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Introducción al pensamiento social y político moderno 18 de octubre, 2017

Grupo 0034
Alumno: Orenday Martínez Ariel Omar

Nacimiento de la modernidad y el surgimiento del Estado

La definición de modernidad que será útil para este ensayo es aquélla que se refiere a la forma de
pensar que domina en el mundo desde el Renacimiento, donde el hombre deja de ser un simple
actor de los mandatos de un destino predeterminado, impuesto por los dioses, para pasar a
ejercer la libertad de poder definir el curso de su vida. En cuanto a la palabra Estado, el Diccionario
de la lengua española cuenta con esta definición: “Forma de organización política, dotada de
poder soberano e independiente, que integra la población de un territorio.” (Estado. Diccionario de
la Lengua Española. Consulta 16 Octubre, 2017, desde http://dle.rae.es/?id=GjqhajH), de lo cual se puede

entender que se abordarán algunas formas en las cuales ciertas comunidades se han gobernado a
sí mismas.
Este ensayo, entonces, se propone exponer y ponderar cuales fueron las cualidades más
importantes de las primeras ciudades-Estado generadas en Grecia. También se examinarán las
ideas principales de la modernidad para, al final, identificar si la teoría de Maquiavelo corresponde
con las nuevas consideraciones provocadas por la influencia del pensamiento moderno.

Para empezar, a todo lo largo del territorio griego aparecieron las ciudades-Estado,
obedeciendo a una necesidad básica que presentaban las aldeas de proporcionarse una mejor
seguridad, adoptando la monarquía como sistema de gobierno. Después, al crecer la población y
gracias a las luchas sociales creadas por la desigualdad entre clases, el sistema de gobierno fue
sustituido por una democracia que tuvo sede en Atenas, al ser una de las ciudades más
importantes de la época.
El poder del gobierno recayó entonces en la Asamblea, a la cual podía asistir todo
ciudadano que así lo quisiese, puesto que estaba en su obligación y en su derecho el tomar partido
en la decisiones que permeaban su vida diaria. Y aquí hay un punto interesante: los griegos
consideraban que tanto la vida pública como la vida privada se podían tratar como un suceso
único, por lo cual las personas podían desdeñar la participación de uno de sus conciudadanos en
las decisiones del Estado aludiendo al mal manejo que tuviera de sus relaciones personales,
aunque esto no le afectara a la comunidad en ningún grado. Hay que decir que, en estos y otros
casos, siempre cabía la oportunidad de defenderse, ya que los griegos creían que la fuerza de un
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buen argumento era una prueba legal contundente ante cualquier juicio. De hecho, toda la
organización de la Asamblea se legitimaba a partir de leyes originadas de consensos, a los que se
arribaban gracias al enfrentamiento de argumentos entre los ciudadanos, dejando la opción de
una votación como recurso secundario para aquellas posturas que eran diametralmente opuestas.
Así como era fundamental para el gobierno la libertad y obligación que tenía cada
ciudadano de participar en la Asamblea, también lo era la igualdad de posibilidades de ejercer
algún cargo en el gobierno. La presidencia del comité encargado de hacer y guiar propuestas
gubernamentales cambiaba de mandatario cada día por esto mismo. Más habría de aclarar que la
igualdad política en la cual se sustentaba la democracia ateniense sólo reconocía a los ciudadanos
que mantenían el “status quo” de ser considerados libres, marginando a todos los esclavos que
componían la verdadera mayoría, a lo cual Held le llama “tiranía de los ciudadanos”.
En esta época, surge de Pláton una de las primeras teorías políticas, la cual propone el
establecimiento de una monarquía donde reinaran los filósofos, por ser ellos quienes, gracias a
sus conocimientos, ordenan armónicamente los distintos aspectos de la vida humana. Una de las
razones consideradas para proponer este tipo de gobierno se sustentaba en los efímeros
mandatos con los cuales la democracia pretendía fortalecer la igualdad política y la libertad civil
en las cuales estaba fundamentada. Los criticaba por la gran dificultad que presentaba el
establecimiento de un seguimiento para las normas que requerían más tiempo para llegar a su
cumplimiento, así como por la incapacidad de lograr una cohesión social que mantuviera el orden
y estabilidad dentro del Estado.
Por otra parte, Platón cree que una importante tarea de todo filósofo es la de estimular las
virtudes natas de cada individuo para que éste pueda realizarse personalmente en el ejercicio de
su vocación. De hecho, considera que la formación de cualquier Estado se encuentra basada en la
división del trabajo, provocando en el individuo la necesidad de vivir en comunidad al requerir de
los bienes o servicios que el mismo no se puede procurar. Por lo tanto, el filósofo, al orientar a las
personas hacia la realización de sus funciones adecuadas, procura una “buena salud” al Estado
que habita.
Considerando los hechos históricos, Platón nunca vería su teoría cristalizada y, pese a la
buena intención griega, toda concepción de un Estado democrático no se volvería a considerar
deseable hasta principios del siglo XVIII. Por lo menos Roma, heredera de su cultura, practicaba la
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idea del deber cívico al mantener abiertos, en una extensión, algunos asuntos del gobierno a la
participación popular. Más, un gran avance que realizó respecto a Grecia fue el mejor
mantenimiento de compromisos formales ante los proyectos que se proponían dentro del mismo
sistema, implantando un gobierno oligárquico que fue capaz de generar una mejor cohesión entre
las necesidades del gobierno y las del pueblo.

