
– Comportamental.
– Trabajo social con familias.
– Trabajo social con grupos.
Dada la importancia que muchos autores anglosajones, que están siendo traducidos re-
cientemente al castellano, otorgan a este tipo de enfoques y modelos, éstos serán objeto de
un desarrollo más amplio en este mismo capítulo.
Lamentablemente, en el momento de revisar este texto, tanto Nidia Aylwin como Natalio Kisnerman han fallecido. Y
168
233
conocimiento personal entre muchos profesores y profesionales en el marco de reuniones in-
ternacionales y convenios de cooperación académica y científica. La expansión de Internet y
MANUALES Y ENSAYOS
169
Asociación Latinoamericana de Escuelas de Trabajo Social.
170
Centro Latinoamericano de Trabajo Social, con sede en Lima, que dependió operativamente de ALAETS. Tanto
ALAETS como el CELATS atravesaron una grave crisis organizativa, financiera y, en cierto modo, de legitimación, hace al-
gunos años. En la actualidad el CELATS ha desaparecido y ALAETS se ha modificado notablemente.
171
Desde 2002 no ha publicado ninguna obra sobre trabajo social, campo al que ya no se dedica.
234
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
de estos dos autores, en lo que a estructura subyacente se refiere, son muy semejantes: todos
ellos plantean un esquema unitario en cuatro o cinco fases: estudio-investigación, diagnóstico
(que a veces se incluye en la primera fase), planificación, ejecución y evaluación.
Otra de las aportaciones metodológicas más importantes al trabajo social latinoamerica-
no actual, es la procedente de los profesionales especializados en intervención familiar ecoló-
gica y sistémica. Cabe recordar aquí la existencia de la Red Latinoamericana de Trabajo Social
Familiar (RELATS) que agrupa a los principales profesionales en este campo y tiene un espe-
cial dinamismo. Entre los autores más significativos de este nuevo enfoque, donde destacan
especialmente los profesionales colombianos, debemos mencionar por su proyección conti-
nental a A. M. Quintero Velásquez y su obra más influyente: Trabajo social y procesos familiares
(1997)172. También la gerencia social ha sido uno de los nuevos campos de intervención don-
de se han desarrollado ciertas propuestas metodológicas de interés; podemos destacar, en-
tre otras, las siguientes obras: Gerencia social. Un nuevo paradigma en la formación profesional,
de J. R. Zuluaga (1997); La gestión de los saberes sociales, de A.M. Kirchner (1997); La gerencia de
los servicios sociales, de M. L. Molina y N. E. Morera (1999); Gestión social del talento humano, de
L. P. Pardo y P. Arteaga (2001). También en este ámbito destacan las profesionales colombia-
nas, salvo Kirchner que es argentina. Por último, debemos mencionar una de las aportaciones
más originales del trabajo social latinoamericano a la metodología del trabajo social: la siste-
matización de la práctica profesional, que es un “invento autóctono”, surgido como propuesta
para alcanzar un conocimiento científico a partir de la reflexión sistemática y sistematizada de
la práctica profesional. Más allá de las críticas que pueden hacerse a esta formulación tan pre-
tenciosa, es interesante el planteamiento por las perspectivas metodológicas que abre, al me-
nos como nuevo de modo de abordar la reflexión sobre la práctica, pues no se trata de evaluar
ni de aplicar teorías para la práctica (modelos). La obra más conocida en España sobre sistema-
tización es la de M. Gagneten, Hacia una metodología de sistematización de la práctica (1987),
quien impartió clases en Alicante y Valencia sobre el tema; aunque personalmente considero
la obra de R. Mª Cifuentes, La sistematización de la práctica del trabajo social (1999) mucho me-
jor elaborada, más útil y, sobre todo, más sensata.
En todo caso, y por lo que se refiere al proceso metodológico de intervención en trabajo
social, las propuestas latinoamericanas actuales siguen la estela de la reconceptualización y se
sitúan en una perspectiva integrada y unitaria y, más allá de las denominaciones particulares
de cada autor, el proceso general que se plantea y emplea es el constituido por la secuencia ló-
gica de: estudio-investigación-diagnóstico; planificación; ejecución y evaluación; que será exa-
minada posteriormente con cierto detenimiento.
En la misma línea ha publicado otras obras posteriores de gran interés (2000, 2004 y 2006).
172
España y Portugal han vivido procesos sociopolíticos durante el siglo xx, en cierto modo análogos, que han tenido re-
173
percusiones a veces parecidas en la organización de los servicios de bienestar, y en el trabajo social: Regímenes políticos
autoritarios en el contexto de una Europa democrática, incorporación paralela a la Unión Europea, mantenimiento de re-
235
sa, en lo que a metodología del trabajo social se refiere, para analizar, con más detalle y final-
mente, la española.
MANUALES Y ENSAYOS
• Portugal
Primeramente, he de advertir o recordar que los trabajadores portugueses siempre han
sido pocos, considerados comparativamente con otros países de nuestro entorno174. Sin em-
bargo, y comparando su situación con España, el grado académico que alcanzaron con su
formación profesional, desde hace varios décadas, fue de licenciatura y maestría, cuando en
nuestro país apenas si se había logrado la diplomatura. Son bastantes –desde punto de vista
comparativo– los trabajadores sociales que obtuvieron el grado de doctor, bien fuera en uni-
versidades brasileñas o en otras universidades europeas. Una gran mayoría de los profesores
de trabajo social, además de licenciados habían alcanzado el grado de maestría 175, y un nú-
mero creciente de ellos es doctor en trabajo social176. Estos dos hechos, han provocado, entre
otros, dos efectos:
– Desde sus inicios, en los Institutos Superiores de Servicio Social, los textos y manuales
empleados en la formación de trabajadores sociales, han sido en gran parte extranjeros
(tanto de lengua portuguesa como española o francesa, y, en menor medida, inglesa o
italiana). Esta circunstancia, obligada por el escaso “mercado” que una producción edi-
torial exclusivamente portuguesa tendría, ha posibilitado un enriquecimiento y apertu-
ra a perspectivas nuevas y exteriores, con un carácter más o menos generalizado, desde
hace algunas décadas. En este sentido, podría afirmarse que las propuestas y pautas me-
todológicas que se enseñan y utilizan en la práctica del trabajo social portugués, son una
combinación de influencia externa y práctica y sistematización interna.
– El nivel de formación ha sido, y es en general, superior al español; tanto en lo que se re-
fiere a profesionales como a docentes e investigadores. Como prueba de esta afirmación
se puede reseñar el hecho de que, el único centro de investigación, con reconocimiento
nacional177 como centro de I+D en trabajo social, y avalado por un juicio externo previo
de expertos europeos, ha sido el Centro Portugués de Investigaçao em História e Trabalho
Social, CPIHTS178, con sedes en Lisboa y Coimbra, creado en 1994.
Hechas estas advertencias previas para quien no conozca la situación del trabajo social en
nuestro país vecino, veamos cuáles son las propuestas metodológicas actuales más relevan-
tes en Portugal.
laciones socioculturales y económicas con países del llamado tercer mundo por tratarse de antiguas colonias, influencia de
las corrientes de pensamiento latinoamericanas, etc.
174
Hasta hace quince años solo existían tres centros superiores de formación de trabajadores sociales: en Lisboa (ISSSL), Coim-
bra (Instituto Miguel Torga) y Porto (ISSSP), respectivamente; y que son los más asentados y prestigiosos en la actualidad.
175
Que en Portugal fue siempre un grado académico oficial, de carácter nacional, superior a la licenciatura, y paso previo
obligado, al doctorado.
176
A diferencia de España, donde la mayoría de los trabajadores sociales que imparten docencia no son doctores, y en los ca-
sos en que son doctores, la mayoría se doctoraron en otros departamentos y áreas de conocimiento diferentes al trabajo social.
177
Tampoco existe en Europa ningún otro centro investigador semejante (con perfil exclusivo de trabajo social).
178
Promovido por la primera doctora en trabajo social de Portugal (Prof. Dra. Alcina de Castro Martins) junto con otros
investigadores y profesores de trabajo social, en la actualidad está integrado por casi todos los doctores en trabajo social
portugueses, además de profesores e investigadores. Cuenta con participación de investigadores extranjeros (europeos y
americanos), tanto en su comité de asesoramiento científico, como en su consejo editorial. Personalmente, y desde su crea-
ción, soy miembro de ambos Consejos, siendo la única investigadora española presente en los mismos; también he realiza-
do actividades docentes en el CPIHTS.
236
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
En primer lugar, existe un claro consenso acerca de la pertinencia del enfoque unitario.
Las influencias externas más relevantes de este tipo de propuestas proceden de Latinoamé-
rica, a través de dos autores principales: J. Paulo Netto179 (de Brasil) y Ezequiel Ander-Egg.
Ambos se sitúan en un paradigma crítico: en el caso de Ander-Egg de corte humanista-exis-
tencial, y en el caso de Netto, expresamente marxista. Sus obras son muy conocidas y utili-
zadas en la formación de los profesionales. Entre las influencias metodológicas brasileñas
recientes, debo citar a Myriam Veras, pues dos de sus obras han sido co-editadas con el CPI-
HTS: Planejamento social. Intencionalidade e instrumentaçao (2000), y A Investigaçao em Ser-
viço Social (2001). En la actualidad es también profesora en el Mestrado en Serviço Social de
Coimbra.
A caballo entre las influencias latinoamericanas y europeas, tengo que mencionar la mía
propia, que se produce en cuatro ámbitos: investigación (como asesora-consejera externa
del CPIHTS); docencia (impartiendo desde 1994 diversos cursos metodológicos de especiali-
zación y reciclaje profesional en Lisboa, Coimbra y Porto; y como profesora titular de Formu-
laçao e avaliaçao de programas e servicos sociais, en la primera edición del Mestrado en Serviço
Social de Coimbra); publicaciones (cuatro de mis obras metodológicas han sido traducidas al
portugués180); y, asesoría técnica (siendo durante dos años asesora del Programa Nacional Ser
Criança, en el Ministerio de Solidariedade e Segurança Social).
También es preciso señalar la influencia entre los enfoques unitarios, aunque de menor in-
tensidad que las anteriores expuestas, la de C. de Robertis, por una doble vía: como autora lati-
noamericana y francesa. Sus obras son conocidas, pero su influencia más significativa es a nivel
docente, ya que sus libros no han sido traducidos al portugués.
Por lo que respecta a enfoques particularistas, los enfoques sistémicos y ecológicos que
posteriormente se examinarán, tienen una significativa presencia181. Asimismo, debo men-
cionar la “mediación”, como una de las nuevas propuestas que mayor desarrollo está expe-
rimentando182. Hay que destacar, asimismo, la importancia de la perspectiva de género en
el trabajo social portugués, de alguna forma recogida en la obra colectiva, editada por el
CPIHTS: Serviço Social no Feminino (Martins y Henríquez, 1997). También quiero destacar el
dinamismo editorial que en los últimos años se percibe en el trabajo social portugués. Ade-
más de los trabajos e investigaciones recientes que han sido publicadas por el CPIHTS (Ro-
drigues, 1997; Negreiros et. al., 1999; Martins, 1999; Roxo, 2000; Aguilar y Ander-Egg, 1997
y 2002), se han creado nuevas revistas, como: Investigaçao e Debates, de la AIDSS183; Do ser-
viço social, de la APSS184, Estudos & Documentos, del CPIHTS; y la ya clásica Intervençao Social,
del ISSSL185.
179
De perfil más teórico que metodológico, J. P. Netto es el coordinador del programa de doctorado en Sao Paulo que han
cursado varios de los profesores de trabajo social portugueses.
180
Avaliaçao de servicos e programas sociais (1994), Como elaborar um projecto. Guia para desenhar projectos sociais e cultu-
rais (1997), A acçao social a nível municipal (2001c), y Como animar um grupo (2004).
181
Cf. Investigaçao e Debate, n.º 1 (1995), dedicado a Serviço social: metodologias de intevençao.
182
Una de las primeras tesis doctorales portuguesas, presentada en la Universidad de Friburgo, sobre mediación en trabajo
social, fue la realizada por la profesora de trabajo social, Helena Neves Almeida, entonces docente en Coimbra de la Uni-
versidad Bissaya-Barreto.
183
Associaçao Investigaçao e Debate em Serviço Social.
184
Associaçao dos Profissionais de Serviço Social.
185
Instituto Supérior de Serviço Social de Lisboa.
237
• España
Después de este breve repaso a la situación portuguesa, voy a detenerme en el análisis de
MANUALES Y ENSAYOS
las principales propuestas españolas en materia de métodos y metodología del trabajo social.
Empezaré con un poco de historia186: la primera escuela de trabajo social se creó en 1932, pero
hasta los años 1957-1965 no se produjo una expansión y valorización de la profesión, con el re-
conocimiento oficial del título y la creación de nuevas escuelas187.
Siempre se consideró (Colomer, 1974; Campo Antoñanzas, 1978), que el método de trabajo
social empezó a desarrollarse seriamente en España a partir de 1959. Antes, apenas si se ense-
ñaba a los estudiantes a recoger datos en una ficha y a conocer los recursos existentes (Colo-
mer, 1974). En ese año, se realizaron los cursos sobre Casework y Supervisión, a cargo de Nadir G.
Kfouri188. Gracias a estos cursos, los profesionales españoles descubrieron la necesidad de traba-
jar metódicamente para realizar un trabajo profesional, lo que significó un nuevo punto de par-
tida para escuelas y grupos de profesionales. Pero, desde ese año hasta comienzos de los setenta
poco se consiguió en materia metodológica, pues no se aplicaban –en general– las teorías que
se estaban dando a conocer: casework, supervisión, trabajo social de grupo y de comunidad189.
Como recuerda Colomer: “El entusiasmo inicial despertado por el trabajo social de comu-
nidad o de desarrollo comunitario, pasó también por el crisol del desánimo debido a las cir-
cunstancias estructurales de nuestro país que dificultaban el asociacionismo y la formación de
grupos para actividades vecinales. Los métodos denominados “auxiliares” no llegaron en Es-
paña a integrarse en el trabajo social de forma definida y con resultados concretos. La inves-
tigación se explicó dentro de la sociología pero los estudios sobre y para el trabajo social han
sido escasos. La administración ni tan siquiera se ha llegado a programar en todas las escue-
las. La metodología del trabajo social no ha tenido pues una aplicación suficientemente gene-
ral como para dar el resultado de una elaboración más adecuada a nuestro hacer profesional.
La crisis de la profesión –al término de la década de los sesenta–, se ha unido quizá demasiado
a la cuestión del método” (Colomer, 1979).
Como consecuencia de todas estas circunstancias, en 1971, algunas escuelas españolas se
preguntaron sobre la validez de las teorías metodológicas que impartían, y su aplicación posi-
186
Observo en las publicaciones españolas sobre el tema, aparecidas en los últimos lustros, una escasa o nula referencia a
los antecedentes históricos y a las pioneras de nuestro país en materia de propuestas metodológicas. Pienso que, indepen-
dientemente de las valoraciones que cada cual pueda hacer de estas primeras contribuciones, nunca ha sido justamente
reconocido su valor. Muy al contrario, ha sido frecuente, la referencia a precursores de otros países que poca o nula in-
fluencia tuvieron en su momento, y que todavía hoy escasa influencia tienen, en la práctica. Me parece penoso el afán por
rescatar solo lo extranjero, olvidando lo propio. Y no trato de promover aquí un provincianismo intelectual excluyente, sino
evitar el papanatismo cultural que solo valora lo foráneo, y si es anglosajón mejor, como expresión del complejo de inferio-
ridad que, a mi entender, todavía experimentan algunos.
187
Hasta 1964 solo existían en España seis escuelas, ubicadas en Madrid y Barcelona. La primera plaza pública de asistente
social, se convoca en 1960, en el Patronato Nacional de Asistencia Psiquiátrica. La primera escuela oficial se crea en Madrid
en 1967. En 1968 se celebra en Barcelona el primer Congreso Nacional de Asistentes Sociales.
188
Impartidos en Barcelona, Madrid y San Sebastián.
189
En 1961-62, Helen Cassidy amplió la formación con otros cursos de casework, similares a los de N. Kfouri, y en 1968
fue Ana María Hertogue quien hizo lo propio. En 1966 se realizó en San Sebastián el Seminario sobre Trabajo Social de
Grupo, impartido por E. Fiorentino, y al que ya se ha hecho referencia al hablar de la evolución de este método en Espa-
ña. En 1961, se celebró en Barcelona otro Seminario sobre Trabajo Social de Comunidad, dirigido por dos expertas ita-
lianas (Carmen Pagani y Ana Giambruno); pero no sería hasta 1965-66 (fechas en que Marco Marchioni impartió varios
cursos sobre Desarrollo Comunitario en diversas ciudades españolas), cuando este método fue aceptado y promovido en-
tre los profesionales e instituciones. (Véase al respecto la reseña histórica sobre trabajo social comunitario en España, rea-
lizada en el capítulo anterior).
238
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
190
Federación Española de Escuelas de la Iglesia de Servicio Social.
191
La documentación y resumen de los seminarios, celebrados en Manresa y Los Negrales, fue publicada por Euramérica,
en 1973, bajo el título: Método Básico de Trabajo Social.
192
La única revista especializada, existente en esos momentos en España.
193
Si exceptuamos las obras de Ander-Egg que se publicaron en España entre 1972 y 1985 (Servicio social para una
nueva época, El trabajo social como acción liberadora, Diccionario del trabajo social, Metodología del trabajo social,
Metodología y práctica del desarrollo de la comunidad, y más de la mitad de lo que luego serían sus obras completas
sobre trabajo social); la producción metodológica española (de autores españoles) a través de libros fue (y sigue sien-
do) escasa y reciente, si la comparamos con otros ´ámbitos como, por ejemplo, la política social y los servicios so-
ciales.
194
En la década de los setenta y ochenta, la propuesta metodológica de mayor impacto en España fue la de Ander-Egg, a
través de sus publicaciones y cursos en esa época; ya que los artículos de Colomer solo proporcionaban un esquema gene-
ral breve, mientras que Ander-Egg facilitaba un desarrollo operativo muy pormenorizado –teórico y práctico– que se esta-
ba echando en falta. Debemos recordar que, Ander-Egg, ya era bastante conocido a través de sus obras desde finales de los
sesenta; pero su residencia en España entre 1976 y 1986, posibilitó su presencia en asociaciones profesionales y escuelas,
impartiendo cursos y conferencias. También fue entre 1976 y 1983, profesor de la Escuela de Asistentes Sociales de Alican-
te. No obstante lo anterior, creo que el impacto más permanente de su figura, aunque indirecto, ha sido a través de la pro-
ducción de Colomer y otras autoras de la “escuela catalana”, fuertemente influenciadas por sus propuestas. Ander-Egg fue
invitado en numerosas ocasiones por el GITS (Grup d’Investigació en Treball Social, el único centro de este tipo en Espa-
ña, hoy tristemente desaparecido), a impartir en Barcelona cursos sobre metodología, planificación y desarrollo comunita-
rio, a quienes luego serían protagonistas de los más importantes cambios técnicos en materia de trabajo social y servicios
sociales en nuestro país.
195
Insiste en el hecho, no siempre claro para todos los autores, que el origen del trabajo social como profesión, no se en-
cuentra en las actividades caritativas y filantrópicas (que son mucho más antiguas, no necesitan profesionalización para
realizarse, y se mantienen en el presente); sino en los problemas provocados por la revolución industrial, que mostra-
ron la inoperancia de las prácticas existentes para atenderlos. Aparecen los pioneros, que inician programas de asistencia
tecnificada, hasta que estos agentes se dan cuenta de la raíz social y estructural de los problemas, que exige tratamien-
tos “de fondo” y reformas sociales. Es, precisamente, en el seno de este movimiento de reforma social, donde nace el tra-
bajo social.
239
durante esos años, en el GITS, a profesionales entre los que se encontraban: M. Colomer, G.
Rubiol, R. Doménech, R. Romeu, C. Requena, etc. Cabe señalar, en todo caso, que las refe-
MANUALES Y ENSAYOS
240
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
2. Interpretación de datos:
– Análisis para formular un criterio profesional sobre la situación problema
(juicio interpretativo, estructural, personal o de grupo, jerarquización de
necesidades según naturaleza y magnitud)
– Concretización de los factores causales
– Hipótesis de trabajo e intervención profesional
3. Plan de trabajo:
– Determinación de los núcleos de intervención: cuáles y cómo. Señalando:
- el nivel de intervención (según la urgencia de la intervención, la
posible efectividad de la estrategia de acción, la política de la
entidad, la personalidad y preparación del trabajador social)
- los objetivos (profesionales y de solución del problema)
- las técnicas que deben emplearse (instrumentos, técnicas y
recursos)
– Programa o concreción del plan de trabajo: general y de cada núcleo de
intervención, señalando los medios de control y evaluación de la acción
4. Ejecución:
(Es la intervención profesional en una situación problemática o conflictiva, con la
finalidad de activar todas las potencialidades humanas y los recursos sociales en
orden a conseguir un cambio positivo, de acuerdo con unos objetivos propuestos;
intervención que se actualiza mediante una constante evaluación)
– Realización del plan y programa según la línea de acción
5. Evaluación:
– Comprobación de resultados
– Análisis de las experiencias y modificación del plan o programa
241
En un artículo posterior, Colomer (1987) realiza matizaciones y nuevos desarrollos a su
planteamiento inicial, advirtiendo que los métodos y técnicas solo podrán ser útiles si existe
MANUALES Y ENSAYOS
una política social claramente determinada, con recursos adjudicados a los programas y fun-
ciones profesionales concretamente asignadas. Se trata del marco contextual, necesario para
todo trabajo social, y que ya fue examinado en el capítulo 5. También desarrolla el aspecto de
las técnicas, que prácticamente solo estaba implícito en sus trabajos de los setenta. Divide las
técnicas en cuatro grandes tipos:
– Técnicas de recogida y sistematización de datos: “Las técnicas más estimables para el es-
tudio de una situación o problema serán las que pueden desarrollar una relación hu-
mana de manera que el estudio sea ya un elemento dinámico de transformación de la
realidad”. No se puede prescindir de la observación y el contacto directo del trabajador
social con la realidad, debiendo utilizar los coloquios familiares, entrevistas en profundi-
dad, las encuestas, etc.
– Técnicas de planificación, organización y gestión: de toma de decisiones, de elaboración
de programas y proyectos, trabajo en equipo, etc.
– Técnicas de ejecución: entre las que destacan las técnicas de relación personal, tales
como: la entrevista, las técnicas de información, las técnicas de grupo y, en general, las
técnicas de comunicación.
– Técnicas de evaluación: estrechamente ligadas con la recogida de datos, que consisten
fundamentalmente en la utilización de la documentación profesional, el uso de indica-
dores de resultados, y la supervisión, como un modo de evaluación continua.
Otra de las elaboraciones sistemáticas importantes, e injustamente no reconocida en su
momento, fue el libro (primero de una autora española) de M.ª Angeles Campo Antoñanzas
(1978), titulado Introducción al trabajo social, y editado por la Escuela Diocesana de Vitoria. No
plantea la autora ninguna propuesta metodológica diferente, pero justo es reconocer el es-
fuerzo, pionero entre los profesionales españoles de la época, por sistematizar globalmente el
trabajo social, recogiendo lo más significativo hasta entonces en nuestro país.
Entre las aportaciones metodológicas de Campo Antoñanzas, considero oportuno seña-
lar las siguientes:
– Referencia exhaustiva a la obra de Grawitz, en lo que a definiciones y tipos de métodos
de investigación social se refiere.
– Abordaje de la relación teoría-método y la necesaria construcción el marco teórico;
– Los aspectos epistemológicos del método.
– La aplicación del método básico a diferentes niveles de intervención (trabajo social indi-
vidualizado, con grupos, con comunidades).
– Elaboración de pautas de intervención para el trabajo social de grupo (con ejemplos de
programas, y guías de evaluación).
En los años ochenta, se publica una segunda obra (colectiva en este caso), de tipo meto-
dológico y técnico, preparada por la Escuela de San Sebastián: Manual de técnicas utilizadas en
trabajo social. Pretende la obra agrupar y presentar sintéticamente, las que hasta entonces ha-
bían venido siendo, las técnicas más frecuentemente empleadas por los trabajadores sociales,
o que se enseñaban en las escuelas; llenando, sin duda, el vacío bibliográfico que, en este te-
rreno, sufría nuestro país. El libro es una recopilación de técnicas y procedimientos adminis-
trativos, pero en su estructura subyace (aún hasta la tercera reimpresión de 1990), el esquema
242
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
metodológico básico, difundido por Colomer. También en esa época, Teresa Font y Amparo
Porcel (1986), realizan un estudio sobre las técnicas del trabajo social, que fue publicado por el
Colegio de Diplomados en Trabajo Social de Barcelona.
Es la segunda mitad de los setenta y la década de los ochenta, un período de grandes cam-
bios en España, pues con la creación del Estado Social de Derecho que define la Constitución
de 1978, se sientan las bases para el desarrollo de un sistema público moderno de servicios so-
ciales, se descentraliza el Estado y se recupera la autonomía municipal. Es un período de ex-
pansión de la demanda de trabajadores sociales, y de un cierto “florecimiento” profesional, en
parte ayudado por el hecho de que la primera Directora General de Acción Social del gobier-
no socialista fue Patrocinio Las Heras: trabajadora social, coautora del libro Introducción al bien-
estar social196, y promotora del Plan Concertado, que establece la centralidad de la figura del
trabajador social en los servicios sociales de base, comunitarios o generales, como principal
agente encargado de la gestión de las prestaciones sociales básicas.
Aparecen nuevas revistas especializadas entre las que hay que destacar: Cuadernos de Tra-
bajo Social, editada por la EUTS de la Universidad Complutense; y la Revista de Servicios Sociales
y Política Social, editada por el Consejo General de Colegios Profesionales. Este Consejo Gene-
ral también crea una colección de libros, que versarán sobre servicios sociales. La revista más
antigua de todas (aunque no es estrictamente de trabajo social), Documentación Social (edi-
tada primero por FOESSA y luego por Cáritas Española), dedica en esa década varios números
monográficos al Bienestar social y los servicios sociales (n.º 36), Los Servicios sociales (n.º 64) y, en
1987, a la Metodología para el trabajo social (n.º 69). Más tarde, el n.º 79, volvería a versar sobre
Trabajo social y servicios sociales. La Revista de Treball Social (RTS), de Barcelona, siguió publican-
do gran cantidad de artículos con contenido metodológico.
Es interesante utilizar el análisis de los artículos publicados en estas revistas, para consta-
tar algunos cambios de tendencia, teórico-metodológicos. La revista que siempre ha tenido un
claro perfil técnico-profesional ha sido la RTS; al igual que la más reciente de Cuadernos de Tra-
bajo Social, aunque esta última ha sido una combinación de trabajo social, servicios sociales y
bienestar social. La Revista de Servicios Sociales y Política Social, es la que más cambios ha expe-
rimentado en este corto período desde sus inicios, pues en una primera época la casi totalidad
de los artículos estaban relacionados con el sistema público de servicios sociales, y los que te-
nían contenidos específicos de trabajo social lo hacían con relación a los servicios sociales. En
una segunda época, más abierta y plural, se pueden encontrar interesantes trabajos desde el
punto de vista metodológico, ya sean aplicados a experiencias concretas, como reflexiones sis-
temáticas, o sobre propuestas operativas.
Analizando los artículos, podemos observar una influencia cada vez mayor, desde hace
casi dos décadas, de los enfoques sistémicos y ecológicos. Una recuperación de la dimensión
comunitaria de toda acción profesional y una apuesta decidida por el trabajo social de red.
Habría que nombrar a muchos profesionales que han escrito aportaciones de interés (discu-
tibles o no) a la metodología del trabajo social. Intentar hacerlo ahora creo que sería un error,
pues cometería omisiones imperdonables, pero, como ejemplos, mencionaré tres nombres:
196
No siendo un libro metodológico, dedica un capítulo al trabajo social como disciplina, haciendo hincapié en el he-
cho de ser el único profesional con visión global del bienestar, y figura profesional central de un sistema de servicios so-
ciales.
243
Silvia Navarro (1995 a 2004), cuyos trabajos me parecen de una profundidad y rigor excepcio-
nales, además de tener una gran belleza literaria. Ella ha realizado las que, a mi juicio, son en
MANUALES Y ENSAYOS
la actualidad las mejores reflexiones sobre el trabajo social en su dimensión comunitaria; re-
tomando la fuerte e importante tradición catalana en este asunto. Como publicaciones me-
todológicas con vocación de reflexión epistemológica, mencionaré como ejemplo a Teresa
Zamanillo (1987, 1993 y 1999), pues sus propuestas (aunque no las comparto en su totalidad)
han tenido la virtud de “poner sobre el tapete” cuestiones un tanto olvidadas en la interven-
ción profesional. También son bastantes los autores que, sin ser trabajadores sociales profe-
sionales, han realizado reflexiones teórico-prácticas de gran alcance y utilidad para el avance
profesional y disciplinar. Como ejemplo de este grupo citaré a Joaquín García Roca (2004)197,
por su erudición, enfoque crítico, reflexivo y profundamente comprometido, que siempre re-
sulta estimulante y renovador.
Por último, señalar los libros originales y traducciones que se están publicando en Es-
paña en la actualidad. Existen varias colecciones consolidadas y otras iniciadas. Desde hace
unos años, son varios los profesores universitarios que están publicando trabajos. No todo es
metodológico (en realidad, considero que no abundan, precisamente, las obras metodológi-
cas), pero es justo reconocer que, nunca como ahora se había escrito y publicado tanto en
trabajo social198. Poco, si nos comparamos con otros países de nuestro entorno (Italia, Fran-
cia, Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá, México, Colombia, Chile o Argentina), pero mucho
si nos comparamos con nosotros mismos hace apenas un cuarto de siglo, que, dicho sea de
paso, no es gran cosa en tiempo histórico. Personalmente he contribuido, modestamente, a
este desarrollo con la publicación de varios libros y artículos, en medios nacionales y extran-
jeros; y con la impartición de clases y conferencias en diversos países, al igual que otros cole-
gas. Debemos alegrarnos si esto supone el fin de nuestro aislamiento intelectual endémico,
pero no debemos “dormirnos en los laureles” porque nos queda mucho camino por recorrer,
al menos si queremos ponernos al nivel de otros territorios y contextos con mayor tradición
histórica.
Aunque en el capítulo 6 presentaba un cuadro comparativo entre los diferentes modelos teóri-
cos del trabajo social incluyendo aspectos metodológicos y técnicos de cada uno de ellos, por
el inevitable esquematismo de un cuadro, en el mismo no se recogen las aportaciones meto-
dológicas más relevantes de cada uno. Por esta razón, a continuación examinaré algunos de
esos modelos, considerando los aspectos metodológicos y operativos más significativos de
cada uno, empezando por los modelos clásicos, y terminado con los recientes, de tipo integra-
do o unitario.
197
Además de las referencias citadas y utilizadas en este libro, puede apreciarse la amplitud de sus aportaciones en In-
ternet.
198
En la primera década del siglo xxi han aparecido otras muchas publicaciones, aunque es pronto para valorar su impacto
a largo plazo y establecer en qué medida tendrán proyección e influencia en el trabajo social del futuro.
244
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
9.3.1. Modelos clásicos
245
Ya se encuentran aquí las ideas elaboradas posteriormente por dos modelos que se basan
en el uso de recursos para hacer que, restituyendo más “nutritivo” el ambiente, la persona pue-
MANUALES Y ENSAYOS
Muy significativamente, el último libro de H. Perlman (1979) se titula: Relationship. The Heart of Helping People.
199
Cfr. Saleeby, D. (1992). The Strengths Perspective in Social Work Practice, New York, Longman; y (1996). “The strengths
200
perspective in social work practice: Extensions and cautions”, en Social Work, 41(3): 296-305.
246
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
201
Es una técnica de mejoramiento personal por medio del autoconocimiento. En inglés significa “visión interna”. En la te-
rapia Gestalt, se llama de este modo a una especie de iluminación intelectual interior, de reestructuración repentina de los
datos de la experiencia, global y directa. Aparece súbitamente sin pasar conscientemente por los diferentes estadios del ra-
zonamiento lógico.
247
3) Modelo funcional
El principal elemento de diferenciación del modelo funcional es el de haber subraya-
MANUALES Y ENSAYOS
do con extrema evidencia la función de la entidad, la relación del usuario no solo y no tan-
to con el trabajador social como persona, sino con el trabajador social como funcionario
de la institución, representante de la entidad, que trabaja y actúa en ella y por cuenta de
esta. Este aspecto tiene, verdaderamente, notables implicaciones sobre la relación trabaja-
dor social-usuario y también sobre la responsabilidad del profesional de desarrollar la di-
mensión gestora-organizativa de su trabajo. Esta afirmación de la centralidad de la función
de la entidad viene corroborada por V. Taft y fue retomada después por todos los funcio-
nalistas, sobre todo por Smalley (1967). Otro elemento característico de la escuela funcio-
nal es el supuesto teórico, formulado esencialmente a partir de las ideas maduradas en el
ambiente de los neo-freudianos, particularmente por O. Rank, de que cada persona tiene
no solo la capacidad de cambiar en los momentos de estrés sino también una “tensión in-
nata para el crecimiento psicológico y un impulso creativo para un yo más completo y más
integrado”.
La ayuda del trabajador social se realiza a través de la puesta en marcha de un proceso
que comprende una parte inicial en la que se utilizan sobre todo la técnica de la clarificación,
del análisis detallado del problema subdividido en sus diferentes aspectos, el sostén empáti-
co que respeta el ritmo del sujeto en la superación de las resistencias iniciales y en el aprender
a expresar sus propios sentimientos. En esta fase es necesario delimitar y establecer tiempos
precisos que ayuden al usuario a superar la ansiedad de una relación sin límites definidos.
En el proceso de ayuda existe luego una fase media en la que se tiende, sobre todo, a impli-
car la capacidad de elección del usuario, a habituarlo a tomar las propias decisiones, “a medir-
se responsablemente con la realidad acerca de sus objetivos personales” y todo esto se hace
mediante una relación “de negociación” con la Entidad y el trabajador social que oscila con-
tinuamente entre la elección y la limitación. Esto representa el aspecto funcional del trabajo
social en su dimensión institucional que refleja, por un lado “voluntad social” según la cual el
trabajador social tiene el mandato para imponer al individuo límites y prohibiciones (un ejem-
plo claro de esto se encuentra en el trabajo social penitenciario), y, por otro lado representa el
aspecto “educativo” de la relación en cuanto ayuda al usuario “a afrontar, a comprender, a acep-
tar constructiva y responsablemente determinadas realidades de su situación, sus capacidades
y también los elementos de su ambiente social”. Por otra parte el trabajador social, dándose
cuenta de que la estructura organizativa de la entidad tiende a esclerotizarse, a volverse ruti-
naria y por ello a perder su función educativa individualizada respecto al usuario, debe vigilar
continuamente para mantener elástica la estructura y funcionales las situaciones estructura-
les. La fase terminal tiene la misión de ayudar al usuario a superar los sentimientos de ansie-
dad o culpa conexos con la finalización y hacerle vivir de manera positiva una relación que se
ha transformado gradualmente en una colaboración.
En este modelo se supera en gran parte el esquema estudio-diagnóstico-tratamien-
to porque el proceso siempre tiene implicaciones valorativas y terapéuticas en cada una
de sus fases. Se supera también la separación entre tratamiento directo y tratamiento in-
directo en tanto que el trabajo con la entidad y en la entidad y el trabajo con el ambien-
te son aspectos integrantes del proceso de ayuda establecido entre el trabajador social y
el usuario.
