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¡Jag Sameaj!
* El Dr. Adolfo Roitman, nacido en Argentina, recibió el doctorado en Pensamiento Judío Antiguo" de la
Universidad Hebrea de Jerusalén por su investigación sobre la estructura y el significado del Libro de
Yehudith. Anteriormente fue ordenado rabino por el Seminario Rabínico Latinoamericano perteneciente a la
Corriente Conservadora. Ha recibido varias distinciones académicas, como el Dr. Honoris Causa del Rocky
Mountain College de los Estados Unidos, publica artículos en prestigiosas revistas y dicta conferencias en las
principales universidades de diversos países. Es, además, curador del Santuario del Libro que alberga los
Rollos del Mar Muerto en el Museo Israel de Jerusalén.
Por Adolfo Roitman*
Judaísmo - 11/10/2007
Un punto de vista judío
El origen del mal: ¿humano o cósmico?
Desde los albores de la historia humana hasta el presente, el hombre se ha preguntado por el origen de los
males que lo afligen. Sea el hombre de las cavernas o el post modernista de nuestros días, el ser humano no
ha cejado en su esfuerzo intelectual por entender las razones de los males naturales (enfermedades,
terremotos o inundaciones) o morales (asesinatos, guerras, violaciones).
A lo largo de la historia de la civilización los hombres se han negado a aceptar, que han sido arrojados a un
caos carente de significado (esta afirmación inclusiva excluye, sin embargo, a los existencialistas).
En horizontes religiosos de carácter no monoteísta, sean religiones ``primitivas'', politeístas o dualistas, el mal
es atribuído a dioses o fuerzas cósmicas. Según esta aproximación, entonces, el mal no es ciertamente un
verdadero problema, ya que toda calamidad es vista como resultado de la acción de los dioses o fuerzas
responsables del mal.
Un clásico ejemplo de ello lo encontramos en la religión zoroástrica (religión fundada en el noroeste de Persia
[la actual Irán] por el profeta Zaratustra, alrededor de mediados del segundo milenio o primer milenio a.e.c.),
según la cual existe un espíritu Spenta Mainyu, identificado posteriormente como Ahura MazdÀ, y un espíritu
malvado Angra Mainyu asimilado a Ahrimán. Estos espíritus representan el día y la noche, la vida y la muerte,
el bien y el mal, coexistiendo en cada uno de los seres vivientes.
A diferencia de las religiones no monoteístas, el problema del mal es verdaderamente crucial en las religiones
monoteístas. Desde el siglo XVIII, este problema es conocido como ``Teodicea'' (del griego, ``theos'' = Dios;
``diké'' = justicia) o ``justificación de Dios'', término acuñado por el filósofo alemán G. Leibniz. Los teólogos y
filósofos plantean el problema en términos de un trilema: si Dios es bondadoso y el mal existe, eso implica
entonces que Dios no es suficientemente poderoso como para erradicar el mal; y si por el contrario, Dios es
todopoderoso y aún existe el mal, eso significa que Dios no es lo bastante bueno para eliminar su presencia.
Como sea, pues, la doctrina de un Dios todopoderoso y bondadoso al mismo tiempo parecería ser
insostenible ante la presencia del mal en el mundo. ¿Cuál podría ser entonces la solución para conciliar todos
los términos del trilema?
La teología bíblica ha desa-rrollado una estrategia clara para ``salvar a Dios'', según la cual el hombre es el
responsable por la presencia del mal en el mundo. En términos religiosos, entonces, el mal no sería más que
un castigo por los pecados cometidos, sea tanto por individuos (Deuteronomio 30:15-20), como por la nación
toda (28:15-68).
Los primeros capítulos del Génesis ejemplifican por medio de historias algunos de los principios teológicos
manifestados en el párrafo anterior. El relato de la tentación (cap. 3), la narración de Caín y Abel (4:1-16), el
pecado de los ``hijos de Dios y las hijas de los hombres'' (6:1-4) o la historia de la torre de Babel (11:1-9)
expresan cada uno a su manera los principios teológicos del libre albedrío y de la responsabilidad individual
fijados por el autor deuteronomista: ``te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida...''
(Deuteronomio 30:19). Desde entonces, la doctrina del origen antropológico del mal se ha convertido en uno
de los fundamentos capitales del pensamiento judío tradicional (Maimónides, Guía de los Perplejos, Parte III).
Sin embargo, el caracter polifacético del judaísmo nos permite encontrar en fuentes literarias alternativas,
doctrinas opuestas a las del ``judaísmo oficial'' sobre el origen del mal. Un ejemplo lo hallamos en los Rollos
del Mar Muerto. En una sección de la Regla de la Comunidad (documento escrito en hebreo, probablemente
en el siglo II a.e.c.), llamada ``El tratado de los Dos Espíritus`` (Columnas 3-4), el texto reza así: ``Del Dios del
conocimiento proviene todo lo que es y lo que será. (...) En mano del Príncipe de las Luces está el dominio
sobre todos los hijos de la justicia: ellos marchan por caminos de luz. Y en mano del Ángel de las tinieblas
está todo el dominio sobre los hijos de la falsedad: ellos marchan por caminos de tinieblas'' (1QS III, 15-21).
En este texto excepcional, aparece claramente expuesta una doctrina (¿originalmente de origen persa?)
opuesta totalmente a la tradicional visión bíblica sobre el origen del mal. Dios en su infinita sabiduría habría
decretado ya en los comienzos del universo quién habría de marchar por los caminos de luz, y quién por
caminos de tinieblas. Los hombres de la ``Comunidad'' o Yahad (según la mayoría de los investigadores,
probablemente un grupo radical del movimiento esenio existente en Palestina entre los siglos II a.e.c.-I e.c.)
afirmaban, pues, la doctrina de la predestinación, según la cual el justo y el pecador eran resultado de la
voluntad divina, y no de la decisión libre del individuo. En clara oposición a la doctrina desa-rrollada por los
fariseos (movimiento judío coetáneo de los esenios) y el rabinismo: ``todo está previsto pero el hombre tiene
el libre albedrío'' (Mishná, Tratado de Principios III:19).
En suma, la riqueza espiritual del judaísmo nos permite encontrar soluciones diversas al eterno problema del
mal. Por un lado, la solución antropológica, promovida por el ``judaísmo oficial'', afirmaba que las calamidades
y desgracias, tanto naturales como morales, se debían a la acción pecaminosa de los hombres, llevada a
cabo por libre elección y bajo su total responsabilidad. Y por el otro, la doctrina promovida por los qumranitas,
según la cual el mal tiene como origen el plan divino de la creación, habiendo entregado su dominio en manos
del ``Angel de las tinieblas''.
Esta visión divina/cósmica/demoníaca del mal se desarrolló de manera paralela a la doctrina ``oficial'' judía,
afirmando que el mal forma parte de la estructura básica del universo y su existencia es independiente de la
voluntad o acción humana. Esta solución al eterno problema del mal no desapareció con los qumranitas, sino
por el contrario habría de florecer siglos después en los marcos de la mística judía, con la doctrina del Sitra
Ajra (en arameo, lit. ``el Otro Lado'') presente en la Cábala medieval.
¡Shabat Shalom!
Por Adolfo Roitman
Judaísmo - 17/10/2007
Según lo demostró brillantemente E. Auerbach en su ya clásico ensayo llamado ``La cicatriz de Ulises'' (en
Mimesis. La representación de la realidad en la literatura occidental. Fondo de Cultura Económica, 1959, cap.
I), el autor bíblico compuso una obra literaria compacta con sofisticados recursos literarios, destinados a
esbozar de manera sutil ideas excelsas y sentimientos profundos.
Algunos investigadores afirman que el objetivo original de la historia fue polemizar contra la práctica pagana
del infanticidio (Deuteronomio 12:31; 2 Reyes 23:10), que se había popularizado en Israel (2 Reyes 16:3;
21:6:), descalificándola como una acción inmoral (ver también Ezequiel 20:31; Jeremías 7:30-31).
Otros, como Y. Liebes (``El amor de Dios y sus celos'', Dimui 7, 1994, pp. 30-36, en hebreo), por el contrario,
interpretan el texto bíblico como una manifestación plástica del carácter mitológico del Dios de Israel, quien
afectado por sentimientos de celos y de amor exclusivos hacia su ``persona'', exige del creyente o ``amado'' el
sacrificio de un hijo como expresión de una total sumisión a sus exigencias (ver Deuteronomio 6:5; Jueces
11:30-36).
Por los serios problemas teológicos provocados por este desafiante relato, los antiguos pensadores judíos se
pusieron como objetivo ``eximir'' a Dios de la responsabilidad por lo ocurrido, echando la culpa al Satán por la
prueba impuesta a Abraham.
Un ejemplo claro en este sentido lo encontramos en el Libro de los Jubileos (una obra apócrifa escrita en
hebreo probablemente en el siglo II a.e.c. en Palestina, pero preservada íntegramente en etíope clásico o
Ge'ez): ``En el séptimo septenario (...) se dijo en los cielos de Abrahán que era fiel en todo lo que se le
ordenaba. Dios lo amaba, pues había sido fiel en la adversidad. Llegó el príncipe Mastema (un apelativo del
Satán en esta obra. A.R.) y dijo ante Dios: `Abrahán ama a su hijo Isaac y lo prefiere a todo. Dile que lo
ofrezca en holocausto sobre el altar y verás si cumple esta orden. Entonces sabrás si es fiel en todo tipo de
pruebas''' (17:15-16). Como se puede ver, una ``solución'' concebida en términos similares al relato presente
en el Libro bíblico de Job (caps. 1-2).
Otra estrategia la hallamos en la literatura rabínica, en donde también los antiguos maestros recurrieron a la
figura del Satán, pero en este caso para ``absolver'' a Abraham de una irracionalidad e impetuosidad
imposible de concebir en el padre de Israel: ``Samael (nombre del Satán en las fuentes rabínicas. A.R.)
abordó al patriarca Abraham con estas palabras: `¿Qué significa esto, anciano? ¿Has perdido el juicio? ¡Vas
a matar a un hijo que te ha sido dado a la edad de cien años!'; `Pese a todo, lo haré', contestó. `¿Y si Él te
pide una prueba aún mayor, la soportarías?', replicó ... `Más que eso', repuso. `Mañana Él te dirá: eres un
asesino, y eres culpable'. 'A pesar de ello estoy conforme, dijo...''' (Génesis Rabba 56,4).
A pesar de los graves interrogantes sin respuestas convincentes y de los dilemas morales sin resolución
presentes en el relato, la historia del sacrificio de Isaac ha jugado desde la antigüedad hasta nuestros días un
papel central en la liturgia judía. Ya que no sólo su lectura forma parte del ritual cotidiano de oraciones en
algunas de las congregaciones de Israel, sino que además este capítulo del Génesis es la lectura obligatoria
en el segundo día de Rosh Hashaná, uno de los días más sagrados del calendario hebreo. Y si a ello le
sumamos el hecho de que durante esta celebración se toca el shofar en recuerdo del carnero sacrificado por
Abraham en lugar de su hijo, entonces queda en claro que esta narración está ligada umbilicalmente con la
naturaleza de esta celebración.
La razón de ello se debe a que los sabios de Israel, presuponiendo la realidad histórica del hecho relatado en
la Biblia Hebrea, veían en el acto de fe del patriarca un mérito apropiado de recordar en el Día del Juicio
celestial: ``Recuerda en nuestro favor Tu Pacto, Tu merced, y la promesa que formulaste a nuestro patriarca
Abraham en el Monte Moriá, cuando ató a su hijo Isaac sobre el altar, siguiendo Tu mandato,
sobreponiéndose a su afecto y dominando sus sentimientos'' (Musaf para Rosh Hashaná).
Otro testimonio de la presencia constante del relato en la conciencia del pueblo judío es el hecho de que
representaciones de la historia pueden hallarse en las paredes y en los pisos de sinagogas antiguas. Sea en
los frescos de la sinagoga de Dura Europos (siglo III e.c.; noreste de Siria) o en los mosaicos de las
sinagogas de Beit Alfa (siglo VI e.c.; valle de Esdrelón) o Zippori (siglo VI e.c.; Baja Galilea), los artistas
(¿judíos o paganos?) plasmaron en coloridas imágenes la escena del sacrificio, dejando así grabado este
momento dramático en la memoria colectiva de la nación.
Y una última observación. Es un ``hecho'' aceptado por todos los creyentes, que el sacrificio de Isaac llevado
a cabo en el Monte Moriá ocurrió en el mismo sitio en que siglos después se habría de construir el Templo de
Jerusalén. Sin embargo, esta tradición no aparece en el relato de Génesis. La misma está mencionada al
paso y de manera indirecta en el Segundo libro de Crónicas 3:1 (una obra relativamente tardía de la colección
bíblica, probablemente editada en el siglo V a.e.c.), y por primera vez formulada de manera clara y sin
ambages en una tradición presente en los escritos del historiador judío Flavio Josefo (siglo I e.c.): ``Los
siervos marcharon con él dos días; al tercer día, cuando vio delante de sí a la montaña, dejó en el campo a
los siervos que lo acompañaban y siguió adelante con su hijo.
Era la montaña en la cual el rey David levantó después el Templo'' (Antigüedades Judías I, xviii, ii). De aquí la
prueba, pues, de cómo un desarrollo exegético o midráshico puede convertirse con el pasar del tiempo en una
``verdad'' religiosa.
¡Shabat Shalom!
Dr. Adolfo Roitman
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Judaísmo - 01/11/2007
¿El caso de la Majpelá es insensble?
El uso de la tradición con fines políticos
La ciudad de Hebrón está ubicada en el centro de las colinas de Judea, entre las ciudades de Beer Sheva y
Jerusalén, en donde se entrecruzan los caminos que llevan hacia el este en dirección al desierto de Judea y
hacia el oeste hacia la planicie costera.
Esta ciudad es una de las más antiguas de la tierra de Israel. Según el testimonio bíblico, la ciudad de Hebrón
``había sido fundada siete años antes que Tanis de Egipto'' (Números 13:22). Y de aquí, entonces, que ella
habría sido establecida para el siglo XVIII a.e.c. Pero de acuerdo a los hallazgos arqueológicos, la ciudad de
Hebrón habría tenido ya sus orígenes allá por el cuarto milenio a.e.c.
Según nos cuenta la narrativa bíblica, fue en esa ciudad en donde murió Sara a la edad de 127 años (Génesis
23:1). (De acuerdo con el midrash rabínico, el hecho de que la noticia sobre la muerte de Sara se encuentre
inmediatamente después del relato sobre el sacrifico de Isaac, sugeriría que la matriarca habría fallecido por
haber creído que su hijo había sido sacrificado por Abraham). Como consecuencia de ello, su marido
Abraham decidió entonces comprar una propiedad sepulcral para su enterramiento de manos de los hititas,
señores del lugar (Vers. 8).
Debido a ser considerado un ``príncipe divino'' (Vers. 6), no sólo los hititas accedieron a dicha solicitud, sino
que incluso Efrón le ofreció regalarle la finca con la cueva en ella para la sepultura de su esposa.
Sorprendentemente, Abraham se negó rotundamente a tan atractiva propuesta: ``¡Por favor, escúchame! Te
ruego que aceptes el dinero por el terreno, y después enterraré allí a mi esposa'' (Vers. 12). Efrón accedió
entonces a venderle la propiedad por 400 siclos de plata. Y así, sólo después de que Abraham pagara el
dinero contante y sonante, ``el terreno con la cueva y todos los árboles que había en el terreno, pasaron a ser
propiedad de Abraham. De ello fueron testigos los hititas y todos los que pasaban por la entrada de la ciudad''
(Vers.17).
Este relato resulta muy extraño. ¿Por qué Abraham se empecinó en comprar el terreno y en no aceptar el
ofrecimiento sincero por parte de Efrón? ¿Qué se esconde detrás de este relato tan ingenuo? De acuerdo a
algunos investigadores, la clave a estos interrogantes podría estar en otro relato, que presenta rasgos
bastante similares al presente en el Libro del Génesis. Según nos cuenta el Libro de Samuel, en ocasión de la
peste enviada por Dios a Israel en castigo por el censo llevado a cabo por David, el ángel destructor detuvo
su campaña mortal cuando estaba junto a la era de Arauná el jebuseo (2 Samuel 24:16). Y, entonces, debido
a la solicitud de Gad el profeta de erigir un altar a Yahvé en la era de Arauná, David vino a lo del jebuseo y le
dijo: ``Quiero comprarte la era, para construir allí un altar al Señor, a fin de que la peste se retire del pueblo''
(Vers. 21). Como en el caso de la historia de Abraham, también Arauná le ofreció a David llevar a cabo el
sacrificio deseado sin cargo (vs. 22-23). Pero David, como el patriarca, insistió en pagar por el altar y los
sacrificios: ``Te lo agradezco, pero he de pagarte el precio de todo lo que te compre, pues no presentaré al
Señor mi Dios holocaustos que no me hayan costado nada'' (Vers. 24).
Sin duda que estos paralelos no pueden ser casuales. En ambos casos los relatos quieren dejar claramente
establecido que los sitios fueron adquiridos legalmente en presencia de testigos, y no usurpados por la fuerza
u obtenidos de balde. ¿Pero por qué este paralelismo entre ambas historias?
Hay que tener presente, que según la historia bíblica David reinó en Hebrón siete años y medio antes de
reinar en Jerusalén (2 Samuel 2:4; 5:5). Y sin entrar a discutir acerca de la historicidad de la figura de David,
este dato sugiere una estrecha y clara relación entre las figuras de Abraham y David.
De acuerdo a la reconstrucción histórica sugerida por algunos investigadores, los historiadores de la corte de
David habrían adoptado para sí leyendas conocidas en el área de Hebrón sobre el héroe local Abraham, con
el propósito de legitimar su gobierno y figurar ante los habitantes del lugar.
Según otros, la historia de Abraham habría sido elaborada a manera de proyección retrospectiva de acuerdo
al ``modelo'' de la historia de David. Sea como fuere el caso, los relatos tan similares serían testimonio de la
actividad historiográfica palatina destinada a entroncar intencionalmente la figura de David con la figura
mitológica de Abraham, reescribiendo de esta manera la historia con fines políticos.
Este tendencia por parte de los historiadores antiguos de conectar legendariamente la figura de David con
Abraham puede ser identificada también en la actividad del autor del libro de Crónicas (una obra tardía de la
colección bíblica, probablemente editada para fines del siglo V a.e.c.). Según este historiador antiguo,
``Salomón comenzó la construcción del templo del Señor en Jerusalén, en el monte Moriá, donde el Señor se
apareció a David, su padre, en el sitio que David había preparado para ello, es decir, en la era de Ornán el
jebuseo'' (2 Crónicas 3:1).
De aquí, pues, que la tradición avanzó un poco más, ahora identificando el lugar del sacrificio de Isaac, el acto
de fe ``par excellence'' de la religión de Israel, con la era de Ornán (o Arauná, según el Libro de Samuel) el
jebuseo y con el lugar de erección del Templo de Jerusalén. Y así, entonces, se estableció una línea directa
entre Abraham, David y Salomón, transformando al rey David y su descendencia en los legítimos líderes de
Israel.
La ciudad de Hebrón no forma parte del pasado mitológico de Israel. Por el contrario, dicha ciudad aparece
siempre en las noticias debido a la tensión existente entre los colonos residentes en el barrio judío de Hebrón
y los pobladores árabes, que en muchos casos ha derivado en actos de violencia por ambos bandos. La
presencia de estos colonos en la ciudad es justificada por las narraciones bíblicas acerca de Abraham y
David.
Según tratamos de demostrar, este uso político de las tradiciones por parte de los colonos modernos para
justificar la residencia en Hebrón habría tenido ya su antecedente en la época bíblica, confirmando así la
veracidad de la sentencia rabínica: ``La acción de los padres, una señal para los hijos'' (``Maasé avot, simán
le-banim'').
¡Shabat Shalom!
Por Adolfo Roitman
Judaísmo - 07/11/2007
Según el gran teólogo alemán Rudolph Otto (1869-1937) en su libro ya clásico ``Lo Santo'', Jacob habría
tenido en esa ocasión una experiencia de carácter numinoso, sintiendo la presencia inmediata de Dios como
el ``Absolutamente Otro'' (cf. Génesis 18:27).
Como consecuencia de dicha emoción religiosa, el sitio se convirtió en ``tierra santa'' (cf. Éxodo 3:1-6),
llevando a Jacob a erigir como estela la piedra que le había servido como almohada, consagrándola con
aceite como en el caso de santuarios, sacerdotes y reyes (cf. Éxodo 40:9; Levítico 8:10-12).
Y así, pues, según este relato de carácter etiológico-mitológico, se colocó la simiente del futuro templo de
Betel: ``Esta piedra que he puesto como pilar será casa de Dios'' (vs. 22).
