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La escuela del tedio

Introducción

Actualmente la escuela como institución se encuentra atravesando una crisis


que comenzó silenciosamente desde que madres y padres se dieron cuenta que
sus hijos e hijas no estaban conformes ni interesados por aprender en la escuela.
Es importante hacer la diferencia antes de comenzar cualquier cosa, y es que la
educación, la escuela y el aprendizaje son conceptos muy distintos, que en
consecuencia de la constante labor de la segunda, se ha construido la concepción
de que los tres son sinónimos (Calvo, 2012).

Este desinterés, que yo considero, se refleja a través de los problemas de


convivencia, la deserción y los cuestionamientos al rol del docente en el aula, se
ha vuelto un panorama que se extiende por todo Latinoamérica, y principalmente
en Chile. Los alumnos y alumnas ya no quieren asistir a clases, han aparecido
nuevas formas de aprender, y las metodologías pedagógicas ya no logran dar
cobertura a la ola de cambios que están sucediendo en la sociedad y en la cultura
que la envuelve.

¿Qué podemos hacer frente a estas disyuntivas? ¿Qué soluciones se


pueden construir para dar frente a un sistema arcaico y descontextualizado que
monopoliza la educación? Estas preguntas se intentarán responder en este
ensayo, buscando dar una nueva mirada a las propuestas pedagógicas y
curriculares que existen en Chile.
Educación, escuela y aprendizaje

Para comenzar es necesario hacer la diferencia entre conceptos que parecen


sinónimos, y la modernidad ha sido el marco para que esto siga siendo así. Por
una parte, la educación se define dentro de la Real Academia Española (2017) por
varias concepciones, de las cuales me interesa abordar la que apunta a la crianza,
enseñanza y doctrina hacia los niños y jóvenes. Cada elemento de esta definición
se relaciona con un aspecto de la biografía humana; criar se vincula con
frecuencia a la familia, la enseñanza con la docencia y la doctrina con lo
ideológico, lo cual trasciende a la institución y se posiciona más allá de la escuela.

Por otra parte, la escuela como institución se define en la RAE con varias
formas, delimitando a la enseñanza e instrucción como factores esenciales, pero
que de ninguna manera posiciona a la educación como su concepto principal
constituyente. Esta diferencia se aprecia en lo que plantea Rockwell (2008, citado
en Cárcamo, 2013) sobre la educación como un conjunto de procesos complejos
de reproducción, transformación y transmisión de prácticas culturales que van más
allá de la instrucción formal.

En este sentido, el carácter de formalidad e informalidad de la educación


adquiere relevancia significativa, puesto que se observa a la formalidad como una
constante manera de apelar a la validez de la escuela cómo única continente los
procesos educativos, excluyendo a la familia y a la ideología, que pasan a ser
factores informales, por lo tanto carentes de validez (Calvo, 2012).

Teniendo en cuenta que la educación es un proceso que trasciende a la


escuela, y que ésta última la ha monopolizado, podremos entender que los
procesos educativos se pueden provocar en cualquier lugar, desde la familia hasta
la política, de forma espontánea o planificada, y en la “formalidad e informalidad”.
Habiendo aclarado los puntos anteriores, me enfocaré en la escuela como
tal, incluyendo los procesos que ocurren dentro de ella, con los docentes, alumnos
y demás actores intervinientes.

En la definición que establece la RAE sobre la escuela, aparecen


concepciones ligadas a la enseñanza, de forma directa e indirecta, poniendo
énfasis en el docente y el alumno, en su relación, en el proceso de enseñanza-
aprendizaje. En cuanto a la enseñanza, Alfonso (2003) señala que ésta se vincula
principalmente con el rol del profesor, y aparece como una transmisión de
información cultural de forma directa o a través de auxiliares, y que dejan una
huella en el sujeto que recibe esta enseñanza. Este sujeto, que se visualiza a
través del estudiante o alumno, recibe la huella a través de la adquisición de un
nuevo conocimiento, habilidad o capacidad (Alfonso, 2003). Pues bien, es
imperante hacer hincapié en el aprendizaje como el proceso esencial para
comprobar el efecto de la enseñanza en el estudiante, por lo tanto, es importante
ahondar en el constructo.