248
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
249
el trabajador social y el usuario tratan de llevar a cabo las propias tareas. En esta fase la ayu-
da dada por el trabajador social al usuario consiste, primero, en decidir juntos acerca de las ta-
MANUALES Y ENSAYOS
reas que se confían a cada uno y, posteriormente, en el apoyo al usuario para la realización de
la propia tarea. Las tareas que asume el trabajador social guardan relación con el desarrollo y
la utilización de los recursos materiales, la influencia y la sensibilización de personas significa-
tivas del ambiente del usuario para que puedan convertirse en una ayuda para el usuario mis-
mo. En definitiva, la intervención del profesional consiste en poner al usuario en condiciones
de emprender una acción responsable y constructiva en su propio interés tratando de ayudar-
lo a comprender el problema, a hacerse un plan de acción para resolverlo y a realizar el plan
establecido. La relación trabajador social-usuario “representa un medio para estimular y pro-
mover la acción” y por ello debe caracterizarse por la presencia de elementos de aceptación,
confianza, comprensión y estímulo que favorezcan un clima de colaboración y lleven a estipu-
lar un contrato recíproco sobre la base del acuerdo y el sostén. Reid, al definir las característi-
cas de una buena relación terapéutica se refiere expresamente a las ideas de Perlman “y prevé
tanto el sostén como el requerimiento del compromiso del usuario (expectativas)” que tienen
igual peso en el proceso de cambio puesto en marcha en el trabajo social.
Las fases del proceso y las actividades conexas a él, de forma resumida202, son:
– La especificación del problema.
– La contratación.
– La planificación de la tarea.
– El análisis y la superación de los obstáculos mediante la puesta en marcha por parte del
trabajador social de una serie de técnicas específicas tales como el estímulo, el consejo
o asesoramiento, el juego de rol, la exploración y sobre todo los métodos de tratamien-
to cognitivo y el uso de los recursos posibles.
– Experimentación y actividad guiada; el trabajador social ayuda al usuario a realizar la
propia tarea también a través de la técnica del juego de rol, es decir, de la experimen-
tación preventiva de la tarea a desarrollar, o bien mediante la actividad guiada esto es,
seguir, acompañar al usuario cuando por primera vez intenta experimentar el nuevo
comportamiento o realizar la acción acordada.
– Revisión de la tarea; los progresos del usuario se controlan siempre al comienzo de cada
coloquio o entrevista y esta revisión sirve para enfocar el plan estratégico. De acuerdo
con este planteamiento parece que se utiliza la técnica del coloquio de Carkuff que se
basa en esta revisión progresiva de las tareas y de las acciones emprendidas por el usua-
rio (1979); pareciera menos utilizable la técnica rogeriana del coloquio dada la gran di-
rectividad que caracteriza a este tipo de relaciones.
– Conclusión; el proceso de conclusión comienza ya en la fase inicial cuando se establece
la duración del tratamiento.
Este modelo parece contener óptimos puntos de aplicabilidad en el contexto del trabajo
social: sigue la línea de lo concreto que había caracterizado el enfoque de Perlman y aunque
en su origen se aplicó solo a nivel individual, el modelo tiene variaciones que permiten apli-
202
Una descripción detallada de todas las fases que comporta el proceso y las actividades que conlleva cada sesión, inclu-
yendo casos ilustrativos, puede consultarse en: W. Reid y B. Ramos (2002). “Intervención ‘centrada en la tarea’, un modelo
de práctica del trabajo social”, en Revista de Treball Social, 168: 6-22.
250
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
carlo a nivel familiar o de grupo (Fortune, 1985), en la gestión de casos (Reid y Bailey-Demp-
sey, 1995; Naleppa y Reid, 2000), y en trabajo social generalista (Tolson, Reid y Garvin, 2003).
El concepto fundamental es el de dar vida a un proceso de aprendizaje social más que a un
proceso terapéutico203.
203
Se puede encontrar bibliografía abundante e instrucciones básicas para llevar a cabo este modelo en la web: http://task-
centered.com
204
Todas las citas literales sobre este modelo corresponden a la obra de C. Germain (1979).
251
– Definición de la necesidad-problema; la unidad de atención es la persona y el espa-
cio de vida; se definen los problemas de vida que han causado el estrés y han someti-
MANUALES Y ENSAYOS
do a una dura prueba las capacidades de reacción del usuario; estos problemas reflejan
una fractura entre las necesidades de reacción y los soportes ambientales. Por lo gene-
ral los problemas se sitúan en esta perspectiva en tres áreas: la primera concierne a las
fases de transición del ciclo vital con referencia a la cultura en la que la persona vive;
la segunda atañe a “las tareas o competencias que las personas tienen delante mien-
tras tratan de usar, de cambiar o de influenciar de algún modo sus ambientes físicos y
sociales para hacer que respondan mejor a sus metas y necesidades”; la tercera “toma
en consideración las relaciones interpersonales y las estructuras de comunicación de
las familias y de los grupos que condicionan el modo en que las necesidades, los fines
o metas y las tareas o competencias del individuo, de la familia o del grupo encuentran
respuesta”.
– Definición de los objetivos y planificación de la intervención; el objetivo general es el
de ayudar al usuario a superar las dificultades que se ubican, por lo general, en las tres
áreas mencionadas anteriormente, y a enfocar, por tanto, una identidad propia, a desa-
rrollar la propia competencia, esto es la capacidad de afrontar con éxito las situaciones
ambientales, la propia autonomía entendida como posibilidad de hacer frente de modo
creativo y autorregulado a los problemas, y la capacidad de mantener relaciones inter-
personales válidas.
– Intervención; se utilizan técnicas comunes también a otros modelos pero lo que pue-
de ser diferente “son los fines hacia los cuáles se dirigen los procedimientos así como
las áreas del contexto ecológico donde se desarrolla la acción. Se ayuda a los usuarios
a “construir la autoestima, a reforzar las defensas contra la ansiedad y la depresión... a
través del uso hábil de incentivos, recompensas y manteniendo un cierto equilibrio
entre esperanza y malestar... se suministran las informaciones, se enseñan las estrate-
gias que hay que poner en marcha para la solución de los problemas de los que a me-
nudo depende el control cognitivo del estrés”. Se utilizan también otras técnicas más
sofisticadas como la escultura familiar, el genograma y los ecomapas para llegar “al do-
minio cognitivo, perceptivo y emotivo de lo que de otro modo podría ser una situa-
ción desesperadamente caótica”. Se insiste también en las tareas o competencias a
desempeñar por parte del usuario, entendidas más como prescripciones típicas de la
terapia relacional que como acciones para resolver el propio problema. También pue-
de haber acciones sobre el ambiente físico reorganizando el uso del tiempo y del es-
pacio; acciones sobre la organización asistencial para suministrar y promover el uso de
recursos, removiendo eventuales barreras espacio-temporales al acceso del usuario.
Además, se prevé el uso apropiado de recursos para hacer más nutritivo el ambiente
como, por ejemplo, el uso de servicios integradores o sustitutivos de la familia cuán-
do esta falta.
Es un modelo que retoma algunas ideas ya bastante difundidas en el ambiente del traba-
jo social estadounidense desde que en los comienzos de los años sesenta L. Austin reconoció
la importancia de la teoría de sistemas para el trabajo social y la presentó en sus escritos en
los seminarios que hubo en la Universidad de Columbia. Es una corriente de pensamiento que
está teniendo grandes repercusiones sobre todo desde que se inserta en una visión holística
252
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
del trabajo social que tiende a superar la subdivisión en métodos que todavía en el modelo de
Germain no se acepta plenamente.
253
social, acepta experimentar sobre sí mismo las técnicas de modificación del comporta-
miento que este le “impone”. Con frecuencia se hace uso de “mediadores”. Se trata de
MANUALES Y ENSAYOS
personas que, formando parte del ambiente de vida del usuario (familia, escuela, grupo
de pares, etc.), asumen el compromiso de colaborar con el trabajador social en la ejecu-
ción del programa de modificación del comportamiento. El mediador (padres, maestro,
jefe de grupo) colabora en el programa desempeñando, en relación con la persona que
debe modificar el propio comportamiento (se trata por lo general de menores), una fun-
ción de “control”, reforzando con premios el comportamiento a adoptar y desanimando
con penalizaciones o castigos el comportamiento a modificar. Es un modo de involucrar
en torno al proceso de modificación del comportamiento al ambiente de vida del suje-
to, para no crear una excesiva dependencia del trabajador social, delegando en él toda la
responsabilidad de actuación del programa de modificación de la conducta.
– Fase de conclusión en la que se verifican conjuntamente los resultados obtenidos, que
pueden elaborarse también gráficamente para destacar con mayor evidencia el trabajo
realizado. También el usuario puede haber sido invitado a llevar un diario de los propios
comportamientos, de manera que en la fase conclusiva él mismo esté en condiciones de
valorar el nivel de cambio logrado.
Es un modelo que se aparta significativamente de cualquier otra orientación del trabajo
social, porque parte de supuestos totalmente distintos. No acepta el concepto de desarrollo
y crecimiento personales favorecido por una acción de sostén del trabajador social, también
mediante el uso de recursos concretos de los que es responsable una estructura organizativa.
Aquí la relación es exclusivamente entre el trabajador social y el usuario, como si al exterior no
existiera nada más que una relación eminentemente terapéutica, en el sentido que tiende a
modificar un comportamiento, un síntoma considerado patológico.
9.3.2. Modelos recientes
254
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
El concepto de sistema se puede aplicar tanto al caso individual, como al trabajo con gru-
pos, con comunidades o con instituciones; de aquí nace casi inevitablemente la superación de
la división tradicional del trabajo social en “métodos” ya que supone que el proceso de inter-
vención del trabajador social en un sistema tenga procedimientos metodológicos y produz-
ca iguales efectos ya se trate de sistemas individuales, familiares, o de sistemas sociales más
amplios como los grupos, las comunidades o las instituciones. Igualmente, de este supuesto
deriva la superación de la subdivisión, con frecuencia clara pero en muchos autores de traba-
jo social matizada (Perlman), entre tratamiento directo y tratamiento indirecto. Estas son las
ideas que están en la base de los llamados modelos de trabajo social holísticos o integrados,
como los de Pincus y Minahan (1973), Goldstein (1973) o Siporin (1975), aunque como es ob-
vio muchos aspectos de estos modelos deben ser enfocados mejor y profundizados. Veamos
ahora algunos modelos integrados, evidenciando tanto sus elementos diferenciales como los
aspectos problemáticos.
205
Todas las citas de este modelo corresponden a Goldstein (1973).
255
– Dar vida a una relación que favorezca en el usuario una conciencia sustancial de obje-
tos, hechos y situaciones; la conciencia psicológica de sí mismo, de las propias motiva-
MANUALES Y ENSAYOS
256
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Estudio y
E
valoración
S
T
R
A Fijación de
T objetivos de
E intervención
G
I
A Conclusión y F
verificación Final
A
Central S
E
Inicial
S
Individuo Familia Institución
Grupo Comunidad
DIANA
La estrategia comprende las tres acciones principales del proceso metodológico del tra-
bajo social: estudio y valoración de la situación, fijación de los objetivos e intervención, con-
clusión y verificación.
La diana se refiere a los sujetos destinatarios de la intervención del trabajo social que se
agrupan en: el individuo; la familia o el grupo; la institución o la comunidad.
En lo que respecta a las fases de la actividad operativa este modelo considera ante todo
una fase de inicio, de toma de contacto, una fase central más propiamente orientada al trata-
miento y una fase final.
Este proceso encuentra su aplicación respecto a diversos tipos de sistemas sociales, indi-
viduos-familias y grupos, organizaciones y comunidad. El modelo unitario de Goldstein pare-
ce recuperar en una visión holística una serie de conceptos relativos, sobre todo, al modelo
de solución de problemas, a los modelos existenciales y al modelo centrado en la tarea de
Reid. Ciertamente, parece representar una de las formulaciones teóricas más completas aun-
257
que por ahora algunos conceptos como el de relaciones entre sistemas quedan todavía por
elaborar206.
MANUALES Y ENSAYOS
206
Mi incertidumbre deriva de la dificultad que he tenido para poder utilizar los textos originales de todos los autores de
este modelo, de forma completa, para recabar un planteamiento correcto del mismo; así como de la dificultad intrínseca
del texto de Goldstein, con frecuencia oscuro y difícil.
207
Las citas literales que se incluyen en la explicación de este modelo corresponden a Pincus y Minahan (1973), si no se es-
pecifica expresamente otro autor en la referencia citada.
258
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
259
En el modelo que estamos examinando el trabajo social es visto como un proceso de “cam-
bio programado” que avanza mediante “una serie sistemática de acciones dirigidas hacia un
MANUALES Y ENSAYOS
fin” y no tanto a través de fases precisas enlazadas en una secuencia lineal. Las finalidades que
hay que tener presentes son las “metas finales de los diversos sistemas en juego y los fines
relativos al método profesional del trabajador social que hemos visto inicialmente. Los fines
del trabajo social se integran con las metas de los distintos sistemas a través del contacto del
trabajador social con el sistema, su modo de introducirse en la dinámica interna del sistema
para modificarlo. La relación entre trabajador social y usuario deberá llevar, por tanto, a la defi-
nición de un contrato que puede prever también contratos con los otros sistemas (sobre todo
el sistema-diana). El contrato debe tener en cuenta sobre todo las dos características funda-
mentales de los sistemas, la posibilidad de modificarse, integrada en la necesidad de “mante-
nerse viva como unidad que funciona bien”. Del contrato deben surgir una serie de tareas que
tanto el usuario como el trabajador social deben asumir a fin de realizar los objetivos definidos
para establecer una relación diferente con los recursos.
Los instrumentos, las técnicas, las capacidades del trabajador social, en este modelo son to-
dos aquellos comunes a cada uno de los enfoques del trabajo social; la utilización de coloquios,
entrevistas, reuniones, documentación para la recogida de datos, la valoración del problema,
la definición de un plan de intervención. Pero en este modelo, sobre todo se valora la nego-
ciación del contrato entre los diversos sistemas y la formación y el funcionamiento del sistema
de ayuda que puede estar constituido por un grupo, un equipo o una institución comunitaria.
Tratándose de un modelo que se basa en un proceso de cambio programado, se otorga
mucha importancia al poder de influencia que puede tener el trabajador social. Este poder le
llega al trabajador social de varias fuentes formales e informales tales como el mandato social,
el estatus, el control de la información y los recursos, el conocimiento y la capacidad, el encan-
to personal, etc. y puede ejercitarse a través de varios medios: la incitación, la persuasión, el
uso de la relación y la utilización del ambiente. Es una forma de advocacy208 entendida como el
esfuerzo para modificar las decisiones ajenas que se revaloriza junto al concepto de autoridad
del trabajo social norteamericano actual (Sosin y Caulum, 1983 y Palmer, 1983). El proceso de
trabajo social concluye con la evaluación del esfuerzo de cambio y la estabilización de este es-
fuerzo más allá de la finalización de la relación con el trabajador social.
Este modelo evita, ciertamente, planteamientos dicotómicos en la práctica del trabajo so-
cial tales como persona/ambiente, práctica clínica/acción social y microsistema/macrosistema;
supera la distinción entre intervención directa e indirecta apostando por el nodo de inter-
sección entre individuo y sistema de recursos, es decir, ambiente social y estructuras institu-
cionales con las que debe entrar en contacto en el proceso de solución de problemas que
debe poner en práctica. Supera también, como es obvio, la subdivisión en métodos en cuan-
to el proceso de cambio programado puede aplicarse indistintamente tanto al caso individual
como al grupo, a la comunidad o a la institución. El único punto que puede suscitar perpleji-
dad, desde mi punto de vista, es el hecho de que no se aclaran suficientemente qué objetivos
208
En español no existe un término equivalente, aunque podríamos traducirlo como “apoyo activo en defensa de algo”.
Existen enfoques centrados en este concepto de defensa activa que tienen por objeto promover el control y la participación
de los clientes en sus propias vidas, en su comunidad y en los servicios que reciben. Se trata de favorecer el acceso de los
usuarios a las medidas y disposiciones de las que pueden beneficiarse, mediante la transformación de su dependencia en
una interdependencia de distintas redes de apoyo social.
260
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
y qué metas tenía el proceso de cambio a nivel individual; tal vez –pero los textos no lo expli-
citan mucho– se entiende poner en práctica los mismos objetivos indicados por Perlman en el
modelo de solución de problemas a los que los autores se refieren expresamente.
Ciertamente en este modelo adquiere una relevancia particular tanto la Entidad, vista
como sistema agente de cambio que comprende como parte integrante al trabajador social,
como los otros sistemas institucionales, comunitarios y naturales con los que el trabajo social
se enlaza para formar los sistemas de ayuda y utilizarlos a favor del sistema-cliente o del sis-
tema-diana. Se trata de un modelo cuyas bases teóricas son esencialmente las de la teoría de
sistemas; en efecto, no parece posible su aplicación sin un profundo conocimiento de las di-
námicas inherentes a los sistemas sociales y a sus interrelaciones; sin embargo, utiliza también
otra serie de aportes teóricos que el trabajo social ya ha utilizado en el modelo de solución de
problemas y en el modelo centrado en la tarea.
Para finalizar esta presentación sobre modelos teóricos de trabajos social, me parece muy
pertinente traer a colación las reflexiones de M. Dal Pra Ponticelli (1985), pues aunque ella las
formula en el contexto italiano, creo que bien pueden ser referidas al contexto español. Este
balance comparativo entre los modelos presentados puede sugerir las siguientes reflexiones:
“Ante todo me parece que hay una superación progresiva del esquema conceptual y metodo-
lógico del tipo estudio-diagnóstico-tratamiento, que tiende por ello a la cura de una patolo-
gía, para encaminarse hacia la aceptación de un modelo procesual que tiende al logro de un
cambio a través de la integración dinámica de las diversas fuerzas en juego y se desglosa en la
secuencia: análisis de la situación-fijación de objetivos y estrategias de intervención-interven-
ción-verificación en términos de cambio producido en el comportamiento de la persona, en la
situación ambiental o en su relación recíproca.
“Además, se puede observar en todos los modelos presentados una fuerte acentuación
del aspecto metodológico. De hecho, se trata de dar un esquema de referencia no solo opera-
tivo (sobre qué hacer), sino también, y sobre todo, sobre cómo hacerlo. La teoría de la prácti-
ca del trabajo social es ante todo una teoría metodológica y el proceso metodológico parece
ser, por tanto, el denominador común de los distintos modelos. Las bases teóricas del traba-
jo social parecen haber sufrido un desplazamiento, ya evidente en los años treinta, desde las
ideas freudianas y aportaciones de los neo-freudianos, a las de los psicólogos humanistas y de
los existencialistas. En los años más recientes, justamente a continuación del pasaje de una in-
tervención dirigida a la cura y por lo tanto de tipo terapéutico, hacia un enfoque dirigido al
cambio, y, por tanto, basado en un proceso de aprendizaje-socialización, se puede advertir un
incremento gradual de los planteamientos que se refieren sobre todo al cognitivismo respec-
to a los que se refieren al psicoanálisis. Consecuentemente, se nota una superación gradual del
concepto relativo al tratamiento directo e indirecto y a la subdivisión en métodos de la prác-
tica profesional. Esta superación de la subdivisión en métodos es, en mi opinión, también la
consecuencia de algunas modificaciones sustanciales de carácter estructural del sistema asis-
tencial en muchos países europeos (sobre todo Inglaterra, Italia y España). Así, tanto la gradual
afirmación del trabajo social a nivel territorial con la previsión de una gradualidad de niveles,
como el contacto con el uso del management209 de la política asistencial, ha llevado al trabajo
En inglés en el original. En italiano se utiliza siempre la expresión en inglés para designar todas las actividades orienta-
209
das a la gerencia y la gestión de los servicios, programas y políticas de bienestar social. En el caso latinoamericano, la ex-
261
social –tanto en el terreno de la formación como del ejercicio profesional– a adquirir una se-
rie múltiple y compleja de competencias para operar, ya sea con este uso más moderno, como
MANUALES Y ENSAYOS
con los grupos de la comunidad, con las redes de solidaridad social, con los organismos insti-
tucionales de la participación popular o con los organismos de control asistencial descentrali-
zados. Y todo ello utilizado para abordar, a su vez, una vasta gama de problemas, lo que le lleva
a desarrollar una actividad de programación, organización, gestión y control de los servicios
y de los recursos asistenciales dentro del territorio de las zonas básicas de servicios sociales.
“Esta tendencia a la superación de la subdivisión en métodos tiene, desde mi punto de vis-
ta, dos orígenes, por una parte la aceptación de la base teórica, representada por la teoría de
sistemas, y por otra la necesidad de hacer frente, en el trabajo social de territorio (territorial), a
una pluralidad de funciones y de competencias integradas y centradas en el trabajador social,
a menudo único operador presente de manera estable. Este último fenómeno se advierte so-
bre todo en países que han adoptado enfoques organizativos del sistema nacional de salud.
Con relación a los instrumentos del trabajo social, también en estas nuevas perspectivas
parecen que han permanecido los mismos, y no podía ser de otro modo, dado que la relación
interpersonal y la actividad administrativa son y permanecen como los dos polos del traba-
jo social. Se pueden advertir, en cambio, nuevas orientaciones –a mi entender– en lo que res-
pecta a las técnicas de entrevista que en los últimos modelos (sobre todo en el centrado en la
tarea) parecen reelaborarse fundamentalmente –como ya se ha señalado– de acuerdo al enfo-
que de Carkuff más que al de Rogers, dando un espacio amplio a la directividad y al análisis de
las acciones desarrolladas por el usuario en la realización de la propia tarea, más que al análisis
de sus sentimientos y en la percepción de sí mismo.
“También el trabajo con grupos parece haberse desplazado de una actividad terapéutico-
educativa a una actividad de promoción, de decision-making210, de realización de tareas con gru-
pos formales preexistentes a la iniciativa del trabajador social, en los que juega a menudo el papel
de experto, de simple miembro o de facilitador de informaciones” (Dal Pra, 1985). Sobre este pun-
to podríamos preguntarnos sobre el uso que podríamos hacer de estos modelos, en la realidad
española actual211. Antes que nada debemos considerar que en España no hay todavía una pro-
fundización cultural de las bases teóricas del trabajo social, que nos haya llevado a la elaboración
de modelos teóricos para la práctica desde nuestro propio contexto, aunque es un camino que
ha sido emprendido esforzadamente en los últimos años. Precisamente este vacío cultural impo-
ne, sobre todo hoy, a los establecimientos formativos de los trabajadores sociales (universidades
sobre todo, pero también colegios profesionales y entidades que prestan servicios de formación
permanente), conocer a fondo lo que ha sido elaborado en otros países, no para asumirlo acrítica-
mente, sino para valorar su aplicabilidad y la congruencia con el trabajo social español.
Se trata de confrontar, ante todo, los modelos propuestos con los valores y los objetivos del
trabajo social español de estas últimas décadas, que ha hecho y que está haciendo su pecu-
presión equivalente que habitualmente se utiliza es la de “gerencia social”. Una explicación sobre el alcance del término
aplicado a la “gestión de caso” ya se hizo en el capítulo 8.
210
En inglés en el original. En español se traduce como “toma de decisiones”, entendiendo esta actividad como un proceso
global y no solo como el hecho puntual de decidir qué hacer.
211
Todo cuanto la autora dice respecto a la importancia de utilizar estos modelos y de su uso crítico e instrumental en la
realidad del trabajo social italiano, debe aplicarse a la realidad española y latinoamericana, en donde el uso de modelos –
salvo el sistémico en el trabajo con familias y el de modificación de conducta en el trabajo social de Puerto Rico– tiene un
notable retraso en su aplicación práctica.
262
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
liar camino también en relación al contexto estructural organizativo en el que está inserto (por
ejemplo, los servicios sociales territoriales o la incipiente creación del sistema de protección a
la dependencia). Para realizar este objetivo es preciso tanto un trabajo de reflexión crítica a ni-
vel teórico, como una verificación empírica a través de la experimentación de la utilización de
estos modelos en la práctica. Además, se trata de profundizar la teoría para la práctica del tra-
bajo social creando vínculos más estrechos con las ciencias sociales (sobre todo psicología, so-
ciología y antropología cultural) para profundizar y evidenciar los conceptos de estas ciencias,
que deben constituir la base teórica para la formulación de modelos del trabajo social; base
teórica para confrontar y enriquecer con datos recabados de las investigaciones sobre la ope-
ratividad práctica del trabajo social. Es necesario, en efecto, tratar de profundizar el conoci-
miento que el trabajo social tiene de sí mismo, de lo que hace y debe hacer (funciones), pero
sobre todo del por qué lo hace (objetivos) y cómo lo hace, con qué instrumentos, obteniendo
qué resultados. El conocimiento y el uso de modelos, incluso extranjeros, pueden representar
una etapa importante en el proceso de desarrollo cultural y teórico del trabajo social en Espa-
ña en la actualidad, con tal que sea un conocimiento y un uso crítico e instrumental para llegar
a elaborar modelos teóricos adecuados a la práctica del trabajo social español, o bien a utilizar
modelos propuestos por otros, pero después que se haya comprobado a fondo la congruencia
y la aplicabilidad en nuestro contexto (Dal Pra, 1985).
He intentado, en este capítulo, presentar sistemáticamente cuál es la situación ac-
tual del trabajo social, en lo que metodología se refiere, y tal como yo la percibo a partir
de la experiencia internacional que conozco. Soy consciente de no haber examinado la
realidad de África y Asia, pero la falta de material y fuentes de consulta, unida al hecho
que no conozco con suficiente profundidad sus realidades profesionales, me han impo-
sibilitado tal tarea212. En todo caso, no creo, con ello, haber omitido ninguna aportación
totalmente nueva y relevante en lo que a métodos de intervención profesional se refie-
re. No obstante lo anterior, pido se excuse mi ignorancia al respecto.
A continuación, presentaré las que considero deben ser características y estructura
fundamentales del método en trabajo social, junto con algunas técnicas y procedimien-
tos más frecuentes. Se trata, básicamente, de presentar “mi” propuesta metodológica,
a partir de las fuentes y análisis realizados. Con muchas limitaciones y lagunas, pero
con el deseo de contribuir al esfuerzo intelectual, necesariamente colectivo y plural, de
avanzar en la construcción del método en trabajo social.
212
Solo se ha publicado un artículo en España sobre el trabajo social en África, y este ha sido para analizar la formación de
los trabajadores sociales en Etiopía desde 2004 (Véase T. Abye (2011). “Transformando el futuro y estableciendo un contex-
to para el cambio”, en Revista de Servicios Sociales y Política Social, 96: 115-129).
263
CAPÍTULO 10
ESTRUCTURA Y CARACTERÍSTICAS
DEL PROCESO METODOLÓGICO
EN TRABAJO SOCIAL
ESTRUCTURA Y CARACTERÍSTICAS DEL PROCESO
METODOLÓGICO EN TRABAJO SOCIAL
MANUALES Y ENSAYOS
Antes de analizar el posible esquema metodológico de intervención en trabajo social (sus mo-
mentos o componentes lógicos, las acciones que implica realizar, y los procedimientos técni-
cos que conviene emplear), creo oportuno realizar algunas consideraciones previas, acerca de
lo que entiendo deben ser las características más relevantes de ese método de intervención,
desde la perspectiva de los valores, fines y trayectoria de nuestra disciplina y profesión.
En primer lugar, debemos recordar que iniciábamos este trabajo identificando al trabajo social
como una profesión de ayuda. Metodológicamente, la relación de ayuda es un proceso uni-
tario, global, difícilmente fragmentable: una persona, una familia o un grupo, siempre se en-
cuentran formando parte de subsistemas y sistemas sociales más o menos amplios, que deben
ser considerados como partes de un todo único, que será el sistema de ayuda, independien-
temente del nivel o niveles de intervención en que se tenga incidencia. Así pues, con el con-
cepto de unitariedad, hacemos referencia a un conjunto de caracteres de coherencia, enlace,
conexión orgánica e integración, referidos tanto al campo de acción como a la relación profe-
sional y, por tanto, a la afirmación de un único método para diferentes aproximaciones, niveles
y tipos de intervenciones. Este concepto puede sintetizarse en:
– Atención central y permanente a la persona en su globalidad.
– La direccionalidad de la intervención, siempre ha de estar orientada a mejorar las relacio-
nes entre la persona y su contexto ambiental.
– Con este fin hay que crear y utilizar todo tipo de recursos.
266
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
213
Las viejas denominaciones (casework, group work, community work) explican la naturaleza del interlocutor, pero no pre-
cisan el contenido de la intervención, evocando, además, con posibles equívocos, modelos operativos de otras profesiones.
[Cf. Ferrario, F. (1994). “La dimensión del ‘entorno’ en el proceso de ayuda”, en Bianchi, E. (comp.). El servicio social como
proceso de ayuda, Barcelona, Paidós].
267
debe interpretarse exclusiva y restrictivamente como ‘área de intervenciones técnico-instituciona-
les’, sino como complejo dinámico de culturas, conjunto de potencialidades, recursos y problemas,
MANUALES Y ENSAYOS
que puede regenerarse a través de la participación de los sujetos interesados. Esto requiere una
adecuación de las modalidades de oferta al tipo de contexto y una consideración y un inter-
cambio activo con las fuerzas positivas presentes en el sistema” (Ferrario, 1994; subrayado en el
original). Desde esta perspectiva ecológico-sistémica, los objetivos de la intervención social se
focalizan en la emancipación de los sujetos interesados y en la progresiva capacidad de gestión
de las dificultades que se manifiestan en las convivencias sociales, la presencia técnica asume
una función de agilización de procesos más que de organización de las ofertas sociales.
En esta óptica ecológico-sistémica, el proceso de ayuda activado por el trabajador social se
caracteriza por (Ferrario, 1994):
– Orientar la intervención del servicio, teniendo en cuenta las características y las cultu-
ras del área, además de los sistemas de recursos naturales e informales donde valorarlos,
evitando anular sus potencialidades.
– Estimular, apoyar y contribuir a un proceso de respuesta (que no se pretende cubrir) y, al
mismo tiempo, a la promoción de los derechos de los usuarios y a la defensa de los suje-
tos más débiles tanto hacia/en la organización como dentro de las áreas de convivencia.
– Dar la posibilidad a los diferentes sujetos representativos en el territorio de influir sobre
las características y la calidad de la oferta del servicio, garantizando, dentro de lo posible,
que no cree dependencia del usuario, por un lado, y no se produzcan, por el otro, ofertas
alejadas de la cultura y del espíritu del grupo social interesado.
El contexto nunca constituye una realidad estática, sino un sistema vital en constante de-
venir, que obliga a una actualización permanente de conocimiento sobre el mismo, y a una re-
visión constante de las relaciones profesionales que se vinculan a él.
La modalidad en que las personas operan en su entorno son las redes de comunicación.
Este es un concepto central y un instrumento sumamente útil para el trabajo social214. La exis-
tencia de redes sociales es decisiva, ya que estas son las que permiten que las decisiones indi-
viduales se inserten en un grupo social, que a su vez sostiene al sujeto. Cada persona mantiene
relaciones de comunicación con otras personas pertenecientes a la misma comunidad, y pue-
de –además– ampliar tanto el número como el tipo de relaciones. Precisamente es esta posi-
bilidad de ampliación y utilización de las redes sociales, lo que constituye uno de los núcleos
fundamentales del trabajo social, siendo una función esencial de la intervención el estímulo y
sostén de la autoayuda y la ayuda mutua. La existencia de redes, formales e informales, es lo
que protege socialmente a las personas, familias y grupos; evitando o disminuyendo sus ries-
gos de exclusión social. Las redes son vitales y decisivas para los individuos, ya que son las que
sostienen a las personas, pudiendo tanto dificultar como posibilitar el crecimiento del sujeto.
De ahí la importancia estratégica que las redes tienen en la intervención profesional. Tratar de
neutralizar o minimizar los efectos de los vínculos que dificultan el desarrollo del sujeto, a la
vez que descubrir los vínculos que abren posibilidades y oportunidades a la personas, y ave-
riguar cómo activarlos, constituye sin duda una de las estrategias de acción más eficaces para
enfrentar procesos de desafiliación. Es decir, la creación y el fortalecimiento de las diversas re-
Cfr. Folgheraiter, F. (1990). Operatori sociali e lavoro di rete, Trento, Erickson; y Folgheraiter, F. y Donati, P. (Eds.) (1993).
214
Community Care. Teoria e pratica del lavoro sociale di rete, Trento, Erickson.
268
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
des sociales (y especialmente las de apoyo social) constituyen el mejor antídoto preventivo
frente a problemas sociales que derivan en marginación, desintegración y exclusión social. El
trabajo social debe orientarse a fortalecer las resistencias del sujeto mediante la reconstrucción
de las redes sociales, sobre todo cuando este sufre procesos de vulnerabilidad y exclusión. El
trabajo social de red es fundamental desde esta perspectiva. Implica no solo la identificación de
las redes sociales existentes para su posible utilización como recursos sociales naturales, sino
su análisis para su potenciación o creación si fuere necesario. Y obliga a trabajar profesional-
mente también en red, con otros profesionales, otros servicios y otras organizaciones.
De acuerdo con este enfoque operativo, cada persona puede ser equivalente a un punto
del cual parten líneas (relaciones de comunicación) hacia otros puntos (persona o personas
con las que se relaciona), convirtiéndose en centro de una red. Así, una red social está formada
por las series de relaciones que cada persona configura en torno suyo. Cada una de estas re-
laciones puede tener cualidades muy diversas: distinta frecuencia, distintos contenidos (utili-
tarios o emocionales), y dependiendo de las mismas se pueden identificar distintos niveles de
densidad según el sector de la red de que se trate. De este modo, podemos identificar áreas
donde se refuerzan valores o normas, y nuestra intervención en ellas nos puede permitir una
mayor capacidad de acción. No todas las redes, obviamente, tienen continuidad territorial,
pero son estas, precisamente, las de mayor interés cuando de intervención comunitaria se tra-
ta. Cada persona participa en varias redes, pudiendo existir superposiciones e interconexiones
entre ellas. Es importante que el trabajador social identifique las redes de comunicación más
importantes entre el individuo y su entorno, y dentro de la comunidad territorial; y que sepa
en torno a qué personas se producen más intercambios215. Algunas redes de apoyo social pue-
den identificarse con relativa facilidad si existen grupos de ayuda mutua u otro tipo de aso-
ciaciones sociales. Otras, por su carácter más informal pueden conllevar mayor dificultad, por
lo que ciertos procedimientos técnicos pueden ser de utilidad. Por otra parte, el conocimien-
to de las redes de apoyo social específicamente, puede permitir realizar un trabajo de apoyo y
refuerzo que complementen acciones de la propia comunidad. Dicho en otras palabras, la ac-
ción profesional en estos casos no debe ser sustituir sino apoyar, ayudar y reforzar a aquellas
personas y grupos que –como parte de dichas redes–, ya cumplen una función social en el en-
torno social de las personas y/o en el territorio.
215
Esto indicaría al profesional cuáles son las personas de mayor influencia y a través de las cuales se puede llegar a otras
a las que sería difícil llegar directamente. Saber cuáles son estas redes sociales es algo que puede conocerse a medida que
vayamos trabajando con la gente y con la ayuda de ciertos procedimientos técnicos (sociometría, análisis de redes, etc.),
siempre y cuando se muestre una actitud receptiva y se desarrolle la capacidad de observación.
