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CONFEDERACIÓN GENERAL DEL TRABAJO

FEDERACIÓN DE SINDICATOS DE LA INDUSTRIA SIDEROMETALÚRGICA – FESIM

Barcelona 1919:
Cien años de la jornada de ocho horas
Si hay una cosa clara a lo largo de la historia contemporánea es que el poder tiende, por naturaleza,
a derechizarse, sobre todo cuando los ciudadanos consideran que los derechos que fueron
arrancados por la fuerza a los poderosos, que nunca fueron concesión graciosa, gozaran
eternamente de vigencia. Nada más contrario a la verdad histórica, cuando los pueblos callan,
cuando se amansan, cuando creen que sus vidas, las de sus hijos y nietos discurrirán por el lindo
trayecto de las conquistas conseguidas, lo que de verdad han iniciado es el camino de la esclavitud,
de la explotación y de la supresión de tales derechos. Así ha sucedido con la globalización en
Europa, ese pequeño territorio del mundo donde sus habitantes creían que los derechos
conseguidos por sus padres y abuelos serían disfrutados por las generaciones venideras sin
mayores alteraciones. Se llevaron y se están llevando la industria hacia lugares donde no existen
derechos políticos, económicos ni sociales; aumentaron la jornada laboral y precarizaron los
empleos hasta impedir que los jóvenes puedan desenvolver sus vidas con un mínimo de
autonomía. Como es natural, la desaparición de la industria y la precarización del empleo
amenazan gravísimamente al sostenimiento de la Educación, la Sanidad y las pensiones, que hasta
ahora se han sostenido con los impuestos y las cotizaciones de trabajadores con buenos sueldos y
estabilidad laboral. Se comienza por desconfiar de los sindicatos domesticados en vez de combatir
su conformismo, por dejar de votar y al final lo que logramos es el regreso del feudalismo con
Internet.

Todo esto sucede porque hemos dejado de tener conciencia de clase, porque hemos querido buscar
salidas personales, aunque todo los que nos rodee huela cada vez más a ruina, porque nuestro
aburguesamiento y nuestra soberbia indolente nos lleva a despreciar las lecciones de la historia y la
enorme valentía de quienes se jugaron el pellejo en otros tiempos para que hoy podamos vivir
mejor, al menos hasta hace unos años.

Este año se cumplen cien años de los asesinatos de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, dos de
los más notables defensores de los derechos de los trabajadores y de la prosperidad de la
Humanidad. También, un siglo de la huelga de La Canadiense, hito en la historia del movimiento
obrero español y mundial que debe servirnos como ejemplo para combatir la tiranía global
neoliberal que nos está machacando.

A finales de enero de 1919, los ejecutivos de La Canadiense decidieron hacer fijos a un grupo de
oficinistas, pero bajando su salario de 150 pesetas mensuales a 125. La respuesta de los afectados
fue fulminante, negándose a trabajar en esas condiciones en una ciudad carísima como era la
Barcelona de entonces -y la de hoy- después de los inmensos beneficios acumulados por los
empresarios catalanes dedicados a vender telas, maquinaria y manufacturas a las potencias en
conflicto durante la Primera Guerra Mundial. Los trabajadores fueron despedidos y acto seguido
todos sus compañeros de oficinas se solidarizaron y se declararon en huelga. Tras diversos intentos
para llegar a un acuerdo con la empresa anglo-canadiense que suministraba energía eléctrica a
Barcelona y su cinturón industrial, la patronal exigió al Gobierno Romanones protección para sus
negocios y para los esquiroles que pretendían contratar. Pese a la intervención del ejército y la
policía, a la detención de miles de obreros, la huelga se fue extendiendo, primero a los obreros de
otras secciones de la “multinacional”, luego a los tranvías, más tarde a los ferrocarriles, a los
comercios y a las empresas de toda la ciudad, llegando a quienes trabajaban en las centrales
hidroeléctricas de Lérida. Barcelona quedó completamente paralizada, ni las presiones del
Gobierno, ni los matones de la patronal catalana, ni el somatén armado hasta los dientes, ni la
cárcel, ni las muertes -que las hubo- sirvieron para amedrentar a unos hombre y mujeres que
habían decidido dar un paso adelante en la evolución humana: Paralizada la ciudad y su zona de
influencia, con los jornaleros andaluces amenazando con dar fuego a las fincas de los
terratenientes y toda la España obrera, dispuesta a sumarse a una huelga general, el gobierno y la
patronal claudicaron admitiendo todas las exigencias de los trabajadores. Se readmitieron a todos
los despedidos, se dejó en libertad a los detenidos, se prohibió el trabajo a menores y los destajos,
se garantizó que no se emplearían esquiroles en caso de huelga, pero sobre todo, el gobierno firmó
por primera vez en la historia mundial una ley que decreta que la jornada de ocho hora era la única
vigente en toda España.

Después, ante el espectacular triunfo de los trabajadores, la patronal catalana exigió al gobierno
medidas drásticas para someter al movimiento obrero, y a tal fin enviaron a Martínez Anido y
Arlegui a la Ciudad Condal, dándoles carta blanca para matar sindicalistas allá donde los
encontraran. Fue el momento de la Ley de Fugas, artilugio ilegal salvaje que permitía matar a
cualquier obrero bajo el pretexto de no haber atendido una orden de detención. Aun así, ni Anido,
ni Arlegui, ni Milans del Bosch ni, luego, la dictadura de Primo de Rivera, lograron acabar con los
logros inmensos de aquella huelga que por primera vez en el mundo consiguió que la jornada de
ocho horas figurase en la legislación de un país. Quienes aquello consiguieron, miles y miles de
obreros de todas las clases, no eran personas ilustradas, muchos de ellos ni sabían leer, pero tenían
claro que no estaban dispuestos a que sus hijos tuvieran que vivir en la esclavitud, a merced de
patronos salvajes y explotadores que creían que los derechos sólo les afectaban a ellos. Fue el
triunfo de la solidaridad, del tesón, de la generosidad, de la bondad y el altruismo -por encima de
sus vidas- de una generación dispuesta a sacrificarlo todo por el interés general, por el bien común,
por la libertad y el bienestar de la inmensa mayoría.

Hoy, cuando se cumple un siglo de aquella huelga histórica, de aquellas conquistas impresionantes
por personas con muy escasa formación pero con la conciencia muy clara de quienes eran ellos y
quien el enemigo, vemos como todo por lo que lucharon está siendo pisoteado y eliminado sin que
apenas se oigan voces, sin que el país se vea sacudido por la furia, la energía y la dignidad de
miles y millones de excluidos, explotados, parados incapaces de armar una acción enérgica y
solidaria que les diga a los del poder hasta aquí habéis llegado. Lo que hicieron los trabajadores de
La Canadiense es un ejemplo de lo que hay que hacer ahora, en caso contrario ya sabemos a dónde
nos lleva la derecha y la ultraderecha que viene, que nunca se fue pero estaba, agazapada,
trincando, esperando su momento. Han de saber que el camino no está expedito, que en el frente
encontrarán a millones de personas, dispuestas no sólo a no dejar que se les arrebate ningún
derecho, sino a recuperar los perdidos y a conseguir muchos más: El primero de ellos la reducción
de la jornada laboral a 6 horas diarias, declarando el boicot a todas las empresas que deslocalicen
su producción.

6 de febrero de 2019

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