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ANÁLISIS DEL CANTO I DE LA ILÍADA

El canto I de la Ilíada lleva tradicionalmente como título Peste. Cólera. Es


fundamental porque contiene el germen todo el desarrollo del poema. Al
mismo tiempo que el proemio de una obra extensa, constituye este canto una
unidad en sí misma, de gran valor artístico.
[…]
Todas las cualidades de fondo y de estilo de la poesía homérica pueden apreciarse
en este canto: concisión, vigor, nitidez, maestría de composición, oportuna
motivación de sentimientos y actitudes de los personajes, belleza, elocuencia y
adecuación de los discursos, los cuales por una parte, ocupan aproximadamente las
dos terceras partes del canto.
En cuanto a la estructura del canto, además de la invocación y de la exposición
sintética del tema, que constituye una especie de preludio, es posible distinguir dos
partes de extensión casi igual:
a) Causas de la cólera (versos 1 al 311) Súplica de Crises a Agamenón y oración a
Apolo. La peste. El ágora: vaticinio de Calcas. Disputa entre Agamenón y Aquiles.
Aparición de Atenea. Intervención de Néstor. Disolución del ágora.
b) Consecuencias inmediatas de la cólera: (versos 312 a 611). Partida de Odiseo
conduciendo a Criseida. Rapto de Briseida. Oración y súplica de Aquiles a Tetis.
Llegada de Odiseo a Crisa y restitución de Criseida. Oración y sacrificios a Apolo.
Súplica de Tetis a Zeus. Disputa entre Zeus y Hera. Intervención de Hefestos. Festín
de los dioses.
Algunos críticos literarios dedicados a la literatura griega como Croiset, hacen
notar que existe una repetición de motivos, un curioso paralelismo entre algunos
pasajes de la primera y la segunda parte del canto. Por ejemplo, la súplica de Crises
corresponde al la de Aquiles; la disputa entre Aquiles y Agamenón a la contienda
entre Zeus y Hera; la actitud conciliadora de Néstor, en el ágora de los héroes,
corresponde a la mediación de Hefestos en el ágora de los dioses.
[...]
La acción del canto I trascurre durante el término de veintiún días, casi la mitad de
lo que dura el desarrollo del poema.[1]

INVOCACIÓN Y BREVE INTRODUCCIÓN

El poeta invoca a la musa, llamándola diosa, para que cante la cólera del Pélida
Aquiles.[2]
El poeta enuncia el tema de toda la epopeya: la cólera y sus consecuencias
funestas para los aqueos, en cumplimiento del designio de Zeus.
SÚPLICA DE CRISES. LA PESTE.
El anciano sacerdote reclama la restitución de su hija Criseida, ofreciendo un
inmenso rescate: lleva en la mano las ínfulas[3], signo de su condición sacerdotal y
expresa que la restitución de su hija será grata a Apolo, “el que hiere de lejos” (o “el
flechador Apolo” según la versión). Este epíteto implica una velada amenaza
porque las flechas de dios causan la peste o la muerte.
El poeta plantea la situación con la máxima concisión y brevedad; no se extiende
en detalles sobre el cautiverio de Criseida[4]. La súplica no va acompañada de
expresiones de intenso dolor, porque sería inútil tratar de conmover al enemigo;
trata de despertar el interés de los aqueos por el espléndido rescate y les da a
entender que la injuria al sacerdote puede malquistarlos con el dios.
Crises dirige su súplica en general a los aqueos y especialmente a los dos
Atridas[5]. Contrariando la opinión de los aqueos, que deseaban se aceptara el
rescate, Agamenón rechaza violentamente la súplica, con injurias y amenazas,
ordenando al anciano que parta sin demora y no vuelva pues “quizás no te valgan
el cetro y las ínfulas del dios.”
El anciano se retira silenciosamente “por la orilla del estruendoso mar.”Aunque en
la poesía homérica no existe propiamente sentimiento de la naturaleza, la
referencia al estruendo del mar sirve para realzar el dolor del anciano sacerdote,
quien suplica protección a Apolo, recordándole sus piadosos sacrificios: “¡Paguen
los dánaos mis lágrimas con tus flechas!”
Solidarizado con su sacerdote, Apolo, el dios de la luz, desciende del Olimpo,
semejante a la noche, esto es, dominado por la cólera. El movimiento impulsivo y
violento del dios iracundo se traduce en sensaciones auditivas: las flechas
resuenan en el carcaj o aljaba que lleva sobre su espalda; pronto se oye el
chasquido terrible del arco de plata que dispara las flechas, símbolo de la peste. [6]