Según algunos estudiosos, el relato de Jacob habría sido concebido originalmente con el propósito de
argumentar contra la pretensión de los babilónicos, según la cual la ciudad de Babilonia y su templo dedicado
al dios supremo Marduk eran ``la puerta de los dioses'' (en acadio, Bab-ilu). En oposición a dicha pretensión,
la narración del sueño de Jacob argumenta que Betel y no Babilonia ``es la casa de Dios y la puerta del cielo''
(vs. 16).
No sería imposible imaginar que dicha perspectiva religiosa de Betel -una ciudad ubicada a 20 kms. al norte
de Jerusalén-- podría haber sido concebida en círculos intelectuales del reino del norte con el objetivo de
legitimizar los centros de culto establecidos por el rey cismático Jeroboam I (931-910 a.e.c.) en las ciudades
de Betel y Dan, como alternativa política e ideológica contra la ciudad de Jerusalén controlada por el rey
Roboam, hijo del rey Salomón (1 Reyes 12:26-33).
Sin embargo, esta posición teológica les resultó inaceptable a los adeptos del templo de Jerusalén. Por ello
encontramos en el libro bíblico de Crónicas (escrito probablemente en el siglo V a.e.c., durante la época
persa), una versión alternativa a la propuesta en la narración del libro del Génesis. En la misma, el lugar del
altar erigido por David en la era de Ornán el jebuseo era la verdadera ``puerta del cielo''. O en palabras del
mismo David: ``Aquí está la Casa de Yahvé Dios, y aquí el altar de los holocaustos para Israel'' (1 Crónicas
22:1). Y teniendo en cuenta que en ese sitio el rey Salomón habría de erigir años después el templo de
Jerusalén (2 Crónicas 3:1), queda claro pues que el autor de Crónicas veía a Jerusalén y a su Templo como
las únicas ``puertas de los dioses''.
Esta polémica entre Betel y Jerusalén presente en la Biblia hebrea quedó totalmente desdibujada en la
tradición rabínica. Como queda expreso en la nueva versión de la historia presente en un midrash tardío (siglo
IX) llamado Pirké de-Rabi Eliezer (``Los capítulos de Rabí Eliezer''), el sueño de Jacob sucedió en el monte
Moria (sic).
Y de aquí, pues, la conclusión que el autor extrae de las palabras de Jacob ``¡Qué terrible es este lugar!''
(Génesis 28:17): ``De aquí tu puedes deducir que todo el que reza en este lugar de Jerusalén es como si
rezara delante del trono de la gloria, pues aquí está la puerta del cielo, y la puerta está abierta para escuchar
la oración, pues está dicho: `Esta es la puerta del cielo''' (ibid.).
A los rabinos de la época talmúdica y post talmúdica les resultaba impensable que hubiera otra ``puerta del
cielo'' que no fuera la ciudad de Jerusalén y su Templo. En su perspectiva a-histórica del pasado judío, el
lugar sagrado de Betel en el relato de Jacob se vio identificado con la ciudad de Jerusalén, creando de esta
manera una geografía virtual inexistente en la tradición antigua.
¡Shabat shalom!
Por Adolfo Roitman
Judaísmo - 15/11/2007
De acuerdo a la presente tradición textual, hay dos versiones distintas de las acciones emprendidas por
Jacob. Según una de las versiones (32:4-14), al oír que Esaú venía a su encuentro con cuatrocientos
hombres, Jacob dividió su campamento en dos partes, teniendo como estrategia que ``si llega Esaú a uno de
los campamentos y lo ataca, se salvará el otro`` (vs. 9). De acuerdo a la otra versión de la historia (32:14-22),
Jacob dividió el ganado que traía consigo en manadas independientes, dejando espacio entre ellas, con el
propósito de ganarse el afecto de su hermano por medio de regalos (v. 21).
Y fue en esa ocasión, que sucedió un hecho excepcional, plagado de misterio e interrogantes: Jacob luchó
con ``un hombre`` hasta rayar el alba (vs. 25). El relato sigue diciendo: ``Pero viendo que no le podía, le tocó
en la articulación femoral, y se dislocó el fémur de Jacob mientras luchaba con aquél. Éste le dijo: 'Suéltame,
que ha rayado el alba'. Jacob respondió: 'No te suelto hasta que no me hayas bendecido'. Dijo el otro: '¿Cuál
es tu nombre?' - 'Jacob'. 'En adelante no te llamarás Jacob sino Israel; porque has sido fuerte contra Dios y
contra los hombres, y le has vencido'. Jacob le preguntó: 'Dime por favor tu nombre'. - '¿Para qué preguntas
por mi nombre?' Y le bendijo allí mismo.
Jacob llamó a aquel lugar Penuel, pues (se dijo): 'He visto a Dios cara a cara, y tengo la vida salva' (vv.
26-31). Y el relato termina contando, que como consecuencia de la cojera de Jacob, por haber sido tocado en
la articulación femoral, los israelitas acostumbran no comer el nervio ciático (vv. 32-33).
Este relato resulta ciertamente intrigante: ¿quién fue el hombre con quien luchó Jacob? ¿Por qué el cambio
de nombre? ¿Qué significado tiene la historia?
Este relato tiene varios planos de lectura. Por un lado, la narración tiene un carácter claramente etiológico, por
el cual ella viene a explicar la etimología popular de nombres (``Israel``, ``Penuel``) o el origen de una
prohibición alimenticia.
Otro nivel de lectura mucho más interesante y desafiante es su carácter mítico. La historia de Jacob
preservaría una antigua tradición, según la cual el patriarca habría luchado con un ángel (en tradiciones
posteriores, este ser celestial fue identificado con Gabriel, Miguel o el mismo Satán) o, incluso, con Dios
mismo. (Otra versión de la misma tradición es aludida en el libro del profeta Oseas [siglo VIII a.e.c.]: ``... y de
mayor [es decir, Jacob. A.R] luchó con Dios. Luchó con el ángel y le pudo, lloró y le imploró gracia`` [12:4-5]).
Aun cuando para muchos lectores semejante posibilidad sería inaceptable, e incluso herética, el texto en
cuestión es claro y preciso en este sentido. La palabra ``hombre`` (en hebreo, ``ish``) del texto aparece
muchas veces en la Biblia en el sentido de ``ángel`` o ``ser celestial`` (cf. Génesis 19: 5, 8, 12, 16; Ezequiel
47:3). Y si a ello le sumamos el hecho, que la narración misma afirma sin tapujos que Jacob ``ha sido fuerte
contra Dios`` y que ``ha visto a Dios cara a cara``, no puede sino concluirse que el relato del Génesis aludiría
ciertamente a una tradición legendaria, no muy diferente a relatos existentes en culturas ``paganas`` o
``primitivas``, en las que el héroe lucha con dioses, monstruos o demonios (como el caso de la Epopeya de
Gilgamesh, en la literatura mesopotámica). Y al igual que en esos relatos míticos, también en el caso de
Jacob, su victoria heroica sobre los poderes cósmicos lo transformó en una ``nueva`` persona (de aquí el
cambio de nombre), para merecer convertirse en el padre de la nación: ``Israel``. (Nota: Según R. Graves y R.
Patai [Los mitos hebreos, Buenos Aires: Editorial Losada, 1969, p. 277]: ``La explicación del nombre Israel en
Génesis 32:29 es etimología popular. En los títulos de los dioses el elemento que contiene el nombre del dios
es el sujeto y no el objeto. Por consiguiente, Israel significa 'El lucha' más bien que 'Luchó con El' [...] El
propósito de nombres como éstos era conseguir la ayuda divina para quienes los llevaban. Israel significa, por
consiguiente, 'El lucha contra sus enemigos'.``)
Sin embargo, el contexto literario de la historia -es decir, los miedos que acosaban a Jacob ante el inminente
encuentro con su hermano Esaú- invita también a una lectura de carácter psicologista.
Según esta tercera opción, Jacob no habría luchado contra Dios u otro ser celestial, sino contra sí mismo.
Según Elie Wiesel: ``Esa noche, los dos Jacob se reunieron. El heroico soñador y el inveterado fugitivo, el
hombre modesto y el fundador de una nación se batieron en Penuel en una fiera y decisiva batalla. Matar o
ser muerto. Era un momento decisivo para Jacob. Tenía una elección: morir antes de morir, o hacerse cargo
de la situación y pelear. Y ganar. Y ganó. Podía ser un ángel, su otro yo, o un hombre, pero hay algo que es
seguro: el adversario fue derrotado. Ahora Jacob estaba preparado para enfrentar a su hermano enemigo.``
(Elie Wiesel, Mensajeros de Dios. Retratos y leyendas bíblicos ]Buenos Aires: Seminario Rabínico
Latinoamericano, 1981[ p. 100).
Es dífícil saber cual de los significados es el más cercano a la intención original del autor. Y, en realidad, poco
importa. La riqueza del texto bíblico se manifiesta precisamente en sus innumerables lecturas, dejando la
puerta abierta para la continua recreación e imaginación de los lectores.
¡Shabat Shalom!
Dr. Adolfo Roitman
Judaísmo - 29/11/2007
Como es propio de este género literario, la narración del patriarca José tiene una trama principal y tramas
secundarias, a lo largo de las cuales los personajes se van desarrollando, presentando rasgos psicológicos
profundos, delineados con una sutileza y sagacidad notables.
Uno de los leit-motiv más conspicuos de la narración, con una función central en la estructura de la obra, es el
tema de los sueños. Se puede incluso afirmar, que la trama misma del relato está construida y avanza en
función de la actividad onírica de los personajes. Los sueños de José sobre las gavillas y los astros (37:5-11),
por ejemplo, son los que producen la envidia y el odio de sus hermanos, terminando con su venta a la
caravana de mercaderes ismaelitas o madianitas (vv. 12-36).
Asimismo, los sueños de los cortesanos sobre la cepa y las cestas interpretados por el patriarca (cap. 40),
serían la causa para la liberación de José de la cárcel (41:9-14). Y, finalmente, los sueños de Faraón sobre
las vacas y las espigas, y la consecuente solución sugerida por el patriarca, lo llevarían a convertirse en
primer ministro (41:1-49).
¿Por qué los sueños tienen un papel tan central en la estructura de la obra? ¿Qué significado tenían los
sueños en la antigüedad? ¿Qué función cumplen los sueños en la literatura bíblica?
En al Antiguo Oriente se hallaba difundida la creencia, según la cual los sueños eran los medios por los
cuales los dioses comunicaban sus mensajes a los hombres. Como consecuencia de ello, pues, no sorprende
encontrar testimonios de esta creencia también en la literatura bíblica. Como lo confirman las palabras de
Dios a Aarón y Miriam: ``Escuchad mis palabras: Si hay entre vosotros un profeta, en visión me revelo a él, y
hablo con él en sueños`` (Números 12:6. Cf. 1 Samuel 28:6; Job 33:15-17).
En muchos casos, estos sueños eran inducidos por las personas mismas.
Según la práctica conocida entre los romanos bajo el nombre de incubatio, era una costumbre muy difundida
que reyes, sacerdotes e, incluso, personas comunes pernoctaran en santuarios con la esperanza de verse
agraciados con la revelación o visión divinas. Un ejemplo de ello lo vemos en el sueño del rey Salomón en
Gabaón (1 Reyes 3:5); otro caso es el del joven Samuel en el templo de Silo (1 Samuel 3:1-14).
En la Biblia Hebrea encontramos dos tipos de sueños. Una clase son aquellos que no necesitan interpretación
alguna, porque su significado es explícito y deriva directamente del contenido. Por ejemplo, el sueño de Jacob
y la escalera (Génesis 28). La segunda categoría de sueños está conformada por aquellos que contienen una
explicación. En esas oportunidades, la misma es provista por el ángel de Dios o Dios mismo (Génesis 20:3-7
[Abimelech]; 31:10-13 [Jacob]).
En los casos en que los sueños presentan un lenguaje y simbolismo obtusos, es necesario recurrir a los
servicios de expertos. Una muestra de ello lo encontramos en nuestro relato, en ocasión de los sueños de
Faraón. El soberano egipcio soñó con vacas gordas y flacas o espigas buenas y secas, pero la sabiduría de
José le permitió develar el misterio, interpretando su sentido oculto: ``José dijo a Faraón: El sueño de Faraón
es uno solo: Dios anuncia a Faraón lo que va a hacer. Las siete vacas buenas son siete años de abundancia
y las siete espigas buenas, siete años son: porque el sueño es uno solo. Y las siete vacas macilentas y malas
que subían después de aquéllas, son siete años; e igualmente las siete espigas flacas y asolanadas, es que
habrá siete años de hambre. Esto es lo que yo he dicho a Faraón. Lo que Dios va a hacer lo ha mostrado a
Faraón`` (Génesis 41:25-28).
El caso del patriarca José, sin embargo, no es el único en la literatura bíblica. Otro intérprete de sueños es
Daniel. Según el relato, el mítico rey de Babilonia, Nabucodonosor, tuvo dos sueños enigmáticos (caps. 2 y 4),
que fueron resueltos exitosamente por el joven sabio judío. Sin embargo, en la segunda parte del libro (a
partir del capítulo 7 en adelante), Daniel aparece como un vidente, cuyos sueños y visiones son interpretados
por un ángel intérprete, y no por el vidente mismo. (Nota:
La razón para esta distinción se debe a la naturaleza distinta de las fuentes que sirvieron como base para la
composición de la obra. En la primera parte [caps 1-6], los materiales reflejan una tradición sapiencial,
mientras que la segunda [caps. 7-12] - una apocalíptica.)
Los sueños eran vistos en la antigüedad, entonces, como un tipo de profecías codificadas, cuyo lenguaje
críptico y simbólico tenía que ser literalmente descifrado por un sabio experto.
Según una creencia difundida, los sueños de los elegidos de Dios eran un tipo singular de inspiración divina.
Como lo cuenta un cuento jasídico atribuido al hijo menor de Rabí Zusia: ``los tzadikim que, con el fin de
servir, van de santuario a otro y de un mundo a otro, deben de vez en cuando expulsar sus vidas de sí
mismos, de modo que puedan recibir un nuevo espíritu y, una y otra vez, una nueva revelación pueda flotar
sobre ellos. Tal es el secreto del sueño`` (Martin Buber, Cuentos Jasídicos. Los primeros maestros II [Buenos
Aires: Editorial Paidos, 1978[ p. 101).
Con el pasar del tiempo, este ``lenguaje de los dioses`` fue olvidado en Occidente, hasta llegar a ser
considerado una actividad psíquica insensata y sin valor alguno. Sin embargo, un nuevo ``José`` surgió en el
mundo judío para fines del siglo XIX: Sigmund Freud (1856-1939). En el año 1899, este médico graduado en
la Universidad de Viena publicó un libro que revolucionaría el conocimiento humano: ``La interpretación de los
sueños``. En esta obra adelantó su tesis fundamental, según la cual los sueños son modelo de las
formaciones del inconsciente, al igual que los síntomas neuróticos o los actos fallidos.
En esta nueva perspectiva desacralizada, los sueños ya no fueron interpretados como mensajes enviados por
los dioses, sino como ``jeroglíficos`` originados en el inconsciente humano, caracterizados por un lenguaje
simbólico similar al presente en los mitos y cuentos de hadas. Según palabras de Erich Fromm: ``Dice el
Talmud: Los sueños que no han sido interpretados son como cartas que no han sido abiertas.
Sueños y mitos son, verdaderamente, importantes mensajes que nos enviamos a nosotros mismos. Si no
entendemos el lenguaje en el que están escritos, dejamos de enterarnos de muchas cosas que sabemos y
nos decimos en esas horas en las que no estamos ocupados manejando el mundo exterior`` (E. Fromm, El
lenguaje olvidado. Introducción a la comprensión de los sueños, mitos y cuentos de hadas [Buenos Aires:
Librería Hachette S. A., sexta edición, 1974[ p. 16.).
He aquí, pues, que desde tiempos inmemoriales hasta el presente, los sueños han sido interpretados como
mensajes portadores de verdades divinas o humanas. Los sueños nos permiten trascender la materia, lo
mediato y lo perecedero, para catapultarnos a la esfera de lo eterno o del inconsciente. Por ello no sorprende
que el profeta Joel, describiendo la nueva era y el día de Yahveh, les destinara a los sueños una función
central: ``Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu en toda carne. Vuestros hijos y vuestras
hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños y vuestros jóvenes verán visiones`` (3:1).
¡Shabat Shalom!
Dr. Adolfo Roitman
Mundo Judío - 06/12/2007
Esta conclusión se ve reafirmada, cuando se la compara con otra historia presente en el mismo Pentateuco.
Según cuenta la Torá, Moisés, el gran legislador y profeta de Israel, se casó con Seforá la madianita, hija
también de un sacerdote, Reuel/Jetro (Exo-do 2:21). Y como en el caso anterior, tampoco aquí tiene el autor
inconveniente alguno con esta tradición. Incluso es más llamativa la posición de la Torá en este sentido,
cuando en ocasión de las quejas de Miriam y Aarón contra Moisés por causa de la mujer ``kusita'' que había
tomado por esposa, Dios no aceptó sus reproches, terminando por castigar a Miriam con lepra (Números
12:1-10).
Sin embargo, en la propia Torá tenemos testimonios totalmente opuestos a los expresados. Por ejemplo, en el
propio libro de Génesis se nos cuenta que Abraham le hizo jurar a su mayordomo ``que no tomarás mujer
para mi hijo de entre las hijas de los cananeos con los que vivo; sino que irás a mi tierra y a mi patria a tomar
mujer para mi hijo Isaac'' (24:4). Y en el libro del Deuteronomio se establece de una manera contundente la
prohibición de los matrimonios mixtos en Israel: ``Cuando Yahvé tu Dios te haya introducido en la tierra... y
haya arrojado delante de ti a naciones numerosas: hititas, guirgasitas, amorreos, cananeos, perizitas, jivitas y
jebuseos... No emparentarás con ellas, no darás tu hija a su hijo ni tomarás su hija para tu hijo. Porque tu hijo
se apartaría de mi seguimiento, serviría a otros dioses; y la ira de Yahvé se encendería contra vosotros y se
apresuraría a destruiros'' (7:1-4).
Esta evidente contradicción acerca de los casamientos mixtos la encontramos también en otras secciones de
la Biblia hebrea. Por ejemplo, los libros de Esdras y Nehemías (en la actualidad aparecen estos libros como
dos obras independientes, pero originalmente formaron parte de una única pieza literaria) nos revelan una
posición claramente hostil contra los casamientos mixtos. Según el propio testimonio de Esdras el escriba
(mediados del siglo V a.e.c.): ``Concluido esto, se me presentaron los jefes diciendo: `El pueblo de Israel, los
sacerdotes y los levitas no se han separado de las gentes del país, hundidas en sus abominaciones
-cananeos, hititas, perizitas, jebuseos, ammonitas, moabitas, egipcios y amorreos-, sino que han tomado para
ellos y para sus hijos mujeres de entre las hijas de ellos: la raza santa se ha mezclado con las gentes del
país; los jefes y los consejeros han sido los primeros en esta rebeldía'. Al oír esto rasgué mis vestiduras y mi
manto, me arranqué los pelos de la cabeza y de la barba y me senté desolado'' (9:1-3.Cf. Nehemías
13:23-31).
Esta posición de carácter xenófobo, con tintes de racismo biológico (``la raza santa''), se contradice
absolutamente con la posición presente en el Libro de Rut, en donde se relata que, tras la muerte de su
marido, un israelita de Belén emigrado a Moab, Rut ``la moabita'' volvió a Judea con su suegra Naomí, para
terminar desposándose con Boaz, pariente de su marido, de cuyo matrimonio nacería Obed, el abuelo de
David (4:17-22). Según esta versión, pues, el gran rey de Israel, de quién nacería el Mesías al final de los
tiempos (Isaías 11:1-9), habría tenido un origen ``moabita'' (!). Y si tenemos en cuenta la peyorativa tradición
bíblica acerca del origen de los moabitas (Génesis 19:30-38), como así también la prohibición expresa del
legislador deuteronomista de no permitir la participación de moabitas en las asambleas culturales de Israel
(Deuteronomio 23:3-7) o el casamiento con ellos (Esdras 9:1), no puede ser la paradoja y la ironía más
intrigante.
¿Cómo pueden entenderse estas contradicciones? ¿Por qué encontramos en la Biblia hebrea dos posiciones
totalmente opuestas acerca de los casamientos mixtos? ¿Acaso esto nos enseña algo relevante para
nuestros días?
Dado que estas ideologías encontradas las hallamos en distintas partes de la Biblia, no se puede argüir en
.
este caso que sea un problema de redacción.
Siguiendo el modelo teórico elaborado por Y. Amit, profesora de Biblia de la Universidad de Tel Aviv (Lo
manifiesto y lo oculto en la Biblia [Tel Aviv: Yediot Ajaronot, 2003] en hebreo), la conclusión más apropiada
sería que los editores finales de los textos bíblicos habrían tenido como propósito presentar la polémica
acerca de los casamientos mixtos a la consideración de sus lectores, eligiendo así por estrategia el pluralismo
religioso.
