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MI

VIAJE POR A COSTA DA MORTE


MARIO GONZÁLEZ SÁNCHEZ 1



MI VIAJE POR A COSTA DA MORTE

Mi Viaje a Costa da Morte

Cuarto día
El Cementerio de los Ingleses

Hoy empecé mi viaje visitando la pequeña aldea


de Camelle, lugar donde se encuentra el museo del
alemán, Manfred, y que quedó destruido por el
vertido del petrolero Prestige. Cuando llegué al
pueblo tuve la impresión de entrar en una pequeña
aldea costera, donde el tiempo y la premura que-
dan a sus puertas. La paz y tranquilidad que se vive
en sus calles y zonas próximas al puerto llama la
atención del viajero. Durante breves minutos ob-
servé desde el interior del vehículo el aspecto que
presentaba aquel pequeño núcleo de población.

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Eran las primeras horas de la mañana. La escasa


presencia de turistas por sus calles hace que esta
minúscula aldea viva de espaldas al trasiego que
suponen los meses de verano. Me llamó la aten-
ción un puesto de venta ambulante de ropa y las
dos mujeres que intentaban regatear el precio de
unas prendas, por lo que decidí seguir con interés
aquella transacción económica. Incluso este mo-
mento de tensión comercial se vive en Camelle de
forma muy distinta. En una parte del puerto, tres
niños jugaban tirando piedras al agua y con cierta
apatía me regalaron una irónica sonrisa. Al acer-
carme al museo del alemán, pude comprobar lo
que tantas veces había leído en documentos e in-
formaciones que aparecen en la Web. La extrava-
gancia de este curioso personaje, que murió de
tristeza al ver destruida su obra por el petróleo,
aparece reflejada en lo que ha quedado de su tra-
bajo. La única conclusión a la que pude llegar es
que este hombre era un amante de la naturaleza y
el mar. Jugaba con elementos naturales para dar
forma a un mundo que emanaba de su interior y
que le hacía libre como las gaviotas que surcaban

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su minúsculo y extravagante paraíso. Desde Ca-


melle seguí la carretera que va en dirección a la vi-
lla de Camariñas, ciudad por excelencia del encaje
de bolillos. Aquí es obligado visitar su museo y
comprar algún detalle para obsequiar a los amigos.
Después de realizar algunas compras, me senté en
una tasca próxima al puerto para comer. Un pe-
queño paseo por las calles del pueblo y, de nuevo,
me puse en carretera para visitar Cabo Vilán. Aquí
tuve un nuevo encuentro con el mar de A Costa
da Morte. Las imágenes que descubrí desde este
enclave extraordinario volvían a ser impactantes.
El faro está integrado en las rocas, y el acceso a
sus instalaciones se hace siguiendo un largo túnel
que hay excavado sobre las piedras. Aunque el día
estaba tranquilo, me llamó la atención la fuerza
que el viento adquiere en estos lugares. Mi pró-
ximo objetivo era visitar algunas de las playas que
se encuentran perdidas entre los acantilados de la
zona. La playa de Trece es un impresionante espa-
cio natural ubicado entre abruptos acantilados.
Decidí bajar hasta el arenal y pasar allí cierto
tiempo de recogimiento. Como siempre, dejé que

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las impactantes imágenes de esta obra de natura-


leza me embriagaran con sus olores y sonidos.
Una de las visitas obligadas en la zona es el Ce-
menterio de los Ingleses. Para llegar a este enclave
hay que seguir una pista de tierra mal acondicio-
nada, pero es el precio que hay que pagar para
adentrarse en el lugar donde se produjo una de las
catástrofes marinas más importantes en A Costa
da Morte. El barco de la armada inglesa Serpent,
naufragó una noche de temporal dejando más de
ciento setenta y cuatro muertos. Como recuerdo a
este fatídico acontecimiento se levantó un pe-
queño monumento en la zona, próximo al mar.
Desde aquí se pueden apreciar las formaciones ro-
cosas que se adentran en las aguas, lo que hace que
sea un lugar muy peligroso para la navegación.
Cuando me sorprendieron las primeras luces de la
noche, decidí que era el momento de regresar a la
casa de turismo rural. Lo que estaba viviendo en
A Costa de Morte, las experiencias y sensaciones
que estaba descubriendo con cada nuevo encuen-
tro con esta naturaleza tan salvaje y agreste, iban a
dejar en mí un recuerdo imborrable.

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