EL ÁGORA

Aquiles convoca al ágora o asamblea del ejército, para averiguar las causas dela
peste, proponiendo que se consulte a un adivino para saber si el dios está irritado
porque se dejó de cumplir algún voto o hecatombe.[1]
Calcas, el mejor de los augures, antes de revelar la causa de la peste exige a Aquiles
seguridades o garantías, bajo juramento, pues teme irritar a un rey poderoso. (Ese
“rey poderoso” es un ejemplo de perífrasis, ya que todos podemos darnos cuenta
de que es Agamenón de quien habla. La acotación es mía)
Aquiles promete protegerlo “aunque hablares de Agamenón, que se jacta de ser en
mucho el más poderoso de los aqueos.” Esta bravata de Aquiles significa un desafío
a la autoridad del jefe supremo, lo que justificará luego la cólera del Atrida, más
aún que la exigencia de devolver a Criseida.
El impulso violento de Agamenón se expresa diciendo que tenía “las negras
entrañas llenas de cólera y los ojos semejantes al relumbrante fuego.”[2]
Con torva mirada, increpa a Calcas llamándole “adivino de males”[3]
Al verse obligado a desprenderse de Criseida, para valorar esa pérdida y poder
exigir una recompensa, expresa Agamenón que la prefería a su legítima esposa,
“porque no le es inferior en el talle, ni en el natural, ni en inteligencia, ni en
destreza.” Estas palabras expresan el concepto de areté de la mujer.
No debe interpretarse como una sincera expresión de sentimientos esa preferencia
de su amante frente a su propia esposa, sino como la expresión de su amor propio
ofendido, al mismo tiempo que un ardid para reclamar una recompensa ante los
aqueos. (En lo personal, pienso que la figura de Klitemnestra se ve humillada
igual, sean o no sinceras las palabras de Agamenón.)
Replica Aquiles que no es justa la reclamación del Atrida, porque el botín ha sido
totalmente repartido (RES IUDICATA: cosa adjudicada, no puede repartirse de
nuevo); le promete una recompensa mayor cuando conquisten la ciudad de Troya.
Agamenón le pregunta irónicamente a Aquiles si pretende privarlo de su
recompensa conservando él la suya y lo amenaza con quitársela a él, o a Ayante o a
Odiseo. (Agamenón, en plena hybris, ciego por la furia, olvida que quien
ofendió a Apolo fue él y nadie más que él. Por lo tanto es lógico que sea él
quien pague las consecuencias de tal ofensa)
La amenaza va dirigida indudablemente a Aquiles; es el único que reacciona y lo
hace con la máxima violencia, reprochándole a Agamenón que ha dejado su patria
para luchar contra los troyanos sin ningún motivo personal, por una causa que solo
interesaba a los Atridas. Se queja de que aunque sus manos sostienen el peso de la
guerra (recordemos que Aquiles es un semidiós y además es invulnerable,
solo su talón es su punto débil), le corresponde siempre una parte inferior en el
botín y anuncia su propósito de retirarse del combate.
Responde Agamenón diciéndole que puede huir, que no necesita de él, lo
desprecia, expresándole que su fuerza no es mérito personal, porque se la debe a
los dioses; concluye amenazándole con que él mismo irá a su tienda y le arrebatará
a Briseida.[4]
La reacción violenta de Aquiles llega al máximo de intensidad.: comienza a
desenvainar la espada para atacar a Agamenón. En ese instante, solo a él, tirándole
de la rubia cabellera, se le aparece Palas Atenea, cuyos ojos centelleaban de un
modo horrible; lo conmina a que refrene su cólera aunque lo injurie de palabra,
prometiéndole que algún día se le ofrecerá una reparación por el ultraje
recibido.[5] (Es la manera que tienen los griegos de explicar los cambios
internos del comportamiento humano: la intervención de los dioses. Aquiles,
a punto de matar a Agamenón, cegado por la ira, cae en hybris, pero
reflexiona a tiempo y no comete el crimen. Se limita a insultarlo, tirar el
cetro, a jurar por él –el cetro es el símbolo del poder –, que no volverá a la
batalla y que un día irán a buscarlo porque los troyanos los acosarán. Toda la
querella es un ejemplo de hybris creciente, tanto de parte de Agamenón
como de Aquiles. No importa que el Pélida tenga razón, importa su desborde
emocional, el dejarse llevar por las emociones en vez de tratar de razonar
con Agamenón, guiado por el modelo de la mesura, la sofrosine)
Obedece Aquiles la orden de la diosa, que regresa al Olimpo.[6] Envaina la espada e
insulta a Agamenón llamándole: “¡Ebrio, que tienes ojos de perro y corazón de
ciervo!”
Al tratarlo de ebrio Aquiles quiere significar que se comporta como tal,
procediendo insensatamente; los otros insultos indican que lo tacha de cobarde.
Aquiles agravia a los demás aqueos por obedecer a este rey devorador de su
pueblo, jura por su cetro que lo echarán de menos cuando sean derrotados por
Héctor; pronunciado el juramento arroja violentamente el cetro “tachonado con
clavos de oro.”
De ese modo da a entender que solo él es capaz de contener el ataque de los
troyanos, encabezados por Héctor, cuyo prestigio y valentía se anuncian desde ya.
[…] Cuando se esperaba la mayor violencia en la reacción de Agamenón, cuando la
disputa llegó a su más alto grado de intensidad, se produce la intervención del
anciano Néstor, “suave en el hablar, elocuente orador de los pilios, de cuya boca las
palabras fluían más dulces que la miel.”[7]
Por su oportunidad, por su elocuencia, por el orden en las ideas, por la
comprensión que revela del conflicto pasional entre los héroes, el discurso de
Néstor es un modelo acabado de arte oratorio.

