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Un reproche que se le hace a menudo a la filosofía es que lleva siglos haciéndose las mismas
preguntas sin llegar a ninguna conclusión. Pero, en realidad, lo que hace es proporcionarnos
herramientas para enfrentarnos a unos problemas que cambian al mismo tiempo que nuestro
contexto social y cultural.
Una prueba son los dos libros que acaba de lanzar Larousse en España: ¿Qué haría Nietzsche…?,
de Marcus Weeks, y ¿Qué haría Freud…?, de Sarah Tomley, en los que se muestra cómo filósofos
y psicoterapeutas se enfrentarían a nuestros problemas cotidianos. Aunque, obviamente,
muchos de ellos no hayan visto jamás un smartphone.
Veamos siete ejemplos:
1. La pareja de mi amiga se la está pegando: ¿se lo cuento?
Weeks aprovecha este dilema para diferenciar entre deontología y consecuencialismo. En la
dentología, escribe, “hay normas morales absolutas que tenemos el deber de seguir”. El
principal representante de este enfoque ético es Immanuel Kant, que expresó esta idea en su
imperativo categórico: “Actúa solo de acuerdo a una máxima que al mismo tiempo pueda
convertirse en una ley universal”. Es decir, si tu amiga te pregunta, tienes el deber de contestar
la verdad. ¿Pero qué ocurre, por ejemplo, si tu amiga no te pregunta? ¿También debes
contárselo?
Tendemos a pensar que nuestra identidad es inmutable, cuando en realidad es más frágil
de lo que parece. El barco de Teseo sirve para ilustrarlo
Toda esa gente que va al teatro, ¿de verdad lo pasa mejor que nosotros viendo la tele o
solo son unos snobs?
Su discípulo John Stuart Mill no estaba de acuerdo y consideraba que había placeres superiores.
¿Pero cuál es el criterio para distinguirlos? Bastaría con preguntar a quien había experimentado
ambos, ya que, sin duda, preferiría “la estimulación de nuestras facultades más altas”.
4. Mi cantante favorito ha sido condenado por violencia doméstica. ¿Borro sus
canciones?
Según Weeks, Kant te preguntaría si habrías comprado su música de haber sabido que se
trataba de una persona violenta y misógina. Si la respuesta es “no”, el boicot es la consecuencia
lógica.
En cambio, Monroe C. Beardsley y William K. Wimsatt opinaban que debemos enfrentarnos a la
obra ignorándolo todo sobre el artista. Pero esta opción no es fácil: la biografía influye en cómo
nos enfrentamos a la obra, para bien y para mal. Si podemos pasar su vida por alto “y valorar la
música por lo que es, entonces se trata de una decisión moral, no estética”.
5. ¿Por qué sigo viendo series tan chorras noche tras noche?
Pongamos que estamos de acuerdo con John Stuart Mill y consideramos que hay placeres
superiores (por ejemplo, los sonetos de Shakespeare) y otros inferiores (como ese programa
sobre una casa de empeños). ¿Por qué, a pesar de todo, seguimos posponiendo la lectura de
Shakespeare y preferimos ver la tele?
Por preguntas como esta tiene sentido que también sepamos algo más acerca de cómo funciona
nuestro cerebro. La filosofía nos aconseja cómo deberíamos comportarnos, y la psicología y la
neurociencia nos recuerdan las limitaciones e inclinaciones a las que nos enfrentamos.
En el caso de la televisión, hay motivos que explican que a menudo no seamos capaces de
oponer resistencia. Sarah Tomley recuerda que Robert Kubey y Mihaly Csikszentmihalyi
explicaban que la tele “ejerce una atracción total sobre nuestra respuesta de orientación, que
es una respuesta visual y auditiva instintiva a cualquier estímulo repentino o nuevo en nuestro
entorno”. Por eso cuando estamos en un bar y hay una tele, la mirada se nos va, queramos o no.
Pero no todo lo que llama nuestra atención es malo. Cuando vemos una serie, por ejemplo,
reflexionamos sobre los personajes y sus conflictos, y conversamos sobre ellos con otra gente,
lo que contribuye “a una enriquecedora experiencia social, en términos de aprendizaje,
fantasías y socialización real”.
6. ¿Por qué me molesta tanto un unfollow?
El psicólogo Albert Ellis sugirió que “todos poseemos un conjunto de supuestos sobre nosotros
mismos, sobre otras personas y el mundo en general”. Algunos son incorrectos e irracionales,
como la idea de que le podemos gustar siempre a todo el mundo.
El precio es un indicador de mayor calidad que tendemos a creer. Es decir, es probable
que disfrutemos más de algo que cuesta más.
No solo es imposible gustarle a todo el mundo, sino que intentarlo es un error: “Querer ser
popular te ayuda, pero necesitar popular es contraproducente”, ya que puede llevarnos a actuar
solo para complacer a nuestros amigos. Como cuando compartimos una opinión en Twitter solo
porque sabemos que gustará a nuestros seguidores.
7. ¿Por qué siempre me decanto por lo más caro?
Los participantes en un experimento de Hilke Plassman y Benrd Weber mostraron preferencia
por una copa de vino que se presentó como nueve veces más cara que la otra, aunque en
realidad las dos valían lo mismo. El precio es un indicador de mayor calidad que tendemos a
creer. Es decir, es probable que disfrutemos más de algo que cuesta más.
El problema viene cuando en realidad no hay motivos o cuando no nos lo podemos permitir.
“Los psicólogos sugieren que debemos fijarnos en el contexto”, escribe Sarah Tomley. ¿El
producto está al lado de otro con un precio aún más elevado que actúa como señuelo? ¿Estás
intentando impresionar a alguien? ¿Estás comprando solo para levantarte el ánimo? “Es posible
que te decidas de todos modos por el producto más caro, pero que sea por motivos bien
meditados”.