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Seminario de Investigación I – CEOP (2018)

El fundamento de la diferenciación sexual


desde las ciencias y la filosofía

Alumnos: Emilio Llorente; Rafael Roca


Introducción

En el presente trabajo nos abocamos a estudiar al varón y la mujer con una visión
integradora de los saberes. Intentaremos, por lo tanto, mostrar en primer lugar el abordaje que
las ciencias particulares, en concreto la biología y la neurociencia, realizan del tema.
Posteriormente discutiremos esos datos en el plano filosófico, y por último procuraremos
llegar a una definición que integre lo observado en los diversos campos.

Perspectiva Científica

Biología

Desde la perspectiva de la biología molecular la distinción sexual pasa en gran


medida por la existencia de cromosomas específicos para cada sexo, principalmente el
cromosoma Y, que dicta al embrión que desarrolle un cuerpo masculino.

Ahora bien, el sexo masculino está especificado no por un gen, sino por varias redes
de genes ancladas en la interacción genética entre dos genes, Sry y Sox9 (Austriaco, 2013,
p.702) El gen Sry se encuentra en el brazo corto del cromosoma Y y actuá elevando la
expresión de un gen específico llamado Sox9.

Este gen en particular es el causante de regular una gran cantidad de genes, causando
la especificación de las llamadas células de Sertoli en los testículos. Luego estas segregarán
las hormonas masculinas (principalmente testosterona) que llevarán a la diferenciación y
maduración de ciertos tejidos del organismo resultando en el crecimiento de un órganos
sexuales masculinos.

En tanto el gen Sry esté ausente o no actúe a tiempo, el gen Sox9 será silenciado y
culminaría en el desarrollo de los ovarios. Lo cual no significa que la feminidad sea una
ausencia de masculinidad. Tanto la femineidad como la masculinidad exigen debidamente las
dosis de expresión de genes que le son propias a cada uno.

Actualmente conocemos una región del cromosoma X, DSS, que de encontrase en


dosis doble favorece el proceso de feminización, particularmente la formación de ovarios y
por consiguiente la síntesis de hormonas femeninas, y posteriormente la formación de
gametos y cuerpo de mujer.
Sin embargo, a este nivel, no nos importa solo cómo se produce la diferenciación,
sino que puede aportar de singular cada sexo al proceso reproductivo. Es universalmente
conocido que existe una diferencia morfológica muy grande entre los gametos femeninos y
masculinos. Pero lo que no es tan conocido es que varón y mujer no aportan del mismo modo
a la constitución del embrión. Dice Jérôme Lejeune:

En el momento en que se encuentran los dos grupos de cromosomas, transportados


por el espermatozoide y por el óvulo, no son idénticos como hemos creído durante
años. En efecto, sabíamos que existía una diferencia entre el cromosoma X y el
cromosoma Y, pero, respecto a lo demás, se creía que transportaban la misma
información, y esto no es cierto. Una parte de información debe ser leída del
cromosoma de origen paterno y otra diferente del cromosoma proveniente de la
madre (citado en Castilla de Cortázar, 2004, p.31)

Neurociencia

Durante mucho tiempo se creyó que los cerebros de varón y mujer eran
esencialmente iguales. Las diferencias percibidas se atribuían principalmente a la plasticidad
del órgano que modificaba sus estructuras según pautas culturales. Sin embargo, las
investigaciones recientes en neurociencias se orientan cada vez más hacia postular una base
biológica que fundamenta un dimorfismo cerebral.

El principio de esta disparidad se encuentra en los genes, pues los cromosomas X e


Y no contienen la misma carga genética respecto al desarrollo cerebral, sino que el X tiene
una carga considerablemente mayor.

Ahora bien, normalmente solo uno de los dos cromosomas X de una mujer es
activado, pero “en el cerebro femenino diversos genes del cromosoma X escapan a la
inactivación, y se expresan a partir de dos cromosomas, del activo y del inactivado; es decir,
una doble dosis respecto del cerebro masculino” (López Moratalla, 2007, p.32) Esto se debe a
la impronta parental, pues en efecto los cromosomas X procedentes de la madre y el padre no
son idénticos, y la copia de los genes presentes en ellos no se regula de la misma manera.