Comienza invocando a los dioses y despertando el recuerdo de la patria aquea, la


cual sufrirá las consecuencias de la disputa entre los caudillos; al mismo tiempo
imagina la alegría de los troyanos si conocieran la contienda.
En segundo término, elogia a ambos héroes, expresando que son los primeros
tanto en el consejo como en el combate, pero les exhorta a que se dejen persuadir
por sus palabras, porque son más jóvenes que él y porque él, en otro tiempo, trató
con hombres más esforzados que exterminaron a los centauros y con quienes no
pelearía ningún hombre de los de ahora; sin embargo, aquellos héroes
extraordinarios acataban sus consejos. De este modo Néstor funda su autoridad
moral. (Néstor es aquí el paradigma, el ejemplo vivo de la sofrosine. Además,
es el anciano al que todas las generaciones jóvenes deben respeto y
reverencia. Su intervención, desde el punto de vista estilístico marca un
anticlímax, una distensión en una disputa que ya había llegado a su punto
máximo y que no podía subir más. Eso para el oyente es también un
descanso, un discurso lleno de reflexión y mesura ante tanta soberbia,
altanería y violencia verbal)
En tercer término reprende a ambos caudillos, elogiándolos, destacando en cada
uno sus propios méritos, de tal modo de no despertar los celos entre ellos. (La
observación del alma humana por parte de Néstor hace que su inteligencia
actúe: al dejarlos equiparados con los elogios, ambos egos heroicos quedan
satisfechos y la disputa baja unos cuantos puntos en fuerza y violencia. Lo
que no significa que ambos se amiguen)
Dirigiéndose a Agamenón, reconoce su valentía (la cual había sido puesta en duda
por Aquiles), pero le aconseja que deponga su cólera y que no le arrebate su
recompensa a quien constituye “un fuerte antemural en el pernicioso combate.”
Dirigiéndose a Aquiles, le aconseja que acate la autoridad del Atrida, que no
pretenda disputar de igual al igual con el más poderoso de los reyes, que reina
sobre mayor número de hombres; si bien conoce que él es más esforzado, no debe
jactarse de ello pues se lo debe a la diosa que le dio a luz.
Néstor fracasa en su intento de hacer desistir a Agamenón de la reclamación de
Briseida, pero consigue suavizar la reacción de Agamenón, quien reconoce la
oportunidad de sus palabras, si bien acusa a Aquiles de pretender imponerse a los
demás.
Aquiles, por su parte, expresa que no resistirá la entrega de Briseida, pero lo
desafía a que pretenda tomar algunas de las otras cosas que le pertenecen:
“inténtalo, en tal caso, tu negruzca sangre brotará en torno de mi lanza.”
De ese modo se disuelve el ágora, concluyendo la disputa que puso frente a frente
dos vigorosas personalidades: el carácter impulsivo, soberbio y autoritario del más
poderoso de los reyes y la rebeldía individual del más valeroso y fuerte de los
héroes.
Frente a la vehemencia y fogosidad de los apasionados discursos de los
contendores, el anciano Néstor, con su serena majestad y autoridad moral, puso la
nota de cordura, de sensatez, de razón. (Sofrosine)
De más está decir que la causa de la querella no fue la posesión de la mujer, sino la
ofensa al honor de Aquiles, al verse privado del botín que legítimamente le
correspondía como reconocimiento a su valor, a su areté.
La reacción de Aquiles, desertando del combate, anteponiendo a su patriotismo
una razón de honor personal, resultaba plenamente justificada de acuerdo a la
concepción individualista de los griegos.
Disuelta el ágora, se retira Aquiles hacia su tienda, [1] parte una nave capitaneada
por Odiseo a restituir a Criseida, navegando “por líquidos caminos” y se celebran
sacrificios en honor a Apolo.

