tes, Con su celebracién retorica de la “sociedad civil” y su expresion mas
cexaltada en algunas latitudes, el llamado “tercer sector”, los gobemnan-
tes latinoamericanos se han emperiado en desactivar y tomar cada vez mas
enrarecidos os expacios cle democratizaci6n y de debate politico. En este
contexto, rescatar la visibilidad y significado de los movimientos socia-
les en la disputa social y simbslica por la cual pasa la construcci6n demo-
critica, es una tarea dificil pero imprescindible. Esperamos que el con-
junto de textos aqui ofrecidos al debate en habla hispana contribuya a
‘este esfuerzo.
Desafortunadamente, nos vimos obligados por razones editoriales a
excluir de la presente edicidn algunos de los textos que constaban en el
original. Reiteramos nuestro agradecimiento a losautores de dichos tex-
tos, cuyas contribuciones enriquecieron la discusién colectiva que hizo
posible este libro. Quisiéramos también agradecer a Maria Vittoria Ure
be, Mauricio Pardo y mas adelante Nicolis Morales del Instituto Colom-
biano de Antropologia e Historia, asi como a Pilar Reyes de la editorial
‘Taurus por el entusiasmo con que acogieron la publicacion de nuestro
trabajo. Agradecemos igualmente a Eduardo Restrepo quien compilé los
textos en castellano, ya Claudia Montilla por su traduecién al castellano.
1. Introduccién:
Lo cultural y lo politico en los
movimientos sociales latinoamericanos
Arturo Escobar, Sonia E. Alvarez y Evelina Dagnino
A\ nnecitia que nos accreamosal final del mileio, se hace mas pre-
smiante la pregunta pore! futuro de las sociedades latinoamericanas. Los
hiveles de violencia, pobreza, discrimimacion y exchisién que éstas han
alcanzado no tienen precedentes,y parecen indicar que el “desempeiio”
yhhasta el mismo diserio de las “nuevas” democracias de América Latina
‘stn muy lejos de ser satisfactorios¥ las luchas potiticas en la América
Latina actual se libran justamente en tomo a posibles planes democré-
ticosalternativos. Los movimientos sociales, como sostendremos,juegan
tun papel decisivo en dichas luchas. Fundamentalmente, se estan deha-
tiend los parametres de la democracia, o al menos, con toda certeza las
fronteras de To que debe definirse como el escenario politico: sus parti
ipantes, sus instituciones, sus procesos, sus programas y sus aleances.
[Los programas de ajuste social y econémico inspirados por el neoli-
beralisino han entrado en la disputa como formidablesy penetrantes com-
petidores, En respuesta ala supuestamente “inevitable” gica impuesta
por los procesos de la globalizacién econémica la politicas neolibera-
Jes han introducido un nuevo tipo de relaci6n entre el Estado y a socie-
dad civil y han provocado el surgimiento de ung definicién del ambito 5
de lo politico y sus participantes, en una concepcion mintina-
lige ania det Fao Baina de la democracia. =
Puesto que ka sociedad civil esta a cargo dc las responsahilidades socia-
les que ahora evade un Estadio neoliberal en proceso de reduccién, su po-
tencial como espacio politico para el ejercicio de la ciudadania recibe ca-
avez menos importancia. Desde este punto de vista Ios ciudadanos tienen _
que seguir avanzando por sus propios recursos privados, la ciudadania 2
se equipara cada vez mas con Ia integraci6n individual al mercado.
‘Una concepcién alternativa de la ciudadania, como la que proponen
varios de los movimientos que se estudian en esta coleccion, tendria en
‘cuenta las luchas democréticas como un amplisimo y renovado procesode redefinici6n, no s6lo del sistema politico, sino también de précticas
econsmicas, sociales y culturales que podrian engendrar un ordena-
miento democritico de la sociedad como un todo. Tal concepcion Ila-
ma nuestra atenci6n desde un ampl de posibles esferas puiblicas
een las cuales podria ejercerg€Ta ciudadania,y los intereses de la socic-
dad podrian ser no s6lo representados, sino fundamentalmente remo-
delados. El aleance de las luchas democriticas se extenderia hasta abar-
car no s6lo el sistema politico, sino adernis el futuro del “desarrollo” y
laerradicacién de desigualdades sociales como las de raza 0 géneto, pro-
fundamente determinadas por pricticas culturales y sociales. Esta con-
cepei6n nueva y amplia también permitiria reconocer que el proceso de
construccién de la democracia no es homogéneo, sino mas bien inter-
namente discontinuo y desigual: diferentes esferas y dimensiones tienen
Fitmnos de cambio diferentes, lo cual llevaa algunos analistas a argumen-
tar que este proceso ¢s inherentemente “disyuntivo” (Holston y Caldeira,
préxima publicacién); véase también Jelin y Hershberg 1996).