Esta conclusión conlleva una lección muy importante para el judío contemporáneo. No es secreto que el
problema de los casamientos mixtos es una de las cuestiones más acuciantes en la realidad judía
contemporánea. Entre los judíos norteamericanos, por ejemplo, los niveles han llegado a números realmente
preocupantes, en algunos casos llegando más allá del 70%-80% de los judíos del lugar.
A los efectos de mitigar la situación creada, ciertas corrientes religiosas liberales judías (como el caso de la
reforma y el conservadorismo) han promovido y alentado la conversión de los miembros no judíos de las
parejas, con el propósito de reducir el daño manifiesto para la supervivencia del pueblo judío. Pero,
lamentablemente, en algunas comunidades esta situación de compromiso ha llevado a judíos a ver con malos
ojos la conversión de estos extranjeros, rechazándolos por no ser de ``raza pura''. Y ha llegado la situación a
tal nivel de crisis, que incluso familias y comunidades se han visto divididas por esta cuestión, debilitando la
unidad comunitaria hasta niveles intolerables.
Aun cuando ambas posiciones sobre los casamientos mixtos hallan su lugar en la tradición bíblica, las
historias de José, Moisés y Rut/David parecerían inclinar la balanza en favor de una posición de tolerancia y
respeto hacia el ``otro''.
Y de aquí, pues, que las enseñanzas del Deútero-Isaías sobre los extranjeros adheridos a Israel tienen aún
plena vigencia en nuestros días, y deberían servirnos de guía en todo momento: ``En cuanto a los ex-
tranjeros adheridos a Yahveh para su ministerio, para amar el nombre de Yahveh, y para ser sus siervos, a
todo aquel que guarda el sábado sin profanarle y a los que se mantienen firmes en mi alianza, yo les traeré a
mi monte santo y les alegraré en mi Casa de oración. Sus holocaustos y sacrificios serán gratos sobre mi
altar. Porque mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos'' (Isaías 56:6-7).
¡Shabat Shalom!
Dr. Adolfo Roitman
.
Judaísmo 20/12/2007
La práctica de embalsamamiento era típica de los egipcios, y su fama se había difundido entre los antiguos.
Un testimonio de ello es el pasaje escrito por el gran historiador griego Heródoto de Halicarnaso (siglo V
a.e.c.), quien a la usanza de un etnógrafo moderno, nos describe con lujos de detalle la técnica practicada por
los médicos egipcios: ``Empiezan metiendo por las narices del difunto unos hierros encorvados, y después de
sacarle con ellos los sesos, introducen allá sus drogas e ingredientes. Abiertos después los ijares con piedra
de Etiopía aguda y cortante, sacan por ellos los intestinos, y purgando el vientre, lo lavan con vino de palma y
después con aromas molidas... y cosen últimamente la abertura. Después de estos preparativos adoban
secretamente el cadáver con nitro durante setenta días... luego se le faja, bien lavado, con ciertas vendas
cortadas de una pieza de finísimo lino...'' (II, lxxxvi). ¿Qué concepción de la vida y de la muerte se esconde
detrás de una práctica tan particular?
Según lo sugerido por el renombrado filósofo judeo-alemán Ernst Cassirer (1874-1945), el sentimiento y
pensamiento religiosos de los egipcios se aferraban al mundo, buscando y anhelando la simple subsistencia.
Y de aquí, pues, la necesidad de conservar el substrato físico de la vida, del cuerpo humano en toda su
particularidad. Y sobre la práctica misma del embalsamamiento, Cassirer decía: ``Cada parte del cuerpo,
cada órgano, debe ser despojado de su ser perecedero y hecho imperecedero e indestructible mediante
determinados métodos materiales de embalsamamiento y ciertas ceremonias religiosas, pues sólo esto
garantiza la eterna supervivencia del alma'' (Filosofía de las formas simbólicas. II El pensamiento mítico
[México: Fondo de Cultura Económica, 1971] p. 167).
El embalsamamiento de Jacob es un caso atípico, que no representa para nada la tradición mortuoria
practicada por los israelitas. A diferencia de los egipcios que buscaron eternizar el presente y extirpar lo
temporal, los hebreos desarrollaron una concepción totalmente diferente de la muerte. Según la usanza en la
era bíblica, como puede colegirse de los hallazgos arqueológicos y los testimonios literarios, los huesos de los
difuntos, luego de que los cuerpos se hubieran disecado por un tiempo, eran recolectados y apilados en el
suelo o en pozos de cuevas junto con los de sus antepasados. De aquí, pues, que los israelitas no
desarrollaron un culto a los muertos. Por el contrario, la Torá muestra ciertamente un desdén manifiesto hacia
toda glorificación de los difuntos.
Una prueba concluyente en este sentido es lo referido en la Torá al lugar de enterramiento de Moisés: ``nadie
hasta hoy ha conocido su tumba'' (Deuteronomio 34:6), excluyendo así toda posibilidad de peregrinación y
adoración del sitio.
Eso no significa que no existiera en Israel una idvavaga acerca de la vida de ultratumba. Los hebreos no
creían que con la muerte se terminara la existencia, sino por el contrario; ellos concebían una vida
fantasmagórica en el otro mundo, de una manera similar al Hades griego (cf. la historia de Saúl y la pitonisa
de Endor [1 Samuel 28:3-25]). Pero los hebreos estaban más interesados en la vida que en la muerte, como
lo cantaba el salmista: ``No alaban los muertos a Yahveh, ni ninguno de los que bajan al Silencio; mas
nosotros, los vivos, a Yahveh bendecimos, desde ahora y por siempre'' (Salmos 115:17-18).
Pero para finales de la época del Segundo Templo, conocida también como la era greco-romana (siglo II
a.e.c.-siglo I e.c.), sucedió un cambio significativo en las prácticas mortuorias de Israel. Los muertos ahora
eran enterrados en cuevas familiares o en tumbas monumentales, cuando los cuerpos eran colocados en
nichos excavados en piedra. Por cada nicho se colocaba un difunto, y el mismo era posible sellar con un
bloque de piedra. Cada tumba familiar podía contener numerosas salas, y cada sala podía tener varios
nichos. La tumba misma era sellada por una piedra redonda (cf. el relato del enterramiento de Jesús
[Evangelio de Marcos 15:42-47 y paralelos]).
El frente de la tumba estaba en muchos casos adornado con motivos florales, y el mismo daba hacia un patio
amplio. (Ejemplos de estos monumentos pueden verse en el día de hoy en el Valle del Cedrón, en la zona
oriental de la ciudad vieja de Jerusalén).
Como lo expresa la liturgia judía en la sección de las 18 bendiciones o Amidá: ``Tu promesa se cumplirá,
traerás a los difuntos a la vida eterna. Bendito eres Tú, Adonai, que concedes la inmortalidad''.
En suma, la lección que nos enseña esta breve reseña sobre la concepción judía de la muerte en la
antigüedad, es que la religión de Israel se fue transformado a lo largo del tiempo.
De una concepción desinteresada originalmente por la vida de ultratumba, los judíos pasaron a creer en la
resurrección y en la vida en el más allá. Y de una clara desestima por el culto de los muertos, la religión de
Israel adoptó la veneración de los difuntos y la práctica de peregrinación a las tumbas, como uno de sus
rasgos más característicos. Sólo basta con visitar la tumba del Baba-Sali en Netivot o la del rabí Shimón Bar
Iojai en Merón para entender el largo recorrido que ha hecho la religión judía desde sus orígenes bíblicos
hasta nuestros días.
¡Shabat Shalom!
Dr. Adolfo Roitman
Judaísmo - 27/12/2007
Esta nueva realidad de los hebreos se transformó en aun más problemática, cuando el Faraón, sin ninguna
razón explícita, dio una orden totalmente irracional: ``Echad al río a todos los niños hebreos que nazcan; solo
a las niñas dejadlas vivir'' (vs. 22).
Inmediatamente después de este relato, la Torá introduce a su personaje central: Moisés. Según cuenta la
historia, una pareja ``anónima'' (los nombres de los padres de Moisés aparecen mencionados más tarde en la
narración. Cf. Éxodo 6:20; Números 26:59) de la tribu de Leví dio a luz a un hijo. Luego de esconderlo durante
tres meses, y no pudiendo seguir ocultándolo ya por más tiempo, su madre decidió ponerlo a salvo de una
manera original: ``Tomó un canastillo de junco, al que selló todas las rendijas con asfalto natural y brea para
que no le entrara agua; luego puso al niño en el canastillo, y lo dejó entre los juncos, a la orilla del río Nilo''
(Éxodo 2:3).
La suerte hizo que bajara por casualidad la hija del Faraón a bañarse en el río, y en esa oportunidad pudo
divisar la cestilla entre los juncos, salvando así milagrosamente al niño de una muerte segura. De esta
manera, entonces, el futuro héroe de Israel, quien habría de salvar a Israel de las aguas (Éxodo 14:15-15:20),
fue sacado él mismo del agua, derivando de aquí su nombre: ``Moisés''.
(Nota: Según la etimología popular, el nombre ``Moisés'' derivaría del verbo hebreo masha, ``sacar''. Sin
embargo, el nombre es ciertamente egipcio [como en el caso del nombre del Faraón Tutmosis] y significa ``ha
nacido'' [ver 2:7-10]).
Según lo visto, pues, la sucesión de eventos que llevarían a Moisés a ser criado por la hija del Faraón y
crecer con los egipcios, se originó en la orden del gobernante de matar a los varones.
Sin embargo, la razón de la orden misma no aparece expuesta en el relato: ¿por qué el Faraón decidió
implementar una política sistemática de homicidio? ¿Qué razón tenía para matar a los varones, en una
economía basada en la mano de obra esclava?
En el libro del Éxodo ciertamente no hay respuesta a esta cuestión. Sin embargo, en los escritos del
historiador judío palestinense Flavio Josefo (37?-96 e.c.) encontramos la ``solución'' al problema. Según su
versión de los hechos: ``Estando de este modo las cosas, se produjo un acontecimiento que excitó aun más a
los egipcios en su deseo de exterminar a nuestra nación. Uno de los escribas sagrados, hombres que son
muy astutos para predecir los acontecimientos futuros, dijo al rey que por aquella época nacería un niño
israelita que, cuando fuera hombre, derribaría el dominio de los egipcios y exaltaría a los israelitas. Superaría
a todos los hombres en virtudes y obtendría una gloria que perduraría por todos los siglos. El rey tuvo tanto
miedo que, de acuerdo con la opinión de ese hombre, ordenó que mataran a todos los niños que les nacieran
a los israelitas, arrojándolos al río'' (Antigüedades Judías II,ix, ii).
Esta leyenda en Flavio Josefo recuerda la historia sobre el nacimiento de otro héroe famoso de la
antigüedad: Ciro, el rey de Persia (siglo VI a.e.c.).
Según la versión presente en la obra histórica de Heródoto de Halicarnaso (siglo V a.e.c.), el rey Medo
Astiages, como consecuencia de haber tenido un sueño extraño, en el cual le pareció que del centro del
cuerpo de su hija salía una parra que cubría con su sombra todo el Asia, ``hizo venir de Persia a su hija, que
estaba ya en los últimos días de su embarazo, y le puso guardias con el objeto de matar a la prole que diese
a luz, por haberle manifestado los intérpretes que aquella criatura estaba destinada a reinar en su lugar''. (Los
nueve libros de la historia I: CVIII).
Y como en el caso de los relatos de Ciro y Moisés (según la versión de Flavio Josefo), también aquí el rey
gobernante decidió eliminar a su rival, mandando a ``matar a todos los niños menores de dos años que vivían
en Belén y sus alrededores (Mateo 2:16).
(Nota: La similitud entre la historia de infancia de Jesús y Moisés no es casual, ya que el autor del Evangelio
de Mateo vio a Jesús como ``un segundo Moisés'').
Por su lado, una historia muy parecida a la de Jesús se cuenta sobre los orígenes de Abraham, en una obra
medieval judía llamada Sefer Hayashar. De acuerdo a este midrash, en tiempos del rey Nimrod, en la noche
que el príncipe Téraj tuvo un hijo, los cortesanos, consejeros y astrólogos del rey vieron en el firmamento un
enorme cometa que corría por el horizonte desde el este y se tragaba cuatro estrellas, cada una de ellas fija
en una parte diferente del Cielo.
A la vista de semejante presagio, la conclusión les fue evidente: ``el hijo recién nacido de Téraj será un
emperador poderoso. Sus descendientes se multiplicarán y heredarán la tierra para toda la eternidad,
destronarán a los reyes y poseerán sus tierras''.
Y como era de esperar, también en este caso el temeroso rey quiso matar al recién nacido para evitar ser
destronado (ver R. Graves y R. Patai, Los mitos hebreos. El libro del Génesis [Buenos Aires: Editorial Losada,
1969] pgs. 156-164).
Como puede verse, pues, en todas estas historias encontramos una estructura similar de los acontecimientos:
(1) el nacimiento de los héroes fue anunciado por prodigios; (2) el niño estaba destinado a reinar en lugar del
gobernante de turno; y (3) el miedo del gobernante a ser reemplazado por el recién nacido lo lleva a querer
matarlo.
Según se podría suponer, en alguna versión antigua sobre los orígenes de Moisés, también habría existido
una sucesión similar de los acontecimientos. Sin embargo, como vimos más arriba, sólo el último de los
motivos aparece en el relato del Éxodo.
¿Por qué habría querido el autor bíblico presentar una versión parcial sobre los orígenes del héroe?
Según la sugerencia original propuesta por los profesores de la Universidad Hebrea de Jerusalén, A. Shinan y
Y. Zakovitch (No está así escrito en la Biblia [Tel-Aviv: Iediot Aharonot, 2004] pgs. 151-158 [en hebreo]), esta
modificación de la historia básica se habría debido a razones teológicas.
El autor bíblico no quería que el héroe de Israel fuera visto como alguien, que ya desde los comienzos había
sido designado por el destino a ser el salvador de Israel.
A diferencia de los héroes mitológicos, signados por prodigios a ser los gobernantes de sus pueblos, el
pensador antiguo prefirió presentar a Moisés como una persona, que en su juventud mostró cualidades
meritorias: compasión por el necesitado y una clara conciencia de justicia (2:11-14, 16-18).
En caso de ser cierta esta hipótesis, entonces, el objetivo del escritor antiguo habría sido enseñar por medio
de la historia de los orígenes de Moisés una lección a seguir por futuras generaciones, a saber: el verdadero
líder no es un elegido ``por las estrellas'' para gobernar, sino aquella persona que ha ganado por méritos
propios ese derecho, mostrando responsabilidad social, compasión por el sufrimiento ajeno y una profunda
conciencia de justicia.
No sería malo, que también los gobernantes de hoy tuvieran presentes estas enseñanzas tan profundas.
¡Shabat Shalom!
Dr. Adolfo Roitman
Judaísmo - 02/01/2008
Así la epopeya de la liberación milagrosa de Egipto llegó a su fin. Después de cuatrocientos treinta años de
estancia en el lugar (12:40), el pueblo hebreo (según el relato bíblico, unos seiscientos mil hombres de a pie,
-sin contar los niños-" [12:37]) partió apresuradamente esa misma noche de Ramsés hacia Sukkot. Y desde
entonces, el pueblo de Israel celebra anualmente la cena pascual y la fiesta de los Ázimos en memoria de tan
extraordinario evento (12:1-28, 43-51; 13: 3-10; Levítico 23: 5-7).
Ciertamente, el éxodo del pueblo de Israel de Egipto es un hito fundacional en la conciencia histórica de
Israel. Este relato no sólo es el núcleo del libro bíblico de Éxodo, sino es también una de las más antiguas
confesiones de fe israelitas. Por ejemplo, en la apertura del Decálogo (en griego, Diez Palabras"), Dios se
define como el Dios de la historia diciendo: ``Yo, Yahveh, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de
la casa de servidumbre''" (Éxodo 20:2; Deuteronomio 5:6). Asimismo, en la fórmula litúrgica de Salmos, Dios
se presenta como ``Yo, Yahveh, soy tu Dios, que te hice subir del país de Egipto, abre tu boca, y yo la
llenaré''" (81:11). Y el profeta Amós (siglo VIII a.e.c.) aludía a los orígenes de Israel al decir: ``¿No hice yo
subir a Israel del país de Egipto, como a los filisteos de Kaftor y a los arameos de Quir?''" (9:7). La presencia
del tema de la liberación milagrosa de Israel de Egipto en los diversos estratos de la literatura bíblica,
entonces, revela de manera clara y tajante que los israelitas veían en esta intervención divina la piedra
angular de su identidad.
Por ello no es ninguna sorpresa que cuando la arqueología y los estudios críticos de la Biblia comenzaron a
desarrollarse como ciencias allá para finales del siglo XIX, el tema de la historicidad de la esclavitud de Israel
en Egipto y el Éxodo se convirtieran en uno de los tópicos más discutidos. Para los investigadores creyentes
les era imprescindible probar la certitud fáctica de la narración, a los efectos de otorgarle a la antigua creencia
tradicional una base científica. Y para los estudiosos agnósticos, poder demostrar el carácter legendario del
relato bíblico les daría un arma poderosa para conmover los cimientos mismos de la fe milenaria.
Desde entonces y hasta nuestros días el mundo científico se encuentra dividido en dos grupos claramente
definidos al respecto. Por un lado, encontramos aquellos quienes, sin dejar de reconocer las dificultades de
los detalles presentes en el relato, aceptan básicamente su historicidad. Un ejemplo en este sentido es A.
Lamaire, un prestigioso arqueólogo francés y profesor en la renombrada Escuela de Altos Estudios de París.
En un artículo popular escrito hace algunos años, Lamaire afirmaba sobre el relato del Éxodo, que ``la
semejante tradición, antigua y unánime, debe de tener un fondo histórico''" (El mundo de la Biblia [ed. A.
Lamaire; Madrid: Editorial Complutense, 2000] p. 347). Según este celebrado estudioso, la supuesta salida de
Egipto habría tenido lugar durante la época del Faraón Ramsés II, verosímilmente hacia mediados del siglo
XIII a.e.c.
Un argumento en este sentido sería la famosa estela que describe una campaña de su hijo Merneptah en
Palestina (hacia el 1210 a.e.c.), en la que se menciona por primera (¡y única vez!) en egipcio a Israel":
``Canaán fue saqueado, Ascalón despojado, Gezer arruinada... Israel está asolada y su semilla destruida''. Un
texto que demostraría que una entidad étnica -llamada Israel-" ya estaba en Canaán para esos años, siendo
un grupo recientemente arribado a esa tierra o uno de origen autóctono.
Tanto Lamaire como otros investigadores aceptan, que aun cuando los materiales bíblicos habrían
preservado un núcleo histórico cierto de los sucesos sucedidos en la historia, el relato mismo habría sido
redactado muchos siglos después.
Según afirma el biblista jesuíta Jean Louis Ska, los textos que describen el éxodo de Israel son en su
mayoría mucho más recientes que los propios acontecimientos. ``Sea cual fuere la fecha que adoptemos para
éstos, el texto sólo quedó terminado pasados muchos siglos''." (El mundo de la Biblia [ed. A. Lamaire; Madrid:
Editorial Complutense, 2000] p. 368). Según éste, pues, la primera redacción de la historia (llamado ``el relato
yahvista'') se remontaría al siglo X a.e.c., en tiempos de David y Salomón, mientras que el segundo relato,
ahora de origen sacerdotal, dataría de la época del exilio de Babilonia (siglo VI a.e.c.).
Una aproximación totalmente opuesta a la mencionada aparece en el libro publicado hace algunos años por el
arqueólogo israelí I. Finkelstein y el historiador americano N. Silberman. En su polémico libro (La Biblia
desenterrada. Una nueva visión arqueológica del antiguo Israel y de los orígenes de sus textos sagrados
[Madrid: Siglo XXI de España Editores, 2003), ellos discuten la historicidad de los relatos bíblicos a la luz de
los hallazgos arqueológicos. Y específicamente sobre el tema de la estancia de los israelitas en Egipto y de
su salida milagrosa de allí, le niegan al relato todo fundamento histórico. Según su análisis pormenorizado de
la historia, los archivos egipcios, que consignaban todos los acontecimientos administrativos del reino
faraónico, no conservaron ningún rastro de una presencia israelita durante más de cuatro siglos en su
territorio. Tampoco existían, en esas fechas, muchos sitios mencionados en el relato.
Las ciudades de Pitom y Ramsés, que habrían sido construidas por los hebreos esclavos antes de partir, no
existían en el siglo XV a.e.c. Y de aquí la conclusión, que el relato del Éxodo no resiste el análisis desde un
punto de vista científico. Según ellos, entonces, la historia de la esclavitud de los israelitas en Egipto habría
sido una creación de la monarquía tardía del reino de Judá, destinada a propagar la ideología y las
necesidades de ese reino. La historia deuteronómica habría sido compilada durante el reino de Josías (siglo
VII a.e.c.), a fin de servir de fundamento ideológico a ambiciones políticas y reformas religiosas particulares.
