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Dr.

HONORIO DELGADO
Profesor de Psiquiatría en la Universidad de L i m a

Psicología general y psicopa-


tología del sentimiento

P R E N S A S
DE LA
UNIVERSIDAD DE CHILE
19 3 6
Tirada aparte de la «Revista de Psiquiatría»
1. D E F I N I C I O N Y D E L I M I T A C I O N D E LA V I D A
AFECTIVA.— 2. P O L A R I D A D Y GRADACION. —
3. MODOS Y FORMAS D E L S E N T I M I E N T O . — 4.
A L T E R A C I O N E S CUANTITATIVAS.— 5. A L T E -
R A C I O N E S D E ,LA REGULACION.— 6. A L T E R A -
C I O N E S CUALITATIVAS.— 7. A L T E R A C I O N E S
D E L CURSO.— 8. CONSECUENCIAS PATOGE-
N E T I C A S D E LA EMOCION.— 9. A L G U N O S SEN-
TIMIENTOS EN PARTICULAR.

1. Sentimientos son los estados anímicos, agradables o


desagradables, vividos por el yo de una manera inmediata,
suscitables por todo género de causas y que no se prestan
a la observación directa. Esta definición permite deslindar
— hasta donde ello es posible y legítimo — el campo de la
vida afectiva respecto del propio de la intelectual y de la
activa. En efecto, el sentimiento se diferencia principal-
mente de la percepción y del pensamiento: 1' en que tiene
de manera exclusiva la polaridad de lo agradable y lo desa-
gradable; 2' en que no requiere forzosamente un objeto: es
vivido directamente, se da; mientras que la percepción y el
pensamiento no son concebibles sin la objetivación, sin la
captación de una materia en el acto intencional: sensacio-
nes, ideas; 3' en que es suscitado por cualquiera suerte de
objetos y experiencias: percepción, representación, fantasía,
impulso etc., sin que haya relación constante entre la ex-
periencia afectiva y lo que la origina, en tanto que la per-
cepción y el pensamiento son provocados por objetos con
los que mantienen una relación específica. Por lo que res-
pecta a la vida activa, nos parece que una delimitación con-
sistente es sólo posible frente a la voluntad, pues los ins-
tintos y la vida afectiva son inseparables, no sólo genética
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sino también fenomenológicamente, como veremos después.


El sentimiento difiere de la voluntad, además de la pola-
ridad agradable-desagradable, en que es vivido directamen-
te y por lo común como algo unitario y de estructura con-
fusa, en tanto que el acto voluntario entraña cierto desdo-
blamiento y una estructura con aspectos inmediatos y me-
diatos al yo.
Con todo, hay transiciones innegables entre el senti-
miento y las otras formas de la actividad mental — en cu-
ya totalidad unitaria sólo son aspectos artificialmente ais-
lados los que estudiamos. Se confunde particularmente con
la vida intelectual en dos de sus modalidades: los estados
afectivos sensoriales y los actos de intencionalidad emocio-
nal. En efecto, en los estados afectivos sensoriales el sen-
timiento es suscitado por un sólo género de causas — las
sensaciones — que le dan un contenido. En los actos de
intencionalidad emocional el sentimiento capta valores,
tiene un contenido objetivo, de orden espiritual. Por lo de-
más en la vida real el sentimiento es inseparable de la ac-
tividad intelectual, hasta el punto de que no se puede con-
cebir lo afectivo sin la virtud cognoscitiva. La vida afectiva
se confunde con la activa en el campo propio de las tenden-
cias afectivas, que como los actos de voluntad son movi-
mientos nacientes. Con relación al instinto, nos parece que
todo intento de separación es infructuoso. A nuestro en-
tender, la vida afectiva en conjunto tiene su condición di-
námica en el mundo de los instintos. Por lo menos el as-
pecto activo del sentimiento depende de manera estricta del
instinto. Esto se ve claramente en la coparticipación del or-
ganismo en las emociones, tanto en forma de cambios fi-
siológicos internos, adaptados a reacciones ventajosas para
el sujeto, como en la forma de expresión, que conecta al
hombre con su medio y sobre todo con sus semejantes. Sin
propugnar la tesis extrema de que todas las manifestacio-
nes de la vida afectiva no son sino producto del instinto y
sosteniendo, más bien, consecuentes con la definición dada
al principio, la autonomía fenomenológica de buena parte
de tales manifestaciones, estudiaremos aquí los sentimien-
tos que no se confunden de modo indudable con el instinto.
Por lo tanto, dejaremos de lado las necesidades, las inclina-
ciones y las pasiones.
La necesidad de destacar y aislar los sentimientos de
la vida anímica total, impuesta por el método, no debe- hacer
olvidar en ningún momento que lo afectivo es una abs-
tracción. En la existencia concreta del hombre las poten-
cias y manifestaciones psíquicas no son una suma sino una
totalidad indivisa, un mundo orgánico. Obligados a anali-
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zarlo para lograr su conocimiento, distinguimos, entre otros,


esto que llamamos los sentimientos, los cuales, gracias al
mismo análisis, se nos manifiestan de una importancia no-
table, tanto para la exteriorización de la vida interior cuan-
to para la misma experiencia de lo externo, del mundo, te-
niendo una actividad reguladora del orden general. Esto
último lo formula Klages con una imagen particularmente
expresiva para el cultor de la medicina: "La función del
sentimiento — escribe — es en la vida anímica comparable
a la de las hormonas en la corporal: establece relaciones en-
tre los demás procesos".
Esta función de relacionar las actividades anímicas,
evidentemente, no se refiere sólo a las conscientes. De ahí
que los sentimientos tengan una significación de profun-
didad variable y que, por ende, sean interpretables con re-
ferencia a los diversos planos y al conjunto de la perso-
nalidad, con sus fines respecto del mundo exterior, respecto
del propio vivir histórico y en correspondencia con el espí-
ritu superpersonal. Esta condición entrañal de la experien-
cia afectiva, de arraigo en la intimidad, unida a su ordinaria
característica configuración poco precisa — de "fondo",
más que de "figura" (tomando estos términos en el sentido
de ia G e s t a 11 p s i c h o 1 o g i e) — justifica la mul-
tiplicidad de posibles interpretaciones simbólicas o expresi-
vas de los estados sentimentales, que reflejan a la vez lo
cambiante, unitario y peculiar de la existencia subjetiva.
Cuando las manifestaciones de la vida afectiva no constitu-
yen la materia principal de la experiencia, destacándose de
manera clara, forman, pues, la atmósfera que da su calor
y su colorido específico, como un acompañamientó, a las
estructuras actuales más diferenciadas y focales, sean del
pensamiento, sean de la acción.

2. En la definición de los sentimientos figura la p o 1 a-


r i d a-d de lo agradable y lo desagradable. Esta es la más
saltante y la más general, pero no la única ni la que sirve
de medida a las demás y menos al sentimiento mismo. En
efecto, para comenzar con esto último, lo agradable
y lo d e s a g r a d a b l e no agotan la cualidad de la
experiencia afectiva, pues, como lo prueba la observación
imparcialj hay placeres de intensidad comparable que sin
embargó difieren radicalmente por su carácter: el senti-
miento que produce un perfume no se puede comparar con
el provocado por un dicho ingenioso, ni éste con el que tíos
da la contemplación de un paisaje, aunque los tres sean
igualmente agradables y de naturaleza estética. Según úna
imagen, que, si no recordamos mal* se debe a Müller-
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Freienfels, lo agradable y lo desagradable son en la expe-


riencia afectiva lo mismo que el clarobscuro en las pintu-
ras, el resto — lo más importante y específico de la expe-
riencia afectiva total — es como los colores. Hay, pues,
aspectos del sentimiento independientes de esta polaridad:
tales las que Claparéde llama "emociones puras", sin mez-
cla de agrado ni desagrado, que conforme al simil mencio-
nado, serían como cuadros sin blanco ni negro, con sólo
colores. Cualquiera que se examine podrá también encon-
trar en su experiencia estados afectivos en que no hay ni
asomos de agrado o desagrado — como ciertas clases de es-
pectación — y otros en que coexisten placer y desplacer —
como sucede en situaciones riesgosas y triunfales. Por otra
parte, incluso los sentimientos que parecen dominados por
el par agrado-desagrado son en realidad "asimétricos": así,
por más que se analice el odio y se trate de cambiar de sig-
no a la experiencia, no se llegará a determinar el amor.
Además, hay sentimientos completamente faltos de miem-
bro simétrico, a los que no se puede contraponer un opues-
to: como, por ejemplo, el pesar a la muerte de un ser que-
rido o la alegría de contemplar una flor peregrina. Por úl-
timo, la cualidad de lo agradable y la de lo desagradable
no son signos constantes de adecuación o inadecuación bio-
lógica, respectivamente: el hombre que se duerme gozosa-
mente por efecto de un tóxico que le privará de la vida o el
paralítico general eufórico en lo más grave del proceso pa-
tológico son extremos que tienen sus semejantes atenua-
dos en la vida ordinaria — demostrativos de que es falsa la
interpretación utilitaria o biológica de la polaridad que nos
ocupa. Más satisfactoria nos parece la manera de ver de
Stern, quien sostiene que lo agradable está relacionado con
la aproximación o cumplimiento de un fin — que no re-
quiere ser biológico — dentro de la estructura teleológica
total de la persona, y lo desagradable, a la inversa, una des-
viación o falla del fin, con cierto grado de conciencia de
ello en uno y otro caso. La observación de Klages es com-
plementaria respecto de las consecuencias: "Todos los sen-
timientos alegres, según lo hemos verificado, entrañan el
impulso de abrirse (el alma), todos los sentimientos peno-
sos, el impulso de cerrarse".
Las otras dimensiones de la vida afectiva — no senti-
mientos elementales como todavía se propugna — señala-
dos por Wundt, en adición al par agradable-desagradable:
excitación-depresión y tensión-alivio,
no agotan sus posibles manifestaciones polares. Como ob-
serva Stern — a quien debemos apreciables ideas en esta
materia—, con calificar de excitación y tensión agrada-
10 PROF. HONORIO DELGADO

