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El ultra brasileño Jair Bolsonaro fue ungido por los evangélicos, con nutrida
bancada en el Congreso. En las antípodas ideológicas, el izquierdista Andrés Manuel
López Obrador sustenta su mandato en un pequeño socio protestante, de moral
cavernaria. Porque es la moral, es decir, lo individual, y no lo social —en un
continente de abisales injusticias estructurales—, lo que anima a estas mesnadas
fervorosas, distraídas de la perentoria necesidad de justicia y progreso de amplias
capas de la población pese al crecimiento de algunos países y el acceso a la clase
media de muchos. Pero la marginación persiste; como la invisibilidad de los
indígenas, los campesinos e incluso las mujeres, o la violencia sistemática contra los
activistas. El caso de Guatemala es paradigmático: corrupción endémica, militares
de línea dura y pobreza inicua.
Esa Latinoamérica palpitante, desequilibrada, vuelve a estar bajo el foco. Por ver en
qué para alianza entre mesianismo y gestión administrativa, entre el fervor y el
Estado. Y porque la involución la sufrirán los de siempre, aún más silenciados.
La actividad que despliega en estos días el papa Francisco, alrededor de los casos de
abusos producidos en la Iglesia católica, no registra antecedentes en los tiempos en
que se llamaba Jorge Bergoglio, y lideraba la Iglesia argentina. En esos años, fueron
denunciados por abusos sexuales graves el obispo Edgardo Storni, compañero de
Bergoglio en la Conferencia Episcopal argentina, también José Luis Grassi, que era
el cura más popular del país, y José Illarroz, otro cura que era la mano derecha del
arzobispo Estanislao Karlic, quien antecedió a Bergoglio en la conducción de la
Iglesia argentina.
Bergoglio nunca tuvo una palabra de apoyo a las víctimas ni de condena hacia los
victimarios. En algún caso, además, financió la realización de un libro que defendía
a uno de los curas que actualmente está detenido.
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Existió una ardua polémica sobre si Bergoglio había entregado, durante la dictadura,
a dos curas muy cercanos a él, irritado porque no obedecían sus reclamos de
prudencia. Varios amigos de Bergoglio sostenían que esa acusación no era cierta.
Pero dirigentes de derechos humanos aportaron pruebas de su complicidad. Sea
como fuere, hubo obispos y sacerdotes que denunciaron las violaciones a los
derechos humanos: uno de ellos falleció durante un sospechoso accidente.
Bergoglio, claramente, no estaba entre los que alzaban esa voz tan necesaria ni entre
los que ofreció cobijo a las víctimas. Era un prudente.
Bergoglio era el obispo de los pobres y de las prostitutas y de los dolientes. Pero
también el que odiaba a homosexuales, abortistas, nunca había alzado la voz frente a
la dictadura militar, se oponía a la distribución de preservativos para prevenir el sida
e ignoraba, en el mejor de los casos, las denuncias de abusos.
Ese raid habilita a pensar que su decisión de abrir el debate sobre las violaciones de
niños en seminarios e iglesias no obedece a una genuina indignación personal. De
hecho, entre sus principales colaboradores durante los primeros cinco años de
gestión figuró George Pell, el arzobispo de Australia condenado por abusos. Sin
embargo, también, y he aquí la riqueza del personaje, el Papa ha tomado medidas
ejemplares contra la curia chilena y ha obligado a los obispos a escuchar a las
víctimas de tantas décadas de violaciones y encubrimiento de violaciones.
Poco antes de morir, el poeta va tirando versos sobre el camino. Envejeció con cada
paso que lo llevó al exilio. Va con su madre, que pregunta si llegarán a Sevilla,
cuando llegan al pueblo francés de Colliure y se cose la postrera bandera de España
con franja morada que ondea hoy mismo en un colegio de México y en la memoria
viva de ese pueblito al filo de la frontera con Francia por donde salió una parte de
España.
¡Salve, estúpido!
Escrutinios exagerados
Lo sabe el mar
Filmar hoy mismo la hilera de sílabas que murmuran los poetas al filo de la muerte y
el susurro de una canción muda de cuna para el niño que va en brazos, la niña que
llora desconsolada mientras la migra catea a su madre como sospechosa, los brazos
abiertos en cruz de todos los viajeros que son revisados como presuntos pilotos del
terrorismo de nuestros tiempos y la mirada vidriosa de una pupila que ya ni llorar el
agua salada acumulada bajo los párpados que se parece tanto a la Tierra, planeta
como canica de agua azul que flota en medio del infinito terciopelo negro cacarizo
de diamantes que son estrellas, que son luz que ya sabemos que en realidad se
extinguieron hace ya tanto tiempo... porque "hoy es siempre todavía".