¿A quién creer? ¿Es acaso posible superar la dicotomía existente entre la ciencia y la tradición? El éxodo de
Egipto, ¿fue acaso un evento sucedido en la historia o simplemente un mito fantástico creado por los
hombres? Probablemente, la verdad se encuentre a mitad de camino entre ambas posibilidades. En palabras
de G. Jofré, ``es muy probable que la Biblia contenga un pequeño porcentaje de núcleo histórico sobre el
éxodo, incluso puede ser que éste fuera muy diferente del que menciona el texto''.
Tal vez hubo varios éxodos, tal vez fueran salidas en distintas épocas y de forma gradual. Y es que sería tan
poco prudente negar la existencia de un sustrato real sobre la narración del éxodo, como afirmar que es una
narración completamente histórica. En mi opinión, aquellos que niegan la historicidad del Éxodo bíblico, en
términos generales, dándolo como un caso cerrado de mito, se están precipitando en sus conclusiones y
pecan en una posible futura retractación, porque lasalida de los israelitas de Egipto es una leyenda abierta a
la historicidad" (Éxodo, ¿Historicidad o Leyenda? en: http://www.egiptologia.com).
Shabat Shalom.
Dr. Adolfo Roitman
Mundo Judío - 17/01/2008
El concepto de ``desierto'' se aplica a un territorio extenso, carente de agua, cuya vegetación es raquítica y
su habitación prácticamente imposible (Jeremías 2:6). En la imaginería popular, el de-sierto es visto como
una terra incógnita, inhóspita y amenazadora, habitada por demonios (cf. Éxodo 4:24-26 [Yahveh]; Levítico
16 [Azazel]), sátiros (idem 17:7) y otras bestias maléficas (Isaías 13:21; 14:23; 30:6). Por ello, la huida a una
región aislada como ésta era un modo muy eficaz de escapar de los enemigos (cf. 1 Samuel 22:1 [David] o 1
Reyes 19:3 [Elías]). El desierto es un espacio caótico, semejante de alguna manera al estado del mundo en
sus comienzos (Génesis 1:2), opuesto a la tierra habitada (Jeremías 4:20-26).
Y es precisamente en este territorio liminar, ubicado entre las regiones habitadas de Egipto y Palestina, que
según la Biblia tuvo origen el pueblo de Israel. Según leeremos en la próxima porción de la Torá, fue en el
monte Sinaí que Dios le entregó al pueblo hebreo las tablas de la Ley y concluyó con él la Alianza eterna
(Éxodo 20). El desierto fue el crisol en dónde la generación de esclavos, pecadores y rebeldes
(Deuteronomio 9:22; Salmos 78:40) de-sapareció, luego de cuarenta años de deambular por el desierto
(Números 14:28-35), para dejar paso, a manera de un rito de pasaje, a una nueva generación, merecedora
de entrar a la Tierra Prometida.
Sin embargo, la etapa del desierto no sólo fue una época de apostasía, rebelión e infidelidad. También fue
una era de gloria para Dios. Durante la misma, el Dios de Israel llevó a cabo numerosos milagros (como ser
la provisión de maná, codornices y agua [Éxodo 16, 17:1.7]), mostrando así su misericordia hacia el pueblo
elegido.
Con el pasar del tiempo, ya en época de los profetas (siglos VIII-VI a.e.c.), el tiempo del desierto fue visto de
manera idealizada, como una era de noviazgo entre Dios e Israel: ``Ve y grita a los oídos de Jerusalén: `Así
dice Yahveh: De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo; aquel seguirme tú por el desierto, por la
tierra no sembrada''' (Jeremías 2:2). La vida en esa región seca fue interpretada como una época gloriosa en
las relaciones de Yahveh y su pueblo (Oseas 2:16-17, 9:10; Amos 5;25). Y hasta tal punto este ideal se hizo
carne en la memoria colectiva de Israel, que aún para finales de la época del Primer Templo (siglo VI a.e.c.),
cuando Jerusalén había llegado a su máximo esplendor, encontramos todavía al grupo de los rekabitas que
seguían practicando el nomadismo, a manera de nostalgia por el pasado y en clara reacción contra la
civilización urbana de sus días: ``Nosotros hemos obedecido a la voz de nuestro padre Yonadab, hijo de
Rekab, en todo cuanto nos mandó, absteniéndonos de beber vino de por vida, nosotros, nuestras mujeres,
nuestros hijos y nuestras hijas, y no edificando casas donde vivir, ni poseyendo viña, ni campo de
sementera, sino que hemos vivido en tiendas...'' (Jeremías 35:8-9).
El tema del desierto jugó también un papel significativo en la imaginería de los judíos exiliados en Babilonia.
Según ellos, la futura salvación era concebida como un ``segundo éxodo'', en cuya ocasión el desierto habría
de florecer bajo sus pasos (Isaías 32:15s.; 35:1s.; 40:3; 41:18; 43:19s.). E incluso, según lo explicita el
teólogo X. León-Dufour, ``la salvación del fin de los tiempos se presenta en ciertos apocalipsis como la
transformación del desierto en paraíso (Mateo 24:26; Apocalipsis 12:6, 14) (Vocabulario de Teología Bíblica
[Barcelona: Editorial Herder, 1980] p. 228).'' Como en el caso del profeta Ezequiel, al profetizar sobre la
región del desierto de Judea: ``Me dijo (el ``hombre'' o ángel al profeta Ezequiel, A:R.): Esta agua sale hacia
la región oriental, baja a la Arabá (es decir, el valle inferior del Jordán), desemboca en el mar (se refiere al
Mar Muerto), en el agua hedionda, y el agua queda saneada. A orillas del torrente, a una y otra margen,
crecerán toda clase de árboles frutales cuyo follaje no se marchitará y cuyos frutos no se agotarán:
producirán todos los meses frutos nuevos...'' (47:8-12).
Este significado apocalíptico del desierto lo encontramos también presente en la religiosidad judía en la
época del Segundo Templo. Un claro ejemplo de ello lo vemos en la historia de Juan Bautista. Según nos
relata el Nuevo Testamento, este profeta proclamó su mensaje de salvación en el desierto de Judea
diciendo: ``Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos'' (Mateo 3:2 y paralelos). De aquí, pues, que
el páramo seco era visto como el lugar apropiado para el renacimiento espiritual de Israel; un sitio
inmaculado, libre de la corrupción moral de la ciudad de Jerusalén. Y por ello, judíos como Jesús vinieron
hasta el Jordán para ser bautizados por Juan, y así volver al camino correcto (3:13-4:11).
Otro ejemplo en este sentido lo hallamos en la biografía del gran historiador judío Flavio Josefo. Según nos
lo cuenta en su autobiografía, luego de haber experimentado de manera personal las principales sectas de
su época (a saber: fariseos, saduceos y esenios), ``y después de haber comprobado que ninguna
experiencia de aquéllas me resultaba suficiente, oí hablar de un tal Banus que vivía en el desierto, llevaba un
vestido hecho de hojas, comía alimentos silvestres, se lavaba varias veces de día y de noche con agua fría
para purificarse, y me hice su discípulo. Después de estar con él durante tres años, una vez cumplido mi
propósito, regresé a la ciudad'' (Autobiografía II, 10-12). Al igual que los jóvenes modernos, también Josefo,
de origen sacerdotal y perteneciente a una familia acomodada, dejó la cacofonía de la ciudad para buscar su
identidad en la soledad y silencio del desierto.
Un último ejemplo lo constituye la comunidad del Mar Muerto. Según el testimonio presente en los rollos
antiguos, como así también se puede colegir de las ruinas halladas por los arqueólogos en Qumrán (lugar
situado en la orilla nord-occidental del Mar Muerto), este grupo de piadosos (probablemente, un grupo radical
escindido del movimiento madre esenio), habría dejado la ciudad de Jerusalén debido a las polémicas
acerca de cuestiones rituales y legales mantenidas con los sacerdotes del templo, y se habría dirigido al
desierto para erigir allí su comunidad a manera de ``templo espiritual'', inspirados por la profecía del profeta
Isaías (estrictamente hablando, el ``Segundo Isaías'' [un profeta anónimo del siglo VI a.e.c.]): ``Y cuando
éstos existan /como comunidad/ en Israel /según estas disposiciones/ se separarán de en medio de la
residencia de los hombres de iniquidad para marchar al desierto para abrir allí el camino de Aquél. Como
está escrito: En el desierto, preparad el camino de **** (en el original hay cuatro puntos, en lugar de escribir
el nombre inefable de Dios o Tetragrámaton), enderezad en la estepa una calzada para nuestro Dios [Isaías
40:3]'' (Regla de la Comunidad VIII: 12-14).
Y así llegamos a nuestros días, en que el tema del desierto ha jugado también un rol significativo en la
ideología sionista. De acuerdo a la profesora Y. Zerubavel (``El desierto como espacio mítico y como lugar
de recuerdo en la cultura hebrea'' en: M. Idel e I. Gruenwald, Mitos en el judaísmo [Jerusalén, 2004] págs.
223-226 [en hebreo]), el desierto fue visto de manera ambivalente. Por un lado, un espacio negativo y
amenazante, el cual debía ser ``conquistado'' en beneficio de la colonización. En este sentido, el de-sierto
era la metáfora de la diáspora y la ``anti cultura'', contrapuesto a la empresa ciclópea de los colonos judíos,
destinada a crear una cultura hebrea progresista. Pero por el otro lado, el desierto tuvo un significado mítico
para los judíos emigrantes, viendo la estepa desértica como una región natural inmaculada y primigenia,
fuera de las influencias deletéreas del tiempo y de la sociedad. Y de aquí, pues, que el desierto simbolízó
para los sionistas el concepto de libertad y de reencuentro con los orígenes auténticos del pueblo de Israel.
¡Shabat Shalom!
Dr. Adolfo Roitman
Mundo Judío - 24/01/2008
Según reza el relato, la revelación divina fue dramática: ``Al tercer día, al rayar el alba, hubo truenos y
relámpagos y una densa nube sobre el monte y un poderoso resonar de trompeta; y todo el pueblo que
estaba en el campamento se echó a temblar... Todo el monte Sinaí humeaba, porque Yahveh había
descendido sobre él en el fuego. Subía el humo como de un horno, y todo el monte retemblaba con
violencia''” (Éxodo 19:16-18).
Esta narración combina dos relatos diferentes acerca de la aparición grandiosa de la gloria de Dios. Por un
lado, la revelación divina es descrita en términos semejantes a una erupción volcánica (vs. 18), que tiene
ecos en otras secciones del Pentateuco (ver Éxodo 24:15-17; Deuteronomio 4:11-12; 5:23-24; 9:15). Y por el
otro, la teofanía del Sinaí es interpretada como si fuera una tempestad (Éxodo 19:16, 19). (Nota: A diferencia
de la perspectiva teológica presente en el relato de Éxodo, según la cual la gloria de Dios se manifiesta en
las fuerzas de la naturaleza, encontramos en el libro de Reyes una concepción alternativa y polémica acerca
del carácter de la revelación divina. De acuerdo a esta última, Yahveh no se halla presente en el huracán, en
el terremoto y en el fuego, sino en el susurro del viento” [ver 1 Reyes 19:9-12]).
Según algunos, estas tradiciones diferentes habrían tenido su origen en regiones geográficas distintas. La
tradición volcánica” sería de origen sureño, propia de la región de la Arabia del Norte; por su parte, la
tradición de la tempestad” se habría originado en la región norteña, inspirada en las tormentas de montaña
en la Galilea o en el monte Hermón.
Sea como fuere el caso, una cosa queda en claro. La tradición bíblica preservó una experiencia portentosa
vivida por el pueblo de Israel en el Sinaí, que selló para siempre su identidad. Ya que en ocasión de esa
espectacular hierofanía, Dios le reveló a Israel el Decálogo (en griego, Diez Palabras”), para después
concertar una Alianza eterna con su pueblo elegido: ``Tomó después el libro de la Alianza y lo leyó ante el
pueblo, que respondió: `Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Yahveh'. Entonces tomó Moisés la
sangre, roció con ella al pueblo y dijo: `Esta es la sangre de la Alianza que Yahveh ha hecho con vosotros,
según todas estas palabras”''' (Éxodo 24:7-8). (Nota: según A. Shinan y Y. Zakovitch [Así no está escrito en
la Biblia, Tel-Aviv, 2004, págs. 88-91; en hebreo], se insinuaría en el Pentateuco la existencia de otro sitio
distinto del monte Sinaí, en el que Moisés le habría dado a Israel decretos y normas” [es decir, una Torá]:
Mará [ver Éxodo 15:22-27]).
El monte Sinaí, conocido también en la literatura bíblica como Horeb” (1 Reyes 19:1) o montaña de Dios”
(Éxodo 3:1), es el lugar sagrado ``par excellence'' de la civilización judía.
Como en el caso de otros montes sagrados en la historia de las religiones (el monte Fuji en Japón o el
Olimpo en Grecia), la santidad de esta montaña, incluso antes de la revelación de Dios a Israel, se habría
originado en épocas inmemoriales, por ser considerado un sitio de poder”.
Según palabras de G. Van der Leeuw, las montañas lejanas, inaccesibles, con frecuencia volcánicas,
lóbregas, siempre majestuosas, se apartan de lo cotidiano y por eso tienen la fuerza de lo completamente
otro” (Fenomenología de la religión [México: Fondo de Cultura Económica, primera reimpresión, 1975] p.45).
Sin embargo, resulta una verdadera paradoja que la ubicación del lugar más sagrado de Israel no sea
conocido con exactitud.
Tradicionalmente, se acostumbra a identificar el monte Sinaí con Jebel Musa (en árabe, montaña de
Moisés”). Una montaña de 2.285 metros de altura de granito rojo, ubicada al sur de la península del Sinaí.
Entre los años 525 y 565 e.c, el emperador Justiniano construyó en la base del monte el convento de Santa
Catalina, y como consecuencia de ello, desde entonces y hasta nuestros días el sitio se convirtió
oficialmente” en el monte Sinaí referido en la Biblia.
Sin embargo, el monte Sinaí bíblico ha sido identificado en otros lugares de la península del Sinaí, e incluso
en la Península Arábiga. Por ejemplo, en 1955 el profesor italiano Emmanuel Anati dirigió una expedición al
monte Karkom, ubicado cerca del límite entre Israel y Egipto en el Neguev Oriental. En ese lugar el profesor
italiano encontró muestras de una concentración de arte rupestre única y exuberante.
Se pueden observar en una serie de misteriosos grabados, escenas religiosas en las que se ven personas
rezando junto a objetos rituales. Y lo más curioso es que en uno de los grabados se puede ver una especie
de rejilla de diez espacios, que según Anati podría ser la representación de los 10 Mandamientos.
Y de aquí su conclusión, que este monte, y no Jebel Musa, habría sido el monte Sinaí” mencionado en el
relato del libro de Éxodo.
¿Cómo explicar esta situación? ¿Cómo es posible que la memoria del lugar más sacro de los israelitas se
haya perdido en la bruma del tiempo? ¿Qué podemos concluir de este hecho tan singular acerca de la
actitud de la fe de Israel hacia el concepto de espacio sagrado”?
Probablemente la clave se encuentre en otro hecho no menos desconcertante, a saber: el silencio bíblico
acerca del lugar exacto de enterramiento de Moisés.
Según cuenta la Biblia, el gran legislador de Israel murió en el país de Moab, y fue enterrado en el Valle, en
el País de Moab, frente a Bet Peor,” añadiendo que nadie hasta hoy ha conocido su tumba” (Deuteronomio
34:6).
Y de aquí la conclusión, entonces, que el Pentateuco quería evitar el culto a los muertos y la deificación de
un espacio. Como bien lo definió E. Wiesel, nadie conoce el lugar en que descansa (es decir, Moisés. A.R.).
La gente de las montañas dice que es en el valle. La gente del valle dice que es en la montaña. No se ha
convertido ni en templo ni en museo. Está en todas partes y en otra parte, siempre en otra parte”
(Mensajeros de Dios. Retratos y leyendas bíblicos [Buenos Aires: Seminario Rabínico Latinoamericano,
1981] p. 157).
Siguiendo entonces la clave dada por Wiesel, probablemente el olvido” de la ubicación exacta del monte
Sinaí en la tradición religiosa de Israel se habría debido al deseo de no querer transformar el sitio ”ni en un
templo ni en un museo”, sino antes bien superar las barreras del espacio físico, convirtiendo el real monte
Sinaí en un lugar virtual.
Y de esta manera, pues, el monte Sinaí se transformó de un sitio concreto en una idea o concepto abstracto,
desligándose de todo lazo territorial.
Para finalizar, vienen a cuento las palabras tan atinadas sobre la naturaleza del espacio en el judaísmo,
escritas por el gran teológo contemporáneo A. J. Heschel (1907-1972) en su libro ya clásico El shabat y el
hombre moderno (Buenos Aires: Editorial Paidos, 1964, págs. 119-120): ``En la corriente principal de la
tradición judía la Presencia de Dios en el mundo no es considerada como estática y permanente fijada en el
mundo del espacio, sino como libre, suelta y condicionada exclusivamente a la actitud del hombre.
Dios no tiene dirección geográfica ni residencia permanente. Él no se halla en el mundo en este sentido. Él
está en los eventos, en los actos, en el tiempo, en la historia, más que en las cosas''.
Shabat Shalom!
Dr. Adolfo Roitman
Mundo Judío - 31/01/2008
Si el monte Sinaí puede ser calificado como el lugar sagrado ultimativo de Israel, entonces no sorprende que
Moisés, descendiente de la tribu de Leví (Éxodo 2:1-2), y el más grande líder, legislador y profeta de la
tradición israelita (Deuteronomio 34:10-12), funcione en este relato a la usanza de un Gran Sacerdote en el
Templo (¿una tradición alternativa al rol de su hermano Aarón como primer Sumo Sacerdote de Israel?).
Ya que al igual que éste acostumbraba a avanzar desde el área profana en dirección al ``Santo de los
Santos'', el lugar de residencia de la gloria o Kavod de Dios (1 Reyes 8:11), también en el caso de Moisés,
éste subió desde la base del monte hacia su cima, cubierta por ``la gloria de Yahveh''.
Esta velada referencia a la actividad cultural en el Templo preanuncia de manera sutil la ordenanza de Dios a
Moisés: ``Me harás (según el griego; ``Me han de hacer'', en la versión hebrea) un Santuario para que yo
habite en medio de ellos. Lo haréis conforme al modelo de la Morada y al modelo de todo su mobiliario que
yo voy a mostrarte'' (Éxodo 25:8-9). Por primera vez en la Biblia, Dios le ordena a los israelitas construir un
Santuario para su adoración. Ya que hasta ese momento, todos los altares construidos por los patriarcas
habían sido resultado de la iniciativa humana (ver Génesis 12:7-8; 33:20; etc.). Según se desprende del
texto, Dios le reveló a Moisés un modelo o paradigma celestial del Santuario y del mobiliario, en un todo de
acuerdo a los relatos mitológicos conocidos en el antiguo Oriente (por ejemplo, la revelación del modelo
celestial del templo por parte del dios Ningishzidda al rey sumerio Gudea de Lagash [tercer milenio a.e.c.]).
(Nota: Cabe destacar el paralelo existente entre este episodio y la versión del libro de Crónicas sobre la
revelación de un modelo celestial a David, en ocasión de la construcción del primer Templo de Jerusalén.
(Ver 1 Crónicas 28:19)
A partir de esta ordenanza, el texto nos presenta de una manera tediosa y estrictamente técnica los detalles
de la construcción de la Morada y su mobiliario, el altar de los holocaustos, los ornamentos sacerdotales y
demás elementos propios de la actividad cultual (Éxodo 25-31). Y a continuación, como si esto no fuera
suficiente, el autor bíblico vuelve nuevamente sobre estos mismos detalles, relatando ahora con precisión la
puesta en ejecución de la ordenanza (caps. 35-40), por medio del primer artista de Israel: Betzalel, hijo de
Urí (31:1-2). (Nota: Por esta razón, la primer academia de arte del pueblo judío fundada por B. Shatz en
Jerusalén en el año 1906 se llamó Betzalel).
El Tabernáculo del desierto era un Santuario portátil y desarmable, como podría esperarse de un grupo
nómada. Su armazón estaba construido de maderas de acacia enchapadas en oro y cubierto con pieles de
distintos tipos. El interior de la Tienda estaba dividido en dos espacios. El primero se llamaba el ``Santo'', en
el cual se encontraban la mesa de los panes de la Presencia, el candelabro de siete brazos y el altar de
incienso. El segundo era el ``Santo de los Santos'', en el cual se hallaba el Arca de la Alianza, con las tablas
de la Ley en su interior, y sobre el mismo dos querubines con sus alas extendidas a manera de protección.
