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En el presente trabajo nos abocamos a estudiar al varón y la mujer con una visión
integradora de los saberes. Intentaremos, por lo tanto, mostrar en primer lugar el abordaje que
las ciencias particulares, en concreto la biología y la neurociencia, realizan del tema.
Posteriormente discutiremos esos datos en el plano filosófico, y por último procuraremos
llegar a una definición que integre lo observado en los diversos campos.
Perspectiva Científica
Biología
Ahora bien, el sexo masculino está especificado no por un gen, sino por varias redes
de genes ancladas en la interacción genética entre dos genes, Sry y Sox9 (Austriaco, 2013,
p.702) El gen Sry se encuentra en el brazo corto del cromosoma Y y actuá elevando la
expresión de un gen específico llamado Sox9.
Este gen en particular es el causante de regular una gran cantidad de genes, causando
la especificación de las llamadas células de Sertoli en los testículos. Luego estas segregarán
las hormonas masculinas (principalmente testosterona) que llevarán a la diferenciación y
maduración de ciertos tejidos del organismo resultando en el crecimiento de un órganos
sexuales masculinos.
En tanto el gen Sry esté ausente o no actúe a tiempo, el gen Sox9 será silenciado y
culminaría en el desarrollo de los ovarios. Lo cual no significa que la feminidad sea una
ausencia de masculinidad. Tanto la femineidad como la masculinidad exigen debidamente las
dosis de expresión de genes que le son propias a cada uno.
Neurociencia
Durante mucho tiempo se creyó que los cerebros de varón y mujer eran
esencialmente iguales. Las diferencias percibidas se atribuían principalmente a la plasticidad
del órgano que modificaba sus estructuras según pautas culturales. Sin embargo, las
investigaciones recientes en neurociencias se orientan cada vez más hacia postular una base
biológica que fundamenta un dimorfismo cerebral.
Ahora bien, normalmente solo uno de los dos cromosomas X de una mujer es
activado, pero “en el cerebro femenino diversos genes del cromosoma X escapan a la
inactivación, y se expresan a partir de dos cromosomas, del activo y del inactivado; es decir,
una doble dosis respecto del cerebro masculino” (López Moratalla, 2007, p.32) Esto se debe a
la impronta parental, pues en efecto los cromosomas X procedentes de la madre y el padre no
son idénticos, y la copia de los genes presentes en ellos no se regula de la misma manera.
Por lo tanto, hay genes que solo se expresan en las mujeres por tener un Xp y no en
los varones que solo cuentan con un Xm. Especialmente notorio es un grupo ubicado en la
región 11.3 del brazo pequeño del cromosoma X (Xp 11.3) que son necesarios para el
desarrollo normal de las mujeres y que se expresan selectivamente durante el desarrollo
cerebral.
Con todo, las hormonas no solo afectan este gen, sino en general la presencia de
ovarios o testículos fetales, y por tanto de hormonas sexuales masculinas o femeninas
permitiendo “la expresión selectiva de aquellos genes que tienen en su región promotora una
secuencia capaz de ser reconocida por una hormona especifica del sexo”. (López Moratalla,
2007, p.63). De esta manera en las primeras dieciocho semanas se ha construido, tanto a
causa directamente de genes como de hormonas, la mayor parte del cableado cerebral
especifico de cada sexo.
Posteriormente, alrededor de los dos años de edad, son fabricadas una gran cantidad
de hormonas sexuales llenando con estrógenos, los cerebros de las niñas, y con testosterona
los de los niños. En consecuencia, en las primeras se remarcan más aquellos relacionados con
las emociones, la comunicación, la observación, y el cerebro maternal, dentro de los circuitos
cerebrales. En cambio, en los segundos disminuye la comunicación y aumenta la tendencia a
dar órdenes, la confianza en la fuerza física, y la concentración.
Esto demuestra que las disparidades son principalmente innatas, pues aunque se
intente una educación no diferenciada las distintas configuraciones cerebrales tienden a
manifestarse. Estudios realizados en primates muestran que los machos eligen juguetes
típicamente masculinos y que las hembras hacen lo propio con los femeninos (Goldman,
2017)
Por último, en la pubertad se termina de reafirmar el cableado lineal en el varón y
cíclico en la mujer. Así, a partir de este momento y durante la mayor parte de la vida adulta
en “las mujeres las habilidades de cualquier tipo se potencian, o inhiben, en función de las
concentraciones de hormonas sexuales, que varían durante el ciclo menstrual” (López
Moratalla, 2007, p.68)
Los sexos difieren también en el modo de procesar las emociones. Las mujeres
suelen tener una mayor capacidad para percibir las emociones ajenas, y suelen tener una
memoria emocional más intensa, incluso su sentido del humor es más emotivo. Además, las
mujeres tienden más a la empatía, y los varones a la sistematización. Por ejemplo, podría
describirse el trastorno autista como un cerebro masculino extremo, lo cual explica también la
mayor prevalencia de esta enfermedad entre los hombres.
Los hombres, también suelen destacarse en los tests que miden habilidades viso-
espaciales, como imaginar qué sucede cuando se rota un objeto tridimensional, o habilidades
de navegación (Goldman, 2017). En cambio, las mujeres muestran mucho mejores resultados
en la mayoría de las habilidades verbales, y de precisión motora fina.
