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Alfonso Gumucio:”La mejor herencia que me dejó mi padre fue su integridad, su voluntad

de trabajo y su amor por el país”.


Por: Milton Condori Apaza (Edgar Defoe)
El cineasta, escritor y experto en comunicación para el desarrollo, Alfonso Gumucio Dagron,
recordó, con algunas preguntas, la relación que tenía con su padre, el por qué estudió en el
extranjero, y el cómo fueron sus estadías en los exilios que vivió en su vida. Además de todo
eso, cuenta y se ríe de algunas anécdotas que le sucedieron.
Gumucio es hijo de uno de los líderes políticos del Movimiento Nacionalista Revolucionario,
Alfonso Gumucio Reyes. Estudió cine en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos
(IDHEC).
--Y dígame, licenciado Gumucio, ¿cómo era su relación con su padre, Alfonso Gumucio
Reyes?
--Mi relación con mi padre, ya cuando fue ministro y demás, yo lo veía poco, porque él,
incluso, almorzaba en el ministerio, no venía a almorzar a la casa. Él trabajaba, trabajaba. Él
le dedicó su vida país. Nunca hizo un negocio privado, nunca tuvo intereses económicos en
ningún otro lado: nada de nada, porque le dedicó su vida al país. Y eso es lo que me ha dejado
él: la mejor herencia, que me ha dejado mi padre, es su integridad, su voluntad de trabajo,
su amor por el país.
Además, mi padre era un autodidacta, le decían ingeniero sin serlo. Él aprendió todo eso
porque tuvo que asumir el papel de padre a muy temprana edad, porque su padre había muerto
cuando él tenía 17 años. Trabajó en la mina, en la selva y eso le proporcionó una mirada del
país.
--Hace casi un mes, usted me había comentado que estudio fuera del país, ¿por qué decidió
estudiar en el extranjero?
--Se podría decir que la razón fue el golpe de Estado de Banzer que, en ese momento, era
Coronel ni siquiera era General. Por esos momentos, yo trabajé de periodista en el periódico
del militar progresista, Juan José Torres, se llamaba El Nacional. Luego de eso, tuve una
oportunidad de ir a España y, en eso, vino el golpe y mi padre me dijo: “hijo, no vuelvas
porque te están persiguiendo por trabajar en El Nacional”. Y, pues, me quedé nomás en
España y dije, voy a estudiar cine. Ya estando en España, me metí en la facultad de Ciencias
de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, que acababa de crearse, pero
era una macana, porque los profesores eran unos momios franquistas, y yo me sentía
incómodo y casi no iba a las clases. Además de esto, yo no podía trabajar en España porque
la situación estaba tremenda. Por ende, la universidad era muy mala y yo quería estudiar cine.
Entonces, mi amigo, Carlos Patiño Vargas, me dice: “vente a pasar un mes a Palma de
Mallorca”, yo acepté. Después de eso, le dije que yo quería irme a Francia y, él, me pagó el
pasaje del tren me regaló 50 dólares. Luego ingresé a la Universidad de Vincennes, pero tuve
algunas complicaciones, que, al final de cuentas, entré con ayuda del centro de estudiantes
izquierdistas que adoraban a Guillermo Lora.
Estando ya en la universidad Vincennes, hice el concurso para el IDHEC, que era el Instituto
de Altos Estudios Cinematográficos, pero entrar ahí era una locura: el instituto admitía 600
postulantes, de esos aprobaban 22, de ese número cuatro eran los cupos para extranjeros. Sin
embargo y para mi sorpresa, pasé, logré aprobar la postulación y me quedé a estudiar.
--Al igual que su padre, usted sufrió exilios, dos para ser exactos, ¿cómo fueron sus estadías
en los exilios que vivió?
--La primera fue en la dictadura de Banzer –la que te conté–. Incluso, en esa época, me llegó
una carta diciendo: “preséntese tal día en la sección de estadísticas del ministerio de gobierno
y, pues, todo el mundo sabía que la sección “estadísticas” era donde torturaban a la gente.
Entonces, en la tapa de mi primer libro puse ese memorándum que me enviaron, pero, por
suerte, yo estaba fuera del país estudiando. Y, el segundo exilio fue luego de volver de
Francia. Volví para la huelga de las mujeres mineras. Ya en 1980, llegó el golpe de García
Meza. En esa oportunidad me fui a México, luego a Nicaragua. En Nicaragua colaboré en la
Revolución Sandinista. En esa estadía, hice un taller de cine súper 8 para los hijos de
trabajadores. Pero, al igual que mi estadía en España, yo llegué, como dicen, con una mano
delante y la otra atrás.
Alfonso Gumucio recuerda que su segundo exilio fue más peligroso y osado que la primera:
peligroso porque, en el golpe de García Meza, estaban matando a los detractores; y osado,
porque tuvo que huir del país: “Le pedí a mi padre que me consiguiera asilo en la Embajada
de México. Así lo hizo, pero no sabía cómo salir de la casa de mis amigos, donde me estaba
escondiendo. Y, ¿sabes quién me ayudó? La esposa de Gonzalo Sánchez de Lozada, ella me
llevó, en su auto, a la Embajada de México. Estuve dos meses en la Embajada y, además,
éramos casi 120 en la Embajada. En esas situaciones, el embajador, empezó a pedir
salvoconductos para los asilados, pero lo irónico, les daban esos salvoconductos a personas
que habían llegado después que yo. Entonces, mi padre averiguó que el ministro de Gobierno,
Luis Arce Gómez, había tenido una lista donde figuraban seis personas y que había indicado
que, a esas seis personas, no les iban a dar los salvoconductos. En esa lista figuraban: la viuda
de Marcelo Quiroga Santa Cruz, el dirigente fabril, Luis López Altamirano, un diputado
comunista, Antonio Peredo, yo y alguien más. Fue por eso que yo armé mi salida. Me escapé
de la Embajada y del país. Monté toda una operación: papeles falsos, un nombre falso, me
hice transformar la un poco la cara, me pinte el cabello y me afeite mi bigote”.

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