Ahora permítaseme dar un gran salto a través del tiempo para comenzar a examinar la
otra parte importante de este ensayo, que vendría a nacer en la época llamada Renacimiento. Y
no hablo más que de la Modernidad, la cual llegó a romper con el dogma de aquel ser divino, al
cual le debíamos la existencia de todo, incluso de nosotros. Pero para que esto pudiera ser, de
acuerdo con Luis Villoro, primero se empezó rompiendo la noción de que la Tierra se encontraba
en el centro del Universo. Ocurrió cuando los pensadores y científicos de la época empezaron a
observar que el Universo tenía las características de infinito y abierto, entendiendo que cualquier
punto podía ser potencialmente el centro. Esto provocó que la percepción de que cada cosa tenía
un lugar pre-establecido se resquebrajara hasta el suelo: los hombres empezaron a verse a través
de las relaciones que guardaban entre ellos y lo que les rodeaba. Ahí fue cuando se generó la idea
de que el ser humano, al no tener a nadie que le hubiese delegado un destino especial o alguna
cualidad con la cual intuyera su función en la naturaleza, tenía la libertad de definirse a sí mismo,
tomando de la naturaleza lo que le fuese necesario para lograr su cometido.
En este periodo, se reformula le esencia del alma humana, la cual será representada como
una voluntad imperiosa de convertir todo en razón, incluso a sí misma, otorgándose así la
capacidad de auto-conocerse, que será de donde nace la máxima de Descartes : «cogito ergo
sum». A partir de esta aseveración el hombre se separa completamente de todo lo demás que le
rodea argumentando que su capacidad de auto-reflexión es la prueba que le otorga su distinción.
Así pues se considera al alma del ser humano como el sujeto puro en relación al cual todo lo que le
rodea puede concebirse como objeto, incluso ella misma en su reflexión. Por ende, nada existe si
no es a través del proceso de racionalización humano.
La concepción de la naturaleza, por otra parte, regresa a una formulación presocrática,
curiosamente. Se comienza a entender la diversidad de elementos naturales como simples
formas de una sustancia única y en constante cambio. El intelecto entonces la estudia y la
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racionaliza, sometiéndola, por medio de la ciencia, a una serie de pruebas desde las cuales se
delimitará las posibilidades que tiene de “ser” o “no ser” esta sustancia, y establecerá, por medio
de las conclusiones arribadas a partir de dichas pruebas, leyes que deberán ser aplicables en todo
momento. Con esto se encontrarán relaciones entre los distintos fenómenos que refuerzan la
nueva imagen de la naturaleza como fuente única de todo.
Junto a la comprensión de la naturaleza, el hombre se dispone a utilizar su libertad de
creación sobre ella, echando mano de las ciencias y las artes, y de su propia razón y trabajo,
generando así lo que, a su parecer, es un mundo ideal: el mundo cultural. Con esta práctica el ser
humano comprende su fin intrínseco de modificar a su imagen lo que encuentra en el exterior
suyo, generando así un medio de trascendencia. Como ejemplo, las ciencias exactas fueron las
primeras que, con gran interés, impusieron una recreación del mundo por medio de las
matemáticas, tratando de explicar todo fenómeno que veían a través de fórmulas y
procedimientos idealizados por la razón humana, ajenos a todo lo pre-existente.