En síntesis, podríamos decir con López Moratalla (2007, p. 91) que los varones
nacen orientados hacia el espacio exterior interesados en construir, analizar, y explorar
mientras que las mujeres nacen predispuestas para la empatía interesadas en la expresión
emocional, en la relación, y en mantener la armonía.
Una mención aparte merece lo que podríamos llamar el cerebro maternal. En efecto,
con el embarazo el cerebro femenino innato responde a una sería de consignas,
desencadenado procesos destinados a modificarlo funcional y estructuralmente. Estudios
realizados en madres a las que se muestran fotos de sus hijos revelan una activación de zonas
relacionadas con el sistema de recompensas y desactivan aquellas las vinculadas al juicio
crítico y las emociones negativas, un proceso casi idéntico al del enamoramiento, pero sin
componente erótico.
Aún más, solo las madres humanas desarrollan emociones adicionales al instinto
maternal, de ansiedad, tristeza e incluso sobresalto a los ruidos y que constituyen sistemas de
protección a los bebes.
Los padres, madres adoptivas, y cualquier persona de contacto muy frecuente con un
niño puede desarrollar en parte este cerebro maternal, pero no con la intensidad de la madre
biológica.
Perspectiva Filosófica
Estos tres aspectos [sexo biológico, sexo psicológico, y sexo sociológico] no deben
entenderse como aislados unos de otros. Por el contrario, se integran en un proceso
más amplio que consiste en la formación de la propia identidad. Una persona
adquiere progresivamente, durante la infancia y la adolescencia, la conciencia de ser
“ella misma”. Descubre su identidad y, dentro de ella, cada vez más hondamente, la
dimensión sexual del propio ser. Adquiere gradualmente una identidad sexual (se da
cuenta de los factores biopsíquicos del propio sexo, y de la diferencia respecto al
otro sexo) y una identidad genérica (descubre los factores psícosociales y culturales
del papel que las mujeres o varones desempeñan en la sociedad). En un correcto y
armónico proceso de integración, ambas dimensiones se corresponden y
complementan. (p. 9)
Un tercer error y más sutil seria pensar en una complementariedad comparable a dos
mitades que se unen. Si reflexionamos cuidadosamente, hombre y mujer son conceptos que
se reclaman mutuamente para ser plenamente inteligidos. El hombre se descubre en la mujer
como en un espejo y viceversa. Nada hay en la mujer que tenga sentido sin el varón y nada
hay en el varón realizable sin la mujer.
Definir es, tal vez, una de las tareas más difíciles a las que se aboca un filósofo. No
es por tanto nuestra intención dar una definición absolutamente precisa sino más bien esbozar
un primer intento según lo que hemos investigado hasta el momento.
Los seres humanos no se limitan a generar, más bien podríamos decir que los seres
humanos se hacen fecundos. La sexualidad humana conlleva la primera fecundidad del
engendramiento del hijo, pero también la responsabilidad de hacerse cargo de ese hijo, de
criarlo. Criar, que es un concepto muy abarcador, no limitado a lo meramente biológico como
en los animales irracionales, sino que supone introducir al niño en el mundo de lo humano. O
para ponerlo de otro modo, supone hacerse fecundo enriqueciendo a la prole hasta producir
en ella una madurez integral (por eso un padre y una madre siguen siéndolo toda la vida).
Ahora bien, tanto en el varón como la en la mujer está fecundidad es posible por el
otro. Por el otro pero no del mismo modo pues sus movimientos son contrarios. Es posible
afirmar, siguiendo a Aristóteles, que el varón se hace fecundo desde sí mientras que la mujer
en sí. El varón supone una salida y la mujer una acogida. Resumiendo, la fecundidad de la
mujer podría describirse como un por otro-en sí mientras que la del varón como un por otro-
desde sí.
Este “por otro” significa una entrega. Solo el varón que se da plenamente a la mujer
puede ser plenamente fecundo y viceversa. Cualquier forma de fecundidad en la cual la
entrega sea inexistente o parcial queda trunca, se constituye como una privación, un mal.
Pero varón y mujer no se entregan de la misma manera, el varón lo hace saliendo de sí y
mujer encierra la paradoja de entregarse recibiendo. El varón se da desde sí y mujer en sí.
Como vemos esta definición reviste de una particularidad, y es que de algún modo
resultan dos definiciones inesperables, tal como lo son las nociones en la realidad. Podrá
notarse también que, al igual que las definiciones aristotélicas en las que se inspira, es,
aunque propia, por las operaciones, y no por lo que lo masculino y lo femenino son en sí
(abordar este tema excedería las posibilidades de este trabajo). Tampoco puede decirse que
agote plenamente la realidad de lo masculino y lo femenino pero al menos trata de
constituirse como una ventana a la maravilla que representan.
Conclusión
Goldman, B. (2017). How men's and women's brains are different. Recuperado el 1 de
diciembre de 2018 de https://stanmed.stanford.edu/2017spring/how-mens-and-
womens-brains-are-different.html
López Moratalla, N. (2007). Cerebro de mujer y cerebro de varón. Madrid: Ediciones Rialp.