ble, etc. un estado afectivo no se nos dice gran cosa sobre


su índole propia: "El sistema permite comparar senti-
mientos según puntos de vista determinados, sin que por
eso se suprima la particularidad en último análisis incom-
parable de tales sentimientos". A semejantes pares hay que
agregar los siguientes, para multiplicar las referencias de
una descripción: superioridad-inferioridad,
profundidad-superficialidad, autentici-
d a d - f a l s e d a d , s e r i e d a d - j u e g o , aparte de la sig-
nificación o determinación i n s t i n t i v a , subjetiva,
objetiva, v a l o r a t i v a y t e m p o r a l , variable
en cada experiencia concreta y en cada alma. Mencionare-
mos por ahora solamente la significación subjetiva, cu-
yos datos son preciosos para el cultor de la psicopatolo-
gía. Los^sentimientos son significativos para el sujeto por-
que sirven a sus fines, como disposición, dirección, señal,
impulso — significado teleológico que se explícita en la
acción. Son también significativos como indicios de la per-
sonalidad, en tanto que funciones de un ser complejo, con
fisonomía dinámica e historia propias, que se reflejan en
su modo de sentir — significado simbólico qüe se exterio-
riza, en la expresión. Esto no es absoluto, pues hay activi-
dades mentales que se actualizan con adecuación y natu-
ralidad perfectas sin que intervenga la vida afectiva, por
lo menos de modo aparente.
Siguiendo a Stern, distinguimos dos órdenes de gra-
daciones en Iqs sentimientos: formales y personales. Las
f o r m a l e s son: 1.» la i n t e n s i d a d es, c e t e r i s
p a r i b u s , tanto mayor cuanto más puro el sentimiento,
tanto menor cuanto más se intelectualiza o se expresa en
la acción, por una parte, o se hace subconsciente, a causa
del hábito, de la represión, etc., por otra parte; 2.' la a m-
p l i t u d o. e x t e n s i ó n se refiere al ámbito de influen-
cia del sentimiento sobre los demás contenidos de la con-
ciencia: así, los estados de ánimo son notablemente am-
plios, una pasión es de ordinario estrecha; 3.' la d u r a-
c i ó n varía entre el episodio instantáneo hasta la actitud
afectiva permanente — sin hablar aquí de los efectos que
pueden ser de entidad y duración tan varias como el sen-
timiento mismo, aunque no «sean coextensivos por regla
general (el efecto de una emoción pasajera puede ser du-
rable). Hay cierta proporción inversa entre la intensidad y
la amplitud, como la hay también inversa, aunque menos
frecuente^ entre la amplitud y la duración de un senti-
miento.
Las gradaciones p e r s o n a l e s se refieren a la
profundidad, la autenticidad, la seriedad y el nivel. 1.» La
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p r o f u n d i d a d , por su esencia, no es de naturaleza ge-


nuinamente psicológica sino antropológica: la persona hu-
mana tiene profundidad, esto es, del lugar de contacto (no
físico sino metafísico) entre ella y el mundo parte una di-
rección hacia su ser y su vida, de la superficie hacia ca-
pas en que la persona es más y más sí misma, menos y
ménos dependiente del mundo; en relación con esto se pue-
de hablar de grados de profundidad o intimidad de la expe-
riencia, sobre todo de la afectiva: los sentimientos más
profundos son los más entrañables, aquellos en que el ser
personal se proyecta de la manera más inmediata en lo
psíquico, apareciendo al mismo tiempo de modo transpa-
rente; la capacidad para sentimientos profundos varía mu-
cho de un individuo a otro y en el mismo individuo, con
respecto a los objetos que los suscitan; 2» la a u t e n t i c i -
d a d (o falsedad) de los sentimientos se vincula en parte
con el grado de profundidad (o superficialidad), pero no
se confunde: se trata de engaño subconsciente no de la fal-
sedad hipócrita: la experiencia afectiva es referida a una
profundidad a la que realmente no pertenece — por ejemplo,
el entusiasmo político de un resentido que cree seguir
lealmente una ideología por la virtud de ésta, mientras que
es por desahogar los sentimientos de un estrato de su per-
sonalidad del que no tiene conciencia o que no se confiesa
por ser indigno el móvil de la envidia hacia los poderosos,
los fuertes, los afortunados, etc.; 3.® la s e r i e d a d (o
falta de seriedad, juego, ficción) hace depender los senti-
mientos de su inserción en los fines de la existencia activa
y positiva o, por el contrario, de su referencia a virtuali-
dades fuera de la realidad cotidiana: no se confunde con
la autenticidad, pues el puro sentimiennto lúdico o el ar-
tístico son auténticos en consonancia con la esfera de va-
lores del mundo de la fantasía y el encanto — que no pre-
tende tener consistencia (por lo menos de manera inme-
diata) en el mundo de la vida práctica, sino que le basta
expresarse como apariencia vivida; 4.' el n i v e l está
condicionado por la escala de los valores a que se refieren
los sentimientos: los vitales, que son comunes al hombre y
a los animales, y los espirituales, exclusivos del alma hu-
mana.

3. A causa de la gran variedad de la experiencia afec-


tiva, toda clasificación de losi sentimientos es incompleta
e imperfecta. Nos contentaremos con señalar aquí algunas
distinciones basadas en puntos de vista complementarios.
Así, en primer lugar, la división fundada en las regiones
del ser con que se vinculan los sentimientos: los estados
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afectivos sensoriales, los estados afectivos vitales y los


estados afectivos anímicos y espirituales. 1.® Los e s t a -
d o s a f e c t i v o s s e n s o r i a l e s , suscitados directa-
mente por las sensaciones, son localizados en partes del
cuerpo limitadas. Esto no significa que toda sensación en-
trañe un sentimiento o "tono afectivo", ni tampoco que
todo sentimiento despertado por una percepción sea un
estado afectivo sensorial: así, la satisfacción que nos da
contemplar una estatua no es un estado afectivo sensorial,
pues no depende de las sensaciones mismas sino del obje-
to artístico. Los estados afectivos sensoriales son raros
tratándose de las sensaciones superiores (de la vista y del
oído) y frecuentes para las inferiores. Una luz que
hiere el ojo o un chirrido que mortifica el oído son ejem-
plos de los primeros, mientras que casi todas las sensacio-
nes gustativas y olfatorias y buena parte de las de la sen-
sibilidad general entrañan estados afectivos. 2.® Los e s-
t a d o s a f e c t i v o s v i t a l e s , que comprenden los
"estados de ánimo", no están ligados a ningún sitio deter-
minado del cuerpo, aunque originados en éste. Son difu-
sos, dependen de la condición general del organismo y,
como los sensoriales, se acdmpañan de escasas represen-
taciones y son difíciles de dominar por esfuerzos de la vo-
luntad. Además, se relacionan directamente con los ins-
tintos. Son estados afectivos vitales el hambre, la sed, la
saciedad, el asco, el cansancio, el malestar, la somnolencia,
la voluptuosidad, etc. 3.® Los e s t a d o s afectivos
a n í m i c o s y e s p i r i t u a l e s no se localizan en el
organismo, aunque pueden ser suscitados por sensaciones
y por estados afectivos sensoriales y vitales. Son motiva-
dos, se acompañan de representaciones más o menos abun-
dantes y se muestran más dóciles a la voluntad que los
otros estados afectivos. Si la percepción es capaz de mo-
tivar la manifestación de un estado afectivo anímico o es-
piritual no es por el elemento sensorial sino por el sentido
de lo percibido: una noticia me llena de pesar por los da-
tos enunciados que comprendo y no por la sola excitación
de mis oídos; la contemplación de una hazaña me llena de
alegría no por virtud de las imágenes ópticas sino por la
significación moral de lo visto. Se comprende que hay sen-
timientos que no se pueden vicluír sin violencia en uno
de estos grupos — formas de transición—, así como los
hay correspondientes a dos de ellos o a los tres — esta-
dos afectivos complejos.
Desde el punto de vista de su repercusión psicofisio-
Iógica los sentimientos se dividen en emociones y senti-
mientos suaves. 1.» Las e m o c i o n e s — en sentido es-
PSICOLOGÍA G E N E R A L Y PSICOPATOLOfeÍA D E L S E N T I M I E N T O l 1 3

tricto — se caracterizan por llenar la experiencia, de or-


dinario sólo durante corto tiempo, de modo que el resto de
la vida anímica y el aparato corporal se hallan en cierto
modo sometidos a su dominio. Al tratar de la influencia
patógena de la emoción consideraremos el aspecto fisioló-
gico de la repercusión. Si es .cierto que la emoción pro-
duce alteraciones fisiológicas notables, no son empero las
únicas experiencias afectivas que tienen tal efecto, pues
está demostrado y es fácil comprobar en el laboratorio que
aun los sentimientos más suaves repercuten en alguna for-
ma sobre el estado corporal. 2.9 Para distinguirlos de las
emociones, en el sentido indicado, llamamos sentimien-
t o s s u a v e s a todas las demás experiencias afectivas,
que en mayor o menor grado sirven a otros procesos aní-
micos o se unen a contenidos de otra clase. Entre estos
debemos mencionar como variedades principales los sen-
timientos valorativos, el tono afectivo y la tendencia afec-
tiva. a) Aunque la vida afectiva en su conjunto es insepa-
rable de la valoración, tiene sin embargo manifestaciones
especiales cuya función es hacer que el sujeto "perciba" o
"sienta" los valores: tal es el s e n t i m i e n t o v a 1 o-
r a t i v o o a x i o l ó g i c o , que no crea los valores ni
los determina, sino que permite su acceso a la experien-
cia, su hallazgo. "Si las determinaciones de valor para el
sujeto anímico pertenecen a los objetos en los cuales se
dan, sin embargo, no son nunca descubiertas en los obje-
tos gracias a las actividades de la mera conciencia de los
objetos ni por cualquiera otra actividad del pensamiento"
(Pfaender). Sin oponerse a esto tenemos que el amor, en
el sentido general, aunque hace valioso el objeto amado, no
es en rigor un sentimiento valorativo: un objeto puede ser
sentido como valioso incluso sin ser amado, gracias preci-
samente al sentimiento axiológico. b) El t o n o afec-
t i v o es la resonancia sentimental que señala de manera
particular en el acontecer anímico del sujeto un objeto o
una experiencia (o una serie) determinada. Esta relación
de la disposición sentimental del sujeto con los hechos o
contenidos concretos — relación que tiene un carácter re-
presentativo extrarracional—, no tiene nada que ver con el
concepto primitivo y falso de "tono afectivo", como com-
ponente de toda sensación (Nahlowsky), ni tampoco con
el simple "buen o mal humor irrazonado, sin motivo"
(Dwelshauvers), que es un estado afectivo vital. El tono
afectivo suscitado por la voz de la madre" es lo que sirve
para tranquilizar al niño incluso después de sólo pocos
días de nacido, mientras que la voz de otras personas re-
sulta ineficaz. Los "complejos" de los psicoanalistas im-
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plicati experiencias con fuerte tono afectivo, el cual pue-