Por lo tanto, hay genes que solo se expresan en las mujeres por tener un Xp y no en
los varones que solo cuentan con un Xm. Especialmente notorio es un grupo ubicado en la
región 11.3 del brazo pequeño del cromosoma X (Xp 11.3) que son necesarios para el
desarrollo normal de las mujeres y que se expresan selectivamente durante el desarrollo
cerebral.

Su ausencia, entre otras cosas, disminuye la capacidad empática y de sistematización


(pensamiento lógico), según estudios realizados en mujeres con síndrome de Turner que
carecen del cromosoma paterno en comparación con las que carecen del materno (López
Moratalla, 2007, p.64).

Aun más, existe un gen, el PCDH, que se encuentra tanto en el cromosoma X


(PCDHX) como en el Y (PCDHY); pero la copia de cada cromosoma difiere en su región
promotora (la que regula su expresión). Su función es codificar una proteína (la cadherina)
encargada de establecer conexiones neuronales. Las señales que lo desencadenan son
hormonas sexuales, por ello según la concentración de las mismas el gen se expresa en
momentos distintos del desarrollo cerebral en mujeres y varones. Se supone que esta es una
de las bases genéticas mas importantes del dimorfismo.

Con todo, las hormonas no solo afectan este gen, sino en general la presencia de
ovarios o testículos fetales, y por tanto de hormonas sexuales masculinas o femeninas
permitiendo “la expresión selectiva de aquellos genes que tienen en su región promotora una
secuencia capaz de ser reconocida por una hormona especifica del sexo”. (López Moratalla,
2007, p.63). De esta manera en las primeras dieciocho semanas se ha construido, tanto a
causa directamente de genes como de hormonas, la mayor parte del cableado cerebral
especifico de cada sexo.

Posteriormente, alrededor de los dos años de edad, son fabricadas una gran cantidad
de hormonas sexuales llenando con estrógenos, los cerebros de las niñas, y con testosterona
los de los niños. En consecuencia, en las primeras se remarcan más aquellos relacionados con
las emociones, la comunicación, la observación, y el cerebro maternal, dentro de los circuitos
cerebrales. En cambio, en los segundos disminuye la comunicación y aumenta la tendencia a
dar órdenes, la confianza en la fuerza física, y la concentración.

Esto demuestra que las disparidades son principalmente innatas, pues aunque se
intente una educación no diferenciada las distintas configuraciones cerebrales tienden a
manifestarse. Estudios realizados en primates muestran que los machos eligen juguetes
típicamente masculinos y que las hembras hacen lo propio con los femeninos (Goldman,
2017)
Por último, en la pubertad se termina de reafirmar el cableado lineal en el varón y
cíclico en la mujer. Así, a partir de este momento y durante la mayor parte de la vida adulta
en “las mujeres las habilidades de cualquier tipo se potencian, o inhiben, en función de las
concentraciones de hormonas sexuales, que varían durante el ciclo menstrual” (López
Moratalla, 2007, p.68)

La principal consecuencia del proceso descripto hasta el momento es que varones y


mujeres alcanzan los mismos resultados utilizando muchas veces procesos distintos. Así “el
cerebro del varón y de la mujer trabajan de manera diferente en áreas tanto cognitivas como
de conducta; e incluyen lenguaje, memoria, emoción, visión, procesamiento de caras,
orientación espacial, e incluso audición.” (López Moratalla, 2007, p.73)

Resulta de especial interés notar que los hemisferios izquierdo y derecho se


encuentran más conectados entre sí en las mujeres, mientras que en los hombres hay una
mayor conexión entre las regiones locales. Por ello las tareas que implican pasar de un
hemisferio a otro suelen realizarla mejor las mujeres en tanto que las que requieren la
actividad preferencial de uno, los hombres.

