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INTRODUCCIÓN
En España, el número de inmigrantes que se atienden desde los servicios públicos ha
crecido enormemente en los últimos años. Y las previsiones van hacia la idea de que en los
próximos años este incremento continuará.
Cuando se trabaja con población que no ha sido socializada en nuestra propia cultura,
existen una serie de factores a tener en cuenta. Algunos, probablemente, son más obvios
(diferencias en las formas de entender el concepto de enfermedad y salud, ritmos vitales
diferentes de las personas nativas, diferencias en las formas de comunicación verbal y no-
verbal,...). Otras circunstancias que hacen diferentes a los inmigrantes no son, quizás, tan
evidentes. Por ejemplo, no reparamos tan a menudo en los significados que adquieren cier-
tos roles en nuestra cultura y hasta qué punto pueden ser diferentes para otras personas.
Tampoco tenemos tan interiorizado que el concepto de individualidad es algo propio de deter-
minadas culturas y que la importancia que se da a la persona no es la misma en todas las
etnias. La siguiente frase del antropólogo Clifford Geertz nos ha hecho pensar a más de una
persona...
«El concepto occidental de la persona como un universo motivacional y cognosciti-
vo, ligado, único, más o menos integrado; como un centro dinámico de conciencia, emo-
ción, juicio y acción organizado en forma de una totalidad diferenciada, pero enfrentada
con otras totalidades (personas) semejantes y con un trasfondo social y natural, es, aun-
que a nosotros nos parezca un hecho incontrovertible, una idea más bien peculiar en el
contexto de las culturas mundiales».
El objetivo de este capítulo es dar algunas pinceladas sobre cómo enfocar el trabajo en
salud mental con un inmigrante desde la atención primaria. Las ideas que exponemos se
basan en una forma de trabajar que supone que las diferencias transculturales existen y son
importantes, pero también admite que la excesiva generalización sobre los miembros de una
determinada cultura o etnia es un riesgo de ciertos presupuestos teóricos. Por ejemplo, en
atención primaria puede resultar útil conocer la distinción que hace Ruth Benedict entre cul-
turas que hacen a la gente más apolínea y culturas que convierten a las personas en más
dionisíacas...
Según la antropóloga Ruth Benedict, las culturas se pueden dividir en dos tipos:
a. Culturas apolíneas. Tienden a hacer de sus miembros personas más responsables,
autocontroladas, competitivas...
b. Culturas dionisíacas. Tienden a hacer de sus miembros personas más irresponsables,
despreocupadas, alegres y hedonistas,...
Los dos tipos de cultura enfocan de forma diferente el tema de la salud. Para los pri-
meros, estar sano es una forma de «hacer las cosas bien». Para los segundos, estar sano
es una forma de «evitar el dolor y disfrutar de la vida»
Tener en cuenta esta distinción nos puede servir como heurístico a la hora de analizar
la forma de enfocar la salud de muchos de nuestros pacientes. Pero convertir esto en un
lugar común y caer en tópicos como pensar que «todos los africanos son alegres y todos
los polacos serios» es una simplificación que no nos ayudará mucho a ser mejores profe-
sionales: es una generalización excesiva que deja fuera demasiados factores. Intentaré, en
este capítulo, buscar un equilibrio entre considerar a la persona un ente aislado y conside-
rarla solamente como parte de una etnia. Parto, por tanto, de una perspectiva teórica de inte-
racción entre el individuo y la cultura a la que pertenece.
Por último, me parece importante recordar que hay factores que van más allá de lo cul-
tural (la guerra y la represión política, por ejemplo) que han marcado decisivamente la vida
de la gente con la que trabajamos. Los inmigrantes tienen su historia y, en la mayoría de
los casos, es una historia muy dura. Los factores transculturales son trascendentales, pero
es importante no olvidar la influencia de factores situacionales que también han afectado a
la salud mental de las personas a las que atendemos.
de la que no conoce las claves y en la que no ha estado antes. Aunque sea una per-
sona adulta, casi todas las cosas las hace como si fuera la primera vez. Además del
esfuerzo por acomodarse a hábitos, ritmos o actitudes; el inmigrante acusa, muchas
veces, la fatiga de tener que adaptarse a una segunda lengua... Manifestaciones de esta
sobrecarga cognitiva pueden ser la irritabilidad, la insatisfacción o los síntomas de acti-
vación (ansiedad generalizada, ataques de pánico...).