La forma del Tabernáculo, llamado también la ``Tienda del Encuentro'', era rectangular. Su largo era de 15
metros, y su ancho cuatro metros. El mismo estaba ubicado en un patio, cuyo largo era 50 metros y su
ancho 25 metros. A su vez, el patio se dividía en dos secciones idénticas en tamaño: en la parte occidental
se ubicaba la Tienda, y en la oriental estaban los utensilios de cobre y el altar de sacrificios. Todo el
complejo estaba rodeado por un cerco, y la entrada al mismo era por el oriente (similar al movimiento del
sol). Según la tradición sacerdotal, en ocasión de fijar el campamento, el Santuario era establecido en su
centro, y las tribus se ubicaban en su derredor (Números 2:2, 17).
Según parecería ser, la tradición misma sobre la existencia de una Tienda en la época mosaica tendría
bases históricas sólidas (ver Éxodo 37:7-11; 38:8; Números 11:16ss.; 12:4-10; Deuteronomio 31:14-15).
Algunos, incluso, han notado el paralelo existente de la Tienda del Encuentro con instituciones de origen
árabe-beduino como el utfah y el mahmal. Sin embargo, los detalles del espacio, el mobiliario y la
parafernalia no serían más que una proyección sobre el desierto del plano del Templo de Salomón.
La Tienda del Encuentro era técnicamente un espacio sagrado. Y ello porque, cuando se armaba el
campamento de Israel ubicando el Santuario en el centro, entonces se rompía la homogeneidad del espacio
profano, pasando a convertirse el mismo en sagrado. Según lo definía el renombrado historiador de las
religiones, el sabio rumano Mircea Eliade (1907-1986), el espacio sagrado ``es la ruptura operada en el
espacio... que permite la constitución del mundo, pues es dicha ruptura lo que descubre el punto fijo, el eje
central de toda orientación futura'' (Lo sagrado y lo profano [Madrid: Ediciones Guadarrama, segunda edición
1973], págs 25-26).
De la misma manera, pues, también Israel en cada sitio que se detenía, fijando en el centro del campamento
la Tienda del Encuentro, construía su existencia social y religiosa en derredor del Santuario, organizando el
espacio caótico del desierto en función de un Axis Mundi (en latín, ``eje del mundo''). Sin embargo, cuando
Israel volvía a ponerse en camino para seguir deambulando por el desierto, debía desmantelar el Santuario a
los efectos de armarlo en la próxima estación. Y así, entonces, el otrora espacio sagrado volvía a convertirse
nuevamente en un espacio profano, heterogéneo y descalificado, anulando de esta manera la condición
absoluta de su situación previa.
Según se deduce del relato bíblico sobre el Tabernáculo, entonces, la Torá concibe aquí una idea flexible y
relativa del ``espacio sagrado''. De acuerdo a esta interpretación, todo lugar podía ser profano o sagrado a la
vez.
El lugar sagrado era funcional y dinámico a la presencia de Israel, y no estático e inamovible. ¿Cuándo
podría haber sido concebida esta idea tan original del ``espacio sagrado'' en Israel? ¿Acaso sería apropiada
a una realidad monárquica, cuando Israel vivía en su territorio nacional, ejecutando el servicio cultual en un
lugar fijo como el Templo de Jerusalén?
Según algunos biblistas, el relato del Tabernáculo en el desierto podría haber tomado su forma definitiva en
la realidad exílica de Babilonia. Y si así hubiera sido el caso, entonces el relato se adecuaría
maravillosamente a la realidad existencial de los deportados. Ya que en una situación de destierro, alejados
de su tierra y del ``espacio sagrado'' inamovible como lo era Sión, los judíos se habrían visto forzados a
concebir una nueva idea, a saber: un ``espacio sagrado'' móvil, capaz de ser armado y desmantelado según
sea la necesidad y la ocasión, independiente de la sacralidad de un determinado sitio (al igual que el énfasis
puesto en el concepto de Shabat como ``tiempo sagrado'' visto la semana pasada).
Y así, pues, el relato del Tabernáculo sería la pre figuración de una institución religiosa, que reemplazaría
siglos después al destruido Templo de Jerusalén: la sinagoga. (Nota: La prefiguración de la institución
sinagogal se pre anuncia también en el relato [¿exílico?] de la inauguración del Templo de Salomón, en que
el texto pone un destacado énfasis en la oración y no en el sacrificio. Ver 1 Reyes 8:22-53; [Deútero o Trito]
Isaías 56: 6-7).
¡Shabat Shalom!
Dr. Adolfo Roitman
Mundo Judío - 13/02/2008
Lamentablemente, esta fragmentación en vez de servir para un enriquecimiento del cuerpo social todo, ha
originado tensiones sociales entre los distintos componentes del mismo, hasta el punto de provocar virulentos
enfrentamientos que han llevado a agresiones verbales (por ejemplo, el uso de expresiones peyorativas con
una notable carga etnocéntrica) e, incluso, físicas (como ser, atentados a sinagogas reformistas). Estas
tensiones han ido en aumento en los últimos años, hasta el punto de conllevar en sí los gérmenes de una
descomposición social en potencia. Y de aquí la acuciante pregunta: ¿qué nos depara el futuro?; ¿en qué
habrá de derivar esta situación?
Dado que no he sido dotado con la cualidad de la profecía, no me queda más que recurrir a la experiencia de
la historia -la cual representa el único laboratorio social conocido por el hombre- a los efectos de aprender de
nuestra experiencia pasada, y poder de allí extraer conclusiones relevantes para una prognosis del futuro
social. Y es por ello, siguiendo esta estretagia, que quiero recurrir a la realidad social existente en la tierra de
Israel para finales de la época del Segundo Templo (siglos II a.e.c.-I e.c), por representar ella la realidad más
próxima a la actual (un ejemplo de ello lo encontramos en la polaridad Tierra de Israel-Diáspora) y, por ende,
ser la más capacitada para enseñarnos algo de relevancia para el judaísmo actual.
Según nos cuenta el gran historiador judío de finales de la época helenística-romana Flavio Josefo (segunda
mitad del siglo I de nuestra era), los judíos de Palestina tenían tres escuelas filosóficas: los sectarios de la
primera son los fariseos, los de la segunda los saduceos y los de la tercera, que ejercen la santidad, han
tomado el nombre de esenios” (Guerra de los Judíos II, viii, ii). A fuer de sinceros, eran muchos más los
grupos que existían en la compleja realidad social de esa época, ya que las fuentes judías de esos años (por
ejemplo, los escritos apócrifos o el Nuevo Testamento), como así también las tardías (como ser el Talmud o
los Padres de la Iglesia), nos cuentan acerca de otras agrupaciones que conformaban la realidad social de la
época: galileos, jerosolimitanos, samaritanos, cristianos, herodianos, piadosos, helenistas, sacerdotes,
escribas, etc.
Hace algunos años atrás, gracias a la casualidad o el milagro” de la arqueología, se nos reveló una fuente
inagotable de sabiduría para conocer aún mejor el mundo judío de la época: los rollos del Mar Muerto. (Nota:
Los manuscritos de Qumrán se componen de unos 950 documentos muy fragmentados [hay sólo una docena
de ellos en un estado relativamente bueno de preservación], escritos en cueros de animal [hay una pequeña
cantidad en papiro], y en su mayoría, compuestos en lengua hebrea [hay también algunos en arameo y en
griego], datados paleográficamente y por medio del carbono 14 para los siglos III a.e.c.- I e.c.). Según la
mayoría de los investigadores, estos escritos habrían formado parte de la biblioteca de una comunidad judía
de sectarios radicales (¿esenios?), de orientación sacerdotal y con una fuerte ideología apocalíptica.
Y es gracias a estos documentos, que conocemos no sólo sobre la vida de retiro de estos hombres en pleno
desierto dedicada al estudio, la oración y la reflexión, sino también sobre la doctrina de odio promovida por
esta agrupación fundamentalista, la cual estaba orientada hacia todos aquellos que no fueran los propios
miembros de su movimiento religioso. Y éstas son las dis-posiciones de conducta para el Instructor en estos
tiempos, sobre su amor y odio. Odio eterno con los hombres de la fosa en espíritu de secreto.” (Regla de la
Comunidad IX, 21-22). (Nota: El uso del apodo hombres de la fosa” en esta cita contra sus enemigos se suma
a otros muy despectivos presentes en los rollos).
Sin embargo, no sólo este grupo radical adoptó una estrategia de odio hacia sus rivales ideológicos.
Sabemos, gracias al testimonio de Flavio Josefo, que hubieron otros grupos como los fanáticos sicarios y los
celotas, quienes no omitieron recurso alguno, incluso el asesinato de judíos inocentes, para imponer sus
ideas político-religiosas sobre el pueblo de Israel. Y es esta actitud de intolerancia por parte de ciertas
facciones judías hacia otros grupos, la que finalmente habría ocasionado la tragedia de la destrucción del
Templo y de la ciudad de Jerusalén.
La historia de los judíos nos enseña, entonces, que no fueron finalmente las fuerzas romanas quienes
destruyeron el cuerpo social judío hace dos mil años atrás. A decir verdad, los romanos sólo dieron el golpe
de gracia a una sociedad carcomida desde adentro por su intolerancia hacia el otro. Según lo resumió tan
brillantemente la tradición talmúdica: ``Jerusalén fue devastada por un odio gratuito''” (Talmud de Babilonia,
Gitin 55b-56ù).
Seguramente, esta realidad social de odio entre los grupos debe haber llevado a moderados como Hillel el
fariseo a pregonar: ``No le harás al otro lo que no quieres que te hagan a tí''” (Talmud de Babilonia, Shabat
31ù) o ``Sé de los alumnos de Aarón, aquél que quiere la paz y también la procura, aquél que quiere a los
hombres y los acerca a la Torá''” (Mishná, Tratado de los Padres I, 12), y a Jesús a predicar su teología de
amor”: ``Habeís oído que se dijo: Amarás a tu prójimo (Levítico 19:18) y odiarás a tu enemigo. ([Nota: esta
frase no se encuentra en la Torá. ¿Acaso Jesús habría tenido en mente la teología de odio” adoptada por los
sectarios de Qumrán?). ``Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan''.”
(Mateo 5:43-44).
Volviendo a nuestra realidad histórica, entonces, el estudio de la historia pasada nos enseña que la
descomposición social interna conlleva en sí las semillas de la auto-destrucción. Los extremistas religiosos y
nacionalistas llevaron a la nación al caos, dejando tras de sí sólo desolación, muerte y desasosiego. De aquí,
pues, que la única estrategia posible para la supervivencia nacional es adoptar las ideologías moderadas del
tipo de aquellas promovidas por Hillel y Jesús, que lamentablemente quedaron desoídas por la cacofonía de
las agresiones verbales y eclipsadas por el fulgor de las armas. El respeto sincero al otro, como así también la
aceptación de alternativas ideológicas, religiosas y políticas como elementos constitutivos de una sociedad,
son la única y verdadera garantía de la supervivencia nacional. Y tal vez, si podemos llegar a hacer las paces
entre nosotros, entonces recién podremos entender la naturaleza del conflicto con el Otro.”
¡Shabat Shalom!
Dr. Adolfo Roitman
Mundo Judío - 21/02/2008
Según el escritor bíblico, el Tabernáculo del desierto (mishkán, en hebreo) era ``la casa de Dios"'', no en
sentido figurativo o metafórico, sino ciertamente de manera literal, como puede concluirse del relato mismo
acerca de la inauguración del Santuario: ``La Nube cubrió entonces la Tienda del Encuentro y la gloria de
Yahveh llenó la Morada. Moisés no podía entrar en la Tienda del Encuentro, pues la Nube moraba sobre ella
y la gloria de Yahveh llenaba la Morada''" (40:34-35). De acuerdo al texto, pues, ``la gloria de Yahveh'' (kavod
Adonai, en hebreo), la manifestación misma de la presencia divina, se posesionó de la Tienda, llenando así
de manera real y física (!) el espacio interior de la Tienda.
La creencia según la cual los dioses residían físicamente en los templos estaba muy difundida entre los
pueblos del Cercano Oriente. Al igual que los hombres habitaban en sus casas, los dioses lo hacían en sus
santuarios. En los templos de la dinastía neobabilónica (625-539 a.e.c.), por ejemplo, había una última sala o
sanctasanctórum, la cual se encontraba en el extremo opuesto a la entrada, aislada del patio y del resto del
edificio mediante una puerta de una sola hoja, en cuyo muro del fondo había un nicho, que contenía un podio
de ladrillo cocido sobre el que se encontraba la estatua de culto. El dios era objetivo de veneración por parte
de sacerdotes y de artesanos-sacerdotes (canteros, artesanos de cuero y orfebres) y de cocineros
(panaderos, cerveceros, carniceros y prensadores de aceitunas), encargados de vestir y alimentar a la
divinidad según un ritual concreto, presuponiendo la residencia concreta y física de la divinidad en el lugar
(Ver C. Castel, ``Las casas de los hombres y las casas de los dioses''," en A. Lemaire ed., El mundo de la
Biblia [Madrid: Editorial Complutense, 2000] pgs. 104-107).
En el caso del Tabernáculo del desierto, la creencia aceptada era que el Dios de Israel residía realmente en el
Santo de los Santos", en el que se hallaba el Arca con las tablas del Testimonio" o Decálogo en su interior,
cubierto por las alas extendidas de dos querubines (25:10-22; 37:1-9). (Nota: Según las descripciones bíblicas
y la iconografía oriental, los querubines eran esfinges aladas. El nombre deriva de los karibu babilónicos:
genios de figura semihumana y semianimal, que velaban a la puerta de los templos y palacios). El mismo
hacía las veces de trono de Dios, desde el cual la divinidad le hablaba a Moisés cara a cara" (25:22; Levítico
16.2; Números 7:89).
La creencia en la residencia terrenal del Dios de Israel no estuvo ligada exclusivamente al Santuario del
desierto. Por el contrario, también en ocasión de la construcción y consagración del Templo de Jerusalén
construido por el mítico rey Salomón, hallamos una tradición acerca de la toma de posesión de Dios de su
Templo, que recuerda de manera manifiesta la descripción presente en el libro de Éxodo: ``Al salir los
sacerdotes del Santo, la nube llenó la Casa de Yahveh. Y los sacerdotes no pudieron continuar en el servicio
a causa de la nube, porque la gloria de Yahveh llenaba la Casa de Yahveh''. Entonces Salomón dijo: ``Yahveh
quiere habitar en densa nube. He querido erigirte una morada, un lugar donde habites para siempre"'' (1
Reyes 8:10-12). Y de aquí, pues, que el historiador bíblico quiso con esta estrategia literaria dejar bien en
claro, que el Templo de Jerusalén era el único y verdadero lugar de residencia en la tierra del Dios de Israel,
heredero y continuador fiel del antiguo Santuario del desierto.
Sin embargo, en la misma colección bíblica encontramos una teología totalmente diferente en lo concerniente
al lugar de residencia de Dios, en abierta polémica con la creencia adoptada por círculos sacerdotales. Según
la concepción desmitificada presente en el libro del Deuteronomio (probablemente editado durante el reinado
del rey Josías de Judea [640-609 a.e.c.]), el Dios de Israel, único y vivo (Deuteronomio 5:26; 6:4) residía en el
cielo, mientras que en el Templo sólo se encontraba el Nombre" de Yahveh. Irónicamente, esta teología
alternativa y polémica es puesta de manera clara y contundente en boca del rey Salomón, en ocasión de su
discurso al inaugurar el Templo: ¿es que verdaderamente habitará Dios con los hombres (con los hombres"
según el griego Targum y 2 Crónicas 6:18; omitido por hebreo) sobre la tierra? Si los cielos y los cielos de los
cielos no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta Casa que yo te he construido!" (1 Reyes 8:28). Según lo
afirma el teólogo E. Jacob, el Deuteronomio quiere hacer entender que no es Yahvé en persona quien mora
en el templo, sino que se hace representar en él por su nombre" (Teología del Antiguo Testamento [Madrid:
Ediciones Marova, 1969] p. 84).
A consecuencia de ello, entonces, encontramos en las fuentes bíblicas tardías del período persa la
designación de Yahveh como el Dios de los cielos" (Esdras 1:2; 6:10). E incluso encontramos en el oráculo
del profeta anónimo de la época post-exílica, llamado por los estudiosos el Trito o Tercer Isaías, una
verdadera insatisfacción con los trabajos de reconstrucción del Templo, promovidos por el gobernador
Zorobabel de la casa de David (Esdras 4-6) y por los profetas de la época Ageo (1:1-2:9) y Zacarías 1:13-17).
Así dice Yahveh: ``Los cielos son mi trono y la tierra el estrado de mis pies. Pues ¿qué casa vais a edificarme,
o qué lugar para mi reposo, si todo lo hizo mi mano, y es mío todo ello?" (66:1-2ù).
Siguiendo el camino emprendido por el antiguo profeta, pero superándolo en audacia teológica, el maestro
jasídico Menájem Méndel de Kotzk (murió en 1859) le preguntó a un grupo de eruditos que lo visitaban en
cierta oportunidad: ``¿Cuál es la morada de Dios"?''
Ellos se rieron y le contestaron: ¡Vaya una pregunta! ¿Acaso su gloria no llena el mundo entero?" Y entonces
el rabí respondió a su propia cuestión afirmando: ``Dios mora donde el hombre le permite entrar"'' (M. Buber,
Cuentos jasídicos. Los maestros continuadores II [Buenos Aires: Editorial Paidos, 1978] pág. 138).
¡Shabat Shalom!.
Dr Adolfo Roitman
Mundo Judío - 06/03/2008
A pesar de lo detallado de la lista de animales puros e impuros, la Torá no explica en ningún lugar las razones
de estas regulaciones, sino antes bien sobre el propósito de las mismas, a saber: la santidad. Según está
escrito: ``No os hagáis inmundos con ninguna clase de bicho que se arrastra, ni os hagáis impuros con ellos,
para que no os contaminéis por su causa. Porque yo soy Yahveh, vuestro Dios; santificaos y sed santos, pues
yo soy santo (...) Pues yo soy Yahveh, el que os he subido de la tierra de Egipto, para ser vuestro Dios. Sed,
pues, santos porque yo soy santo'' (11:43-45). Según el teólogo moderno Seymour Siegel, entonces,
``podemos definir la kashrut (en hebreo, ``las regulaciones dietéticas'') como parte del intento del judaísmo de
santificar el acto de comer, puesto que nos enseña a reverenciar la vida'' (Los preceptos alimentarios de la ley
judaica. Su significado para nuestro tiempo [Buenos Aires: Consejo Mundial de Sinagogas, 1965] p. 16).
Sin embargo, el propósito de las leyes no aclara la lógica de las reglas mismas. ¿Por qué ciertos animales
fueron declarados puros y otros impuros? ¿Por qué está permitido comer la vaca o la cabra, mientras que el
cerdo está prohibido?
Para un creyente, la ausencia de razones para el cumplimiento de las reglas dietéticas no es necesariamente
un problema, sino paradójicamente, una ventaja. Según el rabino Najum Braverman: ``¿Por qué las leyes de
kashrut son jukim? (es decir, ``reglas sin justificación'' [A. R.]). Tanto las leyes de kashrut como las leyes de
las relaciones prohibidas son jukim. Noten que ambas leyes son áreas donde las necesidades físicas del
hombre más poderosas, toman lugar. Cuando el hombre va detrás de la comida y el sexo, es difícil ser
completamente objetivo. Es por eso que si las bases de las leyes de kashrut o de las leyes de las relaciones
prohibidas fuesen aparentes, el hombre siempre trataría de encontrar razones de por qué se le debería
permitir en esta u otra ocasión complacer sus deseos. Una vez que la obligación pasa al reino de la lógica, el
ser humano puede venir con muchas formas de lógica rebuscada para racionalizar lo que quiere hacer (...)
Cuando una mitzvá pertenece a los jukim, la puerta para la racionalización está cerrada. O algo está permitido
o está prohibido. No hay lugar para el debate o la subjetividad del razonamiento del hombre.''
(http://www.aish.com/espanol/entendiendo_el_judaismo)
Sin embargo, y a diferencia de esta estrategia, desde la misma antigüedad hasta nuestros días, los
estudiosos no han cejado en su intento de encontrar alguna racionalidad por detrás de las reglas dietéticas. El
ejemplo más antiguo conocido se halla presente en el libro apócrifo Carta de Aristeas, probablemente escrito
en Alejandría a finales del siglo II a.e.c. De acuerdo a este antiguo pensador, y siguiendo los principios
exegéticos de la interpretación alegórica, las regulaciones dietéticas habrían sido concebidas con el propósito
de enseñar al creyente la manera correcta de comportarse en la vida por medio del simbolismo implícito en
los animales permitidos y prohibidos.