269
emoción no pueden ser componentes excluyentes de la acción profesional, del mismo modo
que deducción e intuición tampoco deben serlo. Las respuestas y propuestas excluyentes, ba-
MANUALES Y ENSAYOS
216
La organización inglesa Research in Practice, en materia de servicios de atención a la infancia, ha desarrollado significati-
vamente los “servicios basados en la evidencia”. La idea de este concepto tiene su origen en una discusión recurrente en tra-
bajo social, a saber: la necesidad de conocer los resultados de la acción sobre personas y grupos para extraer conocimientos
de ella. Tradicionalmente se ha cubierto esta necesidad mediante la evaluación sistemática de los programas de interven-
ción. Sin embargo, recientemente, la aproximación de “servicios basados en la evidencia” aporta una perspectiva nueva: to-
mando como referencia las propuestas de atención sanitaria basada en la evidencia, en trabajo social se intenta aplicar el
mismo planteamiento: “hacer correctamente las cosas correctas”, lo que obliga a considerar primeramente cuáles son esas
“cosas correctas”. La Research in Practice, creada en 1996, logró en tres años unir a 54 departamentos municipales de servi-
cios sociales y dos organizaciones de servicios infantiles pertenecientes al voluntariado, constituyendo el mayor proyecto
de investigación en infancia del país. En líneas generales, el objetivo es crear un banco de información permanente, ac-
tualizable y comparable, que sirva para obtener conocimiento sobre la mejor evidencia disponible sobre qué es efectivo,
la experiencia práctica de los profesionales y las experiencias y preferencias de los usuarios. La importancia de esta nueva
aproximación puede quedar bien expresada en palabras de C. Atheron (1999): “Es cada vez más difícil recordar las ganas
con que nuestra profesión ha trabajado con la escasez, si alguno, de conocimientos con una base de evidencia relevante.
Ahora sabemos que no siempre existe una base de evidencia para utilizar, que muchas decisiones deben tomarse sin esta
ventaja, pero durante décadas hemos sido preparados para actuar sin tan siquiera saber si existían evidencias que apoyaran
o desmintieran nuestra práctica”. Como puede observarse, los objetivos pueden ser comunes a la evaluación de programas,
pero la forma de hacerlo es distinta, ya que el proceso siempre está abierto, y se basa en ofrecer información de resultados
con ciertas garantías de comparabilidad para investigadores, profesionales y gestores que la deseen utilizar. Cf. Atheron, C.
(1999). “Towards evidence based services for children and families”, en ESRC Seminar Series, Seminar 2, University of Bru-
nel; y, Muir, J.A. (1997). Atención sanitaria basada en la evidencia, Madrid, Churchill Livingstone.
270
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
solucionar un problema, por lo que debe ser, además, válida y fiable. Pero para resultar eficaz en
un contexto dado, dicha intervención debe ser, además, factible, esto es, realizable y aceptable,
susceptible de ser puesta en práctica en un momento dado, en un contexto dado. Es preciso,
por tanto, insistir en la necesidad de realizar estudios exploratorios, basados en la evidencia si
esto fuera posible217, que nos permitan identificar las diversas alternativas posibles de interven-
ción. El objetivo de esta exploración es encontrar, para cada problema, las soluciones eficaces
y, entre ellas, cuáles son factibles o aceptables. En los programas e intervenciones sociales no
suele ser fácil juzgar la eficacia de la intervención, ya que, a la multifactorialidad de los proble-
mas, hay que agregar la escasez de estudios y pruebas que permitan la evaluación controlada
de ensayos de intervención; pero ello no debería ser justificación para no basar nuestras inter-
venciones en la experimentación y la evidencia cuando ello sea posible y aconsejable. Hay que
investigar para saber qué es lo que funciona, y por qué funciona; esto es, para informar la prác-
tica y la política social. Pero también debemos aceptar que los efectos de la intervención no son
siempre previsibles, ni se pueden lograr a ciencia cierta los resultados esperados. El experto no
tiene la solución y la gente el problema, ya que toda competencia práctica tiene un límite218.
Por lo que se refiere a la opción metodológica a emplear en la realización de éstos y otros ti-
pos de estudios en trabajo social, es ya un lugar común afirmar la idoneidad de utilizar diseños
mixtos, que permitan obtener una adecuada combinación de datos cuantitativos y cualitativos.
No se trata de “optar entre” sino de “integrar con”. La opción por el paradigma cuantitativo o el
paradigma cualitativo ya no es hoy relevante en las ciencias sociales, tal y como ha sido recono-
cido por numerosos expertos. El mismo Campbell (a quien se le ha considerado uno de los de-
fensores de los métodos cuantitativos) objeta el enfoque exclusivamente cuantitativo y lamenta
que el enfoque cuantitativo haya privado a la ciencia de obtener en lo cualitativo un “refuerzo
de validación en el buen sentido” (Campbell, 1978). También Cronbach se expresa en este sen-
tido al defender el método histórico (Cronbach, 1979) y otro tanto ocurre con Stake. Es decir, la
posición actual más extendida, aún entre aquellos que fueron los máximos defensores de los
métodos cuantitativos, es la de reconocer que ningún método tiene patente de exclusividad
científica. Por otra parte, la síntesis multimetodológica parece ser una de las aspiraciones de ma-
yor consenso entre los investigadores de las ciencias sociales, sin que ello signifique una mezcla
sin sentido (Álvarez, 1986). El empleo combinado de métodos cuantitativos y cualitativos tiene
grandes ventajas ya que vigoriza mutuamente los procedimientos, permite conseguir objetivos
múltiples, facilita la triangulación, se interesa por proceso y resultado (Cook y Reichardt, 1986).
No obstante lo anterior, y para estar en condiciones de establecer la combinación técnica y pro-
cedimental más adecuada en cada caso, conviene tener presente las características más impor-
217
Una de las críticas más pertinentes al enfoque “basado en la evidencia” es la excesiva importancia que se otorga a los es-
tudios randomizados de control. Por otra parte, este tipo de investigaciones solo permiten estudiar con facilidad aquello
que puede ser controlado, por lo que solo podemos afirmar que los métodos y modelos que “basados en la evidencia” se
han mostrado más funcionales, no necesariamente son mejores que otros, es que simplemente se han testado más. No de-
bemos caer en la mistificación de este tipo de enfoques empiristas, ya que las exigencias que su utilización implica, imposi-
bilitan –de hecho– que puedan abordarse no pocos temas y asuntos de interés para la práctica profesional. Podríamos decir
que solo algunos tipos de prácticas pueden ser analizadas según este enfoque empirista, lo que limita las posibilidades de
evaluación de intervenciones más complejas, cuyas variables son múltiples y de imposible posibilidad de aislamiento. En el
trabajo social es prácticamente imposible, aunque no sea mas que por razones éticas, la realización de estudios experimen-
tales puros tipo Solomon, que, por lo general, son los más propios del enfoque basado en la evidencia.
218
Del mismo modo que el piloto que debe ser capaz de llevar a los pasajeros a tierra, no puede saber si eso será bueno
para ellos.
271
tantes de cada una de estas opciones metodológicas de investigación. Teniendo en cuenta las
clasificaciones de Patton (1987) por una parte, y de Cook y Reichardt (1986), podríamos sinteti-
MANUALES Y ENSAYOS
zar en el cuadro siguiente las diferencias principales entre las estrategias metodológicas que se
derivan de los paradigmas de investigación cualitativo y cuantitativo:
272
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Quisiera comenzar la reflexión sobre estas características fundamentales del método en tra-
bajo social, haciendo mías unas palabras de García-Roca: “El advenimiento del sujeto introdu-
ce nuevas complejidades en la intervención social. Exige recuperar las trayectorias vitales de
los intervenidos y la perspectiva empática ante la fragilidad. El sujeto regresa como persona
social e histórica que se sobrepone a las estructuras y se construye como agente, actor y au-
tor. La intervención social vive la transición hacia otras lógicas que recuperan los caminos hu-
mildes, las estrategias cooperantes, el encuentro personal, el valor de lo relacional, el poder de
la participación y la existencia constante de la paradoja ante la complejidad creciente del su-
jeto intervenido” (García-Roca, 2007). Esta necesaria reivindicación del sujeto debe tener, en
mi opinión, una centralidad indiscutible en el trabajo social. Ya lo decía en el primer capítulo
al definir el objeto de la disciplina: es la interacción entre el sujeto en su situación y el entor-
no lo que constituye nuestro foco de atención profesional. Las personas con las que trabaja-
mos, y a las que pretendemos servir de ayuda, no pueden ser sino sujetos colaboradores en el
marco de una relación dialógica donde el profesional es un actor más, dentro de la compleja
trama de relaciones entre los diversos sistemas y subsistemas en que participa el sujeto. Esta
transformación, que nos obliga imperativamente y como deber moral, a dejar de considerar
a las personas como objetos de intervención (cosa que ha venido siendo harto frecuente, por
desgracia), para pasar a considerarlas (y tratarlas realmente) como sujetos agentes, actores y
autores, tiene no solo importantes implicaciones éticas y gnoseológicas, sino también meto-
dológicas y técnicas.
Las técnicas, y también el método, están en relación con la ideología y visión del mun-
do y de los seres humanos de quien las utiliza. “Generalmente, el trabajo social se asocia a
la estructura de una sociedad democrática y, en consecuencia, las técnicas se consideran
dentro de una línea de actuación profesional que pretende ayudar a las personas a con-
seguir su desarrollo humano y social a través, principalmente, de su participación en los
programas de bienestar y en la solución de sus propios problemas” (Colomer, 1987). En-
tiendo, por ello, que todo método y todo procedimiento en trabajo social debe ser necesa-
riamente participativo, si pretende ser coherente con los valores y principios profesionales
y la misión o el télos del trabajo social. El trabajador social posee un conocimiento cientí-
fico-técnico, que debe estar al servicio de las personas con las que trabaja y a las que pre-
tende ayudar, pero eso no significa que posea el “saber”. Tenemos que romper el esquema
perverso por el cual el experto tiene la solución y el sujeto intervenido el problema. Co-
nocimiento y comprensión de la realidad social en general, y de la situación-problema en
particular, solo serán plenamente posibles si se “escucha” al otro o, mejor dicho, si se “es-
cucha activamente” al otro, aceptando que los efectos de la intervención no son siempre
previsibles. Este tipo de abordaje nos exige intervenir desde la perspectiva interna del su-
jeto: “Es un compromiso con la persona, que es productora de significados y no pueden
equipararse a objetos. Son autores de sus acciones, que luchan por trascender y no su-
cumbir a sus circunstancias. De este modo, trasciende lo que son causas, fuerzas y reaccio-
nes para comprometerse con lo real; no pretende ir de lo complejo a lo simple, sino de lo
complejo a lo complejo. Sus categorías básicas no proceden del mundo de las patologías
sino del mundo de las relaciones” (García-Roca, 2007). No se trata, por tanto, de identificar
273
patologías, sino de descubrir distintas expresiones de la normalidad. Esta perspectiva em-
pática es consustancial a cualquier relación de ayuda, pues antes de ser intervenido, el su-
MANUALES Y ENSAYOS
jeto necesita ser reconocido, lo que nos obliga a ponernos en su perspectiva, a “andar en
sus zapatos”, meternos en su piel y aceptarlo incondicionalmente tal y como es. Es la em-
patía lo que permite compartir la fragilidad y vulnerabilidad que une a intervinientes e in-
tervenidos, en un proceso de reconocimiento mutuo e implicación activa, que es el único
camino cierto para generar confianza en el sujeto y para ser capaces, como profesiona-
les, de reconocer sus capacidades y potencialidades, sus fortalezas y posibilidades de ac-
tuación.
Por otra parte, ningún cambio personal es posible, si no es decidido y asumido por el pro-
pio sujeto. En este sentido, el trabajador social es un “facilitador”, un experto que puede ayu-
dar a clarificar, a poner en relación, a que “el otro” conozca y comprenda mejor su situación, a
la vez que va descubriendo sus propias potencialidades y recursos personales. El trabajador
social posee una visión, otra visión externa que puede ser de ayuda, pero que no es “la” visión
real y aprehensiva de la realidad. Cada sujeto social, individual y colectivo, es portador de su
propia visión, que debe ser tenida en cuenta si nos inscribimos en un paradigma de cambio y
transformación. La participación de las personas es, por tanto, fundamental desde el momen-
to mismo en que se inicia el proceso de relación y se toma contacto con el trabajador social.
Porque solo desde la relación dialógica se puede ayudar y ser ayudado. Solo desde la relación
dialógica se puede potenciar al otro, ayudándole a construir y a re-construir, a construir-se y a
re-construirse.
Las técnicas y procedimientos a emplear deberán ser, preferentemente, participativas y
apropiadas, esto es: adaptadas a la gente, a su modo de ser, pensar y actuar, adecuadas a sus
posibilidades y potencias, y deberán contribuir –por sí mismas– a “poner en común”, pues eso
es participar.
Pero de nada o muy poco serviría esto, si no vamos más allá: es preciso que las personas
adquieran conocimientos, destrezas y habilidades, que les permitan “tomar parte”, con auto-
nomía y sin dependencias más o menos paternalista-profesionales. En este sentido, y con este
alcance, el método de trabajo debe incluir la “transferencia de tecnologías sociales”, necesaria
e imprescindible para lograr una verdadera potenciación y un mayor y más activo ejercicio de
la ciudadanía.
A pesar de lo mucho que se ha escrito y publicado en trabajo social sobre ambos temas219,
nunca está de más insistir sobre la importancia de la dimensión necesariamente interdiscipli-
naria de la intervención social, lo que implica –entre otras cosas– el desarrollo del trabajo en
equipo. Como ya ha sido advertido (Ander-Egg y Aguilar, 2001), interdisciplinariedad y trabajo
en equipo, aunque relacionados, no son lo mismo.
Como bien recuerda T. San Román (1985), hasta el siglo xix quienes se ocupaban de es-
tudiar al ser humano lo hacían desde una perspectiva total, global y compleja. El progresivo
219
Ver, por ejemplo: Douglas (1983); San Román (1985); Brill (1985); Plenchette-Brissonett (1987); Ander-Egg (1987); An-
der-Egg y Follari (1988); Leal (1994); Rossell (1999); Ander-Egg y Aguilar (2001).
274
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
275
seriedad. Solo quien desconoce o carece de destreza en el manejo tecnológico de una discipli-
na, corre el riesgo de vulnerar las reglas elementales que garantizan su base científica. En otras
MANUALES Y ENSAYOS
Todas las formas sistemáticas de intervención social (y el trabajo social es la profesión de ayu-
da e intervención social que primero se sistematizó y que, por tanto, influyó y aportó su es-
quema metodológico a las posteriores modalidades de intervención), tienen una estructura
metódica subyacente común que comporta cinco aspectos principales, independientemen-
te del campo y/o nivel de intervención de que se trate. Es decir, todas las formas sistemáticas y
todas las disciplinas de intervención social, están configuradas metodológicamente por la in-
tegración y fusión de diferentes componentes o momentos de una estrategia básica y general
de actuación. Esta estrategia o estructura metódica básica subyacente, no es sino el resultado
de la aplicación del método científico en un primer momento de investigación, y en un segun-
do momento de planificación-intervención, para culminar con la evaluación. Estos momentos
se dan dentro de un proceso encabalgado y retroactivo, no fásico, como podría inducir a pen-
sar su formulación. Por otra parte, el proceso puede tener inicio en cualquiera de estos mo-
mentos, aunque deba volver sobre algunos pasos previos221. Así por ejemplo, puede tener su
punto de partida en una evaluación, cuyos resultados conducen a un nuevo estudio y diag-
nóstico, a una nueva programación, y a una diferente forma de realizarlo. También puede te-
ner su inicio, en la necesidad de prestar un servicio o de realizar una acción, pero esta misma
220
Distinción ya abordada en el capítulo 3, sobre la dimensión ética del trabajo social.
221
Se trata de diferenciar lo que es un proceso de momentos lógicos, de lo que es un proceso de momentos cronológicos.
No siempre se trata de esquemas coincidentes, ya que la realidad es lo que determina el momento lógico en que se inicia la
intervención. En esta línea, la mayoría de los autores de trabajo social, establecen la distinción entre “método” y “proceso”
(Colomer, 1974); o entre esquema lógico y cronológico (Robertis, 1981; Ander-Egg, 1996).
276
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
acción, requiere un conocimiento más completo de la realidad sobre la que se va a actuar y su-
pone reajustar el programa inicial de actuación.
Brevemente, los componentes de este proceso metodológico encabalgado y retroactivo
son los siguientes:
– El estudio/investigación de aquel aspecto de la realidad sobre el que se quiere ac-
tuar. Se trata de tener la información necesaria sobre sus problemas y necesidades,
sus recursos y potencialidades, sus conflictos y cooperaciones, etc., que sirvan para
configurar un diagnóstico de la situación-problema que se quiere modificar. Es el
momento analítico en el que se plantea la cuestión, ¿qué pasa? ¿cuál es la situa-
ción?, ¿cómo se ha llegado a ella? etc. En este primer momento –estudio/investiga-
ción– se apela a diferentes métodos y procedimientos técnicos que utilizan diversas
ciencias sociales: la sociología, la antropología, la psicología, la ciencia política, la es-
tadística, y el propio trabajo social, etc., y que, en términos generales se denominan
métodos y técnicas de investigación social. Para esta tarea no existe ningún proce-
dimiento que pueda considerarse como propio y exclusivo de una determinada me-
todología de intervención social. Tampoco son técnicas exclusivas de ninguna de las
ciencias sociales.
– El diagnóstico culmina el estudio/investigación, pero se diferencia de este, y es algo
más que una interpretación profesional de los datos222. Para su formulación se necesita
tener algunos conocimientos que van más allá del dominio de los métodos y técnicas de
investigación. No se pueden hacer buenos diagnósticos sin algunas nociones básicas so-
bre planificación y sin organizar (o reorganizar) los resultados del estudio en función de
la acción a realizar (o de los servicios que se quieren prestar), de los actores sociales im-
plicados y de los recursos y capacidades disponibles. Asimismo, existen diferentes téc-
nicas que se emplean en el diagnóstico social que en ningún caso son exclusivas de una
determinada metodología de intervención social.
– Otro momento de esta estructura básica de procedimiento, es la programación de las
actividades pertinentes y necesarias para cambiar la situación. Se trata de formular y es-
tablecer anticipadamente el camino que hay que ir haciendo, para asegurar posterior-
mente una adecuada toma de decisiones. Sobre programación hemos de decir también
que sus técnicas no son privativas de ninguna disciplina o campo profesional, pero for-
ma parte de la estructura metódica subyacente de todo método de intervención social.
Y mencionamos en este punto, que cuanto más participativa pretende ser una metodo-
logía y más realista quiere ser en sus programaciones, tanto más debe incorporar crite-
rios y técnicas de la planificación estratégica y del enfoque comunicativo223.
– El otro componente, la puesta en práctica de las acciones programadas, denominado
generalmente como el momento de la ejecución o fase operativa, es fundamental en
222
El deseo de abandonar esta terminología clásica, considerada obsoleta por algunos, ha llevado al error de considerar el
diagnóstico social como una simple interpretación, o re-interpretación de datos, según la óptica de la intervención profe-
sional.
223
El enfoque estratégico-situacional surgió como alternativa al enfoque normativo que había sido clásico en la planifica-
ción social. Más recientemente ha aparecido el enfoque comunicativo que, aunque menos desarrollado que los anteriores
en sus aspectos técnicos y prácticos, pretende integrar en el proceso de planificación las interacciones y relaciones sociales,
concibiéndolo como un proceso de construcción colectiva basado en el consenso y la negociación entre actores sociales. De
ahí que –en lo metodológico y técnico– pueda complementarse con el enfoque estratégico.
277
todo método de intervención. En él se producen los hechos u operaciones que preten-
den provocar el cambio situacional. Implica llevar a cabo un conjunto de acciones que se
MANUALES Y ENSAYOS
224
Reivindico el poder y el contenido del término “diagnóstico social”, pues para dotarlo de una perspectiva sistémica e in-
tegrada, unitaria y ecológica, no es preciso cambiar su denominación. Algunos escriben, como si el solo cambio semántico
operase cambios por sí mismo. Seguro que sí: pero cambios solo de “efecto acústico”.
278
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
dades”, “fase inicial”, “análisis de la realidad”, con la finalidad de despegarse del componente
clínico que ellos otorgan al término diagnóstico225. Otros, también prefieren hablar de fase
final o terminación, para referirse a las acciones de evaluación y cierre de la intervención.
Johnson (1992), por ejemplo, sintetiza en cuatro grandes fases el proceso de intervención: as-
sessment226, planificación (entendida como elaboración de un plan de acción, no como la for-
mulación de planes y programas), acción (directa e indirecta) y terminación. Personalmente
opino que esta modificación terminológica, introducida en el ámbito anglosajón, no afecta a
las herramientas técnicas y metodológicas de aplicación en la intervención, sino que supone
un cierto reajuste semántico cuyo objetivo era “desprenderse” de la connotación clínica-médi-
ca del término diagnóstico.
En la tabla siguiente muestro, en perspectiva comparativa, las propuestas de estructura
metodológica de una veintena de autores destacados en las diferentes “escuelas” que he ana-
lizado en el capítulo anterior. La mayoría de estos autores, examinados en sus propuestas me-
todológicas más unitarias, no difieren tanto unos de otros.
225
Algunas de estas expresiones están tomadas de otras ciencias sociales, como la sociología, por ejemplo. Puede ser com-
prensible que algunos pretendan elevar su estatus profesional, empleando jergas de otras disciplinas mejor consideradas
social o académicamente, pero ese no es el modo de otorgar mayor carácter científico al trabajo social. Quiero, por tanto,
reivindicar el valor de las palabras, de “nuestras” palabras, ya que los cambios e innovaciones teóricas y metodológicas no
se producen por un simple “cambio retórico”.
226
No existe en español una palabra exactamente equivalente. Podría ser traducido como “evaluación de necesidades
o valoración”, en el sentido de una evaluación inicial que sustentará la intervención posterior y servirá de base para
la formulación de objetivos de intervención. Siporin (1975) lo define como “un proceso y un producto de compren-
sión en el cual está basada la acción”. Es decir, incluye lo que se ha venido denominando estudio-investigación y diag-
nóstico.
279
Análisis comparativo de la estructura metodológica en trabajo social (María José Aguilar)
MANUALES Y ENSAYOS
Dal Pra
Henderson Araxá-
Ponticelli y De Robertis Colomer Ander-Egg Aylwin
y Thomas Teresópolis
Bianchi
Individualización Contactar Localización Conocimiento Estudio Estudio- Diagnóstico
valoración del del problema global del investigación-
problema Descubrir campo diagnóstico
redes y Análisis de la de acción
evaluar situación profesional
necesidades
Evaluación
preliminar y Interpretación Análisis
Definir fines operativa de datos diagnóstico
y roles de la
intervención
Elaboración del
Fijación de Tomar proyecto de Plan de trabajo Planeamiento Programación Programación
objetivos contacto para intervención
crear el grupo
de acción
Puesta en
Formar y práctica Ejecución Ejecución Ejecución Ejecución
Ejecución del establecer
plan estructuras
colectivas
Clarificar
fines,
prioridades y
estrategias
Evaluación de
Valoración de los los resultados Evaluación Evaluación Evaluación
resultados Evaluar y
finalizar Finalización de
la acción
280
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Garvin y Sheldon y
Kisnerman Johnson Goldstein Germain Reid y Epstein
Tropman Thomas
Contratación
Definición de
Planificación objetivos y Planificación de
(fijación de planificación la tarea
Intervención objetivos y Fijación de de la Fase de
planificada elaboración objetivos de intervención modificación o
del plan de intervención Fase media Análisis y mantenimiento
acción) superación de del
obstáculos comportamiento
Actuación Intervención
Experimentación
y actividad
guiada
281
Si consideramos las dos grandes tradiciones histórico-culturales del trabajo social, podría-
mos confirmar el paralelismo existente en la estructura metódica subyacente de todo proceso
MANUALES Y ENSAYOS
227
Este listado no agota la totalidad de las actividades que deben llevarse a cabo para desarrollar un proceso de interven-
ción social. Solo menciono las que considero de especial relevancia y significación metodológica, y que –por diversos mo-
tivos– incorporan nuevos elementos técnicos en los últimos años.
282
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Visión de conjunto de los métodos y técnicas de intervención social (María José Aguilar)
283
Análisis e interpretación de – Análisis de contenido
datos – Análisis estadístico
MANUALES Y ENSAYOS
– Análisis de redes
– Análisis ecológico-sistémico
– I nferencia
– Dictamen profesional
– Informe social
Diagnóstico Identificación de necesida- – Matriz de necesidades y satisfactores
(comprensivo, prospec- des, problemas, situaciones – Análisis interseccional de necesidades-demandas-
tivo y evaluativo) de conflicto, potencialida- servicios
des, centros de interés, – Árbol de problemas
necesidades de cambio y
oportunidades de mejora
Identificación de factores – Estudios epidemiológicos
causales, condicionantes, – Investigaciones sistémicas
protectores y de riesgo – Prospecciones (a través de mapas y estudios de esti-
los sociales de vida)
– Factores de riesgo familiar de Imperatori
– Matriz de análisis de riesgos
Pronóstico de situación – Extrapolación y proyección
– Previsión (proyección corregida)
– Análisis comparativos (entre unidades administrati-
vas de un mismo servicio y entre servicios semejan-
tes de distintas entidades)
– Exploración de escenarios futuros
– Matriz de análisis de riesgos
Análisis de recursos – Visitas exploratorias
– Guías de recursos
– Entrevistas institucionales
– Encuestas comunitarias
– Foros comunitarios
– Técnica de Grupos Nominales
– Grupos de Creación Participativa
– Registro Abierto
Exploración de alternativas –P RECEDE (Predisposing, Reinforcing and Enabling
Causes in Educational Diagnosis and Evaluation)
– Marketing social
– Revisión bibliográfica
– Técnicas de creatividad:
• Grupales:
-D elphi
- Grupos Nominales
- Grupos de Creación Participativa
- Brainwriting
- Registro Abierto
• De asociación de ideas:
- Brainstorming
- S inéctica
- Pensamiento lateral
– Diseños probatorios (estudios randomizados, estu-
dios de caso-control, estudios ecológicos, opinión
de expertos)
284
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
285
Ejecución Organización e Técnicas operativas genéricas (Aguilar):
(del programa de ac- implementación de – Técnicas grupales228
MANUALES Y ENSAYOS
228229
228
Todas las técnicas grupales mencionadas en esta tabla, así como el conjunto de técnicas grupales que pueden emplearse
en la fase de ejecución, se encuentran descritas y explicadas con detalle en: Mª José Aguilar (2011c) Cómo animar un gru-
po. Madrid, CCS.
229
En el cuadro de las págs. 137 a 142 aparecen las técnicas específicas correspondientes cada uno de los modelos teóri-
cos de trabajo social.
286
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
287
Supervisión En general se pueden utilizar tres modelos de
supervisión230:
MANUALES Y ENSAYOS
– Individual
– Grupal (en equipo y de equipo)
– Peer-group
Algunas de las técnicas se adaptan mejor a ciertos
modelos de supervisión:
– Entrevistas focalizadas individuales
– Entrevistas focalizadas grupales
– Observación directa (participante o no partici-
pante)
– Análisis de documentación y registros
– Redacción de informes
– Reuniones de trabajo (método analítico)
– Role-playing
– Orientación y asesoría
– Control operacional
– Formación y reciclaje
230
230
Para un desarrollo de estos modelos, procesos y técnicas de supervisión, véase Mª José Aguilar (1994a). Introducción a
la supervisión, Buenos Aires, Lumen.
288
CAPÍTULO 11
ACCIONES-CLAVE DEL PROCESO
DE INTERVENCIÓN SOCIAL
ACCIONES-CLAVE DEL PROCESO DE INTERVENCIÓN SOCIAL
MANUALES Y ENSAYOS
En este capítulo desarrollaré con cierta amplitud, algunas de las que considero acciones-cla-
ve del proceso de intervención social. De ninguna forma debe entenderse este proceso como
completo solo con la realización de dichas acciones: de hecho, el proceso completo, inclu-
yendo todas las acciones-clave y las técnicas más apropiadas para implementar cada una de
ellas, se ha presentado en una amplia tabla al final del capítulo anterior. A la vista de dicha ta-
bla, y considerando las acciones que a continuación se desarrollan, el lector podrá establecer
con facilidad qué acciones no se desarrollan en esta obra aunque constituyen parte del proce-
so de intervención. Los motivos por los cuales no se analizan a continuación todas estas accio-
nes son, principalmente, dos: primero, para evitar un texto excesivamente largo y farragoso y
segundo, porque existe suficiente bibliografía actualizada que desarrolla ampliamente ciertos
temas que aquí se omiten, y cuyo estudio recomiendo completo antes que realizar aquí un re-
medo de síntesis de las mismas que distaría mucho de la calidad de las obras recomendadas231.
Me centraré, pues, en las acciones o tareas-clave que comporta la realización de: un diagnós-
tico social, el diseño de proyectos de intervención, la ejecución y puesta en práctica de las in-
tervenciones programadas, y la evaluación sistemática de dichas intervenciones. Debo aclarar
que no se trata de un desarrollo exhaustivo de estas cuestiones, sino enfocado a sus aspectos
más prácticos y operativos232.
Decía Lincoln que “si pudiéramos primero saber dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos,
podríamos juzgar mejor qué hacer y cómo hacerlo”, y estas son, precisamente, las funciones
principales del diagnóstico: ayudar a situarnos, decidir hacia dónde queremos ir, y proporcio-
231
Entre las muchas obras a que podría hacer referencia por su calidad y utilidad me permito destacar, por su enfoque más
didáctico (no requieren de grandes conocimientos previos) y por su carácter complementario con esta obra, las siguien-
tes: Sobre investigación social: M.ª J. Rubio y J. Varas (2004). El análisis de la realidad en la intervención social. Métodos y
técnicas de investigación, Madrid, CCS. Sobre diagnóstico social: M. Richmond (2005). Diagnóstico social, Madrid, Con-
sejo General de Trabajo Social. (Es la traducción al español de la obra clásica de 1917). Sobre diseño de proyectos: M.ª J.
Aguilar et. al. (2001). Cómo elaborar proyectos para la Unión Europea, Madrid, CCS. Sobre gestión de programas socia-
les: F. Fantova (2005). Manual para la gestión de la intervención social, Madrid, CCS. Sobre técnicas de intervención: M.ª
J. Aguilar (2011c). Cómo animar un grupo (18.ª ed.), Madrid, CCS; E. Ander-Egg y M.ª J. Aguilar (2002). Cómo aprender
a hablar en público (9.ª ed. ampl.), Buenos Aires, Lumen; G. García y J. M. Ramírez (2002). Imagen y comunicación en te-
mas sociales, Zaragoza, Certeza; A. López (1997). Cómo dirigir grupos con eficacia, Madrid, CCS; y Grupo Alforja (2000).
Técnicas participativas de educación popular/1, Buenos Aires, Humanitas. Sobre supervisión en trabajo social: Mª J. Agui-
lar (1994). Introducción a la supervisión, Buenos Aires, Lumen. Sobre evaluación de programas e intervenciones: M.ª J.
Aguilar y E. Ander-Egg (1994). Evaluación de servicios y programas sociales, (2.ª ed.), Buenos Aires, Lumen-Humanitas; y
F. Alvira (1997). Metodología de la evaluación de programas: un enfoque práctico, Buenos Aires, Lumen-Humanitas. Sobre
sistematización de la práctica: R. M.ª Cifuentes (1999). La sistematización de la práctica del trabajo social, Buenos Aires,
Lumen-Humanitas. Algunos trabajos y artículos de R. Zúñiga son también especialmente recomendables en planificación,
evaluación y sistematización (1981 a 2000).
232
Un desarrollo más amplio de estos temas puede consultarse en algunas obras propias, publicadas en los últimos años,
que aparecen referenciadas en la bibliografía final.
290
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
narnos un mapa, una brújula y algunos otros instrumentos de orientación prácticos, para sa-
ber qué hacer y cómo hacerlo, en el terreno de la intervención social.
El primer libro metodológico de trabajo social publicado en la historia tiene el título de So-
cial Diagnosis y fue escrito por Mary E. Richmond en 1917, como saben todos los profesiona-
les y estudiantes de trabajo social. Esta circunstancia podría hacernos creer que la teoría y la
práctica del diagnóstico social han tenido un gran desarrollo metodológico durante la historia
de nuestra profesión... Sin embargo, al realizar una comparación entre lo que se ha venido es-
cribiendo sobre diagnóstico social y otros métodos y técnicas de intervención profesional (in-
vestigación, planificación y programación, evaluación e intervención propiamente dicha, por
ejemplo), encontramos un déficit significativo y paradójico.
Para elaborar un diagnóstico, hay que realizar previamente un estudio-investigación. Pero
un diagnóstico, es algo más que un informe final de una investigación y esto parecen ignorar-
lo algunos, si nos atenemos a lo que se escribe y a lo que se hace. El diagnóstico es una forma
de utilizar los resultados de una investigación aplicada de cara a la acción. En él, la información
debe organizarse y sistematizarse de tal manera que sirva para las tareas de programación y
como información básica para seleccionar la estrategia de acción más apropiada. “Conocer
para actuar” es el principio fundamental en el que se basa la realización del diagnóstico. Como
unidad de análisis y síntesis, incluye ciertos aspectos que no se estudian en la investigación de
una situación-problema específica, como son: el estudio de las potencialidades y recursos dis-
ponibles, la jerarquización de necesidades y problemas, el pronóstico de evolución previsible
o el análisis de contingencias, por poner solo algunos ejemplos.
Este apartado del capítulo se estructura en dos partes: la primera incluye algunas reflexio-
nes conceptuales sobre el diagnóstico social; la segunda ofrece algunas propuestas operativas
para abordar la tarea del diagnóstico, a modo de “pistas orientativas”.
Uno de los aspectos menos conocidos y que ha tenido menos desarrollo dentro de las meto-
dologías de intervención social, es el referente a la elaboración del diagnóstico y, previo a ello,
el conocimiento acerca de la naturaleza de un diagnóstico social, así como de la entidad pro-
pia que este tiene dentro del proceso metodológico de intervención profesional. Primeramen-
te, vamos a situar el diagnóstico dentro del proceso global metodológico de trabajo social:
como se ha examinado en el capítulo anterior, todas las formas o modalidades de intervención
social están configuradas por la integración y fusión de diferentes componentes o momentos
lógicos de una estrategia de actuación. Estos momentos se dan dentro de un proceso enca-
balgado e inter-retroactivo (no fásico), por lo que el proceso puede tener inicio en cualquie-
ra de esos momentos. Todos ellos se relacionan con el diagnóstico: el estudio-investigación
culmina en un diagnóstico de la situación-problema, que sistematiza los datos para su com-
prensión, identificando recursos y potencialidades latentes. La programación se apoya en los
resultados del diagnóstico, para formular propuestas de intervención con garantías de éxi-
to y eficacia. La ejecución tiene en cuenta el diagnóstico para establecer la estrategia opera-
tiva y la implementación de las acciones. La evaluación se puede hacer sobre y en diferentes
momentos del proceso, entre ellos el diagnóstico, en cuanto expresa una situación inicial que
291
sirve como punto de referencia de la situación objetivo a la que se quiere llegar, o como ele-
mento de comparación para valorar los cambios producidos.
