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"Quiero en esta oportunidad manifestar mis saludos y reiterar el sentimiento que hoy nos une:

tener una provincia exitosa, llevarla por la senda del desarrollo, con trabajo, dedicación, voluntad
y soluciones, sin buscar excusas ni justificaciones. Nuestra gestión siempre estará dispuesta a
sumar esfuerzos y escuchar a los vecinos con el fin de adoptar las mejores soluciones posibles.
Toda medida que adoptemos, tengan la seguridad, se hará pensando en el interés supremo de los
vecinos, a quienes nos debemos, para quienes orientamos el trabajo que realizamos. En paralelo,
seguiremos gestionando proyectos que beneficien a nuestra Provincia y generen el desarrollo
sostenible para de esta manera dejar a nuestras generaciones un espacio lleno de oportunidades.
Estamos trabajando para obtener la mejor gestión posible y con ello, el beneficio de todos. Juntos
trabajando para el desarrollo."

Editorial: Recrear la comunidad educativa


conflictos Debates diálogo educación Publicación impresa | Año: 2011 | Número: 2371 | 6
comentarios | in Editoriales | Autor: Consejo de redacción
A partir de la etimología del término “educar” (ex ducere: sacar lo mejor de cada uno, de
adentro hacia fuera, en el sentido socrático), la Academia de la Lengua define: desarrollar o
perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de
preceptos, ejercicios, ejemplos. La siempre oportuna María Moliner dice que educar es, en
primer lugar, “preparar la inteligencia y el carácter de los niños para que vivan en
sociedad”.
A partir de estas afirmaciones pueden inferirse los fines específicos de la educación. En
términos más actuales, podríamos preguntarnos: ¿cuáles son las competencias y habilidades
cognitivas y no cognitivas necesarias para desarrollarse como personas, integrarse al mundo
productivo y formar parte de una ciudadanía responsable, es decir, ejerciendo deberes y
defendiendo derechos? Porque cuando los fines de la educación no están claros, se
oscurecen también los argumentos en contra de las tristes tomas de los colegios, a favor de
una seria formación docente y en torno a la urgente necesidad de reconstruir un pacto
virtuoso entre padres y maestros, multiplicando las pocas experiencias que perduran de
“comunidades educativas”, donde familias, escuelas y vecinos trabajan coordinadamente.
Los aspectos de análisis son múltiples y no pueden abarcarse en pocas líneas. Si por una
parte la educación es un bien personal, social y público que el Estado y la sociedad deben
garantizar a todos y que supone conocimientos y valores básicos compartidos, por otra,
cabe interrogarse acerca de la misión fundamental de los padres y la familia como primeros
y principales educadores; y el rol de la educación formal, que sería lo propio de la escuela,
los maestros y los técnicos (sin desconocer que la escuela sociabiliza implícita o
explícitamente, y también los medios de comunicación, aunque muchas veces son factores
de deseducación). En efecto, la escuela se fue alejando de su función específica de educar
en sentido estricto, y progresivamente ha asumido responsabilidades que competen a la
familia y servicios asistenciales esperables de otras instituciones públicas: alimentación,
contención frente a situaciones conflictivas, control de vacunación, etcétera. Por otra parte,
algunos establecimientos privados, con el tiempo han ido adquiriendo una lógica con
características empresariales: las familias se transforman en clientes en desmedro de la
calidad de aprendizaje.
En estos contextos, el docente tampoco puede reconocer con claridad lo central de su
función. ¿Es maestro, trabajador de la educación, coordinador de actividades, moderador de
situaciones conflictivas o gerente de recursos humanos de una empresa? Además, al
deficiente bagaje de conocimientos con el que la mayoría de los egresados de la secundaria
hoy ingresa a la carrera universitaria o terciaria, incluyendo los profesorados, se suman las
falencias en la formación específica, lo que dificulta su posibilidad de elaborar un proyecto
coherente y de consistencia. Esta confusión en la función del docente, así como la escasa
formación disponible, permiten también que en algunas jurisdicciones se renuncie al sano
ejercicio del pensamiento crítico, dando lugar a visiones unilaterales y no matizadas de la