de ser reprimido o desligado. c ) L a t e n d e n c i a a f e c -
t i v a corresponde a la colaboración del sentimiento en la
dirección de la actividad presente del sujeto. Principal-
mente por ella se organiza en profundidad nuestra vida
consciente y cobran significación y unidad los momentos,
y tal vez si es uno de los aspectos de la vida afectiva más
importante para que el sujeto no sólo se inserte en el
presente sino para que lo vincule a si propio. Incluso en
los estados de conciencia que parecen exclusivamente in-
telectuales obra el sentimiento moviendo hacia fines, regu-
lando la configuración actual de la experiencia. Aquí nos
referimos a la participación de la vida afectiva suscepti-
ble de ser verificada por la introspección. El concepto de
tendencia afectiva tiene también otra significación, mucho
más amplia, que incluye las inclinaciones y las pasiones,
cuyo estudio corresponde al capítulo del instinto.
Por último, los sentimientos se pueden clasificar con
respecto a su d i r e c c i ó n t e m p o r a l : unos se in-
sertan en el presente, como las tendencias afectivas seña-
ladas, otros apuntan al porvenir, v. g., el anhelo, el temor,
la esperanza, y otros, en fin, tornan al pasado, por ejem-
plo, la nostalgia, el arrepentimiento, etc. La vida afectiva
toda forma la vena de nuestra historia interior y el fondo
de la estructura de nuestro mundo personal. No nos de-
tendremos en considerar aquí tales aspectos. Unicamente
señalaremos, para terminar este punto, el hecho de que en
»la experiencia del hombre normal así como en la del en-
fermo la vida afectiva no sólo tiene importancia extraor-
dinaria sino una frecuente prelación: así como precede en
el desarrollo a la actividad intelectual y a la volitiva, en la
experiencia del adulto sus manifestaciones de ordinario
se anticipan a las demás potencias. Antes de haber perci-
bido bien un objeto o un estado de cosas tenemos ya una
impresión afectiva; antes de darnos cuenta de un cambio
surge un presentimiento; sin saber ni determinar cómo
hemos de comportarnos en una situación, el sentimiento
nos indica un camino; cuando aún no tenemos una sensa-
ción del mal estado de nuestros órganos la enfermedad del
cuerpo se anuncia con el sentimiento de malestar; en el
enfermo mental incipiente un estado afectivo extraordina-
rio prepara las convicciones que preceden, a las ideas mór-
bidas; en el neurópata las modificaciones del ánimo se an-
ticipan a los fenómenos de otra índole. Los acontecimien-
tos de gran momento para el equilibrio y la configuración
de nuestra vida mental, los t r a u m a t i s m o s psí-
q u i c o s obran revolucionando nuestra existencia prime-
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ramente, y a veces principalmente, por la afectividad. Es-


ta hace posible el traumatismo y le da su carácter privile-
giado en la estructura dinámica de la personalidad, aun-
que otros aspectos de la vida mental precisen el alcance
simbólico de la mutación.

4. Las anormalidades del sentimiento se pueden clasi-


ficar en relación con la intensidad, la regulación, la cua-
lidad y el curso. Así estudiaremos primero las alteracio-
nes cuantitativas, entendiendo este término en el sentido
de aumento o disminución de la excitabilidad de los sen-
timientos •—• no como si se tratase de verdaderas cantida-
des. Entre las manifestaciones fácilmente aislables de esta
clase tenemos: 1.» el aumento de la excitabilidad afectiva,
2.' el estupor emocional, 3.® el embotamiento y la estupi-
dez afectiva, 4.' la apatía.
1. El aumento de la excitabilidad
a f e c t i v a entraña la manifestación de sentimiento por
causas que normalmente no son capaces de despertarlos
y la exageración de las reacciones emocionales. Así, al co-
mienzo de la psicosis y crónicamente en los neurópatas as-
ténicos se producen estados afectivos penosos tanto por
ocurrencias triviales del trato familiar o social cuanto por
sensaciones corporales que ordinariamente no alcanzan el
umbral de la conciencia. "Una mala noticia que me dan de
sorpresa — nos informa una psicasténica—, me pone en un
estado de suma nerviosidad, completamente pálida, con la
pulsación acelerada y después muy débil, y en seguida de-
caimiento por algunos momentos". De modo semejante,
las sensaciones auditivas y ópticas que en el hombre nor-
mal no despiertan sentimiento alguno, son experimenta-
das como desagradables y hasta intolerables. Asimismo,
los estados de ánimo cobran una intensidad y una profun-
didad que perturban toda la vida consciente del sujeto, cu-
ya existencia se centra en tales experiencias. Cosa análoga
ocurre en las psicosis, particularmente la esquizofrenia,
a menudo en relación con alucinaciones cenestésicas. De
ahí que con frecuencia se interpreten erróneamente como ce-
nestopatías desórdenes muy complejos, incluso sistemas de
ideas delusivas en sujetos que tienen un aumento secun-
dario de la excitabilidad afectiva. A este propósito, dice
Janet muy sensatamente que "las explicaciones cenesté-
sicas, que seducen por su apariencia fisiológica, no son
hasta el presente sino espejismos, palabras puestas en lu-
gar del fenómeno que se quiere explicar".
En determinadas condiciones patológicas orgánicas,
sobre todo en la enfermedad de Basedow, la excitabilidad
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afectiva exagerada constituye uno de sus componentes


psíquicos. El relato siguiente de una hipertiroidea es típi-
co de esta excitabilidad tanto de los estados afectivos sen-
soriales y vitales como de los anímicos: "Hallándome bien,
principiaba a sentir desasosiego y opresión; no veía la ho-
ra de sal'r de la iglesia o el teatro porque me parecía que
me faltaba la respiración. Luego unas veces sentía un gran
decaimiento con tiran cez en el cerebro, lasitud en los bra-
zos y piernas. No tenía aliento para nada. Otras veces me
venían ideas extrañas, temía volverme loca, con lo que me
entraba una desesperación y angustias terribles. Al pre-
sente, cualquiera impresión me hace un efecto atroz; me
deja como paralizada y tengo la sensación de que se me
retirase la sangre; siento como un temblor interno. Casi
siempre siento el cuerpo, que sin dolerme nada, no está bien.
Hay días que parece que me faltara la respiración: quiero
respirar profundamente y no puedo. A veces me sobreviene
una crisis que me parece que voy a morir, pues sin nin-
gún motivo importante empiezo a sentir una sensación ex-
traña que yo misma no puedo explicar, pero que me causa
angustia terrible. Otras veces las crisis me vienen cuando
tengo algún disgusto o contrariedad y entonces se acom-
pañan de palpitaciones que duran largo rato".
Algo parecido ocurre con la excitación y la depresión
de la psicosis maníaco-depresiva, de la parálisis general, de
la embriaguez, etc.: además de la espontaneidad afectiva
de que nos ocuparemos después, tenemos qué un hecho sin
importancia es capaz de producir marcada cólera o ale-
gría a un excitado o infinito pesar a un deprimido.
2.® El llamado e s t u p o r emocional consiste
en la pérdida momentánea de la capacidad de vivir
afectiyamente los acontecimientos, como si el umbral de la
excitabilidad del sentimiento se elevara hasta hacerse inal-
canzable. Se presenta particularmente a consecuencia de
grandes ^impresiones. Una catástrofe, un peligro inminente,
una grave noticia producen inmediatamente la inhibición
del sentimiento o, por el contrario, una intensa emoción
precede al estupor emocional. Un homicida pasional, de
una emotividad crónica exagerada, nos manifiesta que
después de la extrema excitación que terminó con el deli-
to, cesó toda vida afectiva en él. Entonces verificó tran-
quilamente la gravedad del hecho consumado, midió las
consecuencias; su conciencia permaneció vigilante y más
lúcida que nunca, pero no se actualizó ningún sentimiento
en su corazón durante varios minutos, como si todo su cau-
dal afectivo se hubiese agotado súbitamente.
3.9 La a p a t í a (en sentido literal) es la incapacidad
PSICOLOGÍA G E N E R A L Y P S I C O P A T O L O f e Í A D E LS E N T I M I E N T O l0 1 7

de experimentar sentimientos incluso cuando la mente


conserva la aptitud de comprender las situaciones. Gene-
ralmente se acompaña de abulia. El enfermo es indiferente
hasta para las impresiones que tocan más de cerca el co-
razón y la vida, las que hacen reaccionar incluso al suje-
to tarado de estupidez afectiva. No se trata de una depre-
sión del ánimo dominada por sentimiento de tristeza m
de una actitud definida por el pesimismo, sino de una in-
susceptibilidad primaria para gozar y para sufrir, para
conmoverse por un peligro o por un beneficio; en general,
es como si la mente hubiese perdido los resortes de la
vida afectiva. Esta condición puede ser pasajera, como ocu-
rre a menudo en el período agudo de las psicosis, o de-
finitiva, según se observa en el proceso esquizofrénico y
menos frecuentemente en los estados demenciales o de le-
sión cerebral. En la esquizofrenia se presenta en todos los
grados, desde la simple frialdad hasta la completa aniqui-
lación del sentimiento. En este caso, ni la muerte de los
seres que fueron más queridos, ni las condiciones más ad-
versas a la existencia del sujeto llegan a tener una re-
percusión afectiva, ni diferenciada ni rudimentaria. Esta
anormalidad no debe confundirse con la falta de expresión,
frecuente en los esquizofrénicos, que es compatible con
una vida interior activa. Uno de estos pacientes, ejemplar
de aparente ecuanimidad, nos manifiesta al sanar que con
frecuencia sentía cólera y otras emociones fuertes que las
expresaba a su modo; por ejemplo, "comer en abundancia
y rápidamente era una forma de eliminar ciertas emocio-
nes de cólera, tedio, etc., dar curso a la impotencia que
tenía para cumplir con mi ideal".
4.® El e m b o t a m i e n t o a f e c t i v o es un esta-
do crónico de incapacidad de experimentar cierta clase de
sentimientos, sobre todo los sentimientos superiores, por
eso se llama también e s t u p i d e z afectiva. Es
propio de individuos de desarrollo intelectual deficiente o
de personalidad anormal. En efecto, en los oligofrénicos
faltan a menudo los sentimientos más diferenciados, como
el del honor, el respeto, el pudor, el amor, la compasión,
etc. y a veces incluso sentimientos anímicos simples, co-
co el temor. En ciertos sujetos de personalidad psicopáti-
ca, la cosa es más notable, pues con una inteligencia bien
desarrollada, son incapaces de sentimientos superiores co-
mo los antes mencionados, aunque pueden simular que
los poseen. En la antigua nomenclatura psiquiátrica tales
casos se designan con el. hombre de locura moral ( m o r a l
i n s a n i t y ) . Uno de estos sujetos, muy aficionado a la
literatura, tiene durante un tiempo franquicia para sacar
18 PROF. H O N O R I O D E L G A D O