MANUALES Y ENSAYOS
292
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Mejorar las habilidades y cualidades del trabajador social para relacionarse mejor con las
personas de su entorno de intervención es también mejorar la capacidad para hacer diagnósti-
cos. Afirmo esto porque, para hacer un buen diagnóstico, no basta saber cuál es la información
necesaria, hay que saber también cómo conseguirla, y hacer partícipe al sujeto de su propio
diagnóstico. Una buena relación humana permite obtener más y mejor información para ela-
borar el diagnóstico. Para que esto sea posible, tenemos que:
• Establecer buenas relaciones.
• Desatar un proceso de retroalimentación en la interacción trabajador social-sujeto.
• Tener capacidad de escucha activa y empatía.
• Excluir todo prejuicio respecto a la persona, ya sea por su clase social, origen étnico, re-
ligión, condición sexual, etc. Más aún, debemos desarrollar y poner en juego competen-
cias interculturales, tanto en el diagnóstico como en el resto del proceso233.
• Estimular su participación a fin de que la persona, el grupo o la comunidad estén predispues-
tos a identificar sus potencialidades y problemas y encontrar vías de solución a los mismos.
Utilizado el concepto de diagnóstico en el campo de la política social, económica y cultural,
se alude a una descripción (de una situación-problema, de determinado ámbito, sector o re-
gión) sistematizada y elaborada para su comprensión más profunda con el propósito de servir
de base o matriz para la elaboración de un plan, programa o proyecto de intervención, y para
seleccionar las estrategias de acción más adecuadas. En este sentido, todo diagnóstico debe
expresar una situación inicial existente que se pretende transformar mediante la realización de
un proyecto que apunte al logro de una situación objetivo. De ahí que, el principio fundamen-
tal en que se apoya la necesidad del diagnóstico, sea el “conocer para actuar”. No se trata solo
de saber “qué pasa”, sino de saber, sobre todo, “qué hacer”.
De esta forma, y a pesar de su origen médico, el término diagnóstico se ha extendido en di-
ferentes dominios profesionales, entre ellos el trabajo social. Hace referencia a un proceso siste-
matizado y articulado de conocimientos que toman en cuenta el estado de las fuerzas y recursos
de un sujeto en un momento dado. El diagnóstico, como matriz de la acción, no es una tarea ex-
clusiva de los especialistas. Uno de los momentos primordiales de todo proceso de trabajo so-
cial consiste en conocer los datos de “lo social existente” y, hacer aparecer aquellos que expresan
“lo social latente”, para definir y poner en marcha acciones colectivas portadoras de cambio so-
cial. Esta etapa concreta y precisa las bases de la acción, concibe la matriz del proyecto e induce
el proceso. La exploración diagnóstica, aportando conocimientos para la acción, puede constituir
uno de los medios de movilización de los actores y partes implicadas en la problemática. Por ello,
se diferencia claramente de un estudio o de un peritaje exterior a los interesados (Blanc, 1989).
El diagnóstico social debe establecer el estado de la situación en vistas a la acción. Así, ha
de formalizar los componentes del medio o entorno, su vida, el estado de las fuerzas sociales,
233
Los trabajadores sociales no estamos exentos de poner en juego estereotipos y prejuicios que puedan terminar convir-
tiéndonos en instrumentos de discriminación, como ha sido puesto en evidencia en diversas investigaciones nacionales e
internacionales. Cfr. Mª José Aguilar (2011b). “El racismo institucional en las políticas e intervenciones sociales dirigidas
a inmigrantes y algunas propuestas prácticas para evitarlo”, en Documentación Social, 162: 139-166; (2013a). “Pensar la in-
tervención social con personas migradas: Un desafío a nuevas formas de intervención desde el trabajo social”, en Avaria,
A. (Coord.). Desafíos de la inmigración ¿cómo acercarnos a las personas migradas? Miradas de y desde la investigación e in-
tervención social, Santiago de Chile, UST; y Mª J. Aguilar y D. Buraschi (2012b). “Prejuicio, etnocentrismo y racismo ins-
titucional en las políticas sociales y los profesionales de los servicios sociales que trabajan con personas migrantes”, en VII
Congreso Migraciones internacionales en España. Movilidad humana y diversidad social, Bilbao, Universidad del País Vasco.
293
sus recursos, sus problemas, sus carencias y la dinámica social resultante de la población y las
instituciones. Esta “dinámica social”, es definida por Bernadette Blanc como “el movimiento si-
MANUALES Y ENSAYOS
234
Un análisis exhaustivo de estos modelos implícitos y su modo de operación en la práctica profesional, ha sido publicado
en diversos artículos: M.ª J. Aguilar (2010). “Modelos de intervención social con inmigrantes e interculturalidad: un análi-
sis crítico” en Inguruak. Revista Vasca de Sociología y Ciencia Política, vol. monográfico “Sociedad e innovación en el siglo
xxi”, pp. 77-94 (Disponible en: http://observatoriodemigraciones.org/apc-aa-files/5db832a2ba3ad8a2c6e5a9061120414a/
PonenciasCongresoVascoGrupoMigraciones.pdf); M.ª J. Aguilar (2011). “El racismo institucional en las políticas e inter-
venciones sociales dirigidas a inmigrantes y algunas propuestas prácticas para evitarlo”, en Documentación Social, n.º 162,
pp.139-166 (Disponible en: https://www.dropbox.com/s/0585tbddb519lfe/2011_Aguilar_Racismo%20Institucional_Docu-
mentacion_Soc.pdf); M.ª J. Aguilar y D. Buraschi (2012). “Prejuicio, etnocentrismo y racismo institucional en las políticas
sociales y los profesionales de los servicios sociales que trabajan con personas migrantes”, en VII Congreso Migraciones in-
ternacionales en España. Movilidad humana y diversidad social, Bilbao, Universidad del País Vasco (Disponible en: https://
www.dropbox.com/s/itq4j12dmi13k6p/Aguilar%20y%20Buraschi_Congrso%20Migraciones%202012.pdf
235
Para un desarrollo exhaustivo de estas cuestiones ver M.ª J. Aguilar y E. Ander-Egg (2001). Diagnóstico social, conceptos
y metodología, (2.ª ed. corregida), Buenos Aires, Lumen-Humanitas.
294
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
2) E
xigencias metodológicas de un buen diagnóstico y definición operativa de diagnósti-
co social
Existen algunas falsas creencias o apreciaciones en las que, con más frecuencia de lo de-
seable, puede caer con facilidad un profesional poco avezado. Una de ellas es creer que en el
diagnóstico hay que utilizar toda la información disponible. “Esta es una visión enciclopédica e
indiscriminada que solo conduce a elaborar gruesos volúmenes, en cuyos índices destacan las
referencias al clima o a la historia y en los cuáles los escasos datos de significación quedan en-
mascarados” (Antó y Company, 1984). Otras veces, lamentablemente, “la experiencia práctica
demuestra que, en la mayoría de los casos, los diagnósticos sociales incluyen información bi-
bliográfica, indicadores del nivel y calidad de vida, inventarios de equipamientos, etc.; pero no
captan el significado e importancia de los problemas con que se enfrenta la población. De ahí,
que sus resultados no puedan convertirse en un insumo útil para la formulación de progra-
mas y proyectos (...) Incluso, algunas veces, el análisis se dispersa en el examen de sucesos his-
tóricos que bien podrían ser obviados” (Pichardo, 1993). Nada más lejos del pragmatismo que
debe tener todo diagnóstico: hay que utilizar solo aquella información que se considere rele-
vante y significativa, y que –efectivamente– esté relacionada con los hechos y problemas que
interese conocer y comprender para poder intervenir con eficacia.
Si un diagnóstico es demasiado general o demasiado detallado, está condenado a confun-
dir, en lugar de aclarar. Al igual que un diagnóstico en el que se dé poca importancia a los fac-
tores relevantes, aun cuando se describa claramente el problema principal. Como aconseja M.
Richmond, un buen diagnóstico debe incluir todos los factores significativos que estén presen-
tes en la realidad y que se interpongan, dificulten u obstruyan las posibilidades de desarrollo
personal o social. Y especialmente significativos son aquellos que permiten intuir, imaginar y
vislumbrar el camino a recorrer, la estrategia a desarrollar o el tratamiento a seguir.
Pero tampoco debemos caer en el extremo opuesto: un diagnóstico tan escueto y esque-
mático que –además de poco preciso– se limite a describir y clasificar problemas. Las des-
cripciones y clasificaciones son útiles, pero no agotan el diagnóstico. Más aún, un diagnóstico
que solo se quede en eso, no servirá prácticamente para nada. Pues lo importante no es solo
identificar y conocer los problemas: el verdadero sentido del diagnóstico es comprender a
fondo dichos problemas para poder actuar con eficacia sobre los mismos. Y para tener esta
“comprensión profunda” es imprescindible determinar los factores más relevantes (positivos
y negativos) que afectan en cada situación concreta, identificar los medios y posibilidades de
intervención, las fortalezas y capacidades de los sujetos involucrados, las oportunidades que
ofrece el entorno, y así, establecer prioridades y estrategias que sirvan para programar las ac-
ciones futuras con un mínimo de garantías de éxito.
Un diagnóstico es bueno, ante todo, cuando es verdaderamente útil. Para ello debe tener,
al menos, cuatro características. Debe ser:
• Completo: incluyendo toda la información verdaderamente relevante y significativa.
• Claro: excluyendo detalles innecesarios y evitando barroquismos y excesos de informa-
ción, empleando un lenguaje objetivo y sencillo que sea fácilmente comprensible, utili-
zando cuadros y esquemas cuando sea conveniente, etc.
• Preciso, es decir, que establezca y distinga cada una de las dimensiones y factores del
problema, discrimine y brinde información útil para orientar la acción, de manera concre-
ta y específica, incluyendo todos los aspectos necesarios y suficientes.
295
• Oportuno, esto es, realizarse –o actualizarse– en un momento en que pueda ser utiliza-
do para tomar decisiones que afecten a la actuación presente y futura, pues de lo contra-
MANUALES Y ENSAYOS
Decía sabiamente Mary Richmond que el “mecanismo operativo” del diagnóstico no garantiza
los resultados cuando se carece de perspicacia imaginativa. De acuerdo con esta afirmación,
296
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
todo cuanto se propone a continuación referido al proceso operativo del diagnóstico, debe ser
considerado desde esta perspectiva. La realización mecánica de estas tareas no es garantía per
se de un buen diagnóstico, si no somos capaces de desarrollar cada una de ellas con la necesa-
ria flexibilidad, adaptabilidad y dosis de perspicacia imaginativa, en el sentido sociológico del
término “imaginación” (Wright Mills, 1961)236.
236
Cfr. C. Wright Mills (1961). La imaginación sociológica, México, FCE. Especialmente interesante por su aplicabilidad en
el diagnóstico es el anexo de la obra titulado “Sobre artesanía intelectual”, en el que se brindan pautas para que el investiga-
dor pueda organizar permanentemente la información que le interesa, sin verse obligado a empezar de cero cada vez que
se le presenta nuevo tema de estudio.
237
El desarrollo conceptual detallado, así como la matriz explicativa de satisfactores y necesidades, puede consultarse en el
capítulo 1, parágrafo 1.6. (páginas 44 a 51).
297
o medio de atender una necesidad), impide una respuesta adecuada a la necesidad de subsis-
tencia.
MANUALES Y ENSAYOS
238
Véase la matriz de necesidades y satisfactores y sus descripciones en las páginas 48 y 49.
239
Una explicación detallada y con más ejemplos de cada tipo de satisfactor se ha desarrollado con más extensión en el ca-
pítulo 1, parágrafo 1.6. (páginas 44 a 51).
240
Este último ejemplo ilustrativo lo tomo del Proyecto Integrado Pro-Huerta, en Argentina, que, además de contribuir a
mejorar la nutrición de sectores muy pobres, ayuda a la organización comunitaria, contribuye a la educación ecológica y
la educación para la salud, y favorece la conservación del medio ambiente. De este modo, además de satisfacer la necesi-
dad de subsistencia, se estimula la satisfacción de otras necesidades, tales como: participación, creación, identidad, protec-
ción y entendimiento.
298
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
– Si en un barrio hay 350 niños en edad escolar, y solo existe una escuela con 250 plazas,
podemos decir que hay una carencia o falta de puestos escolares que no permite una
satisfacción adecuada de la necesidad de educación formal.
– Si en un barrio donde todos los niños pueden ir a la escuela, hay un 30 % que falta re-
gularmente a las clases; o hay un 60 % que suspende sistemáticamente la mayoría de
las asignaturas, entonces lo que hay es un problema de absentismo, o un problema de
fracaso escolar.
Esta distinción entre necesidad y problema que acabamos de explicar, no solo tiene im-
portancia conceptual: su diferenciación es clave en el diagnóstico si se quiere abordar una so-
lución efectiva a los mismos. Esta distinción entre necesidades y problemas también ha sido
señalada por J. M. Rueda, cuando diferenciaba la necesidad (él la entendía como carencia de
algo) de la afección (“la presencia de un rasgo o factor social que sabemos que es perjudicial,
indeseable, etc.”) (Rueda, 1993).
Ya he advertido que los problemas sociales no necesariamente están ligados a las necesi-
dades241: A diferencia de las necesidades, los problemas sociales suelen ser parte de los proce-
sos de desarrollo. Procesos que avanzan, precisamente, a medida que aparecen y se resuelven
dichos problemas. Según Bogardus, los problemas sociales son las situaciones de que se toma
conocimiento y se procuran resolver como condición del equilibrio y de la continuidad de la
organización social. Así, dichos problemas no deben ser desvinculados de su contexto estruc-
tural. Esto hace que, para poder describir y comprender los problemas existentes en una situa-
ción determinada, sea necesario considerar el contexto, ambiente, entorno y clima social en
que dichos problemas existen, identificando los factores asociados a los mismos, y que se han
de identificar en sucesivas tareas del diagnóstico.
241
Un desarrollo más amplio de esta cuestión ya fue realizado en el capítulo 1, parágrafo 1.4. (y especialmente el epígrafe
1.4.2. en las páginas 35 a 39).
299
En definitiva, lo que aquí me interesa destacar es que, en el diagnóstico, es preciso identifi-
car cuáles son los problemas existentes (derivados o no de las necesidades insatisfechas o mal
MANUALES Y ENSAYOS
satisfechas), ya que de los diversos encuadres que se utilicen para el abordaje de estos proble-
mas, se derivarán diferentes tipos de soluciones; cuestión que permitirá una resolución creati-
va de los conflictos que tales problemas suelen generar.
• Aspectos básicos a considerar en la identificación de necesidades y problemas
Esta primera tarea del diagnóstico debe llevarse a cabo describiendo tres aspectos básicos
y fundamentales de cada una de las necesidades, problemas o situaciones de conflicto que se
hayan identificado:
– Naturaleza del problema o necesidad: consiste en definir y describir, lo más concreta y
específicamente posible, de qué tipo de problema y/o necesidad se trata. No basta con de-
cir “hay problemas de salud”, “hay un conflicto familiar”, o “existen problemas educativos”;
es imprescindible detallar la naturaleza de los mismos. Por ejemplo: hay un “problema de
absentismo escolar consistente en…”; hay “un conflicto de convivencia entre el padre y la
madre que afecta especialmente a la hija adolescente de la pareja y que se expresa funda-
mentalmente en su comportamiento en la escuela, en forma de…”; o hay un problema de
“salud medioambiental, al no existir un sistema eficaz de depuración de aguas residuales
en el barrio”. De lo que se trata es de responder con precisión a la preguntas ¿de qué se tra-
ta? y ¿en qué consiste el problema?, analizando sus distintas dimensiones o aspectos. Ade-
más, puede ser conveniente establecer qué tipo de satisfactores se utilizan para responder
a cada necesidad, estableciendo en qué modo pueden afectar al desarrollo humano de las
personas afectadas, de cara a identificar posibles satisfactores más positivos y sinérgicos
que los actuales. Si se trata de un diagnóstico a gran escala (para una gran cantidad de po-
blación o para determinar la creación de ciertos planes y servicios, por ejemplo) también
puede ser de utilidad emplear la distinción de Bradshaw (1985) y diferenciar las necesida-
des percibidas o experimentadas, de las expresadas, las normativas y las comparativas; tra-
tando de incidir principalmente en la zona compartida por todas ellas.
– Magnitud del problema o necesidad: implica determinar el grado o extensión del pro-
blema, señalando a cuántas personas afecta (ya sea en términos absolutos o relativos, o
mediante medidas estadísticas), o en qué espacio territorial delimitado se plantea el pro-
blema (cuando se trate de situaciones en que la magnitud deba expresarse –por razones
técnicas– en términos de área de influencia o cobertura espacial del problema, como
son, por ejemplo, los problemas ambientales y los comunitarios). En ciertos casos será
preciso, además, indicar la frecuencia y distribución de los mismos. Sobre todo si se trata
de problemas cíclicos o estacionales242, que no tienen un carácter permanente, conside-
rar su frecuencia puede ser de gran utilidad para una correcta previsión de las atencio-
nes, cuidados, servicios o intervenciones necesarias (un ejemplo de necesidad cíclica es
la que se plantea en período de recolección de la cosecha a los padres de niños peque-
ños en zonas rurales, si no disponen de un servicio de cuidado alternativo para sus hijos).
Asimismo, y sobre todo si se trata de un problema o necesidad que afecta a una zona
Es el caso de las zonas que reciben inmigrantes para trabajar en tareas agrícolas estacionales (temporeros) que requieren
242
de alternativas habitacionales de forma periódica, pero no permanente. En el caso de España, grandes zonas del Levante y
sureste, Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha presentan esta circunstancia.
300
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
301
– Qué circunstancias, contextos y prácticas sociales pueden haberlos causado.
– Posibles razones de esos acontecimientos, prácticas y actuaciones.
MANUALES Y ENSAYOS
243
Para realizar ese estudio previo pueden utilizarse diferentes métodos y técnicas de investigación social. Sobre estos y
otros aspectos del proceso de investigación previo a la intervención social, se recomienda el estudio del libro de M.ª J. Ru-
bio y J. Varas (2004). El análisis de la realidad en la intervención social. Métodos y técnicas de investigación, Madrid, CCS.
302
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
túa directamente sobre la patología e indirectamente sobre las consecuencias. Intentando re-
cuperar la función que se ha perdido a base de intervenir sobre los puntos débiles”. Este modo
de intervención “está interesado por lo que no funciona y se preocupa por reducir las disfun-
ciones. Se aproxima a los excluidos como déficit y carencia, y se les reduce a la negatividad; en
lugar de considerar que los excluidos tienen también soluciones, se les identifica con su pro-
pia carencia. ‘Tú eres el problema y yo la solución’, viene a decir el profesional clínico, en lugar
de ‘nosotros somos el problema y nosotros somos la solución’. Actúa sobre las personas y no
tanto con ellas y a partir de ellas”, renunciando así a empatizar y simpatizar con el sujeto “des-
viado”. (García Roca, 2006). Por ello, además de identificar las necesidades, problemas y puntos
débiles de la situación del sujeto, un buen diagnóstico en trabajo social debe, obligadamente,
incorporar una identificación de las potencialidades, capacidades, centros de interés, y opor-
tunidades de mejora de esa situación concreta, específica y única.
• Potencialidades y fortalezas
El enfoque de las fortalezas no es ninguna novedad en trabajo social244, de hecho, la mi-
sión del trabajo social como actividad profesional, no puede lograrse si no es consideran-
do este elemento. Definíamos los bienes internos del trabajo social haciendo referencia a
la construcción de una sociedad “en la que cada individuo pueda dar el máximo de sí mis-
mo como persona, de tal modo que la tarea del profesional consiste tanto en la potenciación
de las capacidades de las personas para vivir en sociedad, como en el intento de remover los
obstáculos sociales que impiden su realización”. Esto nos obliga, como exigencia o impera-
tivo ético, a fundamentar las actuaciones e intervenciones profesionales en la identificación
y fortalecimiento de las potencialidades, capacidades, puntos fuertes y posibilidades del su-
jeto.
Para una adecuada realización de esta identificación diagnóstica, la empatía y la inteligen-
cia emocional son cualidades y destrezas imprescindibles, ya que solo desde una profunda
comprensión del otro se puede llegar a descubrir cuáles son esas fortalezas, capacidades y po-
sibilidades internas, por muy dormidas que puedan estar. Solo el enfoque o perspectiva in-
terna puede dotarnos de la capacidad de escucha y atención necesaria del sujeto, que nos
permita adentrarnos en sus propios procesos de producción de significados, en sus dinamis-
mos vitales, su subjetividad y sus emociones. Es fundamental en esta tarea posibilitar la cons-
trucción y la expresión de la narración subjetiva del propio sujeto, de su experiencia vital y
su historia personal, tal como este la ha vivido. Si pretendemos desarrollar una práctica pro-
fesional inclusiva, que supere el determinismo y la impotencia, habrá que ayudar al sujeto a
re-apropiarse de sus dinamismos vitales, vinculándolo con el mundo de sus posibilidades y
oportunidades.
Las herramientas técnicas más adecuadas para apoyarnos en esta tarea deben basarse
en la observación participante, las historias de vida y la escucha activa. Solo la empatía per-
mite compartir y llegar al reconocimiento mutuo, a la aceptación incondicional del otro, a la
244
Aunque algunos autores sugieren la reciente aparición de este enfoque tomando como referencia los trabajos de Sa-
leeby y otros (1992 y 1996), lo cierto es que ya en las primigenias obras de Mary Richmond se encuentran referencias rei-
teradas a la importancia de los factores potenciadores y los recursos internos del sujeto en la acción profesional. También
en el desarrollo de algunos modelos teóricos de trabajo social (especialmente en los ecológicos, existenciales, anti-opresi-
vos, de concientización, etc.) la consideración de los recursos internos y potencialidades y fortalezas de los sujetos es una
cuestión relevante.
303
implicación activa, la confianza y el reconocimiento de sus capacidades, que son condicio-
nes indispensables para una práctica profesional de empoderamiento, de vinculación reti-
MANUALES Y ENSAYOS
cular, de construcción y restauración de los “puentes levadizos” por los que poder transitar
la senda de la incorporación, evitando la catástrofe y permitiéndonos llegar a puerto. Des-
pertar lo que está dormido y devolver el protagonismo y sus potencialidades a los sujetos,
nos exige no tanto hablar, como dejar hablar; nos exige alejarnos de ese “hablar desde el
reproche” y no quedar indiferentes ante al sufrimiento humano. Hemos de sentirnos inte-
rafectados, vinculados como sujetos colaboradores en un proceso de resultados inciertos
cuyos caminos estarán siempre por descubrir, a medida que intentamos dirigirnos a puer-
to, evitando el naufragio. Sin el descubrimiento de las fortalezas, capacidades y potencia-
lidades del sujeto, careceremos de las “cartas de navegación” necesarias para recorrer este
trayecto.
• Centros de interés
En el diagnóstico también es preciso detectar cuáles son los centros o asuntos de interés
de las personas ya que, en ocasiones, la estrategia de acción más oportuna puede derivarse de
uno de esos intereses, en lugar de partir de un problema o necesidad. Esto, por una razón bá-
sica: a veces, una cuestión o asunto de interés puede ser más motivador y resultar más movili-
zador que un problema grave, sobre todo, cuando este último se perciba de forma fatalista, o,
efectivamente, esté determinado o muy condicionado por factores sobre los cuáles se tienen
pocas posibilidades de intervención.
Con frecuencia, la urgencia de la intervención y el tiempo corto que se exige en las inter-
venciones asistenciales, hace que los profesionales no se ocupen ni preocupen por descubrir
cuáles son los asuntos que realmente interesan a las personas, más allá de las demandas ex-
presadas. De hecho, se suele identificar una urgente expresión de una demanda con el ver-
dadero interés de las personas, lo que no siempre es cierto. A veces pudiera ser así (que la
demanda exprese o se vincule a un centro de interés) pero todos sabemos que muchas veces
tenemos intereses, preferencias y asuntos por lo que estamos dispuestos a movilizarnos e in-
vertir energía, sin que estén necesariamente relacionados con una necesidad o problema gra-
ve que tengamos. De lo que se trata en este punto es, precisamente, de descubrir e identificar
cuáles son esos temas, asuntos y centros de interés que gustan o interesan a las personas, ya
que su inclusión (como punto de partida o como parte del proceso) será de importancia estra-
tégica si se pretende la implicación y el compromiso de los sujetos en sus procesos de cambio.
• Necesidades de cambio y oportunidades de mejora
Asimismo, también es preciso identificar en el diagnóstico, cuáles son las necesidades de
cambio u oportunidades de mejora, con respecto a lo que se viene haciendo. Esta tarea –muy
ligada al pronóstico, del que enseguida hablaré– es la que permitirá una constante adaptación
de los programas y servicios a los cambios sociales, y una mejora en la calidad de los mismos.
Dicho en otras palabras, el diagnóstico no debe informar únicamente de necesidades, proble-
mas y centros de interés a partir de los cuáles iniciar la acción, también debe dar cuenta del
modo en que se actúa profesionalmente y se prestan los servicios, y las posibilidades de mejo-
ramiento de la atención que se brinda a las personas.
Para identificar estas oportunidades de mejora, los estudios y análisis comparativos en-
tre unidades administrativas de una misma organización; o entre niveles administrativos de
una misma institución; o entre servicios y programas similares que operan en contextos pa-
304
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Necesidades 1 Demanda de
sociales servicios
reales
4
2 3
Servicios
sociales
ofrecidos
Así, la zona 1 estaría formada por las necesidades expresadas, sentidas e investigadas (por
tanto, identificadas) que coinciden con servicios demandados por parte de la comunidad, pero
para los cuales no se ofertan ningún tipo de medidas ni servicios sociales institucionales (pú-
blicos o privados). El efecto de esta intersección produce descontento entre la población, ya
que siente necesidades que expresa como demandas de servicios, pero dichos servicios no
son ofertados a pesar de ser necesarios.
La zona 2 está constituida por necesidades realmente existentes y servicios disponibles
para atenderlas, pero falta su demanda por parte de la comunidad. Es decir, existen servicios
para atender necesidades y problemas realmente existentes, pero esos servicios disponibles
no se utilizan –o se infrautilizan– al no existir demanda o conciencia de su necesidad de uso
por parte de la población, o porque la población entiende que no son esos, sino otro tipo de
servicios, los necesarios.
La zona 3, genera un derroche y despilfarro de servicios ya que está formada por las de-
mandas de la comunidad que tienen su correlato de respuesta en servicios ofertados, pero
que no se corresponden ni dan respuesta a verdaderas necesidades y problemas sociales. Esta-
ríamos ante una demanda que se apoya en una falsa necesidad y la existencia de servicios que
responden a dichas demandas, pero al no corresponderse con problemas reales, los esfuerzos
dedicados a la prestación del servicio (o servicios) constituyen un verdadero derroche en tér-
minos técnicos y de recursos desaprovechados.
La zona 4, por su parte, es la integrada por necesidades reales que se expresan como de-
manda de servicios, y esos servicios se ofertan y están disponibles para la población que los
305
requiere. Esta convergencia entre necesidades, demanda y oferta es, generalmente y por des-
gracia, escasa. Y suele estar influenciada por el nivel educacional de la población, el nivel de
MANUALES Y ENSAYOS
306
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
307
hechos y circunstancias que, en un momento y escenario determinado, causan un problema
de salud, es relativamente más fácil. Lamentablemente, en el campo de la acción social, care-
MANUALES Y ENSAYOS
cemos de estudios y trabajos similares que, de forma precisa, nos iluminen acerca de estos fac-
tores determinantes.
No obstante, por la experiencia acumulada y sistematizada hasta ahora, podríamos esta-
blecer cómo la presencia de ciertos factores causales o determinantes de la “situación social”
de un grupo o colectividad inciden en la aparición de determinados problemas. Así, por ejem-
plo, convendría analizar y descubrir la presencia de factores determinantes relativos al entor-
no ambiental, el entorno laboral y ocupacional, el ambiente familiar y personal, el entorno
de ocio, los estilos sociales de vida y las pautas de relación social, la personalidad y el carác-
ter del sujeto (si se trata de un diagnóstico más personalizado), el estado de salud general, así
como otros aspectos de naturaleza psicosocial, etc. En esta misma línea, Sánchez Vidal consi-
dera necesario valorar los “factores estructurales y procesos del sistema social implicados en la
generación y mantenimiento del problema o necesidad: impotencia percibida, anomia, desin-
tegración, falta de estructura organizativa, medios económicos o apoyo técnico, etc. Es decir,
el porqué del efecto a corregir”, así como “las estructuras y procesos (actuales o potenciales)
de cambio y dinamización del sistema (tensiones, contradicciones, conflictos, fallos funciona-
les o normativos, expectativas o las propias necesidades insatisfechas), que vienen a ser las
“variables a manipular” para alterar el sistema. También las estructuras y procesos básicos de
mantenimiento y reproducción del sistema (su “naturaleza estable”) que, en general, no son al-
terables (sustituibles, si acaso) sin el riesgo de provocar una reacción homeostática de signo
contrario al cambio pretendido” (Sánchez Vidal, 1991).
Es importante identificar y describir estos factores, e intentar establecer el peso relativo
entre ellos, habida cuenta que, con frecuencia, no tendremos posibilidad de enfrentarlos si-
multáneamente. Así, por ejemplo, en los procesos de exclusión social siempre están presen-
tes factores estructurales determinantes que conforman el sustrato de una organización social
que expulsa y excluye: hay que identificar dichos factores, sobre todo en sus interrelaciones
con otro tipo de factores condicionantes, referidos a circunstancias más o menos cautivas y
biografías personales, que son las que no determinan al sujeto.
• Factores condicionantes
También es conveniente identificar en el diagnóstico los factores condicionantes que están
presentes en la situación y el entorno en que se encuentra el sujeto. A diferencia de los facto-
res determinantes (que son los que configuran y producen cada situación-problema), los fac-
tores condicionantes son los que “moldean” o “matizan” esa situación, pueden actuar como
circunstancias coadyuvantes o detonantes, pero sin predeterminar al sujeto. Se trata de he-
chos, acontecimientos, situaciones o procesos que pueden tener influencia en la evolución de
la situación-problema; pero que no ejercen dicha influencia con la misma intensidad ni de la
misma manera. Son los factores que pueden ayudar o dificultar la solución del problema o la
satisfacción de una necesidad y que, en muchas ocasiones, también pueden actuar de manera
neutra, dependiendo de las circunstancias que se confronten. Con frecuencia este tipo de fac-
tores condicionantes forman parte de los contextos de proximidad en que se desenvuelve la
vida cotidiana de las personas.
Para un buen diagnóstico social, la detección de este tipo de factores puede ser muy útil,
ya que nos permitirá prever por anticipado posibles trayectorias de evolución de los aconteci-
308
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
mientos, y nos ayudará a construir diversos escenarios de futuro, previos a la decisión de inter-
venir en una u otra dirección. Identificar este tipo de factores conlleva su descripción, así como
una valoración acerca de su posible influencia (en qué condiciones influenciaría la situación, y
en qué dirección: a favor o en contra de su solución).
Todo lo anterior está íntimamente relacionado con la capacidad del profesional para des-
entrañar las múltiples determinaciones y condicionamientos de los fenómenos y problemas
sociales, que solo pueden ser entendidos como elementos de un todo. Ahora bien, “para su
comprensión no es necesario considerar todos los elementos que están en la realidad obser-
vada sino la constitución de relaciones de significación” (Silva, 1974). Las circunstancias cauti-
vas del entorno social inmediato del sujeto, grupal y comunitario, conforman las trayectorias,
teniendo mucho más peso del que habitualmente se les atribuye en los procesos de vulnerabi-
lidad y exclusión social. Es importante, por tanto, en este punto, ser capaces de identificar cuá-
les son las tramas e inter-retroacciones que conforman la maraña de factores condicionantes
en una situación, momento y sujeto dados.
Aplicado al campo de la política social o de la intervención social a nivel macro, puede ser
necesario y oportuno, en ciertos momentos, hacer estudios e investigaciones sociales tenden-
tes fundamentalmente a identificar factores determinantes y condicionantes. Ello contribuiría,
además, a acrecentar el rigor científico y técnico de los diagnósticos y planificaciones sociales.
Para llevar a cabo este tipo de estudios, considero interesantes las propuestas que J. M.ª Rueda
sugiere realizar: estudios epidemiológicos, investigaciones sistémicas y prospecciones (a tra-
vés de mapas y estudios de estilos sociales de vida).
• Factores protectores
Los factores que llamamos protectores, tienen mucho que ver con las relaciones y los
vínculos sociales del sujeto: su naturaleza, cantidad, intensidad y contenido. Las redes socia-
les naturales son –como ya se dijo en el capítulo anterior– el principal factor de sostén, re-
sistencia y protección frente a los procesos de desafiliación, vulnerabilidad y exclusión. Los
vínculos sociales son los que transmiten confianza al sujeto, aseguran la protección y trans-
miten sentido, pues conectan los dinamismos sociales, los intercambios productivos y la
comunicación. Estas “resistencias” son las que pueden evitar la catástrofe en muchas situa-
ciones de riesgo y vulnerabilidad, las que pueden amortiguar el daño que factores estruc-
turales determinantes y factores circunstanciales condicionantes pueden provocar en los
sujetos.
Los factores protectores son los que pueden posibilitar préstamos básicos de la existencia
humana (alimento, hogar, energía vital, reconocimiento, etc.) reduciendo la incertidumbre, el
miedo y la insatisfacción. Hasta hace poco tiempo, la vulnerabilidad y la exclusión eran riesgos
que solo sufría la periferia del cuerpo social, pero en la actualidad vivimos en una sociedad del
riesgo (Beck, 1998 y 2006) en la que asistimos a una “desestabilización de los estables” (Castel,
1984, 1995 y 2010), los vínculos sociales se diluyen y se pierde la seguridad que antaño ofre-
cía la comunidad (Bauman, 2005, 2006 y 2007). En este contexto tiene más sentido que nun-
ca la conceptualización de las necesidades como potencialidades que dan lugar a la búsqueda
y la participación, en las que se activan los esfuerzos del sujeto, y de los sujetos organizados.
Todas estas situaciones y circunstancias de búsqueda y participación son factores protectores
de primer orden, del mismo modo que la existencia, o la potencial existencia, de redes socia-
les que sostienen, o pueden sostener y generar las resistencias necesarias para evitar el fracaso
309
o el naufragio social del sujeto. Las capacidades de cooperación e innovación, son los recursos
más importantes de las propias personas y el factor protector más relevante. Se trata también
MANUALES Y ENSAYOS
de explorar los potenciales de interacción del sujeto, de examinar la forma en que pueden au-
mentarse las reciprocidades y las estrategias de complementariedad que produzcan un enri-
quecimiento mutuo, reduciendo la fragilidad y aumentando su autonomía. En definitiva, se
trata de identificar todas aquellas circunstancias que pueden vincular al sujeto con el mundo
de sus posibilidades y oportunidades.
• Factores de riesgo
Estos factores, que en el campo de la salud son tan útiles, están todavía relativamente
poco estudiados en el ámbito social. Los factores de riesgo siempre están asociados o re-
lacionados con el proceso o estado de desarrollo de una patología, y lo que conviene ha-
cer en estos casos, es medir “el grado de consecuencia que puede tener para los sujetos que
están viviendo en ese determinado proceso”. La identificación de estos factores permitirá
pronosticar y prescribir en aquellos casos donde se haya detectado una determinada pato-
logía. Pueden detectarse factores de riesgo tanto en el ámbito personal, como social y am-
biental.
Para establecer medidas de riesgo, el procedimiento que propone J. M.ª Rueda, y los ejem-
plos con que lo ilustra, nos parecen sumamente útiles. Así, evaluar el riesgo supone:
1. “Diagnóstico previo de una variable o de un conjunto de variables que se correlacionan
con el problema.