ENTREGA DE BRISEIDA. SÚPLICA DE AQUILES

Cumpliendo la orden da Agamenón, “contra su voluntad” marchan los heraldos


“por la orilla del estéril mar2 y encuentran a Aquiles junto a su “negra nave”,
silenciosamente le hacen una reverencia. El héroe los recibe con dignidad,
reconociendo que ellos no son culpables, pues actúan en virtud de la obediencia
debida a su rey, “quien tiene el corazón poseído de furor y no puede pensar ni en el
pasado ni en el futuro”, es decir que desconoce los méritos contraídos por Aquiles
y no advierte la derrota que para los aqueos importaría su deserción.
Briseida, “la de hermosas mejillas” parte de mala gana con los heraldos, Aquiles se
entrega al llanto, provocado al mismo tiempo por el dolor y la humillación de verse
ultrajado. A las orillas del “blanquecino mar”, invoca a su madre, quien al punto
emergió de las blanquecinas ondas, semejante a la niebla, es decir, ligera como la
niebla, bellísima comparación. Tetis acaricia a su hijo y le pregunta la causa de su
aflicción.
Le relata Aquiles la súplica de Crises, la repulsa de Agamenón y la injuria de que
fue víctima. Se utiliza el procedimiento de la repetición, pues parte del relato de
Aquiles reproduce textualmente lo ya narrado antes. (Esto cumple en parte la
misma función que los versos formularios: que el aeda recuerde. A no olvidar
que es literatura de trasmisión oral)
Ruega a su madre que implore a Zeus la derrota de los Aqueos y que le recuerde,
para obligarlo, que a ella le debió su liberación cuando fue apresado por los otros
dioses olímpicos.
Derramando lágrimas, Tetis deplora haberle dado a luz, de tan corta vida y que sea
el más infortunado de los mortales. Le promete que obtendrá de Zeus la derrota de
los aqueos como una reparación de la afrenta que le fue inferida.
Se interrumpe aquí la línea central de la narración con la llegada de Odiseo a Crisa,
retomando el hilo de ese episodio, que se había iniciado con la partida de Odiseo,
inmediatamente a la disolución del ágora. Este pasaje, cuya autenticidad ha sido
controvertida (es decir, se cree que es interpolado por otra persona) se
caracteriza por el minucioso detallismo, que contrasta con el estilo conciso y vivaz
del resto del canto.
Entretanto, Aquiles seguía encolerizado en las veleras naves, no frecuentaba el
ágora, ni cooperaba con la guerra, aunque echaba de menos la gritería y el
combate. No dice el poema a qué combate se refiere, porque como se da a entender
más adelante, los troyanos no salían de las murallas y la primera batalla de la Ilíada
está precedida por un prolongado lapso de inactividad bélica. Se ha tratado de
salvar la contradicción diciento que los aqueos combatirían con otros pueblos
vecinos durante estos días. (Y añado yo: la guerra lleva casi 10 años, tiempo
suficiente para que Aquiles echara de menos la gritería y el combate, aunque
no fuera el del momento.)