libros de la biblioteca del hospital y pudimos verificar que,


"por gusto", arrancaba las hojas de la parte más impor-
tante de las obras; eí mismo no tuvo reparo en inducir a
su hermana a la prostitución; antes, viviendo con una pa-
riente que mucho le quería y protegía, le robó insidiosa-
mente y sin arrepentimiento, todas sus economías; de ni-
ño ya dió muestras de su insensibilidad efectuando "haza-
ñas" (que nos contaba, adulto, casi con orgullo) como la
siguiente: recoger del suelo con la lengua los escupitajos
de la calle previa apuesta de algunos centavos.
5. Otro grupo de anormalidades de la vida afectiva, ca-
racterizadas más por las condiciones internas de su apa-
rición que por su intensidad son las que llamaremos alte-
raciones de la regulación: 1.' espontaneidad afectiva anor-
mal, 2.' labilidad o inconciencia emocional, 3.® diátesis ex-
plosiva.
l'La espontaneidad afectiva anormal
implica una producción de sentimientos sin motivo, sin
condiciones externas que la hagan comprensible. Tal ocu-
rre en los oligofrénicos de tipo erético, que se agitan y
encolerizan de manera inopinada; en los maníacos y cier-
ta clase de paralíticos generales, que sienten una alegría
incontrastable; en los melancólicos, dominados por la
tristeza más sombría, que ningún bien puede aplacar; en
los catatónicos y en algunos epilépticos, bajo la forma de
accesos de rabia, de angustia, de terror o de éxtasis. Como
ya hemos dicho, en estas mismas condiciones, además de
la producción afectiva espontánea, pueden tener lugar —
sobre todo en los exaltados — manifestaciones provoca-
das, reacciones afectivas de intensidad anormal. Y muchas
veces no es posible delimitar lo espontáneo de lo provo-
cado, como se muestra en este fragmento de los recuerdos
de un hipomaníaco: "En la madrugada se desencadenó la
crisis en forma incontenible y se inició el período de la
verdad. A todos los que se iban presentando les fui gritan-
do casi voluntariamente, como un borracho que se aproveena
del estado de ebriedad para desnudar su alma, todo lo que
tenía escondido y recuerdo a todas las personas que hice
llorar amargamente, y no me pesa. En mi cerebro aparecían
ideas luminosas, una de ellas, el misterio de la vida, que
resolví con toda claridad. Comenzó seguramente el delirio
de grandeza y me llamé "un iluminado".... Mi voz se alza-
ba cada vez más y decía: "yo soy un voluntarioso, aquí se .ha-
ce lo que yo mando; ahora les corresponde conocerme;
que se transforme este cuarto. Tengo ochocientos mil so-
les.... en proyectos....". De esta suerte la exaltación o la de-
presión primaria, vitales, condicionan estructuras afecti-*
PSICOLOGÍA G E N E R A L Y PSICOPATOLOfeÍA D E L S E N T I M I E N T O l 9

vas secundarias, tanto generales como autovalorativas, con


la consiguiente participación del pensamiento y las demás
facijjtades. Así, un maníaco se titula "el hombre más
fuerte y el asesino más terrible del universo", y un me-
lancólico, hombre honrado, que se acusa de haber vivido
robando desde que se casó hasta la fecha, se llama "el
criminal más endiablado que ha existido desde que el mun-
do es mundo".
2.p La i n c o n t i n e n c i a o l a b i l i d a d emo-
c i o n a l se caracteriza principalmente por efusiones que
se desencadenan con causa insuficiente o inadecuada — de
lo cual se percatan los mismos sujetos que la sufren—, ex-
teriorizándose de manera incontenible, casi automática, en
forma de risa o llanto. La labilidad emocional es síntoma
importante en los desórdenes propios de los traumatismos
craneanos (conmoción cerebral etc.), de la arterieesclero-
sis cerebral, de la esclerosis múltiple. Pero no es exclu-
sivo de tales alteraciones orgánicas; se presenta también
en las psicosis, sobre todo en la forma hebefrénica de la
esquizofrenia, en neurosis,.como la histeria, y aun en per^
sonas normales, particularmente durante la pubertad y tal
vez con más frecuencia en la mujer. Una joven de más de
veinte años, sin antecedentes psicopatológicos personales,
recibe la noticia que su novio está gravemente enfermo,
acude a su lado y lo encuentra muerto. Después de la im-
presión comienzan a presentarse, con motivos insignifican-
tes, como una palabra fuerte, crisis de risa que no puede
dominar y que se reanudan, con breves intervalos, a veces
durante más de dos horas. La risa suele ser adecuada al
motivo, pero por lo común no lo es, y una vez que se
desencadena, el sentimiento dominante es el disgusto o la
pena,, y si la manifestación se prolonga, es la angustia y
hasta la desesperación. La incontinencia emocional al co-
mienzo de una psicosis se manifiesta en este relato: "Un
pequeño pleito producido entre mis familiares, mis herma-
nos y mi padre, me dió risa y yo interpreté que ellos con
esas risas inmotivadas me consideraron seguramente en-
fermo, la vista de dos amigos también me produjo hilari-
dad: los vi como dos muñequitos... No obstante, yo me
creía siempre sano. En la Intendencia, en el momento del
trámite, me pareció que todos los empleados de escritorio
eran personas que se ocupaban de hacer un acto cómico en
mi presencia; en seguida mi papá y el empleado principal
del escritorio tuvieron un pequeño cambio de palabras y
esa actitud, que para ellos seguramente era una realidad
violenta, a mí me produjo risa v como mi risa fué notada
por los allí presentes, seguramente demostré en forma fran-
20 PROF. HONORIO DELGADO

ca ser un verdadero idiota, de allí que entonces dirían éste


es un verdadero idiota y hay que internarlo".
3.* Casi podría considerarse como una variedad de la
incontinencia emocional la manifestación conocida con el
nombre de d i á t e s i s e x p l o s i v a . Consiste en la
propensión a violentos estallidos de cólera, muy despro-
porcionados con los motivos que los suscita. Son también
indominables y se asocian a trastornos neuro-circulatorios,
que Friedmann llama "síndrome vasomotor" y Kretsehmer
denomina "debilidad vascular cerebral". La diátesis explo-
siva se presenta en los traumatismos cerebrales, en la epi-
lepsia, en la personalidad epileptoide, en el alcoholismo y
rara vez en la arterioesclerosis cerebral. Un niño de nueve
años, con definida personalidad epileptoide, tiene crisis de
rabia cada vez que alguien de la familiia se niega a satis-
facer sus deseos. Entonces, con la cabeza congestionada,
grita desaforadamente, insulta a todo 0 , los amenaza con
matarlos (ha llegado a pegar a su madre y a una tía) y con
matarse, se arroja al suelo y patalea, intenta pegar a los
mayores y a su hermanito, rompe los objetos que están a
su alcance, "hace crimen de todo", y continúa en este es-
tado hasta que le rinde el agotamiento físico. La crisis a
veces dura más de dos horas, y cuando pasa, con frecuen-
cia, el niño pide perdón a su madre, humildemente. Una
particularidad interesante de este caso es que durante la
explosión suele enfurecerse más el niño si su madre no le
hace cariños, y en tales circunstancias él exige que le haga
reír y le afirme que le quiere.

6. En rigor, muy pocas de las manifestaciones anor-


males de la vida afectiva pueden ser consideradas como
verdaderas alteraciones de la cualidad. Quizás si las úni-
cas conocidas tienen alguna representación en la mentali-
dad normal. Consideramos, y con reservas, sólo las siguien-
tes variedades: 1.» sentimiento de anafectividad, 2.9 am-
bitimia, 3.' E i n f ü h l u n g anormal, 4.' proyección afec-
tiva morbosa.
1.» El sentimiento de anafectividad
corresponde a la falta de conciencia o de aspecto subjeti-
vo del estado emocional o sentimental. El paciente se
queja de que su corazón está vacío, que no experimenta vi-
da afectiva, aunque objetivamente manifiesta y expresa
sentimientos reales, incluso vivos. Se trata de una discor-
dancia entre lo vivido y lo expresado, con verdadero pesar
del sujeto por la aparente falta, que suele presentarse en
ciertas personalidades anormales, sobre todo en los psicasté-
nicos, así como en la melancolía y al comienzo de otras
PSICOLOGÍA G E N E R A L Y PSICOPATOLOfeÍA D E L S E N T I M I E N T O l 2 1