2. Conocimiento de la ley de correlación.
3. Diagnóstico del estado de esa ley y según se esté en su fase inicial, media o muy evolu-
cionada, hablamos de bajo, medio y alto riesgo.
No podemos presentar ejemplos conseguidos sino intentos de avanzar en las metodolo-
gías; que, aunque no tienen valor científico, pueden servir para orientar:
Con los equipos interdisciplinares de infancia intentamos establecer una medida de ries-
go a partir de correlacionar el nivel de nomicidad, capacidad de automanejarse como
grupo y el nivel de afección que presentará el niño.
“Cuanto más anómico es el grupo familiar, más discapacidad o inhabilidad existe en el
niño”.
“Cuanto más disnómico, más preparado estará el niño para adaptarse a estilos de vida
marginantes”.
Esta constatación “podría” servir para establecer un factor de riesgo.
Con el equipo de la Diputación de Lleida, el camino para determinar el indicador de ries-
go fue establecer sobre una misma variable una valoración objetiva y otra subjetiva; por
ejemplo, la cantidad real de dinero que entra en la familia (de acuerdo con los indicado-
res de gasto medio nos permite decir si es o no suficiente para manejarse en la dimen-
sión económica familiar) y estudiar la percepción de suficiencia o insuficiencia del mismo
en la vida real de la familia. Si cantidad y suficiencia subjetiva coinciden, tenemos un gru-
po adaptado. Si cantidad y suficiencia no coinciden, tenemos que si la variable subjetiva
está mejor valorada, el grupo es de poco riesgo, pues aun siendo real el problema econó-
mico, sabe manejarse; ahora, el grupo será de alto riesgo si la cantidad o variable objetiva
está mejor valorada que la subjetiva, pues indica falta de capacidad para manejar lo real;
310
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
el problema no se podrá resolver desde el exterior, toda ayuda económica que demos al
grupo familiar se la tragará y pedirá más.
Aquí, en este apartado (el autor citado se refiere a los factores de riesgo), tenemos mucho
que hacer los trabajadores de la comunidad” (Rueda, 1993).
245
El uso de la palabra prognosis que había quedado más o menos consagrado en la jerga de los planificadores, a fines de los
años noventa está en desuso. Se utiliza el término castellano pronóstico que es más correcto, ya que el otro es un anglicismo.
311
factores conocidos, con el fin de disponer de algunas claves que permiten construir es-
cenarios futuros posibles.
MANUALES Y ENSAYOS
312
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Cabe advertir –para no pedir a las proyecciones y previsiones lo que estas no puedan dar–
que estos procedimientos prevén, en el mejor de los casos, tendencias dominantes, trayecto-
rias posibles, líneas de fuerza... Pero, desde el momento que aparecen escenarios de ruptura
(lo aleatorio, lo inesperado siempre es posible), terminan siendo previsiones no realizadas;
cosa que ocurre con mucha frecuencia con las previsiones económicas. La aleatoriedad de los
presupuestos en que se apoyan las previsiones y los parámetros que se eligen como base de
las extrapolaciones, limitan las posibles certidumbres que podamos formular acerca del fu-
turo.
Los pronósticos son, pues, limitadamente útiles, puesto que aun siendo posible construir
“escenarios futuros”, no es posible predecir los “escenarios de ruptura”. Estos modifican sustan-
cialmente las tendencias dominantes. Tampoco es posible hacer previsiones a partir de hechos
considerados como “portadores de futuro” cuya significación en el mediano plazo puede ser
decisiva en la configuración de la sociedad. En todo proceso social, lo inesperado produce bi-
furcaciones que nos llevan siempre a lo imprevisto.
Independientemente del aparataje tecnológico más o menos sofisticado que se utilice
para apoyar los pronósticos, esta tarea debe hacerse necesariamente de forma participativa,
involucrando en el análisis y exploración de posibles escenarios a la mayor cantidad de actores
sociales posible. En el caso de diagnósticos a nivel microsocial esta exploración participativa
debe llevarse cabo implementando espacios y tiempos para el diálogo con las personas afec-
tadas por los problemas y necesidades, así como con otras personas, redes sociales y grupos y
organizaciones del entorno social en el que se pretende intervenir.
Los pronósticos nunca son certezas, y en esta tarea la competencia técnico-profesional no
es, por sí misma, una garantía de acierto. De ahí que, cuantas más personas y actores estén im-
plicados en la tarea de análisis y de exploración de “posibles escenarios futuros”, mejor y más
ajustada será la visión de tal “futuro posible”. Además, una exploración participativa permite
identificar recursos potenciales de acción que, posiblemente, de otro modo podrían quedar
invisibilizados (y por tanto no utilizados ni puestos en actividad).
En síntesis, y para concluir este parágrafo, no debemos olvidar que, en contextos y situa-
ciones de cambios acelerados como los que vivimos, como diría Gaston Berger: “Cuanto más
rápido corra un coche, mayor alcance deben tener sus faros”. Y el pronóstico son los faros que –
aunque empañados o defectuosos– permitirán que vislumbremos un futuro posible con la an-
ticipación suficiente, como para conducir en la dirección correcta.
313
• ¿Quién puede resolver los problemas?
Es importante responder adecuadamente esta pregunta ya que para solucionar o resolver al-
MANUALES Y ENSAYOS
gunos problemas bastan los esfuerzos individuales de los afectados, mientras que, para otros, se
requiere la asistencia o la cooperación de otras personas e instituciones, e inclusive de la comuni-
dad en su conjunto. En muchos casos, será preciso un esfuerzo compartido en el que la comunidad
deba cooperar y los individuos mantener los servicios creados, o contribuir modificando hábitos
o comportamientos. Dicho en otras palabras, lo que necesitamos saber en este punto es qué per-
sonas o a qué nivel se pueden resolver los problemas y las necesidades detectadas. Por ejemplo:
– una persona, individualmente, puede ser el responsable de solucionar los problemas de-
rivados de su higiene personal;
– las necesidades o problemas relacionados con la nutrición apropiada, pueden ser res-
ponsabilidad de toda la familia;
– para alquilar o comprar un vehículo o equipamiento costoso, es posible que sea un gru-
po el que tenga que compartir su costo;
– para garantizar el abastecimiento de agua potable será necesario el esfuerzo comunita-
rio junto con el del gobierno local;
– para asegurar un adecuado suministro de vacunas, la responsabilidad podría ser de los
servicios de salud a nivel regional o nacional;
• ¿Qué tipo de ayuda o atención se necesita?
Una vez planteado quién puede resolver mejor los problemas o necesidades, es preciso
responder al interrogante sobre qué tipo de ayuda o atención se requerirá, por parte de esas
personas, grupos o colectivos sociales, para que puedan, efectivamente, afrontar la solución
de los mismos. No es lo mismo que se necesite una ayuda de asesoramiento técnico, que el
suministro de alimentos, fármacos o material didáctico, o que se requiera organizar un servi-
cio de voluntariado en ayuda a domicilio. Del tipo de atención/intervención que se necesite,
se derivará el tipo de recursos requeridos que, posteriormente, habrá que tratar de obtener.
Una vez que se han identificado las personas que pueden resolver cada uno de los proble-
mas y el tipo de ayuda que se necesita en cada caso, tenemos que identificar los recursos y
medios apropiados para prestar esa ayuda; buscando simultáneamente las fuentes en donde
se podrían obtener dichos recursos.
Esta identificación y búsqueda de recursos es conveniente que se oriente teniendo en
cuenta dos fuentes principales:
– Recursos internos existentes en la propia comunidad.
– Recursos externos existentes y potencialmente disponibles.
• Recursos internos existentes en la propia comunidad
Se trata de los recursos disponibles por las personas, grupos, instituciones, organizacio-
nes de base, y por la comunidad en general. Son los recursos individuales y colectivo/institu-
cionales existentes y que es posible movilizar por la misma gente. Es preciso conocer y estar
informado acerca de los medios de que disponen los propios afectados o su comunidad, para
atender el problema o necesidad. Ejemplos de esta clase de recursos son:
– Lugares para realizar diversas actividades.
– Aportaciones económicas individuales.
– Colaboración voluntaria de personas con ciertas aptitudes útiles para la acción o proyec-
to de que se trate.
314
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
246
Debemos tener siempre presente que los medios y recursos no son neutros con respecto a los fines que se persiguen, y
tampoco son neutros con respecto a las personas sobre las que se utilizan. Siempre ejercen algún tipo de influencia en los
resultados y efectos finales (previstos o no, deseados o no); de ahí la necesidad de intentar el mayor grado de adaptación
posible a la realidad concreta que se quiere modificar.
247
Un análisis de los recursos alternativos ya fue realizado en el capítulo 1, parágrafo 1.6., especialmente en las páginas 50 y 51.
315
y relevante, es preciso conocer y explicitar cuáles de esos recursos y medios existen realmente
y están disponibles para su utilización en el momento actual. Asimismo, es preciso saber cuá-
MANUALES Y ENSAYOS
les son recursos potenciales que podrían ser susceptibles de obtenerse en el corto, medio y lar-
go plazo. De ser posible, también convendría especificar el grado o factibilidad de obtención
de dichos recursos, indicando al menos las condiciones que deberían darse para su posible
empleo en el proyecto de acción o intervención prevista. Si todo lo indicado precedentemen-
te no se tiene en cuenta, todas las propuestas de intervención que se realicen corren el riesgo
de ser inviables o muy poco factibles, desde el punto de vista de la disponibilidad de insumos.
Quizá pueda resultar útil en esta parte del diagnóstico, confeccionar un cuadro como el si-
guiente:
Recursos y medios
Necesidades y ¿Qué tipo de ayuda o
¿Quién puede resolverlos necesarios para prestar la
problemas atención se necesita para
mejor? ayuda y atención
identificados resolverlo?
requerida
Otro cuadro que permite clasificar los recursos identificados, detallando la última colum-
na del anterior y facilitando la elección de recursos de acuerdo a su procedencia y disponibili-
dad, sería el siguiente:
En relación a esta tarea de identificación de recursos, será muy útil y práctico que en el
diagnóstico se incluya:
• Información general para la obtención de cada uno de los recursos identificados:
– nombre de los organismos, organizaciones e individuos que poseen los recursos.
– descripción del tipo de recursos que facilitan, o pueden facilitar.
– ubicación del organismo o la persona pertinente.
– requisitos especiales que pudieran exigirse antes de facilitar los recursos.
• Selección de los mejores recursos, indicando ventajas e inconvenientes de cada uno de
ellos, teniendo en cuenta la cultura y necesidades o problemas de la gente.
• Realizar visitas y entrevistas de exploración de recursos, conjuntamente con las personas
afectadas (si son varias, mejor). Esto contribuye a una mayor y más pronta incorporación
y protagonismo de los afectados en el proceso de solución o mejora del problema, y faci-
litará elementos para que los interesados participen activamente en la selección final de
recursos a emplear, y se impliquen asimismo en el proceso de obtención de los mismos.
En definitiva, de lo que se trata en esta tarea del diagnóstico, es de registrar y sistematizar
la información necesaria sobre los recursos y medios de acción necesarios, de cara a posibilitar
316
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
248
Como bien señalan Pineault y Daveluy, son varias las clases de pruebas que pueden hacerse para juzgar el valor de una
intervención: I) Las pruebas basadas en, al menos, un ensayo randomizado, es decir, realizadas con un reparto al azar de los
sujetos entre el grupo experimental y el grupo control; II) Las basadas en los estudios caso-controles, o en estudios de con-
junto con grupos control, sin randomización de sujetos; III) Las basadas en estudios de tipo ecológico, es decir, en la com-
paración de lugares o épocas con y sin la intervención; y IV) Las basadas en la opinión de expertos en el tema. Sin duda,
la prueba de mayor validez es la primera, aunque raramente se utiliza en programas sociales, ya sea por razones políticas,
éticas o porque se trata de situaciones en que el problema es multifactorial. Existen no obstante, casos interesantes de in-
vestigación exploratoria y/o evaluativa basados en diseños típicamente experimentales, tales como las desarrolladas por el
profesor español F. Alvira, entre otros. Merece la pena destacar por su singularidad en el trabajo social español la obra de
Conde, R. (1998). Trabajo social experimental, Valencia, Tirant lo Blanch.
317
• Factibilidad organizacional: que existan la o las instituciones u organizaciones necesa-
rias para su realización y que se disponga del personal apropiado.
MANUALES Y ENSAYOS
249
Predisposing, Reinforcing and Enabling Causes in Educational Diagnosis and Evaluation. (Pueden consultarse en Internet nu-
merosos artículos sobre este método, así como ejemplos de aplicación en diferentes diagnósticos dirigidos a la modificación
de actitudes y comportamientos de las personas para mejorar su calidad de vida. A modo de ejemplo, pueden consultarse:
http://campus.easp.es/bimbela/ARCHIVOS/PRECEDE%20VIH-SIDA.pdf; y http://www.elsevier.es/es/revistas/revista-clini-
ca-espa%C3%B1ola-65/eficacia-modelo-precede-educacion-salud-control-metabolico-13139903-originales-2009)
250
Tanto el modelo PRECEDE como el marketing social son métodos complejos que, además de explorar alternativas, pueden
servir para establecer estrategias de acción. Una revisión y comparación de ambos métodos puede consultarse en Pineault,
R. y Daveluy, C. (1997). La planificación sanitaria. Conceptos, métodos, estrategias, Barcelona, Masson (pp.219-224). También
pueden encontrarse numerosas explicaciones del método y sus aplicaciones en Internet. Los dos libros seminales sobre mar-
keting social editados en castellano son el de Kotler, Ph. y Roberto, E. L. (1992). Marketing social, Madrid, Díaz de Santos; y
el de Ziethaml, V. A., Parasuraman, A. y Berry, L. L. (1993). Calidad total en la gestión de servicios, Madrid, Díaz de Santos.
251
Las tres primeras técnicas grupales de creatividad (Delphi, Grupos Nominales y Grupos de Creación Participativa) pue-
den emplearse también en la elaboración de pronósticos basados en la previsión de expertos.
252
Un manual didáctico sobre el procedimiento Delphi puede consultarse en: J. Landeta, J. (1999). El método Delphi. Una
técnica de previsión para la incertidumbre, Barcelona, Ariel.
253
Para conocer el procedimiento y aplicaciones de esta técnica puede consultarse: M.ª. J. Aguilar, (2011c). Cómo animar
un grupo, Madrid, CCS (pp. 147-154).
318
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
254
Para conocer en qué consiste y cuál es el procedimiento y aplicaciones de esta técnica consultar: Aguilar, M.ª. J. Op. cit.
(pp.135-143).
255
Ver Pineault, R. y Daveluy, C. Op. cit. (p.225) y http://es.wikipedia.org/wiki/Brainwriting
256
Para conocer en qué consiste y cuál es el procedimiento y aplicaciones de esta técnica consultar: Aguilar, M.ª. J. Op. cit.
(pp.144-146).
257
Ver Aguilar, M.ª J. Op. cit. (pp. 112-115).
258
Ver Gordon, W. (1963). Sinéctica. El desarrollo de la capacidad creadora, México, Herrero; y más reciente: W. Gordon,
W (1992). “Sinéctica: historia, evolución y métodos”, en G. Davis y J. A. Scott (comps), Estrategias para la creatividad, Bue-
nos Aires, Paidós.
259
Aunque se trata de un tipo de pensamiento que puede estimularse con diferentes técnicas, con frecuencia aparece men-
cionado como procedimiento general de asociación de ideas. El término fue acuñado por Edward de Bono en 1967. En-
tre sus obras más populares podemos citar: (2003). Seis sombreros para pensar, Barcelona, Granica. (Ver: http://ciam.ucol.
mx/directorios/5443/Todos/Edward%20de%20Bono%20-%206%20sombreros%20para%20pensar.pdf), y (2006). El pen-
samiento lateral, Barcelona, Paidós. Para referencias de otros autores posteriores véase: http://es.wikipedia.org/wiki/Pen-
samiento_lateral)
319
Prácticamente todas las personas jerarquizamos y establecemos prioridades en todos los
órdenes de la vida para decidir lo que vamos a hacer (o no hacer), de acuerdo a una escala de
MANUALES Y ENSAYOS
320
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
• ¿Cuál es el problema más grave? Es decir, de todos los elementos problemáticos iden-
tificados al inicio del diagnóstico, habrá que decidir cuál o cuáles son los más importan-
tes en función de su gravedad y riesgos que comporta para las personas que los sufren.
Como ya dijimos anteriormente, para lograr esto será preciso conocer bien los efectos
que dichos problemas y necesidades tienen sobre la gente, y la naturaleza de sus conse-
cuencias, así como la vinculación e interrelación que pudieran tener con otros problemas
y necesidades y con factores contextuales.
• ¿Qué reportará las mayores ventajas en el futuro? Esto es, examinar los problemas y
necesidades desde el punto de vista de las mejores consecuencias futuras que su aborda-
je actual represente. Porque, de lo que se trata, no es solo de resolver temporalmente los
problemas más acuciantes actualmente, sino lograr que el futuro sea más prometedor.
• ¿Qué necesidades y problemas pueden atenderse con los recursos disponibles?
Otro aspecto importante a considerar en la priorización de problemas y necesidades, es
el relativo a la factibilidad de la intervención ya que, lo que interesa saber de los proble-
mas más graves es cuáles son posibles de atender con los medios de que se dispone en
el momento actual. Por otra parte, una priorización que no tenga en cuenta este elemen-
to, no servirá para programar una acción eficaz y desalentará el proceso de resolución de
los problemas, ya que planteará el tratamiento de unas necesidades para las cuáles no
existen medios de intervención en lo inmediato.
• ¿Cuáles son los problemas que más preocupan a las personas? Es decir, priorizar
teniendo en cuenta cuál es la percepción social que se tiene de los problemas y nece-
sidades. Esto, por una razón obvia: cuando un problema preocupa mucho a la gente, au-
mentan las posibilidades de que esta se movilice para su solución; interés que acrecienta,
por ende, las posibilidades de resolución del mismo.
Un ejemplo que ilustra –a nivel familiar– el proceso de establecimiento de prioridades, uti-
lizando los cuatro interrogantes precedentes, es el que presentamos sintéticamente a conti-
nuación (OMS, 1989):
La Sra. Sánchez tiene cinco hijos. El mayor tiene ocho años y el más pequeño nueve me-
ses. La Sra. Sánchez está embarazada de nuevo. La familia comparte una habitación, he-
cha de tablones y con el tejado de chapa, adosada a la parte trasera de la casa del padre
del Sr. Sánchez. La Sra. Sánchez no se siente muy fuerte en los últimos tiempos. No ha te-
nido un empleo regular desde hace cuatro años.
El Sr. Sánchez es pescador. Su pesca no ha dado muy buenos resultados últimamente.
Ahora pasa varios meses seguidos trabajando en la ciudad como peón. La pequeña can-
tidad de dinero que gana apenas llega para alimentar a su familia. En realidad, todos los
niños tienen un peso insuficiente y son enfermizos.
El Sr. y la Sra. Sánchez discuten sus problemas con un trabajador social. He aquí algunas
de las necesidades y problemas que mencionan:
– un lugar más grande para vivir
– más dinero
– un trabajo para la Sra. Sánchez
– adiestramiento para el Sr. Sánchez, a fin de que pueda obtener un trabajo mejor
– alimentos para los niños
321
– medicamentos para los niños
– una manera de evitar que la familia aumente de tamaño
MANUALES Y ENSAYOS
322
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
260
Una explicación de estos procedimientos puede consultarse en: Pineault, R. y Daveluy, C. Op. cit. (pp.232-255). Asimis-
mo, existen numerosos documentos y enlaces web donde aparecen explicaciones detalladas, aplicaciones a casos concretos
y análisis comparativos entre estos diferentes métodos de priorización. Una síntesis de algunos de estos métodos con expli-
caciones sencillas y ejemplos de uso en diferentes países puede consultarse en: Asua, J. y Taboada, J. Experiencias e instru-
mentos de priorización (pp. 27-39), disponible en: http://www.sergas.es/Docs/xornadasQS/Iryss.pdf
323
– Asignación directa
– Clasificación por orden de importancia
MANUALES Y ENSAYOS
324
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
senta la situación que queremos modificar. Los instrumentos técnicos que presentamos a con-
tinuación pueden resultar sumamente útiles en esta tarea.
• Matriz DAFO
La matriz o método DAFO (detección de Debilidades, Amenazas, Fortalezas y Oportu-
nidades), tiene diversas variantes, pero aquí quiero reseñar la versión conocida como “mode-
lo Harvard” que –además de ser esencialmente la originaria–, se centra más en las capacidades
prospectivas de diagnóstico. Este método consiste en ordenar la información extraída en un
cuadrante sencillo que localice la misma en función de las limitaciones y potencialidades que
vislumbra respecto a la organización, grupo o situación social estudiada. Para ello se somete la
información, obtenida rigurosamente, al enjuiciamiento y valoración por parte de los sujetos o
miembros del grupo o comunidad afectada, así como por parte del equipo técnico investiga-
dor o los profesionales externos que trabajan en el entorno261. Estos juicios y valoraciones, con-
juntamente considerados, son los que asignan el valor a la información y los datos, orientando
respecto a los aspectos negativos y positivos, internos y externos, que presenta la situación o
el problema objeto de diagnóstico. Esta matriz puede facilitar el posicionamiento y la toma de
decisiones respecto a la estrategia o estrategias a seguir, ya que nos ayuda a comprender las
circunstancias que rodean a los hechos y fenómenos sociales, aportando elementos de consi-
deración y juicio, desde la perspectiva del entorno de actuación.
El cuadrante que define la matriz DAFO es el siguiente:
Se trata de ordenar la información en función de que la misma se refiera más a las circuns-
tancias internas del grupo o comunidad, tanto positivas (fortalezas) como negativas (debilida-
des), o a las circunstancias externas, sean positivas (oportunidades) o negativas (amenazas); y
que esas mismas circunstancias constituyan un riesgo o un peligro para la intervención (debi-
lidades, amenazas) o sean factores de éxito para la misma (fortalezas, oportunidades). Las cir-
cunstancias internas (debilidades y fortalezas) se corresponden con un autodiagnóstico del
grupo o comunidad. Se trata del punto de partida y de una constatación “de hecho” de todo
aquello con lo que verdaderamente se cuenta o de lo que se dispone, sea positivo o nega-
tivo. Las circunstancias externas (amenazas y oportunidades) constituyen una valoración de
los condicionantes y situaciones contextuales que pueden afectar –positiva o negativamen-
te– los intereses del grupo y las posibilidades de intervención para enfrentar un problema o
necesidad. Se trata de hechos o acontecimientos que pudieran llegar a suceder, teniendo ac-
tualmente un carácter potencial. De este modo, se pueden prever acciones para evitar lo que
potencialmente no es deseable, y para estimular aquello que parece deseable que suceda.
261
Algunas técnicas grupales pueden ser especialmente útiles o apropiadas para realizar de forma colectiva y participativa
esta tarea, por ejemplo: “Registro abierto”, “Foro comunitario”, “Grupos de creación participativa” y otras técnicas simi-
lares de producción grupal, que favorecen el trabajo conjunto de diálogo y producción de resultados entre diversos ac-
tores. Para más información acerca de estas y otras técnicas véase: Aguilar, M.ª J. (2011c). Cómo animar un grupo, CCS,
Madrid.
325
Para emplear la matriz DAFO es preciso, a veces, utilizar otras técnicas complementarias que
aseguren la obtención de ciertos datos necesarios (datos que deberían estar disponibles y sistema-
MANUALES Y ENSAYOS
tizados si se han hecho bien y de forma completa todas las tareas precedentes del diagnóstico), o
que ayuden a calificar y valorar esa información de acuerdo a la estructuración que propone el mé-
todo en sí. Procedimientos tales como el brainstorming, la encuesta participativa, los censos de con-
ductas sociales, el diagrama de Ishikawa, el impacto del futuro, los grupos nominales, los grupos de
creación participativa o el foro comunitario, pueden ser de gran utilidad para el uso de esta matriz.
• La regla SODA-MECA
Asimismo, conviene tener presente en esta tarea del diagnóstico, que para seleccionar con
éxito las estrategias de intervención, no solo es necesario establecerlas ante problemas o situa-
ciones negativas: muchas veces, la falta de estrategia para mantener, conservar y/o mejorar aque-
llo que es positivo, o para aprovechar una oportunidad que se presenta en un momento dado,
puede terminar originando un conflicto o un problema nuevo en el futuro. En los cursos que so-
bre diagnóstico social imparto, he comprobado que a muchas personas les resulta de utilidad, un
juego didáctico mnemotécnico (SODA-MECA) que puede ayudar a visualizar diversos tipos de
estrategias, en función de la valoración que realizamos en varios niveles y ámbitos de actuación:
lo que consideramos
SATISFACTORIO, hay que saber cómo MANTENERLO, para que no se
deteriore
• Análisis PAM-CET
Como las necesidades y problemas tienen, casi siempre, múltiples causas, las estrategias
pueden –y con frecuencia deben– estar orientadas a la intervención en varios niveles. Existen
dos procedimientos técnicos altamente sistematizados para establecer estrategias multinivel:
el modelo PRECEDE y el Marketing Social que se mencionaron anteriormente, aunque no ne-
326
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
262
La adecuación y pertinencia de la tecnología social propuesta para cada tipo de causa, está basada en la propia experien-
cia empírica acumulada y sistematizada en los últimos treinta años, así como en evidencias empíricas contrastadas de di-
versas agencias y organizaciones internacionales de desarrollo social, en las que he trabajado como consultora desde 1979.
327
• Análisis de Importancia-Competencia-Poder263
El conocimiento de que el proceso de organización comunitaria se activa en presencia de
MANUALES Y ENSAYOS
problemas “sentidos” por los protagonistas del proceso mismo, lleva a la reflexión sobre los as-
pectos que se refieren tanto a la importancia como a la competencia y al poder que las per-
sonas involucradas sienten que tienen para resolver el problema. La exigencia de evaluar la
importancia atribuida al problema, al poder y a la competencia necesaria para resolverlo, ad-
quiere, en el momento de la elección del problema sobre el que se va a intervenir, una impor-
tancia esencial para garantizar el éxito al iniciar y finalizar lo que se ha emprendido.
La importancia atribuida a un problema indica el grado de malestar que eso provoca en
la persona o el grupo y el consecuente deseo de cambio; este es un componente esencial del
aspecto motivacional, en cuanto que un problema reconocido como importante tiene poten-
cialmente un grado de movilización de energía para buscar una solución. La percepción de la
importancia es subjetiva y no indica la “importancia real”; para crear la premisa de una acción
colectiva es preciso lograr una convergencia social o consenso sobre el grado de importan-
cia, a través de un proceso de integración de las necesidades. Además, tal potencialidad no se
transforma en hecho si faltan los otros dos componentes: la competencia y el poder.
La competencia la definimos aquí como “el conjunto de conocimientos, de habilidades y
de instrumentos que son necesarios para afrontar con éxito el problema”. La percepción de la
propia competencia general y específica respecto a un problema está ligada a dos aspectos
fundamentales:
– La percepción y la anticipación del éxito.
– La autoestima personal y del grupo.
La previsión del éxito es un resorte motivacional indiscutible: las personas, en general, tien-
den a emprender aquellas acciones para las que prevén resultados positivos y que, por eso
mismo, mantienen alto el nivel de la propia autoestima. Un bajo nivel de autoestima produce
“dependencia”, “usuarios” y no participación.
La última variable (aunque no en orden de importancia) es la percepción del poder per-
sonal y de grupo. El término poder significa “posibilidad de producir o impedir los cambios”,
resolver un problema significa producir un cambio. La percepción del propio poder está fuer-
temente relacionada con la posibilidad de éxito: quien piensa o cree que no tiene poder tien-
de a sentirse impotente y no está en condiciones de emprender acciones de cambio, por otra
parte quien piensa que tiene poder, pero no lo tiene, se encamina hacia la frustración y el fra-
caso.
Estas tres variables (importancia, competencia y poder), pueden presentarse frente a la so-
lución de un problema en diversas combinaciones y cada una de ellas está acompañada de
presumibles sentimientos, probables acciones y sugiere la adopción de formas particulares
de soporte y apoyo. En la tabla siguiente aparecen indicadas las combinaciones más significa-
tivas. En el caso que el problema sea considerado y sentido como poco importante, es preci-
so tener presente que falta energía para afrontarlo, porque el nivel de motivación es bajo y la
acción posible o sugerida aparece como un “sin sentido”. En este caso será preciso empezar el
proceso de identificación de los problemas de manera que se individualice uno que sea más
movilizador (o algunos).
263
El desarrollo de este apartado es una adaptación propia, realizada a partir de una traducción libre, de Martini y Sequi (1993).
328
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
264
En este contexto podría traducirse como un comportamiento o actuación “fuera de lugar”, decidida de forma arrabata-
da, impulsivamente, a veces movida sólo por el poder de decisión que se posee, pero sin tener en cuenta que no se tienen
las capacidades o competencias necesarias para actuar con eficacia.
329
influencia en las medidas que se quieren adoptar, es decir, en lo que se pretende hacer y
llevar a cabo.
MANUALES Y ENSAYOS
330
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Así, mientras a los usuarios les puede interesar que no se aumente el número de pla-
zas, a los que están en lista de espera y sus familias esto les puede resultar primordial.
Para los proveedores del centro, un recorte presupuestario que implique aumentar las
aportaciones individuales podría no afectarles, pero sí a los usuarios y familiares, etc.
Conviene, pues, tratar de conocer qué tipo de exigencias e intereses tiene cada uno de ellos,
para poder prever –antes de que aparezcan– posibles conflictos ante las medidas a tomar.
* Prever los conflictos que pudieran originar los intereses y exigencias contrapues-
tos. Las posibilidades de conflicto entre actores sociales, así como entre ellos y los res-
ponsables de tomar decisiones, con frecuencia pueden ser muy elevadas. Quizá en el
ejemplo que estamos poniendo no se visualice con facilidad, pero si pensamos que en
lugar de una residencia de ancianos se trata de una cárcel, o de un centro de atención
a toxicómanos, o de un centro de rehabilitación para delincuentes juveniles, los conflic-
tos que pueden generarse son más complejos, pudiendo llegar incluso a enfrentar a pro-
fesionales, usuarios, familiares y comunidad local. Si se trata de un centro de acogida a
inmigrantes o refugiados, minorías étnicas, etc., los conflictos dependerán muy previsi-
blemente, del grado de xenofobia y racismo, solidaridad, capacidad de integración social
y respeto al pluralismo, que exista (o no) en la comunidad265.
265
Un ejemplo visual de este tipo de conflictos entre actores puede verse en mi película documental “África llora aquí”
(https://vimeo.com/59356137), que además muestra cómo, bajo discursos aparentemente integradores, se esconden mo-
delos implícitos de intervención social etnocéntricos, lo que es expresión y evidencia de racismo institucional. Sobre este
asunto puede consultarse información más detallada en: Aguilar, M.ª J. (2007). “Criptorracismo”, en Anuario 2006, Alba-
cete, Asociación de la Prensa de Albacete; (2010a). “Modelos de intervención social con inmigrantes e interculturalidad:
un análisis crítico” en Inguruak. Revista Vasca de Sociología y Ciencia Política, vol. monográfico “Sociedad e innovación
en el siglo xxi”, pp. 77-94; (2010b). “Ciudadanía intercultural y animación: Una experiencia innovadora para el empode-
ramiento de colectivos inmigrantes”, en Revue International Animation, territoires et pratiques socioculturelles, 1: 27-45;
(2011b). “El racismo institucional en las políticas e intervenciones sociales dirigidas a inmigrantes y algunas propuestas
prácticas para evitarlo”, en Documentación Social, 162: 139-166; (2013a). “Pensar la intervención social con personas mi-
331
* Tratar de prever la conducta de dichos actores, y particularmente, de aquellos que,
previsiblemente, puedan influir negativamente en la intervención a realizar. Esto,
MANUALES Y ENSAYOS
por una razón de sentido común: a medida que se prevea una conducta negativa, se po-
drá prevenir la misma o las consecuencias de la misma. En otros casos convendrá corre-
gir la estrategia de acción, si es que dichos actores y sus conductas negativas afectasen
gravemente los propósitos del programa, o su peso político y social fuera muy elevado,
o sin posibilidades de contrarrestarlo con el apoyo social a la intervención y la estrategia
de alianzas. Cuando los conflictos que pueden generarse entren en colisión con los obje-
tivos de quienes tienen el poder de tomar decisiones, habrá que ponderar a los actores
interesados en función de criterios políticos y técnicos. En otras palabras, habrá que je-
rarquizar –por su importancia y repercusiones– a los diferentes actores sociales implica-
dos, y después, ponderarlos, utilizando cualquier sistema de los mencionados en la tarea
referida a establecimiento dialógico de prioridades.
• Análisis de la interacción objetivos/relaciones
Tanto si se trata de una comunidad como de uno o varios grupos en su interior, es preciso,
como advierten Martini y Sequi (1993), decidir qué tipo de relación establecer con los interlo-
cutores o contraparte (servicios, instituciones del área o sector geográfico, etc.), a lo largo del
proceso de intervención: relaciones de colaboración o cooperación, relaciones de conflicto, o
relaciones de negociación.
Uno de los objetivos principales del trabajo social y la intervención social, cuando se trata
de un ámbito comunitario, es crear relaciones y conexiones entre los individuos y los grupos,
de modo que éstos descubran las necesidades que tienen en común y las ventajas que pue-
den obtener del esfuerzo conjunto. No obstante lo anterior, las relaciones a adoptar no deben
establecerse exclusivamente en función de los valores del grupo; se requiere también un aná-
lisis atento de la realidad, referido particularmente a:
– La distribución del poder entre las partes en juego.
– El tipo de relación existente entre las partes (que puede variar desde un máximo de con-
flictividad a un máximo de consenso).
– Los objetivos que cada una de las partes persigue (que pueden ser convergentes o di-
vergentes).
Cuando el poder está demasiado desequilibrado a favor de una parte, o esta no visualiza
la satisfacción de sus propios intereses en la colaboración o en la negociación, es muy difícil
aceptar el proceso cooperativo o de negociación. Alinsky (1971) establece una diferenciación
muy clara entre negociar y mendigar, y sostiene que sin poder no se puede negociar. Las dos
variables, cualidad de la relación y grado de convergencia-divergencia de los objetivos, permi-
ten definir con más precisión la situación y, por consiguiente, elegir con mayor seguridad la es-
trategia de alianzas más apropiada.
gradas: Un desafío a nuevas formas de intervención desde el trabajo social”, en Avaria, A. (Coord.). Desafíos de la inmigra-
ción ¿cómo acercarnos a las personas migradas? Miradas de y desde la investigación e intervención social, Santiago de Chile,
UST (en prensa); Aguilar, M.ª. J. y Buraschi, D. (2012a). “El desafío de la convivencia intercultural”, en REMHU Revista In-
terdiciplinar da Movilidade Humana, 38: 27-44; (2012b). “Prejuicio, etnocentrismo y racismo institucional en las políticas
sociales y los profesionales de los servicios sociales que trabajan con personas migrantes”, en VII Congreso Migraciones in-
ternacionales en España. Movilidad humana y diversidad social, Bilbao, Universidad del País Vasco; y “Asociacionismo e
intervención social con inmigrantes”, en Raya, E. (Ed.). Inmigración y ciudadanía activa. Contribuciones sobre gobernanza
participativa e inclusión social, Barcelona, Icaria (en prensa).