Un ejemplo en este sentido lo vemos en la manera en que el autor explicaba las reglas concernientes a las
aves: ``Porque las aves que usamos son todas domésticas y se distinguen por su pureza y se alimentan de
granos y legumbres, como las palomas, tórtolas (...) En cuanto a las aves prohibidas, te encontrarás con
animales salvajes y carnívoros que someten por la fuerza a los demás y se alimentan consumiendo
brutalmente a los domésticos que acabamos de mencionar; y no para ahí la cosa, sino que echan la zarpa
sobre los corderos y los cabritos y atacan violentamente incluso a los hombres vivos y muertos. Por medio de
estas prescripciones, el declararlas impuras significó que aquellos para los que está puesta la ley deben usar
la justicia en su dominio interno y no oprimir ni quitar nada a nadie fiados de su propia fuerza, sino dirigir
desde la justicia los asuntos de la vida al igual que los animales domésticos de entre los susodichos volátiles
se alimentan de legumbres y no oprimen destruyendo a los de su especie. Así que, por medio de ellos, el
legislador dio a entender a los inteligentes que había que ser justo y no realizar nada por la fuerza ni oprimir a
los otros basándose en el propio poder'' (144-148) (Apócrifos del Antiguo Testamento II [A. Diez Macho ed.;
Madrid: Ediciones Cristiandad, 1983] p. 41).
Siglos después, el gran filósofo medieval Maimónides (1186-1237) sugirió una estrategia totalmente distinta
para entender las razones ocultas por detrás de las reglas alimenticias. Según él, las prohibiciones dietéticas
se debían a razones estrictamente médicas: ``Insisto, pues, en que todos cuantos alimentos nos han sido
prohibidos por la Ley constituyen un nutrimento malsano''. Y particularmente decía sobre la prohibición de
comer cerdo, que ``la razón principal de que ante la Ley sea abominable es que este animal es muy sucio y
se alimenta de cosas mugrientas''. Sin embargo, él no veía significado alguno en las características
específicas mismas de los animales: ``En cuanto a los signos característicos (de un animal puro), a saber:
para los cuadrúpedos, rumiar y tener la pezuña dividida, y para los peces, estar dotados de agallas y
escamas, importa tener en cuenta que la existencia de estos signos no constituye la razón de ser permitidos
como alimento, ni su ausencia, para su prohibición. Son simplemente señales que sirven para reconocer los
de la especie buena y distinguir los de la mala'' (Guía de Perplejos, Tercera parte, cap. 48 [edición preparada
por D. Gonzalo Maeso; Madrid: Editora Nacional, 1983, p. 531]).
Luego de los intentos poco satisfactorios de resolver el interrogante por parte de filósofos y exégetas, en los
últimos años también los antropólogos se abocaron al problema de las reglas dietéticas del Levítico. Un
ejemplo en este sentido es la británica Mary Douglas (1921-2007), quien argüía que ``el principio subyacente
de la pureza de los animales consiste en que se han de conformar plenamente con su especie. Son impuras
aquellas especies que son miembros imperfectos de su género, o cuyo mismo género disturba el esquema
general del mundo'' (Pureza y Peligro. Un análisis de lo conceptos de contaminación y tabú [Madrid: Siglo XXI
de España Editores, 1973] p. 79). (Nota: Según el esquema del mundo adoptado por el Levítico, el mundo era
tripartito: la tierra, las aguas y el firmamento.) Y de aquí, pues, que ``cualquier clase animal que no está
equipada con el género correcto de locomoción en su propio elemento sería contraria a la santidad (...) Así,
cualquier ser acuático que no tenga aletas ni escamas es impuro (11:10-12)'' (idem).
En suma, según la tesis de esta antropóloga, ``las leyes dietéticas serían entonces semejantes a signos que a
cada instante inspiraban la meditación acerca de la unidad, la pureza y perfección en Dios. Gracias a las
reglas sobre lo que hay que evitar se daba a la santidad una expresión física en cada encuentro con el reino
animal y en cada comida.
La observancia de las leyes dietéticas habría sido, entonces, parte significativa del gran acto litúrgico de
reconocimiento y adoración que culminaba con el sacrificio en el Templo'' (op. cit., p. 81).
Sean cuales fueren las razones de las leyes dietéticas, las mismas se convirtieron ya en tiempos antiguos en
signo distintivo de los judíos. El ejemplo más antiguo lo hallamos en la historia de Daniel: ``Daniel, que tenía
el propósito de no mancharse compartiendo los manjares del rey y el vino de su mesa, pidió al jefe de los
eunucos permiso para no mancharse'' (1:8.). Y dicha práctica alcanzó tan distinguido lugar en la conciencia de
Israel, que en la época de la helenización forzosa, en tiempos del rey seléucida Antíoco Epífanes (175-164
a.e.c.), el quebrantar las prohibiciones de la Ley relativas a los alimentos equivalía a la apostasía (ver 2
Macabeos 6:18-7:42).
Sin embargo, ya en la antigüedad hubo judíos que pusieron en tela de juicio la doctrina bíblica sobre lo puro y
lo impuro. Según el relato neotestamentario, Jesús le enseñó a sus discípulos: ``¿También vosotros estáis sin
inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que entra en la boca pasa al vientre y luego se echa al excusado?
En cambio lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al hombre. Porque
del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios,
injurias. Eso es lo que contamina al hombre; que el comer sin lavarse las manos no contamina al hombre''
(Mateo 15:16-20.). Y no habría de pasar mucho tiempo hasta que los seguidores de Jesús terminarían por
quebrantar las regulaciones dietéticas (Hechos 10:9-16; 11:1-18), marcando así de manera práctica y
concreta el comienzo de la separación entre judíos y cristianos.
¡Shabat Shalom!
Dr. Adolfo Roitman
Judaísmo - 03/04/2008
Según la regulación del Levítico, la función del diagnóstico le estaba reservada al sacerdote: “Cuando uno
tenga en la piel de su carne tumor, erupción o mancha blancuzca brillante, y se forme en la piel de su carne
como una llaga de lepra, será llevado al sacerdote Aarón o a uno de sus hijos, los sacerdotes” (13:2). De
acuerdo a los resultados de su examinación, el sacerdote declaraba al enfermo “puro” o “impuro”. En caso de
ser diagnosticado como leproso, “el afectado por la lepra llevará los vestidos rasgados y desgreñada la
cabeza, se cubrirá hasta el bigote e irá gritando: ‘¡Impuro, impuro!’ Todo el tiempo que dure la llaga, quedará
impuro. Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada” (13:45-46).
En la antigüedad, la creencia era que la lepra, como el resto de las enfermedades en general, era un castigo
divino por algún pecado cometido. Según lo afirma el teólogo X. León-Dufour, la “lepra es la ‘plaga’ por
excelencia con que Dios hiere (naga) a los pecadores” (Vocabulario de Teología Bíblica [Barcelona: Editorial
Herder, 1980] p. 473). Así, por ejemplo, los egipcios (Éxodo 9:9), Miriam (Números 12:10-15), Guejazí (2
Reyes 5:27) y el rey Ozías (2 Crónicas 26:19-23) fueron castigados con esta enfermedad. E incluso, las
úlceras cutáneas son mencionadas como una de las posibles maldiciones que habrán de sufrir los israelitas
en caso de desobedecer las ordenanzas de Yahveh (Deuteronomio 28:27, 35).
La curación de los leprosos podía ser natural, pero también - el resultado de un milagro. Un ejemplo de ello lo
encontramos en la historia del general Naamán. Según reza el relato, a este arameo enfermo de lepra le fue
recomendado ir a visitar a un profeta en Samaria, quien “le curaría de su lepra” (2 Reyes 5:3). Y así fue,
entonces, que llegó a lo de Eliseo, “el hombre de Dios” (5:8), con la esperanza de que éste lo curara
milagrosamente de su enfermedad. (Nota: El título de Eliseo “hombre de Dios”, utilizado en distintas
oportunidades [4:8; 6:6], alude al poder divino y milagroso del profeta. Para algunos ejemplos, ver: 2 Reyes
2:19-25; 4:1-7, 8-37, 38-41). A su llegada, Eliseo le envió a decirle por medio de un mensajero: “Vete y lávate
siete veces en el Jordán y tu carne se te volverá limpia” (2 Reyes 5:10).
Para Naamán, las directivas de Eliseo fueron una verdadera desilusión. Su expectativa era que el profeta
hiciera uso de su poder mágico para curarle de la enfermedad, como está escrito: “Yo que había dicho:
¡Seguramente saldrá, se detendrá, invocará el nombre de Yahveh su Dios, frotará con su mano mi parte
enferma y sanará de la lepra!” (5:11). Naamán esperaba que “el hombre de Dios” actuara a la manera de un
curandero o shamán, que con su capacidad terapéutica lo curara milagrosamente de la lepra. Sin embargo, y
para su sorpresa, la orden de Eliseo fue ciertamente efectiva: “Bajó, pues, y se sumergió siete veces en el
Jordán, según la palabra del hombre de Dios, y su carne se tornó como la carne de un niño pequeño, y quedó
limpio” (5:14). ¿Qué se esconde detrás de este relato? ¿Qué viene a enseñarnos?
La respuesta a estos interrogantes aparece claramente manifiesta en la conclusión alcanzada por el propio
Naamán: “Ahora conozco bien que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel” (v. 15). Y de aquí la
enseñanza teológica, pues, que el poder de curación estaba en manos de Dios, y no como suponía
erróneamente Naamán, en el mismo Eliseo.
A diferencia de la doctrina expresada en la Biblia Hebrea, según la cual había que distinguir entre el poder
curativo de Dios (cf. Éxodo 15:26; Salmos 103:3) y la función exclusivamente mediadora del profeta (sobre
este punto crucial, ver la historia de Eliseo, la sunamita y su hijo [2 Reyes 4:8-37]), en el Nuevo Testamento
esta distinción queda totalmente neutralizada. Aquí, el poder de curación es un atributo inherente a la
condición mesiánica atribuida a Jesús. Por ello, entonces, Jesús el Galileo tenía el poder de curar leprosos.
Como lo cuenta el siguiente relato: “Cuando bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre. En esto,
un leproso se acercó y se postró ante él, diciendo: ‘Señor, si quieres puedes limpiarme.’ Él extendió la mano,
le tocó y dijo: ‘Quiero, queda limpio.’ Y al instante quedó limpio de su lepra.” (Mateo 8:1-4 y paralelos. Cf.
también Lucas 17:11-19).
Esta capacidad de Jesús de curar leprosos u otras enfermedades (paralíticos, endemoniados o ciegos. Cf.
Mateo 8:5-13, 28-34; 9:1-7, 27-31 y par.) era claro testimonio de su poder sobre la naturaleza, y por ende, la
“prueba” de su condición de Ungido. Como le contestó Jesús a la pregunta formulada por Juan “¿Eres tú el
que ha de venir, o debemos esperar a otro?” (Mateo 11:2): “Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos
ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los
pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!” (vers. 4-6). (Nota: La respuesta de
Jesús presenta una versión modificada de “la misión del profeta”, según las palabras del Deútero o Trito
Isaías 61:1-2. Cabe señalar, que este mismo texto de Isaías juega un papel central en la versión de Lucas
sobre la visita de Jesús en sábado a la sinagoga en Nazaret [4:16-24] ).
Ciertamente, los creyentes en la veracidad de las Escrituras, ven en estos relatos de curación una prueba
“irrefutable” de la condición mesiánica de Jesús. Los agnósticos y descreídos, por su parte, entienden estas
historias como simples leyendas populares, sin ningún asidero en la realidad. Desde una perspectiva
histórica, no es posible certificar o descalificar la certitud de los relatos. Sin embargo, el descubrimiento de un
manuscrito muy singular entre los afamados rollos del Mar Muerto, permite recontextualizar los relatos de las
curaciones de Jesús, y así interpretarlo bajo una luz totalmente diferente.
Según el documento conocido con el nombre “4Q Sobre la Resurrección” (4Q521) (es decir, 4 = cueva 4; Q =
Qumrán), un manuscrito conservado en 17 fragmentos y datado para la primera mitad del siglo I a.e.c., en la
era mesiánica “el Señor observará a los piadosos, y llamará por el nombre a los justos, y sobre los pobres
posará su espíritu, y a los fieles los renovará con su fuerza. Pues honrará a los piadosos sobre el trono de la
realeza eterna, librando a los prisioneros, dando la vista a los ciegos, enderezando a los torcidos ... y el Señor
obrará acciones gloriosas como no han existido, como él lo ha di[cho,] pues curará a los malheridos y a los
muertos los hará vivir, anunciará buenas noticias a los humildes, colmará [a los indigen]tes, conducirá a los
expulsados, y a los hambrientos los enriquecerá...” (frag. 2, columna II, 5-13. Citado en: F. García Martínez,
Textos de Qumrán [Madrid: Editorial Trotta, cuarta edición, 1993] págs. 409-410).
El texto citado no prueba en absoluto que Jesús haya curado a leprosos, dado la vista a los ciegos o
resucitado a los muertos. Este excepcional documento antiguo sólo prueba de manera clara y contundente,
que las palabras pronunciadas por Jesús, o atribuidas a él por un escritor cristiano antiguo, reflejaban la
manera en que ciertos círculos de judíos piadosos imaginaban la era mesiánica, reinterpretando en nuevos
términos (como en el caso de “la resurrección de los muertos”) las palabras del profeta (Deútero o Trito)
Isaías 61:1-2. Sin embargo, y a diferencia del texto de Qumrán, en la versión neotestamentaria no es Dios
quien lleva a cabo estos milagros, sino Jesús mismo.
Sea como fuere el caso, una cosa es totalmente cierta. A juicio de los israelitas antiguos, tanto fuere el
sacerdote, el profeta, o el Mesías, todos ellos podían curar en su condición de enviados de Dios. Ya que sólo
Él como el señor de la vida podía otorgar la vida misma. Según decía el sabio judío jerosolimitano Jesús hijo
de Sirá (primer tercio del siglo II a.e.c.): “Pues del Altísimo viene la curación, como una dádiva que del rey se
recibe” (Eclesiástico 38:2).
¡Shabat Shalom!
El misterio de Azazel
La porción de la Torá de la presente semana nos habla del rito anual de expiación, que se llevaba a cabo en
Yom Hakipurim (conocido hoy en día bajo el nombre del “Día del Perdón”) (Levítico 16. Cf. Levítico 23:26-32;
Números 29:7-11). Según los críticos literarios, la redacción del texto combina dos rituales de espíritu y época
diferentes. Por un lado, la narración nos cuenta acerca de un sacrificio de expiación (vers. 6, 11-19), y por el
otro, sobre el ritual del envío del macho cabrío a Azazel (vers. 8-10, 20-22, 26). (Nota: El ritual de Azazel no
aparece mencionado en ningún otro lugar de la Biblia Hebrea.) Estudiemos con más atención este último rito.
Según lo establece la Torá, el gran sacerdote Aarón habría de recibir de manos de los israelitas dos machos
cabríos para el sacrificio por el pecado. Una vez recibidos, habría de echar suertes sobre los dos machos, una
“para Yahveh”, y otra “para Azazel”. El macho cabrío sobre el cual haya caído la suerte “para Yahveh” sería
sacrificado por el pecado, mientras que el restante destinado “para Azazel” sería colocado vivo delante de
Yahveh. Aarón debería entonces imponer ambas manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo y confesaría
sobre él todos los pecados cometidos por Israel, cargándolos sobre la cabeza del macho cabrío. Y una vez
hecho esto, el animal sería enviado al desierto. “Así el macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de
ellos, hacia una tierra árida; y soltará el macho cabrío en el desierto” (Levítico 16:22).
Este ritual presenta características arcaicas. Una prueba de ello es la noción presente en el mismo, según el
cual los pecados pueden ser “transferidos” al macho cabrío, como si tuvieran alguna sustancia o materialidad.
(Nota: Un resabio de esta “transferencia” de los pecados lo encontramos en la práctica actual de las “kaparot”
entre los judíos ultra-ortodoxos, en vísperas del Día del Perdón. Según la tradición, en algunas comunidades
tienen la costumbre de revolear tres veces una gallina o gallo sobre las cabezas de los piadosos, transfiriendo
por medio de unas palabras los pecados al animal. Finalmente, el animal expiatorio es muerto.) Sin embargo,
la antigüedad del ritual no implica necesariamente que haya sido practicado en los comienzos de Israel,
según parecería indicarlo el presente contexto literario. Por el contrario, según afirman algunos, “la gran fiesta
del Día de la Expiación no aparece anterior al Destierro, ya que ningún texto antiguo alude a ella” (Nueva
Biblia de Jerusalén [Bilbao: Desclee de Brouwer, 1975] p. 133).
Pero sin lugar a dudas, lo más intrigante de este ritual lo representa el misterioso nombre de “Azazel”. De
acuerdo a una posible interpretación, Azazel aludiría al nombre de un ser sobrenatural demoníaco del
desierto, equivalente en el texto a Yahveh. (Nota: Según algunos filólogos, esta explicación del nombre
estaría implicado en los dos componentes del nombre: azaz = "fiero, feroz, cruel," y 'el = "dios".) Y si así
hubiere sido el caso, entonces este rito expiatorio sería un lejano eco de una práctica similar entre los pueblos
del Oriente Antiguo (Mesopotamia y Anatolia), quienes acostumbraban apaciguar a deidades o demonios
enojados por medios de ofrendas y oraciones, a los efectos de eliminar posibles males enviados a los
hombres por estos seres maléficos. Sin embargo, y a diferencia de las prácticas entre los pueblos de la
región, en el caso del ritual en Levítico 16 Azazel aparece como un ser pasivo e inofensivo, a quien no se le
dirigen oraciones o se le entregan ofrendas. Y ello de acuerdo a la ordenanza bíblica, que prohibía sacrificar
los sacrificios a los “sátiros” (en hebreo, “seirim” o “macho cabrío” [Levítico 17:7]). (Nota: La palabra hebrea
seirim habría designado a genios en forma de animal, que según se creía, frecuentaban los lugares desiertos
y en ruinas. Cf. Isaías 13:21; 34:14.)
Otra interpretación adoptada por los exegetas (como el caso de los sabios rabínicos [Sifra 2:8]), es que la
palabra “Azazel” no habría designado a un poder sobrenatural, sino antes bien habría sido la denominación
de un sitio (“un lugar escarpado”), equivalente a la expresión “tierra árida” (en hebreo, “eretz gezerah”)
(Levítico 16:22), presente en el mismo texto. Finalmente, otra posibilidad sería la sugerida por traducciones
antiguas (la de los Setenta en griego o la Vulgata en latín), según las cuales el nombre “Azazel” habría sido
una forma compuesta de dos palabras en arameo: aze, significando la cabra, y azel, significando “la salida”,
siendo su significado: “chivo emisario”.
Cualquiera haya sido el sentido original de “Azazel”, el término adoptó nuevos significados (¿o tal vez sean
reminiscencias de su significado original?) a lo largo de la historia religiosa de Israel. Por ejemplo, en el libro
apócrifo de Henoc (conocido también como Libro 1 de Henoc), preservado en forma completa en etíope
clásico (también nos han llegado restos de una versión griega, como así también fragmentos en arameo [la
lengua original de la obra] entre los rollos del Mar Muerto), y más precisamente en la sección llamada el Libro
de los vigilantes (el término “vigilantes” alude a un tipo de ángeles), el nombre “Azazel” es el de un ángel
rebelde, quien le “enseñó a los hombres a fabricar espadas, cuchillos, escudos, petos, los metales y sus
técnicas, brazaletes y adornos; cómo alcoholar los ojos y embellecer las cejas, y de entre las piedras, las que
son preciosas y selectas, todos los colorantes y la metalurgia” (8:1-2; en: A. Diez Macho ed., Apócrifos del
Antiguo Testamento [Madrid: Ediciones Cristiandad, 1984] p. 44.) Según esta fuente, pues, “Azazel” fue un
“ángel caído” hostil a Yahveh, con características demoníacas, responsable por la introducción de la muerte al
mundo por medio de la revelación de las armas de guerra y de la cosmética (la sugerencia aquí es que la
belleza femenina puede conducir a la muerte. Cf. Judit 13).
En otra obra apócrifa judía antigua llamada Apocalipsis de Abraham, probablemente compuesta en hebreo
para finales del siglo I e.c. y preservada en eslavo clásico, Azazel es un demonio opuesto al ángel Yoel. Un
ejemplo interesante lo encontramos en el siguiente pasaje, según el cual Abraham vio la siguiente imagen en
el cielo, en ocasión de su viaje astral: “Y yo contemplé la visión, mis ojos se fijaron en una parte del jardín de
Edén. Y allí vi a un hombre muy alto y de gran longitud, de un aspecto sin igual, que abrazaba a una mujer;
esta era de un aspecto y estatura idénticas a las del hombre. Estaban de pie bajo el árbol del Edén y el fruto
de este árbol tenía la apariencia de un racimo de uvas. Detrás del árbol se veía como la imagen de un dragón.
Sus manos y sus pies eran semejantes a los del hombre y tenía alas en la espalda: seis a la derecha y seis a
la izquierda. Tenía asido el racimo del árbol y se lo dio a comer a los dos que yo veía con intención de
abrazarse. Entonces pregunté: ¿Quiénes son estos dos que se abrazan? ¿Quién es el que está en medio?