Este cambio de conciencia empezó a verse reflejado en todo ámbito de la vida europea,
desde las artes hasta en las nuevas ciencias, pasando por la vida política de esos tiempos. Dentro
de este último aspecto es donde ocurrió el decaimiento de los reinos para dar paso a las naciones-
Estado. Y fue en territorio italiano, en Florencia, donde se vislumbraría la primera teoría de un
Estado moderno.
La Italia de los siglos XV y XVI vivía en un continuo estado de emergencia, invadida por los
reinos de España, Francia y Austria que intentaban mantener presentes sus influencias en
territorio italiano, mientras que la Republica Veneciana y el papado en Roma, de manera
particular, deseaban cobrar fuerza ante los demás territorios. Más las tensiones internas no eran
menos importantes: en Florencia la casa de los Medicis controlaban el gobierno republicano como
una oligarquía.
De esta república tuvo la suerte de ser Segundo Canciller el autor de la teoría que
examinaremos más adelante: Nicolás Maquiavelo. Pero el gusto le duraría poco, pues al año de
estar en el puesto caen los Medicis del poder y la republica es sustituida por otra de corte más
popular, dejándolo desempleado. Este gobierno tendría una vida efímera: sufriendo de una mala
administración, acosada por el poder de César Borgia, que se había propuesto unificar toda la
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Romagna, y por varias rebeliones de los territorios aledaños, finalmente cae, alzando como
representante de Florencia a Soderini, el cuál trató de llevar una política neutral ante los intereses
de las diferentes facciones de la región. Aquí, Maquiavelo tuvo la oportunidad de acercarse de
nuevo a la vida política de su región natal, como Secretario de la Señoría, puesto que aprovechó
para crear una pequeña milicia florentina que sirvió para calmar un poco las tensiones locales.
Pese aquella modesta victoria, la república no sobreviviría mucho tiempo: fue retomada por los
Medicis ventajosamente, mientras se lidiaba con las tensiones que habían surgido de la
recientemente anunciada guerra entre Francia y el Estado Papal.
Maquiavelo, por más que intentó volver al ámbito político intentando ganarse la simpatía
de los Médicis, nunca ocupó de nuevo un puesto público. Aparentemente por esto y por la
convicción de ver una Italia unificada, escribe El príncipe, dedicado oficialmente a Lorenzo de
Medici. Este libro, esencialmente de consejos para un príncipe, es un gran ejercicio de observación
de la realidad política del momento junto a un escrutinio de la historia política de ciertos Estados y
gobernantes, el cual nos aconseja ciertas maneras en que un gran gobernante debería de
comportarse: que acciones deberían tomarse en ciertos escenarios y cuales deberían prevenirse.
Rafael del Águila, en el examen que hace de la obra, identifica tres lecturas comunes que
se han hecho del libro. La primera y más usual es comprender a Maquiavelo como un cínico. De
esta lectura lo que usualmente destaca es la “inmoralidad” con la cual la mayoría de sus consejos
están envueltos, puesto que quienes lo leen de esta manera consideran que solamente toma a la
religión como un instrumento para guardar el orden. Y no están totalmente equivocados, pues se
considera que Maquiavelo estaba tan preocupado en lograr mantener un Estado fuerte que se
llega a percibir una inclinación a utilizar cualquier medio posible para lograr este cometido.
El punto anterior puede aclararse de mejor manera si se lee a Maquiavelo como un
patriota. La defensa más obvia para esta visión es citar el capítulo veintiséis de El príncipe, donde
el florentino mismo incita a Lorenzo a alzarse como el gobernante destinado a unificar toda Italia,
expulsando en el proceso a todos los “bárbaros” de una vez por todas. Del águila considera que
para Maquiavelo: “La patria era digna de defensa por cualquier medio” (Del Águila, 2002, pág.
92), por lo mismo sus recomendaciones se notan drásticas.
En este ensayo no interesa comprobar la validez de ninguna de las anteriores posturas,
más si establecer que nos enfocaremos en la tercera forma de leer El príncipe: como un texto
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científico. De esta forma se observa que Maquiavelo va más allá de cualquier consideración moral,
examina lo que es, las situaciones reales; deja de lado lo que debería ser, las opiniones personales.
De esta manera podremos entrar ya en materia de lo importante dentro de su legado.
En un principio, y siguiendo con el texto de Del Águila, considera a la “ambición” como un
impulso necesario para alcanzar cualquier objetivo político, pero hace un llamado a cuidarse de
cualquier pasión que no sea regulada por la razón humana, pues éstas podrían llevar a términos
insatisfactorios cualquier intención. El hombre virtuoso, en este caso, es aquél que limita
racionalmente su ambición. También se entiende, incluso desde una lectura preliminar de El
príncipe, que se considera a los hombres como seres poseedores de una maldad innata, lo que
hace que el pueblo sea indigno de confianza. Por ello exhorta a los gobernantes a guiarse siempre
presuponiendo esta malicia.
En el examen de la teoría de Maquiavelo se pueden inferir algunas figuras principales, las
cuales contienen las cualidades que debería tener un príncipe para poder establecerse en el
poder. Una de ellas habla de la astucia que se debe tener en el momento que se sube al poder,
especialmente si dicho príncipe ha sido impuesto, ya sea por otro gobernante o por mano propia,
a un pueblo ajeno a él. En estos casos, se encuentran bienvenidos con mucha hostilidad tanto por
parte del pueblo como de los aristócratas que ya redicen en el territorio que le ha sido otorgado,
puesto que están en el proceso de transición entre los códigos que había establecido el anterior
gobernante y los que pretende establecer este nuevo mandatario. Ante este escenario, un
príncipe virtuoso, mediante una gran práctica de manipulación, aparecería beneficioso tanto para
el pueblo como a para compañeros, siempre teniendo a la mano una gran fuerza bruta que le
ayude a mantener esta farsa. Maquiavelo relaciona a la práctica persuasiva con aquellas actitudes
que presenta un zorro, mientras que usa la figura del león para poder hablar de la fuerza
subordinada a la primera imagen.
Por otra parte está la figura del fundador que se relaciona con el deber de todo príncipe de
establecer su propio conjunto de códigos, más este fundador es un reformador, poseedor de una
gran virtud, capaz de dotar al gobierno de instituciones que, reconociendo y respetando el tipo de
cultura que posee el pueblo, soporten tiempos de conflicto y dificultades. A esta figura, el pueblo
debe entregarle su confianza total, porque es el único que puede implantar estas nuevas normas
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garantizadoras del orden y la estabilidad; ya que delegar este acto de fundación a un grupo de
personas simplemente aumentaría la complejidad de la propio trabajo.
Las figuras anteriormente vistas no deben ser ajenas para cualquier príncipe,
especialmente aquél que se proponga imponerse en un territorio al que es ajeno. Debe entender
que cada figura responde a un proceso y a un tiempo específico dentro del establecimiento de un
Estado. También se debe entender que, para obtener los frutos esperados, el príncipe debe
sacrificar su vida privada para vivir completamente en apariencia desde el primer momento que
decide gobernar. Este ostracismo al que el príncipe se condena se explica a través de ambas
figuras de diferentes maneras: para el zorro es necesario ya que debe vivir en completa
desconfianza ante las decisiones del pueblo y de los aristócratas, buscando su propia
supervivencia en el poder; en el fundador, en cambio, es el resultado inevitable de su ajenidad
ante el resto de la comunidad.
Hay una tercera figura, pero esta no le corresponde al príncipe. Es la del ciudadano y
ahonda en la importancia del pueblo como fuerza política, la cual el príncipe no debe desdeñar si
desea alcanzar algún resultado satisfactorio. El ciudadano no debe verse de otra forma que no sea
como materia sin forma que el líder, por medio de su virtud y su esfuerzo, dotará de una forma
adecuada.
Todo esto nos lleva a considerar los dos conceptos en los cuales realmente se fundamenta
el trabajo de Maquiavelo: la virtud y la fortuna. La virtud se refiere a la capacidad de prever las
dificultades, de aprovecharse de la fortuna y de definir el destino propio. El hombre virtuoso va a
hacer todo lo que esté a su alcance para no dejarse llevar por la fortuna, manteniendo por una
parte una actitud hiperactivista que lo aleje de la comodidad de los buenos tiempos, por otra
parte siendo sensible a la presencia de las ocasiones oportunas que nos presenta la fortuna,
apelando, en cierto grado, a la capacidad de adaptación que exige la virtud ante eventos
extraordinarios.
La fortuna, en cambio, es aquello que esta fuera de nuestro alcance, lo que no podemos
controlar, lo inesperado y lo inevitable. En verdad que el concepto de fortuna se vuelve
especialmente claro con la alegoría que Maquiavelo hace de ella al explicarla con un rio que
cuenta con momentos de calma y momentos de gran bravura. Un hombre virtuoso aprovecharía
los tiempos de calma para construir diques y demás obstáculos que le permitan sobrellevar esos
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momentos donde el río se desborda violentamente. Si no contamos como comunidad con la