Los sexos difieren también en el modo de procesar las emociones. Las mujeres
suelen tener una mayor capacidad para percibir las emociones ajenas, y suelen tener una
memoria emocional más intensa, incluso su sentido del humor es más emotivo. Además, las
mujeres tienden más a la empatía, y los varones a la sistematización. Por ejemplo, podría
describirse el trastorno autista como un cerebro masculino extremo, lo cual explica también la
mayor prevalencia de esta enfermedad entre los hombres.

Los hombres, también suelen destacarse en los tests que miden habilidades viso-
espaciales, como imaginar qué sucede cuando se rota un objeto tridimensional, o habilidades
de navegación (Goldman, 2017). En cambio, las mujeres muestran mucho mejores resultados
en la mayoría de las habilidades verbales, y de precisión motora fina.

En síntesis, podríamos decir con López Moratalla (2007, p. 91) que los varones
nacen orientados hacia el espacio exterior interesados en construir, analizar, y explorar
mientras que las mujeres nacen predispuestas para la empatía interesadas en la expresión
emocional, en la relación, y en mantener la armonía.

Una mención aparte merece lo que podríamos llamar el cerebro maternal. En efecto,
con el embarazo el cerebro femenino innato responde a una sería de consignas,
desencadenado procesos destinados a modificarlo funcional y estructuralmente. Estudios
realizados en madres a las que se muestran fotos de sus hijos revelan una activación de zonas
relacionadas con el sistema de recompensas y desactivan aquellas las vinculadas al juicio
crítico y las emociones negativas, un proceso casi idéntico al del enamoramiento, pero sin
componente erótico.

Aún más, solo las madres humanas desarrollan emociones adicionales al instinto
maternal, de ansiedad, tristeza e incluso sobresalto a los ruidos y que constituyen sistemas de
protección a los bebes.

Los padres, madres adoptivas, y cualquier persona de contacto muy frecuente con un
niño puede desarrollar en parte este cerebro maternal, pero no con la intensidad de la madre
biológica.

Perspectiva Filosófica

Discusión de los datos empíricos

Nos abocaremos ahora a estudiar algunas implicancias filosóficas de los datos


presentados en la sección anterior. Sin embargo, antes debemos aclarar que una lectura
apresurada de los mismos podría sugerirnos una serie de conclusiones erróneas.

La primera de ellas sería pensar en lo femenino y lo masculino como un conjunto de


realidades maá o menos inconexas que se suelen dar en los sujetos. Esta perspectiva es
manifiestamente falsa, porque lo más notorio al analizar las estructuras del hombre y de la
mujer es que son finalistas. En efecto, ellas están claramente ordenadas a la reproducción
humana.

Incluso podemos ir más lejos. El dimorfismo cerebral es coherente con la situación


existencial del hombre que nace en un estado de indefensión absoluta, necesitando mucho
más cuidado que cualquier otro animal. Así los cerebros diferenciados parecen estar
preparados para ejercer la paternidad y la maternidad de un modo diferente pero relativo el
uno al otro.

Un segundo error sería pensar la divergencia al modo biologicista, como conceptos


absolutamente estáticos y deterministas. Esto podría valer para los animales, pero no para el
hombre que siendo inteligente y libre es también capaz de vivir humanamente lo sexuado.
No tenemos, empero, que caer en el extremo opuesto del culturalismo, pensando que
todo es un mero producto de la cultura. Como dice Burggraf (2007):

Estos tres aspectos [sexo biológico, sexo psicológico, y sexo sociológico] no deben
entenderse como aislados unos de otros. Por el contrario, se integran en un proceso
más amplio que consiste en la formación de la propia identidad. Una persona
adquiere progresivamente, durante la infancia y la adolescencia, la conciencia de ser
“ella misma”. Descubre su identidad y, dentro de ella, cada vez más hondamente, la
dimensión sexual del propio ser. Adquiere gradualmente una identidad sexual (se da
cuenta de los factores biopsíquicos del propio sexo, y de la diferencia respecto al
otro sexo) y una identidad genérica (descubre los factores psícosociales y culturales
del papel que las mujeres o varones desempeñan en la sociedad). En un correcto y
armónico proceso de integración, ambas dimensiones se corresponden y
complementan. (p. 9)