SÚPLICA DE TETIS. DISPUTA ENTRE ZEUS Y HERA. EL FESTÍN DE LOS DIOSES


Tetis suplica a Zeus Cronión1[1], abrazándose a sus rodillas con la mano izquierda
y tocándole la barba con la derecha, expresiones estas de afecto y veneración. Le
suplica que disponga la derrota de los aqueos hasta que den satisfacción a su hijo y
le colmen de honores.
Después de un silencio que traduce sin duda una vacilación del dios, temeroso de
que lo riña su mujer si favorece a los troyanos, accede a la súplica de Tetis,
rubricando solemnemente su promesa con un gesto afirmativo de la cabeza: “bajó
las negras cejas en señal de asentimiento, los divinos cabellos se agitaron en la
cabeza del soberano inmortal y a su influjo se estremeció el dilatado Olimpo.”
Estos versos que pintan al soberano inmortal en toda su grandiosa majestad
sirvieron de inspiración a Fidias, al esculpir su Zeus olímpico.
Después de la partida de Tetis, todos los dioses rodearon a Zeus, celebrando una
especie de ágora o asamblea.
Hera le reprocha que haya mantenido una entrevista secreta con Tetis, pues teme
que esta lo haya seducido, obteniendo una promesa favorable a Aquiles y
perjudicial para los aqueos.
Zeus se encoleriza al verse descubierto, no puede negar que son fundadas las
sospechas de Hera, entonces la amenaza con ponerle encima “sus invictas manos”.
Hefestos, (hijo de ambos) interviene, tratando de apaciguar a los dioses; aconseja a
su madre que acate el poder de Zeus, no sea “que te vean mis ojos apaleada”; le
recuerda que otra vez quiso defenderla y que Zeus lo arrojó desde lo alto del
Olimpo.
Ofrece Hefestos a su madre “una copa de doble asa” y sirve el néctar a los otros
dioses, quienes, al verlo, se sienten dominados por una risa inextinguible.
La causa de la risa de los dioses es la figura ridícula de Hefestos, dios deforme,
“ilustre cojo de ambos pies” que contrasta con la belleza de Ganímedes y Hebe, la
hermosa pareja escanciadora del néctar y la ambrosía. (Néctar y ambrosía,
bebida y comida de los dioses que otorgaba la inmortalidad)
Platón censura enérgicamente esta escena, por entender que la risa excesiva es
señal de una gran alteración en el alma; considera que nunca se debe presentar
dominados por la risa a los hombres dignos de elogio y menos aún a los dioses.
La disputa de Zeus con Hera y el festín de los dioses constituyen expresiones de
maravilloso burlesco. Los dioses aparecen ridiculizados, máxime si de los compara
con los héroes. La pequeñez de la rencilla entre Zeus y Hera contrasta con la
grandeza de las pasiones que motivaron la contienda entre Aquiles y Agamenón.
Para apaciguarlos, Néstor se vale de la elocuencia, del convencimiento y la razón;
Hefestos se propone atemorizar a Hera, amenazándola con la fuerza física de Zeus;
para restablecer la armonía entre los dioses se vale del festín, sirviéndoles néctar,
que es el vino de los inmortales.
Al caer la noche, los dioses se retiran a sus palacios; junto a Zeus, en el lecho, se
acuesta Hera. Así, con el sueño de los dioses, concluye el Canto I de la Ilíada.