• En segundo lugar, para la persona que llega a una nueva cultura es un esfuerzo enten-
der bien cuales son los roles que existen en esa cultura, cómo se decide qué rol juega
cada persona y que se espera de esa persona por el hecho de tener ese rol social.
El rol es el conjunto de conductas, actitudes, emociones y pensamientos asociados a
una posición.
El tema de la dificultad de asumir el propio rol y el que desempeñan los demás surge fre-
cuentemente cuando trabajamos con el inmigrante que ha sufrido depresión o trastor-
nos psicosomáticos. No es nada fácil interiorizar normas sociales que, habitualmente,
la socialización nos enseña en la infancia. Son normas de comportamiento y de jerarquía
tremendamente ambiguas, nada regladas y de las que no somos conscientes. Por lo
tanto, son difíciles de aprender y enseñar. El inmigrante tiene que intentar asimilar en poco
tiempo que a determinadas personas se les puede responder de una determinada forma
y a otras, ni siquiera se les puede responder. Tiene, también, que entender que, en deter-
minado lugar o situación tal cosa es aceptable y en otro no. Incluso, se supone que tiene
que aceptar que es apto para determinados trabajos y no para otros.
• En tercer lugar, un sentimiento de impotencia, debido a la incapacidad de actuar com-
petentemente en la nueva cultura. De hecho, el sentimiento de que la persona no tiene
capacidad para enfrentarse al nuevo medio y los sentimientos de incompetencia aso-
ciados a este sentimiento, son la causa más frecuentemente citada de las dificultades
de inserción en una nueva cultura. El grado máximo de esta incontrolabilidad es lo que
llamamos síndrome de indefensión.
Desde el clásico libro de Seligman (Seligman, 1975), se conoce por el nombre de sín-
drome de indefensión a la sensación de que los acontecimientos ya no dependen de lo que
uno haga y, por lo tanto, no merece la pena intentar cambiarlos. A partir de ahí, la persona pier-
de la sensación de control interno y comienza a sentirse indefensa ante el mundo. Cuando
alguien se siente así, es porque ha aprendido que el resultado es completamente indepen-
diente de la respuesta que él dé a las situaciones vitales. Debido a esta idea, disminuye nues-
tra motivación para intentar controlar nuestra vida. Es como si nos dejáramos ir, como si
pensáramos que no tiene sentido intentar hacer algo. De hecho, se nos olvidan las situacio-
nes en las que actuar nos sirvió para cambiar las cosas... y eso hace que aumente nuestro
miedo a la vida.
Para algunos autores (p. Ej., Grinberg, 1993) lo que siente un emigrante es un proceso
de duelo en el que la persona tiene, ante todo, que asumir pérdidas. La pérdida del amor
y respeto de los amigos y otros familiares, la pérdida de estatus, la pérdida de un ambien-
te familiar que con sus deberes y obligaciones da sentido a la vida,... Para el trabajo en salud
mental es importante recordar que las pérdidas generalmente desbaratan planes, espe-
ranzas y sueños para el futuro (al menos temporalmente) y, por otra parte desafían las cre-
encias y asunciones acerca de uno mismo y del mundo.
Llamamos hipótesis del mundo justo a la tendencia a creer que el mundo es justo y
que, por lo tanto, las personas consiguen su merecido y merecen lo conseguido. Esta
idea de que el mundo reparte de forma justa sus premios está presente en todos noso-
tros, como demuestran numerosos experimentos (Myers, 1998) pero, sin embargo, se
rompe absolutamente cuando la persona vive un proceso de duelo. La idea de haber per-
dido algo o a alguien no nos resulta nunca justa y nos recuerda la arbitrariedad de la vida.
Estas teorías sobre salud mental y cultura han sido utilizadas para explicar cualquiera
de los problemas que una persona inmigrante puede tener a ese nivel. Tres de los temas
que más surgen en el tema de la salud mental desde una perspectiva transcultural son:
Duelo
Llamamos proceso de duelo a la forma que tienen las personas de hacer frente a las
pérdidas. Ese proceso de afrontamiento supone una tarea psicológica: reconciliarse
con una situación que no puede ser cambiada y sobre la que se tiene poco (o ningún)
control.