psicosis, particularmente la esquizofrenia. Uno de nuestros


pacientes se refiere a este estado con las siguientes expre-
siones : "Como un cadáver, avanzando con un átomo de
vida¿ un verdadero estado de vida negativa". Queriendo
en una ocasión provocarse voluntariamente sufrimiento se
golpea de manera violenta la cabeza contra un madero y
no sufre, aunque no hay verdadera anestesia: "la frente
chocó contra el barrote como si chocasen dos planchas de
acero. No hubo un átomo de dolor".
2.9 La a m b i v a l e n c i a a f e c t i v a o ambi-
t i m i a consiste en experimentar simultáneamente senti-
mientos opuestos. No es peculiar de los enfermos de la
mente, aunque Bleuler haya verificado su existencia en
ellos — en esquizofrénicos — antes que los psicólogos se
percataran de que ocurre en el hombre de mente normal:
como el agrado del fumador que siente al mismo tiempo
pesar porque daña su organismo, el goce del diabético go-
loso, que a la vez experimenta sufrimiento presintiendo
las consecuencias de su transgresión, la complacencia al
escuchar una pieza musical mezclada con el disgusto
provocado por la mala voz de uno de los cantantes, el
orgullo exasperado del sujeto inseguro por conciencia de
su inferioridad, etc. Pero en verdad las manifestaciones más
discordantes son las que tienen lugar en la mente de los
esquizofrénicos, tanto en el pensamiento y la voluntad co-
mo en la vida afectiva. Uno de estos enfermos dice con
la mayor naturalidad: "El acontecimiento importante es
mi temor de que mis padres no estén con vida. Lo temo.
No se me puede quitar. Me es indiferente que vivan o no
mis padres". Y en una carta escribe: "Refiriéndome espe-
cialmente a mi salud física, le diré que me duelen las mue-
las de vez en cuando, que tengo unas tres piezas descom-
puestas y que eso podría ser una razón para estar contento".
Otro paciente nos declara lo siguiente: "Mi afán era la bús-
queda del dolor para mi mayor felicidad, que se iba descu-
briendo día a día. Y en tal sentido, considerando que mi in-
ternamiento (en el hospital de alienados) era un dolor pa-
ra mi espíritu, lo acepté gustoso".
3® Normalmente participamos o penetramos afectiva-
mente en el ser de las personas y las cosas, de la naturale-
za y del arte. Tal ocurre, por ejemplo, cuando se siente
que un paraje rebosa de alegría o invita a la meditación,
cuando una columna o un arco expresa tensión potente,
esfuerzo, etc. A esta modalidad de la intuición por el sen-
timiento' llaman los1 alemanes E i n f ü h l u n g . La
E i n f ü h l u n g a n o r m a l consiste en la exagera-
ción de semejante sentimiento de apariencia gnóstica, con
22 PROF. HONORIO DELGADO

la conciencia de su cualidad extraordinaria. Es observable


sobre todo al comienzo de las psicosis. "Años antes del es-
tablecimiento de su psicosis aguda, un enfermo experimen-
taba un aumento progresivo de esta capacidad de consen-
tir de cuya anormalidad él mismo tuvo conciencia. Las
obras de arte eran para él profundas, ricas, llenas de expre-
sión, como música embriagadora; los hombres le parecían
mucho más complicados que antes; creía comprender las
almas femeninas como más múltiples que nunca; las obras
literarias le daban noches de desvelo". (Jaspers). Un caso
dé nuestra observación ofrece los siguientes ejemplos: "El
niño X., sujeto central de mi delirio vencido, me miraba
con ojos de cielo; y a través de su mirada purísima parecía
decirme: "¡ Has estado realmente fuera de la realidad!
¡Hoy juego contigo para que no vuelvas a perderte!" Y
tanto él como el otro pequeñuelo, me miraban, juguetea-
ban, tropezaban conmigo y me regalaban parte de su feli-
cidad de niños". — "El Jirón me parecía deslumbrador: los
automóviles, las mujeres bonitas, la música, los hombres,
todo era un espectáculo que me llenaba de vida". — "Una
vez en la calle, me estacioné frente a un aparato de radio, y
me abismé en las profundidades de la música ¡ La música
tenía en ese momento una atracción magnética enorme!
Anhelaba fervorosamente meter mi cabeza dentro de la ca-
vidad del aparato".
4' Llamamos p r o y e c c i ó n afectiva morbo-
s a la variedad de sentimientos dependientes del estado
anormal de la mente pero que el sujeto cree debidos a in-
fluencia externa, especialmente de otras personas. Por lo
común estos sentimientos preceden o acompañan a desór-
denes del pensamiento esquizofrénico o evolucionan y, por
decirlo así, cristalizan en forma de construcciones delusio-
nales. Los mejor estudiados, entre los más simples, son el
de imposición y el de privación. lEl s e n t i m i e n t o de
i m p o s i c i ó n , muy vago antes de tener un contenido in-
telectual, corresponde a la impresión de que la propia con-
ducta, el estado corporal y la vida interior, o sólo ciertos as-
pectos de estos territorios de la experiencia, no dependen de
la espontaneidad normal ni de la voluntad personal, sino
que son determinados o forzados por alguien o por algo ex-
traño al sujeto. Un esquizofrénico manifiesta el sentimien-
to de imposición respecto de su estado corporal en esta for-
m a : "A determinadas horas de la noche, siento un malestar
en la parte posterior del cerebro como si'fuera una tracción
extraña; a la vez, me entra una fiebre que trae consigo una
opresión en el estómago como si me lo estrujasen, todo es-
to me produce un deseo grande de beber líquidos,-una sed
P S I C O L O G Í A G E N E R A L Y PSICOPATOLOfeÍA D E LS E N T I M I E N T O l0 2 3

horrible. Esta tracción del cerebro por un agente extraño,


la fiebre que me entra a determinadas horas y la opresión
en el estómago se convierten luego en un decaimiento del
cuerpo y en una extenuación acentuada. Pero pasadas tres
horas más o menos, siento entonces un fuerte culebreo en
la espalda, que del cerebro baja hasta la altura de los ríño-
nes. Esto último se parece mucho a la acción de una corrien-
te eléctrica. A mi modo de entender, esto no resulta una en-
fermedad radicada en mi cuerpo, como el paludismo, por
ejemplo; pues, si así fuera, el malestar lo tuviera continua-
mente y sintiera sus consecuencias; pero, muy por el con-
trario, me sucede que en determinadas horas solamente sien-
to este malestar extraño. Para mí, esto no es otra cosa que
la acción extraña de un agente desconocido".
El s e n t i m i e n t o de p r i v a c i ó n correspon^
de a la experiencia, penosa y no consentida, de ser desposeído
de diversas posibilidades de la vida interior, sobre todo de
satisfacciones y goces. Como se comprende, de ordinario
esta condición es precursora o se asocia a la sustracción
del pensamiento. Así, un esquizofrénico antes de tener cla-
ras ideas de sustracción de su pensamiento manifiesta lo si-
guiente respecto del enfermo vecino: " P a r e c e que es-
te señor se apoderara de mi pensamiento, que ya supiera lo
que yo pienso, pues sus palabras eran c o m o unas res-
puestas a lo que yo estaba pensando, en tal forma que al ha-
blar él con otra persona hablaba realmente conmigo". En el
curso del psicoanálisis, una neurópata nos expone clara-
mente el sentimiento de privación de la capacidad de tener
la alegría de que disfrutaba antes en la vida doméstica, en
relación con sus hijos, con su esposo, con sus amigas; asi-
mismo, siente que las ligerezas de su conducta al principio
de la enfermedad se deben a haber estado privada de liber-
tad para determinar sus actos. Pero, aunque ha sentido "co-
mo si" de fuera se le desposeyera, en ningún momento con-
sidera que efectivamente ha sido privada por alguien ni de
su autonomía ni de la capacidad de experimentar los senti-
mientos naturales respecto de los seres queridos.

7. Entre las alteraciones del curso de los sentimientos


sólo podemos considerar aquí: 1® El cambio de inversión de
los afectos; 2® Las reacciones de fondo; y 3® Los síntomas
catatímicos. 1® El c a m b i o d e l o s a f e c t o s es
frecuente tanto en las neurosis como en las psicosis: el
amor a determinadas personas y objetos así como la aver-
sión, la antipatía, etc., propios del sujeto se debilitan o bo-
rran. Una evolución más avanzada de este cambio o una
alteración original de los sentimientos es la i n v e r s i ó n
24 PROF. H O N O R I O D E L G A D O

d e l o s a f e c t o s , frecuente sobre todo en las psicosis


incipientes: los seres más apreciados y queridos se convier-
ten en objetos de fastidio, de cólera, de odio, sobre todo los
miembros de la familia íntima; también ocurre el cambio
inverso: los enemigos se convierten en amigos, etc.
2® Una variedad de lo que hemos definido como tono
afectivo, descuidada en psicopatología, es la r e a c c i ó n
d e f o n d o (K. Schneider), consistente en la repercusión,
de estados orgánicos—traumatismo cerebral, jaqueca, etc.,—
o psicógenos—como una experiencia desagradable—sobre
las manifestaciones afectivas. Se trata del efecto causal, no
de motivación, de tales condiciones: por ejemplo, una desa-
zón influye sobre los sentimientos que se actualizan en el
alma del sujeto, comunicándoles su colorido, incluso des-
pués que éste ha reconocido que fué infundada, que se basó
en un error de apreciación.
3® Otra modalidad asimilable al tono afectivo, invoca-
da frecuentemente en la literatura psiquiátrica actual para
explicar ciertos desarrollos anormales en psicosis, neuro-
sis y otras manifestaciones de la personalidad psicopática,
es la c a t a t i m i a d e s í n t o m a s (H. W. Maier);
efectos de complejos de representación cargados de sen-
timientos que emergen en desórdenes mentales contami-
nándolos y organizándolos con su carga. No se trata de la
influencia de un estado afectivo fundamental, como la exal-
tación maníaca o la depresión melancólica, sino de mani-
festaciones discretas, clasificables entre las tendencias, con
un contenido determinado: deseos, temores, impulsos am-
bivalentes. Otra característica de la manifestación catatí-
mica es que presupone un desequilibrio entre el aspecto in-
telectual del desorden mental y la afectividad influyente.
"Dicho de manera general—precisa Maier—, la disposición
para los síntomas catatímicos tiene lugar cuando se opera
una desviación del equilibrio entre la lógica y la afectivi-
dad". A. Pick hace observar que la psicogenia cat'atímica
se confunde con las ideas sobrevaloradas. En un individuo
idealista, coactado en el ejercicio de su profesión, menos-
preciado en eí seno de la familia, que, en fin, después de
agudos reveses, tiene una reacción mórbida compleja, se
presentan estados afectivos que podemos considerar como
catatímicos. Se trata de sentimientos de clarividencia y de
lo maravilloso, expuestos por el propio , paciente: "No ha
Sido la reflexión o mejor dicho el esfuerzo cerebral deteni-
do—nos afirma-—, sino un fenómeno extraño, una luz inte-
rior que iba iluminando mi mente y mostrándome, como por
medio de una cinta cinematográfica, la explicación de los
grandes misterios religiosos...... Este fenómeno tuvo su ori-
P S I C O L O G Í A G E N E R A L Y PSICOPATOLOfeÍA D E LS E N T I M I E N T O l0 2 5

gen nebuloso cuando comenzó la crisis de mi enfermedad y


durante todo el tiempo que ella duró".—"En medio de mis
dolores he tenido varios instantes de goce. Uno de ellos tu-
vo lugar cuando me acerqué a la ventana de mi cuarto y vi
los chalets y demás residencias lujosas de no sé qué nueva
urbanización. Para mi imaginación enferma eso era el país
de la ilusión. Creí firmemente que se trataba de los casti-
llos encantados y de las casas de las hadas. Sin embargo du-
dé y me quedé contemplándolos un instante; los encontré
más bellos y exclamé con admiración: "¡Qué tal! Los cuen-
tos de hadas también son realidad. ¡ Todo es realidad!".