El aprendizaje ha sido unos de los procesos más estudiados por la psicología


educacional, ya que es por el cual la enseñanza logra dejar un rastro en las
personas, logra generar nuevos conocimientos y habilidades y permite provocar
los cambios en el entorno. Diversas teorías han sido formuladas desde que
comenzó a problematizarse el aprendizaje, desde el conductismo de Skinner,
hasta las teorías constructivistas más actuales. (Hernández y Pérez, 2014).
Considero que las teorías que ven al estudiante como un sujeto activo de su
propio aprendizaje, más allá de la pasividad planteada en algunas décadas atrás,
dan una mejor mirada sobre cómo aprenden las personas en la sociedad de la
información y permite apuntar hacia el tema que quiero abordar en este ensayo: la
motivación.
El motor del aprendizaje

El aprendizaje y la enseñanza, entonces, son elementos que trascienden a la


escuela, ya que es un elemento inseparable de la educación y otorga un sentido al
mundo de quien aprende de quien enseña (Alfonso, 2003).

En este aspecto, queda preguntarnos, ¿qué impulsa al aprendizaje? Si es


algo espontáneo, ¿qué lo direcciona? La respuesta a estas preguntas las da
Ospina (2006) y Valenzuela y cols (2015), quienes plantean que la motivación es
la base de cualquier aprendizaje, y que las personas que no poseen una
motivación determinada, difícilmente aprenden. La motivación mueve a las
personas a partir de una necesidad que puede ser psicológica o fisiológica, y la
que tiene como función buscar este equilibrio que se ve afectado por la necesidad
emergente (Carrillo, Padilla, Rosero, y Villagómez, 2009). A la motivación que
ocurre dentro del contexto de la escuela y que está estrechamente relacionada
con el aprendizaje escolar, se le llama motivación escolar.

Ahora bien, sabiendo que para que el aprendizaje escolar se favorezca en el


aula, es necesario que los estudiantes posean una motivación constante en virtud
de lo que están aprendiendo. Imaginemos por un momento que el aprendizaje se
diera de forma automática sólo por el hecho de escuchar una información de un
profesor o de cualquier figura importante, sin mediación de voluntad, ¿qué
pasaría? Tendríamos niños que lo sabrían todo, pero sin emoción, opinión ni
crítica con respecto a ese conocimiento, vivirían estresados por saber tanto y no
controlar lo que quisieran, sería un caos. La motivación es necesaria para darle
dirección al aprendizaje, como la atención lo hace con el pensamiento, y así no
saturar con sobreinformación a los estudiantes.

La motivación, las emociones y la cognición son un triángulo inseparable, ya


que si los tres elementos están presentes el aprendizaje se producirá de forma
eficaz, y sin demasiado esfuerzo (Palmero, y otros, 2004). Por lo tanto, las
emociones y la motivación deben estar presentes por obligación en cualquier
propuesta curricular o metodología pedagógica, pues de lo contrario no funcionará
el aprendizaje de forma correcta.

La escuela del aburrimiento

La escuela está diseñada desde sus raíces para producir y adoctrinar, y no


para enseñar con emocionalidad, poniendo completo énfasis en los procesos
lógicos, descontextualizados y direccionados hacia un fin concreto. Este enfoque
le quita completamente los factores emocionales y motivantes de las escuelas,
provocando que los estudiantes se sientan frustrados y desligados del aprendizaje
escolar. Está comprobado que la desmotivación escolar provoca problemas de
convivencia (Rey, Ortega, y Feria, 2009), rendimiento (Valenzuela y cols, 2014) y
deserción escolar (Román, 2013).

Las causas de la desmotivación se hallan arraigadas en lo profundo del


sistema escolar, desde los espacios físicos, hasta las metodologías pedagógicas
utilizadas para entregar un conocimiento específico. La consecuencias de la
desmotivación constante -a la que llamaré aburrimiento negativo-, termina
chocando contra el sistema y creando un caos en su estructura (rebeldía),
provocando que éste realice medidas violentas y coercitivas para disminuir
cualquier conducta ligada a este aburrimiento (López y Jodán, 2002).

La escuela está diseñada para contener, encerrar, borrar y amoldar, por lo


que todo acto de libertad, incluso del surgimiento de una necesidad, ya sea básica
(prohibición de comer, e ir al baño), o superior (autorrealización, creatividad,
necesidad de se aceptado por un grupo). Todo está restringido a un
establecimiento, un edificio físico que encierra a los estudiantes dentro de cuatro
paredes, eliminando cualquier distracción externa. La espontaneidad se
transforma en automatización y la reflexión en atender los largos discursos que
dictan un preocupante número de docentes, creando un mapa sobre el territorio
(Calvo, 2012).

Los estudiantes en su mayoría no participan en la construcción del


currículum, no reciben conocimiento que les genere interés, y por lo tanto, se
aburren, se frustran y la rabia se transforma en conducta “disruptiva” en el aula
¿De qué sirve aprender y aprender cosas que no les interesa? Es un mero
proceso de transmisión cultural estática e inmodificable.