Las formas externas en las que el duelo se manifiesta están canalizadas por la cultura, y
por eso es decisivo conocer cómo marca la cultura de origen del inmigrante que se haga el
duelo. Expresiones emocionales que al médico le resultan extrañas pueden ser manifesta-
ciones del duelo que el paciente está haciendo realizadas desde su idiosincrasia cultural.
Las reacciones de duelo pueden incluir o no manifestaciones emocionales (sentirse tris-
te, sentirse enfadado por la frustración de no haber podido hacer nada, ansiedad, quejas
continuas,...), cognitivas (disonancia cognitiva, no aceptación de la pérdida, pensamientos
repetitivos e imágenes intrusivas, confusión y dificultad para concentrarse,...) y conductua-
les (problemas de sueño, cambios de apetito, conductas de búsqueda, hiperactividad,...).
Llamamos disonancia cognitiva a la tensión que se crea cuando vemos que dos
cogniciones no concuerdan entre sí. Por ejemplo, puede haber disonancia cuando adver-
timos que, casi injustificadamente, hemos actuado en contra de nuestra actitud o bien
hemos tomado una decisión favorable a determinada opción, cuando había razones de
peso en pro de una opción distinta (Myers, 1991). En el duelo es frecuente encontrarse
con cogniciones y sentimientos opuestos acerca de la pérdida. Un ejemplo es, en el caso
del enfermo terminal, el alivio por la liberación de una carga vital contrapuesto con la pena
por la muerte. Algunos de los problemas en la resolución de los duelos tienen que ver con
la dificultad para aceptar esa disonancia cognitiva.
Es muy importante tener en cuenta las diferencias transculturales a la hora de manifestar
emociones. Los estudios nos dicen que la forma en que se manifiestan ciertas emociones
básicas (alegría, tristeza, miedo,...) es bastante similar en todas las culturas. Sin embargo,
no ocurre lo mismo con la forma en que se expresan verbalmente, la forma en que se regu-
lan (cuándo y en qué situaciones se las deja «salir») o la forma en que se afrontan. Por ejem-
plo, en las culturas colectivistas, las personas suelen buscar más el apoyo de la comunidad,
le dan más importancia a determinadas actividades sociales y a las celebraciones y se sien-
ten más afectados por el hecho de estar solos y no ver a su familia.
Trastornos adaptativos
Al entender lo que sufre el inmigrante como estrés aculturativo, podremos interpretar mejor
algunos de los síntomas que estas personas nos traen a consulta y que son síntomas clá-
sicos del estrés:
Trastornos psicosomáticos
Se suelen encuadrar en el apartado de trastornos psicosomáticos las quejas somáti-
cas en las que no es posible, o es muy difícil, detectar una patología física. Las perso-
nas que tienen problemas de esta índole presentan, en ocasiones, muchos síntomas dife-
rentes. Otras veces lo que nos traen son síntomas vagos como «tengo muchos dolores
en varias partes» o «me siento débil todo el tiempo». A veces acaba por encontrarse algu-
na leve patología física, pero esa patología no explica los diferentes síntomas por los que
se queja la persona.
Estos síntomas pueden ser la manifestación de problemas personales o sociales sub-
yacentes de los que a la persona le cuesta hablar. En ciertas culturas el sufrimiento psíqui-
co se considera algo vergonzoso o maligno, y es más fácil hablar de síntomas físicos. De
hecho, la persona puede ser la primera en asustarse de sus propias reacciones y escon-
derlas o minimizarlas.