332
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
relaciones consensuales
1 2
objetivos objetivos
convergentes divergentes
3 4
relaciones conflictivas
333
Si descuidamos la consideración de estas cuestiones (análisis de actores sociales y análisis de
interacción objetivos/relaciones), se harán proyectos o programas que operan en una especie de
MANUALES Y ENSAYOS
vacío socio-político. Nada hay pues de sorprendente en el hecho de que se hagan formulaciones
ingenuas, como si los planes se hiciesen “sobre un lecho de rosas comandado por el cálculo cien-
tífico-técnico”; en la realidad existen “otros hombres con distintas visiones, objetivos, recursos y
poder, que también hacen un cálculo sobre el futuro” (Matus, 1982). Siguiendo a Carlos Matus,
pero adaptando sus sugerencias a los propósitos de este trabajo, diré que esta cuestión –que, en
lo sustancial, es un análisis de viabilidad política– comporta los siguientes aspectos:
– Identificar y precisar cuáles son las fuerzas sociales implicadas en la decisión, naturaleza
y consecuencias de la intervención.
– Precisar cuáles son los intereses de las fuerzas sociales relevantes, respecto del proyecto
(valor que le asignan al mismo).
– Estimación del poder de esas fuerzas sociales.
– Análisis de las fuerzas propias y de las que pueden ser aliadas de cara a la realización del
programa o proyecto.
Una vez conocidos los cuatro aspectos que acabamos de explicar, se está en condiciones
de realizar el análisis de contingencias que, por otra parte, es imprescindible en las tareas de
planificación para establecer la viabilidad de un programa o proyecto de acción.
De lo que se trata, es de detectar y analizar todos los obstáculos posibles que puedan
presentarse en la acción, problemas potenciales, amenazas y riesgos, etc. Estableciendo an-
ticipadamente todas las contingencias negativas que pueden afectar a la intervención, las de-
cisiones a tomar en el momento de planificar y operar sobre la realidad serán mucho más
realistas y eficaces. Otras contingencias aparecerán en el transcurso de la ejecución, pero cual-
quier previsión que se realice, ayudará al éxito de la intervención.
Por cuanto acaba de decirse, el análisis de contingencias debe servir a los sujetos responsa-
bles de la planificación/programación posterior al diagnóstico para:
• Decidir qué proyectos y actividades específicas conviene hacer coyunturalmente para
implementar con éxito la estrategia general.
• Establecer una estrategia de alianzas, sólida y plural, que asegure el mayor apoyo, sostén y
refuerzo posible a dichos proyectos y actividades. No se trata tanto de generar alianzas para
obtener recursos (cosa que suele hacerse, en general), sino de generar alianzas que den vi-
sibilidad al proyecto y las medidas a adoptar, alianzas que sirvan para generar apoyo social
y colectivo al proyecto (aun por parte de entidades aparentemente ajenas al mismo pero
cuyo poder puede resultar fundamental en un momento dado), alianzas que permitan te-
ner acceso a ciertos grupos, personas u organizaciones a las que (sin esas alianzas) sería
imposible acceder, alianzas para evitar que se generen expectativas negativas o para neu-
tralizar a actores potencialmente contrarios a la intervención, alianzas, en definitiva, para
que el proyecto que se pretenda llevar a cabo se construya sobre las bases de sostenibilidad
social, política, mediática y comunitaria más sólidas posibles, evitando o dificultando que
cualquier cambio futuro en el contexto pueda hacer “tambalear” la intervención propuesta.
• Establecer sobre bases realistas un plan de contingencias, o de actuación en situaciones
de riesgo, que incluya medidas:
– preventivas (que conviene aplicar permanentemente, dado que reducirán las posibili-
dades de existencia de riesgos).
334
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
266
Un desarrollo más detallado y pormenorizado del proceso metodológico y técnico que conviene emplear en esta últi-
ma tarea-clave del diagnóstico, con un ejemplo aplicado a la intervención en contextos multiculturales, puede consultarse
en D. Buraschi y Mª José Aguilar, El método de la construcción del consenso y sus aportaciones a la planificación de acciones
interculturales (en prensa).
335
fesional, que se aparta así de su misión o bienes internos. El diagnóstico social, entendido y
practicado como un “peritaje externo” no tiene eficacia para promover el cambio personal ni
MANUALES Y ENSAYOS
social, como tampoco la tiene para aumentar las capacidades y fortalezas de los sujetos, a los
que convierte, de hecho, en objetos.
La mayor parte de las tareas-clave hasta ahora analizadas, forman parte del componente me-
todológico del proceso de intervención social denominado diagnóstico. Este término, como ya
advertía, hace referencia, fundamentalmente, a un proceso sistematizado y articulado de co-
nocimientos que toman en cuenta el estado de las fuerzas y recursos de un objeto o de un su-
jeto en un momento dado. Me parece oportuno volver a recordar aquí lo que ya dije al inicio:
la importancia del diagnóstico, que es la matriz de la acción, parece bien subrayada con este
término. Este paso, sin embargo, no es privilegio de especialistas. Uno de los momentos pri-
mordiales de todo proceso de intervención y acción social consiste en conocer los datos de “lo
social existente” y, hacer aparecer aquellos que expresan “lo social latente”, para definir y po-
ner en marcha acciones colectivas portadoras de cambio social. Esta etapa precisa, concreta
y sienta las bases de la acción, concibe la matriz del proyecto e induce el proceso. La explora-
ción diagnóstica, aportando conocimientos para la acción, puede constituir uno de los medios
de movilización de los actores y partes implicadas en la problemática. Por ello, como nos ad-
vertía Blanc, se diferencia claramente de un estudio o de un peritaje exterior a los interesados.
Debemos recordar también que el diagnóstico social debe establecer el estado de la situa-
ción en vistas a la acción. Así, ha de formalizar los componentes del medio o entorno, su vida,
el estado de las fuerzas sociales, sus recursos, sus problemas, sus carencias y la dinámica so-
cial resultante de la población y las instituciones. Esta “dinámica social” la define Blanc, como
“el movimiento situado en el espacio social que aparece entre: a) Lo social existente, es decir,
lo social formal manifestado en las prácticas, las reglamentaciones, las normas tanto a nivel de
las instituciones como de las poblaciones; y b) Lo social latente, es decir, las expectativas de la
gente, sus dificultades, sus recursos potenciales, así como las zonas de apertura y las inversio-
nes potenciales de las instituciones.
En reajuste permanente, el diagnóstico capta una situación que puede hacer surgir pro-
yectos de acción colectiva. Poniendo el acento sobre la “dinámica social”, nosotros subraya-
mos una dimensión esencial de la “situación social/objeto” (...). Los profesionales que llegan a
asociar a las poblaciones en dificultades sociales a los proyectos colectivos, deben considerar
sus recursos y dinamismos tanto como sus problemas. Un diagnóstico puesto en términos de
“problema” puede incitar a las instituciones a movilizar los medios reparadores, incluso judicia-
les, acentuando así los procesos de segregación” (Blanc, 1989). Para finalizar estas considera-
ciones sobre aspectos metodológicos del diagnóstico social, considero necesario advertir que
el diagnóstico es siempre una elaboración mental y social, que se inscribe en el marco de las
percepciones y de lo que “se juegan” quienes lo elaboran. Por ello, la definición de un proble-
ma o de una necesidad se explica también en función del proceso de definición de una situa-
ción social, por parte de los actores sociales involucrados en la misma. Así, no serán los mismos
problemas prioritarios para los jóvenes de un barrio que para las mujeres de ese mismo barrio,
336
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
o para los profesionales que trabajan en los centros sociales de esa comunidad. Las lecturas
de la realidad y sus correspondientes análisis son, por tanto, plurales y a veces confrontados:
es nuestra labor como agentes y profesionales de lo social velar para que el diagnóstico no se
convierta en una simple reproducción de las percepciones de las instituciones sociales o de
los actores sociales dominantes267. “La inserción institucional de los actores (agentes) profesio-
nales puede tener un efecto limitativo sobre el diagnóstico y el proyecto consecuente, pero la
institución tiene a su vez la ventaja de constituir un encuadre, de precisar un mandato para la
intervención en comparación con las poblaciones”. Para no condicionar la observación ni su
análisis y obtener un diagnóstico pertinente, pueden emplearse –como aconseja Blanc– di-
versos medios:
– Funcionar por etapas, evitando en un primer momento dejar intervenir en la percep-
ción el mandato institucional; analizando las intervenciones y los recursos de las ins-
tituciones en un segundo momento; y abriendo, en una tercera fase, el espacio que
favorezca una nueva interacción entre las expectativas de la población y la existencia
institucional.
– Interrogar lo que está en juego, elucidando: ¿a qué cambios prácticos se quiere llegar?,
¿en beneficio de quién se desarrollará el proyecto?, ¿qué es lo que está en juego para la
población implicada?, ¿qué asuntos importantes personales, profesionales, e institucio-
nales pueden desencadenarse e interferir en el proceso de diagnóstico y en el desarrollo
del proyecto?, ¿qué poderes reforzará el mismo?
– Construir una exploración diagnóstica pluridisciplinaria, es decir, elaborar un diag-
nóstico que sea el resultado de la construcción de una multiplicidad de actores porta-
dores de ideologías y experiencias diversas, lo que evitará la captación de la realidad a
través de un prisma único y reductor. La utilización de muchos marcos de referencia evi-
ta enfoques demasiado unificadores y uniformizantes, que empobrecen la comprensión
de la situación. Además, conviene que nos acostumbremos a captar los datos desde una
perspectiva evolutiva, intentando descubrir sus posibles cambios en el futuro.
No debemos olvidar que el diagnóstico es movilizador cuando hace partícipes a grupos y
sectores de la población. El éxito del proyecto dependerá también de la forma en que haya-
mos sido capaces de lograr que la gente de apropie del diagnóstico y ponga en marcha los
cambios. El diagnóstico debe permitir a los actores expresarse y analizar individual y colectiva-
mente la situación; pues si bien el diagnóstico debe ser pertinente (traducir la realidad de for-
ma precisa y utilizable), también ha de ser un instrumento de cambio, de evolución.
Desde esta perspectiva metodológica268, el diagnóstico ha de producir conocimientos para
la acción, y debe además favorecer la implicación de los actores sociales que, analizando la si-
tuación, se comprometen juntos en un proceso colectivo de transformación de la situación.
267
El diagnóstico debe ser especialmente sensible al enfoque de género, debiendo incorporar herramientas para el análisis
de género, tales como: la diferenciación entre necesidades prácticas e intereses estratégicos, la calidad de la participación o
el perfil de las actividades, por ejemplo. De lo que se trata es de incorporar una dimensión que no forma parte de los po-
deres dominantes ni de las percepciones sociales de las instituciones sociales, como resultado de la organización patriarcal
de nuestras sociedades. Esta observación es también pertinente en todos los casos en que se encuentren implicados grupos
y colectivos en posición de sub-alteridad (minorías étnicas, grupos sociales excluidos o marginados, y cualquier persona o
colectivo social dominado u oprimido, en el sentido freireano del término).
268
En este caso, como en la planificación y evaluación, se identifica plenamente con los principios y supuestos básicos de la
Investigación-Acción-Participativa.
337
Esquema global y principales preguntas que debe responder el diagnóstico social
(María José Aguilar)
MANUALES Y ENSAYOS
338
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
339
11.2. El diseño de proyectos de intervención
MANUALES Y ENSAYOS
340
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
efecto). Además, todo proyecto se realiza dentro de los límites de un presupuesto y un perío-
do dados.
De todas las consideraciones precedentes, podemos señalar las siguientes características
de los proyectos:
– Todo proyecto comporta una serie de actividades de duración determinada. Esto dife-
rencia a los proyectos de la prestación de servicios, que suponen un proceso continuo.
– En los proyectos se combina la utilización de recursos tangibles269 humanos, técnicos, fi-
nancieros y materiales.
– Todo proyecto tiene que alcanzar productos y resultados, de acuerdo con los objetivos
previstos en su diseño y conceptualización.
A modo de síntesis, podemos decir que los aspectos sustantivos de un proyecto hacen re-
ferencia a:
– Un conjunto de actividades y acciones que se deben emprender.
– Que no son actuaciones espontáneas, sino ordenadas y articuladas.
– Que combinan la utilización de diferentes tipos de recursos, y que se orientan a la conse-
cución de un objetivo o resultado previamente fijado.
– Que se realizan en un tiempo y espacio determinado.
– Que se justifican por la existencia de una situación-problema que se quiere modificar.
269
Sin olvidar los intangibles (energía social, información, experiencia, liderazgo, memoria histórica, etc.), que deben ha-
ber sido considerados en el diagnóstico al elegir la estrategia de acción más adecuada. Un desarrollo de este tipo de recur-
sos se realiza en el capítulo 1, parágrafo 1.6., especialmente en las páginas 50 y 51.
341
• Cómo se ejecutará el proyecto (modalidades de operación).
• En cuánto tiempo se obtendrán los productos y se lograrán los objetivos previstos (ca-
MANUALES Y ENSAYOS
lendario).
• Cuáles son los factores externos que deben existir para asegurar el éxito del proyecto
(pre-requisitos).
Si bien las pautas de elaboración de proyectos son procedimientos más o menos ge-
nerales, en la elaboración de cada proyecto en concreto, el número de acciones y de pasos
implicados depende de la naturaleza y magnitud del mismo. Las pautas propuestas deben
complementarse con la capacidad de adaptarlas en cada caso específico.
Aun cuando se tengan en cuenta todos estos requisitos, habrá siempre un margen de in-
certidumbre en cuanto a los resultados. Siempre existirán factores que están fuera del control
de quienes programan. La tarea de planificar enfrenta siempre el principio de incertidumbre
de la realidad. Esto significa que nuestros planes, programas y proyectos se elaboran para ser
aplicados a una realidad fluctuante, con dinamismos entremezclados y con actores sociales
que tienen intereses diferentes en relación con los objetivos del proyecto. Por otra parte, cada
coyuntura nos puede enfrentar a bifurcaciones inesperadas, y todo ello en un proceso perma-
nente de inter-retro-acciones de los múltiples factores que operan en la realidad en la que se
quiere llevar a cabo.
342
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
dad mental para manejar e integrar diferentes datos (la información dada en el diagnóstico) y,
desde esta información recibida y elaborada, formular el proyecto.
Para poder realizar un enfoque metódico y sistemático de esta naturaleza, es necesario un
aprendizaje previo. En este caso, aprender a elaborar proyectos.
Sin embargo, previo a todo esto y en la dimensión más elemental (podemos considerarlo
una “sistematización del sentido común” para anticipar el futuro), la mejor manera de organi-
zar la mente para la acción consiste en formular diez preguntas básicas y dar respuesta a cada
una de ellas. He aquí estas preguntas fundamentales:
Frente a cualquier ¿qué hacer? que enfrentemos, las respuestas a estas diez cuestiones nos
proporcionan los datos e información mínima, para poder tomar una serie de decisiones que
permitan introducir organización, racionalidad, compatibilidad y coherencia a la acción... Estas
preguntas, y sus respectivas respuestas, nos pueden ayudar a considerar y descartar propues-
tas con el fin de hacer diseños que, al menos de forma preliminar, tengan algunas posibilida-
des de realización y no sean “castillos en el aire”.
Ser capaces de dar respuestas adecuadas a estas preguntas no significa que sepamos pla-
nificar, o elaborar proyectos. Simplemente lo planteamos como un modo para ir organizándo-
nos mentalmente de cara a la realización de determinadas actividades. Es, como dijimos, una
sistematización del sentido común... Pero ahora daremos un paso más, haciendo una breve ex-
plicación de las cualidades que ayudan a la eficacia operativa.
343
gunas que me parecen de mayor incidencia para saber programar y actuar con eficacia y efi-
ciencia.
MANUALES Y ENSAYOS
344
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
cidad creativa; ideas nuevas para responder a las nuevas situaciones. Esta capacidad es la que
permite, en cada caso, encontrar el viable inédito. Digo viable, porque para actuar sobre una
situación concreta, no vale cualquier respuesta de acción; esta debe ser realizable, factible, po-
sible de llevar a cabo. Y digo inédito, porque toda nueva circunstancia tiene algo de irrepeti-
ble, en cuanto las distintas variables de la realidad se combinan de manera singular y diferente
en cada caso concreto. Darse cuenta de qué es lo que tiene de inédito una situación consiste
en captar la especificidad de la misma y adaptar las formas de actuación a esa realidad.
En síntesis, necesitamos eficacia y eficiencia operativa para actuar transformadoramente
sobre la realidad y para saber dar respuesta a la pluralidad de situaciones que se afrontan. Esto
conduce, a su vez, a una mejor articulación entre “lo decidido” y “lo realizado”. La dificultad de
todo esto tiene dos dimensiones: saber traducir las ideas en acción y estar en condiciones de
afrontar y responder a los cambios inesperados que se producen.
345
a. Descripción del proyecto (qué se quiere hacer)
La denominación identifica al proyecto, pero esto, obviamente, es insuficiente para tener una
MANUALES Y ENSAYOS
idea completa acerca de qué se trata el proyecto. En este punto, hay que realizar una descrip-
ción más amplia del proyecto, definiendo y caracterizando la idea central de lo que se pretende
realizar. En bastantes casos, esta caracterización o descripción hay que hacerla, contextualizan-
do el proyecto dentro del programa (en caso de que forme parte de un programa más amplio).
De lo que se trata es de ampliar en sus aspectos esenciales la información que proporciona
la denominación. Ahora bien, la descripción no conviene que sea excesivamente extensa, ya
que a lo largo del proyecto se irá ofreciendo información complementaria de todos sus aspec-
tos. Lo que se pretende es que la persona u organismo que desea conocer el proyecto pueda
tener, de entrada, una idea exacta acerca de lo fundamental del mismo: tipo, clase, ámbito que
abarca, contexto en el que se ubica desde el punto de vista de la organización, etc.
Esta descripción es lo que en muchos formularios de agencias o entidades financiadoras se
solicita bajo el epígrafe “síntesis del proyecto”.
b. Fundamentación y justificación (por qué se hace, razón de ser y origen del proyecto)
En la fundamentación del proyecto hay que presentar los criterios (argumentación lógica)
y las razones que justifican la realización del mismo.
Es esencial que, esta parte del proyecto, esté sólidamente apoyada en datos e información
objetiva del diagnóstico que previamente se haya realizado; pues una fundamentación basa-
da en opiniones (por muy brillantes que sean) siempre será discutible.
Es muy importante destacar, para tenerlo en cuenta a la hora de elaborar esta parte del proyec-
to, que en la fundamentación deben cumplirse dos requisitos para que sea completa y correcta:
• Hay que explicar la prioridad y urgencia del problema para el que se busca solución.
• Hay que justificar por qué este proyecto que se formula es la propuesta de solución más
adecuada o viable para resolver ese problema.
De ordinario, estos dos aspectos complementarios, pero distintos, suelen confundirse.
Muchas veces se justifica el proyecto pero no se fundamenta adecuadamente en base a un
diagnóstico de situación. Otras veces se aportan datos acerca del problema que se pretende
resolver con el proyecto, pero se olvida incluir una evaluación que justifique por qué el proyec-
to es lo mejor que se puede hacer en esa situación.
Para evitar estos y otros problemas, puede ayudar tener como referencia los siguientes
puntos o cuestiones a explicitar en la fundamentación del proyecto:
• Cuál es la naturaleza y urgencia del problema que se pretende resolver. Las razones
que pueden dar lugar a un proyecto suelen ser muy variadas: hay una necesidad y no
existe un servicio para satisfacerla, el servicio existente es insuficiente, se quiere mejorar
la calidad de la prestación, etc. En definitiva, se trata de identificar y analizar el problema
que se pretende solucionar, indicando su magnitud y gravedad, de acuerdo a los datos
del diagnóstico. Lo sustancial en esta parte de la fundamentación es explicitar por qué se
hace, destacando los principales aspectos críticos y los problemas que piensan ser abor-
dados, aliviados o resueltos con la realización del proyecto. En muchos casos, se han de
indicar, asimismo, los efectos de la no intervención.
• Qué prioridad se concede a la solución de ese problema. En esta parte de la funda-
mentación hay que considerar tanto las razones técnicas adecuadamente justificadas (in-
dicando incluso los criterios y métodos de priorización empleados), como las razones
346
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
políticas (que hasta pueden predominar). De ahí que haya que tener claro que toda fun-
damentación se apoya en dos tipos de razones y justificaciones directamente relaciona-
das con los criterios para el establecimiento de prioridades:
– Razones políticas, cuando el proyecto concreta o realiza las orientaciones políticas de
un plan general o de un programa político. En este apartado conviene hacer referencia
a declaraciones de política, planes existentes, programas ya aprobados, etc.
– Razones técnicas, en las que se expresan los criterios objetivos (necesidades y proble-
mas, importancia y magnitud de los mismos, eficacia potencial de la intervención, etc.)
que dan lugar a la realización del proyecto. En este punto también es conveniente ha-
cer referencia a las necesidades de ejecución del proyecto e indicar si este forma parte
de un programa más amplio previamente formulado, etc.
• Naturaleza de la estrategia para la acción (si es que explícitamente la hubiere, y el pro-
yecto formase parte de la misma como un elemento, entre otros). En este punto hay que
indicar la trayectoria seleccionada, para llevar a cabo las acciones consideradas necesarias
y suficientes de cara al logro de los objetivos propuestos. Dicho en otras palabras, si el pro-
yecto forma parte de una estrategia de acción, hay que explicar de qué estrategia se trata.
• Recursos internos y externos asignados para la solución del problema. Esta tarea,
que corresponde a la fase de diagnóstico, debe quedar claramente reflejada en la funda-
mentación del proyecto, pues permite desde otro enfoque visualizar cuáles son las prio-
ridades de la comunidad, de la institución o de otras entidades respecto a la solución del
problema. Además, la existencia o no de recursos para resolver un problema condicio-
na en gran medida las posibilidades de ejecución y la viabilidad de un proyecto. En este
punto, también conviene hacer referencia a los apoyos con que cuenta el proyecto.
• Justificación del proyecto en sí. En esta parte hay que presentar los resultados que
haya arrojado la evaluación previa del proyecto, acerca de su viabilidad, análisis costo-
beneficio o costo-oportunidad, productos, efectos e impacto, etc. Esta valoración que
permite evaluar, seleccionar y priorizar proyectos, se hace después de la formulación y
diseño de los mismos, pero los resultados deben quedar reflejados en esta parte del do-
cumento que contiene el proyecto.
A tenor de todo lo dicho, en este punto hay que incluir una síntesis de los datos del diagnós-
tico o estudios previos que justifiquen el proyecto, así como algunas previsiones sobre la trans-
formación de la situación-problema que se pretende resolver con la realización del proyecto.
c. Marco institucional (organización responsable de la ejecución)
Cuando se trate de un proyecto que se elabora dentro de una institución para ser presen-
tado en el seno de la misma, este punto se puede obviar o reducir bastante, ya que la informa-
ción pertinente sería conocida por todos. Sin embargo, cuando el proyecto se formula en una
organización o institución que será responsable total o parcialmente de la ejecución, pero este
será presentado para su eventual aprobación por otra entidad ajena a la que formula el pro-
yecto, conviene dedicar especial atención a este punto.
Será necesario indicar la naturaleza de la organización, su mandato, situación jurídica y ad-
ministrativa, instalaciones y servicios, estructura orgánica y procedimientos administrativos,
personal, etc. También es conveniente en este punto incluir aspectos directamente relaciona-
dos con el proyecto, como por ejemplo: políticas y prioridades de la organización, relaciones
con otras instituciones, etc.
347
En los casos de proyectos que se presentan a otras instituciones o agencias exteriores para
su financiación, puede ser más práctico adjuntar toda esta información (que suele ser amplia)
MANUALES Y ENSAYOS
en un dossier aparte o anexo al proyecto. Todo ello, con el fin de no abultar innecesariamente
el documento que contenga el proyecto.
En definitiva, lo que se persigue en este punto es informar clara y profundamente acerca
de la institución, organización o agencia que será la responsable fundamental de la planifica-
ción y ejecución del proyecto. Haciendo referencia particular al departamento y/o programa
del que pudiera llegar a formar parte el proyecto específico.
En el caso de proyectos que van a ser presentados a organismos o agencias internaciona-
les es esencial mencionar en este apartado todo lo referente a los socios y mecanismos de coo-
peración entre los mismos.
Pero si se trata de un proyecto comunitario que va a ser autogestionado, este epígrafe pue-
de ser mucho más breve.
d. Finalidad del proyecto (impacto que se espera lograr)
Conviene aclarar, antes de explicar este punto, que no en todos los proyectos es necesario ex-
plicitar finalidades últimas. Muchas veces los proyectos son tan pequeños y concretos que no es
necesario formular este tipo de fines. Sin embargo, cuando se trata de proyectos que se insertan
dentro de programas o planes más amplios y tendentes a lograr el desarrollo de algunas áreas o
sectores generales, conviene aclarar cuáles son esos fines últimos que justifican la existencia del
proyecto. Dicho en otras palabras: cuando un proyecto forma parte de un programa más amplio,
los objetivos de este último constituyen la finalidad de los proyectos que lo integran.
Esta finalidad del proyecto presupone que la realización de los objetivos es un factor que
contribuye al fin último, pero no necesariamente es el único. Existe a veces la tendencia a exa-
gerar la finalidad de un proyecto, o bien a expresarla en términos vagos y abstractos. Por otra
parte, los objetivos de un solo proyecto, aunque este sea realizado con éxito, no pueden con-
tribuir de manera exclusiva al logro de las finalidades, que suelen depender de un gran núme-
ro de factores y proyectos.
Por todo ello, y para evitar este tipo de problemas, debemos considerar que, para formular
finalidades de un proyecto, es necesario que:
• Estas justifiquen debidamente el proyecto y sus objetivos.
• Sea posible verificar cuantitativa o cualitativamente su marcha.
• Se constituya preferiblemente un único fin o vaya acompañado de otros fines compati-
bles (FAO, 1984).
De ordinario no suele ser imprescindible formular finalidades a nivel de proyectos, ya que
estas, con frecuencia, son expresadas a nivel de programa o planes más generales; sin embar-
go, en muchos de los formularios de agencias financiadoras es preciso consignarlas expresa-
mente, aunque se trate de proyectos modestos en sus pretensiones.
e. Objetivos (para qué se hace, qué se espera obtener)
Explicitar los objetivos es responder a la pregunta ¿para qué se hace? Es decir, se trata de
indicar el destino del proyecto o los efectos que se pretenden alcanzar con su realización. Con-
forman el elemento fundamental, ya que expresan los logros definidos que se busca alcanzar.
Antes de seguir avanzando en este punto, quizá convenga realizar una distinción entre lo
que es la finalidad del proyecto (impacto) y lo que es el objetivo o los objetivos del proyecto
(efectos). Un ejemplo nos puede ayudar: si decimos “disminuir el analfabetismo en la región
348
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
X” podríamos estar indicando una finalidad, o dicho en otros términos, precisando el impac-
to que puede tener el proyecto. Si formulamos en cambio “reforzar el servicio de educación de
adultos en la región X” estamos señalando un objetivo. En este ejemplo concreto, se puede re-
forzar un servicio de educación de adultos, lo que contribuirá a disminuir el analfabetismo en
la región, si se dan determinadas condiciones o supuestos. Pero que disminuya el analfabe-
tismo en la región no depende exclusivamente del reforzamiento del servicio (sino de este y
otros efectos más, que pueden ser ajenos al proyecto). Por ello es importante distinguir lo que
serán efectos del proyecto (objetivos que se espera alcanzar) y lo que será el posible impacto
del mismo (es decir, a qué fin contribuirá el proyecto si se desarrolla con éxito).
Ningún proyecto adquiere su significado pleno si no se produce una clara y explícita defi-
nición de los objetivos a alcanzar. La buena formulación del objetivo principal y de los objeti-
vos específicos (si ello fuere necesario), es garantía (no absoluta, por supuesto) de elaborar un
buen proyecto, ya que en torno al o a los objetivos, se da coherencia al conjunto de activida-
des que componen el proyecto, costos, estrategias, tiempos, etc.
A veces (no siempre) conviene hacer una distinción entre el objetivo principal o general, y
los objetivos específicos o complementarios:
– El objetivo principal, llamado también objetivo general, es el propósito central del pro-
yecto. A veces viene dado por los objetivos generales de un programa.
– Los objetivos específicos, inmediatos o complementarios, son ulteriores especificacio-
nes o pasos (en determinadas circunstancias, de carácter intermedio) que hay que dar
para alcanzar o consolidar el objetivo general. En algunos casos puede tratarse de obje-
tivos que se derivan del hecho de alcanzar el objetivo principal. De cualquier modo, hay
que tener siempre presente que no es necesario formular objetivos de este tipo en todos
los proyectos. La necesidad de su formulación vendrá dada por el grado de generalidad
o abstracción que tenga el objetivo general.
No hay que confundir –como ocurre con alguna frecuencia– los objetivos (que hacen re-
ferencia al fin deseado) y los medios para alcanzarlos. Así por ejemplo cuando se dice (“pro-
mover”, “coordinar”, “realizar una investigación”, etc.), se está haciendo referencia a medios;
consecuentemente, no deben utilizarse para definir objetivos.
f. Metas (cuánto se quiere hacer, servicios que se prestarán y/o necesidades que se
cubrirán)
Como acabo de indicar, los objetivos expresan en términos simples y generales los propó-
sitos que se desean alcanzar. Si todo quedase en eso, no se podría ir más allá de las buenas in-
tenciones y los meros eslóganes. No debemos olvidar nunca que es mucho más fácil formular
objetivos ideales, abstractos y maravillosos, y encontrar gracias a ello seguidores entusiastas,
que establecer pasos precisos para resolver problemas concretos. Para que los objetivos ad-
quieran un carácter operativo, hay que traducirlos en logros específicos, es decir, hay que indi-
car cuánto se quiere lograr con la realización del proyecto, dentro de un plazo determinado y
en un ámbito o espacio también delimitado.
Conforme a lo indicado, las metas operacionalizan los objetivos, estableciendo cuánto,
cuándo y dónde se alcanzarán éstos, de modo que las actividades y acciones correspondien-
tes puedan ser claramente establecidas, permitiendo determinar el nivel y composición de los
insumos, las actividades que es preciso emprender y la modalidad de las operaciones para rea-
lizar dichas actividades. Retomando el ejemplo anterior, la meta correspondiente al objetivo
349
mencionado podría ser “reforzar el servicio de educación de adultos de la región X, en el año
2015, ampliando en un 50 % la capacidad del personal responsable de las tareas de educación”.
MANUALES Y ENSAYOS
350
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
3) E
specificación operacional de las actividades y tareas a realizar (con qué acciones se ge-
nerarán los productos, actividades necesarias)
La ejecución de cualquier proyecto presupone la concreción de una serie de actividades
e implica la realización de un conjunto de tareas concretas. En otras palabras, ningún proyec-
to puede realizarse sin una sucesión de quehaceres y aconteceres que tienen el propósito de
transformar ciertos insumos en los resultados previstos (productos) dentro de un período de-
terminado.
En efecto, lo que materializa la realización de un proyecto es la ejecución secuencial e inte-
grada de diversas actividades. Esto implica que en el diseño del proyecto se ha de indicar, de
manera concreta y precisa, cuáles son las actividades que hay que ejecutar para alcanzar las
metas y objetivos propuestos. Para ello debe explicarse la forma en que se organizan, suceden,
complementan y coordinan las diferentes tareas, de modo tal que el encadenamiento de las
mismas no sufra desajustes graves que influyan negativamente en la realización del proyecto.
Gráficamente, podría reflejarse en un cuadro como el siguiente:
351
Especificación operacional del proyecto (ejemplo hipotético)
MANUALES Y ENSAYOS
Acondicionamiento
del local
Crear un espacio
de reunión y aco-
gida, con capaci- Equipamiento del
dad mínima para local
30 personas, diri-
gido a todos los
inmigrantes de la
ciudad X, en un Personal disponible para
plazo máximo de atender el espacio y dina-
60 días naturales. mizar la participación de
los asistentes todos los sá-
bados, domingos y festivos
de 16 a 21 horas, en un pla-
zo máximo de 30 días.
Comunicación
Elaboración y edi-
social escrita, di-
ción de carteles y fo-
seño gráfico ma-
lletos
quetación
Difusión gráfica
Difusión del espacio e in- Visitas
Distribución en aso-
formación del servicio, Entrevistas
ciaciones y entidades
entre la comunidad inmi- Reuniones infor-
de inmigración
grante de la ciudad. mativas
Seis W
Campaña en me- Elaborar notas de
Pirámide inver-
dios locales de co- prensa
tida
municación
Rueda de prensa
352
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
353
Cuando existe un único procedimiento para llevar a cabo una actividad, lo importante es
usar esa técnica de la manera más eficaz posible. Si este fuera el caso, en el diseño del proyec-
MANUALES Y ENSAYOS
to se podría hacer alguna sugerencia al respecto. Pero cuando existe una gama de técnicas al-
ternativas, el problema que se plantea es el de seleccionar una de ellas. Ahora bien, en este
caso, lo que debemos tener bien claro son los criterios de selección. En estos influyen a su vez
criterios ideológico-políticos y criterios técnicos. En la mayoría de los casos, lo óptimo es lo-
grar una combinación de tecnologías apropiadas y tecnologías no obsoletas y de alto rendi-
miento. El problema suele ser que no siempre el uso de estos criterios simultáneamente es
complementario, muchas veces son alternativos y en estos casos hay que ponderar cada uno
de ellos para seleccionar la alternativa que mejor se adapte a los fines del proyecto y la situa-
ción contextual.
En el caso de proyectos de trabajo social un criterio básico y central en la selección de mé-
todos y técnicas, es el de dar preferencia a aquellos que facilitan, promueven o posibilitan la
participación de la gente en el desarrollo del proyecto. En estas circunstancias, desde el pun-
to de vista metodológico, hay que establecer los mecanismos de inserción e implicación de los
sujetos en la realización del proyecto.
Si el proyecto es innovador en sus modalidades de operación, conviene hacerlo constar y
explicar en qué consiste y por qué se considera de interés innovar. Algunos organismos finan-
ciadores aprecian especialmente este aspecto en los proyectos sociales que deciden patroci-
nar; y en esos casos, el carácter innovador siempre otorgará un valor añadido al proyecto que
aumentará las posibilidades de financiación.
270
De mayor complejidad que el cronograma de Gantt pero sin la farragosidad del PERT o el CPM, se pueden emplear las
Redes de Eventos Hito y el Analisys Bar Charting. Un desarrollo de estos procedimientos puede consultarse en: M.ª J. Agui-
lar et. al. (2005). Cómo elaborar proyectos para la Unión Europea, Madrid, CCS.
354
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
te para asegurarse que el suministro de insumos en cada momento o fase del proyecto
es el adecuado en función de las actividades que comprende cada fase. Es decir, hay que
asegurar que el calendario de actividades es el óptimo en cuanto a interdependencia de
unas actividades con otras y en cuanto al flujo de recursos que es necesario establecer en
términos de tiempo para que dichas actividades se puedan realizar en el momento pre-
visto.
6) Determinación de los recursos necesarios (quiénes y con qué se realizará el proyecto, in-
sumos)
Todo proyecto requiere para su realización una serie de recursos (bienes, medios, servicios,
etc.) para obtener el producto y lograr el objetivo inmediato. Cuando se elabora un proyecto
suelen distinguirse cuatro tipos de recursos: humanos, materiales, técnicos y financieros, que
constituyen los insumos necesarios para su realización.
A veces puede ser útil rellenar un cuadro como el siguiente, a fin de disponer de un lista-
do más o menos completo de los recursos que se requieren para cada una de las actividades.