8. Los cambios fisiológicos inseparables de la vida afec-


tiva, muy acentuados en las grandes emociones, tienen mu-
cha importancia para la inteligencia de diversos desórde-
nes somáticos. Cannon ha comprobado experimentalmente
que en el animal encolerizado el corazón late rápidamente,
activándose la circulación en general y sobre todo en los ór-
ganos de acción exterior, el número de glóbulos rojos au-
menta, la respiración se hace más profunda, dilátanse los
bronquiolos, el hígado lanza al medio interior mayor can-*
tidad de glucosa, así como las glándulas suprarrenales vier-
ten más adrenalina que de ordinario, etc. En suma, que se
produce una serie de cambios orgánicos interpretables como
una reacción biológica apropiada para que el animal pueda
luchar en las condiciones más ventajosas de resistencia y
eficacia. Estos mismos cambios tienen lugar en el organis-
mo humano. En efecto, se ha comprobado que las emocio-
nes fuertes no sólo aceleran los latidos sino que también di-
latan el corazón, modifican la actividad de las glándulas, au-
mentándola o paralizándola, y engendran cambios en los
productos que elaboran, sobre todo las gástricas, entre las
exocrinas, y la tiroides, en las endocrinas; determinan alte-
raciones en la química de la sangre (aumento o disminución
del calcio, potasio, cloro del suero) así como desviaciones en
la leucocitosis; paralizan y sobre todo aumentan el tono de
la fibra lisa de los órganos, especialmente del aparato di-
gestivo y de las arterias. Parece que hay cierta homogenei-
dad de los efectos, cualquiera que sea la naturaleza de la
emoción; pero esta homogeneidad, como era presumible, no
es absoluta: así, por ejemplo, si es cierto que toda clase de
emociones de alguna intensidad produce aumento de la se-
creción de bilis, la cólera la inhibe. A p r i o r i puede afir-
marse que hay emociones biotónicas, saludables, como la
alegría, y perturbadoras de las funciones, como la angustia.
Dada esta evidente influencia de lo psíquico sobre el
organismo es pertinente mencionar las consecuencias pato-
26 PROF. H O N O R I O D E L G A D O

génicas de la emoción..En efecto, las alteraciones afectivas


son capaces de producir perturbaciones orgánicas, primero
funcionales y al fin anatómicas. Esto es particularmente vi-
dente en órganos que comienzan a 'trabajar en condiciones
de menor resistencia, con un equilibrio en vías de descom-
pensación. En un sujeto con hipertonía arterial, por ejem-
plo, el temor repetido de que el mal progrese, que podrá ac-
tualizarse como expectación medrosa y hasta angustiosa ca-
da vez que el médico le mide la presión (sobre todo si le in-
forma de las cifras) o cada vez que realice por propia debi-
lidad una transgresión del régimen severo que le ha sido
prescrito, sufrirá una repercusión desfavorable. Repetidos
"traumatismos psíquicos" de esta índole son susceptibles de
desencadenar un estado permanente de emoción disfórica,
que rebajará el tono vital, la resistencia saludable y consti-
tuirá un círculo vicioso morbígeno, de agravación perma-
nente. No es, pues, exagerado hablar de una "tensofobia"
en estas condiciones (como sostiene Mariano J. Barilari:
"Tensofobia y psicoterapia del hipertenso", en C o n t r i -
b u c i ó n a l a M e d i c i n a P s í q u i c a , Buenos Ai-
res, 1934).
Lo dicho respecto de los efectos psicosomáticos en la
tensión arterial es aplicable a la dispepsia, a la úlcera gás-
trica incipiente, a la diabetes, al hipertiroidismo, a la solda-
dura de una fractura ósea, etc., incluso al curso de una en-
fermedad infecciosa. Pero los cambios afectivosomáticos no
sólo agravan las dolencias cuya evolución ha comenzado de
una manera fisiógena, sino que son susceptibles de produ-
cir desde el comienzo desórdenes orgánicos incluso muy
graves, como veremos al tratar de las reacciones psicógenas.

9. Para terminar, nos ocuparemos de algunos sentimien-


tos en particular, cuyo conocimiento es muy útil para el mé-
dico: el dolor, el malestar físico, el temor a la angustia. To-
dos ellos son en cierta medida inherentes a la condición de
enfermo, de paciente de la práctica clínica general. Consti-
tuyen los síntomas subjetivos por excelencia de la mayor
parte de las enfermedades, principalmente el primero, con
el que comenzaremos. I 9 El d o l o r — tan propio de la con-
dición mórbida que para designarla se emplea el término
"dolencia"—es la señal de alarma que da la parte amenaza-
da del organismo; indica de ordinario la quiebra (je un
equilibrio, de una harmonía funcional; expresa y entrana el
instinto de conservación, constituyendo por eso, dato de in-
apreciable importancia para el médico, que, antes de pro-
ceder a mitigarlo, atento al diagnóstico, se sirve de él y aún
lo busca, cuando no es espontáneo, con maniobras de expío-
P S I C O L O G Í A G E N E R A L Y PSICOPATOLOfeÍA D E L S E N T I M I E N T O l 2 7

ración clínica dirigida al órgano mismo y a las zonas de pro-


yección periférica, asequibles a veces como mera hiperalge-
sia. En efecto, la salud corporal implica la ausencia de do-
lor y hasta de conciencia de las partes de nuestro organis-
mo. Sólo cuando algo marcha mal en un órgano se acusa la
existencia del mismo como "afectado". Un sentimiento, en
cierto modo ambivalente, derivado del dolor es el que con-
siste en experimentar el órgano dolorido a la vez como pro-
pio y como algo extraño al yo, incluso como objeto de aver-
sión. Por otra parte, las emociones, la atención, la voluntad,
la sugestión, etc., tienen una repercusión notable sobre el
dolor, sea aumentándolo—y complicando la estructura que
origina—o disminuyéndolo, sea haciéndolo consciente o eli-
minándolo de la conciencia, como lo comprueba el médico
en su práctica cotidiana de investigación adecuada de las
impresiones del paciente y de psicoterapia lenificativa y bio-
tónica, orientada a modificar la actitud general y las reac-
ciones de la personalidad frente a los síntomas. Pero ahora
debemos ocuparnos del dolor mismo, que es un estado
afectivo sensorial. Implica, por tanto, la excitación de ór-
ganos receptores periféricos, pero no exclusivos o específi-
cos, aunque los fisiólogos, los neurólogos y algunos psicó-
logos se empeñen en sostener lo contrario, tratando de re-
ducir el dolor a la categoría de una sensación con analiza-
dores autónomos, como la sensibilidad al calor, por ejem-
plo. Con Leriche, nos resistimos a aceptar que haya órga-
nos y nervios especiales para el dolor, independientes de los
otros modos de la sensibilidad; pues hasta hoy no está
demostrada tal segregación, y la observación cotidiana nos
muestra el dolor inseparablemente unido a sensaciones tác-
tiles, térmicas, etc. Además, el dolor, a diferencia de las
sensaciones, carece de umbral y de excitante específico. En
efecto, es causado en patología por las condiciones físicas
más variadas: compresión, atrición, distensión, torsión, hi-
peremia, isquemia, etc., tanto en los miembros como e a las
visceras. Las observaciones de individuos sometidos a la
cordotomía que recuperan la sensibilidad dolorífica, hacen
pensar a Leriche que, no siendo posible la regeneración de
vías en tales casos, se readquiriría la sensibilidad dokirífi-
ca a expensas de la sensibilidad táctil restante, e» tm prin-
cipio sólo "insoestesiognósica"—indiferenciada, sin sensa-
ciones ni agradables ni dolorosas. También explica el ciru-
jano del dolor el hecho de que haya en la médula dos haces,
uno homolateral, por el que prácticamente no pasan sino fi-
bras conductoras de la sensación de contacto, y otro hete-
rolateral, vía de impresiones capaces de despertar en el ce-
rebro la modalidad afectiva dolorífica: ello se debería a que
28 PROF. HONORIO DELGADO

las fibras del haz homolateral deben terminar en centros


menos diferenciados, menos educados que aquellos a los
cuales llegan las fibras de la vía heterola'teral. Por último
¿cómo interpretar la exquisita sensibilidad dolorífica de la
dentina y de las botones carnosos de las heridas, carentes de
nervios, y el doloi; agudo que produce la excitación del en-
dotelio arterial, por ejemplo, con la inyección de unas go-
tas de solución de yoduro de sodio?
2» El m a l e s t a r f í s i c o es un estado afectivo vi-
tal, el más frecuente entre los pródromos de las enfermeda-
des orgánicas. La primera manifestación de un proceso
mórbido—anterior al dolor y a sensaciones localizadas.—,
por lo común insidiosa, sin signos vltibles, es un sentimien-
tos desagradable y vago de pérdida «del estado que normal-
mente acompaña a la salud; "no sentirse bien" es la etapa
subjetiva de la enfermedad que poco a poco se impone a la
conciencia y acaba por despertar el temor y después la cer-
tidumbre de hallarse enfermo. Por lo trivial, sin duda, no ha
sido objeto, que sepamos, de una descripción fenomenoló-
gica, a pesar de que el conocimiento cabal de semejante ex-
periencia es inexcusable para la buena actuación del médi-
co. Sin ese conocimiento, la conducta profesional puede re-
sentirse cuando no de inhumanidad morbígena, de falta de
tacto, capaz de restar eficacia al tratamiento que se institu-
ya. En todo caso, teniendo presente la psicología del males-
tar, el médico obrará con sagacidad, incorporando en su
práctica el p r i m u m n o n n o c e r e e n s u forma más
deücací.
El malestar entraña una intensificación de la concien-
cia del cuerpo como realidad propia e importante, sin susci-
tar la tendencia a extrañarlo y menos aún el sentimiento de
hostilidad, que hemos señalado como peculiar del dolor. El
cuerpo cobra situación privilegiada en la conciencia, con
cierto, sometimiento a él por parfe del yo. El mundo exte-
rior y los incentivos del espíritu, en cambio, sufren una
desvaloración proporcional: se tornan indiferentes y hasta
fastidiosos. El aburrimiento entra, pues, en la constitución
de la estructura que así se establece, a la que es inherente
támbién la baja del tono vital, de los impulso» de la volun-
tad que carecen de afinidad con el estado afectivo y hasta
del sentimiento de libertad. Este "aplanamiento", que eclip-
sa el mundo de lo valioso y empobrece el interés por la rea-
lidad, puede expresarse sintética y figuradamente diciendo
que el alma se empequeñece y hunde en la miseria actual
del cuerpo destemplado. Cabe agregar algunos "componen-
tes" accesorios: inacción, desgano y fatigabilidad; tristeza,
desesperanza, temores ; nostalgia y valoración de la salud
PSICOLOGÍA G E N E R A L Y PSICOPATOLOfeÍA DEL S E N T I M I E N T O l 2 9