También es posible que para la persona sea la mejor manera de acercarse a alguien
del personal sanitario, porque puede que se le haya enseñado que sólo se debe acudir al
«médico» si se tiene molestias físicas. Otras posibles causas tienen que ver con la ansiedad
y el estrés, la tendencia de la persona a prestar demasiada atención a las sensaciones cor-
porales, o un malestar psicológico subyacente: depresión, trastorno de ansiedad, abuso de
alcohol, etc.
en las personas que intentan hacer este proceso es llegar a un país dónde se obstacu-
lice (o, al menos, se haga más lento) su proceso de asimilación, bien sea por barreras
políticas, legales o de presión social sobre la población inmigrante. Lo que más se resien-
te en esta estrategia de afrontamiento es la autoestima: la persona debe renunciar a todo
aquello en lo que creía y a todos los valores de su cultura de origen.
b) Integración. Aquí la persona mantiene su cultura de origen y, a la vez, es capaz de adop-
tar la cultura que le acoge. Cuando la persona afronta así el estrés aculturativo llega a una
situación de identidad bicultural.
c) Marginalización. En esta actitud se encuadran las personas que rechazan tanto su cul-
tura de origen como la del país de acogida.
d) Segregación. Es una forma de afrontamiento del estrés aculturativo que consiste en recha-
zar la cultura de adopción. De esta forma, el inmigrante sólo mantiene contacto con gente
y patrones de su cultura de origen.
Los estudios en lugares como Canadá, Francia y España señalan que la forma de afron-
tamiento más frecuente es la integración, seguida de la asimilación y la segregación (Mar-
tin Beristain, 1999).
En todo caso, cualquiera que haya sido su forma de afrontamiento del estrés aculturati-
vo, el inmigrante ha vivido una serie de cambios que han afectado a varias áreas de lo que
entendemos por salud mental:
4. Identidad–Pertenencia al grupo
Para el inmigrante, el grupo se convierte en la seña de identidad. Algo característico de la
inmigración es que la relación con la cultura de origen ocupa un lugar central en sus emo-
ciones (bien sea para aceptarla o para rechazarla). De alguna forma, se diría que todos
nos convertimos en algo más gregarios al emigrar. Esta táctica de afrontamiento puede lle-
gar a ser problemática cuando los valores de la cultura de origen no están bien vistos en la
cultura de recepción. Quizás el ejemplo más dramático que se presente de esto último es
aquello que hemos sentido muchos terapeutas: para nosotros, los valores de la cultura de
origen están resultando negativos para la persona (por ejemplo, el alcoholismo que en un
principio empieza siendo algo social) y podemos llegar a tener la sensación de que nues-
tro paciente tiene que elegir entre la pérdida de la salud o la pérdida de aquellos que cons-
tituyen toda su red de apoyos. La persona procede de una cultura en la que ciertos plan-
teamientos pueden ser adaptativos (por ejemplo, la rudeza, la autosuficiencia o la jerarqui-
zación drástica pueden ser adaptativas en una cultura de trincheras) y, sin embargo, en la
cultura de acogida pueden resultar absolutamente negativos.
Para un inmigrante, la pregunta «¿a qué grupo pertenezco?» se convierte en una cues-
tión clave. La resolución de esta pregunta no es nada sencilla, dado que parece que la solu-
ción abarca, al menos, la respuesta a cuatro preguntas: ¿a qué identidad social creo per-
tenecer? (autocategorización subjetiva o identidad simbólica), ¿cuánto de importante es para
mí esa pertenencia? (significado evaluativo); ¿qué cosas hago que demuestren que perte-
nezco a esa identidad? (identidad étnica conductual, prácticas culturales que realizo...);
¿cúanto de importantes son esas prácticas para mí?(importancia autocategorizada de las
prácticas). Averiguar a qué identidad cultural pertenecemos es sumamente difícil y, de hecho,
cuando los investigadores intentan medir la identidad étnica y cultural de una persona, usan
parámetros tan diferentes como el uso del idioma y giros típicos, la valoración positiva del
grupo de referencia, la interacción inter-étnica o los hábitos culturales... Por supuesto, lle-
gan a clasificaciones de las personas completamente distintas según lo que ellos conside-
ren «síntoma» de identidad cultural.
Generalizando, se puede decir que los aspectos conductuales y de autocategorización
sufren un proceso de pérdida en la transculturización, mientras que los aspectos subjetivos
decaen menos fuertemente: la persona sigue creyendo pertenecer a su cultura de origen
aunque a un observador externo le costaría averiguar por qué. Está progresión parece
más clara en grupos de emigrantes relativamente valorizados, «visibles» y en contextos mul-
ticulturales (Páez, 1997). La relación estrecha con personas de la sociedad de acogida amor-
tigua el estrés acumulativo y se asocia a una mejor adaptación transcultural. Aunque al mismo
tiempo, se ha constatado que es difícil para los inmigrantes entablar relaciones de amistad
con los nativos.