virtud necesaria para prevenir los embates de la fortuna simplemente nos estaríamos
abandonando ante su gobierno ciego. Eso es lo que Maquiavelo quiere evitar, por eso exhorta el
uso de cualquier medio que conserve el Estado, de la manera más efectiva posible.

Al final, Del Águila considera que la obra de Maquiavelo se encuentra fuertemente


impregnada de melancolía pues nos otorga la imagen de un hombre que lucha incansablemente
por un lugar en el mundo. Pero este mundo que busca, ¿Es un mundo moderno? Totalmente: la
teoría de Maquiavelo está muy relacionada con las ideas modernas acerca de la razón humana.
Pone a la voluntad del individuo como actor principal y le otorga todo lo ajeno a él para que pueda
cumplir su objetivo. Es una de las primeras doctrinas individualistas y un referente de esta nueva
forma de examinar la realidad que se gestó en el pensamiento científico, haciendo que algunos
consideraran a EL príncipe como la primera obra de ciencia social de todos los tiempos.

Bibliografía
Del Águila, R. (2002). Historia de la teoría política. Madrid: Alianza Editorial.

Held, D. (1992). Modelos de democracia. Madrid: Alianza Editorial.

Mayer, J. (1994). Trayectoria del pensamiento político. Mexico: Fondo de Cultura Económica.

Villoro, L. (2015). El pensamiento moderno. México: Fondo de Cultura Económica.

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