De este modo, se asegura una mayor precisión y adaptación de los recursos a las acciones que
conlleva la ejecución del proyecto. Además, puede permitirnos una gestión global de recursos
que asegure su optimización durante la ejecución.
355
Determinación de los recursos necesarios para la ejecución del proyecto
MANUALES Y ENSAYOS
Recursos
Humanos Materiales Técnicos Financieros
Actividad
1. ........... ........... ...........
........... ...........
...........
2. ........... ........... ........... ...........
........... ...........
...........
3. ........... ...........
...........
...........
4.
Totales
– Humanos: para ejecutar cualquier tipo de proyecto, hay que disponer de personas ade-
cuadas y capacitadas para realizar las tareas previstas. Esto supone especificar la canti-
dad de personal, las cualificaciones requeridas y las funciones a realizar, indicando quién
es responsable de qué y cómo está distribuido el trabajo (ver sobre esta cuestión lo re-
lativo a la estructura organizativa y de gestión del proyecto, punto 8). Cuando la índole
del proyecto así lo requiera, hay que indicar la necesidad de capacitar los recursos huma-
nos que exige la realización del proyecto. En este caso hay que establecer cuándo y con
qué cualificación se ha de tener el personal que se necesita (esto puede ser objeto de un
proyecto diferente).
– Materiales: es decir, las herramientas, equipos, instrumentos, infraestructura física, su-
ministros, etc., necesarios para llevar a cabo el proyecto.
– Técnicos: se establecen, además, las alternativas técnicas elegidas y las tecnologías a uti-
lizar.
– Financieros: sobre la base de los cálculos de ejecución que explicamos a continuación
se realiza una estimación de los fondos que se pueden obtener, con indicación de las di-
ferentes fuentes con que se podrá contar: presupuesto ordinario, subvenciones, pago
del servicio por los usuarios, ingresos o beneficios, créditos (externos e internos), etc.
Con ello, se podrá establecer la estructura financiera del proyecto (quién, o qué, finan-
cia qué)271.
Pero ello no basta: para asegurar un buen diseño del proyecto en la parte financiera, es ne-
cesario indicar lo que denominamos el calendario financiero. Se trata de establecer en cada ac-
tividad y en cada momento o fase del proyecto, cuáles son los recursos financieros necesarios.
Esto se puede realizar empleando un cuadro de doble entrada como el siguiente:
271
En el punto 7 presento un cuadro con un ejemplo hipotético donde se incluye la estructura financiera.
356
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Total por
Fase 1 Fase 2 Fase 3 Fase 4
actividad
Actividad 1 € € €
Actividad 2 € €
Actividad 3 € €
Actividad 4 € € €
Actividad n €
Total por fase € € € € Total proyecto
En cada casilla hay que consignar la cantidad de recursos financieros que son necesarios,
de acuerdo con la actividad que tenga que realizarse y el momento temporal en que se ubi-
que. Una vez completado, podrá visualizarse el flujo financiero necesario en cada momento y
hacer las previsiones oportunas. En otros casos, habrá que adaptar el calendario financiero a
las posibilidades reales de financiación en cada momento. De lo que se trata es de evitar la ma-
yor cantidad de desfases posibles entre el flujo de caja (cash-flow) y los pagos a realizar o gas-
tos a enfrentar.
Si se prevén desfases importantes insalvables, habrá que estudiar si será necesario recurrir
a algún tipo de préstamo o, si se puede posponer el inicio del proyecto para asegurar el cum-
plimiento del calendario financiero.
Hay que precisar, por tanto, la forma en que se irán obteniendo los recursos, asegurando el
ritmo de operación del proyecto, de modo que haya una permanente revisión y nivelación en-
tre gastos e ingresos.
Digamos por último, y a modo de síntesis, que un proyecto en el que no hay recursos no es
mucho más que una declaración de buenos propósitos.
357
torsionará cualquier cálculo de costos totales del proyecto. En estos casos, la fuente de finan-
ciación de los mismos debe especificarse como aporte de la comunidad, o de la asociación o
MANUALES Y ENSAYOS
358
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Unidades que se
Discrimación detallada de Valor monetario Coste total del
Fuentes requieren de cada
recursos por unidad insumo
recurso
X, Y Materiales de construcción:
tejas
ladrillos
cemento
vigas
etc.
P, Z, X, Y Mobiliario y equipamiento:
mesas
sillas
armarios
proyector
etc.
Material pedagógico:
libros
carteles
folletos
etc.
Q, Z Mano de obra:
maestro
médico
carpintero
etc.
Totales COSTE TOTAL DEL
PROYECTO
Pero en algunos casos, se puede –o debe– hacer un estudio de costes. En esas circunstan-
cias se incluyen los siguientes rubros:
– Costes directos: son aquellos que se relacionan directamente con la prestación del ser-
vicio e inciden en forma inmediata para la realización y concreción del mismo.
– Costes indirectos: corresponden a los servicios complementarios que se originan como
resultado de la ejecución del proyecto; por ejemplo, alquilar un equipo de amplificación,
gastos de impresión de folletos, etc.
– Costes fijos: son los costes que no sufren variación a corto plazo cualquiera sea la mag-
nitud de la prestación de los servicios o el nivel de producción; por ejemplo, los sueldos
del personal de plantilla, el pago de alquiler de los edificios, etc.
– Costes variables: llamados también costos de operación. Varían directamente con el
nivel de prestación de servicios o la magnitud de las actividades que se realizan; por
ejemplo, costes para la contratación de personal para tareas específicas; materias pri-
mas, energía eléctrica, etc.
– Costes de capital: pueden entenderse como los costes de las inversiones realizadas, o
como el tipo de rédito que produciría ese capital aplicado a otra inversión.
– Costes corrientes: son aquellos que pierden su valor una vez que el gasto se ha efectuado.
359
De manera general y simplificada, puede decirse que para la determinación de los costes,
hay que considerar tres elementos:
MANUALES Y ENSAYOS
Características
del coste De capital Corrientes Fijos Variables
Tipo de coste
Costes directos
Costes indirectos
8) E
structura organizativa y de gestión del proyecto (cómo se gestionará y organizará el
proyecto)
En el diseño del proyecto debe quedar claramente presentada la estructura de gestión
para la ejecución del mismo. Para ello es necesario enmarcarlo institucionalmente, si es que
esto no se hizo en el punto 2, relativo a la naturaleza del proyecto. Si dicha información que-
dó reflejada en el documento del proyecto con anterioridad, podremos pasar directamente a
indicar la estructura de gestión o administración del proyecto propiamente dicha. Esta es la
columna vertebral en torno a la cual se estructuran y secuencian las distintas actividades. De
manera especial, se asignan responsabilidades a las personas encargadas de ejecutar y llevar
a cabo las actividades.
Para ello, conviene hacer figurar en el diseño del proyecto las siguientes cuestiones:
– Organigrama, donde aparezca claramente señalado el proyecto dentro de la organiza-
ción ejecutante y cómo se inserta en la misma.
– Manual de procedimientos, en el que se indica cómo desempeñar el trabajo y cuá-
les son las normas y procedimientos de carácter técnico y administrativo que se han de
seguir para llevar a cabo las actividades y tareas. Como esto no se hace con mucha fre-
cuencia, se puede elaborar, en su reemplazo, un protocolo de actuación.
272
Para elaborar el presupuesto de un proyecto en la Unión Europea, es preciso seguir una serie de orientaciones y reco-
mendaciones específicas (Véase: M.ª José Aguilar et.al. (2001). Cómo elaborar proyectos para la Unión Europea, CCS, Ma-
drid, y especialmente el capítulo 6).
360
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
– Funciones del personal del proyecto; esto es: quién es el responsable y de qué parte
del trabajo.
– Relaciones e interacciones del personal: determinar los niveles de autoridad y jerar-
quía, las relaciones de comunicación e información, las relaciones de consulta y aseso-
ría, etc.
– Modalidades y mecanismos de coordinación del proyecto, tanto externa como interna.
– Sistemas de evaluación interna y seguimiento, en cuanto a responsabilidades y fun-
ciones; incluyendo la determinación de las formas y mecanismos de control operacio-
nal y supervisión técnica del personal.
– Canales de información: a quién hay que informar, qué tipo de información se le debe
facilitar, en qué soporte (cara a cara, telefónico, por escrito, etc.), con qué objetivo (facili-
tar datos e información, consultar una toma de decisiones, asesorar, informar acerca de
las actividades realizadas, etc.), y con qué frecuencia (diaria, semanal, quincenal, men-
sual, trimestral, anual).
Existen tres formas principales de estructurar los proyectos desde el punto de vista organi-
zativo y de gestión: funcional, por proyecto y matricial; cada una de ellas con sus ventajas e in-
convenientes. A este respecto, la recomendación básica es que, en cada caso, se busque el tipo
de organización que mejor se adapte a las circunstancias y características concretas del pro-
yecto273.
Organización funcional
Es cuando la gestión del proyecto se lleva a cabo dentro de un organismo ya existente y en
el que participan los funcionarios, profesionales y técnicos del mismo. La realización del pro-
yecto es, en este caso, una acción más, dentro de las que ya está realizando esa unidad admi-
nistrativa.
Permite un mejor aprovechamiento de los recursos El proyecto no se concibe como unidad organizativa, sino
humanos del organismo. dentro de una organización.
273
Para ampliar estos aspectos véase Aguilar, M.ª J. et. al. (2001), Cómo elaborar proyectos para la Unión Europea, Madrid,
CCS; y Ander-Egg, E. y Aguilar, M.ª J. (1998). Administración de programas de acción social, Lumen, Buenos Aires.
361
Ventajas Dificultades o inconvenientes
Las responsabilidades, al estar bien delimitadas, se Riesgo de una utilización inadecuada de los recursos hu-
MANUALES Y ENSAYOS
concentran en la realización del proyecto. manos, ya sea porque los técnicos se contratan por más
tiempo del necesario, o porque se duplican tareas de otras
Mayor unidad de dirección y coordinación de ac- unidades administrativas.
tividades.
Organización matricial
Cada proyecto es dirigido por un/a director/a, pero el resto del personal pertenece a di-
versas unidades administrativas del organismo responsable. Cada persona depende, en este
caso, de una doble jefatura: de la dirección del organismo y de la dirección del proyecto. Esta
última solo tiene autoridad sobre los técnicos, en los aspectos específicos del proyecto. Me-
diante este tipo de organización, se pretende contar con las ventajas de las dos modalidades
anteriores, al mismo tiempo que se procura atenuar las debilidades de ambas, lo que no siem-
pre se consigue.
9) Indicadores de evaluación del proyecto (cómo se medirá la progresión hacia las metas)
Los indicadores de evaluación son los instrumentos que permiten comprobar empírica-
mente y con cierta objetividad la progresión hacia las metas propuestas. Si carecemos de ellos,
toda evaluación seria que nos propongamos será casi inútil o poco viable.
Tan importantes como las metas son los indicadores en un proyecto. Ellos nos permiten
realizar una evaluación adecuada teniendo en cuenta los objetivos propuestos y las realizacio-
nes concretas. Por otra parte, si los indicadores no se establecen durante la fase de diseño del
proyecto, habrá que reconstruirlos posteriormente en el momento de la evaluación, probable-
mente con menor fiabilidad y más esfuerzo.
Podríamos decir que “el indicador es el signo con el que señalamos los grados de una cosa
y las variaciones inducidas en ella” (Martínez, 1972). O, más precisamente, que los indicadores
son “las medidas específicas (explícitas) y objetivamente verificables de los cambios o resulta-
dos de una actividad. En otras palabras, los indicadores sirven de patrón para medir, evaluar o
mostrar el progreso de una actividad, respecto a las metas establecidas, en cuanto a la entrega
de sus insumos (indicadores de insumos), la obtención de sus productos (indicadores de pro-
ductos) y el logro de sus objetivos (indicadores de efecto e impacto)” (Grupo del CAC, 1984).
Siendo, a nivel operativo, “la unidad que permite medir el alcance de una meta” (Cohen y Fran-
co, 1988).
362
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
10) F
actores externos condicionantes o pre-requisitos para el logro de los efectos e impac-
to del proyecto (relación medios-fines-entorno)
Lo que aquí se denominan pre-requisitos para el logro de los efectos e impacto del pro-
yecto, son los factores externos significativos sobre los cuales la administración o dirección
del proyecto puede no tener ningún tipo de control, pero que resultan esenciales para el éxi-
to del proyecto. Si bien la gerencia del proyecto tiene el control sobre los recursos o insumos,
las actividades y la obtención de productos, ello no es suficiente para el logro de los efectos
(objetivos y metas) e impacto (finalidad última) del proyecto. Estas últimas cuestiones suelen
depender, en gran parte, de factores externos más que de los productos generados en el pro-
yecto. Dicho en otras palabras, estos factores están fuera del control del proyecto, pero deben
363
producirse para que el proyecto tenga éxito y logre el efecto e impacto propuestos. Por ello es
necesario que en el diseño del proyecto se especifiquen claramente cuáles son esos factores
MANUALES Y ENSAYOS
274
Las denominaciones que se emplean aquí para identificar los diversos niveles de resultados del proyecto, pueden variar
en función del tipo de enfoque utilizado (los términos que aquí se usan corresponden al enfoque del marco lógico, combi-
nados con otros términos de mayor utilización en castellano). También varían según el vocabulario técnico que cada agen-
cia u organismo patrocinante de proyectos ha ido acuñando en sus diversas trayectorias (no siempre ni necesariamente en
coherencia con los significados, alcance y uso técnico-científico de los vocablos). Dicho en otras palabras, la lógica del di-
seño de un proyecto siempre debe ser la misma, y es la que aquí se explica, pero los diferentes componentes del diseño, no
siempre se nombran o etiquetan con las mismas palabras (que pueden variar entre diferentes lenguas, usos de cada lengua,
agencias y entidades, campos profesionales, etc.).
275
Para ampliar información sobre esta cuestión y una mayor profundización de este enfoque, ver: M.ª José Aguilar et. al.
(2001). Cómo elaborar proyectos para la Unión Europea, CCS, Madrid.
364
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Indicadores de evaluación y
Factores externos o pre-requisitos
Niveles de resultados medios (fuentes) de
de éxito
comprobación
Impacto (finalidad): ¿Cuáles son los medios para veri- ¿Cuáles son los acontecimientos, con-
¿Cuál es la razón del proyecto, ha- ficar la realización del objetivo úl- diciones o decisiones fuera del con-
cia qué objetivo sectorial más amplio timo o finalidad? trol del proyecto que deben darse
se dirigen los esfuerzos del proyec- ¿Cómo sabrá la dirección del pro- para que la realización del objetivo
to o del programa? ¿Por qué se em- yecto, o cualquier otra persona, inmediato pueda contribuir a alcan-
prende el proyecto? ¿Quiénes son los que el proyecto está aportando zar la finalidad?
beneficiarios buscados? ¿Cuál es el la contribución prevista para la
impacto que se pretende? realización del propósito a este
nivel?
Efectos (objetivos y metas): ¿Qué pruebas, mediciones o in- ¿Cuáles son los acontecimientos, con-
¿Qué efecto específico debe alcan- dicaciones confirmarán que el diciones o decisiones fuera del con-
zar el proyecto mientras esté en cur- objetivo inmediato se está rea- trol de la dirección del proyecto que,
so, es decir, si el proyecto se termina lizando o se ha realizado? ¿Qué junto con los productos de éste, son
con éxito, qué mejoras o cambios condiciones o situaciones objeti- necesarios para lograr el objetivo in-
pueden esperarse en el grupo, or- vamente verificables se prevén si mediato?
ganización o zona a que se dirige el el proyecto alcanza su objetivo y
proyecto? su meta?
Productos: ¿Qué pruebas, mediciones o in- ¿Cuáles son los acontecimientos, con-
Qué productos (tipo y número) de- dicaciones confirmarán que los diciones o decisiones fuera del con-
ben generarse (con los insumos productos se están obteniendo trol de la dirección del proyecto que,
aportados y las actividades realiza- en tiempo y forma? junto con las actividades de éste, son
das) para lograr el objetivo inme- necesarios para lograr los productos?
diato?
276
Pueden consultarse las siguientes obras: F. G. Tenorio, H. Bertho y H. Feijó (1991). Elaboraçao de projetos comuni-
tários: uma abordagem prática, Rio de Janeiro, Marques Saraiva; Mª J. Aguilar (2000). Cómo animar un grupo, Madrid,
365
en formatos multimedia277 para hacer más accesible y “visual” el procedimiento, de manera tal
que, con el uso de estas herramientas multimedia y soportes documentales visuales, cualquier
MANUALES Y ENSAYOS
Esquema global y preguntas que debe responder el diseño de un proyecto (María José Aguilar)
CCS; L. Vargas y G. Bustillos (1991). Técnicas participativas para la educación popular, Buenos Aires, CEDEPO-Huma-
nitas.
277
Cómo hacer un proyecto comunitario y Participación comunitaria (carpetas didácticas con vídeos, cuadernos para el for-
mador, cartillas para el grupo y carteles), Secretaría de Desarrollo Social, Buenos Aires. [Como el material audiovisual se
editó en formato analógico cuya durabilidad está limitada por el número de usos y el tiempo, estas carpetas se están digi-
talizando en DVD y JPG, en la Universidad de Castilla-La Mancha, y serán accesibles proximanente a través de Internet].
366
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
El trabajador social debe poner en acción y ejecutar las actividades que haya programado pre-
viamente, con vistas al logro de los objetivos propuestos. Para ello deberá desarrollar acciones
e intervenciones directas, con las personas atendidas (apoyo y soporte, refuerzo, defensa y po-
tenciación, respuesta en situaciones de crisis, mediación, etc.), tanto en los sistemas formales
como informales (redes de apoyo).
Asimismo, deberá realizar acciones de intervención, dirigidas a ayudar a las personas, pero
empleando otro tiempo de acciones y contactos que no incluyen la relación personal con los
afectados. Como ejemplo de este tipo de actuaciones indirectas podemos mencionar: la uti-
lización de la influencia profesional, la coordinación de servicios, la gestión de casos, la crea-
ción de grupos de auto-ayuda y de programas de voluntariado, la manipulación del entorno,
la promoción del cambio organizacional, la defensa de víctimas, etc., y en general, todas aque-
llas actuaciones que no están focalizadas en el sistema-sujeto278, sino en el resto de los siste-
mas (Johnson, 1992).
Hacer un desarrollo metodológico y técnico de todas las cuestiones básicas que compor-
ta la intervención sería excesivo para los objetivos y extensión de este libro. Por otra parte, al
inicio de este mismo capítulo yo misma recomendaba una serie de obras, propias y ajenas,
en las que se desarrollan algunas de las técnicas y procedimientos de más frecuente utiliza-
ción en este momento del proceso. Me remito a ellas, y a otras que figuran en la bibliografía
final, pues su tratamiento con un mínimo de rigor y seriedad desequilibraría notablemente
este texto.
No obstante lo anterior, me permito llamar la atención sobre algunas cuestiones de impor-
tancia estratégica para la buena ejecución de cualquier proyecto o actividades de interven-
ción social. A saber:
Toda intervención social requiere, necesariamente, saber trabajar en equipo. Ya sea con otros
profesionales de la entidad en que se trabaja, con otros profesionales de diferentes servicios y,
sobre todo, con otras personas de la población (sean profesionales o no) con las que se ha de
llevar a cabo conjuntamente alguna intervención social. Es ya un lugar común hablar de la ne-
cesidad de trabajar en equipo, y hoy nadie se atrevería a negar esta afirmación. Sin embargo,
muchos parecen creer –a juzgar por lo que se hace– que trabajar juntos es lo mismo que tra-
bajar en equipo, y no es así.
Para empezar, un grupo no es lo mismo que un equipo, pero todo equipo es siempre un
grupo. Podemos decir, entonces, que un equipo de trabajo es una forma concreta y particu-
lar de grupo. Yo considero que un equipo es: un grupo reducido de personas que, con conoci-
mientos y habilidades complementarias, unen sus capacidades y se organizan internamente
para lograr determinados objetivos.
278
Sistema-cliente, en el original.
367
Este tipo de trabajo se desarrolla siempre dentro de un contexto socio-afectivo que debe
estar caracterizado por el respeto y la confianza mutua, y ser gratificante y satisfactorio para
MANUALES Y ENSAYOS
368
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
cia; saber integrar antagonismos y manejar los conflictos; imparcialidad; capacidad analítica;
vitalidad y entusiasmo; sabiduría para hacer preguntas; y, sentido del humor.
Pocas cosas potencian tanto la capacidad operativa como el trabajo en equipo. He de decir,
para finalizar, que el “trabajo en equipo” es algo más que la existencia de un “equipo de traba-
jo”. En este último, debemos trabajar juntos para llevar a cabo parte del trabajo del que somos
responsables. En el trabajo en equipo, además de constituir una unidad operativa, se crea un
estándar de exigencias y un estilo de actuación en el que los integrantes del grupo se apoyan
y animan mutuamente.
Pero lo que más mejora la capacidad operativa es el efecto sinérgico de potenciación
que produce el trabajo en equipo. Esto se da cuando la acción conjunta refuerza y potencia
la actividad y productividad de cada uno de los miembros del equipo, de modo tal que el
producto final es superior a la sumatoria de las capacidades individuales, como consecuen-
cia de la liberación de las energías latentes y potencialidades que, estando disponibles, se
hacen efectivas por la interacción y retroalimentación de los miembros del equipo. Como ya
ha anunciado Peter Drucker, en el futuro “la unidad de trabajo no será el individuo sino el
equipo”.
Un trabajador social, para ser eficaz en su intervención profesional, debe tener capacidad eje-
cutiva. Es decir, debe ser capaz de llevar a cabo y de realizar diferentes acciones de cara al lo-
gro de determinados objetivos.
Algunos sostienen que, para desarrollar la capacidad ejecutiva, se debe tener un buen co-
nocimiento de la ciencia de la administración y de la organización científica del trabajo; otros
dan mayor importancia a un buen dominio del proceso de toma de decisiones; o al marke-
ting, por ejemplo. No me cabe ninguna duda que todos los conocimientos que puedan estar
orientados a aumentar y mejorar la capacidad de acción e intervención son útiles y benefi-
ciosos. Sin embargo, creo que solo estos conocimientos no bastan para lograr una gran ca-
pacidad ejecutiva. Hay personas que poseen esos conocimientos y son inteligentes pero no
tienen capacidad ejecutiva, porque son inseguras, excesivamente meticulosas, o excesivamen-
te apresuradas. Otras, en cambio, al margen de los estudios realizados o el nivel de formación
alcanzado, e incluso sin poseer esos conocimientos sobre gestión y administración, son excep-
cionalmente operativas.
Con esto quiero poner en evidencia que existen cualidades o características persona-
les que ayudan, y otras que limitan, la capacidad ejecutiva. Difícilmente se puedan realizar
actividades directivas/ejecutivas y operativas si no se es emprendedor, buen comunicador,
con capacidad de liderazgo y persuasión, resistente al fracaso y a las adversidades y, sobre
todo, si no se tiene confianza en sí mismo, sin creerse por ello infalible o no necesitado de
los demás.
Algunas de dichas cualidades son innatas, pero otras –aun no existiendo una predisposi-
ción natural en la persona– pueden cultivarse y entrenarse. Son las siguientes:
• Capacidad de trabajo, que no es sinónimo de trabajar mucho, sino de ser una persona
trabajadora y con capacidad organizativa y de resolver problemas.
369
• Operatividad e inteligencia práctica (saber concretar la ideas): sabiendo diferenciar lo
principal de lo secundario, no siendo perfeccionista, no ahogándose en formalismos bu-
MANUALES Y ENSAYOS
370
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
ceso: tener claros los objetivos, priorizarlos, considerar los factores relevantes, buscar al-
ternativas o posibles cursos de acción, valorarlas y elegir la que se considere más factible
y acorde a los objetivos, aceptar una cierta incertidumbre sobre los resultados y asumir
los riesgos.
• Capacidad para motivarse a sí misma; tenacidad y constancia en el trabajo. Este es
el verdadero motor que da energía y dinamismo a una persona ejecutiva y con capaci-
dad operativa, que se hace mucho más consistente cuando se tiene una visión estratégi-
ca del propio trabajo “a largo plazo”.
• Disponibilidad para dar participación y delegar. Ni el “paternalismo” ni el “ordeno y
mando”, pero tampoco el “asambleismo” (y que cada uno decida por su cuenta) son esti-
los eficaces ni operativos para la acción. Tampoco se puede pretender “hacerlo todo”. En
una estructura organizativa verdaderamente participativa, la capacidad de delegar en
otros y motivarles es básico. Pero para hacer participar y delegar hay que saber hacer-
lo ¿Cómo?:
– La delegación de responsabilidades debe ser específica y que cada persona sepa lo
que se espera de ella, sin confusión ni ambigüedades.
– Delegar responsabilidades significa delegar capacidad funcional y autonomía para lle-
var a cabo las tareas.
– Delegar y dar responsabilidad no significa que el otro haga lo que quiera, ni dejarlo
para que “se las apañe como pueda”. Hay que dar la información y orientación necesa-
rias para actuar de acuerdo con lo que se espera de esa persona.
– La delegación debe concederse con suficiente anticipación para que las personas pue-
dan pensar y planear antes de asumir las responsabilidades.
279
Una manifestación no es un trabajo en grupo ya que no existe la posibilidad de relacionarse mutuamente, todos con to-
dos, en su totalidad. Un encuentro de personas que se conocen en un café tampoco lo es ya que, si bien hay interacción, no
existe la realización de una acción conjunta para lograr algo.
280
No deben confundirse las técnicas grupales con la dinámica de grupos (que constituye una teoría, un modo de denomi-
nar los procesos y fenómenos intra-grupales, y un conjunto de técnicas que están orientadas al conocimiento de esa diná-
mica y procesos internos de un grupo). Para un análisis más detallado de estas cuestiones puede consultarse: M.ª J. Aguilar
(2011c). Cómo animar un grupo, Madrid, CCS, pp: 15-20.
371
definirlas como “un conjunto de medios y procedimientos que, aplicados en una situación
de grupo, sirven para lograr un doble objetivo: productividad y gratificación grupal” (Agui-
MANUALES Y ENSAYOS
lar, 2000).
281
Puede verse un desarrollo detallado de las mismas en mi libro Cómo animar un grupo, ya citado.
372
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
282
Las técnicas (sean grupales o de otro tipo) han de utilizarse en el contexto de una estrategia previamente definida y
como parte de la misma. López Caballero sistematiza con detalle las 26 estrategias básicas fundamentales para la in-
tervención profesional con grupos: cinco estrategias frente a uno mismo, ocho estrategias frente a los individuos, sie-
te frente a los grupos y seis frente a la organización. Véase: López Caballero, A. (1997). Cómo dirigir grupos con eficacia,
Madrid, CCS.
373
• Por último, es necesario conocer muy bien al grupo concreto en que se van a aplicar las
técnicas, sus características, sus posibilidades y potencialidades y sus riesgos o limitacio-
MANUALES Y ENSAYOS
374
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
que evitar la formación de sub-grupos o “corrillos”, hay que escuchar con atención y res-
petar las posturas discrepantes, sin interrumpir al otro, intervenir constructivamente, es-
timular a los demás y ayudar a madurar al grupo.
• Liderazgo distribuido. El tipo de liderazgo está fuertemente vinculado a la estructura
del grupo, por lo que hay que huir de estilos autoritarios, paternalistas y permisivos. Lo
mejor es alentar un liderazgo democrático y participativo que esté, además, distribuido,
es decir, que no recaiga siempre en la misma persona (hay que rotar esa función entre to-
dos los miembros del grupo). Esto permite mejorar la capacidad de acción del grupo y el
fortalecimiento de todos sus miembros en el seno del mismo.
• Formulación del objetivo. Muchas veces se pierde el tiempo y los grupos “decaen” por
no tener suficientemente claro y definido el objetivo del grupo. En esta formulación, que
nunca debe ser externa al grupo, deben participar todos los miembros, pues solo de este
modo podrá existir el sentimiento del “nosotros”.
• Flexibilidad. El grupo tiene que tener normas que le ayuden en su funcionamiento in-
terno, pero también tiene que saber aplicarlas con flexibilidad si las circunstancias así
lo exigen. Es preciso que el grupo desarrolle la capacidad de adaptarse a situaciones
nuevas.
• Consenso. Decidir por consenso (no por votación, donde siempre hay una minoría que
“pierde”) es el resultado de un esfuerzo por llegar a un acuerdo o postura relativa, en la
que se procura recoger opiniones, sugerencias y propuestas diferentes, incluyendo los in-
tereses y motivaciones no coincidentes. Un grupo no solo debe tomar decisiones, debe
también contemporizar –si es que interesa que el grupo continúe– y satisfacer los intere-
ses y apreciaciones de los participantes. Con frecuencia, para trabajar en común hay que
hacerlo sobre la base del consenso, que es una forma de asumir democráticamente la
realidad de una sociedad pluralista, en donde la unidad se da en la pluralidad. El consen-
so hace posible la convivencia y el crecimiento del grupo, evitando conflictos posterio-
res a la toma de decisiones, precisamente como consecuencia de la forma en que éstas
han sido tomadas283.
• Comprensión del proceso. Aunque la mayoría de los grupos con los que trabajamos
en intervención social tiene por finalidad resolver problemas, el grupo debe prestar una
cierta atención, de vez en cuando, a su propio proceso interno. Es importante hacer las
cosas, pero también es importante reflexionar acerca de cómo lo hacemos. Ello nos per-
mitirá mejorar la comunicación y participación en el grupo, mejorar la productividad y
hacerlo más gratificante para todos. En definitiva, se trata de mejorar la capacidad de au-
toayuda del propio grupo.
• Evaluación continua. Esta condición es necesaria para saber en cada momento si lo
que se está haciendo es lo adecuado, si se avanza en la dirección decidida por el gru-
po y, si las relaciones dentro del grupo son gratificantes y ayudan a todos los miem-
283
Un buen trabajador social debe ser experto en desarrollar procesos de mediación y consenso entre las partes. A veces
existe la tentación de imponer un determinado punto de vista en una decisión cuando uno se sabe “parte de la mayoría”
o se tiene el poder para imponerlo. Esto no es recomendable si se trabaja desde un enfoque verdaderamente participa-
tivo en la intervención social y si se quiere realmente contribuir al fortalecimiento y potenciación de las personas para
un mejor y mayor ejercicio crítico de la ciudadanía (que es la opción estratégica de trabajo social que propongo en este
libro).
375
bros a crecer como personas. No se trata de estar evaluándose permanentemente,
sino de reflexionar tanto sobre los resultados como sobre los procesos del propio
MANUALES Y ENSAYOS
grupo.
284
En mi libro, ya citado, Cómo animar un grupo, se desarrollan todas las técnicas de iniciación, producción y evaluación
grupal que se mencionan. Las técnicas de cohesión grupal se explican ampliamente en las obras de Stanford, G. (1981).
Desarrollo de grupo efectivos en el aula. Una guía práctica para profesores, México, Diana; Kirsten, R. y Müller-Schwarz, J.
(1978). Entrenamiento de grupos. Prácticas de dinámica de grupos, Bilbao, mensajero; Limbos, E. (1979). Cómo animar un
grupo. Ejercicios y experiencias, Madrid, Marsiega.
376
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
377
Técnicas de cohesión grupal
Islas Ejercicio de la NASA (perdidos en la Luna)
MANUALES Y ENSAYOS
378
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
379
11.3.5. Uso de la documentación
MANUALES Y ENSAYOS
285
E. Ander-Egg y M.ª J. Aguilar (1994). Administración de programas de acción social, Buenos Aires, Lumen.
380
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
• Fiabilidad. Hay que diseñar soportes documentales que aseguren un máximo de fiabili-
dad en el procedimiento de registro de la información.
• Disponibilidad: el sistema debe ser público y accesible a los usuarios y ciudadanos, sal-
vando, eso sí, las normas básicas de protección de datos personales y el derecho a la
intimidad de las personas. Lamentablemente, la opacidad de los sistemas de documen-
tación de la mayoría de los servicios e instituciones sociales (públicas y privadas), sigue
siendo una de las “asignaturas pendientes” en el camino hacia la democratización de la
gestión social.
• Decisional, pues debe estar concebido para suscitar decisiones y permitir el control ope-
racional y la evaluación del funcionamiento, cobertura e implementación del programa.
De lo que se trata es, en definitiva, de elaborar buena documentación pero sin caer en el
“papeleo” y la “burocratización”.
Se ha dicho que el mejor directivo es el que quiere saber qué está pasando, sin necesi-
dad de leer montañas de material escrito. Hay que huir de las posiciones extremas: no escribir
nada, o escribirlo todo. La primera conduce rápidamente al activismo y la ineficacia. La segun-
da lleva, indefectiblemente, a la burocratización y al formalismo.
Algunas directrices del enfoque de “Administración por Objetivos” (APO) son particular-
mente apropiadas para establecer qué y cómo deben producirse los documentos en una or-
ganización:
– No escribirlo todo: no hay que guardar todo lo que se escribe, solo hay que conservar
la versión final de los informes.
– Mejorar las comunicaciones verbales individuales, para producir solo los papeles es-
trictamente necesarios, registrando solo el contenido clave de las discusiones.
– Mejorar la coordinación individual entre diversas unidades o servicios, para evitar es-
fuerzos en informes que luego no servirán.
– Practicar la regla de oro de la planificación (o regla del “tanto cuanto”): hay que
usar los sistemas de información/documentación tanto cuanto son necesarios para
la acción.
– Apoyar los objetivos con un mínimo de escritura, lo estrictamente necesario y sin
obligar al personal a “entrar en detalles”.
– Escribir en forma telegráfica, con frases cortas y precisas. El mejor informe no es el más
largo, sino el que da la información necesaria con el mínimo de escritura.
– Consolidar los planes y las informaciones línea arriba: solo hay que transmitir al ni-
vel superior los informes que necesite conocer (no todos los que hayamos hecho). El en-
vío de documentación de un nivel al superior debe ser un proceso de consolidación, no
de acumulación.
– Reducir a un mínimo los detalles de procedimiento. Para ello, es preferible proponer
un esquema del contenido y formato que debe tener un informe, proyecto o lo que fue-
ra, evitando campos detallados que no siempre se podrán cumplimentar.
– Reducir los formularios al mínimo. El propósito original de los formularios era reducir
el trabajo estandarizándolo al máximo. Esto parece que se ha olvidado cuando se dise-
ñan los formularios tratando de incluir todas las cuestiones posibles en el mismo. Antes
de crear un formulario hay que responder a la pregunta: ¿simplifica o crea más trabajo?
Si no reduce ni simplifica el trabajo no hay que adoptar esos procedimientos. Así pues,
381
atención: no hay que permitir que un administrador entusiasta de los formulismos inter-
venga en el diseño de los soportes documentales.
MANUALES Y ENSAYOS
– Delegar autoridad de aprobación al nivel más bajo posible. Así se ahorra mucho papeleo.
– Mantener la relación de uno a uno: lo que no solo reduce la cantidad de papeles sino
que evita reuniones innecesarias.
– Acumular las revisiones no críticas: no hacerlas cada vez que haya un pequeño cam-
bio, sino acumular varios cambios y revisiones cada tres o seis meses, por ejemplo.
– Suministrar información adaptada a la responsabilidad, evitando informes demasia-
do generales, o que pueden ser de utilidad para unos, pero no para otros.
– Practicar la administración por excepción. No hay que pedir informes de actividad a
las personas que están haciendo sus actividades del modo previsto. Solo hay que solici-
tar esos informes con carácter excepcional cuando existe alguna dificultad objetiva que
obligue a replantear lo programado.