Es muy importante el nivel de apoyo social en el país de acogida y la existencia de una
comunidad de refugiados cohesionada y estructurada: diversas investigaciones corroboran
que la recepción ofrecida a las personas que han experimentado alguna de las formas de
mejor ser ayudados por personas especializadas... afirmaciones con las que no esta-
rían de acuerdo los miembros de todas las culturas. No dar por supuesto que la per-
sona va a actuar en función de esas premisas puede ahorrarnos muchas sorpresas.
• Normalizar la ambivalencia producida por la identificación con dos culturas. Para el
inmigrante ésta suele ser una fuente de conflictos y va a servirle de ayuda saber que esta
tensión forma parte del proceso de transculturación: no se está «volviendo loco» (es un
miedo habitual en las personas que viven una fuerte tensión), sino que está viviendo una
reacción normal ante un hecho anormal, una circunstancia difícil, como es la emigración.
• Utilizar un lenguaje que tenga en cuenta cómo se denominan y cómo funcionan los
síntomas psicológicos en la cultura de la que proviene el paciente. En muchas cul-
turas no existe, por ejemplo, una distinción clara entre mente y cuerpo. Sin embar-
go, todo el lenguaje de nuestra cultura se basa en esta distinción, y es muy impor-
tante ayudar al paciente a entender esta dicotomía. Esto es fundamental en atención
primaria, dónde acuden muchos de estos pacientes con molestias inespecíficas y
sintomatología psicosomática como dolores de cabeza persistentes, mareos, debi-
lidad, etc. Será útil todo esfuerzo por simplificar el lenguaje y por adaptarse al len-
guaje del paciente. Además, es fundamental tratar de conocer las connotaciones reli-
giosas, culturales o de género que tiene nuestro léxico para el paciente. «Explicar» la
enfermedad y su tratamiento en función de la cultura de la que proviene el paciente
es un reto de la medicina transcultural. Para afrontarlo, necesitamos entender la
cultura de la que proviene el paciente y sus modos de explicar el mundo. Las dife-
rencias culturales se dan en muchas dimensiones y sería útil tener en cuenta el mayor
número posible de ellas...
Individualismo/Colectivismo
Las culturas colectivistas fomentan la perspectiva de que las personas pertenecen a
grupos que exigen una lealtad duradera de la que los miembros no pueden librarse fácil-
mente. A cambio, las personas reciben protección del grupo. Por el contrario, las cultu-
ras individualistas fomentan el punto de vista de que las personas buscan fundamental-
mente su propio bienestar y los intereses de su familia inmediata. Valoran más la defini-
ción autónoma del self y las metas individuales que las metas grupales.
Evitación de la incertidumbre
Las personas pertenecientes a culturas donde se da una intensa evitación de la incer-
tidumbre se sienten fácilmente angustiadas por las situaciones nuevas, las desestructu-
radas, las confusas o las imprevisibles. Tratan de evitar tales situaciones manteniendo
estrictos códigos de conducta y confianza en las verdades absolutas. Los miembros de
tales culturas tienden a buscar seguridad, a ser intolerantes, agresivos y emocionales. Por
el contrario, las personas de culturas con una evitación débil de la incertidumbre tienden
a ser relajadas, tolerantes, a aceptar riesgos, a mostrarse contemplativas y no agresivas.
Masculinidad/Feminidad
Una cultura masculina lucha a favor de la máxima diferenciación entre los hombres y
las mujeres. Se espera que los hombres luchen por el éxito material, que sean asertivos,
ambiciosos y competitivos, mientras que de las mujeres se espera que tengan éxito sir-
viendo al apartado comunal de la vida, como el cuidado de los hijos y de los débiles.
Por el contrario, en las culturas femeninas también se valora a los hombres que se preo-
cupan por aspectos no materiales de la vida y a las mujeres que se responsabilizan de
trabajos profesionales y técnicos.