Un tercer error y más sutil seria pensar en una complementariedad comparable a dos
mitades que se unen. Si reflexionamos cuidadosamente, hombre y mujer son conceptos que
se reclaman mutuamente para ser plenamente inteligidos. El hombre se descubre en la mujer
como en un espejo y viceversa. Nada hay en la mujer que tenga sentido sin el varón y nada
hay en el varón realizable sin la mujer.

Según John Finley (2013) el hombre y la mujer son distintos no simplemente en el


sentido como los cinco sentidos son varias potencias sensibles, sino como contribuyentes
mutuamente dependientes a una acción: la generación. O en palabras de Marías (1970):

La disyunción entre varón o mujer afecta al varón y a la mujer, estableciendo entre


ellos una relación de polaridad. Cada sexo co-implica al otro, lo cual se refleja en el
hecho biográfico de que cada sexo «complica» al otro. Diremos entonces que la
condición sexuada no es una «cualidad» o un «atributo» que tenga cada hombre, ni
consiste en los términos de la disyunción, sino en la disyunción misma, vista
alternativamente desde cada uno de sus términos. La condición sexuada no es
siquiera visible en una vida aislada: la vemos en cada uno de nosotros, en cuanto
referido al sexo contrario, lo cual significa que, más que «en», la vemos «desde»
cada uno de nosotros. No puedo entender la realidad «mujer» sin co-implicar la
realidad «varón», y por supuesto a la inversa; lo cual quiere decir que no hay
«segundo sexo», y que esta interpretación está a cien leguas de algunas teorías
recientes. (p. 163)

En definitiva, al hablar de lo sexuado necesariamente tendremos que entenderlo


teniendo en cuenta lo que surgió hasta el momento: como una dimensión finalista, humana y
relacional, donde finalista significa que la disyunción surge en orden a la preservación de la
especie, humana que esta asumida y vivida en el dinamismo propio de la existencia del
hombre, y relacional que mujer y varón son conceptos que se co-implican.

Aproximación a una definición de hombre y mujer

Definir es, tal vez, una de las tareas más difíciles a las que se aboca un filósofo. No
es por tanto nuestra intención dar una definición absolutamente precisa sino más bien esbozar
un primer intento según lo que hemos investigado hasta el momento.

Aristóteles (citado en Finley, 2013) en su libro sobre la Reproducción de los


Animales trata acerca del hombre como aquello que genera en otro y de la mujer como
aquello que genera en sí. Este es un excelente punto de partida, sin embargo debemos señalar
sus limitaciones. En efecto, tal como está planteado es preciso a un nivel biológico, e incluso
hasta cierto punto logra mostrar el finalismo y el carácter relacional de los que hablamos en el
punto anterior, pero resulta insuficiente para dar cuenta del aspecto humano.

Los seres humanos no se limitan a generar, más bien podríamos decir que los seres
humanos se hacen fecundos. La sexualidad humana conlleva la primera fecundidad del
engendramiento del hijo, pero también la responsabilidad de hacerse cargo de ese hijo, de
criarlo. Criar, que es un concepto muy abarcador, no limitado a lo meramente biológico como
en los animales irracionales, sino que supone introducir al niño en el mundo de lo humano. O
para ponerlo de otro modo, supone hacerse fecundo enriqueciendo a la prole hasta producir
en ella una madurez integral (por eso un padre y una madre siguen siéndolo toda la vida).