[1] El primer día tiene lugar la súplica de Crises; del 2º al 10º la peste, que duró 9
días; el 10º día se reúne el ágora y tiene lugar la disputa entre Aquiles y Agamenón,
la partida de Odiseo, la entrega de Briseida, la súplica de Aquileo a Tetis, la
restitución de Criseida, la desaparición de la peste. Parece inverosímil que tantos
sucesos hayan podido ocurrir en un solo día.
El 11º día ocurre el regreso de Odiseo, la entrevista de Tetis con Zeus; la disputa de
este con Hera y el festín de los dioses en el Olimpo, adonde habían llegado ese
mismo día, porque desde el 9º hasta el 21º estuvieron en Etiopía.
[2] Pelida significa “hijo de Peleo”; la terminación ida indica el patronímico.
Aquiles era hijo de Peleo, rey de Ptía, en Tesalia y de Tetis, diosa marina.
[3] Las ínfulas eran cintas que pendían de una especie de venda que se ceñían en
la cabeza de los sacerdotes. También las usaban los reyes en los cetros y
actualmente los obispos en la mitra. En sentido figurado, significa presunción o
vanidad.
[4] Más adelante Aquiles relata a su madre que Criseida le fue entregada a
Agamenón como parte del botín que le correspondía al conquistar Tebas, “la
sagrada ciudad de Eetión”, padre de Andrómaca. Tebas está fundada sobre el
Helesponto y según la leyenda fuera fundada por Heracles. No se conoce el motivo
por el cual Criseida, que era de Crisa, se encontraba en Tebas; tal vez estuviera allí
como sacerdotisa del templo de Apolo Esmínteo.
[5] Atridas son los hijos de Atreo, Agamenón, rey de Micenas y jefe supremo del
ejército y Menelao, rey de Esparta. Agamenón es el más poderoso de los héroes; se
le llama “rey de hombres” o “rey de reyes”; ejercía influencia sobre los príncipes
del Peloponeso y las islas griegas, muchos de los cuales se vieron obligados a
acompañarlo en esta empresa porque estaban ligados a él por una especie de
relación de vasallaje, análoga a la que existía en el feudalismo medieval.
[6] Apolo era hijo de la diosa Leto, Latona de los romanos, quien originariamente
personificaba a la noche; unida a Zeus, quien dominaba el cielo, dio a luz en Delos
dos hijos mellizos: Apolo, dios de la luz, el sol, y Artemisa, diosa de la cacería, la
luna.

Notas a "El Ágora"

[1] Aquiles actúa movido por Hera, la Juno de los romanos, esposa de Zeus, quien
favorecería a los aqueos porque le rendían culto en Argos y odiaba a los troyanos
porque en el juicio de Paris fue pospuesta por Afrodita. Ilíada, XXIV, 28
[2] Literalmente “totalmente negro el diafragma”, que para los antiguos constituía
el centro de la actividad emotiva e intelectual.
[3] Calcas: significa etimológicamente “el de profundos pensamientos”. Agamenón
le llama “adivino de males” porque había predicho que la guerra de Troya duraría
10 años y tal vez porque exigió para obtener los vientos propicios, cuando estaba
detenida la flota en Áulide, el sacrificio de Ifigenia, si bien no se alude a él
directamente en la poesía homérica.
[4] BRISEIDA: hija de Brises, vivía en Lirneso, ciudad tomada por Aquiles en la
misma expedición en que fue hecha esclava Criseida, al conquistar la ciudad de
Tebas. (Ilíada, II, 690) Briseida es el patronímico; se sabe que su nombre propio
era Hipodamia.
[5] A la diosa ATENEA se el aplica el epíteto “que lleva la égida”. Égida significa
escudo o coraza de la piel de la cabra Amaltea, adornada con la cabeza de Medusa,
que ya como escudo, , ya ceñida al cuerpo como coraza, ya flotante como manto, es
atributo de Zeus y de Palas Atenea. Por extensión, significa escudo y en sentido
figurado, metafórico, protección o defensa. También se le aplica el epíteto de “la de
ojos de lechuza”. La lechuza es el ave sagrada de Atenea y de la ciudad de Atenas.
[6] El Olimpo es un monte situado en la frontera de Tesalia y Macedonia, cuya cima
penetra en la región de las nieves perpetuas, donde tenían su morada los dioses
superiores.
[7] Néstor, rey de Pilo, hijo de Neleo, “había visto perecer dos generaciones y
reinaba sobre la tercera.” Según los comentaristas tenía 70 años y era el más
anciano de los reyes aqueos.
[1] Le acompaña el Menetíada, es decir, su inseparable amigo Patroclo, hijo de
Menetio, que fuera uno de los Argonautas.

[1] También llamado Cronida, hijo de Cronos.

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