‘Los movimientos sociales no s6lo han logrado en algunas instancias
transformar sus agendas en politicas piiblicas y expandir las fronteras de
la politica institucional, sino que también, muy significativamente, han
luchado por otorgar nucvos significados a las nociones heredadas de
ciudadania, a la representaciGn y participacién politica, y como conse-
“ guencia, ala propia democraciaf Taito los procesos mediante los cuales
al programa de un movimiento se convierte en politica publica, como
Josde biisqueda de una nueva definicién del significado de términos co-
mo “desarrollo” o “ciudadano”, por ejemplo, implican la puesta en mar-
‘chade una “politica cultural”, concepto desarrollado en el campo de los
estudios culturales, el cual, como anotaremos mésadelante, puede com
tribuir a dar nuevas luces sobre las apuestas culturales y politicas de los
movimientos sociales en la lucha contemporanea por el destino de la
democracia en América Latina.
La FORMACION DE NUEVOS CONCEPTOS DELO CULTURAL EN LA
INVESTIGACION SOBRE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES EN
América LATINA
De ta cultura a ta politica cultural
._Este libro tiene el objetivo principal de investigar sobred relacis
pre cleara y ote Argumencamos ‘que esta relaci6n puede explo-
aE producdvaiierife mediante una exploraciGn de la naturaleza de la
politica cultural puesta en marcha —con mayor o menor claridad y en
¥
EE Tt ———
mayor 0 menor grado— por todaslos movimientos sociales, y por medio,
del examen del potencial de dicha politica cultural para promover el
cambio social. i :
‘La ciencia social convencional no ha explorado de manera sistema-
tica los vinculos entre cultura y politica. Ya nos referimos a este hecho en
trabajos anteriores (Escobar y Alvarez 1992; Dagnino 1994). Es impor-
tante discutir las concepciones cambiantes de cultura y politica en antro-
pologia, literatura y otras disciplinas, como telén de fondo para entender
Ja manera como el €oncépio de politica culuural urgig del intense dié-
logo intrdsciplinais del. denanecinienta dea fnaters-aue ha
fo Tagar durante la Gitima década, animado par varizs tendencias
postestractiralstas. En nucsira antologia anterior, sefalabamos que la
manera conventional de entender la cultura en varios campos del saber
‘como algo estatico—engastado en un conjunto de textos, creencias y ar
tefactos canérricos—ha contribuido grandemente a hacer invisibles pré-
cticas culturales cotidianas como terreno y fuente de pricticas politicas.
‘Tericos de la cultura popular, como de Certcau (1984), Fiske (1989) y
Willis (1990) trascendieron dicho estatismo y resaltaron la manera.co-
mo la cultura involucra un proceso colectivo ¢ incesante de produccién
de significados que moldea la experiencia social y configura las relacio-
nes sociales. De esta manera, los estudios sobre la cultura popular lleva-
ron la investigacién en las humanidades a alejarse cada vez mis del énfa-
sis en la“alta cultura” originado en la literamra yen lasantesyaacercarse
a.una comprensién antropolégica de la cultura. Esta cercania ya habia
sido propiciada por el trabajo de Raymond Williams, quien describe la
caulaura como “el sistema de significacin mediante el cual (aunque entre
otros) necesariamente se comunica, reproduce, experimeata y explora
‘un orden social” (1981, 13). Como anotaron Glenn Jordan y Chris Wee-
don, “en este sentido, la cultura no es una esfera sino una dimensién de
todas las instituciones econémicas, sociales y politicas. La cultura es un
conjunto de practicas materiales que constituyen significados, valores y sub-
jetividades” (1995, 8).
En un libro reciente y muy influyente, se elabora la efinicién de
Williams para llegar a concluir que “en los estudios culturales... la cultu-
Tase entiende de dos maneras. como modo de vida —incluidos ideas, acti-
tudes, lenguajes, practicas, instituciones y estructuras de poder— y co-
mo una amplia variedad de pricticas culturales: formas artisticas, textos,
cdnones, arquitectura, bienes producidos masivamente, etc.”. (Nelson,
‘Treichler y Grossberg 1992, 5). Esta descripcién dela cultura apunta ha-
cia pricticas y representaciones arraigadas como ejes de la cultura. Sin
‘embargo, en la practica, su énfasis sigue estando en las formas artisticas:
ytextuales. Lo anterior, creemos, explica un cierto ntimero de criticas a
Saeco ee ieJos estudios culturales, como la aparentemente poco problemitica con-
fianza cn sus “rpidas y viles" etnografias, la preeminencia de analisis tex-
twales y !a importancia que se otorga a las industrias culturales y a los
paradigmas de recepcién y consumo de productos culturales. Sea cual
sea la validez de estas criticas, como explicaremos mas adelante, es justo
decir queos estiidios culturales no harr otorgado la sificiente mportan
Gia‘ los movimientos sociales como agentes vitales de la produccién cub
tural!