Ahora bien, tanto en el varón como la en la mujer está fecundidad es posible por el
otro. Por el otro pero no del mismo modo pues sus movimientos son contrarios. Es posible
afirmar, siguiendo a Aristóteles, que el varón se hace fecundo desde sí mientras que la mujer
en sí. El varón supone una salida y la mujer una acogida. Resumiendo, la fecundidad de la
mujer podría describirse como un por otro-en sí mientras que la del varón como un por otro-
desde sí.
Este “por otro” significa una entrega. Solo el varón que se da plenamente a la mujer
puede ser plenamente fecundo y viceversa. Cualquier forma de fecundidad en la cual la
entrega sea inexistente o parcial queda trunca, se constituye como una privación, un mal.
Pero varón y mujer no se entregan de la misma manera, el varón lo hace saliendo de sí y
mujer encierra la paradoja de entregarse recibiendo. El varón se da desde sí y mujer en sí.

La necesidad de la entrega para para la fecundidad es una explicación de la


relacionalidad ya mencionada. Pues si para ser fecundo yo necesito un tú, entonces hay algo
en mí que no se realiza sin ese tu, y esto debe estar también convenientemente reflejado en la
definición que demos.

Definición, la cual, ya podemos animarnos a esbozar. El varón es aquel que


entregándose a la mujer desde sí la hace fecunda en sí, y la mujer es la que entregándose al
varón en sí lo hace fecundo desde sí.

Como vemos esta definición reviste de una particularidad, y es que de algún modo
resultan dos definiciones inesperables, tal como lo son las nociones en la realidad. Podrá
notarse también que, al igual que las definiciones aristotélicas en las que se inspira, es,
aunque propia, por las operaciones, y no por lo que lo masculino y lo femenino son en sí
(abordar este tema excedería las posibilidades de este trabajo). Tampoco puede decirse que
agote plenamente la realidad de lo masculino y lo femenino pero al menos trata de
constituirse como una ventana a la maravilla que representan.

Conclusión

En este trabajo hemos tratado de mostrar cómo un cuidadoso análisis de la realidad


de lo femenino y lo masculino desde distintos planos y perspectivas nos puede llevar a
descubrir la riqueza relacional a la que varones y mujeres están llamados. Hemos estudiado
los postulados de la biología, viendo como la expresión o no de una serie de genes guiá el
desarrollo de un cuerpo femenino o masculino. Desde la neurociencia hemos comprobado
que este proceso no es indiferente al cerebro que esta preparado para ejercer la paternidad o la
maternidad de modos distintos. Con esta información hemos, a través de la mirada filosófica,
descubierto como varón y mujer, conceptos relaciones que se co-implican, viven sus
estructuras finalistas de un modo propiamente humano. Y hemos aproximado la definición
del varón como aquel que entregándose a la mujer desde sí la hace fecunda en sí, y la mujer
como la que entregándose al varón en sí lo hace fecundo desde sí. Por todo esto es imposible
sostener una igualitarismo que, anulando la tensión existencial existente entre hombres y
mujeres, destruya la posibilidad de hacerse verdaderamente fecundos en la plenitud de la
entrega.
Bibliografía

Austriaco, N. (2013). The Specification of Sex/Gender in the Human Species: A Thomistic


Analysis. New Blackfriars, 94(1054), 701-715. doi:10.1111/nbfr.12028

Burggraf, J. (2007). La ideología postfeminista de género. Recuperado el 1 de diciembre de


2018 de https://www.almudi.org/articulos/7648-La-ideologia-postfeminista-de-
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Castilla de Cortázar, B. (2004). La complementariedad varón-mujer: nuevas hipótesis (3rd


ed.). Madrid: Ediciones Rialp.

Finley, J. (2015). The Metaphysics of Gender: A Thomistic Approach. The Thomist: A


Speculative Quarterly Review 79(4), 585-614. doi:10.1353/tho.2015.0031

Goldman, B. (2017). How men's and women's brains are different. Recuperado el 1 de
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López Moratalla, N. (2007). Cerebro de mujer y cerebro de varón. Madrid: Ediciones Rialp.

Marías, J. (1970). Antropología metafísica. Madrid: Revista de occidente.

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