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to de fuga de un cuadro, el cuadro era Las Meninas, de Velazquez, la figura del fondo en Ia que conver- gian las lineas de los muelles tenfa aquella expresion maliciosa y melancélica que habia grabado en mi memoria: y qué curioso, aquella figura era Maria do Carmo con su vestido amarillo, yo le estaba di- ciendo ya sé por qué tienes esta expresién, porque tt: ves el xevés del cuadro, gqué se ve desde donde ti estds?, dimelo, espérame que yo también voy yo, también quiero mirar. Y me encaminé hacia aquel punto, Y en aquel momento me encontré en otro suefio. CARTA DESDE CASABLANCA Lina, no sé por qué empiezo esta carta habléndote de una palmera, después de dieciocho afios sin saber nada de mi. Quiz porque aqui hay muchas palmeras, las veo desde la ventana de este hospital bajo el viento térrido meciendo sus largos brazos a lo largo de los paseos ardientes que se pierden hacia el blan- co, frente a nuestra casa, cuando éramos nifios, ha- bia una palmera. Quizd ta no la recucrdes porque fue abatida, si la memoria no me engafia, el afio en que ocurrié aquello, o sea el cincuenta y tres, creo que en verano, yo tenia diez afios. Nosotros tuvimos una infancia feliz, Lina, ti no puedes recordarla y nadie ha podido contarte nada, la tia con la que creciste no puede saberlo, si, claro, puede decirte algo de papa y mamé, pero no puede describirte una infancia que ella no conocié y que tii no recuerdas. Ella vivia demasiado lejos, en el norte, su marido trabajaba en un banco, se consideraban superiores a la familia de un guardabarreras, y jamés vinieron a casa. La palmera fue abatida a raiz de una orden del ministerio de transportes donde se sostenfa que 21 obstaculizaba la visibilidad de los trenes y podia provocar un accidente. Ya me dirds ti qué acci- dente podia provocar aquella palmera crecida sélo en altura, con un plumero de ramas que acariciaban suavemente nuestra ventana del primer piso. Lo que si acaso podia dar una ligera molestia, desde la casa, era el tronco, un tronco més delgado que un poste de la luz, que ciertamente no podfa obtaculi- zar la visibilidad de los trenes. De todas formas tuvimos que cortarla, no hubo més remedio, el te- rreno no era nuestro. Mama, que a veces tenfa ideas alo grande, una noche durante la cena propuso es- cribir una carta al ministro de transportes en per- sona firmada por toda la fami en forma de ins- tancia, Decia asf: «Excelentisimo Sefior Ministro, en relacién a la circular nimero tal y tal, oficio tal y tal, referente a la palmera situada en el pequefio terreno frente a la casa del guardabarreras niimero tal de la linea Roma-Turin, la familia del guarda- barreras informa a Su Excelencia que dicha palmera no constituye ningiin obstaculo para la visibilidad do los trenes en circulacién. Rogamos por tanto de- jar en pie la mencionada palmera ya que es el tinico Srbol de la casa, aparte de una raquitica parra que crece sobre la puerta, ademas de ser muy querida por los hijos del guardabarreras, haciendo especial- mente compafifa al nifio que al ser de constitucién delicada a menudo se ve obligado a guardar cama y al menos puede ver una palmera en el recuadro de Ia ventana y si no veria solo aire que infunde me- lencolfa, y para dar fe del amor que los hijos del guardabarreras sienten por dicho Arbol basta decir que le han bautizado y no la llaman palmera sino que la Ilaman Giosefine, lo que se debe al hecho 28 de que habiéndoles levado una vez al cine a ver a Toté en Cuarentaisiete muerto que habla, en las actualidades se vefa a la célebre cantante francesa negra de dicho nombre que bailaba con un som- brero preciosa hecho con hojas de palmera, y enton- ces nuestros hijos, como cuando hace viento la pal- mera sé mueve como si bailase, la Ilaman su Giose- fine.» Esta carta es una de las pocas cosas que me han quedado de mami, es el borrador de la instancia que enviamos, mami la escribié de su pufio y letra en mi cuaderno escolar, y de esta forma, por pura casuali- dad, cuando me mandaron a la Argentina me la Ilevé sin saberlo, sin imaginar el tesoro que mds tarde iba a representar para mi aquella pagina. Otra cosa que me queda de mamd es una imagen, pero casi no se la ve, es una fotografia que le hizo el se- fior Quintilo bajo la parra de nuestra casa, en