‘nocién de cultura también es materia de amplio debate en el cam-
‘po de la antropologia. La antropologia clisica adheria a una epistemo-
logia realista ya una comprensién relativamente fija de la cultura como
algo encarnado en las instituciones, practicas,rituales, simbolos,y simi-
Jares. Este paradigma de cultura orgénica sufrié golpes significativos con
el desarrollo de la antropologia estructural, la cual se orienta hacia la eco-
noma politica y la antropologia interpretativa. A partir de bases herme-
néuticas y semidticas, la antropologia interpretativa se movia hacia una
comprensién no positivista y parcial de la cultura, en parte guiada por
Ja metifora de las “culturas como textos’. A mediados de la década de
1980, otro desplazamiento de la idea de cultura buscé tener en cuenta
elhecho de que “ya nadie puede escribir sobre los otros como si fueran
objetos 0 textos discretos”, y buscé desarrollar “nuevas concepciones de
Ja cultura como algo interactivo e hist6rico” (Clifford y Marcus 1986, 25),
Desde entonces, la creciente conciencia de la glohalizacién de la produc-
‘ci6n econémica y cultural ha levadoa los antropélogosa cuestionar no-
)
}
¥
_Azruno Bscomsh * Sona E. Arvaamet» mma DAE
4a respuesta tipica de los eriticos; con ella buscan expresar una urgencia
‘materialista que borra de plano los asuntos culturales, sin importar su.
yalor”. Warren sugiere entonces que “las exigencias materiales [de los
‘movimicntos sociales] son. en la prictica, construcciones selectivas avan-
‘adas poltticamente, expresacasen campos de relaciones sociales que tarm-
ign definen su significado”. De igual manera, Warren aboga por una,
formacidn alternativa de conceptos que “confrontarfa los asuntos cultu-
rales (y los intereses politicos) embebidos en la construccién de politicas
{las preocupaciones materialistas (y los intereses politicos) implicitas en
{os ensamblajes culturales de la politica”. En tanto los antropélogos ge-
aeralmente han intentado entrelazar los analisis de “Io simbslico” y “lo
‘paterial”, los avances en la teorfa del discurso y a representacién han pro-
jionado herramientas para relatos mas matizados de la constitucién
‘smutua, de hecho la inseparabilidad, de significados y pricticas (véase Co-
‘marofy Comaroff 1991 para un excelente ejemplo de este enfoque).
Este desarrollo deja lecciones titles para los estudios culturales; de
hecho, se armoniza bien con lo que se considera el asunto clave del cam-
po de estudio, es decir, aquello que las metéforas de cultura y textuali-
dad ayudan a explicar y que a la vez dejan de estudiar. Este asunto se ex-
presa elocuentemente en el recuento retrospectivo de Staaet Hall sobre
el impacto del “giro lingiistico” de los estudios culturales. Para Hall, el
descubrimiento de la discursividad y la textualidad trajo a primer plano
“a importancia crucial del lengugje... para el estudio de cualquier cul-
tura” (1992, 283). Asi, los académicos de los estudios culturales encon-
(raron que siempre “algo los hacia volver a la cultura’. Sin embargo, a
ppesar de fa importancia de la metafora de lo discursivo, para Hall
‘Siempre hay algo que esti descentrado en tomo al medio de la cultura,
del lenguaje, la textualidad y el significado, que siempre escapa y evade
el intento por vinculario, directa e inmediatamente, con otras estruct-
ras... [Debemos suponer que] la cultura siempre trabaja mediante sus
‘textualidades —yal mismo tiempo esa textualidad nunca es suficiente...
‘a menos que (y hasta que) uno respete el necesario desplazamiento de
Jacultura—,ysin embarga, uno siempre se molesta por su fracaso al re-
conciliarse con otros asuntos que importan, con otras preguntas que wo
pueden ni podran ser totalmente rescatadas por las elaboraciones de la
‘de que tante el trabajo de campo como la cultura —en sus modos reflexivos y post
‘curucturalistas— se entienden hoy en dia de manera muy diferente de como se en:
‘endian hace diez aos. Hasta el punto de que la cultura sigue siendo el espacio del
Sercicio de poder, y eniendo en cuenta la fuerza persisteute de las diferencias cul-
‘rales a pesir de la globalizacin, la eorizaci6n calvuraly 1 trabajo de campo com
tindan siendo proyectos intelectuales y politicos vigorosos.