– Actualizar la información, no volverla a escribir: aprovechando informes previos y
dando por leídos los materiales pasados que se le hayan enviado a una determinada
persona (no hay que volver a repetir toda la historia cada vez que se haga un informe).
– Establecer un grupo de información, distribuyendo el trabajo entre varias personas.
Esto es particularmente recomendable cuando se hace una evaluación interna en la que
hay que manejar mucha cantidad de información.
– Integrar los componentes de la planificación: si el proceso de planificación en la enti-
dad no es integral, sino disgregado, se terminan generando enormes cantidades de pa-
peles innecesarios.
– Cambiar basura por calidad: esto puede expresar en síntesis las recomendaciones pre-
cedentes. Ya que siempre se necesitarán algunos documentos, hay que tratar que todos
los papeles (formularios, informes, memorandos, etc.) sean absolutamente necesarios e
imprescindibles, y que se preparen de la manera más sencilla posible. No debemos olvi-
dar que lo importante es la eficacia de la acción (no del papeleo) y que la documentación
tiene que servir siempre a este propósito. Tiene que ayudar, no entorpecer, la buena mar-
cha de las organizaciones y de los programas de intervención social que se lleven a cabo.
Evaluar es una tarea común, casi cotidiana, ya que con frecuencia solemos valorar si hemos lo-
grado, o no, lo que nos proponemos. Se trata pues, de un término elástico, que tiene usos dife-
rentes y que se puede aplicar a una variada gama de actividades. La evaluación, en tanto que
señalamiento del valor de una cosa, implica estimar, apreciar, calcular, etc. Ahora bien, es nece-
sario distinguir la evaluación en sentido lato (como juicio o valoración de algo, pero que no
se preocupa de los fundamentos del juicio valorativo), de la evaluación en sentido estricto,
evaluación sistemática, investigación evaluativa o evaluación de programas y proyectos, que
se trata de un proceso de enjuiciamiento y valoración de una intervención, apoyado en infor-
mación recabada sistemáticamente.
382
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
En el ámbito de los servicios, programas y proyectos sociales, existe una serie de términos que
se emplean con frecuencia, y que –en ocasiones– se utilizan de forma similar al de evaluación,
siendo necesario precisar y diferenciar su alcance. Dicho en otras palabras, cuando hablamos
de evaluación, debemos diferenciarla de:
– Medición: que se refiere a la extensión y/o cuantificación de algo, pero sin determinar
su valor.
– Estimación: que tiene un carácter aproximado, y una cierta carga subjetiva ya que no
tiene una exigencia metódica y formal como la evaluación sistemática.
– Seguimiento: que es el proceso analítico para registrar, recopilar, medir y procesar una
serie de informaciones que revelan la marcha o desarrollo de un programa y que asegu-
ra una retroalimentación constante para una mejor ejecución del mismo.
– Control: que consiste en una verificación de resultados, no de su valoración (lo que sí
constituiría una evaluación).
286
Para ampliar información sobre este tipo de pseudoevaluaciones pueden consultarse: D. L. Stufflebeam y A. J. Shinkfield,
Evaluación sistemática. Guía teórica y práctica, Madrid, Paidós/MEC, 1987, pp. 67-70; y M.ª J. Aguilar y E. Ander-Egg, Eva-
luación de servicios y programas sociales, Buenos Aires, Lumen, 1994, pp. 24-27.
383
realización de “evaluaciones encubiertas” o “políticamente controladas” en las que no interesa
valorar lo que se está haciendo, sino “obtener, mantener o incrementar una esfera de influen-
MANUALES Y ENSAYOS
384
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Modalidades de evaluación según el aspecto del programa o la naturaleza del objeto de evaluación
Evaluación de la
Evaluación de la eficacia
Evaluación del diseño y instrumentación y
Tipos de y eficiencia del programa
conceptualización del seguimiento del
evaluación (evaluación de resultados
programa programa (evaluación del
o efectos)
proceso)
Evaluación del estudio-inves- Evaluación de la cobertura Evaluación de la eficacia o
tigación del programa efectividad del programa
(también denominada eva-
Evaluación del diagnóstico Evaluación de la implemen- luación de resultados) y eva-
tación del programa luación del impacto
Evaluación de la concepción y
diseño del programa Evaluación del ambiente or- Evaluación de la eficiencia del
ganizacional en que se de- programa o evaluación de la
sarrolla el programa rentabilidad económica
3) Relaciones entre los componentes del proceso de intervención social y la evaluación
Siempre se ha venido sosteniendo la necesidad de relacionar la planificación y la evalua-
ción en los diferentes programas de intervención social. Sin embargo, en la práctica, esto ha
sido más una formulación de intenciones, ya que no se ha plasmado en el desarrollo de medi-
das concretas. Actualmente, uno de los problemas metodológicos y gerenciales que se con-
frontan es, precisamente, el modo en que deben articularse ambas cuestiones, consideradas
como “dos caras de una misma moneda”.
En el planteamiento metodológico tradicional al uso, las relaciones entre planificación y
evaluación se plantean de la siguiente forma: es necesario planificar la intervención (diseñar-
385
la por anticipado) para asegurar una intervención más efectiva; y, es preciso evaluar (valorar
los resultados de la intervención) para poder verificar hasta qué punto se logran los objetivos
MANUALES Y ENSAYOS
386
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
• Con relación a la medida del desempeño, cumplimiento o ejecución de las acciones pre-
vistas, ello no es otra cosa que el seguimiento y control operacional. En tanto que una
acción de monitorización de la intervención, esta medida permanente constituye una
forma de evaluación continua, que debe realizarse durante la ejecución de los programas
y proyectos, así como durante la prestación de servicios.
Siguiendo el esquema inicial, podemos mencionar también la existencia de relaciones y
articulaciones entre la función evaluadora y la ejecución o desarrollo práctico y operativo de
los programas y actividades de intervención social. Como hemos visto al clasificar las diferen-
tes modalidades de evaluación, en este momento de la ejecución de un programa o proyec-
to, es la evaluación de la implementación o monitorización del programa la que se debe llevar
a cabo.
Para realizar este tipo de evaluación, es imprescindible contar con algún sistema de segui-
miento del programa o servicio, ya que sin la información registrada por este medio, una eva-
luación de carácter permanente y continuo es prácticamente imposible.
La formulación de un sistema de seguimiento comporta dos tipos de tareas básicas:
• El diseño del flujo regular de datos que permita identificar, seleccionar y registrar la in-
formación más significativa acerca del funcionamiento del servicio o la marcha del pro-
grama.
• Analizar ese cúmulo de informaciones para obtener una retroalimentación acerca del
modo en que está operando el programa.
Para realizar una evaluación continua de la implementación o el modo en que se está lle-
vando a cabo la intervención, es preciso valorar y enjuiciar la información recogida, y utilizar-
la en la toma de decisiones.
Como ya ha sido señalado en numerosas publicaciones al respecto, una modalidad de eva-
luación de esta naturaleza conlleva también el diseño de soportes documentales que permi-
tan el registro de información durante la marcha de las actividades del programa287.
Por lo que respecta a la investigación, si bien la evaluación ha sido definida como una
investigación social aplicada, orientada a la toma de decisiones, es preciso señalar algunas
diferencias entre el modo de realizar ambas. Como bien ha señalado Alvira: “Evaluación e in-
vestigación son términos afines pero no idénticos, que denotan procedimientos similares con
muchos puntos de coincidencia pero con diferencias básicas esenciales.
“En primer lugar, la evaluación exige uno o varios criterios de valor que permitan valorar
(evaluar) el programa o intervención social; no existe tal requisito en investigación aunque
esta parte del valor de la verdad como criterio de referencia esencial. Todos los procesos de se-
lección de criterios de valor y de establecimiento de objetivos de evaluación en función de di-
chos criterios son procesos peculiares a las evaluaciones y no a las investigaciones.
“En segundo lugar evaluar exige, al igual que investigar, recogida de información, pero
el tipo de información viene determinado por los criterios de valor y, además, las técnicas de
287
Un desarrollo de todo lo referente a monitorización y seguimiento de programas puede consultarse en F. Alvira (1991).
Metodología de la evaluación de programas, Madrid, CIS, pp.73-92.; y en F. Alvira (1997). Metodología de la evaluación de
programas. Un enfoque práctico, Buenos Aires, Lumen-Humanitas. Referido al ámbito de los servicios sociales comunita-
rios ver: L. Corral, A. Díaz y S. Sarasa (1988). Seguimiento de la gestión de los servicios sociales comunitarios, Madrid, Si-
glo XXI. Centrado en actividades de animación ver: V. Ventosa (1992). Evaluación de la animación sociocultural, Madrid,
Popular.
387
recogida de información se seleccionan no solo en función de su adecuación técnico-meto-
dológica sino también en función de su credibilidad y su adecuación práctica. Estos últimos
MANUALES Y ENSAYOS
criterios de selección priman sobre el de la cientificidad, de modo que, de entre todas las téc-
nicas de recogida de datos, se elige aquella que sea más adecuada al presupuesto y tiempo
disponible y que, además, goce de credibilidad para los que tienen que usar la evaluación. En
investigación, el criterio que prima en la selección de técnicas de recogida de datos y análisis
es el de adecuación metodológica.
“En tercer lugar, no solo la evaluación tiene que responder adecuadamente y en tiempo a
las preocupaciones de los ‘clientes’, sino que busca maximizar la probabilidad de utilizar sus re-
sultados. La búsqueda de esta utilidad condiciona todo el proceso de evaluación, incluido el
de recogida y análisis de la información, de modo que se buscan técnicas que tengan mayor
probabilidad de utilización de resultados” (Alvira, 1997).
Para llevar a cabo la evaluación de una intervención social, es preciso responder a una serie de
preguntas tales como: ¿qué se quiere evaluar?, ¿cómo se debe evaluar?, ¿cuándo conviene rea-
lizar esa evaluación?, ¿quiénes deben hacerla?, etc. Por otra parte, tanto en programas como
en servicios y proyectos de trabajo social, la evaluación solo tiene sentido si está encaminada
a la toma de decisiones para mejorar la aplicación y desarrollo de lo que se está haciendo. Por
388
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
ello, no debemos pensar que la evaluación es exclusivamente una cuestión técnica: hacer una
buena evaluación es antes que esto una cuestión teórica y política. Dicho en otras palabras,
“una evaluación acertada se tiene que nutrir de una teoría sólida” (Meyer, 1981).
Desde mi perspectiva metodológica, en la evaluación de proyectos y actividades de inter-
vención social, es conveniente implicar a la mayor cantidad de actores sociales interesados po-
sible. De este modo, la utilidad de la evaluación puede aumentar y, lo que es más importante,
se formulan los juicios evaluativos sobre la base de los diferentes intereses afectados. En otras
palabras, se democratiza la tarea evaluadora, mediante la participación no solo de los profe-
sionales o de los responsables técnicos de hacer la evaluación, sino de los responsables políti-
cos, los usuarios, o la comunidad en general. Por ello es importante considerar, antes de iniciar
el proceso evaluativo, cuáles son esos posibles actores sociales, qué intereses pueden tener en
la evaluación y su utilización posterior, y de qué modo se puede operativizar su participación
en la evaluación. Además, es preciso definir a qué nivel se va a evaluar, esto es: un sistema de
servicios, una institución, un programa o proyecto, actividades concretas, métodos de inter-
vención, acciones sociales, etc. Dependiendo del nivel que evaluemos, nos encontramos con
diferentes actores sociales (individuales y colectivos) que, con intereses no coincidentes e in-
cluso contrapuestos, tienen algún interés y/o capacidad de presión en la evaluación288.
288
Desde nuestra perspectiva metodológica de la evaluación, la identificación de los actores sociales implicados, el análisis
de sus intereses en la misma, y su conveniente incorporación en el proceso mismo de evaluación tiene una gran importan-
cia y aumenta la utilidad de la evaluación, aunque puede hacerla mucho más compleja. Una reflexión más pormenorizada
y detallada acerca de la problemática de los actores sociales implicados en el proceso de evaluación puede consultarse en
M.ª J. Aguilar y E. Ander-Egg (1994), Evaluación de servicios y programas sociales, Buenos Aires, Lumen-Humanitas; y en
M.ª J. Aguilar (2011a). “Evaluación participativa en la intervención social”, en E. Raya (Coord.). Herramientas para el dise-
ño de proyectos sociales, Logroño, Universidad de La Rioja, pp. 91-102.
389
– ¿Qué pronóstico y tendencias futuras pueden preverse en la evolución del problema?
– ¿Qué prioridades deben establecerse?
MANUALES Y ENSAYOS
390
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
– ¿Qué tipo de participación tiene la gente en el programa? ¿Qué grado de participación se ha con-
seguido?
– ¿Cuál es el nivel de satisfacción de la gente con el programa?
– ¿Cuál es el grado de implantación del programa en la comunidad?
Evaluación del funcionamiento del programa o servicio
Para simplificar este apartado también se incluyen en esta lista las preguntas correspon-
dientes a la evaluación del rendimiento de personal y a la evaluación del ambiente organiza-
cional):
– ¿Se ejecuta el programa o intervención como se pretendía en el diseño?
– ¿Se han realizado las tareas de preparación y motivación necesarias para crear un clima favorable
a la implantación del programa?
– ¿La importancia relativa concedida a cada actividad es la apropiada?
– ¿Los métodos elegidos son los más apropiados? ¿Se emplean con la máxima eficacia?
– ¿Existen los recursos necesarios? ¿Se utilizan de manera adecuada? ¿Podrían optimizarse mejor?
– ¿Funciona el equipo de trabajo adecuadamente? ¿Las reuniones son productivas y gratificantes?
– ¿Cómo se establecen realmente los flujos de información?
– ¿Los canales y formas de comunicación establecidas ayudan a una buena gestión del programa?
– ¿Existen sistemas de supervisión del personal? ¿Son adecuados y eficaces?
– ¿Existe un adecuado sistema de control operacional y seguimiento del programa?
– ¿Están bien organizadas y distribuidas las tareas?
– ¿Asume cada uno su responsabilidad? ¿Cada uno realiza sus tareas en tiempo oportuno?
– ¿Existen solapamientos o lagunas en la distribución de funciones y tareas?
– ¿Existen conflictos en el seno del equipo? ¿Se resuelven constructivamente?
– ¿El personal tiene la motivación y actitudes necesarias para desempeñar sus tareas?
– ¿El personal se encuentra satisfecho con su desempeño en el programa?
– ¿Existen incentivos? ¿De qué tipo y con qué efectos?
– ¿La competencia profesional del personal se ajusta a los estándares de calidad exigidos?
– ¿Tiene el personal los conocimientos, habilidades y destrezas necesarias para desempeñar las fun-
ciones a su cargo?
– ¿Cómo se interacciona con los participantes?
– ¿El servicio que se ofrece tiene la calidad mínima necesaria o exigida?
– ¿El programa se encuentra adecuadamente coordinado dentro y fuera de la entidad?
– ¿El estilo de dirección y los mecanismos de toma de decisiones son coherentes y adecuados con
los objetivos del programa?
Evaluación de resultados:
– ¿Ha sido efectivo el programa para obtener los objetivos propuestos?
– ¿Qué productos y en qué magnitud se han generado con el programa?
– ¿Qué efectos concretos han tenido esos productos?
– ¿Cómo se ha visto modificada la situación de los beneficiarios con el programa?
– ¿Se han producido efectos inesperados? ¿Positivos o negativos?
– ¿Se están obteniendo los resultados esperados?
Evaluación de impacto:
– ¿Cuáles han sido los efectos totales –esperados e inesperados– del programa a medio y largo
plazo?
391
– ¿Se ha producido algún cambio estable en la situación-problema que dio origen al programa?
– ¿Cuál es la opinión de la comunidad en general y de la población no usuaria sobre el pro-
MANUALES Y ENSAYOS
grama?
– ¿Qué apoyos institucionales y sociales ha generado el programa?
– ¿Cuál ha sido su impacto en los medios de comunicación?
Evaluación de la eficiencia (o de la rentabilidad económica):
– ¿Qué costes se proyectaron y qué costes se han producido realmente?
– ¿Existe un uso eficiente de los recursos asignados al programa si se compara con otros usos alter-
nativos?
– ¿Cuál es la relación existente entre los resultados finales y el esfuerzo realizado en términos de di-
nero, recursos y tiempo?
– ¿Cuál es la productividad o rendimiento del programa, o relación entre insumos y productos?
– ¿Cuál es la relación del trabajo, el tiempo, la productividad y el coste del programa?
– ¿Qué relación existe entre costes y resultados efectivos?
– ¿Podrían alcanzarse los mismos resultados de manera más barata? O, con los mismos medios ¿po-
dría alcanzarse un mayor, o mejor, nivel de resultados?
289
Todas estas tareas son objeto de un desarrollo muy detallado y con un enfoque aplicado e ilustrado con ejemplos en: F.
Alvira (1997). Metodología de la evaluación de programas: Un enfoque práctico, Buenos Aires, Lumen.
392
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Determinación de:
• Preguntas
• Objetivos
• Tipos de evaluación
• Criterios de valor
Diseño de la evaluación
Análisis e interpretación
290
Estas fases y tareas se desarrollan en el capítulo titulado “El proceso de evaluación”, del libro: M.ª J. Aguilar y E. Ander-
Egg (1994). Evaluación de servicios y programas sociales, Buenos aires, Lumen-Humanitas, pp. 77-124.
393
Esquema general del proceso de evaluación desde el punto de vista metodológico
MANUALES Y ENSAYOS
291
En tercer lugar, examinaremos las diferentes fases del proceso de evaluación, desde el en-
foque o perspectiva expresamente participativa (con participación de los grupos interesados a
lo largo de todo el proceso) y centrada en la utilización. Se trata de de una versión simplificada
y adaptada por F. Alvira (1991), del proceso diseñado por M. Q. Patton (1982)292, que se mues-
tra en la página siguiente.
La medición en la evaluación
Desde el punto de vista metodológico, uno de los principales retos que confronta hoy la eva-
luación de programas sociales, es el relativo a las formas de verificar y comprobar empíricamente
el alcance de los procesos que se desarrollan y la medición –con cierta objetividad– de los resul-
tados (muchas veces vagos, generales o mal formulados en el momento de la programación).
El proceso de medición en ciencias sociales se basa en la construcción de indicadores a
partir de las variables en que se descompone el concepto o fenómeno a medir. Desde el pun-
to de vista técnico –como ya se ha señalado en trabajos clásicos (Lasardfeld y Boudon, 1973)–
comporta cuatro grandes tareas:
1. Representación literaria del concepto que se quiere medir.
2. Especificación del concepto, lo que supone descomponerlo en dimensiones o aspec-
tos integrantes del mismo (factores). De lo que se trata es de reflejar lo mejor posible la
complejidad del fenómeno que se desea medir, por lo que resulta conveniente estable-
cer bastantes dimensiones. La intuición, la experiencia del investigador y la aplicación
de los resultados de estudios previos son necesarios para ello (González Blasco, 2003).
Estas dimensiones o variables deberán ser mensurables.
291
En la práctica, las actividades 4 y 5 se realizan simultáneamente y en función una de la otra.
292
Véase el desarrollo completo de esta propuesta en: M. Q. Patton (1982). Practical evaluation, Newbury Park, Sage, pp. 55-98.
394
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
SI
SI
NO ¿Dada la utilización
Abandonar el
prevista vale la pena hacer
proceso
la evaluación?
Análisis de datos
395
3. Elección de indicadores que permitan medir dichas dimensiones, procurando la elec-
ción múltiple que evite los efectos negativos de la elección de un mal indicador. Dos
MANUALES Y ENSAYOS
requisitos básicos deben reunir los indicadores: estar relacionados con el concepto o di-
mensión del que tratan de ser indicación, y ser expresión numérica, cuantitativa, de la
dimensión que reflejan (González Blasco, 2003).
4. Formación de índices. Es decir, de números estadísticos que intentan resumir la infor-
mación proporcionada por varios indicadores de un concepto (Díez, 1967), ponderan-
do el peso de cada indicador en la formación del índice. Como indica González Blasco
(2003), un índice debe reunir las siguientes características: validez o exactitud, potencia
y reproductibilidad. Y los criterios que pueden utilizarse para la agregación de indicado-
res son cuatro (Allen, 1968):
• No sumar dos indicadores cuando uno es causa de otro.
• No sumar dos indicadores cuando uno forma parte de otro.
• No sumar indicadores que estén orientados a objetivos distintos.
• Solo sumar indicadores cuando la unidad de medida sea la misma.
Ahora bien, como ha observado Peak (1963), “la mayor parte de los métodos de pondera-
ción carecen de base racional”, y el concepto de “índice”, “es un concepto metodológico que no
hace sino ofrecer una de las múltiples soluciones existentes o posibles para el complejo pro-
blema del control empírico de los significados conceptuales” (Moya, 1972). El elemento sub-
jetivo, por tanto, está presente en la formación de índices ya que es siempre el investigador el
que asigna los “pesos” a la hora de establecer las ponderaciones entre los diferentes indicado-
res que conforman el índice.
Valgan estas observaciones para relativizar, o al menos no absolutizar, el valor de los indi-
cadores e índices, y evitar caer en la “cuantofrenia” de la que hablaba P. Sorokin. El indicador es
un dato que es síntoma de algo, pero no es ese “algo”. Los indicadores pueden ser instrumen-
tos útiles de aproximación a una realidad concreta, pero son eso: instrumentos de aproxima-
ción, no la realidad.
Dentro del campo de la evaluación de programas sociales, la utilización de indicadores se
torna imprescindible a la hora de establecer el seguimiento y control operacional de un pro-
grama o servicio, hasta el punto de que sin un sistema de indicadores y los soportes documen-
tales correspondientes no se puede implementar este tipo de evaluación (Alvira, 1991). Ahora
bien, para la evaluación de procesos sociales, tales como la participación comunitaria en un
proyecto, por ejemplo, otro tipo de indicadores no estadísticos pero consensuados entre las
partes implicadas, quizá puedan ser más útiles y significativos293.
Además, la elaboración y elección de indicadores está condicionada por la calidad y canti-
dad de datos disponibles, o susceptibles de obtenerse; lo que, a su vez, también depende de
los recursos asignados para realizar la evaluación y de las previsiones que sobre seguimiento
y monitorización del programa se hayan efectuado en la planificación o diseño del programa.
En cualquier caso, la elección de indicadores es compleja y debe darse prioridad a aquellos
293
Varios ejemplos de elaboración de indicadores con validez de consenso para medir la participación comunitaria pue-
den consultarse en: M.ª J. Aguilar y E. Ander-Egg (1994). Evaluación de servicios y programas sociales, Buenos Aires, Lu-
men-Humanitas, pp. 125-150. Otros ejemplos de construcción de indicadores de evaluación en programas sociales pueden
consultarse en: F. Alvira (1997). Metodología de la evaluación de programas: Un enfoque práctico, Buenos Aires, Lumen-
Humanitas.
396
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
que tengan mayor valor operativo, ya sea como definición de objetivos, porque se ajusten me-
jor a los criterios de valor, o por su significación acerca de los medios necesarios que hay que
utilizar de cara a la acción. Además, los indicadores seleccionados deben satisfacer al menos
tres exigencias: a) permitir comparaciones sincrónicas, en el espacio, b) permitir comparacio-
nes diacrónicas, en el tiempo, y la elaboración de pronósticos, y c) representar valores sobre
los que exista un grado de consenso (o posibilidad de lograrlo) entre las partes implicadas o
interesadas en la evaluación. Como es obvio, además de estas tres exigencias de utilidad de
los indicadores, éstos deben ser válidos y fiables, verificables y accesibles, además de indepen-
dientes cuando se trata de medir diferentes objetivos y metas294.
La recogida de datos para la evaluación
Como ya señalaba en el capítulo 10, una de las características del método en trabajo social
debe ser que esté basado en la evidencia y con una perspectiva metodológica mixta, en la que
se combine lo cuantitativo y lo cualitativo295 como síntesis multimetodológica más apropiada.
Esta síntesis parece ser una de las opciones de mayor consenso entre los investigadores socia-
les, sin que ello signifique una “mezcolanza” de métodos sin sentido (Álvarez, 1986). El empleo
conjunto de métodos y técnicas cuantitativas y cualitativas tiene, además, grandes ventajas:
permite la consecución de objetivos múltiples, ya que se interesa por el proceso y el resultado;
potencia la vigorización mutua de los dos tipos de procedimientos; y facilita la triangulación a
través de operaciones convergentes.
En cuanto a las técnicas y procedimientos de recogida de datos e información, en evalua-
ción se suelen emplear los siguientes:
Métodos cualitativos:
• Entrevistas focalizadas:
– abiertas o semiestructuradas
– en profundidad
• Observación sistemática:
– directa in situ, e indirecta
– participante, y no participante
• Análisis de contenido
• Análisis de documentos y fuentes secundarias
• Informantes-clave
• Estudio de casos
• Reuniones de grupo, ya se trate de:
– Foros comunitarios
– Grupos Nominales
– Grupos Delphi
294
El proceso de construcción de indicadores se explica detalladamente y con ejemplos reales de programas de interven-
ción en los que se emplean diferentes tipos de indicadores y criterios de validación en “El proceso de evaluación” dentro del
libro: M.ª J. Aguilar y E. Ander-Egg (1994). Evaluación de servicios y programas sociales, Buenos Aires, Lumen-Humanitas.
Para una mayor profundización en el proceso de medición en ciencias sociales se recomienda de P. González Blasco: “Me-
dir en las ciencias sociales”, en M. García Ferrando, J. Ibáñez y F. Alvira, El análisis de la realidad social. Métodos y técnicas
de investigación (3.ª Edición), Madrid, Alianza, 2003, pp. 343-404 (Hay que advertir que este último libro requiere un nivel
medio de formación en metodología de la investigación).
295
Se obvian, por tanto, en este apartado las reflexiones sobre el tema, remitiendo a su lectura en el capítulo 10, apartado
10.1.3. páginas 269 a 272.
397
– Grupos de Creación Participativa
– Grupos de Discusión focalizados
MANUALES Y ENSAYOS
– Registro Abierto
Métodos cuantitativos:
• Entrevistas estructuradas
• Encuestas
• Análisis estadístico
• Escalas de medición de actitudes y opiniones
• Diseños experimentales o cuasi-experimentales (apropiados en evaluaciones de impacto)
En el siguiente cuadro se resumen algunas de las principales ventajas e inconvenientes de
ciertas técnicas de recogida de datos que, con frecuencia, se emplean en la evaluación:
398
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
Existe un acuerdo entre los evaluadores acerca de que lo que verdaderamente diferencia un
abordaje evaluativo de otro: “No son los métodos sino más bien las preguntas, quiénes plan-
tean esas preguntas y qué valores se promueven” (Green, 1994).
Atendiendo a quiénes son los que plantean las preguntas de evaluación, los valores que se
promueven y el contexto organizacional y político en que la evaluación se desenvuelve, cada
vez se pone más énfasis en la necesidad de utilizar abordajes y enfoques participativos en la
evaluación, que consideren el protagonismo de los diversos actores y grupos interesados en
la misma (stakeholder based evaluation). Según este tipo de enfoques, los actores participantes
en el diseño de una evaluación y el rol que desempeñan en la determinación de las diversas di-
Este epígrafe fue publicado en M.ª J. Aguilar (2011a). “Evaluación participativa en la intervención social”, en E. Raya
296
(Coord.). Herramientas para el diseño de proyectos sociales, Logroño, Universidad de La Rioja, pp. 91-102.
399
mensiones del estudio así como la formulación de las principales preguntas evaluativas, es lo
que influirá en las distintas formas de abordar la evaluación de un programa.
MANUALES Y ENSAYOS
Esta importancia que los actores y audiencias tienen en el proceso evaluativo está sien-
do reconocida, explícita o implícitamente, por la mayoría de los autores actuales, sobre todo
aquellos que podríamos inscribir dentro de las corrientes pluralistas y crítico-reflexivas297.
La principal premisa teórica en que se fundamentan los modelos pluralistas de evaluación
es que siempre existe una diversidad de percepciones sobre los criterios evaluativos que de-
ben aplicarse en relación con un programa concreto; siendo lo más importante facilitar un
diálogo amplio entre los actores y sectores con criterios dispares, y no tanto el desarrollo de
medidas objetivas de los resultados de dicho programa. La evaluación pluralista abre el pro-
ceso evaluador a múltiples actores, con intereses y perspectivas diversas, para producir infor-
mación útil a esos actores (Ballart, 1992). Desde el punto de vista metodológico, la evaluación
pluralista utiliza metodologías cualitativas y mixtas con el objeto de alcanzar un conocimiento
profundo del programa y su contexto, y tiende a sustituir los métodos científicos que requie-
ren un entorno estable y sin cambios, por otros que se adapten a la naturaleza dinámica y evo-
lutiva de los programas.
Además, estos modelos o enfoques pluralistas promueven un estrecho contacto con la rea-
lidad y una mejor comprensión del entorno político y social en que se desarrollan (Ballart,
1992). Cuestión de gran importancia, pues no debemos olvidar que la evaluación siempre tie-
ne un componente político ineludible, al menos en tres dimensiones:
– Los programas son desarrollados a través de un proceso político de propuesta, defini-
ción, financiación y aprobación
– La propia evaluación tiene como propósito influir en la toma de decisiones políticas
– La evaluación tiene un peso político y adopta implícitamente una posición política (Pa-
lumbo, 1987; y Weiss, 1987).
Pero antes de adentrarnos en el análisis de las diversas modalidades de evaluación partici-
pativa, conviene realizar algunas precisiones o aproximaciones conceptuales.
297
Algunos de los modelos pluralistas más conocidos son: la evaluación libre de objetivos (Scriven, 1973); la evaluación
respondente o sensible (Stake, 1975; Shadish et. al., 1991); la evaluación naturalista (Guba y Lincoln, 1981); la evalua-
ción orientada a la utilización (Patton, 1978 y 1982); la evaluación iluminativa (Parlett y Hamilton, 1983); y la evaluación
democrática (McDonald, 1983). Entre los enfoques participativos críticos más recientes, con un abordaje pedagógico,
podemos mencionar a: Farley et. al. (1985); McKinney et. al. (1985); Midkiff y Burke (1987); Adelman (1987); Santos
Guerra (1990, 1995 y 1998); Fetterman (1994, 1996 y 1997); Cousins y Earl (1995); Cousins y Whitmore (1998); Briso-
lara (1998).
298
Emplearé esta expresión a lo largo del texto para referirme a cualquiera de los enfoques participativos de la evaluación,
salvo que se mencione un enfoque concreto dentro de esta perspectiva. Se empleará esta expresión también como equiva-
lente a “evaluación basada en el participante” (Vedung, 1997), salvo indicación en contrario.
400
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
401
– Se parte de los intereses e inquietudes concretas (cotidianas incluso) de las partes invo-
lucradas.
MANUALES Y ENSAYOS
402
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
299
Aunque ya lo aclaramos en una nota al comienzo de este libro, conviene recordar que el término no tiene una traducción
al castellano comúnmente aceptada por la comunidad científica, puede traducirse como “fortalecimiento o potenciación
para el ejercicio efectivo y pleno de la ciudadanía”. Se habla también de auto-sostenibilidad y ciudadanía, como conceptos
que refuerzan la idea de potenciación o fortalecimiento. De lo que se trata es de asegurar el poder necesario para que los
ciudadanos puedan conocer, elegir, decidir y actuar.
300
Íntimamente relacionado con la estrategia de potenciación o fortalecimiento (empowerment) a que antes se hacía refe-
rencia.
403
diálogo, comprensión, retroalimentación y aprendizaje. Porque “la evaluación no es una sim-
ple medición sino un proceso reflexivo”. Este enfoque genera una cultura de la autocrítica, del
MANUALES Y ENSAYOS
404
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
valor de un programa solo es parte de un proceso para mejorar las actividades, y la capacidad
de los participantes del programa para ser autónomos, ejercer el control y la responsabilidad
sobre lo que se hace, cómo y con qué recursos se hace y qué se consigue con ello.
En esta perspectiva, el evaluador tiene un papel muy diferente y diverso: frente al clásico papel
de experto y organizador, en este enfoque el evaluador puede ser un facilitador, un colaborador, un
defensor o un formador, dependiendo de las dinámicas generadas por el proceso de evaluación.
Esta evaluación se convierte así, en un instrumento pedagógico y político de fortaleci-
miento emancipatorio de organizaciones, individuos, grupos y comunidades. Como el mis-
mo Fetterman señala: se comparte “un compromiso con la evaluación como una herramienta
para construir capacitación y aumentar la autodeterminación y mejorar el programa” (1996).
Muchos estudiosos perciben este tipo de evaluación como un movimiento social y político.
En realidad, esta metodología tiene, como todas, un carácter político (quizás más explícito
que otras) al visualizar la evaluación como un instrumento transformador de los programas
sociales, dando mayor énfasis a la autodeterminación de los participantes y al aprendizaje
emancipatorio o liberador por lo que se refiere al proceso evaluativo. El concepto de auto-
determinación es un fundamento básico de este modelo evaluativo, que se define como un
conjunto de habilidades interrelacionadas, tales como: habilidad para identificar y expresar
necesidades; establecer objetivos o expectativas y trazar un plan de acción para alcanzarlas;
identificar recursos; hacer elecciones racionales entre cursos de acción alternativos; desarrollar
actitudes apropiadas para conseguir los objetivos; evaluar resultados, etc. También se habla
de autoestima, fortalecimiento de vínculos relacionales y motivación para construir proyectos
de futuro, como componentes del concepto de autodeterminación. De algún modo se trata
de un abordaje de tipo psicosocial, pues el proceso de fortalecimiento se refiere fundamental-
mente a las tentativas para ganar control, obtener recursos necesarios y entender críticamen-
te el propio ambiente social. El proceso es potenciador en la medida en que apoya y estimula
a individuos o grupos a desarrollar sus habilidades volviéndose autónomos para resolver los
problemas y tomar decisiones. A nivel individual los resultados pueden observarse a través
de la percepción del control de la situación, la sociabilidad y los comportamientos dirigidos a
la acción. En las organizaciones, los resultados pueden incluir el desarrollo de redes organiza-
cionales, la captación de recursos y la definición de políticas. En la comunidad, los resultados
pueden ser analizados por la evidencia de procesos de inclusión social, convivencia pluralista
y construcción de proyectos colectivos de mejora del medio ambiente y de la calidad de vida.
El papel del evaluador es el de “facilitador-catalizador pedagógico”, experto en transferencia
de tecnologías sociales (incluida la de autoevaluación). Como en una espiral, los participantes y el
evaluador son sujetos de un proceso creciente y acumulativo de reflexión y de autoevaluación. Los
puntos clave de este enfoque evaluativo son: la capacitación y transferencia tecnológica; la forma-
ción y facilitación; la defensa activa; la iluminación y creación; la liberación y autodeterminación.
Posiblemente la especificidad de la tarea del evaluador en estos enfoques, sea la de apor-
tar su experiencia metodológica a los demás actores. A la vez que realizar una síntesis supera-
dora y creativa a partir de lo que ellos brindan.
405
enfoques clásicos racionalistas. Según Vedung (1997), son tres las principales ventajas que
este enfoque presenta sobre los clásicos:
MANUALES Y ENSAYOS
406
SEGUNDA PARTE METODOLOGÍA DEL TRABAJO SOCIAL
301
Cf. O. Nirenberg, J. Brawerman y V. Ruiz (2000). Evaluar para la transformación. Innovaciones en la evaluación de pro-
gramas y proyectos sociales, Buenos Aires, Paidós, pp. 100-104.
407
MANUALES Y ENSAYOS
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