como bien perdido y poco apreciado cuando se disfrutaba;


necesidad de consideración, atención, misericordia y, sobre
todo, de comprensión cordial y discreta, sin importunida-
des ; eventualmente, impaciencia, irritación, susceptibili-
dad ;; hiperestesia, hiperalgesia, sensaciones vagas, sobre
todo, calofrío, relajación muscular, sequedad de la boca, etc.
Avanzando el proceso de la enfermedad, el malestar se con-
funde, como sentimiento de fondo, con experiencias más di-
ferenciadas. £ n los desórdenes mentales se presenta tam-
bién este estado afectivo, a veces con carácter bastante des-
tacado, como acontece, por ejemplo, en la neurastenia y al
comienzo de la esquizofrenia; otras veces en forma de sim-
ple manifestación accesoria. Es difícil decidir si en las neu-
rosis y las psicosis jrnede entrar en escena a título de pro-
ducción exclusivamente psicógena, como parece ocurrir con
el dolor—en este caso con ilusión del indispensable elemen-
to sensorial.
3® El t e m o r es un estado afectivo anímico, susci-
tado por la conciencia de un peligro o, a la inversa, susci-
tando la conciencia de peligro. A la vez que hace vivir al
sujeto un estado desagradable de inseguridad, le mueve a la
acción en forma de fuga, búsqueda de protección o defensa
activa, cuando no inhibe su capacidad de acción. Implica un
objeto: se teme algo, evidente, probable o vagamente pre-
sentido; corresponde a una situación amenazadora, a un
acontecimiento inminente o de realización más o menos
próxima; sentimiento previsor, tiene sentido en lo que aún
no es, se orienta en expectación hacia el futuro incierto.
Esta circunstancia, que apareja una suma de posibilidades
y contingencias, confiere al temor un poder considerable
sobre la vida intelectual, como suscitador de la fantasía, la
que a su vez, en círculo vicioso, es capaz de reforzar él sen-
timiento originario dáncjole poder acaso desenfrenado so-
bre la economía total de la vida anímica, con todas las re-
percusiones orgánicas propias de la emoción: "cuando es
bastante grande la intensidad, (produce) paralización qúe
puede causar la muerte, en general, un descenso del tono de
la vida que ninguna otra causa puede ocasionar El mié-
do muy fuerte puede ser mortal, sobre todo para gente.án-
ciana; así, algunos mueren de miedo en el día pronosticádo
para su muerte" (Froebes). La disposición personal juega
aquí un papel importante: la mente del sujeto medroso por
naturaleza reacciona ante el peligro de modo muy distinto
a la del animoso; la de quien se cree frágil o tiene un sen-
timiento crónico de inferioridád o es hipocondríaco, a la del
confiado en su vigor o resistencia física. Aplicando estas
nociones al individuo que enferma, resulta evidente qüé to-
30 PROF. HONORIO DELGADO

da dolencia, por entrañar un peligro para la persona, es ca-


paz de despertar el miedo; que este sentimiento, aparte de la
influencia consiguiente a la susceptibilidad personal, con-
diciona en general una repercusión profunda en el ser psi-
cofisiológico y espiritual del paciente—una enfermedad, aún
sin ser grave, provoca en la existencia del sujeto una situa-
ción límite, definida acaso en forma de un memento
m o r i — ; que, por último, la actitud así condicionada, a,la
vez que se orienta hacia el futuro emergente, arraiga en ex-
periencias similares del pasado, condicionadas por enfer-
medades, médicos y medicinas. Interesa precisar algo esto
último, para que se recuerde mejor la trascendencia de nues-
tros actos a la cabecera del enfermo. Antes de que el niño
tenga noción ni miedo de la muerte conoce el temor del mé-
dico, no sólo por lo desagradable de su intervención o por
las condiciones que la rodean, sino también porque a me-
nudo se le invoca en el hogar incluso como amenaza. Más
tarde, en el curso de la vida, su presencia y actuación están
siempre ligadas a la desgracia de la enfermedad y a la po-
sibilidad de la muerte. Por consiguiente, el profesional con
su conducta puede o agravar y convertir en emoción pro-
funda la disforia anexa a la enfermedad y con ello rebajar
el tono vital y acentuar las perturbaciones funcionales de
los órganos, de indiscutible efecto sobre la evolución del
proceso, o estimular las esperanzas de curación, de salud y
de vida, si toca los resortes correspondientes—pues también
en lo hondo de la vida anímica del paciente la figura y la
fama del médico actúan como incentivos de confianza y en-
trega al defensor de la salud, al enemigo de la muerte, aca-
s£> con un nimbo de mágicos prestigios.
4" Es muy difícil trazar los límites entre el temor y la
a n g u s t i a, cuyas manifestaciones, incluso la expresión
corporal, son semejantes. Con decir, siguiendo a Freud, que
el temor ( R e a l a n g s t ) tiene un motivo u objeto cons-
ciente y la angustia ( n e u r o t i s c h e A n g s t ) carece
de él, no se hace más que violentar el significado de los tér-
minos, pues en realidad consideramos como angustia mu-
chos estados con objeto. Tampoco constituye carácter esen-
cial de la angustia el parecer de origen corporal, como afir-
ma Boven, ya que evidentemente hay angustias provoca-
das por motivos de orden moral y vividas por el sujeto co-
mo tales. Sin embargo, hay parte de verdad en tales opinio-
nes: la angustia suele aparecer sin motivo consciente, sin
justificación manifiesta, lo que no ocurre con el temor, y, por
ditra parte, la angustia tiene siempre más de estado afectivo
vital que de estado afectivo anímico o, dicho de otro modo,
el angustiado más se siente angustiado él mismo que angus-
PSICOLOGÍA G E N E R A L Y PSICOPATOLOfeÍA D E L S E N T I M I E N T O l 3 1

tiado "por" el objeto que, pavoroso, presta más atención a su


propio ser que a la causa de su. estado afectivo, tanto si se
constituye de manera aguda como si comienza por el esta-
do de inquietud. Pero con esto no tenemos todavía todos
los datos indispensables para la comprensión fenomenológi-
ca de la angustia. A nuestro entender, constituye nota esen-
cial de sus manifestaciones motivadas el desbordar la de-
terminación concreta del objeto; la actitud anímica del an-
gustiado no corresponde al objeto preciso en dos aspectos:
1® Es vaga, difusa respecto de él; si se actualiza la tenden-
cia a la fuga o a la búsqueda de protección o defensa, como
ocurre en el miedo, queda un residuo importante de in-
tencionalidad receptiva, que podemos precisar diciendo que
el alma se entrega indefensa, como presa de una fatalidad
que la somete ; 2" El objeto no se impone tanto por su ca-
rácter individual y relativo, cuanto por su significación ge-
neral para la existencia. En una palabra la angustia es una
reacción anímica cuyo sentido trasciende la situación obje-
tiva que la provoca. Acaso es justa la aserción de Klages:
"toda angustia es angustia de la muerte". Esto nos lleva a
considerar otro aspecto de esta emoción: a la vez aflicción
impotente y desesperada, ella entraña un cambio radical
que dinamiza los estratos más profundos del ser del hom-
bre y quiébra la medida ordinaria del mundo de la experien-
cia vivida, la cual cobra nueya configuración, que puede te-
ner consecuencias duraderas en lo íntimo de la persona,
además de la marca indeleble que la crisis disfórica deja en
la memoria, como hecho temporal. A veces—no siempre,
como sostiene Boven,—la angustia entraña dualidad o mul-
tiplicidad de impulsos discordantes, voliciones que se diri-
gen simultáneamente a fines o acciones contradictorias u
opuestas, así como irresolución dolorosa en el instante en
que se impone la decisión.
Los síntomas fisiológicos de la angustia son semejan-
tes a aquellos de las grandes emociones, en especial del mie-
do. destacándose la vasoconstricción periférica, la carne de
gallina, la taquicardia intensa, la disnea, los sudores fríos
profusos, la hiposecreción salivar, la inhibición o el desaso-
siego muscular, mareos, dificultad o imposibilidad de ha-
blar, y cuando la intensidad de la angustia es extrema, ga-
tismo urinario y fecal y hasta pérdida de la conciencia.
La angustia se manifiesta de manera típica en ciertas
enfermedades orgánicas, como la angina de pecho, el ede-
ma agudo del pulmón, el asma bronquial, el hipertiroidis-
mo. En las psicosis se presenta como estado afectivo aní-
mico, es decir, condicionada directamente por los cambios
fundamentales de la mente (melancolía) o como reacción
32 PROF. H O N O R I O D E L G A D O