Por último, los proceso emocionales de la motivación deben ir acompañados


del componente social, pues las emociones son sociales y requieren la compañía
y la vinculación con otras personas para que éstas se desarrollen de una forma
eficaz, y a futuro puedan acceder a una adecuada calidad de vida y bienestar
(MINEDUC, 2016).

Hacia una nueva mirada

Mi propuesta a esta problemática, se basa en sistemas escolares alternativos


que se han instalado a lo largo de Latinoamérica, y que intentan de alguna manera
construir una nueva forma de ver el aprendizaje y la escuela. También considero
lo planteado por Moreno (2010) sobre la democratización escolar en torno a los
espacios de aprendizaje libre y autónomo, que promueve la autorganización
escolar.

En primer lugar, el espacio físico en el que se desarrolla el aprendizaje


escolar no es el adecuado para fortalecer la motivación y promover las emociones.
Los edificios cortan la comunicación de las personas con el entorno natural y
crean un espacio artificial permitiendo el control exhaustivo de todo lo que entre y
salga de él. Ya hablamos de que el aprendizaje debe darse de forma libre y
espontáneo, pues es la manera en que la motivación florece y permite el avanzar
de éste, sin embargo, en un lugar como las salas de clases, los edificios con
reducidas ventanas y puertas férreamente resguardadas, no se logra favorecer
este aprendizaje.

Se deben construir en conjunto espacios conectados con la naturaleza, en


lugares públicos, como plazas, parques, áreas verdes. Los espacios abiertos, sin
muros, permiten que se desarrollen habilidades contextuales, arraigadas a las
raíces y cerca de la realidad, del territorio, provocando así un desarrollo
emocional, social y psicológico más armónico en los niños (García, 2018). Por lo
tanto, mi propuesta se basa en la realización de clases en lugares abiertos, cerca
de la comunidad, donde exista un facilitador (docente) que direccione las
preguntas y los intereses de los alumnos en torno a un contenido específico u
objetivo de aprendizaje. Las interacciones no debiesen ser sólo en el sentido
profesor-alumno o alumno-alumno, sino que también debiese promoverse la
interacción alumno-comunidad (vendedores, transeúntes, empleados públicos,
etc) y que de esa manera entiendan el valor social del aprendizaje.

Otro de los espacios importantes a considerar es ocio y el aburrimiento, ya


que se han visto socialmente por mucho tiempo como aspectos negativos en el
aula, que entorpecen el proceso de la enseñanza-aprendizaje, sin embargo,
considero se debe hacer una resignificación de ellos, pues al contrario de dificultar
este proceso, sólo lo promueve de una forma amigable y cercana al alumno. El
ocio es definido por Dumazedier (1973) como un conjunto de ocupaciones que el
individuo decide de forma libre, y que reposa en la voluntad de éste, liberándolo de
las obligaciones.

Esta libertad se podría utilizar en la entrega de conocimientos, sumándolo a


las ideas relacionadas a los espacios comunitarios planteados anteriormente. De
esta forma, los estudiantes podrán sentir que las actividades realizadas no son
obligaciones, ni ataques a su libertad, sino como una expresión de ésta, donde
pueden elegir, decidir y seguir su propia voluntad. Esta manifestación pura de su
ser interno, permite que se hagan cargo de su proceso educativo, promoviendo la
motivación de una manera significativa.

Finalmente, mi último punto a considerar es la construcción bidireccional de


un currículum. Actualmente el currículum escolar chileno lo construyen desde el
Ministerio de Educación, sin tomar encuenta mayormente lo que puedan decir los
reales actores escolares, que son los docentes y los alumnos, quienes
protagonian la enseñanza-aprendizaje (Congreso Nacional de Chile, 2012).

En este sentido, una forma eficaz de empoderar el proceso educativo de los


alumnos sería la incorporación de su propia voluntad en la construcción de un
currículum local, contextualizado y contingente a lo que sucede alrededor. El
docente sería un co-constructor junto a sus estudiantes, el que finalmente entrega
el conocimiento formal y profesional sobre esta construcción, siguiendo siempre la
voluntad de los otros actores. Al generar este currículum comunitario, compartido
y creado por quienes lo aprenderán, no dará espacios a grandes desacuerdos,
rebeldía, problemas de conducta, incluso la deserción escolar.

Palabras finales

En conclusión, la generación de un sistema libre, conectado a la naturaleza,


la comunidad y la realidad misma, permitiendo que los estudiantes co-construyan
los contenidos a aprender junto al docente que guiará y facilitará este proceso. La
resignificación del ocio como un aspecto importante de la educación y el
aprendizaje, solucionando, de esta forma, la desmotivación escolar y en
consecuencias la violencia escolar, la deserción y los cuestionamientos
profesionales a los docentes.
Bibliografía

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