¿Cuál es el fruto que comen, Poderoso Eterno? Y él me contestó: Es la luz, el sol, Adán. El objeto de su
deseo, sobre la tierra, es Eva. El que está en medio de ellos es la impiedad de su comportamiento, su
perdición, es el mismo Azazel” (23: 1-12). De aquí, entonces, que el anónimo autor de esta obra entendía que
la serpiente del paraíso no había sido un simple animal hecho por Dios (Génesis 3:1), sino un monstruo alado
poseído por el ángel rebelde Azazel (Nota: La misma interpretación de la serpiente aparece en el Apocalipsis
de Juan: “Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del
mundo entero...” [12:9].)
Esta interpretación satánica de Azazel se halla presente también en la literatura judía normativa. Una prueba
de ello la hallamos en un midrash palestinense de la época post-talmúdica (siglo IX) llamado Los capítulos de
Rabi Eliezer, en donde Azazel es identificado con Satán: “El día en que se hizo la donación de la Ley, Satán
dijo ante el Santo, bendito sea: -Señor del mundo, me has dado poder sobre todos los impíos, pero no me has
dado poder sobre los justos. Le respondió: -Atiende, tienes poder sobre ellos el día de la expiación, si es que
tienen pecado; si no tienen pecado, no tienes poder sobre ellos. Por esta razón le sobornan el día de la
expiación para no invalidar la ofrenda de Israel, como está dicho: ‘Una suerte para YHWH y otra suerte para
Azazel’ (Levítico 16:8) (capítulo XLVI; en: M. Pérez Fernández, Los capítulos de Rabbí Eliezer [Valencia,
1984] p. 323)”
Desde entonces, la asociación o identificación de Azazel con Satán pasó a convertirse en la interpretación
más difundida del término. Por ejemplo, Azazel es mencionado en el poema El paraíso perdido del famoso
escritor inglés John Milton (1608-1674), y se refiere a él como un lugarteniente de Satán. Asimismo, esta
exégesis ha resultado ser también la base para las representaciones visuales de Satán/Azazel, dibujándolo
en asociación con un chivo, y muchas veces con cola y patas de este mismo animal. Incluso, el nombre
Azazel es mencionado en canciones modernas y películas (ver el artículo sobre Azazel en Wikipedia),
demostrando a las claras que este término enigmático sigue aún fascinando a los hombres, sedientos de
misterio y espiritualidad.
¡Shabat Shalom!
Interpretación moderna de
Azazel, del Diccionario
infernal de Colin de Plancy
(París, 1825)
Eventualmente, las enseñanzas de Azazel crearon tal iniquidad entre los hombres que
Dios decidió destruir toda la vida en la Tierra con una gran inundación, salvando
solamente a Noé, la familia de Noé, y a siete parejas de cada especie de animales
"limpios", y un par de cada especie de animales "sucios", de los cuales escaparon a la
destrucción viviendo durante un año en el Arca de Noé que Dios le mandó construir.
El nombre "Azazel" se encuentra en la biblia en Levítico 16:8, 10, y 26, pero no se
enumera como una entidad o espíritu, sino como la ceremonia del chivo expiatorio, que
consiste en enviar al chivo expiatorio para vagar en el desierto junto con otra cabra a la
cual se sacrifica ante Dios, después el "azazel" se conduce hacia las afueras del desierto
y se libera como prueba de que no hay más culpabilidad en la comunidad.
Azazel es el nombre del que será el jefe final en el juego de lucha Tekken 6 que saldrá a
principio del 2008 para recreativas y PS3
Si bien Azazel es uno de los lideres de Los Angeles "disidentes" llamados Grigoris en
los evangelios apócrifos del profeta Enoch, no es él el Jefe, sino el Angel Semyazza.
Azazel es uno de los siete jefes y responsable de brindar a los hombres no solo los
secretos de la forja de metales sino los secretos de la guerra y el fue el responsable de la
formación de los primeros guerreros humanos. El autor Marcelo Marastoni en su novela
fantástica "Asmodeus, diario del Caido" profundíza en las razones de la caída de los
Grigoris y en el rol de Azazel y los demas Jefes Grigoris en relación a los seres
humanos y su posterior evolución. Este libro se encuentra disponible para su descarga
gratuita en http://www.yoescribo.com/publica/comunidad/obra.aspx?cod=26927
¡Shabat Shalom!
Con la destrucción del Templo por el general Tito en el año 70 e.c., los judíos comenzaron a soñar con la
posibilidad de la redención nacional, concretizada en la esperanza de reconstruir el Templo de Jerusalén. En
oportunidad de la revuelta de Bar Kojva (entre los años 132-135 de nuestra era), cuyo evento recordamos
anualmente en la celebración de Lag ba-Omer, el objetivo concreto fue reconquistar la ciudad y reconstruir el
derruido Templo. Un ejemplo de ello lo encontramos en las monedas acuñadas por los rebeldes, en las que
grabaron objetos de culto propios del Templo, como ser el Arca de la Ley o la mesa de los panes de la
presencia. Pero una vez que el intento militar fuera abortado por los romanos, el objetivo político se tornó en
una esperanza escatológica.
Un motivo que encontramos en la literatura judía inmediatamente después de la destrucción del Templo es el
de la ``Jerusalén Celestial''. Por ejemplo, en una obra de la literatura apócrifa judía llamada Ezra IV,
preservada en latín y escrita para finales del siglo I o comienzos del siglo II, se habla de la ciudad santa que
habría de revelarse en el final de los tiempos: ``Pues he aquí vendrán los días cuando aparecerán los indicios
que he predicho, será entonces cuando se manifestará la ciudad ahora invisible, y cuando será vista la tierra
ahora oculta'' (7:26) (citado por Sh. Safrai, ``La Jerusalem celestial'', Ariel 17 [1969] p. 15). E incluso en
fuentes judías tardías encontramos claras referencias al descenso de la Jerusalén Celestial sobre la tierra y la
reconstrucción del Templo. Según la obra midrásica que porta su nombre, Elías profetiza: ``Yo vi una
hermosa y gran ciudad descendiendo del cielo, construida como está escrito: Jerusalén, que se ha edificado
como una ciudad que está bien unida entre sí [Salmos 122:3], construida y completada con sus gentes
mirando en ella y levantándose en medio de tres mil torres ... con la Torá y la paz en su centro'' (Bet Midrash,
III [1855] p. 67 [citado en Safrai, op. cit., p. 16]). (Nota: El tema del descenso de la ``Jerusalén Celestial'' se
halla también presente en el Nuevo Testamento. Cf. Apocalipsis 21.)
Debido a su existencia celestial, sólo los elegidos por Dios podían tener acceso a este Templo oculto en los
cielos. Según lo testimonia una de las obras de la mística judía antigua, uno de esos elegidos fue el Rabí
Ismael: ``Dijo Rabí Ismael: Cuando ascendí a lo alto para contemplar la visión de la merkabah (en hebreo, la
``carroza celestial''. A.R.), fui introducido en los seis palacios que están uno dentro del otro; tan pronto como
alcancé la puerta del séptimo palacio, comencé a orar ante el Santo, bendito Sea...'' (Libro Hebreo de Henoc
1:1-2; en: A. Diez Macho ed., Apócrifos del Antiguo Testamento IV [Madrid: Ediciones Cristiandad, 1982] p.
221.)
De aquí que no resulte sorprendente, entonces, que los sionistas seculares fundadores, a pesar de su clara
orientación anti clerical, llamaran al naciente Estado de Israel ``el Tercer Templo'' (en hebreo, ``Habait
Hashlishí''). Habiendo abrevado de las aguas de la tradición, no podían estos judíos ``rebeldes'' dejar de ver
en el nacimiento de la moderna entidad sionista una consumación del sueño que habían soñado sus padres
durante generaciones.
Esta interpretación del Estado de Israel en términos religiosos explica también la simbología visual asociada
con el mismo. Por ejemplo, la elección de la Menorá o candelabro de siete brazos como símbolo del Estado
Judío encuentra su razón de ser precisamente en esta visión del ``Tercer Templo''. Ya que de la misma
manera que los romanos habían llevado a Roma el candelabro sagrado en condición de trofeo de guerra,
eternizado ese momento trágico en el famoso Arco de Tito construido por el emperador Domiciano, así los
modernos judíos, herederos y continuadores de la tradición, ``devolvieron'' metafóricamente la Menorá cautiva
a su patria natal con el establecimiento del moderno Estado Hebreo. (Nota: ¡Eso explica la razón por la cual el
modelo del candelabro elegido para el escudo nacional sea una réplica exacta del candelabro presente en el
arco de Tito!). Asimismo, no es casualidad que se haya elegido como nombre para algunas de las
instituciones centrales de la identidad nacional, términos con clara alusión al Templo de Jerusalén. Así es el
caso del Parlamento israelí, llamado ``Mishkán (en hebreo, ``tabernáculo'') Haknéset'', o el Santuario del
Libro, lugar de exhibición y custodia de los mundialmente famosos Rollos del Mar Muerto, denominado en
hebreo ``Heijal (en hebreo, ``Santuario'' o ``Templo'') HaSefer''.
Sin embargo, esta concepción secular del Estado Hebreo como ``Tercer Templo'', tan evidente para los
sionistas de las primeras generaciones, se vio desdibujada y conscientemente desafiada en los últimos años.
Con la reconquista de la sección oriental de Jerusalén, incluyendo el área del Templo, en ocasión de la
Guerra de los Seis Días en el año 1967, fue creciendo a pasos agigantados un movimiento de claros tintes
mesiánicos, destinado a promover de manera real y concreta la reconstrucción física del Templo de Jerusalén
en su sitio original, ocupado hoy en día por edificios sagrados para el Islam: el Domo de la Roca y la Mezquita
al-Aqsa.
Este movimiento tiene distintas expresiones. Por una parte, la faz política se manifiesta, por ejemplo, en el
movimiento llamado ``Neemanei Har Habait'' (``Los fieles del Templo'') encabezado por Guershon Solomon.
Por la otra, la faz ``académica'' se ve representada por el Instituto del Templo situado en el barrio judío de la
ciudad vieja, en donde se publican materiales de estudio, se reproducen artefactos de culto e, incluso, se
enseñan de manera práctica las normas del servicio sacrificial a jóvenes sacerdotes en potencia. (Nota:
Paradójicamente, también los cristianos, mayormente evangelistas, apoyan y alientan la esperanza de los
judíos, considerando que la construcción del Tercer Templo sería un catalizador para la segunda venida del
Mesías).
Se puede identificar en la presente sociedad israelí una verdadera tensión en torno a la cuestión del Templo.
De manera general puede afirmarse que hay dos claras corrientes ideológicas en pugna. Una posición es la
adoptada históricamente por los sionistas seculares, según la cual el Estado Hebreo es la metáfora del
``Tercer Templo'' soñado por los judíos durante generaciones; la otra es la promovida por círculos mesiánicos
radicales, que afirman que el verdadero Templo de Jerusalén aún está por construirse en el área del Templo.
Una prueba fehaciente de este conflicto cultural latente ha tomado estado público el último mes de diciembre,
en ocasión de la celebración de la festividad de Janucá o ``Fiesta de las Luminarias'', cuando por la radio
estatal se transmitió el siguiente anuncio: ``¿Qué eres tú Jerusalén: la ciudad de Dios o una ciudad ordinaria?
¿Y dónde está tu corazón: en Guivat Ram (es decir, una zona ubicada en la parte occidental de Jerusalén, en
dónde se encuentran los edificios gubernamentales y culturales de la nación. A.R.) o en el Monte Moriá (el
nombre con que se conoce al área del Templo, identificado como el sitio en dónde el patriarca Abraham
habría intentado sacrificar a su hijo Isaac. A.R.)?''
No es una cuestión simplemente de semántica. Lo que está en juego es el futuro mismo de la identidad
nacional. Según la visión democrática liberal, el Estado de Israel secular y sus instituciones es el legítimo
heredero de la milenaria esperanza judía en la redención nacional, y con su establecimiento se ha logrado en
nuestro tiempo el establecimiento del ``Tercer Templo''. Pero según la visión mesiánica religiosa, el ``Tercer
Templo'' está aún por ser construido, y cuando lo sea, la ley religiosa judía o halajá será la ley nacional, e
instituciones como el Sanedrín, y no la Corte Suprema o el Parlamento, regirán los destinos de la nación.
(Nota: Sobre los principios ideológicos de este movimiento, ver M. Karpel, La revolución de fe. El ocaso del
sionismo y el surgimiento de la alternativa de fe [Alon Shevut: Editorial Lechatchila, 2003] [en hebreo]).
Es mi esperanza que mi análisis no les haya aguado la celebración de Yom Haatzamaut o Día de la
Independencia. Pero al igual que durante el Día del Perdón, el día más sagrado del judaísmo, los israelitas
acostumbran a inspeccionar su accionar pasado antes de empezar un nuevo año, también debemos nosotros,
en el día más sagrado del calendario nacional, reflexionar profundamente sobre nuestra compleja realidad y
dilemas, siendo conscientes que de nosotros depende el futuro nacional.
¡Jag Sameaj!
Dr. Adolfo Roitman
Mundo Judío - 15/05/2008
De acuerdo a la interpretación rabínica, la palabra "sábado'' (en hebreo, "shabat'') aquí debe ser interpretada
en el sentido de "descanso'' -es decir, "el día de la celebración de la Pascua o Pesaj''-, y no en el sentido
literal del día ``sábado''. Y como consecuencia de esta interpretación, pues, comenzar la cuenta de las siete
semanas a partir del segundo día de Pascua. (Nota: El día de inicio del cómputo del ómer fue un tema de
disputa legal entre los judíos de la época antigua. Por ejemplo, según el calendario presente en el Rollo del
Templo [uno de los Rollos del Mar Muerto, hallado en la cueva 11 en el año 1956], la cuenta comenzaba el
día domingo inmediatamente después del primer Shabat, una vez finalizada la festividad de Pesaj.) La cuenta
durante las siete semanas es llamada "el cómputo del Ómer'' (en hebreo, "Sefirat Haómer''). Y según esta
cuenta, entonces, el día trigésimo tercero del cómputo es llamado "Lag ba-Ómer'', de acuerdo al valor
numérico de las letras en hebreo: L(a)G = "L'' = 30 y "G'' = 3. Y esta celebración cae siempre el día 18 del
mes de Iyar.
La festividad de Lag ba-Ómer tiene orígenes muy oscuros, que se pierden en la bruma del tiempo. La primera
vez que se hace mención alguna de este día es en fuentes de la época medieval. El francés Abraham ben
Nathan Haierchi en el siglo XII escribió en su libro Hamanhig, que había oído en nombre de Rabí Zerachiah
ben Isaac Halevi Gerondi (muerto en 1186) la tradición, según la cual la prohibición de contraer matrimonio
durante el período de la cuenta del ómer cesaba el día de Lag ba-Ómer. (Nota: La mencionada prohibición
habría nacido en Babilonia, en señal de luto por la muerte de "doce mil pares de alumnos de Rabí Akiva'' en el
período entre "Pesaj [Pascua] y Shavuot ["Fiesta de las Semanas''], según la tradición presente en el Talmud
de Babilonia" [Yebamot 62b]. Y según la tradición mencionada por Gerondi, la muerte de esos alumnos habría
cesado milagrosamente en Lag ba-Ómer). Unos siglos después, Rabí Menajem ben Salomón Meiri (murió en
1306) fue el primero en mencionar que durante ese día no se ayunaba. Y ya en el siglo XV, Rabí Jacob ben
Moisés Halevi Mohlin consideraba este día como una semi-festividad, en el cual las personas debían
alegrarse y llevar a cabo actividades placenteras (como ser: carreras, paseos, comidas, etc.). A lo largo de los
años, y debido a la tradición que ligaba la festividad con los alumnos de Rabí Akiva, este día fue conocido en
Ashkenaz (Europa Ccentral) como "el día de los sabios'', en el cual los estudiantes de las academias
rabínicas salían al campo con arcos y flechas.
Un giro muy significativo en el carácter de la festividad ocurrió durante el siglo XVI y XVII, cuando los
cabalistas de Safed en la Galilea la ligaron con la figura de Rabí Simeón ben Yojai (conocido por la
abreviatura de su nombre, Rashbi), el supuesto autor del libro central de la mística judía medieval: el Zohar.
(Nota: Este sabio fue coetáneo y alumno de Rabí Akiva, y según entendemos de las fuentes, adoptó una
actitud muy crítica hacia los romanos.) Según una antigua tradición, Rabí Itzhak Luria (conocido bajo el apodo
de Ari El Santo, 1534-1572) acostumbraba con sus alumnos a visitar en Lag ba-Ómer la tumba de Rabí
Simeón y su hijo Rabí Eliezer, localizadas en la aldea de Merón. Con el tiempo, esta costumbre se transformó
en una verdadera fiesta, en la que se celebraba el día del fallecimiento de Rabí Simeón (llamada en hebreo,
"Hilulá de Rashbi''). Desde entonces hasta hoy en día, miles de piadosos acuden en esta celebración a la
tumba de este venerado santo, bailando, cantando y rezando en su memoria. Asimismo, en ese mismo día en
las proximidades de la tumba se acostumbra a cortarles a los niños el pelo por primera vez (esta costumbre
se la conoce como "jalaque''), en un ritual que tiene mucho de rito de pasaje, simbolizando la entrada del niño
en una nueva etapa de su vida.
Una nueva reinterpretación de la festividad sucedió para finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX,
cuando la naciente cultura hebrea secular vinculó esta celebración con la revuelta de Bar Kojba. (Nota: "Bar
Kojba'' [en arameo, "Hijo de la Estrella''], según es llamado en las fuentes cristianas, o Simeón ben Koseba,
como es conocido en las fuentes rabínicas, fue el líder de la segunda revuelta contra los romanos, en época
del emperador Adriano. La revuelta duró cerca de tres años [132-135 e.c.], y terminó con un resultado
desastroso para Judea y sus habitantes.) Dicha conexión se hizo por medio de una "relectura'' de la antigua
tradición talmúdica sobre la misteriosa muerte de los alumnos de Rabí Akiva, interpretándola como una
velada referencia a la muerte de los rebeldes que participaron en la revuelta de Bar Kojba. (Nota: El sabio
Rabi Akiva apoyó fervientmente la revuelta, considerando a Bar Kojba como el esperado Mesías.) Como
consecuencia de este nuevo desarrollo de la festividad, nacieron nuevas costumbres. En los comienzos del
movimiento sionista, los movimientos juveniles festejaron el día con paseos y actividades deportivas.
Asimismo, desde fines del siglo XIX y hasta nuestros días, se acostumbra en la tierra de Israel a encender
fogatas en las ciudades y en las aldeas, organizando comidas al aire libre con amigos y familiares.
Como ha demostrado la investigadora israelí Y. Zerubavel ("La imagen de Bar Kojba en la cultura israelí
moderna'' en: P. Schäfer ed., The Bar Kokhba War Reconsidered [Mohr Siebeck, 2003] págs. 279-297 [en
inglés]), este imprevisto giro en la significación de la festividad fue una consciente decisión de los ideólogos
sionistas a los efectos de glorificar el antiguo espíritu de heroísmo representado por Bar Kojba, en clara
contraposición a la historia de persecuciones y asesinatos sufridos por los judíos durante siglos de vida en el
exilio. Llamativamente, la memoria sionista mostró una clara actitud selectiva, centrándose en el heroísmo y el
carisma de esta figura cuasi-mítica, "olvidando'' las críticas a su persona y a sus pretensiones mesiánicas,
presentes en la literatura rabínica (Talmud de Babilonia, Sanhedrin 93b; Midrash Ekha Rabba 2:5). Y de esta
manera, entonces, la figura de Bar Kojba se convirtió en un verdadero héroe nacional, eternizado en poemas,
cuento para niños, pósters y sellos postales.
Esta nueva percepción de Bar Kojba se vio reforzada por el casual descubrimiento de la "Cueva de las
Cartas'', llevado a cabo por el arqueólogo Y. Yadín entre los años 1960-1961. En esa ocasión, el afamado
investigador israelí, que en el pasado había servido como el segundo comandante en jefe del Ejército israelí,
halló en una cueva del desierto de Judea cartas escritas o dictadas por el mitológico Bar Kojba, junto con
distintos objetos pertenecientes a los rebeldes. (Nota: No puede dejarse de ver la extraña coincidencia, que
precisamente un arqueólogo-militar como Yadín haya encontrado la prueba histórica de la existencia del
último general judío de la época antigua).
Este excepcional descubrimiento arqueológico sirvió para aumentar aún más la gloria del antiguo héroe,
encontrando finalmente estos hallazgos su lugar en el Santuario del Libro en Jerusalén, junto con los
mundialmente famosos Rollos del Mar Muerto, transformándose de esta manera en uno de los símbolos más
emblemáticos de la identidad israelí moderna.
Sin embargo, con el pasar de los años, el mito de Bar Kojba comenzó a ser criticado por intelectuales e
historiadores (como fue el caso del Prof. Yeoshafat Harcabi), atacando acerbamente la intransigencia política
y el fanatismo adoptados por este líder revolucionario.