en parte psicógena con tortuosidades semejantes a las de


la angustia neurósica (esquizofrenia). Ppro su manifesta-
ción es más frecuente en las neurosis, con origen psíquico
indiscutible, aunque no exclusivo. Ora constituye una en-
fermedad especial, la neurosis de angustí^, ora sólo un sín-
toma de cuadros clínicos diversos, sobre todo histéricos y
psicasténicos. Incluso en la forma de ataques agudos ais-
lados (hay también una forma crónica con eventuales exa-
cerbaciones), la neurosis de angustia tiene una patogenia
mixta, que es útil indicar aquí. El hecho de que pueda po-
nerse fin a los ataques con una inyección de ijcetilcolina, de-
muestra la intervención del factor somático (simpaticoto-
nía), y, por otra parte, la circunstancia de presentarse idén-
tico síndrome somático en la frenocardia, aparentemente
por la, intervención de las mismas causas que Freud señala
a la neurosis de angustia (hipoestesia e insatisfacción
sexuales), pero sin angustia, evidencia que la neurosis de
angustia requiere además condiciones psicológicas especia-
les. Por otra parte, según el propio Misch—secuaz de Freud,
que considera la frenocardia como una "neurosis de angus-
tia sin angustia"—, el efecto de la colina es más seguro
cuando se trata de una angustia "elemental" que cuando es
diferenciada psíquicamente.
En general, la angustia es provocada por múltiples fac-
tores, unos predisponentes, otros determinantes. Entre los
predisponentes está la susceptibilidad personal. "Cada hom-
bre—-dice Straus— tiene su lugar natural entre el amago y
la seguridad; no lo puede modificar voluntariamente. Cam-
bia este lugar por las circunstancias exteriores y se aproxi-
ma al polo del amago, entonces comienza la angustia". No
siempre la constelación, causal aparente, da la clave del
juego real de influencias, ya que además de la predisposi-
ción personal constante intervienen diversas experiencias
que podemos llamar sensibilizadoras, constituidas a lo lar-
go del vivir, como sufrimientos, traumatismos psíquicos,
falta de cumplimiento de los deberes, transgresiones que
llegan a determinar un sentimiento de culpa fácil de avivar-
se y referirse a nuevas experiencias, quebranto de la fe reli-
giosa, descrédito o inconsistencia de la concepción personal
del mundo y de la vida, etc. De modo que, tomando en con-
sideración los factores extremos, la angustia puede mani-
festarse tanto por falta de oxígeno en los tejidos como por
grietas en la metafísica. Por este último orden de influen-
cias e» frecuente la angustia en nuestra época con los pre-
textos más triviales de la vida cotidiana. A continuación re-
producimos, muy resumido, el relato de un caso de crisis
de ttngwstia origen- de fobias—que acaban por curar con un
PSICOLOGÍA G E N E R A L Y PSICOPATOLOfeÍA D E L S E N T I M I E N T O l 3 3

tratamiento psicagógico—en cuya aparición intervienen


múltiples factores, unos orgánicos, otros morales, como ocu-
rre a menudo en la angustia síntoma de neurosis. Se tra-
ta de un sujeto muy sensible y medroso que cuando niño
sufre con los rigores de su padre y por miedo a la obscuri-
dad siente la necesidad de dormir con luz o pasar a la cama
de su madre. En la escuela, privado de jugar por causa de
un asma bronquial precoz, experimenta tristeza y temor
cuando no sabe bien sus lecciones. Muerto el padre cuando
el sujeto tiene apenas 7 años, hubo de vivir con su madre
y hermanos en casa de los abuelos, cuyo ambiente es pró-
digo en humillaciones por parte de una tía psicopática, que
le odia. En la pubertad el asma se agrava y la situación eco-
nómica y moral mejora con la ausencia de la tía. El asma
casi desaparece a los 16 años, coincidiendo esto con el co-
mienzo de las crisis angustiosas. "Me gustaba fantasear
mentalmente desde niño. No puedo precisar fecha, edad.
Buscaba personajes: mis amigos, algunos conocidos. Tra-
bajaba la imaginación. Forjaba situaciones que me produ-
cían alegría, satisfacción, cólera, placer sexual. Reflexiona-
ba en todo esto. No lo encontraba natural, normal. Quería
vencerme. Me gustaba demasiado vivir mentalmente fue-
ra de la realidad. Creo encontrar una vinculación entre el
hábito de fantasear y el cinema. Tal vez, fué antes o después
de mi primera asistencia al cinema. No puedo precisarlo.
Fui por primera vez a los 7 u 8 años. Recuerdo que en mi
casa, cerrando los ojos, podía imaginarme el é c r a n y la
visión. Alguna vez lo hice al acostarme. A los 14 años mis
fantasías se dirigieron, pronunciadamente, al campo sexual.
Hubo abuso. Intervinieron mujeres desnudas, etc. Alguna
vez pensé que quienes salen de la realidad son los locos. Me
causaba esto cierta inquietud. Pero, al fin yo me sentía sa-
no. A los 16 años me propuse concluir con los hábitos des-
critos. Me privaba de algo que me gustaba demasiado. Un
mes puse freno a mis hábitos. Puse toda mi voluntad. Me
alentaba este poder de mi voluntad. Sufría. Antes de esto,
sin poder precisar fecha, me habían asaltado, principalmen-
te de noche, miedos que a mi edad encontré exagerados. En
tres o cuatro oportunidádes tomé, después de almuerzo,
una taza íie café excesivamente cargado. Nunca lo había
hecho. Asistía a mi clase de idiomas. Contó el profesor unía
inofensiva historieta. Intervenía, si no me equivoco, un rey.
Sentí temor, nerviosidad. Quería irme, moverme, desfogar
esa súbita inquietud. Concluyó, felizmente, pronto la histo-
rieta. Ya era la hora de salida. Me fui. Otra noche, también
en clase de idiomas, escuchaba la lectura del profesor. Ha-
bía tomado café muy cargado en la tarde» De pronto una
34 PROF. H O N O R I O D E L G A D O

descarga nerviosa, una inquietud grande. Sensación de te-


mor. Ningún motivo concreto para ello. Excitación, necesi-
dad de moverme, de cruzar las piernas, de cambiar de posi-
ción de las manos. Crecía el temor. Faltaba mucho para la
hora de salida. Miedo intenso, (verdadero) pavor. ¿A qué?
Procuraba dominarme. Eran estúpidos mis temores. No era
un miedo concreto. Imposible contenerlo, crecía por segun-
dos. De pronto una idea fatal cruzó por mi mente: "Estos
son los síntomas de la locura". No pude más. Me vi perdi-
do. Yo ya no tenía control. Tuve que abandonar el asiento.
Un espanto atroz me arrollaba. Una corriente fría, rápida,
subía hasta la cabeza. Yo me levanté llevándome la mano
mojada de sudor, a la cabeza, como para aliviar esa especie
de vértigo. El profesor y mis compañeros me miraron con
asombro y con inquietud. Expliqué, nerviosísimo, que me
sentía mal. "Yo necesito que me animen", dije. A la
idea espantosa de la locura se unió una pena infinita. Pen-
sé en mi madre. En mi victoria contra el vicio. En mis aho-
rros. En mis proyectos. Todo estaba por los suelos. Yo me
volvería loco. "Cuando mi madre me vea loco". ¡Un horror!
Todo esto había sido casi instantáneo. El estado angustioso
se había producido y desarrollado en segundos. Pedí a un
compañero que me acompañara a casa. Lo hizo. Cogido de
un brazo, hice el trayecto de la escuela a mi casa en el mis-
mo calamitoso estado de nerviosidad. Era un alivio el mo-
vimiento de la marcha. Ibamos a toda prisa. Mi deseo era
llegar cuanto antes a mi casa. Mi compañero trataba de cal-
marme. Era también un alivio. Sin reparar en el daño que
iba a producirme, me dijo, cerca ya de mi casa: "No me ex-
plico, francamente, lo que te ha pasado en la clase: estabas
pálido, amarillo. Creí que te habías vuelto loco". Esta de-
claración de mi amigo era muy grave. Confirmaba y robus-
tecía mis presunciones. Fué desastrosa. Entré a mi casa.
Cierto alivio. Expliqué las cosas. Todo lo atribuyeron al ca-
fé. Esto era consolador. Pasarían los efectos del café. Ade-
más, estaba ya en mi casa. Todos me animaban. Junto a los
míos me confortaba. Pero mi nerviosidad era excesiva. Esas
coiísideraciones la apaciguaban por momentos, nada más.
Me_fuí a dormir. Intranquilidad. Me dormí por fin. Por la
mañana, al despertarme, hablé con mi madre. Me había
despertado de un sueño muy profundo. Me animó. Estaba
fastidiado. Fui a mi trabajo. A las 9 de la mañana apare-
cieron los fenómenos de la víspera, los mismos que me han
atormentado por muchos años. Las cosas más naturales de-
jaron de serlo. Verbigracia, el viaje a pie y en carro de mi
casa a mi oficina. Algún accidente podía ocurrirme en el
trayecto y el principal de todos: la locura. En la calle, en el
PSICOLOGÍA G E N E R A L Y PSICOPATOLOfeÍA D E L S E N T I M I E N T O l 3 5

carro, en el teatro, en la oficina, una gran ansiedad y el de-


seo de trasladarme rápidamente a mi casa, de llegar donde
mi mamá. Pasaban las semanas y los meses. Desesperación.
Pasaron 5 años en medio de mejoría y recaídas. El principal
alivio, la fe de la madre, sus consejos. Mi estado era mise-
rable; no podía ir a calles muy apartadas de mi casa ni a
ningún balneario. Con gran esfuerzo y sufrimiento hacía el
trayecto de mi casa a mi oficina. Insomnio. Noches intermi-
nables, sobre todo porque detrás de la más leve nerviosidad
aparecía, mezclada al miedo de la obscuridad, de las ropas
colgadas en las sillas con apariencia de caras, de hombres,
de ladrones, de asesinos, la idea aterradora de la locura, de
los locos furiosos, de la risa de los locos, del manicomio,
etc. Otros miedos me asustaban por temporadas. Los prin-
cipales: la muerte. Un ataque cerebral. Me volvería idiota,
loco. Me internarían en un asilo. Miedo de quedarme ence-
rrado en alguna parte y volverme loco de desesperación.
Miedo en la altura. Podía arrojarme al suelo y destrozarme.
Intervención de la policía. Sangre. La noticia llegaría don-
de mi madre. Contó un amigo un día, sin que yo pudiera
evitar el escucharlo, una obra teatral que había visto : uno
de los protagonistas, en la escena, se volvía loco y preten-
día abusar de su propia madre. Este relato agravó mi esta-
do. Me conmovió profundamente. Pensaba: "Un hombre,
privado de la razón, puede llegar a ese extremo". Ya he di-
cho que cuando sentía las sacudidas del mal, ir rápidamen-
te donde mi madre, estar a su lado, recibir sus palabras alen-
tadoras, constituía casi mi única defensa. Había, sin embar-
go, que renunciar a ella. Ese trágico relato lo imponía. Re-
cordé que "cuando los perros fieles sienten que los va a ata-
car el mal de rabia, huyen de su amo". A pesar de esto, mi
fe, que había quebrado en todo, conservaba un rescoldo pa-
ra confiar en que aquello no ocurriría".

B I B L I O G R A F I A
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