tor- no a la mesa de piedra, debe ser verano, sentados a Ja mesa estn papa y la hija del sefior Quintilo, una chiquilla delgaducha con trenzas largas y un vesti- do de florecitas, yo estoy jugando con una escopeta de madera y hago como si disparara contra el obje- tivo, en la mesa hay vasos y una garrafa de vino, mama esta saliendo de casa con una sopera, apenas ha entrado en la fotografia y el sefior Quintilo ya ha hecho clic, ha entrado por azar y en movimiento, por eso esta un poco desenfocada y de perfil, cues. ta incluso trabajo reconocerla, por Io que yo prefiero pensar en ella como la recuerdo. Porque ia recuerdo muy bien, aquel afio, quiero decir el aio en que de- rribaron la palmera, tenia diez afios, seria segura- mente verano, y aquello sucedié en octubre, una per- sona conserva perfectamente la memoria de sus diez 29 afios, y yo jams podré olvidar lo que sucedié aquel octubre. Pero ¢y al sefior Quintilo, lo recuerdas? Trabajaba como granjero en una hacienda a dos ki- lometros de nuestra casa, donde en mayo fbamos a coger cerezas, era un hombrecito nervioso y alegre que siempre contaba chistes, papa le tomaba el pelo porque durante el fascismo habia sido subcomisario politico o algo por el estilo, y él se avergonzaba, meneaba la cabeza, decia que era agua pasada, y en- tonces papa empezaba a reirse y le daba una pal- mada en la espalda. g¥ su mujer, te acuerdas de la sefiora Elvira, aquella mujerona melancélica? Se acaloraba siempre terriblemente, cuando venfan a comer a casa se traia el abanico, sudaba y resopla- ba, luego se sentaba afuera, bajo la parra, se dor- mia sobre el banco de piedra, con la cabeza apo- yada en la pared, no la despertaba ni el paso de un mercancias. Era estupendo cuando venjan el sbado después da cenar, a veces también venfa la sefiorita Palestro, una vieja solterona que vivia sola en una especie de villa pertencciente a la hacienda, rodea- da de un batallén de gatos, y tenfa la manfa de en- sefiarme el francés porque de joven habia sido ins- titutriz de los hijos de un conde, decia siempre «par- don», «c'est dommage» y su exclamacién preferid: usada en cualquier circunstancia, para hacer resal- tar un hecho grave o simplemente cuando se le cafan los lentes era «eh-lé-l4! », Aquellas noches mama se sentaba ante el pequefio piano —jcémo le gustaba aquel piano, era el testimonio de su educacién, de una juventud acomodada, de un padre secretario de embajada, de vacaciones en el Apenino toscano. cémo nos hablaba de aquellas vacaciones! Y adem4s tenfa un diploma de economia doméstica. 30 {Si ta supieses, en mis primeros afios en la Argen- tina, cudnto Iegué a desear haber vivido yo aquellas vacaciones! Llegué a desearlas de tal forma, a ima- ginarlas hasta tal punto que a veces cafa en una especie de encantamiento y me acordaba de vaca- ciones pasadas en Gavinana y en San Marcello, estd- bamos ti y yo, Lina, cuando éramos pequefios, sélo que tti en lugar de ser ti eras mamé pequefia y yo era tu hermano y te queria muchisimo, me acor- daba de cuando fbamos a un riachuelo bajo Ga- viana a pescar renacuajos, ti, es decir mam, Hevabas un salabardo y una estrambética cofia con alas como las de jas monjas de San Vicen- te de Paul, ibas corriendo delante, canturreabas «jeorramos corramos que los renacuajos nos es- peran!», y a mi me parecia una frase divertidt sima y me refa como un loco, no podia seguirte de la risa, entonces ti desaparecias por el bos- que de castafios junto al riachuelo y gritabas «{cé- geme cégeme! », entonces hacia un gran esfuerzo y te alcanzaba, te cogfa por los hombros, ti dabas un gritito y resbaldbamos, el terreno hacfa pendiente y empez4bamos a rodar y entonces te abrazaba y te susurraba «mamé, mamé, abrézame fuerte, mamd», y ta me abrazabas fuerte, mientras caiamos rodan- do te habias convertido en mama tal como la cono- cf, sentia tu perfume, te besaba los cabellos, todo se confundia, hierba, pelo, cielo, y en aquel momento de éxtasis la voz de baritono del tio Alfredo me de- cla «gentonces nifio, los platinados estén pron- tos?» No lo estaban, no. Me encontraba en las fau- ces abiertas de un viejo Mercedes, con la caja de platinos en una mano y un destornillador en la otra, el suelo estaba constelado de charcos azules de acei- 31

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