• Tratar de saber desde el principio qué es lo que la persona espera de nosotros. El sis-
tema de salud occidental tiene sus esquemas y clasificaciones que pueden no resultar
claros a una persona ajena a esa cultura: es muy importante no generar falsas expecta-
tivas. Es esencial respetar los ritmos de las personas a la hora de contar sus proble-
mas (o de no contarlos). Nuestra cultura está muy acostumbrada a ventilar sentimien-
tos con profesionales, pero eso no es, evidentemente, algo difundido en todas las cul-
turas con las que vamos a trabajar.
• Intentar averiguar cuál es la narrativa que tiene el paciente para explicar su enfermedad
y, si es posible, tratar de utilizarla con fines terapéuticos. Por ejemplo, es importante tener
en cuenta que en las sociedades de tipo alocéntrico o colectivista el origen de los pro-
blemas de ansiedad, nerviosismo o decaimiento está en las relaciones con los vecinos
y con la comunidad y no en factores endógenos. También puede resultar útil preguntar
a la persona si ha acudido a algún sanador tradicional de su cultura (es muy frecuente
que así ocurra) y ver cuál es la explicación que este ha dado al problema y cómo pode-
mos utilizarla en nuestro tratamiento.
Durante los últimos años la psicología social ha intentado encontrar un esquema que
sirva para distinguir dos modelos de sociedades:
a. Sociedades llamadas alocéntricas, centradas en el grupo. En ellas se presta gran aten-
ción a la opinión de los demás, se evita el rechazo y se busca la conformidad como
valor social. A cambio, hay una expectativa de reciprocidad referida al afecto, al tiem-
po y al contacto social.
b. Sociedades llamadas idiocéntricas, centradas en el individuo. Las personas deciden y actú-
an, en ellas, basándose en el beneficio personal. Se valora la independencia y autosufi-
eficaces como forma de solucionar sus problemas. La persona ha sufrido crisis vitales
anteriormente y ha salido de ellas con estrategias de afrontamiento idiosincrásicas. Acom-
pañar a la persona en el proceso de búsqueda de esas soluciones es una buena forma
de prestar ayuda.
• Ayudar a la persona a encontrar redes sociales o familiares en las que apoyarse. Las acti-
vidades con la familia o con la comunidad ayudarán a la persona a volver al fluir cotidia-
no.
• El tema de la ansiedad y el estrés es muy importante en la atención primaria. A las per-
sonas que están sintiéndose muy ansiosas les es difícil relajarse y es útil enseñarles ejer-
cicios de relajación. Lo primero que se puede hacer es preguntar a las personas qué
suelen hacer para relajarse y animarles a hacerlo. Otras intervenciones útiles consisten
en enseñar a la gente a entender los síntomas de estrés, aconsejar el ejercicio físico,
enseñar ejercicios de relajación, el masaje, los consejos para mejorar el sueño, ense-
ñar al paciente que es la hiperventilación o los ejercicios de respiración.
• Cuando surja el tema del duelo, es importante hacer una primera intervención. A la hora
de ayudar a una persona que se enfrenta a un proceso de duelo hay que tener en cuen-
ta que no hay un modo «correcto» de afrontar una pérdida. Cada persona reaccionará
de una manera y todas son válidas. Sin embargo, nuestras creencias nos hacen juzgar,
a veces, el comportamiento de los demás como anormal o inapropiado. Incluso las
personas que han sufrido estas pérdidas puede que se sientan mal por comportarse así,
y creer que son síntomas de patología. Es importante acompañar: prestar atención a
cómo esa persona está enfrentándose a la pérdida y actuar en consonancia. Si la per-
sona llora y busca consuelo simplemente el estar ahí y abrazar si la persona lo quiere
es suficiente. Si la persona se muestra calmada y habla de otras cosas no hay que
obligarla a llorar o a expresar lo que siente, en este caso es mejor buscar temas de con-
versación que la distraigan. Las claves para afrontar el proceso de duelo son: aceptación
de la pérdida con realización de rituales y ceremonias de despedida y recuerdo; posibi-
lidad de expresión sobre la persona y la situación traumática; adaptación a la nueva situa-
ción, el cambio de roles familiares, el sentido del mundo y la propia identidad; y reubi-
cación de las personas muertas, estableciendo los vínculos con los que murieron y las
relaciones con otras personas.
BIBLIOGRAFÍA
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