realidad y de la historia, con las malas consecuencias que estos modos generan.
Un segundo enfoque, imprescindible para pensar qué educación queremos, sugiere analizar
si hay una delegación silenciosa de la responsabilidad de educar por parte de la familia a la
escuela. Y, paradójicamente, si son los mismos padres que muchas veces se suman a la
rebelión estudiantil cuando la escuela parece contradecir sus deseos y expectativas. De ser
así, la sociedad civil, a través de la comunidad educativa, debería debatir y acordar –o al
menos intentarlo– cuáles son los fines de la educación como paso previo a los necesarios
debates de fondo respecto de los aspectos de instrucción o pedagogía. En este sentido, se
culpabiliza a los maestros y profesores de muchos problemas sociales, cuando la realidad
refleja cambios culturales profundos que exceden los muros de la escuela: debilitamiento de
la socialización, diferentes tipos de familia, crisis del concepto tradicional de autoridad,
fragilidad de los vínculos. Si somos una sociedad en la que los adultos no se fijan límites a
sí mismos, mal podemos imponérselos a los jóvenes.
Por último, no se puede desconocer la enorme relevancia de los medios tecnológicos
contemporáneos (televisión, Internet y otros), imprescindibles para comprometerse con las
posibilidades y exigencias del mundo del trabajo. En el marco de la ruptura de los métodos
tradicionales de aprendizaje (maestro que enseña y alumno que aprende), difícilmente
puedan separarse fines y medios: en todo caso hay que aprender juntos, ya que las
generaciones más jóvenes tienden a manejarse mejor que los adultos con las nuevas
tecnologías y esperan más que nunca la comprobación y la experimentación de lo que
tradicionalmente se consideraban verdades incuestionables. Sin embargo, mientras la
escuela esgrime la ilusión de haber incorporado las nuevas tecnologías, en la práctica estos
recursos siguen funcionando como apéndice o biblioteca móvil.
Estamos en un contexto plural, globalizado y complejo con nuevas tensiones (calidad vs.
masividad, por ejemplo) e históricas deudas, como una política integral para los docentes o
la reconstrucción del pacto familia-escuela. Se percibe la desconfianza y el cuestionamiento
mutuos, que se vuelven trabas para la transmisión de la cultura y la valoración de los
contenidos. Cada vez más los padres se consideran autorizados a “retar” a los maestros,
demostrando la lamentable pérdida de prestigio de la educación, que se suma a la ya
mencionada pérdida del sentido de autoridad.
Sabemos que la educación es permanente, a lo largo de toda la vida, y que supone una
comunidad educadora que excede los límites de la escolarización (con suerte, 180 días de
clases), ya que abarca “365 días de educación al año”. Sin embargo, se trata de una
problemática que no se resuelve volviendo (y a veces idealizando) a la escuela que “ya fue”
sino colaborando para construir una educación diferente, al ser la Argentina uno de los
países cuyo sistema educativo está en crisis. La comunidad educativa, integrada por
familias, docentes y directivos –entre otros– pareciera ser el ámbito para comenzar a poner
los cimientos de esta construcción, cuyo objetivo primordial no es imponer una visión
sobre otra, sino delinear los fines de la educación, en su sentido más amplio, para estos
tiempos. La propuesta de Jacques Delors en el informe de la UNESCO para el siglo XXI en
torno a los pilares de la educación: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir
juntos, aprender a ser es un buen punto de partida. Y recordar que el primer deber de padres
y maestros es la ejemplaridad.

Datos
–Mientras que en el 20% de los hogares relativamente más ricos (clases medias
profesionales) el porcentaje de adolescentes que asisten a la escuela es del 100% -si bien
sólo un 86% lo hace en la edad correspondiente-, en el 20% de los hogares más pobres, esta
cifra desciende al 84%.
–Los niños y niñas de entre 5 y 14 años presentan una tasa de asistencia a la escuela de casi
el 100%, si bien 1 de cada 10 de estos niños/as presenta rezago escolar.
–En el grupo de entre 15 y 17 años, a quienes corresponde completar la educación
secundaria, el rezago escolar deja atrás al 39%, en donde cabe incluir a un 15% que
directamente abandonó la escuela.
(EDSA. Observatorio de la Deuda Social Argentina. DII-UCA).

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