(Nota: Un proceso similar sufrió otro de los mitos centrales de la identidad sionista: el de Masada). Otro
momento significativo en la caída en desgracia de este personaje fue cuando a partir de la década de los
años '90 los hallazgos arqueológicos en exhibición fueron retirados del Santuario del Libro.
Y así, pues, la figura del mítico héroe fue quedando lentamente en el olvido, y con él la moderna
interpretación sionista de la festividad de Lag ba-Ómer.
Según algunos, este desarrollo de la fiesta pondría al descubierto la sistemática pérdida de la identidad judía
por parte de los israelíes seculares. Pero según otros, este proceso revelaría precisamente la madurez de la
sociedad israelí, deseosa de olvidar los símbolos de lucha y guerra en beneficio de modelos culturales
alternativos de tolerancia y diálogo.
¡Shabat Shalom!
Dr. Adolfo Roitman
Mundo Judío - 29/05/2008
La porción de la Torá de esta semana nos relata que en ocasión de estar rodeando la tierra de Edom en las
proximidades del Golfo de Akaba, el pueblo de Israel se impacientó por el camino. Y como ya lo habían hecho
en otras oportunidades (cf. Éxodo 14:11-12; 15:24; 16:2-3; 17:3; Números 11:1; 14:2-4; 20:2-4), los israelitas
se quejaron ante Moisés: "¿Por qué nos habéis subido de Egipto para morir en el desierto? Pues no tenemos
ni pan ni agua, y estamos cansados de ese manjar miserable'' (Números 21:5).
Y fue en esa oportunidad, pues, que Dios decidió castigar al pueblo por su ingratitud manifiesta: "Envió
entonces Yahveh contra el pueblo serpientes abrasadoras, que mordían al pueblo; y murió mucha gente de
Israel. El pueblo fue a decirle a Moisés: Hemos pecado por haber hablado contra Yahveh y contra ti. Intercede
ante Yahveh para que aparte de nosotros las serpientes. Moisés intercedió por el pueblo. Y dijo Yahveh a
Moisés: Hazte un abrasador y ponlo sobre un mástil. Todo el que haya sido mordido y lo mire, vivirá. Hizo
Moisés una serpiente de bronce y la puso en un mástil. Y si una serpiente mordía a un hombre y éste miraba
la serpiente de bronce, quedaba con vida'' (21:6-9. Cf. Deuteronomio 8:15).
Esta historia presenta dos cuestiones particularmente intrigantes. La primera tiene que ver con la naturaleza
de las "serpientes abrasadoras''. ¿Acaso eran estos animales naturales o seres mitológicos? Según el
presente texto, las palabras "abrasador'' (en hebreo, saraf) y ``serpiente'' (en hebreo, najash) funcionan como
sinónimos (cf. también Isaías 14:29). Y de acuerdo a su contenido, nada deja entrever que el animal sea otra
cosa que una víbora o culebra muy venenosa. Sin embargo, en el relato sobre la vocación de Isaías el
nombre saraf tiene otro sentido. De acuerdo a este texto, los serafines son seres alados con figura humana,
provistos con seis alas (Isaías 6:2). Y de aquí la posibilidad, pues, que en el libro de Números las "serpientes
abrasadoras'' hayan sido unas víboras mitológicas aladas, como las cobras aladas testimoniadas en el arte
egipcio, o las serpientes con cuatro alas grabadas en sellos del siglo VIII a.e.c., descubiertos en Judea.
La segunda cuestión se refiere al carácter del "abrasador'' colocado sobre el mástil. ¿Esta figura de bronce
era un objeto mágico o una imagen cúltica? Según una lectura simple y llana del texto, la serpiente de bronce
habría sido un objeto de carácter mágico, que por medio de una curación homeopática, habría tenido el
"poder'' de curar a los mordidos por las "serpientes abrasadoras''. (Nota: Una curación "homeopática'' significa
que la misma se produce por medio de aquello que ha producido la enfermedad). La arqueología ha revelado
la existencia física de este objeto. Por ejemplo, figurinas independientes en forma de serpientes de bronce
han sido halladas en el templo cananeo de Tel Mevoraj (en la zona de la costa) y en el templo midianita en
Timna (en el sur de Israel, en la zona de la Aravá, no muy lejos del lugar del relato en Números); en otros
casos, las serpientes aparecen en planchas de bronce en asociación con deidades (Jatzor, en la Alta Galilea).
Según algunos estudiosos, esta serpiente de bronce habría sido un objeto de culto representando a una
divinidad. Un claro ejemplo de ello lo encontramos en la historia del rey Ezequías, rey de Judea (716-687),
cuando en protesta contra las prácticas paganas de Israel, "quitó los altos, derribó las estelas, cortó los cipos
y rompió la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque los israelitas le habían quemado incienso
hasta aquellos días; se la llamaba Nejushtán'' (2 Reyes 18:4). (Nota: El nombre Nejushtán alude a la materia
del objeto [nejoshet = ``cobre''], y a su figura de serpiente [en hebreo, najash].) Según se desprende del texto,
esta serpiente de bronce, ubicada en el Templo de Jerusalén, habría estado asociada con Yahveh y adorada
por los fieles como un dios responsable de la curación (como el caso del dios griego Esculapio, asociado con
el símbolo de la serpiente). (Nota: El carácter terapéutico de la serpiente en el mundo antiguo se asocia a otro
significado de este animal: el simbolismo de la vida y de la fertilidad.)
Ya en la antigüedad el relato de la serpiente de bronce generó no pocas polémicas entre los piadosos. Como
lo refleja esta antigua tradición rabínica presente en la Mishná (siglo II e.c.): "Pero ¿hace morir una serpiente
o hace vivir? Más bien (es para enseñarte) que cuando Israel dirigía su mente hacia lo alto y sometía su
corazón a su padre que está en los cielos era curado y cuando no se desvanecía.'' (Tratado Año Nuevo III, 8;
La Misná. Edición preparada por Carlos del Valle [Madrid: Editora Nacional, 1981] p. 379). En otras palabras,
los sabios de Israel desecharon toda posibilidad de explicar mágicamente el pasaje, interpretando el mismo
en términos monoteístas, a saber: no la serpiente de bronce tenía el poder para curar, sino le fe del israelita
en Dios. De aquí, entonces, que los rabinos interpretaron este objeto como un objeto religioso destinado a
promover la piedad.
Otra estrategia de exégesis la encontramos ya en el filósofo judío Filón de Alejandría (ca. 20 a.e.c. - ca. 50
e.c.), quien interpretó alegóricamente la serpiente de bronce como el símbolo de la templanza (opuesta a la
serpiente del paraíso, símbolo del placer): "Todo aquel, pues, a quien una serpiente hubiere mordido, si
mirare a aquélla, vivirá'' (Números 21:8.) Y es muy cierto esto, porque, si la inteligencia mordida por el placer,
es decir, por la serpiente de Eva, tuviere la fuerza suficiente para mirar espiritualmente la belleza de la
templanza, vale decir, de la serpiente de Moisés, y a través de ella a Dios mismo, vivirá. No ha menester otra
cosa sino ver y reflexionar.'' (Interpretación alegórica II, 79. XX; en: Obras completas de Filón de Alejandría I
[Buenos Aires: Acervo Cultural, 1975] págs. 182-183).
Una tercer interpretación del texto bíblico la hallamos en la literatura cristiana antigua. En el Evangelio de
Juan, la serpiente de bronce es asociada con Jesús y la crucifixión. Según está escrito: "Y como Moisés
levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea
tenga por él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea
en él no perezca, sino que tenga vida eterna'' (3:14-16). De acuerdo a esta interpretación, entonces, al igual
que el israelita en el desierto debía mirar a la serpiente para salvarse, de la misma manera el creyente debía
"mirar'' a Cristo en la cruz, o en términos cristianos, creer que Jesús es el Hijo único para obtener vida eterna.
(Nota: Compárese esta exégesis joánica del texto con la interpretación presente en una antigua traducción
jerosolimitana al arameo [llamada, Targum Pseudo-Jonathán] del pasaje en Números: "...sucederá que todo
el que haya sido mordido por una serpiente y la mire [a la serpiente de bronce], vivirá si dirige su corazón al
nombre de la memrá [en arameo, "palabra''] de YHWH...'' [citado por M. Pérez Fernández, Los capítulos de
Rabbi Eliezer [Valencia, 1984] p. 375, nota 8]. Según esta interpretación, entonces, la Palabra de Dios es la
que cura).
Esta misma línea interpretativa fue adoptada por el apologeta cristiano Justino Mártir (siglo II), quien entendió
la historia de la serpiente de bronce como una prefiguración tipológica del Cristo: "Y es que, como ya he
dicho, con esto anunciaba Dios un misterio, por el que había de destruir el poder de la serpiente, que fue
autora de la transgresión de Adán; y a la vez, la salvación para quienes creen en el que por este signo era
figurado, es decir, en Aquel que había de ser crucificado y los había de librar de las mordeduras de la
serpiente, que son las malas acciones, las idolatrías y las demás iniquidades. Porque si no se entiende así,
dadme vosotros razón por qué Moisés puso como signo la serpiente de bronce y mandó que a ella miraran los
mordidos y éstos se curaban. Y eso después que él mismo había mandado no fabricar imagen de nadie
absolutamente'' (Diálogo con Trifón 94:2-3; en: D. Ruiz Bueno, Padres Apologetas Griegos [s. II] [segunda
edición; Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1979] p. 470). De acuerdo a esta exégesis cristológica,
entonces, Justino Mártir vio en la historia bíblica un anuncio figurado-simbólico de la acción salvífica de Jesús,
quien por su intermedio el creyente fue liberado del pecado original.
Cualquiera haya sido el significado original del relato bíblico, una cosa es indudablemente cierta. Al igual que
un vaso puede ser llenado con líquidos diversos, las Escrituras fueron interpretadas de distintas maneras por
los piadosos, volcando en ellas sus anhelos, sueños y creencias. Y mientras los creyentes sigan encontrando
inspiración en los antiguos escritos, ellos no habrán de perder nunca su vitalidad hasta el final de los tiempos.
¡Shabat Shalom!
Dr. Adolfo Roitman
Mundo Judío - 09/07/2008
Según lo define el historiador Sh. J. D. Cohen: "La conversión, del latín convertere, significa reorientación
espiritual", un cambio de dirección en la vida espiritual y religiosa. El converso, al darse cuenta de lo
inadecuado o aun de lo malo de su vida previa, se dirige a un nuevo sistema de piedad y de creencia para
liberarse de lo que siente inadecuado y pecado. La conversión consiste, entonces, en negación y afirmación.
Una negación del pasado, una afirmación del futuro''." ("Conversión al Judaísmo en una perspectiva histórica:
desde Israel bíblico al judaísmo post-bíblico''", Majshavot/Pensamientos XXIV/1 [1985] pág. 8).
De acuerdo a la definición anterior, se puede afirmar de manera categórica que en la época bíblica no existió
la conversión. Al igual que un amonita no podía convertirse en egipcio, tampoco le era posible a un extranjero
convertirse en israelita. La realidad tribal, territorial y religiosa del antiguo Israel hacía imposible un cambio de
identidad. Sólo aquellos que habían nacido israelitas podían serlo como tales. Ciertamente extranjeros podían
vivir en la tierra de Israel, llamados guer en la terminología bíblica. (Nota: Los forasteros gozaban de un
estatuto especial [como el caso del meteco en Atenas y el incola en Roma], estando obligados a descansar el
sábado [Éxodo 20: 10] y a cumplir las leyes [Levítico 17:15; 16:22]. Por su baja condición social la ley los
protegía [Levítico 23:22; 25:35], en recuerdo de la experiencia de esclavitud sufrida por los israelitas en Egipto
[Éxodo 22:20]. Bajo ciertas circunstancias, podían incluso participar en actividades culturales [Éxodo
12:48-49].) Sin embargo, su condición no les imponía renunciar a su pasado pagano y adoptar la fe en el Dios
de Israel).
Encontramos en la literatura bíblica casos de paganos piadosos, como el de Jetró (Éxodo 18:1-2) y Rajab
(Josué 2:9-11) que, impresionados por el poder de Dios, le cantaron alabanzas. Pero aun así, ellos no se
convirtieron a la fe de Israel. Incluso el ejemplo de Naamán, el general leproso de Aram, no contradice nuestra
afirmación. La sentencia del pagano "Ahora conozco bien que no hay en toda la tierra otro Dios que el de
Israel''" (2 Reyes 5:15), y su anuncio de que "ya no ofrecerá holocausto ni sacrificio a otros dioses sino a
Yahveh''" (vs. 17), revelan más bien un caso de adopción de la monolatría (es decir, adoración exclusiva a un
dios) antes bien que un cambio de identidad.
A decir verdad, el único mecanismo posible en el mundo antiguo para convertirse en israelita fue el
matrimonio. Como en el caso de Rut "la moabita''", el matrimonio con Boaz (Rut 4:9-12) fue de facto el acto de
transformación de moabita en israelita. (Nota: La consideración de Rut como conversa en la tradición judía es
resultado de la manipulación rabínica de las fuentes. La interpretación de las palabras de Rut "Tu pueblo será
mi pueblo y tu Dios será mi Dios''" [1:16] como manifestación de su conversión al judaísmo, se debió a la
intención manifiesta de los sabios de encontrar "antecedentes bíblicos''" a una institución creada en épocas
posteriores.)
Los primeros indicios del cambio aparecen en la realidad exílica y post-exílica de Israel en el siglo VI a.e.c.
Una nueva terminología hace su aparición en las fuentes tardías de la literatura bíblica (nilvim ["los que se
adhieren''"] [Isaías 14:1, ¿texto tardío?]; 56:3, 6; Ester 9:27; Zacarías 2:15]; nivdalim [``los que se separan''"]
[Esdras 6:21; Nehemías 10:29]; mityahadim ["los que pretenden ser judíos''"] [Ester 8:17]), revelando con ello
el surgimiento de un nuevo grupo social, a saber: los extranjeros que se adhieren a Israel. La incorporación de
estos adherentes a la fe hebrea se hizo posible debido al cambio estructural sufrido por los judíos, que
pasaron de ser una sociedad tribal, adherida a un territorio definido y centrada en derredor de un Templo, a
convertirse en una comunidad religiosa. (Nota: Según lo observó el estudioso A. D. Nock, "el judaísmo [y su
vástago, el cristianismo] fueron las únicas religiones antiguas que tuvieron idea de la conversión. El politeísmo
por definición era incapaz de rechazar a todos los dioses menos uno. No había conversión del culto de Apolo
al de Zeus, del de Mitra al de Isis. Uno podía decidir dedicar su energía religiosa a un único dios favorito,
especialmente si creía que hizo algo especial para uno, pero la devoción y afirmación raramente se veía
acompañada de la parte negativa''" de la conversión, es decir: el rechazo del pasado espiritual, la negación de
los dioses anteriormente adorados y el sentimiento de pecado o inadecuación, como resultado de la forma de
vivir anterior).
A ciencia cierta, no sabemos nada acerca de las razones y los mecanismos de la incorporación de estos
grupos a Israel, pero las fuentes nos indican que el fenómeno comenzó a convertirse en un tema crucial para
la determinación de la identidad en el judaísmo de la época. Un ejemplo de ello es la polémica en derredor de
las reglas de admisión en el Templo. Según el profeta Ezequiel, los extranjeros tenían prohibida su entrada al
recinto sagrado: "Así dice Yahveh: Ningún extranjero, incircunciso de corazón y de cuerpo, entrará en mi
santuario, ninguno de los extranjeros que viven en medio de los israelitas''" (44:9; cf. también Deuteronomio
23:4.). Pero, por el contrario, el Segundo Isaías (un profeta anónimo de la época exílica y del retorno)
afirmaba rotundamente: "En cuanto a los extranjeros adheridos a Yahveh para su ministerio, para amar el
nombre de Yahveh, y para ser sus siervos, (...) yo les traeré a mi monte santo y les alegraré en mi Casa de
oración. Sus holocaustos y sacrificios serán gratos sobre mi altar. Porque mi Casa será llamada Casa de
oración para todos los pueblos''" (56:6-7).
Este testimonio se suma a otras fuentes de la época, que aluden claramente a la aparición de la institución de
la conversión para esos años. Por ejemplo, el historiador judío Josefo nos cuenta acerca de las conversiones
forzosas masivas de idumeos, itureos y moabitas llevadas a cabo por los Macabeos (Antigüedades Judías
13:257, 319, 397). Asimismo, la literatura apócrifa judía nos brinda una reinterpretación de ciertos personajes
bíblicos, presentándolos como auténticos conversos. Tal es el caso de Abraham (Jubileos), Job (Testamento
de Job) y la egipcia Asenet (José y Asenet).
Incluso las fuentes antiguas nos revelan que los judíos habrían emprendido una conciente y deliberada
difusión de su creencia en el mundo greco-romano a los efectos de ganar nuevos adherentes a su fe. Como lo
reflejan las palabras de Jesús contra los fariseos: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que
recorréis mar y tierra para hacer un prosélito y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble
que vosotros!''" (Mateo 23:15). Otro testimonio importante en este sentido es el del historiador Flavio Josefo,
quien relata con lujo de detalles la conversión de la casa real de Adiabene, pequeño reino en la zona
septentrional del río Tigris (Antigüedades Judías 20:17-96).
Otra muestra del éxito de la difusión del judaísmo entre los paganos fue la aparición de "los temerosos de
Dios''", "judaizantes''" o "adherentes''". Al igual que Jetró, Rajab y Naamán en la época bíblica, también
paganos en el mundo greco-romano veneraron al Dios de los judíos, sin renunciar a su identidad. Según lo
testimonia Filón de Alejandría: "Con nuestras leyes no pasa lo mismo. Ellas despiertan y atraen el interés de
todos, de los no griegos, de los griegos, de los habitantes del continente, de los isleños, de las naciones del
Este y del Oeste, de Europa y Asia, de todo el mundo habitado, de un extremo al otro''" (Sobre la Vida de
Moisés II, 20; en: Obras Completas de Filón de Alejandría [Buenos Aires: Acervo Cultural, 1976] pág. 87).
(Nota: De estos círculos habrían de venir después muchos nuevos adeptos a la fe en el Cristo. Cf. Hechos de
los Apóstoles 6:5; 10:2; 13:43.)
No sabemos a ciencia cierta las razones para esta "explosión''" de misionerismo judío. Según Cohen, los
misioneros (en muchos casos, comerciantes) estuvieron motivados también por una mezcla de lo práctico y lo
ideal: lo práctico, aumentar el poder político de los judíos acrecentando su número; lo ideal: apresurar la
llegada del fin de los días cuando, tal como predicaron muchos profetas [cf. Isaías 2:1-4; 49; 60-61], los
gentiles afluirían a Jerusalén llevando regalos a Dios y a Su pueblo. Quizá los judíos estaban creyendo que
"salvaban almas", convencidos de que los gentiles justos no tendrían participación en el mundo por venir,
salvo que se aferraran al seno de Abraham''" (op. cit., p. 13).
Todavía para esos años la conversión no había sido totalmente institucionalizada y formalizada. Aparte de la
circuncisión, ninguna otra ceremonia señalaba la entrada del converso en su nueva condición. La práctica de
la inmersión (tevilá), la obligación del sacrificio (korbán), la exigencia de la circuncisión (milá) y la supervisión
de un tribunal, habrían de aparecer recién en la época rabínica (a partir del siglo II e.c.), estableciendo así los
pasos formales de la conversión vigentes hasta hoy en día.
Este breve estudio sobre los orígenes de la institución de la conversión en el judaísmo nos enseña, que el
pueblo de Israel estuvo mayormente dispuesto a la inclusión de extranjeros en su seno. Desde entonces hasta
nuestros días, la actitud de los líderes judíos hacia la conversión de gentiles al judaísmo ha sufrido cambios
por las vicisitudes de la historia: de una actitud generalmente favorable en la época rabínica, pasando por una
actitud ambivalente en la época medieval, hasta llegar a posiciones encontradas en la época moderna. En la
ortodoxia encontramos intransigentes e indulgentes, mientras que en la reforma y el conservadorismo hay una
posición altamente favorable hacia la incorporación de los gentiles al redil judío. (Ver Th. Friedman, "Jewish
Proselitism: A New Look''," en: D. Golinkin ed., Be'er Tuvia [Jerusalem: The Masorti Movement, 1991] págs.
127-136).
La proliferación de los casamientos mixtos entre los judíos de la diáspora; la inmigración a Israel de judíos,
semi-judíos o presuntos judíos "descendientes de las diez tribus perdidas''" de los cuatro confines de la tierra
(ex Unión Soviética, Etiopía, India, etc.); el re-descubrimiento por parte de descendientes de marranos de sus
raíces judías; y la llegada y afincamiento de trabajadores extranjeros en el Estado de Israel, han convertido la
conversión en un tema acuciante para la sociedad judía contemporánea.
Quiera Dios que los líderes actuales encuentren inspiración en las fuentes antiguas, volviendo a una política
de tolerancia y apertura hacia los gentiles deseosos de convertirse al judaísmo
¡Shabat Shalom!
Dr. Adolfo Roitman